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Armando constelaciones

No podía ser cierto, la visión debía estar mal, ¿no? Sin embargo, Elain sabía muy bien que era más probable que ella estuviera negándose a entender que un error. Cerró la puerta como si no estuviera temblando por dentro, apenas produciendo un suave clic. Respiró hondo, apoyando la frente contra la madera, respirando un momento antes de girarse sobre sus talones y caminar hacia la sala de estar. Tomó unos leños que estaban apilados en una esquina, los apiló dentro de un brasero y lo colocó en medio de la habitación. Se concentró mientras metía la mano en un pequeño balde de agua helada y luego en un cenicero que tenía a su lado antes de empezar a trazar con el dedo lleno de cenizas el símbolo de Nesta a los pies del brasero: un gancho que cortaba abruptamente la curva, rodeado en un rombo. Se secó la mano en la falda sucia de harina y tierra, antes de dibujar la runa de fuego sobre uno de los leños, viendo cómo esta se encendía en una chispa que inmediatamente empezó a consumir cuanta madera y carbón se encontró. Vio cómo ardía hasta que la runa de Nesta empezó a emitir su característico brillo de plata azulada, tiñendo a las llamas del mismo color.

—Llamas temprano —saludó Nesta entre las llamas. Elain hizo una mueca de disculpas, a pesar de que su hermana no la necesitaba, no cuando a veces se llamaban únicamente para no pasar tanto tiempo con sus pensamientos menos agradables. Miró sobre su hombro, comprobando que la puerta estaba cerrada, pese a que sabía muy bien que nadie entraría sin su permiso. Nadie podría escuchar lo que dijera entre esas paredes.

—Feyre se veía mal, sus ojos casi se volvieron blancos —dijo, sintiendo que se le formaba un nudo en la garganta y el pecho se le anudaba. Nesta guardó silencio, pero podía intuir la tensión que debía estar creciendo en sus hombros, casi podía imaginar a sus ojos adquiriendo un color parecido al humo. Incluso al parpadear le parecía seguir viendo a Feyre con un collar rojo cayendo hasta el suelo y su hermana mirando a la Patrona de Oorid a los ojos, desafiándola como lo había hecho antes—. Y pasó algo más, pero es borroso. Creo que había seis tronos, cuatro cabezas y dos coronas en el suelo.

Su hermana no dijo nada, aunque le pareció escuchar cierta nota de duda cuando le dijo que vería qué podía hacer. Estuvieron en silencio un momento antes de que Nesta volviera a hablar.

—¿Cómo están?

—Empiezan a agitarse. Poco a poco voy logrando que me dejen entrar, pero las dos hembras no quieren saber mucho de estar cerca de mí. —Tampoco buscaba algo más que el permiso para ser una simple sirvienta—. Fey-fey tendría que apresurarse.

—Sabes que no puede —dijo Nesta, con una nota casi imperceptible de la misma frustración que sentía Elain. Al final, dejó salir un suspiro antes de añadir—. Veré qué puedo hacer.

Las llamas volvieron a ser rojas y el símbolo frente a ella desapareció por completo. Se quedó un rato más en el suelo contemplándolas, creyendo ver a un animal moverse antes de que todo desapareciera en un siseo. Cerró los ojos, pidiéndole a la Madre que tuviera consideración por su hermana.

—Debo admitir que me equivoqué respecto a ti —fue lo primero que dijo Rhysand al aparecer en la celda de Feyre, varias comidas después. Ella dejó el plato con lo que supuso que serían restos de hacía casi cinco días (si se guiaba por el olor), concentrándose en él. Feyre arqueó una ceja, sintiendo un ligero dedo helado que le apretaba el pecho ante aquellas palabras, y esperó a que siguiera, sabiendo que él no vería el gesto de su rostro—. Ahora, por otra parte, nunca escuché de una elfa que supiera cómo blandir una espada.

Feyre se encogió de hombros, intentando no reírse ante el recuerdo de Nesta y sus primeras clases de manejo de armas. Ni siquiera las illyrianas se veían tan feroces con una espada en mano.

—Supongo que mi padre era algo paranoico y nos... me enseñó un par de movimientos.

