Átropo, Cloto y Láquesis
Su cabeza seguía intentando asimilar las sensaciones que lo recorrían de pies a cabeza. Podía sentir el pulso de Feyre como una sombra del suyo, así como una sensación lejana de un frío en el estómago. Podía notar, si se concentraba lo suficiente, en dónde estaba su corazón, sus entrañas y dónde estaba ella. Tenía la sensación de que sus hombros se habían relajado, a la vez que se tensaban con cada movimiento que ella hacía. Ambos se habían mirado a los ojos, la única confirmación de que estaban en el mismo suelo, pese a que su mente seguía tan cerrada como las tierras del Medio.
Azriel lo miraba de reojo mientras caminaban hacia la sala de estar en la Casa del Viento. Feyre iba a su derecha, silenciosa y con la mirada perdida. Parte de sí quería estirar la mano y pegarla a su costado, eliminando la lejana sensación de inquietud que la carcomía. Mordió el interior de su mejilla, manteniendo la vista al frente, sintiendo que las palabras de Amren empezaban a resonar en su cabeza, a la vez que recordaba el juramento en la cabaña, antes de que la introdujera propiamente al Círculo. La duda era mortal, a la vez que empezaba a sospechar por qué no había dicho nada.
Estaban en guerra. Casi la había perdido... Su mandíbula se tensó y el aire pasó silbando entre sus dientes, enfriando la furia que había estado empezando a arder en su pecho, dejando cierta sensación de desesperación y angustia. No le sorprendió que los dedos de Feyre rozaran los de él al poco tiempo. ¿Cuánto hacía que sabía? Seguramente bastante tiempo atrás, si se guiaba por cómo actuaba.
Entraron a la sala, encontrándose con los otros miembros del Círculos ya reunidos allí, tal como él les había pedido ni bien Feyre apareció en sus aposentos, diciendo que estaba lista para partir. Odiaba verla actuar como lo haría un soldado, odiaba saber que seguramente habría sido uno de los tantos individuos que habrían estado entre sus filas. Respiró hondo, sentándose en el sillón que él ocupaba, dejando que los demás se acomodaran.
Cassian, parado a la derecha de Morrigan, no paraba de preguntarle con la mirada qué pasaba; Amren estaba estoica, frente a su prima, quien parecía ser la única que comprendía todo. La muy desgraciada seguramente lo había notado todo desde el principio. Ahogó un gruñido, mirando tanto a Azriel como a quien parecía que debía ser su esposa designada por la Madre.
Realmente algo agridulce cuando pensaba en todas las veces en las que había estado al borde de haberla perdido en la ignorancia.
—El Príncipe Mercante no tiene problemas para apoyarnos en lo que respecta a negocios y economía —dijo, mirando directamente a Feyre, ella mantenía una mirada casi tan impenetrable como la de Azriel, sino más—. Sin embargo, serán sus hijas quienes nos darán un empujón en cuanto a lo táctico.
Hubo un ligero asentimiento de cabeza por parte de la illyriana, sintiendo que estaba estudiando en silencio su postura, leyendo todo lo que podía. Como si en ese momento importara. Sabía que los otros estaban intercambiando palabras y que él les respondía de vez en cuando, pero sus ojos seguían anclados en los azul plateado de Feyre, como si así pudiera terminar de verla.
No tenía idea de qué más habían hablado hasta que se retiró a sus aposentos, dejando caer cada pieza de tela a medida que se acercaba a la cama. Cerró los ojos luchando contra la voz que le decía que debió haber visto las señales, que tendría que haberse dado cuenta de todo ello antes, pero, a la vez, ¿cómo iba a saber qué ver si no estaba seguro de que las Uniones Divinas fueran algo verdadero? Su madre lo había mencionado, sí, pero eso era como decir que las estrellas cumplen deseos al pasar al firmamento.
Estaba por quitarse los pantalones cuando escuchó dos golpes en la puerta, frenándolo a la mitad de quitarse el cinturón. No se movió, sabiendo bien quién estaba del otro lado, esperando a que le dijera algo, lo que sea. Sabía que en algún momento pensó –o dijo– que pasara, pero su mente olvidó por completo en qué momento movió los labios.
Feyre seguía vestida con las ropas de viaje. La vio detenerse por un momento, recorriendo su cuerpo antes de centrarse en su rostro. Sus manos anudaron de nuevo el cinturón y se giró hacia ella, caminando hasta quedar a unos pocos pasos de distancia. Su mano subió hasta acariciar su mejilla con el dorso de los dedos, arrancando un ligero suspiro que cerró sus ojos al tiempo que se inclinaba más hacia su caricia.
—Estás alterado.
—No creo que a nadie le sorprenda aquello —respondió en un murmullo, mirádola como si fuera la primera vez. Ella asintió despacio, mordiéndose ligeramente el labio inferior antes de estirar lentamente una mano hacia él, como si temiera asustarlo.
