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Epílogo

El portal nos conduce a una sala enorme con paredes de mármol negro perfectamente pulimentado y abundante luz solar entrando por decenas de ventanas. Cuando Dea nos deja en el suelo a Darina y a mí, ambas nos incorporamos en perfecto estado de salud. No sé en qué planeta nos encontramos ni en qué momento mi hermana ha construido esta especie de nuevo refugio de Eirén. Hay varios elementos de tecnología humana en la sala que dan testimonio inequívoco de su naturaleza.

—Si regresamos ahora, a lo mejor todavía podemos salvar a algunas personas —les solicito con preocupación—. Va a morir demasiada gente solo por salvarnos a nosotras.

Las dos Dea miran constantemente a un lado y otro de la estancia, como si quisieran asegurarse de que ninguna amenaza nos ha seguido hasta aquí.

—No había nada que hacer —replica Darina—. ¿Has visto cómo estaba Vina? Si ese reptil gigante no destruía el planeta, lo hubiera hecho ella misma. Y luego habría venido a buscarnos.

—¿Cómo sabías que esa montaña era parte de un absortor colosal? —la interrogo con asombro—. ¿Y cómo has sabido que se despertaría?

—Ella nos condujo hasta ese planeta —responde Dea en lugar de mi chica—. ¿Verdad?

En la mirada refleja una profunda inquietud. Es incapaz de dejar de dar vueltas sobre sí misma, vigilando cada rincón de la sala.

Especialmente la puerta.

—¿De quién hablas? —inquiero, contagiándome ligeramente de la preocupación de mi hermana.

—De Samyna —contesta por fin Darina—: La señora de los colosos.

—Desde hacía tiempo sospechaba que era ella. Me dijo que debíamos evitar los dos primeros planetas que consideramos para refugiar a la humanidad —nos informa Dea—. Se encontró conmigo mientras me hallaba infiltrada en uno de ellos, y me convenció para que nos trasladáramos a la granja de la guerra nuclear. Me pidió que guardara el secreto de nuestro encuentro a cambio de protegernos si nos refugiábamos allí.

—¿A ti también? —replica Dari—. Pues qué mal lo hemos guardado.

—No sé si estáis intentando tranquilizarme o asustarme —les digo a las dos—. ¿Por qué no dejas de dar vueltas de un lado a otro, Dy?

—Samyna sabía que en la granja de la guerra nuclear se ocultaba un absortor colosal, y que este sería capaz de acabar con Vina cuando nos encontrara —deduce mi hermana con severidad—. También que tú sabrías cómo despertarlo —le dice después a Darina, casi en tono acusador.

—Te equivocas —repone mi chica—. Puedes consultarlo en la corriente del tiempo, si quieres. Ese absortor no se ocultaba allí por voluntad propia, sino que la propia Samyna lo creó y lo mantuvo en letargo.

—Es verdad... —admite Dea, al tiempo que yo trato de conectar mi mente con la corriente del espacio y el tiempo.

Sin embargo, solo consigo ver manchas difusas de una conversación sin sonido entre Darina y la versión adulta de mi amiga Samyna; una parecida a aquella que conocí en la granja de arena negra.

—Vera es quien controla a los absortores negros —expone Dari— y Vina maneja a los absortores blancos. Sin embargo, es la propia Samyna quien ostenta el poder de engendrar y guiar a los absortores colosales. —Al oír esta confesión, puedo empezar a conectar mejor con el desasosiego que mantiene en alerta a las dos copias de mi hermana—. Hace semanas se presentó ante mí en su versión adulta, y me explicó que en la granja de la guerra nuclear dormía un absortor que podría salvarnos de Vina. Luego me explicó cómo comunicarme con ella para que lo despertara. Me dijo que Vera regresaría y que, poco después, nos atacarían.

No soy precisamente quien para sentirme amenazada por la idea de que mi amiga de la infancia tenga semejante arma en sus manos. De hecho, noto que mi hermana y mi chica se hallan particularmente incómodas con el descubrimiento de que esos monstruos provienen de nosotras.

Y no las culpo.

—Cariño —me interpela Dea—. No quiero sonar agresiva ni desconfiada contigo. —Dicho esto, da un par de pasos hacia atrás—. Pero me sentiría más segura si nos pusieras al día sobre el tema de los absortores y nos explicaras por qué nos has traído aquí.

—¿Qué quieres decir con que os he traído? —respondo con desazón—. Fuiste tú quien abrió el portal. Yo estaba casi muerta.

—El portal que yo abrí no conducía a esta sala —repone mi hermana—. Alguien lo ha manipulado para modificar su destino.

—Oh, mierda —masculla Darina casi sin querer, en el momento exacto en el que las puertas de la estancia comienzan a abrirse.

Las dos copias de Dea se posicionan delante de nosotras y extienden los brazos en señal de protección. Dari me toma de la mano y recula un par de pasos. Acto seguido, acceden a la estancia seis personas ataviadas con túnicas blancas y expresiones severas en el rostro. De entre ellas puedo identificar claramente a cuatro: La versión adulta de Samyna, la Vera anciana, la Darina que me sacó de la granja de arena negra y una versión de Vina que me mira con una sonrisa cerrada y cínica.

—¡Qué significa esto! —exclama mi hermana.

—Relájate, por favor —la insta la Vera anciana.

—¡Quién demonios eres tú! —le responde Dea, haciendo caso omiso de su solicitud.

Me sorprende que mi hermana no reconozca mis facciones en ese cuerpo más envejecido. Quizás sea porque la capucha blanca de la túnica le cubre parte de la frente.

—Habéis trabajado juntas durante todo este tiempo —les digo en tono de reproche, a la vez que me abro paso con el brazo a través de la barrera impuesta por Dea—. Cada momento de sufrimiento, cada sacrificio, cada muerte...

—Vera, ten cuidado —me advierte Darina desde atrás.

—Da igual cuánto cuidado tenga —respondo apretando los dientes—. No hay nada que podamos hacer para escapar de esta gente. Vayamos donde vayamos, nos encontrarán, nos llevarán hasta ellas y nos manipularán para que hagamos su voluntad. Es lo mismo que habéis hecho con la Vina a la que ese lagarto colosal se ha comido, con la pequeña Samy, con Henk, con mi padre... Vosotras manejáis el destino del ciclo del tiempo con vuestras granjas.

—Te equivocas —replica la nueva Vina que nos confronta—. Hemos sido enemigas acérrimas durante eones.

—Sin embargo, hemos tenido que aparcar nuestras diferencias porque nos estamos enfrentando a un nuevo enemigo —agrega la Vera anciana—; uno al que ni siquiera nosotras podemos vencer.

—Un enemigo que amenaza la continuidad del ciclo eterno del espacio y el tiempo —explica la Darina de túnica blanca—. Os hemos hecho venir a este punto de nuestra vida y del universo para pediros ayuda. Parece ser que una de vosotras, con apoyo de las demás, tomó una decisión que también rompió la continuidad del ciclo. Creemos que esa habilidad podría ser de utilidad.

—¡Solo sabéis decir mentiras y engañar a gente inocente para que forme parte de vuestros juegos asesinos! —vocifera Dea con rabia, y su clamor reverbera en la estancia como si pudiera hacer tambalear los cimientos de la construcción—. ¡Decidme adónde os llevasteis a mi hija Vera y qué habéis hecho con ella!

Mientras profiere esta última exigencia, una voluminosa lágrima brota de su ojo derecho y se desliza por su mejilla hasta caer al suelo.

—Me temo que tu hija ya no está bajo nuestro control —le confiesa la Vera anciana—. Ni bajo el control de nadie.

—Y ya no responde al nombre de Vera —agrega Vina con la voz desgarrada—, sino que se hace llamar Meredavis.

—Ella es la poderosa criatura que está amenazando la continuidad de todo cuanto existe —concluye con estupor la Darina de túnica blanca.

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