Los ojos lavanda de él emitieron un brillo entretenido antes de que se acuclillara frente a ella. Sintió de inmediato la presión de Rhysand contra su mente, no pidiendo entrar, sino como buscando una entrada o algo que le permitiera ver más allá.

—Preciosa, he peleado en la Guerra Negra, vi guerreros en todos los estados de manejo de armas, lo tuyo no entra en "un par de movimientos" —ronroneó Rhysand, acercándose hasta quedar a un movimiento de rozar su nariz. Feyre podía sentir el corazón empezando a acelerarse en su pecho, consciente de que la lengua se le estaba a punto de aflojar y la marca en su muñeca le daba un pinchazo helado.

—Pues entonces habrá sido suerte de principiante —soltó, inclinando la cabeza con una sonrisa inocente y tratando de no rehuir de la mirada amatista. Rhysand la estudió, casi con la misma atención con la que sus hermanas la miraban antes de salir con una respuesta contundente.

—Supongo que tendré que conformarme con esto —dijo él, sin dejar de sonreír con evidente diversión, la simple vista de aquella expresión que le hizo agradecer el estar sentada en el suelo. No tenía idea si era cosa del instinto o si Rhysand había deducido algo, pero pareció preocupado por un momento, aunque su mirada volvió a ser tan insoldable como antes—. ¿Cómo está la humana?

—Va a necesitar algo de atención básica. No puedo hacer mucho —respondió, intentando tragar el veneno y el sentimiento de malhumor que estaba empezando a reptar por su pecho. Él asintió y se dirigió a la otra celda, desplazándose como una nube de cenizas. Lo escuchó entablar conversación con Norrine, ofreciéndole curar las heridas, ganándose unos cuantos insultos y rechazos casi al instante. «Muy infantil de tu parte ponerte feliz porque le dice que no a una oferta de ayuda», gruñó para sus adentros, cerrando los ojos e intentó conciliar algo de sueño.

Norrine escupió en dirección al Señor de la Noche, quien se limitó a sacar un pañuelo de su bolsillo y limpiarse el rostro sin alterarse ni un poco. O eso pensó cuando vio los ojos violetas refulgir en cuanto volvió a abrirlos, volviendo a ser el lobo feroz que había visto frente al trono de la pelirroja demente. Casi podía imaginar ver al mundo sumirse en la oscuridad absoluta, completamente privada de cualquier rastro de rayos de sol. Una parte de sí le recomendaba controlarse y dejar de poner a prueba al hombre frente a ella. La otra simplemente quería darle un buen puñetazo.

—Linda, tengo la paciencia bastante entrenada gracias a mis hermanos, pero no me agrada la falta de disciplina —dijo él, doblando con cuidado el pañuelo de tela antes de volver a guardarlo en uno de sus bolsillos y mirándola fijamente—. La elfa te tiene aprecio y hasta que tu amigo zorro pueda bajar aquí sin que Amarantha lo esté vigilando como un halcón, puede que ese lindo brazo tuyo se convierta en tu perdición —continuó, recostándose contra los barrotes con absoluta casualidad, señalando con el mentón la herida en cuestión—. Así que, déjame que te cure, consigue tu final feliz con el príncipe de las flores y no escuchas más de mí por un buen tiempo; o te mueres y nos arrastras a todos contigo. Elige bien, linda.

¿Acaso a eso se le podía llamar tener elección? Bufó ante lo ridículo que era todo aquello. Lo miró largo y tendido, preguntándose por qué estaba insistiendo tanto en ayudarla, en darle lo que ella quería, en protegerla.

—¿Qué quieres a cambio?

—Hablaré mejor de los detalles cuando hayas acabado la tercera prueba, por ahora, déjame curar al menos un poco ese brazo tuyo. Cuando el momento llegue, te digo el precio.

