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El abrazo nocturno

Era difícil de creer que la oscuridad podía dar consuelo a quienes habían visto lo que se podía ocultar allí, entre sus sombras. Pero sí que lo había, Gwyneth lo había encontrado, así como también estaba ese miedo natural que muchos mencionaban tener. Ella lo entendía, su cabeza nunca sabía cómo sentirse cuando las velas se apagaban o iba a las zonas más recónditas de la Biblioteca de Velaris para buscar los libros que necesitaba para Merrill. A veces era una puerta que la llevaba a aquella vez, casi cuatrocientos años atrás, donde lo había perdido todo; otras era un escape, un momento en el que se permitía soñar con una posible vida normal, una tierna caricia que le permitía sentir a la magia de la Madre envolverla en un cálido abrazo.

Aunque no pasaba tanto tiempo en Velaris como a Merrill le hubiera gustado, pero la Biblioteca de las Valquirias era casi tan buena, o igual de completa, que ésta. En un mal día, estaría tentada de ir y decirle a la malhumorada de su jefa que podía irse con todo gusto al mismísimo fondo de la Biblioteca. De no ser porque sus labios y gestos estaban sellados, lo habría hecho tiempo atrás, y el pequeño refugio de sus hermanas de Sangravah se habría abierto para todo el mundo, incluso para los monstruos que acechaban entre las sombras. Acomodó el libro en la estantería, ignorando la pequeña marca plateada que tenía en el lado interno de la muñeca, soltando un suspiro.

—Hola, Gwyn.

Su alma casi abandonó su cuerpo ante la voz repentina. Hizo malabares para no dejar caer los otros que tenía en el brazo, apoyándolos de manera estrepitosa sobre el carrito que tenía a su lado antes de girarse. Elain, Ala de Búho, la miraba con una mueca de disculpa desde la otra punta del pasillo. Iba vestida como una sirvienta, con el vestido suelto que le permitía moverse libremente, lleno de manchas de grasa, carbón y el Caldero sabría qué más. Era sorprendente que, incluso en esas ropas, Elain siguiera dando un aire de cierta delicadeza femenina; Gwyneth estaba segura de que ella se vería como un pez fuera del agua.

—No te oí llegar —dijo, haciendo una inclinación de cabeza y apoyando una mano sobre su pecho. «Obviamente no la oirás llegar, de ahí el sobrenombre», bufó por dentro, obligando a su corazón volver a su ritmo usual. Le había llevado poco menos de unos días entender que, si bien Feyre podía ser silenciosa cuando quería, Elain lo era siempre, quisiera o no. Si no fuera porque no tenía ni una pizca en todo su ser que coincidiera con algún antepasado cercano a un clan de furias sombrías, habría considerado que era igual de capaz de fundirse en las sombras como su hermana—. ¿En qué puedo ayudarte? —preguntó al fin, limpiándose las manos sudorosas contra la túnica.

—Necesito un poco de historia de la Corte Primavera, preferentemente sobre intercambios políticos o similares.

—Dudo que haya tal cosa —sus ojos empezaron a mirar las estanterías pese a que estaba recorriendo los pasillos que se conocía como la palma de su mano—, pero veré qué puedo encontrar, si no hay nada aquí, debería haber en... allá —dijo, conteniendo el repentino ataque de tos que la invadió, antes de empezar a caminar hacia la sección donde podría encontrar libros, ensayos o lo que sea. Recorrió las estanterías con los ojos abiertos, leyendo las distintas escrituras con atención, buscando las palabras claves en los lomos e índices que podrían ser de ayuda.

Cuando regresó donde estaba Elain, esta se veía sumida en sus propios pensamientos, sin rastros de su característica sonrisa, esas que parecía tener de todos los tipos, una para cada evento y emoción. Era fácil olvidar que ella tenía el mismo rango que sus hermanas, con su forma de ser y los gestos suaves, así como la falta de violencia en general cuando se trataba de ella. Sin embargo, al verla en ese momento, con los ojos fijos en un punto de la nada, seria y sin rastro de la amabilidad o alegría que solía tener, podía imaginarla con Nesta y Feyre mirando al tablero de Prythian, lista para podar las ramas que iban a estorbar. Ni bien reparó en su presencia, volvió a ser la de siempre, con aquella alegría que parecía hacerla brillar como el sol.

—Gracias, por esto y por haber ido a ver a mi hermana.

—No fue nada. Nesta estaba al borde de un ataque y yo también —sacudió la cabeza, devolviendo el gesto mientras empujaba a lo más profundo de su ser el recuerdo de aquella vez, lo mucho que le había costado no estar a punto de soltar toda la magia que zumbaba por debajo de su piel. Gwyneth jamás había rezado tanto a la Madre, al Caldero o a lo que sea que hubiera aparte de ellos, no desde aquella vez en la que había perdido a Catrin. Porque bien había visto la determinación y el desafío en Feyre cuando la daga no estaba contra su cuello, pero la conocía, casi tanto como sus hermanas. Volvió al presente de golpe—. ¿Piensas ir a verla?

—Sí —el tono de su voz era tan dulce como el pétalo de una amapola—, vino un par de veces para traerme unas cosas, pero me encantaría ir a verla por más tiempo. Y tomar un poco de sol, siento que me voy a marchitar con tanta luz de estrellas y luna.

Gwyneth sonrió, sintiendo un ligero escalofrío a pesar de que nada de lo que Elain había dicho justificaba tal cosa. Podía ser una invención suya, la paranoia que solía aparecer de vez en cuando.

Lucien no tenía idea si era una decisión apresurada o no, él no era quién para ir diciendo si un amor producto de circunstancias horribles era más o menos válido que otros. Quizás le hacía algo de ruido que Norrine recién estuviera por cumplir los diecinueve años en cinco días, mientras que Tamlin tenía exactamente quinientos años más. Si bien Norrine era una adulta a estándares humanos... Bueno, había visto niños fae apenas aprendiendo a coordinar la magia con sus manitas a esa edad. Y en ese momento estaba considerando si había sido buena idea decirle su opinión honesta a la joven, pese a que ella se la había pedido.

—Entonces... ¿no deberíamos casarnos o sí?

—Tamlin quiere mostrar que volvió a ser fuerte, que está de regreso en todo su esplendor. —Dudó un momento antes de continuar, especialmente al ver la confusión en sus rasgos. Al final, terminó por explicarle, alguien tenía que empezar a decirle las consecuencias de que ella estuviera en aquel estado extraño—. Cualquiera que lo mire puede notar que está débil, que le falta magia, y no van a faltar los oportunistas o los que quieran hacerse con el trono, pese a que es el único con la magia de la primavera.

—Madre bendita... Logras que todo suene más deprimente, Lucien —rezongó Feyre, mirándolos desde su mesa, donde tallaba algo en un trozo de madera, juntando todos los restos de madera a sus pies. Él bufó, sorprendido de que ella no estuviera viendo el peligro que podía caer sobre sus cabezas si tenían un frente tan débil—. Pero tengo que admitir que tiene razón, si bien yo creo que mostrándolos a ambos como una pareja que fue creada bajo la bendición de la Madre y el Caldero es lo mejor, la magia que aportas a la Corte es nula.

«Retiro lo dicho», pensó con cierto alivio. En cuanto volvió la vista hacia la otra hembra, sintió algo de pena al ver que sus ojos estaban ligeramente desenfocados y parecía estar a punto de desaparecer en el aire mismo. Definitivamente, ella no tenía la culpa de haber nacido como mortal, sin magia, mucho menos ser asesinada por Amarantha; aun así, de no ser por Norrine, no estarían en este ir y venir donde todos los pasos se sentían casi al borde de romper la delgada tela que mantenía a toda la Corte Primavera unida. «Ya vamos más de un mes y poco más con todo este desastre», suspiró por dentro. Por suerte, los nueve días posteriores a la muerte de la usurpadora habían sido pocos, no quería ni imaginar cómo habría estado Tamlin si hubieran tenido que esperar meses completos a que la joven abriera los ojos.

—Bueno, había que enseñarle un poco de política en algún momento —comentó Feyre, soplando un poco para sacar algunos trozos de madera de una muesca que había estado haciendo. Lucien negó con la cabeza, tomando asiento en la mesa que siempre utilizaba y sacando uno de los libros de historia que tenía a mano. Con suerte, lo ayudarían a tener que hacer menos papeles de contabilidad y podría ocuparse de otras tareas que requerían de su presencia.

