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45. Granja de Veras IV: Pelvra Rayg

Pelvra Rayg era un niño hermoso, igual que su versión adulta. Nació en una familia bien estructurada, con un padre amable, trabajador y honrado, además de una madre inteligente, hábil y amorosa. En el estanque veo cómo se reía y cómo se balanceaban sus ricitos rubios de un lado a otro, mientras sus progenitores lo hacían reír y lo estimulaban con multitud de juegos en el jardín de su modesta casa situada en Littcai, capital de Ortania.

Acabo de aprender más sobre él en apenas un minuto contemplando su infancia que en todas nuestras interacciones adultas.

—¿Cómo es posible que me enseñes todo esto? —le cuestiono a la Vera anciana.

—Tú sabes que puedes consultar cualquier momento de la corriente del espacio y el tiempo —responde sin separar la vista del estanque—. En este lugar, esas habilidades están vedadas. Sin embargo, yo soy capaz de almacenar toda esa información para transmitirla después en este soporte inorgánico, que es simplemente un representador de realidades.

Pelvra asistió a una universidad privada y estudió artes escénicas, aunque su talento para el brahn no tardó en desplazar aquella carrera en pro de la deportiva. En esa época, creyó enamorarse un par de veces, bebió mucha cerveza, probó algunas drogas blandas, bailó, trasnochó, se enamoró de verdad a la tercera y entonces se le desgarró el corazón. Yo trataba de no pensar mucho en esa noticia porque él mismo no hablaba del tema. No sabía si era porque lo había superado, o precisamente porque no conseguía hacerlo...

—No sé si quiero ver esto —le digo a la anciana.

En respuesta, ella me dirige una mirada de resignación y frunce los labios. No puedo leer su mente, pero sé que está pensando algo como que tampoco tengo alternativa si quiero salir de aquí algún día.

Ella se llamaba Erie Bluelt. Fue la tercera novia de Pelvra, pero el primer y único amor de su vida. Lo acompañó desde que terminó los estudios en la universidad y durante sus primeros años como jugador profesional. Se les veía ir juntos a todos los eventos importantes. Eran la pareja de famosos más estable de Terra, de la cual todos los demás sentían envidia y a la cual toda la romanticona juventud de Americia tenía como referente. Él la trataba con cariño y amabilidad en todas sus apariciones públicas; ella le hacía brillar los ojos con solo mirarlo. Ambos rubios de piel clara, cuerpo sano y estereotipado según los cánones más peliculeros (ella era actriz de teatro), mantuvieron un fructífero romance durante veintisiete ciclos solares de Terra. Se casaron en el ayuntamiento de Chysien, ciudad a la que la familia de Pelvra había emigrado cuando él fichó por el equipo del lugar. Al enlace asistieron personalidades de todo el país, se ofició una multitudinaria ceremonia y, meses después, la pareja del momento sorprendió a todos con el anuncio del primer embarazo de Erie.

Entonces llegamos a la noche que se ve ahora en las aguas del estanque.

—Maldita sea —mascullo—. Tuve a Pelvra delante de mí tantas veces y ni siquiera supe cómo abordar este tema. No pensaba en cómo se sentía. Estaba tan concentrada en...

—Todavía es pronto para empezar a culpabilizarte —me interrumpe mi otra yo.

Pelvra y Erie salían de una función de teatro en el metropolitano de Vereti. Unos amigos estrenaban una obra en la cual Erie había rechazado un papel coprotagónico por causa de su embarazo, ya avanzado. Recuerdo vagamente lo que dijeron en las noticias, aunque imagino que utilizarían el típico lenguaje televisivo: "La sociedad de Americia acaba de ser sacudida por la noticia del fallecimiento de Erie Bluelt, la esposa de la estrella del Brahn, Pelvra Rayg, en un asalto a mano armada cuyas circunstancias aún están por esclarecer".

—Y nunca llegaron a esclarecerse —comento en voz alta, al tiempo que descubro la verdad en las aguas.

—¿Tienes frío? —le decía él, mientras caminaban por el parking del teatro, de camino a su vehículo—. ¡Sí que tienes! —agregó, frotándole los hombros a ella para después quitarse la americana—. ¡Tienes los brazos helados!

—Estoy bien, Pelv —le respondió ella, sonriente, haciendo amago de alejarle con el brazo. Entretanto, él intentaba colocarle la americana sobre los hombros—. Te vas a poner enfermo tú. Como faltes a un solo partido, Raf me matará.

Raf Plinv era el entrenador de los Chysiztrax en aquella temporada.

—Cuando nazca la pequeña, me perderé algo más que un partido —le contestó él, abrazándola sin dejar de caminar.

Fueron de los últimos en salir, pues habían felicitado a cada uno de los actores por el éxito de la obra y habían rechazado amablemente todas las invitaciones para la fiesta de después. Además, eran de las pocas personalidades que conducían su propio vehículo, en lugar de recurrir a los servicios de un chófer.

Pelvra debió de sentirse culpable por muchas decisiones tomadas aquella noche durante el resto de su vida.

—Por favor, envíame allí —le ruego a la Vera anciana, cediendo a las lágrimas—. Déjame detenerlo.

—No puedo más —decía mientras tanto Erie, que se había agachado y se estaba quitando los tacones para caminar descalza el corto trecho que los separaba de la seguridad de su vehículo—. ¡Me estaban matando los pies!

—No puedo hacerlo —me responde mi interlocutora en el presente—. No ahora. Es demasiado pronto.

—Por favor —insisto, llevándome la mano a la boca, incapaz de parpadear. Desearía poder alejar la mirada de lo que está a punto de ocurrir—. O, si no, no me obligues a ver esto.

—Es importante —insiste Vera—. Lo siento.

Cuando Erie sube al coche, Pelvra le cierra la puerta y se dispone a dirigirse hacia la suya. De repente, mientras está caminando junto a la parte delantera del vehículo, la zarpa de un absortor aparecido de la nada le desgarra la espalda, haciéndolo caer al suelo. Él lo puede ver claramente. En aquel momento, nadie había oído hablar de aquellas criaturas todavía. Sin embargo, Pelvra Rayg supo en todo momento que lo que había visto no formaba parte de su imaginación. De hecho, trató de enfrentarlo. Saltó sobre él y lo agarró por uno de los cuellos. Un esfuerzo inútil, pues a la criatura apenas le costó esfuerzo sacudírselo de encima y dejarlo malherido, con huesos e implantes rotos. Después, llevada por un impulso superior al del hambre o la autodefensa, ignoró por completo a Pelvra y se dirigió al coche. Arrancó la puerta del copiloto, agarró a Erie con sus zarpas y...

—Está bien, es suficiente —espeta la anciana.

Vuelve a meter la mano en las aguas para revolverlas. En ese momento, la imagen se centraba en el rostro de desesperación de Pelvra, quien se arrastraba por el suelo en un charco de su propia sangre, gritando, gimiendo y llorando.

La visión se desvanece.

—¿Cómo puede ser que nunca habláramos de ello? —me lamento, dando un par de pasos hacia atrás para apartar la mirada del estanque maldito.

—Nunca llegó a documentarse como un ataque de absortor —me cuenta Vera, la sabia impotente—. De hecho, aún pasaron varios ciclos hasta que la gente empezó a darse cuenta de que las desapariciones y ataques nocturnos no eran obra de animales o delincuentes, sino de unas criaturas a las que la humanidad no conocía. Para entonces, muchos casos como este habían sido archivados en el olvido.

—Pero Pelvra nunca se olvidó, ¿verdad? —inquiero—. Cómo se iba a olvidar, joder.

—Donvan Varitz fue a buscarle porque sospechaba que aquel caso misterioso era, en realidad, uno de los primeros ataques de absortor.

—Donvan nunca desperdició una oportunidad de aprovecharse de la miseria ajena para agrandar su ejército —comento.

Me dejo caer sentada sobre la arena negra, con las piernas flexionadas y el brazo apoyado en las rodillas, todavía boquiabierta.

—Pelvra Rayg fue una pieza clave de la causa de Donvan. Quería descubrir el origen de los absortores y acabar con ellos —me cuenta la anciana, al tiempo que hace un esfuerzo casi sobrehumano por sentarse a mi lado, dada su deteriorada anatomía—. Fue el primer implantado con prótesis de brahn en derrotar a un absortor, y el primer humano en hacerlo con las manos desnudas. Hasta entonces, el equipo de Donvan constaba solo de algunos militares desertores del ejército amerino, financiado todo con dinero ilegal. Sin embargo, Pelvra contribuyó activamente a desviar aquellos fondos para intervenir y adiestrar a otras personas; entre ellas, a Darina. Así esperaba reconciliarse con sus sentimientos de culpa. Aliviar, de alguna manera, el dolor por la pérdida del amor de su vida y de la hija a la que esperaban.

—Pero, en lugar de eso —reflexiono, añadiéndole tristeza a mi descubrimiento—, terminó luchando en una guerra entre humanos; muriendo en nombre de una nación que ya ni siquiera le recordaba y que nunca entendió su dolor.

—He visto varias veces la vida entera de Pelvra de principio a fin —me confiesa Vera—. Créeme cuando te digo que nunca pensó que nadie le debiera nada. —Me pone la mano en la rodilla y me da una palmadita—. Simplemente sentía que debía utilizar las ventajas que su cuerpo le confería para ayudar a cualquiera que estuviera siendo víctima de una injusticia.

—Y eso me incluyó a mí —concluyo agradecida.

—Así es.

Mi interlocutora sonríe, satisfecha de que haya hecho el razonamiento por mí misma.

—¿No hay nada que podamos hacer para evitar ese momento? —me atrevo a cuestionar aún.

—Sí, podemos evitarlo. —Los ojos se me ponen como platos y los labios se me curvan hacia arriba—. De hecho, lo he conseguido algunas veces. Sin embargo, cada vez que he salvado a Erie, también he sacado a Pelvra de la ecuación. Es decir, del ejército de Donvan. Y con ello he desencadenado otros efectos indeseados, como, por ejemplo, nuestra muerte tras el bombardeo de Vereti.

—¡No me importa morir! —exclamo conmovida—. Por favor. ¿Tú los has visto? ¡Dime cómo podemos...!

—Si tú mueres, Darina muere —me interrumpe la anciana—. También lo hacen mamá, Dea y su hija. Los absortores disminuyen, pero el consejo termina por cancelar el proyecto Terra y, sencillamente, le asignan otra compañera y otra granja a Henk.

—¿Me estás diciendo que Pelvra estaba destinado a perder al amor de su vida y luego sacrificarse a sí mismo?

Vuelvo a levantarme del suelo y me dirijo al estanque. Quiero meter la mano, remover las aguas con rabia y empezar a entender cómo intervenir en el pasado para poder ver imágenes diferentes.

—No estoy muy segura de que exista algo así como un destino inalterable —expone Vera—, pero ya te he dicho que hacer según qué cambios tiene consecuencias sobre los hechos que intentamos evitar.

—¡No es justo! —protesto—. ¡Tiene que haber algo que...!

—No metas la mano todavía —me corta mi anfitriona, agarrándome por la muñeca justo cuando mis dedos estaban a punto de contactar con el agua del estanque—. Hay una solución parcial al problema que consigue acabar con los absortores y evitar sucesos como este.

—¡Pues hagámoslo! —respondo, zafándome bruscamente de su agarre.

—El problema de la linealidad es muy complejo —repone la Vera de más edad—. Cuando modificamos sucesos del pasado, alteramos el equilibrio del futuro.

—Suena a ciencia ficción —replico.

—Desearía que fuera ficción, pero solo es algún tipo de ciencia que no consigo entender ni habiendo vivido miles de millones de años.

Giro mi cuerpo entero en dirección contraria al estanque, tratando de transmitir la sensación inequívoca de que no voy a intentar meter la mano de nuevo. Suspiro, agacho la cabeza y reflexiono:

—Esto ha debido de ser toda una condena para ti.

—No tengo palabras para describirla —responde mi acompañante, rasgándosele la voz—. Pero también lo será para ti, si no me escuchas y aprendes de mis errores. —Ella también suspira y camina hacia mí—. Cuando creamos un escenario en el que los absortores no existen, eso fortalece al consejo y a Meredavis. Entonces, la destrucción se precipita por otro lado.

—¿Es a eso a lo que llamas "problema de la linealidad"? —inquiero.

—Sí.

—¿Y hay alguien más que lo llame así?

—No, que yo sepa.

—¿Estás sola en esto?

—No estoy segura, pero así parece ser.

—Joder...

Ambas guardamos silencio durante unos instantes, resistiéndonos a mirar de nuevo hacia el estanque. Ni siquiera me apetece imaginar qué drama estará retransmitiendo ahora.

—Hay esperanza —reinicia la Vera anciana—. De vez en cuando, ocurren cosas que me hacen pensar que no estoy sola. Es posible que haya una versión de nosotras aún más futura que sepa cosas que nosotras no sabemos y mueva hilos para intentar ayudarnos. Quizás controle nuestros recuerdos o la manifestación de nuestros poderes. Por ejemplo, la invasión de los absortores pareció retrasar varias veces el estallido de la guerra mundial en Terra, salvando nuestra propia vida pasada.

—Quizás esto sea un ciclo sin fin —teorizo—, incluso para una Vera ganadora. Es posible que no sea un problema de tres factores, sino de cuatro, o más, y que nosotras seamos solo uno. Entonces, incluso si ganamos, tendremos que invertir el resto de nuestra existencia en enviarnos ayuda hacia el pasado para impedir que nuestro futuro victorioso se estropee.

Mi anfitriona asiente varias veces, complacida.

—Nunca lo había visto así —reconoce.

—Te equivocas —la corrijo, tratando de sonreír—. Lo has hecho hoy.

Hace una pausa y trata de ordenar las ideas antes de continuar:

—Estoy envejeciendo —declara—. Desde hace más o menos sesenta años terrestres, Meredavis reinició mi ciclo de envejecimiento y me privó de la tecnología para detenerlo o revertirlo. —Suspira y, por fin, gira la vista hacia el estanque—. Tarde o temprano, me moriré. Mi parte de la lucha terminará conmigo si no consigo transmitir mis conocimientos.

No sé si estoy preparada. O, mejor dicho, si ella no lo está, es seguro que yo tampoco.

—Te dije que no me rendiría —le contesto para tranquilizarla—. Y te acompañaré hasta el final —prometo.

—Estoy casi al cien por cien segura de que existen otras granjas cerradas como esta —me cuenta en respuesta—, donde otros seres conviven con versiones diferentes de sí mismos, mientras idean estrategias para ganar sus batallas. Es posible, incluso, que esta fuera creada por la versión futura de nosotras de la que te hablaba. Aunque no logro entender por qué nunca ha interactuado conmigo.

—Casi todo es posible —puntualizo—, si lo piensas desde nuestras circunstancias. ¿Por dónde deberíamos continuar?

Vera me tiende la mano. Cuando la tomo, me dirige de vuelta al estanque.

—Tenemos que seguir analizando lo que pasó en los momentos importantes que decantaron la balanza —me indica—. Yo he encontrado pistas que quiero contrastar contigo. Antes te he enseñado el ataque de absortor que terminó por fortalecer a la organización de Donvan. —Trago saliva con fuerza al recordar los últimos instantes de la vida de Erie y su pequeña. Sin embargo, la anciana todavía tiene algunas sorpresas más para mí—. Ahora quiero que aprendas, entiendas y asumas cuál es el origen de los absortores.

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