Norrine apretó los dientes, preguntándose qué de todas las cosas que podía tener le interesaría a alguien como él. Consideró algún posible favor futuro, un simple objeto que no sería importante sino hasta que lo fuera, ¿o quizás querría a su primogénito? Todo lo que pasaba por su cabeza no terminaba de ser del todo coherente, pero ese sujeto no tenía sentido en ninguno de sus aspectos. Claramente no quería saber nada de ella, pero la había desconocido cuando Amarantha le preguntó por su identidad. Incluso le había dedicado una sonrisa de aliento antes de que la tiraran en la arena con el goblin demente. Si así era él, no quería imaginar al resto de su pueblo. ¿Cómo hacía Faye para al menos considerarlos una raza no tan mala? Quizás frente a los estándares fae eran soportables, o había algo particular de Faye por querer aquello que era poco querido. Soltó un suspiro cansado antes de mascullar un "está bien".

—Bien, cualquier cosa, hemos pactado para que vengas a mi Corte doce veces al año.

—¿Por qué diría eso?

Rhysand sonrió mientras se arrodillaba y tomaba su brazo con algo de delicadeza. Había un brillo casi que perverso en su mirada.

—Dejémoslo en que es una vieja riña con tu querido Tam —dijo, antes de cerrar los dedos alrededor de la herida y Norrine cayó en una oscuridad absoluta por un instante. Cuando volvió en sí, estaba sola en el suelo, limpia y con el brazo curado. Rhysand estaba a punto de marcharse de la celda y dejarla, antes de que Norrine lo detuviera.

—¿Por qué mentiste? —Él la miró sin entender—. Sobre Clare, la otra humana, dudo que haya sido tan parecida a mí.

Rhysand pensó un poco sus palabras antes de responder, con un tono que no supo distinguir si era o no serio:

—La vida aquí es complicada, uno busca dejar de ser el que recibe los golpes de vez en cuando. —Su expresión entera era indescifrable—. ¿Algo más que quieras preguntar?

Norrine se mordió el labio, pensando un poco y lo miró con algo de duda. A fin de cuentas, ¿qué tenía para perder?

—¿Sabes la respuesta al acertijo?

Una carcajada estalló de la boca de Rhysand, haciendo que las mejillas y orejas de Norrine ardieran de la vergüenza. Él negó con la cabeza, añadiendo que no tenía permitido darle más ayuda de la que ya estaba dando. Con eso, salió de la celda, y todavía le parecía escuchar los ecos de aquella risa, ahora más amenazante que en un primer momento.

Norrine había dejado de contar el tiempo, y parecía que Faye también. Ambas se la pasaban en las celdas, durmiendo o intentando resolver el acertijo, sin éxito y terminando con la cabeza en cualquier tema menos en ello, como si pensar en las pruebas les hiciera algún bien, aparte de cerrarle el pecho y hacerle caer en la cuenta de lo desnuda que se sentía en aquel mundo. No veía a nadie entrar o salir, ni siquiera sabía si había guardias en algún lado, pero era probable que ella no viera lo que realmente había afuera. ¿Quizás serían criaturas espantosas? ¿Seres la matarían si ponía los ojos sobre ellos, así fuera durante un instante? Cada tanto escuchaba a Faye soltar algunos quejidos de dolor y uno que otro siseo bastante agresivo, sin nunca decirle qué era lo que le pasaba.

Justo la elfa se había calmado cuando aparecieron dos mujeres de repente en sus celdas, como si estuvieran hechas de humo y sombras. Le recordaba en demasía a Rhysand y su manera de ir de un lado a otro, supuso que ellas serían ese dichoso pueblo del que tanto hablaban, pero no podía verles ningún par de alas saliendo de su espalda o los ojos de colores más amarronados. Una de ellas la tomó de la mano, ofreciéndole una sonrisa fugaz antes de que todo se volviera negro, de un frío y vacío tan absolutos que se sintió como volver a respirar al salir de lo que sea que había sido aquello. Sin perder el tiempo, la mujer le desvistió sin problemas, como si fuera una simple muñeca, y Norrine no tardó en querer cubrirse con las manos, demasiado consciente de su "belleza humana". La fae, ignorándola por completo, fue hasta un rincón del cuarto para dejar las ropas en el suelo antes de abrir un cajón y sacar una tela blanca, regresando a ella para después extender lo que tenía en brazos. Era un vestido que parecía ser lo mismo que lo que llevaba en ese momento: nada.

—¿Qué se supone que es esto? —preguntó Faye mientras se ponía ella misma el vestido luego de gruñirle a la fae que la había llevado. La mujer que la ayudaba, idéntica a la que tenía Norrine a su lado, parecía estar confundida ante la actitud de la elfa. Norrine se dejó vestir al escuchar las palabras que siguieron a la pregunta.