Empezó a explicarle cómo funcionaban las Cortes, la magia que aparecía en aquellos herederos que la Madre viera más aptos, así como el rol que debían cumplir las Damas junto a los Señores. Su lengua estuvo a punto de trabarse en esa parte, pero logró seguir hasta que más o menos cubrió las bases. Siguió con los impuestos y para qué servían los fondos, también las relaciones con las otras Cortes y la vigilancia de las fronteras con el mundo mortal. Ya lo habían visto antes de que Tamlin la mandara de regreso y luego ella volviera tres meses después; comprendía que Norrine viera los mapas con el ceño fruncido y la cabeza funcionando a toda velocidad hasta dejar de comprender. No faltaron las veces en las que volvieron al punto de partida, repasando hasta que la joven soltó un suspiro exasperado.

Feyre escuchaba, absolutamente concentrada en la figura que seguía tallando. Sus ojos no se apartaban del trozo de madera. Lucien no sabía si en algún momento tenía pensado leer tomos que parecían contener información que iba desde antes de la Guerra Negra, otros de conocimiento general y uno que otro que nunca había leído por no comprender la lengua en la que estaba escrito.

Estaban por volver a empezar cuando la puerta se abrió, dando paso a Tamlin e Ianthe. El primero esbozó una sonrisa en el instante que sus ojos cayeron sobre su prometida, y Lucien pudo ver el mismo gesto formándose en la expresión de Norrine. Ianthe lo ocultaba, pero sus ojos parecieron brillar peligrosamente ante aquella muestra de afecto. Feyre seguía tallando como si nada estuviera pasando, pese a que todo su cuerpo parecía estar en estado de alerta.

—Ianthe tiene que hacer unos preparativos previos para la ceremonia, ¿hay problema con que nos llevemos a Norrine?

Ni Lucien ni Feyre intentaron decir algo. Norrine ya estaba casi corriendo al lado de Tamlin ante aquellas palabras, tomando su brazo y mirándolo con una adoración que alegró tanto como dolió en el pecho del pelirrojo. Todavía con los dos enamorados sonriendo ampliamente, los tres salieron del enorme cuarto, dejándolo con la illyriana que soltó un suspiro disimulado en cuanto las puertas se cerraron. La miró con una ceja arqueada, pero ella se limitó a dejar el tronco y el cuchillo sobre la mesa.

—¿Sabes si hay documentos que expliquen la alianza de Lycar con el rey Negdas? —preguntó Feyre, poniéndose de pie mientras se sacudía lo que sea que hubiera quedado entre sus pantalones y camisa.

—No sabría decirte, me parece que Tamlin o los dejó lejos de su vista o los quemó junto con las alas que tenía en el estudio.

Feyre pareció contener un escalofrío ante sus palabras. Si ella sabía a quién habían pertenecido aquellas partes tan distintivas, no dijo nada al respecto; en su lugar, esbozó una sonrisa de medio lado.

—Me alegra que Tamlin no me haya arrancado las mías cuando le mostré mi apariencia.

—Dudo que quiera volver a tener a Rhysand apareciendo en la Corte y cortando cabezas —replicó Lucien, ignorando cómo ella abría la boca para decirle algo mientras él se ponía de pie y daba un ligero tirón a sus ropas, eliminando cualquier arruga—. Y hablando de él, ¿cuándo se lo dirás?

La vio morderse el labio y meter las manos en los bolsillos de su pantalón.

—No lo sé, siempre parece poco apropiado más ahora que... —Su voz se apagó, y no hacía falta ser un genio como para suponer que era algo relacionado a su identidad falsa o a que el título de "la puta de Amarantha" de Rhysand no era sin fundamentos—. Dejémoslo en que no es el momento —dijo al fin, sacudiendo la cabeza y mirándolo con una mueca que pretendía ser una sonrisa. Aunque le hubiera encantado repetirle que era mejor decirle de inmediato, antes de que volvieran a tener una situación desagradable, se repitió que estaban en tiempos de paz, que estaba siendo un paranoico. «Y fue en tiempos de paz cuando mataron a Jesminda», le recordó su corazón a la vez que la sonrisa de Norrine para Tamlin volvió a su mente.

Sin nada más que decir, fue su turno de salir de la Biblioteca, empezando a sentir que tenía que salir, tomar aire fresco antes de que los fantasmas empezaran a salir de la tierra.