—Pero esperarían algo más —añadió, tan bajo que por un momento creyó haberlo imaginado; lo miraba con tanta seriedad, con los ojos tan concentrados en los detalles que apenas parecía ser consciente de sus palabras. Fue su turno de dejar caer los párpados, inclinándose hasta apoyar su frente contra la de ella.
—¿Y qué esperas tú? —le preguntó de igual forma.
—Al menos que estés... —Dudó de sus palabras, el temor se hizo presente en lo más profundo de su pecho—. ¿Herido? ¿Traicionado? ¿Furioso?
Rhysand sintió que sus labios se estiraban en una sonrisa tensa y el corazón se le retorcía ante el hilo de voz que escuchaba.
—Eso definitivamente está. —Su mano apartó un mechón de cabello, trazando la forma de la oreja cada vez más puntiaguda de ella—. Dime, ¿planeabas decírmelo algún día?
Feyre lo miró, mostrando cierto brillo de picardía en su mirada, algo decaída también. Notó una sensación de ligereza en sus hombros, como un fantasma de haberse quitado una pesada manta.
—No fue fácil callarlo por tanto tiempo, menos con la pajarraca.
Se quedaron en silencio, como si así pudieran terminar de decir todo lo que se mantenía por detrás de sus mentes, antes de que sus pies empezaran a retroceder. Feyre lo miró indecisa, pasando su mirada de la cama a él varias veces antes de decir que quizás era mejor que cada uno durmiera por su cuenta por un tiempo. Asintió y la vio partir, terminando con la tarea que había comenzado antes de acomodarse panza abajo en el colchón, dejando que sus alas estuvieran parcialmente abiertas.
Estaba en campo de tulipanes rojos crecía a su alrededor, la luna no estaba en ninguna parte pese a que había una noche de luna llena por la cantidad de luz que había, Ramiel se recortaba contra las estrellas, podía intuir a Arktosian, Oristian y Carynthian, pese a que no brillaban. Sin embargo, en el firmamento había tres estrellas nuevas, una tan fría como las aguas, otra ardiente y una tercera que brillaba con más fuerza, en medio de la más absoluta oscuridad. Estiró una mano, pidiéndole que bajara hasta él, cosa que la estrella hizo sin demora, revoloteando a su alrededor antes de tomar la forma de Feyre. Sus alas se veían más rojas de lo normal, como si hubiera estado en medio de una batalla y había utilizado hasta su parte más delicada para defender su bando. Vestía violeta y plata, nada más que una pieza de tela que colgaba de su cuello y caía hasta el suelo, sujeta a la altura de la cintura.
Así como antes, la acercó hasta él, pegándola a su cuerpo con algo duda, sintiendo cómo su piel parecía querer unirse a la de ella, eliminar todo lo que los separaba y dejarlos como uno solo.
Estaba tan perdido en eso que no notó cómo todo el escenario cambiaba de golpe, quitándole el aire de los pulmones. Reconocía muy bien aquellas paredes con los tapices que mantenían el calor, la cama con dosel escarlata contra la que estaba presionada su espalda, haciendo que sus alas dolieran. Sus muñecas estaban atadas por tiras de cuero por encima de su cabeza, una mano con garras pasaba sin prisa ni pausa por su pecho, empezando desde su cuello, luego su pecho y, finalmente, lo que debería haber sido la demostración física de su placer. Ni siquiera se podía decir que le causaba algo más que náuseas, una vaga sensación que aumentaba su asco con cada roce. Intentó encerrarse en su mente, fingir que estaba en cualquier sitio menos aquel.
Así como lo había hecho durante medio siglo.
—¿A dónde crees que vas, Rhysand? —canturreó una voz que congeló su cuerpo—. No puedes huir de mí, sigo aquí, sigo dentro de ti —añadió su voz, tan suave como la piel de una serpiente. Sintió que las lágrimas empezaban a ahogarlo, a quemar contra su piel. Intentó removerse, soltar sus manos y magia, recuperar la libertad que se había ganado pocos meses atrás. Maldita sea, cada puto momento de libertad se lo merecía, ¿no? Había hecho todo porque...
Rugió, dando un tirón a lo que lo mantenía quieto, sintiendo que todo su cuerpo estallaba, una explosión de magia pura como pocas veces lo había sentido reaccionar. Sintió que una mano rozaba su mejilla, alguien lo llamaba una y otra vez. Había una mano estaba cerca de su hombro. Enseñó los colmillos, dejando salir un gruñido a la vez que movía hasta que sus manos se cerraron sobre la garganta de quien estuviera casi sobre él.
—¡Rhysand!
Abrió los ojos, encontrándose con ojos azules en lugar de marrones, un cabello oscuro como la noche, piel un poco más morena que la de él. Feyre, no Amarantha.
Sus manos la soltaron antes de que terminara de entender qué había pasado. La vio tomar una bocanada de aire y masajearse allí donde sus dedos se habían cerrado, mientras se sentaba en la cama, abandonando la posición donde había estado antes. Una sensación de culpa se instaló en él al ver lo que bien podrían aparecer como ligeras marcas en su cuello.
—Lo lamento, creí... —empezó.
—No hay porqué disculparse, Rhysand —cortó ella, mirando hacia el frente y negando con la cabeza—. Tampoco es como si no lo hubiera esperado esta vez.
Sintió que sus mejillas se calentaban ante el recuerdo, queriendo formular una disculpa, algo, pero las palabras se le murieron en la lengua. Una mirada rápida hacia su... ¿futura pareja? ¿Futura Dama? Hacia Feyre, le hizo notar que quizás no estaría dispuesta a aceptar una disculpa o algo por el estilo. Estaba por decir algo, acomodándose, cuando notó la tensión en sus hombros, lo firmemente plegadas que estaban sus alas a la espalda.
No lo miraba y, cuando se sentó a su lado, dejando caer las piernas hasta tocar el suelo, le pareció notar cierto rubor en las mejillas, así como una tensión cada vez más creciente.
—Supongo que has estado viendo todo durante... Bueno...
—¿Bajo la Montaña? Cada maldita sensación —gruñó, jugando con el borde de lo que parecía ser un simple camisón—. La Madre sabrá cómo no he perdido los estribos cada vez que te sentía gritar.
Apretó los labios, ahogando la culpa y sintiendo... ¿alivio? Feyre parecía estar dispuesta a traer a Amarantha de los muertos solo para hacerle pagar. Extendió un ala hacia ella, rodeándola como si fuera un abrazo. La sintió tensarse una vez antes de relajarse y apoyar su cabeza contra su hombro.
—Gracias —murmuró, pasando su brazo por su cintura, acercándola más, si es que era posible. Podía sentir un ligero aroma a lilas, invitándolo a reclinarse más contra ella, recorrerla por completo para poder encontrar de dónde provenía.
—Rhysand... —Estuvo al borde de gemir al escucharla decir su nombre en aquel tono, sacándolo casi de inmediato de lo que sea que hubiera estado poseyendo a su cabeza y cuerpo—. Puedo... puedo quedarme aquí —ofreció, señalando con la cabeza al sofá más cercano—, en caso de que tengas otra pesadilla.
Rhysand se tomó un momento para admirar y pensar en lo que ofrecía, abriendo y cerrando las manos repetidamente, tratando de pensar en cómo podría ser el resto de la noche si ella volvía a la habitación que le habían dado. Soltó un largo suspiro, intentando apartar las sensaciones que lo enviaban a agarrar la cadera de Feyre y empezar a recorrer su piel con la punta de la nariz, a la vez que aparecían las noches Bajo la Montaña. Podía escuchar los sonidos guturales de Amarantha, y recordar los bailes de los últimos tres meses, cuando sus manos habían recorrido casi con total libertad aquel cuerpo.
—Quédate, me vendrá bien tu compañía —dijo, ofreciéndole una leve sonrisa que ella le devolvió al cabo de un rato.
Decir que estaba "nerviosa" se quedaba corto. Su cuerpo entero temblaba como si estuviera a punto de enfrentarse con Gwyneth a punto de sangrar. Si antes había sido difícil mantener la cabeza fría cuando él estaba alterado, ahora podía sentir prácticamente todo. Sí, el que hubiera dormido con él seguía resultando una irrealidad cuando lo pensaba, pero al menos había conseguido que las pesadillas se mantuvieran lejos. Madre bendita, la fuerza de voluntad que estaba usando para no acurrucarse contra Rhysand, restregando cada parte de su cuerpo contra la de él, como si así pudiera terminar de impregnar su olor. «Prioridades, Feyre, prioridades», se dijo, en vano.
El abandonar la cama se había sentido físicamente difícil. Todo su cuerpo parecía estar protestando para volver al calor que dejaban, a que la magia siguiera fluyendo por su ser con la misma facilidad con la que corrían las aguas del Sidra. Regresó a su cuarto, vistiéndose con las ropas más cómodas que podía pensar, forzando a sus pensamientos a ir por cualquier sitio menos el que parecía querer su cuerpo.
Sacó una semilla de amarra, masticandola a la vez que luchaba para dejar la mente en blanco, o pensar en cualquier cosa que no fuera el calor de Rhysand contra su piel. Era temprano, si se guiaba por la sensación de que había un poco más de calor, pero no pensaba andar caminando por todo Velaris con el Círculo detrás de ella, pese a que, a esas alturas, todos ya conocían la ubicación de la casa de su padre. Empezó a sentir que sus músculos se relajaban justo cuando escuchó los pasos de Rhysand bajando las escaleras. Su corazón dio un ligero salto en su pecho, ignorando el que se hubiera tragado la semilla de amarra. No había pasado nada importante en toda la noche, pero Feyre sentía que había ocurrido todo cuando ni siquiera le había levantado el dobladillo del camisón o rozado la membrana de sus alas.
Dio un trago a su té, el cual ya empezaba a enfriarse, cuando notó su presencia entrando al salón. Por el rabillo del ojo, vio que estaba con una camisa aparentemente sencilla, pese a que podía notar algunos relieves de bordados finos.
—Creí que no eras una fae madrugadora, Feyre —dijo, con una sonrisa que la dejó desarmada, si es que era posible, y haciendo que sus mejillas ardieran ligeramente. Se concentró más en su té, tratando de fingir que su cercanía no tenía efecto sobre ella, que el aliento contra su cuello y el olor cítrico no estaba empezando a alterar sus sentidos—. Espero que podamos resolver eso en algún momento.
Intentó no temblar ante las palabras, de mantener sus piernas y alas relajadas, y estaba segura de que había fracasado estrepitosamente cuando escuchó una ligera risa de su parte. Reprimió un gemido cuando se alejó, dejando la impresión de que el aire se enfriaba ante su ausencia. Quiso mantener la calma, pero estaba resultando casi imposible, especialmente ahora que parecía que Rhysand se había vuelto como el brillo de una estrella, invitándole a mantener su mirada en él. Desde los ojos que parecían ser de un violeta más intenso, de tantas tonalidades que necesitaba acercarse para poder contemplarlas apropiadamente, su andar despreocupado, la sonrisa de medio lado que podía ganar cualquier pelea, por las buenas o las malas.
—Hoy es una excepción —logró decir, apretando la taza con ambas manos, fijando sus ojos en el líquido oscuro, en el reflejo que le devolvía la bebida. No necesitaba verlo para saber que había una sonrisa pícara, que la estaba estudiando mientras se acomodaba en la silla, estirando las piernas e inclinando la cabeza como una lechuza.
Se removió en su lugar, dando un sorbo finalmente a su bebida, como si así pudiera ocultarse de sus observaciones.
—Por la Madre y el Caldero. Díganme que al menos tienen ropa puesta. —La voz de Cassian hizo que salieran de la burbuja en la que estaba. Feyre reprimió un gruñido que se mezclaba con alivio. Escuchó los pasos del General acercándose pesadamente, seguido de unos más sigilosos. Apartó la mirada, enfocándose en cualquier cosa menos en Rhysand, todo con tal de mantener su serenidad.
Estaba segura de que había logrado controlar su cuerpo, de relajar sus músculos cuando sintió la presencia de Rhysand contra su mente, no como otras veces, donde había parecido más como una bestia golpeando contra las paredes, sino más suave, un llamado a la puerta. Así como cuando estuvo Bajo la Montaña, dejó que pasara a esa pequeña parte que tenía a la coartada de Faye, la elfa del bosque.
«¿Quiénes pueden saber sobre lo nuestro? Sé que puede jugarnos en contra, pero el Círculo no funciona si hay... desconfianza», dijo él. Feyre lo pensó durante un momento. Parte de ella quería que lo dijera a los cuatro vientos, que la declarara su Dama de la Noche si era necesario, pero, a la vez, sentía que iba a estar con menos libertad de movimiento que en la Corte Primavera. Mordió su labio inferior, considerando antes de asentir ligeramente con la cabeza.
«Sólo el Círculo, todavía tengo... cosas que cubrir.» La mandíbula de Rhysand se tensó imperceptiblemente. Antes de que pudiera decir algo más, los pasos pesados, probablemente a propósito, de Cassian se hicieron oír en el lugar. Feyre aguantó una carcajada al verlo caminar con los ojos tapados por una mano.
—¿Están vestidos, verdad?
—Tampoco que tenga algo que ocultarte, hermano —replicó Rhysand, haciendo que el General abriera uno de sus dedos, comprobando que estaba en terreno seguro.
—Rhysie, contigo, las cosas pueden ser sorpresivas.
—¿Como el hecho de que Feyre y yo estemos unidos por la Madre?
Los ojos del illyriano estuvieron a punto de salirse de sus cuencas, pasaba la vista de un lado a otro, como si estuviera queriendo ver el hilo que corría entre ellos. Una risa divertida burbujeó en la garganta de ella, así como estuvo a punto de ir corriendo hasta el regazo de Rhysand y acomodarse allí. ¿Sería igual de cómodo como lo había sido el dormir entre sus brazos? Quizás podría acomodar su rostro hasta poder apoyar la nariz contra el hueco de su cuello y oler su fragancia...
—¿Unidos?
Feyre sintió que su cabeza se aclaraba de golpe ante la voz demasiado grave de Cassian.
—Unión Divina, si quieres el nombre exacto o religioso —dijo ella, imaginando que ponía una puerta con llave y doble candado para mantener a todas las sensaciones que parecían reptar como tentáculos en su dirección. Frunció ligeramente el ceño al notar que la sensación persistía. Ignoró todo lo que ocurría a su alrededor por un momento, tratando de recordar en qué fecha estaba y cuánto había pasado desde... Arrancó un trozo de piel de su labio, sintiendo que, ahora que lo reconocía, todo se volvía más intenso.
—¿Todo bien Feyre? —preguntó Cassian.
Asintió con la cabeza mientras mascullaba unos cuantos insultos por lo bajo. ¡Por supuesto que no iba a funcionar la semilla de amarra! Ya habían pasado seis meses desde el último sangrado y Rhysand estaba cerca. «Va a ser una semana infernal», pensó, sintiendo un lejano malestar en su vientre.
—Nada que no haya lidiado antes —dijo antes de terminarse la taza de un trago y ponerse de pie. Por el rabillo del ojo vio a Rhysand poniéndose de pie también—. Vamos, mis hermanas deben de estar a punto de empezar a perder la paciencia.
Vio que los hombros del General se tensaban ligeramente, pero no dijo nada mientras salían a la entrada, donde los esperaban los otros tres miembros.
Morrigan y Amren cesaron su conversación en el instante en el que la vieron entrar. La primera iba vestida con un atuendo rojizo que competía en elegancia con los atuendos de Rhysand. Amren era una versión sombría de Morrigan, la bestia que acechaba entre las sombras. Azriel se limitó a salir de donde sea que hubiera estado esperando.
Salieron al aire frío de la noche, caminando como si ella fuera una criminal que estaba por traicionar a su banda. Respiró hondo, enfocándose en caminar y mantener un agarre firme en la locura que amenazaba con consumir todo su raciocinio.
La casa de su padre apareció frente a ellos, emitiendo un ligero resplandor por medio de las cortinas que le hizo entrecerrar los ojos momentáneamente. Abrió la puerta sin dificultad, sosteniéndola para que los demás pudieran pasar. Ni bien Morrigan estuvo dentro, dejó que la puerta se cerrara y caminó hacia el salón principal, donde seguramente estarían sus hermanas, o al menos Nesta.
Chasqueó la lengua cuando se encontró con los sillones vacíos y la mesa lisa. Suspiró antes de decirles que la esperaran en la sala de estar antes de subir las escaleras de dos en dos. Avanzó sin pensar hacia la biblioteca, entrando sin llamar. Tal como había esperado, Nesta estaba acomodada en una silla con un libro en su regazo, completamente aislada del mundo mientras sus ojos recorrían las palabras escritas.
—Ey, vamos, tenemos una guerra que ganar —dijo, apoyándose contra el marco de la puerta. Nesta despegó los ojos con cuidado del libro, cerrándolo con un movimiento que pareció acallar a todo el mundo.
—Como si no lo supiera —gruñó mientras dejaba el libro a un costado y poniéndose de pie—. ¿Y Gwyn?
—No tengo idea, tú estás más al tanto de sus idas y venidas que yo.
Nesta masculló algo inteligible mientras caminaba en su dirección, saliendo de la biblioteca con el rostro tenso. Feyre la siguió. Ambas hicieron el camino en completo silencio cuando entraron a la habitación donde las esperaban. Un lejano gruñido del estómago de Nesta le hizo preguntarse si necesitaba comer, pese a que Nesta no le diría nada. Ni bien se hicieron presentes, los seis pares de ojos se volvieron hacia ellas. Si su hermana parecía estar de malas antes, en ese momento amenazaba con convertirse en una fiera. Su espalda se enderezó, los hombros fueron hacia atrás y levantó la barbilla, desafiando a que alguien dijera algo más.
Todavía sin abrir la boca, Feyre fue hasta una de las estanterías, tomó un viejo mapa que ella misma había tallado, junto con los tres cuencos de cristal que contenían a sus fichas. Plata rojiza para Nesta, un color pardo para Elain y violeta ambarino para ella. Escuchó que la puerta de entrada volvía a abrir y cerrar revelando a la última que faltaba. Había una sonrisa cansada en sus facciones, probablemente producto del constante vuelo de los últimos días.
—Oh, llegué a tiempo, parece —comentó, sentándose y recibiendo el tablero que Feyre llevaba con cuidado entre sus brazos.
Nesta bufó antes de mover la mano con brusquedad, haciendo aparecer una de las runas que había en la pequeña mesa que había en el centro. Hubo un ligero destello que materializó una taza llena de un té que solamente ella iba a disfrutar. Sintió que su nariz se arrugaba ante el olor intenso de las hierbas, colocó el mapa en el medio mientras Elain acomodaba los cuentos.
—¿Qué es todo eso?
Feyre levantó la mirada a Rhysand, recordando que no estaban solas. Las tres intercambiaron una mirada silenciosa.
—Un tablero —respondió Nesta, dando un sorbo a su té, clavando sus ojos en Rhysand, como si estuviera esperando que picara algún anzuelo. Elain se hizo tronar los dedos antes de decir que era un juego. Unas bandejas de galletas recién horneadas aparecieron a lo largo de la sala con un gesto de Feyre.
—Bastante peculiar el tablero...
—Obra de Feyre, aunque tuvimos que hacerlo varias veces.
—Porque alguien lo congeló en más de una ocasión —escupió Feyre, ganándose una mirada por parte de Nesta. Sus mejillas ardieron ligeramente y se apresuró a tomar una galleta, disfrutando del sabor suave y centrándose en ello. Estiró la otra mano hacia su cuenco de fichas, dejando que la magia pasara libremente a través de sus dedos. Jugó distraídamente con una antes de apoyarla sobre la isla solitaria al oeste de Prythian—. Norrine está prisionera en Hybern, no tengo idea porqué, pero la celda está bien protegida, son hechizos sencillos de resguardo, a menos a primera vista —dijo, poniendo la ficha en la isla.
Dio otro mordisco y miró a Elain, quien comprobó el peso de su ficha antes de apoyarla con cuidado sobre el Continente.
—Las Reinas no parecen dispuestas a cooperar, pidieron una prueba de confianza para la próxima reunión —dijo ella, casi murmurando las palabras. Feyre ahogó un gruñido, esperando a que Nesta acabara con su turno.
—Gwyn tiene una mitad del Libro —añadió casi de inmediato, dejando su ficha en donde estaría Velaris. Feyre contempló el grabado como si así pudiera encontrar alguna respuesta.
—¿Las descubrieron?
—No. A diferencia de este —hizo un gesto con la cabeza hacia donde estaba Cassian—, no hemos destrozado ningún edificio. Gwyn se aseguró de que no hubiera guardias.
Feyre asintió, tomando otra de las fichas entre sus dedos e intentando ignorar la tensión que parecía estar creciendo en los otros presentes.
—¿Podemos asumir que el contenido lo traducen en el Cuartel o lo hará Gwyn por su cuenta? —La pieza de madera pulida parecía estar emitiendo cada vez más calor en su mano.
—Por su cuenta —dijo Nesta. Con un asentimiento de cabeza, Feyre dirigió su mirada hacia Elain.
—¿Cómo estamos con el frente en la Corte Primavera?
Hubo un sutil suspiro de su parte.
—No he podido confirmarlo, pero tu División estaba siguiendo los pasos de todos los que podrían estar relacionados con el secuestro de Norrine. Lucien probablemente esté sumándose a los patrullajes y Tamlin se veía más decaído que antes...
Una ficha dorada en la Corte Primavera a la vez que la oración se completaba en la cabeza de Feyre. «Antes de que aparecieras casi muerta por faebana».
Hubo un momento de silencio antes de que Feyre apoyara una ficha sobre el Medio. Si necesitaban la otra mitad del Libro, tendrían que dar algo de igual valor. La magia no era parte de la naturaleza humana, pero eso no quitaba que quisieran fingir que sí.
—Podemos ofrecer una de las capas que hay en la cabaña de tu madre —propuso, sabiendo que era como dar una bomba a un niño. Elain negó con la cabeza.
—Sabes que las capas no son para cualquiera.
Feyre se encogió de hombros al tiempo que Nesta murmuraba una respuesta.
—Una espada illyriana debería bastar.
—Dudo que eso pueda contar como algo de buena fe —murmuró Feyre, viendo cómo su hermana ponía otra ficha cerca de Bajo la Montaña.
—Podríamos hacer una de las estatuillas que tenemos a montones en casa —terció Elain.
—Demasiado ordinario —negó Feyre, a lo que su hermana se encogió de hombros.
—Sí, pero no es un arma y podríamos utilizar runas para que tenga algo de valor para ellas.
Estaba tan fascinado como incómodo a la vez ante lo que sea que había frente a sus ojos. Hacía tiempo que había dejado de prestar atención a lo que estaban diciendo y se limitó a ver cómo ponían y sacaban las fichas. Si tenía que entender algo, todo lo que podía ver eran ejércitos, moviéndose de un lado a otro, donde habían estado y donde querían que estuvieran en un futuro. Casi todas las rojizas las conocía, prácticamente iguales a las que había en la Casa del Viento o en su propia habitación. Las violáceas se movían casi de inmediato, y podía verlas pasar frente a sus ojos como si estuvieran marchando. Eran las marrones las que más tardaban en ser claras, en tomar una posición que terminara siendo favorable.
Echó una mirada a Rhysand, quien parecía estar siguiendo todo con el ceño ligeramente fruncido. Si él podía comprender qué había en aquel caótico vaivén, mejor para todos.
—Tenemos que asegurarnos el Libro antes de que Hybern empiece a utilizar el Caldero.
—Sin oferta, no hay venta —replicó secamente la elfa de invierno, dando otro sorbo a la taza. Cassian empezaba a preguntarse si estaba rellenándola constantemente.
—Pueden revelar a Velaris, es algo que podría mostrar la seriedad de nuestro pedido —dijo Rhysand, interviniendo con la misma facilidad como quien habla del clima. Como si hubiera tirado una piedra al agua calma de un lago, las tres levantaron la cabeza del tablero, intercambiando de nuevo esas miradas silenciosas que le daban escalofríos. Feyre se hizo a un lado, dejando un sitio que Rhysand ocupó casi que al instante—. Hay un objeto en la Ciudad Tallada que puede servir.