—Órdenes del Señor de la Noche —susurró la que se suponía que debía atender a Faye, quien estaba terminando de colocarse las telas negras, ajustando un cinturón de plata que definía mejor una silueta envidiable a la altura de la cintura. La elfa resultaba imponente a pesar de la cantidad escandalosa de piel que quedaba al descubierto, como si siempre usara atuendos así. Norrine se sentía al borde de un ataque nervioso, especialmente cuando empezaron a pintarle patrones a lo largo del cuerpo con una pintura que parecía ser exactamente como todos los decorados que había en la Mansión. Rizos que subían y bajaban, enredándose entre ellos hasta que decidían que estaban suficientemente cubiertas.

Miró a Faye, sintiendo que el aliento se le atoraba en la garganta. De no haberla conocido, habría incluso pensado que era una noble cercana a Amarantha, especialmente cuando reparó en la mirada molesta.

Rhysand apareció justo cuando las dos faes dejaron los pinceles que habían estado usando. Las sirvientas hicieron una reverencia antes de esfumarse, dejándolas a solas con el Señor, quien parecía estar satisfecho con los resultados. Especialmente con la elfa, si se guiaba por la segunda mirada que le dio. Norrine se quiso tapar con los brazos, pero el fae la detuvo antes de que hiciera tal cosa.

—Linda, no hay que arruinar el atuendo antes de la fiesta —dijo, chasqueando la lengua para luego pedirles que lo siguieran. Faye lo hizo, manteniendo una expresión indescifrable, contrario a ella, que seguramente tenía todos los rasgos tensos y tenía que hacer un esfuerzo para no correr la pintura de sus brazos y manos. El suelo se sentía frío contra su piel, tampoco ayudaba el aire helado que parecía estar por doquier, mordiéndole la carne a la vez que la hacía tener que apretar los dientes para que no castañearan.

Faye permanecía imperturbable.

—¿Cómo aguantas? —preguntó en un susurro mientras seguían avanzando por los pasillos tallados en piedra, iluminados por antorchas que parecían estar a punto de apagarse cuando pasaba Rhysand.

—Demasiados años andando con ropas así.

—Sorprendente que ningún macho te haya querido desposar —comentó Rhysand, sin girarse en ningún momento.

—Tengo estándares muy altos —volvió a limitarse a responder, aunque a Norrine le pareció ver un rubor en las mejillas y un guiño en su dirección. También podía ser efecto de las antorchas y su imaginación. De todas formas, no pudo dedicarle mucho tiempo a aquel pensamiento pues llegaron a unas puertas dobles con los típicos grabados que decoraban todas las paredes, así como su piel. A diferencia de la Mansión de Tamlin, la puerta no tenía ningún escudo. El sonido amortiguado de la música se colaba a través de la madera.

Rhysand se volvió hacia ellas antes de abrir las puertas.

—Están bajo mi... cuidado, no hablen, no bailen, no miren a nadie y la noche será más llevadera para todos.

—¿Cuál es el punto de traernos si no vamos a ser más que unas simples decoraciones? —bufó Norrine.

Él sonrió antes de decir que ella había entendido todo, y entraron. No había visto ninguna fiesta en Prythian, aunque Faye le había mencionado algo sobre ellas y lo espectaculares que habían parecido ser en su momento. Sospechaba que era algo en base al verano, pero no podía recordar si había una festividad en particular, tampoco era importante. Los invitados parecían estar con sus mejores galas, vestidos con ropas que buscaban reflejar a sus Cortes y el esplendor que estas acarreaban, sin embargo, nadie resaltaba más ante sus ojos que Tamlin. Norrine era incapaz de apartar la mirada de él, con su corona hecha de ramas entrelazadas, oscuras en comparación al cabello dorado que caía sobre sus hombros con gracia; una capa y traje verde musgo, con pequeños detalles en distintos colores como si fueran las pequeñas flores que crecían entre los pastos, completaba el atuendo. A su lado, como una hiedra sin tanta gracia, estaba Amarantha, mirándolas con una ceja alzada a medida que avanzaba, siempre un paso por detrás del Señor de la Noche. Recién entonces Norrine cayó en la cuenta de lo sencillo, pero de todas formas elegante, que era su atuendo: nada más que una camisa negra y unos pantalones que se perdían dentro de unas botas que habían sido pulidas recientemente.

—¿Y esto qué significa, Rhysand?

—La señorita Norrine me pidió un favor a cambio de pasar un tiempo en mi Corte por el resto de su vida —respondió él, sin darle mucha importancia. La expresión de Tamlin no había cambiado ni un ápice, pero Norrine le pareció notar que sus nudillos se ponían blancos contra el apoyabrazos de su trono negro. Amarantha preguntó qué tenía que ver Faye en ese acuerdo y casi se vio abriendo los ojos como plato al escuchar la facilidad con la que soltaba la mentira—. La humana insistió en traerla, supongo que disfruta de tener al menos a un fae bajo control.

Con una mueca de fastidio, la Reina los dejó seguir con su velada e inmediatamente Norrine sintió esa presencia helada dentro de su cabeza antes de volver a despertarse en su celda, todavía con el vestido de la noche y un fuerte dolor de cabeza. Lucien estaba arrodillado a su lado, sus ojos teñidos de alivio al verla moverse. Sintiendo la voz ronca, le preguntó qué había pasado anoche.

—Para tu tranquilidad, lo más grave que hiciste fue estar sobre la falda de Rhysand junto con Faye —respondió, aunque todavía había algo de tensión en sus hombros.

—¿Y ella? ¿Está bien?

—Faye está... bien —Lucien dudó con la última palabra, haciendo que el corazón de Norrine se encogiera ante ello. Él debió de sospechar para dónde iban sus pensamientos pues empezó a negar con la cabeza—. No me refiero a eso, ya la viste en la primera prueba y Rhysand también, por mucho que odie admitirlo, saber acercarse a una hembra que es capaz de matar a un dragón es de inteligentes o idiotas. El endemoniado difícilmente entra en lo segundo.

En eso tenía razón. Había pasado tanto tiempo preocupada por lo que podría pedirle el fae que había olvidado las habilidades de Faye y que, quizás, Rhysand tenía el ojo puesto en ella, más aún considerando que Faye parecía ser alguien que él quería tener cerca. No habían sido las pocas veces que lo había escuchado cuchichear con ella en su celda.

—Entonces, ¿por qué dudaste?

—Hay cosas que Faye me ha contado para no tener todo el peso sobre sus hombros, no soy quién para ir revelando lo que me han pedido que calle —dijo, poniéndose de pie. Norrine iba a insistir, pero Lucien la detuvo—. Dentro de poco te llamarán para la segunda prueba, Amarantha puede que vuelva a tenerme en la mira y no pueda atenderlas en caso de que se lastimen. Tengan cuidado, por favor.

Lo vio levantarse y apenas ocultar una mueca de malestar. La pregunta salió antes de que pudiera detenerla.

—¿Te pasó algo?

Lucien la miró con lo que supuso que sería sorpresa antes de mover ligeramente el cuello de su camisa, mostrándole un vendaje.

—Nada que no volvería a hacer.

Feyre estaba otra vez en el laberinto, casi en el mismo sitio que antes, pero era difícil de decir con la cantidad de magia arcana que parecía haberse apoderado del sitio. Y la illyriana empezaba a dudar de la creatividad de Amarantha respecto a la ubicación, pero no pensaba ser ella quién empeorara todo, mucho menos darle motivos para ser más hija de puta de lo que estaba siendo. La regla de la nueva tarea era simple: Norrine tenía que encontrarla antes de que acabara el tiempo o la matara alguna bestia que rondaba por los pasillos. Feyre casi había estado preguntándose si no debería ponerle al menos una runa para amplificar la magia que ya estaba absorbiendo su cuerpo, cuando escuchó su parte del reto. Como si supiera su mayor debilidad, le había dado una adivinanza para que, de resolverla, Norrine pudiera encontrarla de inmediato.

