50. Un muro de arena blanca
He conseguido convencerla para que me permita despertar a Darina, regresar juntas a la choza y vestirme. Quiero que mi chica esté lo más lejos posible de nosotras cuando comience lo que sea que vaya a ocurrir. Vina ha aceptado solamente después de informarme que ha asesinado a las cien versiones de mi hermana que custodiaban este planeta. "Nadie va a venir en tu ayuda", me ha dicho. Pero es probable que no sepa que mi hermana forma parte de una conciencia colectiva con más de mil unidades de refuerzo, las cuales seguramente han notado la falta de estas cien y estarán viniendo hacia aquí.
Me pregunto cuánto tiempo les tomará recorrer la distancia entre las dos galaxias usando la tecnología del consejo de la que nos apropiamos.
Mientras Dari y yo caminábamos de vuelta a la choza, Vina se ha mantenido a una distancia prudencial para no ser detectada. Mi compañera estaba tan somnolienta que ni siquiera ha opuesto resistencia a acostarse en mi cama, ella sola, y quedarse profunda.
Le he prometido despertarla al amanecer para recibir a mi hermana.
La primera de las cuatro lunas que adornan la bóveda celeste de este planeta ya se ha ocultado tras el horizonte, mientras mi enemiga declarada y yo caminamos por un sendero de montaña en dirección, de nuevo, a la cima. Esta vez ella no va vestida con ninguna túnica o vestido ceremonial, sino con lo que parecen ser ropajes de guerra: un chaleco de cuero negro sobre una camisa de algodón blanco, así como unos gruesos pantalones largos del mismo material y color que el chaleco, terminando en unas botas marrones de caña alta con puntera metálica.
Camina despacio.
—No pensé que tardarías tan poco tiempo en encontrar una manera de venir aquí —le confieso.
Mantengo un ritmo constante de respiración, pasos y parpadeo. Intento no tragar saliva. No quiero que perciba nada que denote que me estoy deshaciendo de pánico por dentro.
—Ya sabes que el tiempo es relativo a todas las demás magnitudes —me contesta con una sonrisa cerrada—. Igualmente, para tu gente has tardado solo unas semanas en regresar, pero para ti han sido diez mil cuatrocientos veintitrés años de la Tierra.
Ni siquiera yo conocía la cifra exacta. Esto es aterrador.
—He tenido ayuda —le informo—. Y la sigo teniendo —la amenazo sin inmutarme.
—¿Te refieres a esa secta que degolló a todas sus congéneres? —me revela Vina—. ¿O a la anciana a la que abandonaste a su suerte para que la mataran también?
Que mi enemiga sepa tantas cosas sobre mí cuando yo apenas sé nada sobre ella podría ser el signo claro de una derrota anunciada a voces. Sin embargo, hay algo que me llama poderosamente la atención sobre el hecho de que no se haya limitado a aplastarme y borrar este planeta de la existencia, lo cual podría haber hecho sin siquiera presentarse físicamente.
—¿Eres tú realmente —le pregunto—, o solo una manifestación visual de ti?
—Te encantaría saberlo, ¿verdad? —se burla en respuesta—. Quieres conocer el grado de la amenaza a la que te estás enfrentando.
—En eso te equivocas —le replico. La cima de la montaña ya comienza a divisarse más allá de la bruma de las termas—. Eres tú quien quiere obtener información sobre mí, ¿verdad? Si no, ¿por qué razón iba a seguir viva? Crees que ya no hay nadie que pueda ayudarme, y, aun así, necesitas asegurarte.
—Para serte sincera, eres la única versión de Silje Terra II a la que puedo observar desde la distancia y hacia la cual soy capaz de transportarme desde mi universo. —Tras esta confesión, noto cómo tiene que hacer un esfuerzo para no desdibujar esa macabra sonrisa cerrada que traía—. Parece ser que cierto vínculo nos une. Ya sabes, quizás alguna especie de acción fantasmal a distancia.