El resto del día fue más de la rutina, salir a recorrer los bosques en busca de intrusos o cazar algo si se daba la oportunidad, comer; luego agregó el evitar a Ianthe. Sabía que debía de sentirse ligeramente halagado por lo último, no era tan frecuente el tener a una Gran Sacerdotisa que quisiera dedicarle un poco de su tiempo a un heredero caído en desgracia, era más un lastre. Resultaba doloroso ver la clara diferencia de intenciones, siempre trayendo a Jesminda como una memoria agridulce, aquel fantasma que veía con menos claridad con el paso de los años. Ella había sido risas y travesuras, un alma demasiado libre y salvaje que le había dado un soplo de aire fresco en la siempre ardiente Corte del Otoño; todavía recordaba cómo había ido cayendo bajo sus encantos, cómo lo había visto por quién era, dándole un amor incondicional. Libre.

Ianthe era una versión retorcida de aquello: veía lo que era, el emisario y un Alto Fae del Otoño, pese a que sus ojos seguían buscando a Tamlin, gruñendo hacia Norrine cuando creía que nadie le prestaba atención.

—Vamos, Lucien, ambos sabemos que esto puede funcionar —le susurró una tarde, dos días antes del cumpleaños de Norrine, con el mismo tono juguetón y sedoso que Jesminda había usado con él siglos atrás. Contuvo las náuseas y el deseo de salir de inmediato. La miró sin rastro de emoción, dando un paso hacia el costado antes de seguir su camino, sabiendo que ella lo seguiría—. Lucien...

—Estoy ocupado, Ianthe —logró decir, apenas frenando todos los insultos y las ganas de gruñirle, como si fuera un simple animal. Respiró hondo, recomponiéndose, pero no pudo evitar que hubiera un deje de malhumor al hablarle—. A menos que sea importante, no me busques.

Por supuesto, ella lo había buscado varias veces, siempre para conversar, haciendo que su piel ardiera por la paciencia que parecía estar a punto de perder. Dio un sorbo al té de manzanilla con un toque de miel, esperando que el aroma lo hiciera recuperar parte de la serenidad, parte del equilibrio que siempre estaba al borde de perder. Con suerte, el cumpleaños de Norrine haría que las cosas fueran un poco menos tensas. Si es que alguien decidía sumarse a la celebración.

—¿En serio esta es la mejor opción? —preguntó Norrine, intentando no hacer una mueca ante el vestido de hombros gigantescos y falda tan grande que se preguntaba cómo diablos iba a pasar por una puerta. Era blanco, con algunas marcas verdes que resaltaban demasiado, dándole la impresión de que era un caos más que algo digno de ser contemplado. Si tenía que pensar una palabra para describir la idea de ella utilizando esa cosa, "bonito" no entraba ni siquiera al final de todas sus opciones.

Para horror de todo el mundo, la Gran Sacerdotisa estaba encantada con esa cosa. En cuanto se lo puso y vio su reflejo, apareció el rostro fino de su acompañante por encima de su hombro. Lo que veía resultaba tan perturbador como la muñeca que había sostenido Amarantha en su mano cinco meses atrás. Enterró el recuerdo antes de que terminara por mostrarse en su expresión. Se suponía que era el día que habían estado esperando con Tamlin, apresurado y todo lo demás, pero su día al fin y al cabo; no iba a dejar que las escasas memorias que tenía de aquella pajarraca se interpusiera en su felicidad.

—Sin dudas, te queda precioso —afirmó Ianthe, sonriendo con lo que podía llamarse sinceridad o entusiasmo. A pesar del comienzo algo tortuoso, había resultado ser bastante... ¿tolerable? La ayudaba en algunas tutorías de magia, le explicaba sobre la religión, especialmente cuando Feyre debía irse porque tenía unos asuntos que atender vaya uno a saber dónde (ni siquiera Lucien sabía con certeza). Quería decirle que prefería llevar alguno de los vestidos que usaba cuando no tenía las clases de meditación con Feyre, pero ¿qué sabía ella de la moda de los fae? Había vivido como humana durante casi dos décadas, odiándolos durante la mayor parte de ese tiempo. Una parte de sí se rio ante la ironía de todo aquello.

Ya se había resignado, intentando asimilar la realidad frente a sus ojos, cuando la voz de Feyre retumbó por las paredes.

—Dime que estoy en una pesadilla. —El espanto que había en sus palabras casi le hizo sacar una risa de los nervios, y peor fue cuando vio su expresión con los ojos abiertos y a punto de empezar a tirarse del pelo, con la boca abierta, lista para empezar a decir todos los insultos y maldiciones que debían estar pasando por su cabeza—. Estoy soñando que Norrine va a casarse de blanco con un vestido que es más feo que la cara amargada de Amarantha. ¿Verdad?

—No, querida, estás viendo un clásico vestido de la Corte Primavera, seguramente en tus tierras van con pieles. O menos —replicó Ianthe, casi sin alterar su expresión afable. Norrine le pareció notar que el músculo de la mandíbula de la Gran Sacerdotisa se tensaba ligeramente. Feyre tenía una expresión indescifrable cuando le respondió (gruñó) que en la Corte de la Noche tendían a no mostrar ni el rostro hasta que empezara la ceremonia.

—Por cierto, Tamlin quería hablar contigo, por ahí debas ir —añadió con una sonrisa peligrosa. Norrine vio cómo Ianthe salía con la cabeza en alto, como si así pudiera mantener la dignidad, sintiendo que sus hombros se relajaban de una vez por todas al ver que se cerraba la puerta tras ella. Ni bien estuvieron a solas, Feyre se volvió en su dirección, con el rostro estirado de la incredulidad—. Que dé gracias a la Madre que tengo prohibido descuartizar Sacerdotisas que les falta sentido común.

Esta vez, Norrine no contuvo la carcajada mientras la illyriana se dirigía al armario, abriéndolo de par en par, buscando algo entre los vestidos colgados que había. La escuchó murmurar algo, pero las palabras apenas eran comprensibles entre el sonido de metal contra metal y las telas que se tragaban el resto. La vio sacar montones de telas de tonos dorados, verde y marrón, apoyándolas sobre un pequeño taburete que tenía cerca. Norrine la contemplaba en silencio, sin saber qué hacer, aparte de retorcer constantemente los lazos que tenía al alcance de su mano.

Podía escuchar los murmullos de la mujer que iba y venía, como si estuviera asegurándose de que había sacado todo lo que hacía falta. En cuanto estuvo satisfecha, Feyre empezó a aflojar los cordones del corsé y la falda, ayudándola a deshacerse de todo sin mucha dificultad, quedando en absoluta desnudez. Por simple reflejo, intentó cubrirse, aunque la illyriana ya estaba yendo a buscar las primeras telas sin dedicarle ni una mirada.

—¿Por qué dorado? —preguntó al cabo de un rato. Si bien no había visto a nadie en su aldea casarse de blanco, sin tener en cuenta a una que otra familia de origen noble, era lo que se suponía que debían usar. Tenían que mostrar la pureza, la inocencia del alma, pese a que el blanco duraba lo mismo que un estornudo. Feyre la miró con las cejas alzadas.

—El blanco y el color plateado son los colores de un funeral, seas supersticiosa o no, tengo pocas ganas de que los plebeyos crean que quieres que tu matrimonio fracase. Ni hablar de los nobles —respondió la fae mientras revisaba las distintas prendas que había sacado y dejado en cualquier orden frente a ella. En cuanto la illyriana estuvo segura de tener todo en orden, empezaron a poner capas, primero un vestido liso que apenas le cubría lo mínimo y necesario. Intentó taparse, pero rápidamente habían otras capas de tela cubriendo sus costillas ligeramente marcadas, los músculos un poco más finos de los que los recordaba. Quiso mirarse en el reflejo, pero Feyre lograba que siguiera dándole la espalda mientras ajustaba los lazos y todo lo demás.

La boda sería al atardecer; el sol que entraba por la ventana empezaba a caer de a poco por el cielo, pronto empezarían a verse las nubes naranjas, y el corazón de Norrine empezaba a palpitar con un poco más de fuerza. En cuanto Feyre terminó con el atuendo, fue el turno de tomar un cepillo del tocador y fue soltando cada uno de los trozos del intrincado peinado que le recordaba a un nido de pájaros. Con un gesto de la cabeza, Feyre le pidió que se sentara en el taburete mientras iba a buscar un poco de agua antes de empezar a desenredar su cabello. En algún momento los murmullos se habían convertido en un tarareo mientras las manos de la illyriana pasaban por las hebras de pelo, mucho más gentiles que las manos de las sirvientas de la mañana.

Ni bien Feyre estuvo satisfecha, le indicó que ya podía verse en el espejo al mismo tiempo que dejaba el cepillo a un costado, así como el fuentón con agua. Con el estómago haciendo acrobacias de los nervios, Norrine se giró, esperando encontrarse con otra imagen extravagante que seguramente era alguna extraña moda de los fae, pero nada más lejos de la realidad.

En ese momento, la joven casi tenía la impresión de que era una de ellos, más de lo que había sido hasta ese entonces. El dorado del vestido hacía que su piel pareciera emitir un ligero resplandor, el marrón y el verde se superponían de vez en cuando, como si fueran pétalos de una flor que surgía desde sus caderas. Por un momento tuvo la impresión de ser una especie de ser que surgía de los mismos árboles, con las ramas verdes que se enroscaban en sus mejillas allí donde antes hubo cicatrices de peleas y cacerías. Las extrañaba, pero tenía la impresión de que habían cambiado para acompañarla, como si no se atrevieran a ser una muestra de su pasado mortal sino de su nueva vida. Su cabello estaba libre de todas las joyas que antes habían brillado como estrellas, encandilándola con cada movimiento que hiciera. Ahora tenía trenzas que aparecían y desaparecían entre los mechones de cabello suelto, dejando que algunos cayeran sobre su clavícula.

Antes de que pudiera agradecerle a Feyre, esta sacudió la cabeza, acercándose con un cuenco lleno de pequeñas flores que empezó a poner entre las trenzas, dándole un toque más de color. Al final, cuando ya estuvo del todo satisfecha con su cabello, dejó el cuenco a un lado y tomó la tiara que Ianthe había dicho que no hacía falta que usase. Feyre la miró con las cejas alzadas cuando Norrine le preguntó si era necesario que la usara, a lo que dijo que sí, y se la puso en la frente. En el espejo había una mujer completamente diferente, alguien que estaba esperando el momento de reclamar su lugar, otra persona que tenía los mismos gestos de sorpresa y maravilla que Norrine.

—¿Qué título tendré cuando termine la boda? —preguntó en un susurro—. ¿Señora de la Corte Primavera?

—No, solo hay Señores de Prythian, a las hembras nos consideran Damas o señoras consortes, sin importar quién haya tenido mayor influencia o poder antes del matrimonio —dijo Feyre, mirando el reflejo junto a ella. Le dio la impresión de que era la fae quien debía estar con la tira de cuero dorado alrededor de su frente, no ella. Pero aún así, la illyriana sonreía, satisfecha con sus resultados, apartándose para que fuera solo ella la que estaba reflejándose—. Ahora sí te ves hermosa.

Y así se sentía Norrine, a pesar de todo. Sus labios esbozaron una sonrisa, sintiendo que los nervios empezaban a consumirla cuando Alis apareció para decirle que ya era hora. Respiró hondo, mirando a Feyre, quien simplemente le dijo que se fuera, y siguió a la ursik.

Arreglar la apariencia de Norrine había consumido más tiempo del que a Feyre le hubiera gustado, pero sobre su cadáver que iba a tener una boda donde la futura Dama de la Primavera se veía como un escupitajo en la cara. Había valido la pena, pero tenía que correr, considerando que apenas tenía tiempo para ponerse un vestido medianamente aceptable para la ocasión, arreglar su pelo y tratar de poner algunos adornos en sus alas. Incluso así, se encontró incapaz de terminar de anudarse los últimos lazos, como para que el vestido no se cayera en medio de la celebración, por lo que le dio un nuevo ajuste al salir, maldiciendo un poco el tener alas que volvieran casi imposible tener prendas tan prácticas como las de las otras razas. Sacó unos aros que tenía en una pequeña bolsa, colocándoselos con cuidado en la parte externa de sus orejas, sintiendo que ya había mejorado considerablemente al ver su reflejo rápido en uno de los espejos que había en el pasillo. Llevaba una pulsera en cada muñeca, tapando por completo la marca en el interior de la misma, pese a que nadie más que Lucien era capaz de verla.

Rápidamente se acomodó junto al Emisario de la Corte al lado de la puerta, ocultando la bolsa con joyas en su escote, todo bajo la mirada divertida y curiosa del pelirrojo. Ella simplemente fingió que no pasaba absolutamente nada, mirando hacia la entrada de la galería justo para ver a Norrine haciendo acto de presencia.

Le ofreció una sonrisa de ánimo antes de empezar la procesión que harían ellos dos hasta el altar donde estaban Tamlin e Ianthe. Caminó con la frente en alto, ignorando las miradas curiosas y poco discretas de los demás presentes, manteniendo sus alas ligeramente abiertas, como si así pudiera marcar su espacio en aquel lugar. Ni bien alcanzaron el primer escalón que daba al pequeño altar, se apartaron con Lucien hacia la izquierda, dejando a Norrine a la vista. Tamlin la había estado mirando con una ceja arqueada en su dirección antes de que su atención se fuera hacia la principal atracción de aquel momento y Feyre se palmeó mentalmente el hombro a sí misma al ver que la joven caminaba con seguridad, barbilla en alto, ojos fijos en Tamlin y un tierno sonrojo en sus mejillas que acompañaba a la disimulada sonrisa de sus labios irradiando una fortaleza que casi le hizo olvidar su pasado mortal. Con total naturalidad, inclinó la cabeza en señal de respeto, admirando por el rabillo del ojo a las flores que parecían brotar ante el avance de la futura Dama de la Primavera hacia el altar, así como las ramas que se inclinaban en su dirección, como queriendo tocarla.

—Me sorprende que Ianthe haya arreglado a Norrine de esa forma —murmuró Lucien.

—No lo hizo —replicó con una risa entre dientes, disfrutando de la furia contenida en los ojos de la Gran Sacerdotisa, cuyas fases lunares de la frente estaban temblorosas con el movimiento de sus cejas. Ah, le traía recuerdos de aquellas veces que había hecho rabiar a Nesta y a Elain, quienes definitivamente habían causado más miedo que esa arrastrada de pacotilla. Contuvo una risa al ver las ligeras chispas turquesas que estaban queriendo salir de las manos de la Gran Sacerdotisa, así como el ligero brillo en sus ojos—. Si tenemos a una novia preciosa, es gracias a mi intervención.

Lucien rio por lo bajo negando con la cabeza mientras Tamlin y Norrine dejaban que sus muñecas fueran entrelazadas por una cinta, antes de que un patrón dorado y verde se extendiera por sus brazos. Durante un momento Feyre se preguntó cómo sería si ella llegaba a ese punto con Rhysand, ¿harían como en ese momento, con gran parte de la Corte mirándolos? ¿O sería algo privado, como solía hacerse en Illyria? Se permitió fantasear un momento, imaginar que ella era la que estaba en el lugar de Norrine, vestida de oro, plata y violeta, viendo a los ojos de él, sintiendo cómo sus corazones latían en sincronía.

El sonido de los aplausos la sacó de su ensimismamiento, volviendo a esbozar una sonrisa de pura alegría mientras veía a los dos representantes de la Corte sellar su unión con un beso. No era difícil ver que el resto del mundo había desaparecido para ellos dos.

Habían decidido que la fiesta entera sería en los jardines de la Mansión, por lo que pronto los sirvientes lo llenaron de mesas repletas de vino y platos que eran fáciles de comer con la mano. Música alegre resonaba por el lugar, invitando a varios a unirse al baile con el Señor y la Dama. Estaba por dejarse llevar un momento, disfrutar de la fiesta cuando el movimiento de un par de alas marrones llamó su atención. Un búho enorme la miraba desde lo alto de una columna, inclinando la cabeza hacia un costado antes de volar lejos de las luces. Sin dudar, lo siguió, dejando la copa en la mesa más cercana, no sin antes echarle un vistazo rápido a Ianthe, quien conversaba con unos invitados y sonreía con suficiencia.

Caminó hasta detenerse cerca de las orillas del arroyo que corría cerca de la Mansión. Reconoció a Elain, quien contemplaba el cielo con una expresión indescifrable. Suponía que estaba harta de ver estrellas por doquier, y no la culpaba, siempre había sido evidente que ella prefería cualquier Corte a la de la Noche, contrario a Nesta y ella, quienes iban allí a la mínima oportunidad que se diera.