Con eso, las había vuelto a arrojar en distintas partes de los túneles al tiempo que ella daba vuelta a un reloj de arena que había aparecido junto a su mano. Esta vez le había tocado un área tan grande que podía estirar sus salas sin problema, teniendo unos cuantos centímetros de margen. El suelo estaba cubierto por arena y tierra, alumbrado por un haz de luz que caía con demasiada intensidad sobre ella. Casi sonrió al notar el techo abierto cuando unas rejas se atravesaron por las únicas dos formas de salir de allí: arriba y de frente.

Soltó un gemido ahogado mientras se acomodaba en la jaula, dejándose caer en el suelo lleno de lo que bien podrían ser huesos viejos. De por sí estaba con toda la cabeza dando vueltas por las visitas y los bailes con Rhysand, preguntándose cuánto tiempo le quedaba a la gema de ocultamiento hasta que se saturara y debiera vaciarla. La miró disimuladamente cuando se agachó a tomar un hueso que había por allí. Por lo opaca que estaba volviéndose, casi de un color similar al de la obsidiana, sospechaba que poco tiempo.

«Bien, la Madre debe de querer darme un muy severo castigo por algo que hice alguna vez», rezongó mientras se ponía a escribir la adivinanza en el suelo de tierra con la punta afilada del hueso.

Hay quienes me buscan y no me encuentran,
y algunos que me encuentran, me rechazan.

A veces parezco selectivo,
pero a todos los bendigo,
y a enfrentarme los animo.

De mano suave puedo ser,
dulce, a miel puedo saber,
pero temible bestia puedo ser,
difícil de vencer,
para el que no me quiera reconocer.

En el blanco siempre doy,
en los detalles estoy,
y más letal que la muerte soy.

¿Por qué tenía que tocarle justo una prueba dónde apenas tenía el mínimo de capacidad para conectar dos puntos y que tuvieran sentido? Agitó ligeramente las alas en un intento de dejar salir algo de frustración, frenándose casi de inmediato al caer en la cuenta de que había ojos sobre ella. Masajeó sus sienes, quizás esperando que la respuesta apareciera mágicamente en su cabeza. Aparte, ese debía ser el punto, ¿no? Que no tuviera las herramientas ni una forma fácil de pasar la prueba. «Como resuelva esta adivinanza, me declaro a Rhysand esta noche», gruñó, apoyando la espalda contra la pared y estudiando a las palabras como si fueran un mapa de guerra. Intentó recordar cómo hacían sus hermanas, qué harían ellas para ir sacando pieza por pieza lo que había en aquellos renglones. Tomó el palo de nuevo, dibujando las fichas con las que solían jugar mientras planeaban expandir algún negocio de papá. Ella siempre era la primera, colocando toda la información que tenían en el momento.

Dibujó un círculo mientras pensaba en la palabra escurridizo, una flecha mientras veía la segunda estrofa. Una triqueta para la bendición y el enfrentar, un espiral para suave y temible; un punto para la certeza y lo absoluto. Jugueteó con el hueso en su mano mientras intentaba recordar conversaciones con Nesta y Elain, si alguna vez habían dicho algo que sonaba mucho peor que la muerte misma. Pensó en la Madre, que a veces la describían (y se incluía) como dura cuando tenía que enseñar una lección, al mismo tiempo que Gwyneth le había dicho que, por muy dura que fuera, siempre había una buena intención de fondo. Como un padre con sus hijos.

Trazó un enorme cuadrado alrededor de las piezas, encerrándolas en un tablero. Si lo que había en la adivinanza era algo que podían poseer, entonces tendría que descartar cualquier animal que cruzara por su mente. Dibujó un triángulo fuera del tablero, al mismo tiempo que le pareció escuchar un grito a la distancia.

—La paciencia es crucial en la guerra, Fey-fey, un movimiento en falso y...

Cerró los ojos, volviendo a concentrarse en las estrofas. ¿Había visto a alguien sufrir por esto? ¿Había presenciado los dos lados de lo que sea que era aquello? Bufó, caminando como fiera enjaulada, sin quitarle los ojos de encima a las palabras que parecían burlarse de ella.

La antorcha iluminaba poco más allá de la nariz de Norrine, estaba en una negrura tan absoluta que cada tanto le mostraba algunos huesos a sus pies o una pared antes de que la chocara, como si a último momento cediera ante la luz del fuego que llevaba. Suponía que aquella era la única cortesía que podría obtener de Amarantha. Faye le había dicho que el laberinto tendía a cambiar en base a reglas que no conocía, por lo que lo mejor que podía hacer era ir hacia donde el instinto le dijera. Como si el instinto de Norrine le dijera algo más que "gira a la derecha" en lugar de "¡Huye de aquí, imbécil!". Ahora, cada vez que escuchaba un ruido, se debatía si averiguar lo más rápido posible si era bueno o malo escucharlo, generalmente decidía que era lo segundo sin molestarse en frenar y mirar sobre su hombro.

Por suerte, eso le había logrado evitar, por los pelos, a dos de los seres de sombras y fuego que habían perseguido a Faye la primera vez y por poco se hicieron un festín con ella. No tenía idea de cuánto tiempo le quedaba, y no pensaba confiarse de su percepción, no cuando Faye le había dicho que tenía la impresión de que estuvo al menos más de media hora metida en aquel sitio cuando Norrine le dijo que apenas habían pasado unos minutos.

Avanzaba casi a punto de empezar a trotar, rogando que alguna divinidad iluminara a Faye y le diera la respuesta de la adivinanza que no había escuchado. Podía imaginar a su amiga intentando resolver la adivinanza para asegurar la victoria, pero si lo que había dicho era cierto, entonces quizás tampoco lo intentaría. Suspiró, pensando en que, de salir con vida de allí, más le valía resolver el acertijo propio, dudaba que pasar una tercera vez en aquel sitio fuera a ser de su agrado.

Tamlin sentía el corazón en la garganta y una mano helada en el estómago mientras veía toda la locura que se desplegaba frente a sus ojos. Norrine caminando hacia cualquier lado, casi eliminada por varias criaturas que rondaban en el lugar, haciendo que sus dedos se crisparan y que varias veces estuviera a punto de salir corriendo de su lugar para protegerla. Eso, sumado a la palpable emoción del hijo de puta de Rhysand sobre el evento, estaba a punto de quebrarle la máscara de indiferencia que se obligaba a llevar. Las noches habían sido una tortura, podía ver cómo aquellos ojos violetas brillaban con malicia mientras mantenía a Norrine a su lado, era una suerte que no la hubiera besado o algo peor. O eso se repetía una y otra vez, intentando no dejarse llevar. Lucien ya había sufrido los latigazos por ayudar a Faye, si él demostraba algo, estaba seguro de que la hyberiana sería capaz de cometer atrocidades a su Norrine. Amarantha disfrutaba del espectáculo, comiendo algo parecido a cecina que no pensaba probar, ni siquiera si fuera lo último de comida que quedaba en todo Prythian.

Norrine había vuelto, y se alegraba tanto como quería tirarse del pelo hasta quedar calvo. Por la Madre, había esperado tres meses eternos hasta que ella había aparecido en las garras del Attor, sin saber si era un deseo hecho realidad o una pesadilla que no parecía acabar. La única tranquilidad, relativamente, era que Faye la estuviera cuidando cuando él estaba atado de pies y manos. Suspiró disimuladamente, enfocándose en Norrine.

—¿No es increíble, amor? —Qué asquerosa sonaba la última palabra viniendo de aquellos labios, una hiedra en medio de un pulcro jardín. Casi se había dejado llevar por lo más primitivo de sí cuando Norrine declaró que lo amaba, ni hablar cuando se abalanzaron los seres repugnantes sobre ella. Lucien había tenido que frenarlo incontables veces, asegurándole que estaba bien, que la había sanado, solo para evitar que fuera a las celdas donde las mantenían a ambas. En ese momento envidiaba ligeramente a Rhysand, a quien la Madre parecía haber favorecido con más magia que cualquier Señor de su edad—. Una mísera humana creyendo que puede proclamar el amarte cuando no te conoce como yo lo hago.

Era una verdad a medias, Tamlin conocía una parte de Norrine, la que era tan indomable como la naturaleza, una rosa que se ocultaba con sus espinas y las erguía con orgullo. La diferencia estaba en que él no tenía problema en conocerla también cuando había lágrimas cayendo por sus mejillas, cuando sus ojos brillaban de alegría. Así como él no conocía todas las facetas de Norrine, ¿qué sabía Amarantha de él? Aparte de que su padre había apoyado a Hybern durante la Guerra Negra y que había cierto resentimiento hacia la Corte de la Noche. La respuesta era que no, no sabía nada de él. Se quedó en silencio, ella no esperaba respuesta de su parte, nada más le pedía que no se contuviera cuando estaban en la cama. Tampoco que él quisiera darlo todo entonces, no cuando era un rostro lleno de cicatrices el que quería ver en lugar de uno delicado.

Mantuvo sus ojos en el frente, viendo cómo la arena seguía cayendo en el reloj al que Amarantha daba golpecitos con el dedo índice de vez en cuando.

Feyre se rascó la cabeza, casi segura de que se le iba a caer el pelo en cualquier momento. «Si es un concepto, ¿cuál de todos es?». Seguía mirando sus dibujos como si allí estuviera la respuesta, porque debía estarlo. Una bestia, ¿qué bestias había escuchado que eran difíciles de vencer? Eran demasiadas, pero si era algo más abstracto... No podía ser la muerte, ¿o tal vez sí? Ella la había visto, y era todo menos "bestia". Tampoco que fuera agradable intentar recordar su aspecto. El hueso se quebró bajo la fuerza de sus dedos, a lo que soltó varias maldiciones al sentir algunas astillas que se clavaban en sus dedos. Notó un ligero toque helado en los bordes de su mente, como venía siendo ya una costumbre. Por simple desesperación, dejó que entrara en un pequeño rincón, uno donde la historia de Faye estaba cuidadosamente creada.

«Vaya, no creí que un poco de presión fuera a ser todo lo que necesitaba para entrar aquí», dijo él, queriendo admirar un poco más los detalles, pero no había mucho más que ver. Feyre aguardó, todavía centrada en los dibujos que hacía y deshacía en el suelo. «¿Qué se supone que haces?»

«Lo que mejor sé hacer cuando no tengo idea cómo enfrentar un problema», respondió, volviendo a considerar opciones hasta soltar un gruñido más que audible. «¿Está prohibido que me ayudes?»

«Específicamente a ti, no, pero con la humana involucrada, me temo que las reglas se aplican», le dijo y había cierta disculpa en su tono de voz. Tampoco era como si hubiera sido una gran ayuda.

Feyre soltó un bufido, volviendo a levantar los muros y empezando a echar a Rhysand de su mente, así fuera un rincón que había creado específicamente para situaciones como aquella. ¿Para qué se había molestado en dejarlo entrar si era lo mismo que una distracción? «Sabes muy bien por qué», pensó. Estaba cerca, debía estarlo, ¿no? «¿Que puede ser peor que la...?» Un recuerdo, vago, pasó frente a sus ojos, Tamlin viendo a Norrine marcharse, a la misma Norrine queriendo huir de lo que sea que estuviera surgiendo entre ellos. Qué idiota que podía ser, ella misma había estado segura de perder todo el sentido cuando descubrió qué era Rhysand para ella, para luego saber que había sido atrapado por Amarantha, y ni hablar cuando las primeras noches, esas condenadas noches, empezaron.

Su corazón latió con fuerza, su sangre hirviendo. Estaba como cuando iba a empezar una pelea.

—Amor. La condenada respuesta es "amor" —murmuró, sintiendo que el mundo entero se frenaba por completo antes de que la tierra empezara a temblar y la entrada del frente a ella levantaba las rejas que la mantenían separada del resto del laberinto. Aguardó por un intante, con el corazón en un puño hasta que distinguió un pequeño punto de luz. Entrecerró los ojos, sin saber si debía alegrarse o esperar un ataque.

Se puso de pie, la magia ya recorriendo sus dedos, lista para dibujar las runas que hicieran falta. No fue necesario. Cayó de rodillas al reconocer el rostro de Norrine, apenas alumbrado por la antorcha que seguía sosteniendo en una de sus manos. Una risa empezó a burbujear por su cuerpo, tenso hasta ese momento. Por el Caldero y la Madre bendita, esa sería la primera y última vez que resolvía un acertijo correctamente. No pensaba volver a tentar a la suerte.


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