—El Veritas —murmuró la rubia por lo bajo. Por el rabillo del ojo, Cassian pudo ver a Morrigan tensarse.
—Supongo que en este caso va a ser complicado llevar a Gwyn —suspiró Feyre, dejando una pieza en donde seguramente había una muesca que representaba a la ciudad en cuestión.
—Merrill la tiene en la mira —asintió la elfa, despacio.
Una sonrisa demasiado dulce en el rostro de la de ojos marrones hizo que temblara por dentro. No se le pasó por algo el ligero temblor en las alas de Feyre cuando la miró directamente a los ojos.
—Creo que vas a tener que ayudar con la distracción, Fey-fey.
—Si serás rencorosa —le pareció escuchar que murmuraba en respuesta, con las mejillas adquiriendo un tono rojizo. Había un brillo peligroso en los ojos de la hermana de pelo castaño, uno que le hacía querer dar media vuelta y emprender la retirada, por muy vergonzoso que fuera—. Supongo que vas a seguir con la idea hasta que lo haga.
—Es tu especialidad —replicó la rubia con un encogimiento de hombros. Feyre soltó un gruñido y dejaba caer la cabeza. Rhysand las miraba con una ceja alzada, aparentemente inmune a todos los comentarios peligrosos que volaban entre las hermanas—. Él no se va a quejar —añadió, dándole una mirada rápida a su hermano, quien miró a Feyre, esperando una aclaración o una mejor respuesta.
Cassian dudaba que Rhysand no supiera a qué se referían.
No tenía idea de a qué hablaban exactamente con una distracción, pero si se guiaba por todo lo demás, se hacía una idea. Tuvo que reprimir el recuerdo de Feyre bailando en sus brazos Bajo la Montaña, y más aún el recuerdo de la noche. El tablero frente a él era un caos, cada vez más cubierto por fichas marrones acomodadas de tal forma en la que, quizás, Prythian acababa defendiéndose de Hybern, si es que éste no se adelantaba a sus movimientos. Se relamió los labios, mirando discretamente a Azriel, quien le dio un leve asentimiento de cabeza.
Definitivamente, no podía dejar escapar una alianza con ellas, pertenecieran o no a una organización. Empezó a preguntarse por qué no había escuchado de aquella manera de operar, hasta que la respuesta apareció frente a sus ojos: ellas se aseguraban de que todo cayera con naturalidad donde deseaban que cayeran.
—¿Cuánto tiempo tenemos para conseguir el Veritas? —preguntó al ver que la mayor empezaba a anotar algo en un papiro y las otras dos empezaban a separar las fichas en los tres cuencos, volviéndolos a llenar.
Fue la del medio la que respondió:
—Cuanto antes mejor —y miró a Feyre, quien parecía estar evitando su mirada a toda costa. Una parte de sí quería gruñir, pedirle que le diera el placer de poder ver sus ojos, pero se contuvo. Si ella estaba manteniendo la compostura, entonces él también lo haría, así fuera lo último que hiciera.
—¿Dos días es suficiente?
La hermana del medio inclinó la cabeza hacia un costado, como si estuviera analizándolo antes de asentir.
—Más que suficiente.
Contempló en silencio a Feyre, como si pudiera ver algo más allá de todo lo que mostraba.
En cierta manera, tenía la impresión de que estaba jugando al mismo juego que ella guardaba en ese momento. Casi podía sentir las siguientes preguntas formándose en la punta de su lengua, pero tendría que esperar, seguro de que en ese momento conseguiría un silencio absoluto. Vio a las otras dos ponerse de pie, dedicándole un asentimiento de cabeza más o menos respetuoso antes de marcharse.
—Hay que asegurarnos una alianza con ellas —dijo Amren cuando quedaron los cinco solos. Él asintió con la cabeza despacio, diciendo que le parecía que esa había sido la intención de las tres hermanas desde un principio—. Me sorprende que puedan mantener en secreto una red de información tan grande.
—Y precisa, demasiado precisa —añadió Azriel con un tono casi ácido, sus ojos fijos en la puerta, como si así pudiera ver a las hermanas. Su rostro no decía nada, pero podía ver que estaba con la curiosidad compitiendo con el orgullo, algo que él mismo podía notar en sus ojos recorriendo cada estante, los dedos picando para agarrar el tablero guardado o ir corriendo a Feyre para poder sacarle información.
—Ustedes quédense en Velaris —ordenó a las dos hembras que quedaban. Amren no dijo ni hizo nada, Morrigan apretó los labios, pero asintió de todas formas. Si iban a hacer una locura, al menos que fuera escandalosa.
Estaba por ir a buscar a Feyre cuando regresó, mascullando algo y las alas firmemente plegadas contra su cuerpo. Iba con una capa que la cubría desde el cuello hasta los pies, casi del mismo color que las alas y estaba seguro de que volvía a tener algo de dificultades para poder ver las marcas negras que decoraban parte de su cuello y hombros. «Otro glamour», pensó, viéndola a los ojos. Algo en ellos no terminaba de decidirse qué emoción la dominaba, la contempló abrir y cerrar la boca tantas veces hasta que, conteniendo una risa, tuvo que preguntar:
—¿Qué pasa?
—Nada, vamos —dijo al final, sacudiendo la cabeza, apartándose para que salieran.
Ir a Ciudad Tallada en ese momento se sentía como estar jugando con fuego. No quería ni pensar en cómo podría escalar la situación si empezaban a tener comentarios de los pocos nobles de la casa Faesgar cuando vieran a otra illyriana en su territorio.
La vio de reojo cuando alzaron vuelo, iba apenas dos aleteos por detrás de él, con una expresión completamente vacía, parecida a la de los soldados que están por entrar a una batalla. Consideró entrar a su mente, quizás preguntarle qué clase de papel iba a hacer o si realmente terminaba de comprender lo que estaba haciendo. Con un suspiro, se obligó a volver la vista al frente, a la mancha de un blanco lunar que se recortaba entre las altas copas de los árboles.
Volaron hasta posarse en la entrada del Palacio de la Noche, apenas un susurro de sus alas fue todo lo que advirtió de su presencia. No reprimió el bufido de malestar, así como probablemente tampoco lo hacían sus hermanos al sentir el eterno olor a sangre que se colaba por sus fosas nasales.
Caminaron hacia la puerta, donde un fae regordete y calvo, probablemente una mezcla de duende con alguna clase de fantasma, con orejas tan grande como su propia cabeza y tan translúcido que se podía ver el pasillo del otro lado, salió a recibirlos con una mirada que apenas podía ocultar la sorpresa. O desagrado, nunca se sabía del todo en Ciudad Tallada.
—Oh, Alteza, no sabíamos que vendría de visita —balbuceó, haciendo una reverencia tan profunda que su pequeña nariz estuvo a punto de tocar el suelo. Rhysand esbozó una sonrisa que le solía causar náuseas, pero sabía lo bien que funcionaba en esa parte de la Corte.
—Espero que puedan tener mis aposentos en condiciones, y añadan una cama más para mi visitante —ordenó, haciendo un gesto hacia Feyre, quien inmediatamente se colocó a su lado con la cabeza gacha. El mayordomo asintió antes de decirle que lo siguiera, balbuceando una sarta de palabras sin sentido mientras atravesaban los pasillos que parecían ser incluso más oscuros que el cielo de su Corte. Apenas habían caminado unos pocos pasos cuando una puerta se abrió de par en par, recortando la figura de Keir. Iba vestido de oro y plata, como si así pudiera hacerle olvidar su parentesco.
—Sobrino —le dijo con aquel tono que era tanto o más frío que el que solía utilizar su padre cuando hablaba con él. Le incomodaba su propia piel el ver rasgos parecidos, sin importar que los Rionnag se habían separado hacía tiempo de los Faesgar. «Debe ser cosa de la familia original», solía decirle su madre cuando se quejaba al respecto. Odiaba lo físicamente parecido que era a Morrigan, solo que, en él, todos los rasgos se veían fríos, calculadores, hechos del mismo blanco material que las calles y estructuras de la ciudad—. Ha pasado un tiempo desde tu última visita.
Rhysand asintió despacio, mordiéndose la lengua para no decirle que no habría vuelto de no ser necesario. Una mentira que ni siquiera él mismo se creía.
—Supongo que es hora de venir a asegurarme de que tu trabajo sigue igual de impecable después de una ausencia tan larga de mi parte —comentó, inclinando la cabeza hacia un costado. Una chispa de malestar apareció en los ojos de su tío, y sin una respuesta, decidió que lo mejor era marcharse antes de que empezara a meterse con Azriel, Cassian y Feyre a la vez—. Si nos disculpas, necesito llevar a mi amada a mis aposentos antes de poder escuchar todos los reportes que tengan para mí. Te veo en un par de horas.
Keir lo miró con un asco que estuvo a punto de hacerle enseñar los colmillos, ni qué decir cuando pasó sus ojos por el resto. Rhysand pudo sentir al mayordomo regordete que se removía incómodo a pocos pasos de distancia, como si su tío fuera a rivalizar con la presencia de quien tenía el control de la Noche misma.
—Solo espero que sepa escoger bien a su futura esposa y dama consorte, sobrino.
Rhysand se obligó a darle una sonrisa pese a que podía sentir su piel tirante y las manos tensas, listo para dejar que todo el poder estallara contra Kier. Quizás así podría deshacerse de su persona. Si no fuera porque los nobles se mantenían tranquilos bajo su mando. Sin decir ni hacer nada, se extendió una mano hacia Feyre, quien la tomó con cuidado, caminando a su lado con la cabeza gacha, como si fuera una simple muchacha y no la que estaría acallando al insufrible de su tío si se le diera la oportunidad.
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