Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

El Bosque y la Estrella

Norrine se encontró incapaz de definir a su hermana, como si a veces viera dos personas superpuestas. A veces, cuando notaba que había dormido mal o algo la perturbaba, era la misma que siempre había conocido, con aquella lengua peligrosa que tenía un insulto listo para ella, y el resto del tiempo era la que había corrido tras ella, pidiéndole que no la dejara. Estuvo una semana intentando comprenderlo, y luego había dejado de intentar seguirle el paso. Lo que sí no había esperado era ver cómo Nadya se escabullía con Isaac, el mismo Isaac con el que Norrine había estado dos semanas atrás, al granero. Ambas intercambiaron una mirada y Norrine hizo como si no viera nada, no iba a ser ella quien fuera a decirle lo que era o no lo decoroso. Echó una mirada a la multitud, preguntándose si el marido sabría sobre la ausencia de su querida, bien podrían estar los dos queriendo olvidarse de las argollas que los mantenían atados.

La fiesta por el comienzo del verano estaba por empezar y todo lo que pasaba por su cabeza era volver al bosque, subirse a un árbol de nuevo y fantasear con que Tamlin iría a buscarla como lo había hecho la primera vez, pidiéndole que volviera a su lado. Apartó la idea de su cabeza, trayendo otras más para ocupar aquel sitio sin su permiso. Como lo era la cada vez peor relación con sus padres. Su madre había decidido ignorarla por completo después de aquella discusión, y su padre cada tanto intentaba entablar conversaciones que terminaban en peleas entre ella y su madre. La última vez había acabado en Norrine durmiendo en el bosque, trepada a un árbol, como si así pudiera molestar incluso más a su madre. Sus pies estaban por alejarla del centro del pueblo, de todo aquel ruido, donde los hombres celebraban con cerveza y algunas tartas de lo que sea que hubieran conseguido sus esposas, cuando unas voces captaron su atención. Apenas eran audibles por encima del murmullo, pero pareció ser capaz de percibirlas sin dificultad.

—¿Escuchaste lo que dicen los mercantes? —decía una mujer, apoyando el hombro contra el marco de la puerta.

—No. ¿Qué pasó? —La otra se reclinó, como si quisiera mantener cierta confidencialidad en el susurro. Hubo un brillo de diversión en los rasgos de la primera, ese brillo que Norrine siempre veía en las mujeres que tenían algún chisme interesante que contar.

—Un montón de monstruos y faes llegaron a Beddor preguntando por una chica y luego se la llevaron. Dicen que prendieron fuego la casa y mataron a los que no eran la chica. —Había un morboso deleite en su hablar, y la otra parecía incluso más interesada con cada palabra que soltaba.

—Oh, qué desgracia... bah, seguro que los estúpidos de los Hijos de los Bendecidos dicen que es un privilegio —bufó, sacudiendo la cabeza y esbozando una mueca.

—Te digo yo que esos están dementes. ¿Una bendición que te rapten esos monstruos? Menos mal que nuestras tierras están libres de sus mierdas. O cuan libres podamos ser teniendo el puto Muro que ellos seguramente saben traspasar.

Norrine se acercó, interrumpiendo la conversación. Ambas mujeres, quienes habían estado conversando con vestidos llenos de harina y carbón, la miraron extrañadas, casi con hostilidad. Supuso que no era desconocida su historia. Cuando les pidió que le explicaran mejor sobre el asunto con Beddor, intercambiaron una mirada indescifrable entre ellas antes de que la que había sacado a los Hijos de los Bendecidos, respondió que no sabía muchos detalles. Se obligó a ocultar la decepción antes de murmurar un agradecimiento, antes de alejarse con la cabeza dando vueltas sin parar.

Parte de sí quería pensar en el "peor mejor" escenario, donde todo era una señal para que volviera corriendo a Prythian, una especie de mensaje codificado que solo ella entendería, pero también podía ser una coincidencia. El nombre Clare Beddor sonaba una y otra vez en su memoria, como un reclamo o un nuevo aviso. No tenía idea cómo funcionaban los apellidos en Prythian, pero si ellos sabían qué significaban para los plebeyos mortales...

«Que se pudran», pensó antes de acelerar el paso, negando con la cabeza. Su mundo le resultaba tan ajeno como lo había sido el de ellos en un primer momento, gran parte de su ser parecía estar anhelando, deseando con fuerza, el aire de aquel lado del Muro, dejar atrás aquel sitio que no tenía mucho más que ofrecer, completamente muerto y estéril. Poco a poco sus pasos se aceleraron, hasta que se encontró corriendo con una sensación de que un hilo tironeaba de su pecho. Corrió tan rápido como sus piernas le permitían, entrando como un viento salvaje a la cabaña de sus padres, la cual había empezado a verse como una casa del interior del pueblo. Nadie iba a estar allí, no cuando estaban festejando en el pueblo, Nadya estaría en el granero y sus padres haciendo de las suyas, quizás olvidándose de su primogénita. Tomó el bolso con el que había regresado, poniendo lo que creyó necesario, y cerró de un tirón la cuerda, haciendo un nudo sin mucha dificultad. Consideró dejar una nota, pero las únicas letras que sabía, si es que lograba recordarlas, eran las feéricas y dudaba seriamente que alguien allí supiera leerlas. Aparte, ¿qué les diría? ¿Adiós para siempre? Como si a ellos realmente les fuera a importar qué hacía o no con su vida desde que había regresado.

Salió de la cabaña, con la vista clavada en el bosque e incluso más allá, pasó al lado de parejas que habían ido a ocultarse entre los árboles, creyendo que allí no pasaría nadie o gente que mantendría el silencio en una improvisada camarería. Los ignoró por completo, sintiendo que su pecho se cerraba ante la idea de que estaban necesitándola, que Tamlin la necesitaba. Los ojos crueles de un color violeta se aparecieron en su memoria, acelerando el paso.

Se detuvo frente al Muro con un patinazo, casi enganchando su pie contra una raíz que sobresalía. Podía sentirlo, una barrera que distorsionaba la visión de los bosques de Prythian, una niebla que se movía como serpientes entre sus pies. Y los susurros, casi como palabras tan nítidas que estaba empezando a convencerse de que no las estaba imaginando.

Respiró hondo, pensó en Tamlin, en Lucien, en Faye, Alis, en aquellos dos meses que había pasado en aquel sitio. Cerró los ojos, inhaló profundamente, viendo por última vez el rostro de Nadya en su memoria antes de lanzarse de nuevo. Primero se sintió como una ligera resistencia que no había notado al volver al mundo mortal, como un viento que intentaba hacerla dar media vuelta hasta que se rindió, escupiéndola al otro lado con tal fuerza que apenas logró poner las manos frente a su cara y frenar la caída.

Fue un momento, un instante en el que su mente tuvo un golpe de claridad antes de levantar la vista. El bosque volvía a ser un sitio vivo, vibrante de verdes y amarillos allí donde la luz del sol caía. Frente a ella, un par de unicornios salieron corriendo, soltando un relincho asustado. Miró sobre su hombro, como si quisiera asegurarse de que realmente estaba de regreso, que lo había logrado. Se puso de pie, limpiando sus manos contra las telas de su ropa, sintiendo que el corazón le palpitaba con fuerza y una risa desquiciada empezaba a burbujear al ver de nuevo a las plantas que parecían multiplicar los rayos de sol que alcanzaban. Los árboles parecieron bailar en el momento que dejó salir el sonido, como deleitándose con su contagiosa alegría.

Corrió, atravesó el bosque, sintiendo los murmullos que la llamaban por su nombre, las ramas que se estiraban en su dirección, los animales que la miraban por un momento antes de desaparecer. Todo estaba tal como lo recordaba, igual de vivo, igual. Incluso la Mansión, la cual se erguía elegantemente sobre la verde colina, con sus arbustos florales que parecían manchas entre el mar verde, con un pequeño arroyo que cruzaba por debajo de un puente de piedra, no parecía alterada. Sus mejillas ya dolían de tanto sonreír y de sentir que el corazón se le salía del pecho mientras trotaba el último tramo. Nunca se preguntó cómo había llegado tan rápido.

Llegó a las puertas dobles que daban a la entrada, con el escudo que tantas veces había visto en su pulsera, al punto en el que ya podía trazarlo de memoria en cualquier superficie. Un silencio sepulcral la recibió, nada más que el sonido de sus botas resonaba en aquella estancia, helada pese a la luz que entraba a raudales.

—¿Tamlin?

Miró hacia las puertas, todas abiertas de par en par, sin nadie que apareciera por ellas. Pudo escuchar casi con absoluta claridad su voz revotando en las paredes.

—¿Lucien? ¿Faye? ¿Alguien en casa? —preguntó mientras se adentraba, mirando los adornos que no se habían movido de lugar, dejando al recibidor con un trono grande y uno más pequeño a su izquierda, completamente vacíos. Se detuvo en el centro, mirando hacia los costados, debatiendo cuál de los dos pasillos exploraría primero. Fue hacia el de la derecha, sintiendo que su piel se erizaba ante la falta de respuestas y las nuevas preguntas que se asomaban como burbujas en su mente. Apenas recordaba aquel lado de la Mansión, donde la pared externa estaba llena de ventanales que dejaban pasar los rayos de sol sin problema. Los jardines estaban del otro lado, igual de silenciosos que el interior de la casa. Tragó saliva, sintiendo que un nudo empezaba a formarse en su garganta y las lágrimas empezaban a picarle.

Estaba por gritar que, si era una broma, no le estaba causando gracia, hasta que escuchó unos pasos que resonaron por el sitio.

—¿Norrine? ¡Norrine! —Faye apareció a sus espaldas, con una expresión incrédula cuando la pudo ver del todo. Antes de que Norrine pudiera moverse, la elfa corrió en su dirección, rodeándola en un fuerte abrazo que no dudó en devolver—. Ay, Madre bendita, nunca me alegré tanto de verte.

—Yo también, Faye —murmuró, conteniendo las lágrimas a duras penas—. ¿Dónde están los demás? ¿Dónde está Tamlin?

Faye la miró con un enorme pesar en sus ojos, más grises que nunca, como si una tormenta se estuviera avecinando en el horizonte. Sintió que el nudo en su garganta se apretaba y las lágrimas empezaban a picarle los ojos. Su estómago se contrajo y las manos empezaron a temblarle ligeramente.

—Está prisionero, junto con los demás Señores de Prythian. —El mundo se detuvo.

—¿Prisionero? Pero ¿no se supone que ellos son los más fuertes? —«Él dijo que no podía protegerte de algo», creyó recordar, haciendo que su desesperación creciera otro tanto más.

—Tamlin tenía una libertad pasajera, y se suponía que tú lo ibas a ayudar... No importa, vamos. Te lo explicaré en el camino. Dale, ¡ya! —Faye la tomó de la mano, saliendo a las corridas hacia los establos, donde quedaba una yegua blanca que recordaba vagamente de sus salidas con Lucien. Faye decidió empezar a contarle todo lo que necesitaba saber mientras se ocupaba de ensillar al animal—. Una demente, Amarantha, regresó a Prythian luego de la guerra que los liberó a ustedes. Sin darnos cuenta, fue juntando poder de las Siete Cortes —su voz sonaba agitada, Norrine desconocía si era por el esfuerzo, los nervios o la emoción—. De esto hace un siglo, pero lo importante pasó hace cincuenta años. Resulta que la loca organizó un baile para terminar de robar los poderes de los Señores. Desconozco los detalles, pero parece que tenía (o tiene) un cariño especial por Tamlin. —Norrine sintió que todo su cuerpo se tensaba ante aquellas palabras, amenazando con despertar algo mucho más profundo en su ser—. Y él fue el único que logró ganar algo de tiempo antes de caer también.

—Suena jodido.

Faye dio un último tirón a las correas de la montura antes de subirse, asintiendo con la cabeza como única respuesta a su comentario. Recién entonces Norrine notó que vestía pantalones, botas, una tela que le rodeaba el cuello, dejando toda su espalda pálida al descubierto y un corsé de cuero. En cuanto se subió a la yegua fuera del establo, casi tuvo la impresión de estar frente a alguna especie de bandida o guerrera, no una hija de mercader.

—Lo fue, al punto en el que Tamlin salió con una maldición de allí. Tenía que lograr que un humano que odiaba a los fae lo amara a él, tenía cuarenta y nueve años para romper dicha maldición. Algo como sobre no amarla a ella y que debía ser una bestia... no es importante.

Norrine se subió detrás de Faye, quien espoleó a la yegua ni bien puso sus brazos alrededor de su cintura, sintiendo que algo la golpeaba pese a no haber nada más que aire y partieron hacia el norte. Pronto el bosque se empezó a convertir en una especie de borrón mientras la yegua galopaba casi sin detenerse o saltar.

—Una vez mencionaron a otras que vinieron antes que yo, ¿qué pasó con ellas? ¿Por qué no rompieron ellas la maldición?

—Mataron a un fae, como tú, vinieron a la Mansión, Tamlin se enamoraba de ellas y Amarantha lograba envenenarles la mente para que lo quisieran asesinar —respondió Faye sobre el hombro. No le hacía mucha gracia lo que escuchaba, pero asumió que ninguna de las muchachas había terminado bien, no como para que hubiera cierta sombra de pena en los rasgos de la elfa—. Un día simplemente desaparecían y no volvíamos a saber de ellas. Sospecho que también fue obra de Amarantha.

Norrine asintió, distraída momentáneamente al ver que sus alrededores mostraban dos estaciones completamente distintas que coexistían sin mezclarse. A su derecha, árboles de hojas doradas y rojas creaban un espectáculo con la luz del sol, incluso le pareció ver algunos zorros enormes que corrían entre los troncos, intentando seguirlas antes de rendirse y regresar por donde vinieron. A la izquierda, el mundo parecía ser de un verde tan intenso que contrastaba radicalmente con el cielo celeste, con alguna que otra nube blanca pasando por éste. Pronto todo lo que las rodeó fue nieve, de un frío tal que inmediatamente se encontró pegándose a Faye en busca de un poco de calor corporal. Cerró los ojos, completamente cegada por la nieve, lo cual lamentó mucho después.

—¿Cómo se rompió la maldición de Tamlin? —gritó, acercándose lo más posible a la oreja de Faye, cuya trenza cada tanto se metía en su boca. El viento rugía en los suyos.

—No se rompió —gritó Faye de regreso, soltando varias palabras malsonantes y siseos cuando la yegua saltó un tronco nevado—. Se habría roto si le hubieras dicho que lo amabas, pero no importa, lo hecho, está hecho. —Norrine, sintió que el corazón se le partía en millones de pedazos ante aquellas palabras. Recordó el poema que Tamlin le había dictado y cómo había huido de él después de aquello. ¡Por los dioses! Se había acostado con él, pero ante una simple declaración de amor se había espantado, y luego iba a lamentarse con otro hombre con tal de fingir que no tenía ni siquiera una mínima atracción hacia él. Patético—. De todas formas, me alegra que hayas vuelto. Ahora será otro el problema que haya que resolver. ¡Por el Caldero que hace un frío de mierda!

Poco después de que soltara aquello, pasaron a un bosque mucho más aterrador que el que Norrine conocía, parecía incluso sacado de sus peores pesadillas. El aire allí era denso, como si buscara demostrar lo peligroso que podía ser Prythian, los horrores que merodeaban entre las sombras. Pronto cayó en la cuenta de que lo que había visto no era más que su lado alegre, vivo, amable incluso. Los árboles estaban rodeados de jirones de niebla y la yegua ya había pasado a un trote suave, hasta detenerse por completo, sacudiendo la cabeza como si quisiera hacerles saber que no pensaba dar otro paso.

Desmontaron y el animal se marchó, soltando un suave relincho antes de perderse a sus espaldas. Faye se quedó un momento más en el lugar, viendo a la figura blanca desaparecer en la niebla, antes de tomarla de la mano e indicarle que la siguiera.

—Por cierto, no dejes que nada ni nadie te quite el brazalete —dijo, caminando con total seguridad. Cuando Norrine le preguntó el motivo, ella le respondió que era una forma de encontrarla, además de permitirle captar o interceptar parte de la magia de Prythian, fuera lo que fuera el significado de todo aquello. Ni bien terminó de soltar aquellas palabras, tiró de ella hasta esconderla detrás de un árbol, ordenándole que guardara silencio.

—¿De qué nos escondemos? No hay nada allí. —Su voz se había bajado a un murmullo, viendo de reojo por un costado del tronco.

—Mierda, ¿sigues sin ver? Ah... a ver cómo lo arreglamos —dijo Faye en un susurro, tirando de nuevo de ella hasta un pequeño claro donde había un montón de piedras y niebla, pero la volvió a ocultar, esta vez detrás de un tronco caído y con líquenes—. Aguarda un momento, no te muevas y, si puedes, no respires. Ya vuelvo.

Con eso, la hizo agacharse tras un tronco y desapareció de su campo de vista, dejándola con una respuesta colgando de sus labios. Negó con la cabeza, acomodándose con cuidado y cayendo en la cuenta del silencio que había ahora que no estaban los pasos de Faye. En un lugar como aquel, le habría gustado escuchar al menos a un cuervo a la distancia, pero parecía que incluso esas aves temían estar allí, conscientes de los seres que habitaban en aquel sitio. Le pareció oír unos cuantos gruñidos, un corto chillido y luego volvió a caer el silencio absoluto. Empezó a asomarse sobre el tronco cuando la figura de Faye apareció frente a ella, no parecía alterada y, sin darle tiempo a preguntar nada, le pasó algo pegajoso y frío por los ojos y orejas.

—Esto debería funcionar —escuchó que murmuraba.

—Se siente asqueroso —dijo, limpiándose con la manga de su remera.

—Sí, el moco de trol no es precisamente algo muy bonito.

Norrine se congeló sintiendo que le estaban dando arcadas y sus oídos empezaban a pitar, dándole un escalofrío al sentir que parte de esa sustancia se deslizaba por su oreja. Seguramente había escuchado mal.

—¿El qué de trol?

—No seas llorona, vamos —evadió Faye, tomándola por el codo y obligándola a ponerse de pie. Con asco y todo, notó que la niebla empezaba a aclararse frente a sus ojos, así como el silencio del lugar se convertía en un montón de susurros que le daban más escalofríos que el silencio previo. Faye avanzaba sorteando algunos fogones con seres con piel llena de verrugas con lo que parecía musgo y hongos en sus lomos y hombros, otro que tenía una nariz inmensa, dientes desparejos y orejas puntiagudas que hacían que su cabeza pareciera diminuta, y más diminutos sus ojos como de cerdo. También había seres que parecían hechos de sombras y humo en constante movimiento, así como muchas más que parecían más o menos humanas, pero Faye no le dio tiempo para seguir observando como para ver con mayor detalle. Se adentraron por una caverna por la que salían y entraban faes de todo tipo. Nadie parecía prestarles mucha atención.

Feyre se sentía segura, por la Madre, el Caldero y las Sacerdotisas, casi podía estar saltando en una pata y batiendo las alas de la alegría que sentía, apenas era capaz de mantener una expresión seria mientras avanzaban. La maldición de Tamlin no se rompería, de eso no quedaban dudas, pero algo podría intentar, había una oportunidad de oro que no pensaba dejar pasar, así fuera lo último que hiciera. Moriría por ella si hacía falta.

Avanzaba con toda la seguridad que sentía correr como fuego por sus venas, manteniendo la frente en alto a medida que se adentraba por el cada vez más oscuro túnel. Estiró un poco su ala derecha, tratando de captar, aunque fuera un poco, algo en el movimiento en el aire que le ayudara a saber hacia dónde ir, o a qué distancia estaban. Sin embargo, lo que notó no fueron las vibraciones del aire desde alguno de los pasadizos sino desde su espalda. Sin pensar mucho, empujó a Norrine hacia el camino de la derecha, y, como si estuviera con la bendición de la Madre, pronto sintió el sonido de la música que rebotaba en las paredes de piedra. Luego notó un lejano resplandor que empezaba a mostrar los viejos relieves de la antigua historia de Prythian, una historia que probablemente sabrían mejor Nesta o Gwyneth.

Estaba por decirle a Norrine que se apresuraran, pero unas manos terminadas en garras se cerraran sobre sus gargantas, separándolas del suelo casi al instante. Feyre quiso revolverse, pero temía que el Attor llegara a notar el movimiento de sus alas, pero no se tragó un grito de sorpresa ni un ligero pataleo. Estaba segura de que lo había escuchado reír por lo bajo, con aquella voz que parecía arena contra metal.

Vio de reojo que salían del túnel hacia una recámara enorme, donde todo el mundo parecía una mezcolanza sin sentido de colores. Como si incluso en un mismo sitio no fueran capaces de convertirse en una sola marea. Antes de que pudiera profundizar más en ello, aterrizaron frente al trono de Amarantha, todavía sujetas por el cuello, pero con los pies tocando el suelo. Había una sonrisa depravada en la cara cadavérica de la autoproclamada reina de Prythian.

—¿Qué tenemos aquí? ¿Una elfa y una humana? Vaya, vaya, vaya... —murmuró el Attor con una voz que parecía incapaz de pronunciar las palabras adecuadamente, como si no comprendiera la forma de exhalar e inhalar para que los sonidos tuvieran sentido, sin que estos fueran una cacofonía. Norrine se removía a su derecha, pero el ser hizo chasquear sus dientes, una advertencia que la mantuvo en el lugar—. Quietecita, humana, no quiero terminar rompiéndote el cuello antes de que la Reina de Prythian te vea.

Feyre contuvo las ganas de escupirle o darle una patada. La risa de Amarantha resonó por todo el Salón del Trono, haciendo que la fiesta se detuviera por completo. Feyre apenas podía frenar el impulso de gruñir, de soltar toda la magia que tenía dentro en un estallido. El aire se sentía denso, viciado, como si hubieran cerrado todas las ventanas y aperturas. Como si fueran realmente unas invitadas esperadas, la reina se puso de pie por un momento, abriendo sus brazos en un burdo intento de recrear el gesto de la gigantesca estatua de la Madre que había detrás de ella.

—Oh, ¡menuda sorpresa! Bienvenidas a mi fiesta por el Solsticio de Verano —saludó Amarantha, su voz tan agradable como el aire que se respiraba en aquel lugar, y se volvió a sentar apoyando una mejilla sobre su puño. Feyre intentó no toser ni caer de rodillas cuando el Attor las soltó, tratando con todas sus fuerzas de que la furia que hervía bajo su piel no saliera afuera y mantener algo de su orgullo—. ¿Qué buscan en mi corte, gusanos?

Amarantha no parecía impresionada, ni siquiera interesada en su presencia, pese a que sus ojos no paraban de ir hacia la humana a su lado. Norrine, quien había caído de rodillas y tosía mientras se masajeaba la garganta, se puso de pie.

—Vine por Tamlin, Señor de la Primavera. El fae que amo y por quién dejé todo.

Todo el sitio pareció sumirse en un mar de murmullos, algunas palabras las comprendió, pero les prestó poca atención, concentrada en Tamlin, quien había "recuperado" su forma real y miraba con una notable indiferencia hacia ambas. Los ojos muertos de Amarantha se volvieron hacia Feyre, quien se encogió de hombros, diciendo que no pensaba dejar sola a su amiga.

—Un gusano apoyando a otro gusano —rio la autoproclamada reina, haciendo que el resto de los presentes se unieran, en una risa colectiva que daba más escalofríos que otra cosa—. ¿Quién lo diría, mi bella criatura? Realmente lograste que un miserable, repugnante y asqueroso gusano humano se enamorara de ti —dijo, girándose hacia Tamlin y acariciando su mejilla con reverencia. Él no hizo ningún gesto y Feyre tuvo que agarrar el brazo de Norrine para que esta no saltara hacia el frente en cuanto notó que daba un paso.

Cuanto más miraba a Amarantha, más pensaba en que parecía una de esas viejas ilustraciones de divinidades que Gwyneth le había mostrado alguna vez, de aquellas que habían caído prácticamente en el olvido tras la Guerra. Tenía la belleza insuperable de los Altos Fae, con su cabello rojo tinto con un toque dorado que caían con algo de gracia por sus hombros y espalda. Una corona de oro negro, con siete puntas que parecían simular los rayos del sol o montañas, emergía de aquella cabellera. De su cuello, como prueba de los rumores que habían captado con sus subordinadas, colgaba una cadena con el hueso de un dedo, así como un anillo con el globo ocular del mismo humano al que había pertenecido. «Será la hija de la Muerte», bufó para sus adentros, sintiendo un ligero escalofrío ante sus palabras.

Y, como si la crueldad que estaba empezando a demostrar fuera apenas el comienzo de todo, Amarantha hizo un movimiento con la mano, haciendo aparecer una especie de muñeca de trapo. No quería averiguar cómo había pasado, pero no le quedaron dudas de que esa había sido la inocente jovenzuela que había visto llevar a unos trasgos el día anterior. Reconoció el cabello rubio oscuro, la piel pálida y dejó de enfocarse en la muñeca cuando creyó ver el mismo patrón de costura que usaba Elain. Ya sabía muy bien qué había sido de ella.

—Bueno, entonces, ¿quién era esta preciosura que nos trajeron? ——preguntó, sacudiendo la muñeca que colgaba inerte en su mano—. Creí que era una muy buena mentirosa, afirmando hasta el último momento de su existencia que no conocía a mi Tami —rio entre dientes, como si disfrutara del horror que había en sus miradas o deleitándose con el frío que iba esparciéndose por el Salón. Sin dejar de sonreír con sus labios de un rojo carmesí, se volvió hacia Tamlin—. ¿Quién es ella? ¿Otra mascota que dice ser tu amor?

—No la he visto nunca en mi vida, Amarantha —dijo él con una voz plana, sin siquiera mover una ceja en reconocimiento, y Feyre casi se sintió tan mal como debía estar sintiéndose Norrine—. Rhysand debió de haberle jodido la cabeza con tal de divertirnos un poco.

—Bien, entonces, será cuestión de aclarar el malentendido luego —comentó, encogiéndose de hombros antes de dirigirse hacia Feyre—. Elfa, claramente tú no sirves ni para sostener una bandeja, —mostró toda la indignación que podía ante aquellas palabras. ¿Qué no? «De todas formas te la iba a ensartar en el cuello si tenía una a mano»—, y, como parece que te gusta revolcarte en la mierda, además de que me considero una Reina bondadosa, ¿por qué no atiendes a tu nueva dueña? Los gusanos deben cuidarse entre ellos, ¿no crees? —Con eso, satisfecha con la cara indignada que puso, se giró hacia Norrine, cortando cualquier posibilidad de hacer un comentario para negar o responderle algo—. Mira, mocosa, estoy de buen humor hoy, así que ¿estarías dispuesta a hacer tres tareas para demostrar tu "amor" por este macho?

Feyre se tensó y miró a la humana de reojo, esperando encontrar palidez o que siguiera paralizada ante la presencia de la muñeca. Sin embargo, todo lo que encontró fue un remolino de emociones, el comienzo de un incendio furioso.

—Si lo liberas a él y a su corte, las hago con gusto, paja... —Feyre le dio un golpe en las costillas.

—Bien, me gusta que tengas ganas de pelear por tu mísera vida, y eso me hace ser un poco más generosa —empezó y Feyre no pudo ocultar la sorpresa ante la estupidez abismal que estaba soltando esa hembra—. Bien, de completar las tres tareas, liberarás a Tamlin y a la Corte de la Primavera de cualquier atadura a ti, para siempre.

«Esto suena demasiado fácil como para ser bueno», pensó, casi soltando una carcajada ante la repentina valentía y las posibilidades que empezaban a aparecer frente a sus ojos. Los murmullos sorprendidos, ofendidos e inquietos empezaron a alzarse por el Salón del Trono, y Amarantha parecía estar disfrutando en exceso del espectáculo que ella orquestaba. Se inclinó hacia adelante, enseñando los dientes en una sonrisa escalofriante antes de seguir:

—Y ya que estamos queriendo jugar a ser la heroína, pongámoslo un poco más interesante —dijo, tomándose un momento para pensar, tocando su mentón con una uña oscura que parecía una garra—. Puedes hacer las tres tareas con éxito, a la vieja usanza, ó contestar correctamente una adivinanza y te daré lo que me has pedido: libertad para Tamlin y su Corte, inmediatamente. Pero si fallas en responder o con las tareas... —Parecía estar gozando de una victoria antes de que algo hubiera pasado. Feyre metió las manos en los bolsillos de su pantalón, limpiando disimuladamente el sudor de sus palmas y rogando que su rostro tapado por la máscara no dejara ni un ápice de los nervios que sentía a la vista—. Una tarea por luna llena, ¿qué te parece?

¿Estaba loca? Probablemente, porque todo lo que Norrine veía era de color rojo. Una furia interna que la llamaba a sacarle los ojos a esa bruja espantosa, de arrancarle todos y cada uno de sus perfectos dientes hasta que no fuera capaz ni de hablar de nuevo. Se había distraído un instante al ver a Tamlin, mucho más bello de lo que recordaba de la noche de Calanmai. ¿Tres meses habían pasado ya? Parecía una eternidad. De no haber sido por Faye, y luego lo que supuso que era una muñeca, se habría lanzado a abrazarlo, pidiéndole entre lágrimas y con la cabeza oculta en su hombro, que jamás la apartara de su lado de nuevo. Sin embargo, no había rastros en sus ojos verde esmeralda de aquella alegría que la invadió al verle, la sensación de que había vuelto a respirar luego de estar ahogándose. Daba la impresión de que... de que él se había muerto y había un cascarón en su lugar. Demasiado parecido a la muñeca que sostenía la bruja pelirroja.

—¿En serio me preguntas qué putas me parece? Adelante, fae —escupió la última palabra, casi gruñendo, sintiendo que estaba a punto de lanzar fuego por la boca. Con un brillo lujurioso, Amarantha chasqueó sus dedos y fue como si liberara a una horda de bestias que no tardaron en abalanzarse sobre ella cual río embravecido. Notó a Faye cubriéndola con su cuerpo, aunque duró poco tal protección y los golpes empezaron a llegar sin contemplación. Intentó defenderse, por lo menos devolver alguno de sus ataques, pero un garrotazo a la altura del oído terminó por dejarla desorientada, tonta. Fue un alivio cuando el mundo quedó en silencio y a oscuras.

Lo siguiente que supo es que Lucien estaba reclinado sobre ella, sus manos rodeadas por un ligero brillo de un cálido dorado que se colaba por su cuerpo. Estaba en un sitio cavernoso y que olía a humedad, pero era mucho mejor que el hedor a encierro que había sentido antes. Ni bien él notó que estaba despierta, le hizo un gesto para que se mantuviera callada.

—Resiste, ¿sí? —susurró antes de alejarse y cerrar unos barrotes con un chirrido metálico que hizo eco—. Ya hice lo que quería, no molesten —escuchó que gruñía al desaparecer de su vista. Soltó un gemido de dolor mientras intentaba girar hasta quedar boca abajo. No tenía idea qué tanto daño le habían hecho, pero tenía la impresión de que le había pasado un rebaño grande de ovejas por todos lados y de pura suerte había logrado salir en una pieza. Intentó moverse, al menos arrastrarse, hacia los barrotes, pero cada movimiento hacía que todo le doliera, por lo que terminó rindiéndose y volviendo a su posición original con un gemido.

Había vuelto a Prythian, y parecía que éste le había dado una bienvenida con los brazos abiertos. Vaya bienvenida.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro