49. Hogar
Me despiertan unas suaves caricias en la mejilla y en el cuello. Cuando identifico el aroma de Darina, todavía dudo unos segundos antes de abrir los ojos. No estoy segura de si se trata de la misma versión arisca con la que había estado interactuando. Además, obtengo un placer que echaba mucho de menos al regodearme en el discurrir de sus dedos sobre mi piel, por lo que no tengo prisa en permitirle darse cuenta de que estoy consciente.
—Aquí estarás a salvo, mi vida —me susurra al oído con dulzura, y entonces sé de seguro que es ella.
Abro los ojos lentamente y le sonrío. Dari me devuelve la sonrisa y, además, un beso en los labios.
—Gracias por venir siempre a buscarme —musito con un hilo de voz.
La garganta me escuece como si hubiera estado tragando polvo fino.
—Siento muchísimo no haber podido hacerlo esta vez —repone sin dejar de acariciarme el cabello—. Aunque no pensaba rendirme.
—He estado encerrada durante mucho tiempo en un lugar oscuro —le explico—. Pero una versión diferente de ti me rescató y me ha traído de vuelta.
Darina niega con la cabeza inclinada y la sonrisa cerrada.
—Definitivamente, suena como algo que yo intentaría. —Me da otra vez un beso—. Cueste lo que cueste.
Cuando le pregunto dónde estamos y cuánto tiempo ha pasado desde que me marché al mundo de Vina, me explica que transcurrieron algunos meses durante los cuales no tuvieron noticias de mí, de las tres versiones de mi hermana que me acompañaron y de la pequeña Vera, mi sobrina. Yo le cuento que Vina nos traicionó, que asesinó a las tres Dea y que a mí me envió a un lugar de cautiverio en el cual he pasado varios miles de años. Al escuchar eso, el rostro de mi chica se frunce en un puchero tierno de aguantar el llanto. Me ayuda a incorporarme sentada en el borde de una cama de sábanas azules, situada en mitad de una estancia cilíndrica de madera clara con techo de paja. Es entonces cuando descubro que sigo sin tener el brazo derecho. Además, al despojarme de la sábana que me cubría, también me doy cuenta de que conservo la pintura corporal hecha de barro negro que el agua nunca consiguió borrar.
—¿Habéis vuelto a tener noticias de la pequeña? —le pregunto a Dari, ante lo cual ella niega con la cabeza.
—Semanas después de vuestra partida, me desperté en el refugio de Henk, donde tú me dejaste —me cuenta—. Me explicaron lo de los miles de versiones sanas de tu hermana, el desenlace de vuestro enfrentamiento con el consejo y la misión en la que habíais partido. Hemos estado buscándoos desesperadamente. —Finalmente, mi chica me da un abrazo lo suficientemente fuerte como para hacer que me crujan las costillas y me percate de que mi cuerpo sigue sin ostentar la resistencia del de una humana original—. ¿Quién te ha hecho esto, cariño? —me pregunta, y aunque su barbilla está posada sobre mi hombro, puedo escuchar cómo se sorbe la nariz en un llanto disimulado.
—Fue Vina —le confieso—. Pero no te preocupes. Me he acostumbrado.
Todavía no soy capaz de consultar la corriente del espacio y del tiempo. Hay algo que mantiene bloqueadas mis habilidades humanas. Quizás se trate de Vina, o tal vez el consejo haya emprendido algún tipo de acción a distancia. Siento que todos los años que he vivido no se han traducido en una experiencia proporcional al sufrimiento que me han causado. Creía tener muy clara mi comprensión sobre la física del universo y sobre cómo interactuar con él, pero ahora resulta que solo conozco una ínfima porción de todo cuando puede ser entendido.
—Lamento mucho no haber estado ahí para protegerte —musita mi compañera, a la vez que masajea suavemente la terminación de mi brazo faltante, como si así pudiera hacerlo crecer de nuevo.
—Vina te hubiera matado —le explico, y aunque lo hago para consolarla, no me falta razón—. Ahora ellos tienen a los dos prodigios. Saben que están a salvo de nosotros, por lo que seguramente ya hayan empezado a devorar nuestra porción del universo.
—¿A qué te refieres con "porción"?
—Ha cambiado la forma en que entiendo algunas cosas —aclaro—. Me han enseñado que tal vez los múltiples espacios a los que llamábamos "universos" sean, en realidad, parte de un todo.
Ambas nos quedamos calladas durante unos instantes. Yo estoy triste por la Vera anciana a la que dejé atrás. Soy incapaz de imaginarme lo que se debe de sentir luchar por una causa durante miles de millones de años, solo para tener que dejársela en herencia a una versión más joven e ignorante de ti justo antes de que te degüellen.
—¿En qué estás pensando? —me pregunta Dari, recostando su cabeza en mi hombro mientras me acaricia la pierna.
—En muchas cosas a la vez —reconozco—. Aunque he pasado miles de años recluida, en realidad me siento como si hubiera despertado de un sueño ayer, y de otro hoy. Si no fuera por el barro que me cubre el cuerpo, pensaría que todo fue producto de mi imaginación. ¿Dónde se abrió el portal que me trajo de vuelta?
—Dea no vio ningún portal —me aclara Darina—. Te encontró inconsciente en la cima de un absortor colosal montañoso. Te trajo hace un par de días, y has estado durmiendo desde entonces.
—Así que siguen apareciendo absortores —reflexiono sin querer en voz alta.
—Aquí solo aparecen blancos y colosales —puntualiza mi chica, lo cual me consuela ligeramente, aunque me genera una nueva duda.
—"Aquí", ¿dónde? ¿En qué país estamos?
—Bueno, lo cierto es que... —Darina también duda, pero no se trata de un cuestionamiento de la misma naturaleza que el mío—. No estamos en Terra, cariño —confiesa por fin.
—¿Activasteis el protocolo de evacuación? —deduzco de inmediato, ante lo cual Dari asiente—. ¿En qué granja estamos?
—Tiene un nombre alfanumérico impronunciable. Antes de proponer una alianza a las dos primeras que descubristeis, Dea les hizo una visita de incógnito. No sé exactamente qué fue lo que vio, pero llegó a la conclusión de que no eran viables para trasladar a la humanidad. Después pasó semanas buscando, y esta fue la primera que localizó. Diez versiones de ella vinieron, encontraron a los granjeros y, bueno...
—¿No quisieron colaborar? —inquiero, preocupada de que mi hermana haya tenido que pelear para hacerse con el control de este sitio.
—No sé si decirte que todo lo contrario —explica Dari. Después se levanta de la cama y se dirige a la entrada de esta especie de choza—. No estaban muy por la labor de nada en general. Simplemente vivían aquí. Incluso les alegró que Dea les planteara tomar las riendas.
—¿Y los humanos de este planeta lo saben?
Estoy muy preocupada por conocer todos los pormenores de cuán intrusiva está siendo nuestra ocupación de esta granja. También me gustaría tener una manera de averiguar si el consejo puede localizarnos.
—No hay demasiados —revela mi chica—. Tuvieron una guerra nuclear hace un par de siglos. —Eso sí que no me lo esperaba—. Ahí fue cuando sus granjeros perdieron la... motivación. Pero no informaron al consejo de nada, o al menos eso dicen. Así que Dea se presentó ante los humanos de aquí como una especie de diosa salvadora, y ahora nos refugiamos en una civilización que, básicamente, adora a sus múltiples versiones.
—Mi hermana y sus recursos —bromeo, mientras estiro el brazo y las piernas para desperezarme.
—El problema es que los niveles de radiación siguen siendo muy altos en gran parte del planeta —continúa contándome Darina—, y eso hace inviable la evacuación de los humanos de Terra.
—¿Han rechazado venir?
—Ni siquiera se les ha planteado. Dea no cree que haya lugar para todos. Es un mundo pequeño y mayormente radioactivo. Además, el desarrollo tecnológico de esta civilización fue reiniciado casi por completo tras la guerra. Ahora mismo hay cien versiones de tu hermana buscando la manera de volver a hacer de este planeta un lugar habitable. El resto se han quedado en Terra para intentar defenderla de los refuerzos del consejo, si es que llegan. Ha aprendido muchísimo sobre la humanidad original estudiando en los archivos del refugio de Henk. Y se ha hecho muy fuerte, también... Pero su estado de ánimo no hace más que decaer.
—Mi sobrina... —musito—. Fue todo por mi culpa —me lamento, llevándome la mano a la boca.
—Vina nos engañó a todas —me consuela Dari—. En última instancia, incluso Henk había llegado a confiar en ella. De hecho, Dea ni siquiera sabe que nos traicionó, y yo me acabo de enterar porque tú me lo has contado. Tu hermana está feliz de tenerte de vuelta, pero no va a descansar hasta tener también a su hija.
Tras decir esto, Darina abre la puerta corredera de la choza. Es tan baja que tendríamos que pasar agachadas para no darnos en la cabeza. ¿Acaso son así de altos los humanos de aquí?
—¿Adónde vas? —le pregunto.
—A bañarme —responde con rapidez—. Es de noche. Los pocos habitantes de la aldea están durmiendo, y hay unas preciosas aguas termales a unos minutos de aquí. ¿Quieres venir conmigo?
Antes de que termine la invitación, ya me he levantado para seguirla. Aunque al principio me renquean las piernas, no tardo mucho en recuperar el ritmo de caminata normal. Hay una pequeña parte de mí que confía en que mis habilidades de humana original no estén condicionadas a la intervención de un agente externo, sino que simplemente se hallen aletargadas tras pasar miles de años en un lugar cuyas leyes físicas diferentes las hacían inservibles. Es posible que con estudio y entrenamiento vaya recuperando facultades paulatinamente.
Solo espero que mi proceso de envejecimiento no se haya reanudado...
Caminamos Darina y yo de la mano por un pequeño pueblecito montañoso lleno de chozas como la que acabamos de abandonar. Está construido sobre una especie de escalón gigante horadado en la montaña. Más abajo, en un peldaño diferente, se divisan unos cultivos que, según me explica mi chica, se benefician de la fertilidad de las tierras volcánicas del lugar. Todo es cobrizo y monótono. No hay una sola construcción que revele una intención artística. Ni siquiera hay caminos trazados en el suelo, sino que tengo que seguir a Dari para tener una ligera idea de que nos dirigimos hacia la cima de la montaña.
Cuando abandonamos el poblado, me sorprende no habernos cruzado con nadie. Me preocupaba cuál sería el impacto que les podría haber causado a los lugareños verme caminar desnuda y toda pintada de negro. Aunque, conociendo a mi hermana, probablemente les haya contado que soy alguna deidad de gran poder emparentada con ella. Pienso en que espero no decepcionarla cuando descubra que he perdido mis habilidades, mientras Darina me explica que por lo menos una versión de Dea pasa por aquí cada mañana para comprobar que todo esté en orden. Por eso, aunque es de madrugada, Dari quiere que nos bañemos y nos vistamos a conjunto, con unas pieles de algún animal local, para darle la bienvenida a mi hermana. Lo que ella lleva puesto ahora mismo es una especie de chaleco de cuero semirrígido que deja los costados a la vista y cae hasta la cintura, donde se entrelaza con una falda tubular del mismo material que baja hasta las rodillas. Es de color azul oscuro y no parece muy cómoda. Tampoco así las sandalias de correas hechas del mismo material, con una suela tan fina que casi me alegro de ir descalza para, por lo menos, no tener que soportar el roce el cuero sobre la piel.
Cuando nos acercamos a las aguas termales, puedo sentir de golpe el aumento de temperatura y humedad relativa, en contraste con el frío seco montañoso que ya me estaba haciendo tiritar. Una neblina caliente flota en el aire. Nos ilumina la potente luz de cuatro lunas que decoran el cielo formando un arco sobre nosotras, como si fueran incrustaciones de piedras preciosas en una tiara real. Después de quitarse las sandalias y probar el calor del agua metiendo los pies en ella, Darina se despoja del resto de sus vestiduras y me invita a entrar con un gesto.
—¡Mierda, sí que está caliente! —exclamo casi sin querer, cuando meto el pie derecho en el agua y siento cómo el barro que lo cubre comienza a derretirse, despegándose de la piel—. Lo siento, no sé si voy a aguantar...
—¡No seas gallina! —se burla Dari, agarrándome de la pantorrilla para después besarme la rodilla.
—Eso es lo que quieres, ¿eh? —Me río—. Quieres caldo de gallina.
—Tienes la piel tan suave que podía comerte cruda —comenta mi compañera, embelesada en el tacto de mis muslos—. Es increíble que tengas más de veinte mil años y aparentes estar saliendo de la adolescencia.
—Haremos lo mismo contigo —le dejo saber, al tiempo que realizo esfuerzos titánicos por seguir metiéndome en el agua sin disolverme—. Ya lo verás. Viviremos juntas y seremos... —Hago una pausa y un gesto bastante patético porque, después de meterme hasta la cintura, me estoy quemando el abdomen—. Seremos jóvenes para siempre.
Antes de que pueda arrepentirme y salir, Darina me pone ambas manos en los costados, a la altura de las axilas, y tira de mí hacia el interior de la masa de agua, donde nos cubre a ambas hasta la altura del pecho. Luego deja que uno de sus brazos rodee mis hombros, acercándome a su rostro, mientras que su otra mano baja hasta posarse en uno de mis glúteos. Finalmente, me da un beso en los labios cuya duración e intensidad se me antojan poco premio para los miles de años que he estado esperando un momento como este.
—No te vayas a poner tímida ahora —le susurro.
Dejo que mi mano se deslice hasta sus pechos, y recorro el contorno redondeado de uno de ellos con mis dedos, cerrándolos suavemente para abarcarlo en su totalidad. Ahora soy yo quien toma la iniciativa en el beso, haciendo que mi boca se cierre sobre su labio superior; luego, sobre el inferior. Le doy un ligero mordisco y la invito a abrirse para dejar entrar mi lengua. Escucho cómo ambas empezamos a jadear ligeramente, pero ya apenas noto la quemazón del agua.
—¿Cómo es posible que esté subiendo la temperatura? —bromea Dari.
—Mi mente estaba como en una ensoñación —le cuento, después de darle un par de besos en el cuello—, pero mi cuerpo jamás se olvidó del tuyo. Al parecer te echaba mucho de menos.
—Estos meses sin ti se me han hecho tan largos como varios miles de años.
De pronto, el momento pasa de ser erótico a solamente tierno de una forma un tanto abrupta. Darina me rodea con ambos brazos, me empuja suavemente contra una pared rocosa de las termas y, una vez que mi espalda está apoyada, simplemente recuesta su cabeza en mi pecho, suspirando.
—Estás cansada, ¿verdad? —le digo, besándole la coronilla mientras le masajeo la espalda.
—Lo siento —musita—. Me da vergüenza ser yo la que está exhausta cuando tú llevas, literalmente, miles de años en cautiverio. —Tras decir esto, se separa de mi abrazo, me toma de la mano y me guía hasta una zona en la que hay una roca lisa sumergida. Al sentarnos en ella, el agua caliente nos llega al cuello, y todavía podemos apoyar la espalda en la pared de la montaña—. De verdad que lo siento —insiste—. Este baño era lo que me faltaba para caer derrotada.
—¿Sabes qué he estado haciendo? —le pregunto, a fin de distraerla de cualquier sentimiento negativo—. Vivía con un montón de versiones de mí, pero de diferentes épocas de mi vida.
—¿Cómo puede ser eso? —inquiere Dari, curiosa, con la cabeza descansando contra el muro de piedra.
—Es largo de explicar —contesto con una sonrisa nostálgica—. Pero montamos una liga de brahn.
—¿De brahn? —Darina se ríe con la boca abierta, recordándome lo preciosos que son sus dientes perfectamente alineados—. ¡Una liga! —exclama después.
—Jugamos casi cada día durante miles de años —agrego a mi relato.
—¿Y no pensabais en cómo salir de allí?
—Llegó un momento en el que ya no. Ninguna de nosotras lo hacía. La mayoría jugábamos al brahn; a una versión improvisada que nos inventamos, adecuada a nuestras capacidades, más o menos. Se nos olvidó quiénes habíamos sido antes. Se nos olvidaron nuestros seres queridos, nuestro mundo, nuestras costumbres y cualquier cosa que no pudiera hacerse allí.
—Hasta que esa otra versión de mí te rescató —infiere Dari.
—Bueno, antes de eso..., conocí a otra Vera —declaro con tristeza—. Una anciana que llegó un día al lugar.
—Oh, vaya. ¿Eso significa que algún día te harás viejita?
Tras decir eso, Dari se desplaza un poco hacia adelante en el asiento de piedra resbaladiza, dejando que su cuerpo se hunda todavía más en el agua, justo hasta su mentón.
—Ella no eligió reiniciar su proceso de envejecimiento —aclaro—. Parece ser que un enemigo suyo, un tal Meredavis, se lo hizo. En todo caso, esa Vera fue la que me devolvió mis recuerdos. Me despertó de aquel trance y me enseñó muchas cosas sobre la verdadera lucha en la que estamos involucradas.
—¿Es interesante o aterrador? —me pregunta Darina, ya con los ojos cerrados.
Yo también me dejo caer hasta que el agua me cubre la barbilla antes de responder:
—Supongo que ambas cosas a la vez. —Suspiro—. Saber siempre es bueno. Aunque dé miedo, te permite estar preparada. Ser un ignorante no elimina las amenazas.
Ahora mismo, temo más una visita de Vina y de su gente que una del consejo. En realidad, pese a lo relajante de este momento, nos encontramos en una batalla contra el reloj y contra unos enemigos tan poderosos que probablemente no tengan precedentes. Si no compartimos lo que sabemos tan pronto como sea posible, cualquier día podría ser el último de nuestros seres queridos, de nuestra especie o de nuestro sector del universo. Estoy segura de que Darina está tan preocupada como yo. Extraer a la gente de Terra antes de que el consejo o Vina los encuentren es una prioridad, pero es una de las muchas que tenemos. El mañana será muy peligroso. Sin embargo, hoy por hoy, un baño caliente con mi chica favorita es todo cuanto mi cuerpo necesita para reiniciarse.
—No sé ni por dónde vamos a empezar —se me escapa murmurar.
Por suerte, Darina ya está dormida y no puede escucharme.
Pero hay alguien que sí.
—Me gustaría que controles tu reacción —responde una voz desde algún lugar. Giro la cabeza a izquierda y derecha, pero la neblina no me permite divisar a nadie—. Ella no conoce mi cara, así que no puede saber que soy yo si tú no se lo dices. —Por fin, a unos tres metros de distancia, se dibuja la silueta de un cuerpo femenino que se acerca flotando sobre las aguas—. No hagas ninguna tontería y vamos a dar un paseo.
Cuando el rostro se le dibuja con claridad, mi corazón hace amago de detenerse.
Se trata de Vina.
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