—Bonita la noche.

—Porque a ti no te importa ver más constelaciones de las que uno puede imaginar —replicó Elain, sin alterar su expresión. Una risa baja se escapó de su garganta, encogiéndose de hombros mientras decía que no iba a negar la verdad—. Rhysand puede que esté por venir a recoger a Faye.

Feyre sintió que se le caía el alma a los pies.

—¿Cuándo?

—Puede que en... —No terminó de decirlo porque Feyre se volteó primero en dirección a la fiesta. Su corazón latió con fuerza y podía notar el tatuaje en su pecho que le exigía ir a presentarse frente a Rhysand, al mismo tiempo que su magia empezaba a alterarse, tironeando de su pecho como un hilo, una soga que iba en dos sentidos—. Ahora.

Feyre la miró por encima del hombro, sintiendo que estaba a punto de recibir una de las venganzas de Elain, quien tenía lista una de sus tantas sonrisas que la libraban de cualquier castigo o mal. Tonta de ella por no haber sospechado de la tranquilidad de su hermana, de no considerar que podía estar moviendo los hilos para hacer de las suyas. Nesta no era de mantenerse callada cuando se trataba de sus andanzas "peligrosas", y ciertamente Gwyneth respondía por jerarquía, así que no debía sorprenderse que hubieran contado todo con pelos y señas. «Que me hiervan viva en el Caldero», pensó mientras regresaban a la fiesta con un gruñido. Su mente consideraba todas las posibilidades, intentando adivinar cuál sería la treta que había armado Elain, porque iba a ser enorme, de esas que no la dejarían salir sin una capucha sobre la cabeza por siglos.

—¿Es por lo de Bajo la Montaña?

—No —sonrió, y Feyre dejó de respirar. Sí, era por eso. Limpió las palmas de sus manos mientras regresaban al sitio, donde la música se había detenido por completo y Feyre quiso que la tierra la tragara al ver el escenario frente a sus ojos. Rhysand estaba deslumbrante, vestido con su traje impecable que apenas superaba la finura de Lucien, las alas ligeramente abiertas, sin ser amenazantes, pero imponiendo su presencia. Miraba a Tamlin con una sonrisa perezosa, a pesar de que sus ojos parecían tener cierto rastro de resentimiento.

—Ya te dije que no sé dónde está. Ahora, largo de mi Corte —gruñía Tamlin.

—¿Seguro? Porque no me quedan dudas de que la tan preciada elfa no se iría luego de haber salvado a tu esposa. Felicidades, por cierto —añadió, haciendo una ligera reverencia que parecía burlesca, aunque era difícil de saber.

Respiró hondo, decidida a frenar todo antes de que se saliera de control.

—Está bien Tamlin, no hay necesidad de seguir cubriéndome —dijo, tratando de mantener su tono de voz relajado mientras caminaba hacia el foco de atención. La confusión de Rhysand no se notaba en sus rasgos, los cuales tenían una sonrisa educada, pero sus ojos la recorrían de pies a cabeza, como si intentara comprender un complicado acertijo, de esos que Feyre no podía entender ni siquiera sabiendo la respuesta. Y ni qué decir de lo que se retorcía en su pecho y entrañas—. Mi Señor, lamento la confusión —continuó, agachando la cabeza, obligándose a mantener su pulso tranquilo—, permítame un momento para arreglar unos asuntos y le responderé todas las dudas que tenga respecto a mi persona.

Sintió la mirada de Rhysand sobre ella, quemándola con lo que bien podría ser una sensación de traición, de deslealtad, y él tendría todas las razones para sentirse así. Cuando escuchó una afirmación, levantó la cabeza, sin atreverse a mirarlo directamente a los ojos y se giró hacia Elain, pidiéndole en silencio que se encargara de Norrine, a lo que ella asintió. El cambio había llegado antes de tiempo, pero quizás era mejor así. Parte del peso de sus hombros se había ido con ese simple gesto y, con las rodillas a punto de fallarle, se volvió hacia Rhysand quién le extendió una mano en su dirección. Feyre respiró hondo al tomarla, dedicándole un gesto rápido de despedida a Norrine antes de que la oscuridad la envolviera por completo.



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