Me guiña el ojo descaradamente, aunque yo tardo unos segundos en captar la referencia a Albert Einstein. Se debe de pensar que cada momento y cada personaje de la historia de las dos humanidades que he tutorizado están frescas en mi memoria. Eso puede significar que no sabe que he perdido mi habilidad para obtener datos de la corriente del espacio y el tiempo.
—No parece que pensaras mucho en ese vínculo cuando me arrancaste el brazo y me hiciste desaparecer —le recrimino—. ¿Qué le has hecho a mi sobrina?
—La que te hizo eso fue otra versión de mí —se excusa, efectuando un gesto de desdén con la mano—. A la niña no le hicieron nada. Y lo de tu brazo sabes que puedo arreglarlo, si quieres.
—No quiero nada de ti —espeto sin dudar—. Solo necesito saber qué esperas conseguir con esta conversación, para que así podamos acabar lo antes posible.
En realidad, también estoy tratando de ganar tiempo para que las versiones de mi hermana lleguen. No sé si su viaje durará unos instantes, unas horas, semanas o años. En todo caso, si fueran capaces de viajar desde Terra hasta aquí en apenas unos segundos, eso podría ser señal de que, por la razón que sea, no van a venir.
—Seguro que ella sabía que no te estaba matando —me confiesa mi enemiga—, sino enviándote a tu granja de arena negra. Y también sabía que podrías salir de allí, aunque ignorara cómo.
—Muy bondadoso por su parte —le digo con sarcasmo.
Resulta preocupante que tenga ojos en todas partes, además de otras versiones de sí misma por las cuales preocuparme. Pero si algo de lo que me ha dicho es cierto, y si solo es capaz de observar a distancia a la versión de mí que soy yo, entonces se encuentra en una clara desventaja con respecto a otras Vera mejor preparadas.
Y realmente espero que las haya...
—¿A que no sabías que yo también tengo una de esas granjas? —me cuenta ahora—. La mía es de arena blanca... ¿Y sabes qué se puede fabricar con ella?
Lo que estoy pensado es en la casualidad de que Vina también materializara su porción personal del universo como una granja de arena, además de en lo que me ha dicho de que entre nosotras hay una conexión semejante al entrelazamiento cuántico.
¿Y si en algún momento del futuro una versión de ella y una versión de mí...?
—Lo único que sé es que no puedo creer ni una palabra de todo lo que digas —le lanzo a modo de bomba de humo—. Eres parte del problema de cuatro factores que necesito solucionar.
—Si solo fueran cuatro, querida —se burla Vina en respuesta—. Hasta ahora, que yo sepa, solo te he mentido para asegurarme de que pudiéramos mantener esta conversación. —Tras decir esto, se detiene, me mira fijamente y me coloca las manos sobre los hombros. Cuando me toca, puedo sentir cómo parte de mis habilidades vuelven a activarse. Aunque solo las más básicas—. Sí, te dije que había un tercer universo implicado en la guerra y que eran ellos quienes nos enviaban a los absortores, pero eso no era del todo erróneo. Quizás a tu granja le iría mejor si fueran capaces de colaborar, en lugar de olvidarse de las cosas, simplificar los problemas a cuatro factores, jugar al brahn, formar sectas y matarse entre ellas.
¿Eso es todo cuanto Vina ha podido observar de mi granja de arena negra? Entonces, quizás sea cierto que no tiene ojos en otro tiempo y lugar si no estoy yo en él. O a lo mejor es que mi granja de Veras, simplemente, se ha autodestruido.
—Así que eres tú quien genera a los absortores blancos —le comento.
Nos encontramos a apenas trescientos de la cima de la montaña. Medir las distancias con exactitud es una de las habilidades que el contacto con ella me ha permitido recuperar.
Pero necesito ganar más tiempo.
—Eso parece —reconoce mi enemiga—. ¿Recuerdas aquella parafernalia del estadio de brahn de Vereti? El jugador que se convirtió en absortor y el mensaje retransmitido en las televisiones de toda Americia...
—Fuiste tú —murmuro.
—Fuimos nosotras —puntualiza Vina—. Yo tampoco trabajo sola. Y lo que es mejor: voy a hacerte partícipe de una información muy valiosa que podría ayudarte a derrotarme a mí, al consejo y a todos los absortores. ¿Qué te parece?
—Me parece que, asumiendo que pudiera confiar en que lo que me digas sea verdad, no hay razón para confiar en tus intenciones al revelármelo.
—Respecto a la veracidad de mi información, no te preocupes. Podrás comprobarla tú misma. —Antes de seguir hablando, me retira por fin las manos de sobre los hombros y continúa caminando en dirección a la cima de la montaña—. Y sobre mis intenciones... Bueno. Digamos que estoy en un punto muerto.
—Necesitas darme información para que yo pueda avanzar —deduzco en voz alta, quedándome atrás en la travesía montañosa—, y entonces destruirme por completo más adelante, en circunstancias más convenientes que aseguren mi absoluta desaparición.
—¡Así es! —reconoce Vina sin tapujos, aplaudiendo y sonriendo en una simulación patética—. ¡Qué oponente más digna tengo!
—¿Y de dónde viene esa obsesión por acabar conmigo y con los míos? —protesto sin temor—. ¡Nosotras no te habíamos hecho nada! ¡Si me hubieras ayudado de verdad a acabar con el consejo, podríamos haber vivido en paz!
—Es posible —contesta Vina quedamente—, pero ¿por cuánto tiempo? Las órdenes son claras: hay que aplastar al enemigo.
—¿Las órdenes de quién? —inquiero, reemprendiendo la marcha después de que mi enemiga me haga un gesto con la mano.
—Querida, tanto tú como yo vivimos y trabajamos al servicio de versiones futuras de nosotras que saben más y manejan mejor los datos. Solo ellas entienden qué sentido tiene esta guerra. ¡Si es que yo no tengo nada contra ti! A tu sobrina ni siquiera la he conocido en persona.
Ese cinismo con el que se expresa hace que me resulte menos difícil entender por qué todas las Veras habidas y por haber desean matarla.
—Si no tienes nada contra mí, entonces trabajemos juntas —propongo inútilmente.
Las piernas comienzan a temblarme cuando descubro que solo nos quedan cien metros para alcanzar la cima.
¿Por qué Vina quiere llevarme allí?
—Deberías hacerme caso y empezar a cooperar mejor contigo misma y con la gente que merece tu confianza —me responde—. Si no, mira lo que le pasó al pobre Henk por culpa de tu desconfianza patológica. Y mira a las sectarias de tu granja de arena negra... Te diría que así no vas a llegar muy lejos, pero lo cierto es que parece ser todo lo contrario.
—¿Qué va a pasar en la cima de la montaña? —me atrevo a preguntar por fin, ante lo cual Vina niega con la cabeza.
—Solo ellas lo saben —contesta con absoluto aplomo—. Simplemente me han pedido que te traiga.
—¿Quién genera a los absortores colosales? —agrego, desesperada por mantener viva la conversación para no desencadenar lo que sea que tenga que pasar ahí arriba.
—Eso no me lo han dicho —me informa—. Pero antes te he prometido que te iba a transmitir una información muy valiosa, y aquí va. —Vina respira muy profundo, levanta los hombros y hace círculos hacia atrás con ellos, como si calentara antes de iniciar un ejercicio... o una pelea—. Me han dicho que el tiempo, en términos absolutos, es un ciclo. La existencia de todo, el discurrir de los acontecimientos, la entropía... El universo no tiene un principio y un final, sino que forma parte de un círculo cronológico cerrado.
No tengo razón para creerle ni para no hacerlo. Lo que me dice podría formar parte de un intento de engaño cuya utilidad práctica se me escapa, pero también podría ser una verdad que le conviene que yo conozca.
—¿Ellas te han pedido que me expliques esto? —la interrogo sin tapujos, tras lo cual asiente—. ¿Y por qué?
Ahora se encoge de hombros.
—Para que empieces a hacerte una idea, la Vera anciana a la que conociste solo había vivido una fracción minúscula del tiempo que abarca este ciclo —continúa explicándome—. Y eso que vivió durante miles de millones de años. En algún momento, al parecer, todo se reinicia. No es que el tiempo en sí se reinicie, sino que, tras un período inexorable de aparente muerte térmica del universo, la maquinaria vuelve a ponerse en marcha; el instante en el los seres vivos ganamos conciencia y empezamos a aprender a medirlo todo se repite. La mayoría de las cosas ocurren igual. Las sociedades se reconfiguran; las decisiones de muchos parecen estar predestinadas, aunque nuestra compresión de esa predestinación es escasa.
—Para que algo así ocurra —empiezo a teorizar, dejando que mi amor por el conocimiento supere al terror de esta experiencia—, haría falta un factor externo al propio universo que insufle energía en él y mueva los hilos del destino.
—Al parecer, yo, en el futuro de este ciclo, soy de la opinión de que cada uno debe controlar su propio destino.
—Por eso existen las granjas de arena —murmuro con asombro—. Tú y tus otras versiones estáis jugando una partida contra el destino...
—Y tú también —repone Vina quedamente, con el semblante de repente entristecido. Tras alcanzar la cima de la montaña y haber dejado atrás la bruma, rachas constantes de viento gélido empiezan a sorprendernos—. Eres una lanza de arena negra y yo soy un muro de arena blanca.
—Pues es una pena tener que enfrentarnos por enemistades de un futuro que ni siquiera comprendemos —le respondo, en la declaración más sincera que podría haberle hecho.
—Y que probablemente jamás conozcamos —concluye mi enemiga, en el momento exacto en que una lágrima cae de su ojo izquierdo—. ¿Las has oído?
—¿A quiénes? —inquiero, reculando un par de pasos y flexionando las rodillas en una especie de inútil postura defensiva.
—A mis otras yo —confirma Vina—. Me acaban de decir que ya no me necesit-
De repente, antes de que pueda terminar de hablar, alguien la embiste por el costado con una fuerza descomunal y la hace caer rodando ladera abajo, hacia la cara contraria de la montaña por la cual hemos subido. Rápidamente corro a asomarme, a fin de identificar al agresor. No he visto ningún portal abrirse, ni tampoco detecto a otras versiones de mi hermana revoloteando por los alrededores. Cuando ambos cuerpos dejan de rodar, una intensa polvareda se levanta y las cubre, impidiéndome reconocer nada.
Tengo miedo de acercarme y que Vina arremeta contra mí. Trato de bajar lentamente entre las piedras, con cuidado de no tropezar y caer también. El camino no está tan empinado, pero estas vestimentas tubulares de cuero y las sandalias que he tomado prestadas de Dari son el atuendo más incómodo que podía imaginar para un evento como este.
Tras unos segundos, la polvareda empieza a disiparse. Dos de las cuatro lunas ya se han ocultado en el horizonte, señalando, quizás, el pronto inicio del amanecer. Me estoy preguntando cuántos soles iluminarán el cielo en este planeta, cuando la nube de polvo se dispersa lo suficiente para permitirme apreciar la imagen de Vina, que avanza hacia mí sujetando a su agresora por el cuello.
Y su agresora es Darina.
—¡Has tenido que decirle algo! —me grita Vina desde abajo.
Mis ojos se abren como platos y la boca se me seca.
—¡No le he dicho nada! —exclamo—. ¡Te lo juro!
—¡Y cómo ha sabido quién era yo! —replica mi enemiga, enfurecida.
Después, en un gesto brusco y sumamente atlético, lanza a Darina hacia mí, provocando que vuele los veinte metros que nos separan y aterrice junto a mis pies, golpeándose la espalda contra una roca.
Dari se incorpora enseguida, aunque solo de rodillas.
—No sé quién eres —masculla—, pero Vera no se habría ido sin avisarme si no la hubieran amenazado.
—¡Pues tal vez este sea un momento perfecto para hacer las presentaciones! —vocifera Vina, con los ojos inyectados en sangre.
Sin darnos tiempo de reacción, arremete contra nosotras en un vuelo veloz que corta los restos de la nube de polvo. Yo estoy a punto de lograr esquivarla, pero mis habilidades todavía están lejos de ese nivel de desarrollo. Nos agarra a las dos por el cuello y nos arrastra por la ladera, mientras ella vuela raso de vuelta a la cima. Una vez allí, nos arroja violentamente contra el suelo.
—¡No puede una bajar la guardia ni un segundo! —espeta, pasándose la mano por la cara para limpiarse.
Después escupe en el suelo.
—Ella no sabía nada —le digo en tono de súplica, a la vez que tanto Dari como yo reculamos a gatas, tratando de recuperarnos del impacto de su última agresión—. Solo ha intuido que algo iba mal y ha venido a comprobarlo.
—Pues es de gatillo rápido tu zorrita —maldice Vina, agachándose para agarrar de nuevo a mi chica por el cuello.
Jamás la había visto en este registro tan furioso y desinhibido. Aunque también es cierto que nunca la había visto sangrar. Ahora tiene varias laceraciones por todo el cuerpo, bajo girones de ropa rasgada, además de un corte en el pómulo. Todo se le va curando poco a poco.
Antes de que pueda agarrar a Dari, arremeto contra ella e intento cargar con mi hombro contra su costado. Sin embargo, al impactar siento como si me hubiera estrellado contra un muro de acero. Los órganos me rebotan dentro del cuerpo, el cuello me vibra dolorosamente y la visión se me nubla. Pero por lo menos he conseguido el objetivo de que se centre en mí, pues me agarra del brazo, me levanta del suelo y se eleva varios metros en el aire, sin dejar de sujetarme.
—Antes te he ofrecido amablemente beneficiarte de mis poderes regenerativos —murmura apretando los dientes—, pero creo que prefieres que te arranque este brazo también, ¿verdad? Parece ser que siempre eliges el camino del dolor.
Me agarra del codo con una mano y del hombro con la otra. Cuando empieza a tirar, dispuesta a despedazarme, Darina da un poderoso salto digno de una jugadora de brahn y recorre los casi diez metros de altura que nos separaban. Una vez que alcanza nuestro nivel, le propina una patada a Vina en la parte trasera de la cabeza, la cual hace que el cuello se le tuerza violentamente hacia adelante. El dolor y la sorpresa provocan que me deje caer, de manera que me golpeo con la espalda contra el suelo.
Dari aterriza de rodillas a mi lado.
—¡No eres más que una humana de granja! —grita Vina desde arriba, al tiempo que se cruje el cuello moviéndolo bruscamente de un lado a otro—. ¡Cómo demonios puedes ser tan fuerte!
—Vamos, vamos —me insta Dari, tomándome en brazos para empezar a correr montaña abajo—. ¿Quién es esta? —me pregunta después, aterrorizada.
—Es Vina —le respondo, e intento diagnosticar si me he roto la espalda en el impacto contra el suelo—. Ha encontrado demasiado rápido la forma de llegar hasta nosotras.
Parece que mis huesos siguen intactos, pero estoy muy adolorida y frustrada de no poder formar parte activa en esta batalla.
—Pues tenemos un problema —masculla Darina, quien avanza elegantemente entre de las rocas, dando saltos gigantescos sin dejarme caer.
De repente, empiezan a abrirse decenas de portales violáceos en el aire. Algunos se generan casi a la altura del suelo, pero la mayoría aparecen en las nubes. De cada uno de ellos emerge una versión de mi hermana que vuela hacia nosotras a velocidad hipersónica.
—Por fin —jadeo, esperanzada—, los refuerzos.
Antes de que yo pueda percatarme de alguna amenaza, Dari se detiene, me deja suavemente en el suelo y da una patada contra una roca del tamaño de un contenedor de basura que venía hacia nosotras, partiéndola por la mitad.
Nos la había lanzado Vina.
—Está desquiciada —me dice mi chica—. ¿Qué le pasa? No me la habías descrito así.
—Es que no es la que yo conocí —le confirmo, al tiempo que me levanto del suelo—. Es largo de explicar, pero parece que otras versiones de ella la han traicionado, y ahora no tiene nada que perder.
—¿Es que acaso todas tenemos copias de nosotras pululando por el universo? —protesta Darina, mientras mantiene una postura de alerta ante un posible nuevo ataque.
—Esto es distinto —le cuento—. Las copias de mi hermana son realmente clones suyos, generados a partir de cilindros de Henk. Pero las otras Vera y las otras Vina son algo así como capturas de pantalla de nosotras mismas en distintos momentos del tiempo, las cuales han sido trasladadas a otros lugares del espacio. Por cada una de ellas que existe, otra ha tenido que desaparecer de su vida de origen, igual que pasó aquí conmigo.
No estoy del todo segura de esto que le acabo de explicar, pero al menos es lo que mis observaciones me han permitido deducir. Por supuesto, la hipótesis genera muchas lagunas, pero si el asunto es más o menos de esa manera, entonces puede haber tantas versiones de una persona reunidas en un mismo espacio como fracciones individuales se puedan hacer de su tiempo de vida. Y si esas fracciones son tan ínfimas como un tiempo de Planck, entonces las copias posibles de una persona no cabrían en un planeta del tamaño de la Tierra.
—Sea lo que sea, quiere matarnos —repone Darina, justo en el instante en el que acaba de partir en dos otra roca con una patada.
Aunque esta vez sí ha conseguido hacerle daño, pues la rodilla se le ha doblado hacia atrás y no ha logrado mantenerse en pie.
—¿Estás bien? —le pregunto con pesar.
Ella asiente.
—El implante no se ha roto. —Gruñe de dolor—. Necesitará unos minutos para regenerar los ligamentos.
De repente, dos de las copias de mi hermana impactan con el cuerpo de Vina a una velocidad tres veces superior a la del sonido. Tras el choque, logran que se estrelle contra el suelo de la cima de la montaña, horadándolo y abriendo un cráter. Se produce un terremoto de tal intensidad que desencadena una avalancha no muy lejos de nosotras. Y la tierra no deja de temblar ni siquiera cuando Vina se levanta como si nada, reemprende el vuelo y toma por sorpresa a una de las Dea que la atacó, partiendo su cuerpo por la mitad con una acometida.
—Esta montaña es un volcán activo, ¿verdad? —le pregunto a Darina con preocupación.
—Si es así, tenemos que irnos —responde ella de inmediato, haciendo ademán de cogerme de nuevo en brazos.
—¡Espera! —la detengo—. Mi hermana... Tengo miedo de que vengan todas las copias de ella y no sobreviva ninguna.
—¿Crees que ni siquiera así podrían detenerla? —inquiere mi chica, ante lo cual niego con la cabeza—. ¿Y qué sugieres que hagamos?
—Me gustaría, por lo menos, avisarle de a quién se está enfrentando.
Y es que cuando cinco, diez y hasta veinte versiones distintas de Dea atacan a Vina al mismo tiempo, esta se las quita de encima destrozando sus cuerpos en movimientos tan ágiles que resulta difícil siquiera percibirlos. A este ritmo, será cuestión de minutos que elimine a los cientos de ella que quedan.
—Está bien —me consiente Dari.
Aprovechando que Vina está distraída con las acometidas de mi hermana, Darina guarda unos segundos de concentración. Acto seguido, se dirige dando saltos a un punto de la ladera en el que, no mucho después, se abre un portal. Ignoro por completo cómo ha podido anticiparlo, pero no me resulta difícil imaginar que, en mi ausencia, y tras su despertar, mi hermana ha estado instruyéndola en el conocimiento de la humanidad que heredó de Henk.
Cuando este último portal se abre, Darina intercepta a Dea antes de que arremeta contra la cumbre. Ambas mantienen una conversación de veintisiete segundos de duración. Finalmente, guardan silencio, me miran, se miran entre sí y asienten. Se desplazan hasta mí con una agilidad que me provoca la más absoluta de las envidias, y entonces mi hermana me envuelve en un abrazo sumamente reconfortante que de ninguna manera podía prever dadas las circunstancias.
—Todo saldrá bien, ¿vale? —me dice en saludo, para después darme un tierno beso en la mejilla—. Estamos contigo.
—Suena como si te estuvieras despidiendo —le recrimino, dándole un golpecito con la mano en la espalda.
—Tenemos que irnos —comenta Darina—. Ven conmigo al portal.
—¡No! —exclamo en protesta—. ¡Nos seguirá adonde quiera que vayamos! ¡Tenemos que luchar!
Si vamos a morir hoy, quiero que lo hagamos juntas y peleando hasta nuestro último aliento, incluso aunque yo solo pueda golpear con un palo contra la pared.
Los terremotos se intensifican. En la cumbre, convertida en cráter, empieza a borbotear lo que parece ser lava volcánica. La pelea entre Vina y mi hermana ya transcurre solo en el aire. Ellas intentan embestirla para hacerla caer en el lago de roca fundida, pero solo consiguen que su rival las despedace y luego las arroje dentro del cráter. Aun sabiendo que son copias dispuestas a morir, y que cualquiera de ellas que sobreviva podría ser la original y única Dea, me causa un intenso dolor verlas sucumbir de esa manera sin poder hacer nada para ayudarlas.
—¿Cómo quieres luchar tú contra eso? —me reprende Dea, agarrándome del brazo para obligarme a entrar en el portal por el que ella ha salido.
—¡No hay lugar en el que podamos escondernos! —protesto, revolviéndome inútilmente.
—¡Espera Dea! —la detiene mi chica—. Así no. La estás asustando.
—¡Pues claro que la estoy asustando! —reniega mi hermana—. ¿Es que no estás asustada tú también? ¡Me están matando mientras hablamos!
—Tienes que confiar en mí, por favor —expresa Darina con la más absoluta de las seguridades—. Tenéis que confiar las dos. He estado esperando este momento desde hace semanas. —Dea y yo nos miramos, confundidas. Sin embargo, la solicitud de Dari ha servido para que me suelte el brazo—. Dea, limítate a evacuar el pueblo. Vera, por favor, entra en el portal.
—Al menos decidme adónde lleva —inquiero con desconcierto.
—A un lugar seguro de Terra —me informa mi hermana—. Venga, hazle caso a tu chica —concluye.
Acto seguido, se dispone a emprender el descenso hacia el pueblo.
—¡Espera! —exclamo, siendo esta vez yo quien la toma del brazo—. No vais a venir aquí todas las versiones de ti, ¿verdad?
Mi hermana hace una pausa para suspirar y soltarse delicadamente de mi agarre.
—Solo si es necesario —concluye.
Y ahora sí, empieza a volar ladera abajo.
—No tengas miedo —me anuncia Darina—. Si lo que creo que tengo que hacer sale como creo que tiene que salir, podremos deshacernos de Vina aquí y ahora.
No tengo ni idea de qué es lo que está tramando, pero soy consciente de que necesito adquirir la costumbre de confiar en mis seres queridos. Cuando incluso tu peor enemiga te aconseja al respecto, puede tratarse de una señal de que es momento de empezar a dejar de dudar de todo. Es por eso que me encamino obedientemente hacia el portal del que ha salido mi hermana, no sin antes darle un beso a Darina en los labios, sujetándole bien la mejilla con la mano.
—Te espero allí —le digo en despedida, ante lo cual ella asiente.
—¡De eso nada! —se oye gritar de pronto desde la cumbre.
Aunque suena más como el rugido de un animal salvaje que como el grito de un ser humano.
Cuando me giro para localizar su origen, una roca del tamaño de un coche me arrastra en un impacto tan brutal que me rompe varios huesos en pedazos. Lo último que puedo ver antes de que la vista se me nuble por completo es a Vina brillando en la cumbre. Emite unos destellos violáceos tan intensos que iluminan por completo la madrugada; más intensamente, incluso, que la luna que falta por ocultarse y el sol que está comenzando a salir.
Escucho varias interacciones, pero soy incapaz de moverme o de ver nada.
—¡Dea, vuelve! ¡Llévatela de aquí, por favor! ¡Aléjala de la montaña!
—¡Pediré a algunas de las otras que desalojen el pueblo! ¿Cuánto tiempo tengo?
—¡No mucho!
Y el rugido de Vina, fuera de sí:
—¡¡Deja de huir como una rata!!
Pero esta vez no hay más impactos contra mi cuerpo, sino que un par de brazos amables me recogen suavemente del suelo y me llevan en volandas lejos del lugar. Sé que es lejos porque el sonido de las explosiones del volcán se escucha cada vez más atenuado. En última instancia, cuando creo que estoy cerca de perder el conocimiento por completo, abro los ojos y consigo ver. No estoy segura de que lo que contemplo sea real. Podría tratarse perfectamente de una alucinación que estoy sufriendo mientras me muero, cediendo mi lugar en el ciclo del espacio y el tiempo a una Vera con más habilidad para la supervivencia.
El caso es que la montaña entera se ha levantado. La cumbre ardiente era algo así como una protuberancia en la cresta de un reptil, una especie de lagarto gigantesco. Otras crestas (montañas más lejanas) también se han alzado, entrando en erupción, cuando lo que parecen ser patas de roca han emergido del subsuelo. La aldea en que me alojaba y los cultivos que había en su parte inferior han resultado ser una diminuta parte de la cabeza de una criatura que aparenta tener el tamaño de un continente.
Sin duda alguna, se trata del absortor colosal más grande que he visto.
—Todo irá bien, cariño —me susurra Dea al oído—. Dari es una chica muy fuerte.
A lo lejos, contemplo el brillo cegador de Vina revoloteando por los alrededores. Mi vista se está opacando. Noto cómo Dea va curándome poco a poco los huesos utilizando un artefacto humano, pero el impacto de la roca ha sido tan fuerte que no sé si ha producido algún daño irreversible en mi cerebro. En primer lugar, Vina trata de destruir al absortor perforándole la cabeza. Al darse cuenta de que no surte efecto, creo que intenta hacerlo desaparecer, pues veo porciones insignificantes de su anatomía implosionando hacia la nada. De repente, aparece volando junto a nosotras una copia de mi hermana que lleva en brazos a Dari.
—¡No me lo puedo creer! —exclama mi chica—. ¡Ha funcionado!
Sonríe y celebra. Yo también quisiera hacerlo, pero mi cuerpo no reacciona a las órdenes de mi mente. Me cuesta, incluso, entender a cabalidad lo que está ocurriendo.
—Si las cosas son como dices —le contesta mi hermana—, esto solo acaba de empezar. Puede que nos deshagamos de esta, pero habrá muchas más.
—Y también muchas más de nosotras —le replica Dari—. Un comienzo es un comienzo.
—Una cuestión que es eterna no puede tener principio ni fin, y eso me asusta bastante —razona Dea, en unas palabras que quizás serían más propias de mi versión más derrotista—. En todo caso, me alegra que hayas podido despertar a ese absortor —concluye, completando mi sorpresa.
Tras algunos instantes más de vuelo, creo que los poderes curativos del artefacto de mi hermana surten efecto. El cuerpo me duele menos, y parece que puedo mover las piernas. Mi vista se aclara paulatinamente para permitirme entender que el absortor colosal juega de nuestro lado y que ha sido Dari quien lo ha despertado. También para contemplar cómo Vina emprende una huida hacia la estratosfera a una velocidad vertiginosa. Ya ni siquiera piensa en nosotras y en interceptarnos. O a lo mejor no está huyendo, sino cogiendo carrerilla para poder impactar contra el absortor a mayor velocidad y hacerlo pedazos.
O para hacer pedazos el planeta entero.
Sin embargo, su plan se ve abruptamente frustrado por un movimiento inesperado. El lagarto de tamaño continental da un salto hacia el cielo. Se propulsa con tanta fuerza que alcanza a Vina y la engulle por completo. Cuando las mandíbulas de la criatura se cierran inexorablemente sobre ella, su brillo violáceo se apaga definitivamente tras una intensa explosión de luz. En última instancia, mi hermana se ve obligada a abrir un portal para evacuarnos de lo que será el escenario de una destrucción a escala planetaria, cuando esa cosa vuelva a impactar contra la superficie.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro