44. Granja de Veras III
—Es increíble —masculla la Vera anciana que apareció durante la pelea—. Os dejo solas unos años y recreáis un constructo social de sectas contra laicos.
Las uñas del pie de la Vera que me aprisionó el pecho para intentar ahogarme me han dejado una marca en forma de laceración. Sin embargo, el triángulo invertido que me distingue como parte del equipo de las Veras con trenzas no se ha borrado. Antes de continuar su marcha flotante, la anciana se fija en mí.
—Tú fuiste la última en llegar, ¿verdad? —me dice.
—¡Señora, pero ella es una hereje! —interviene la Vera que había estado diciendo cosas sin sentido—. ¡Juega al brahn y lleva el cuerpo pintado! ¡Le falta un brazo como castigo divino por sus pecados!
—Ni siquiera sé si quiero entender qué tipo de culto os habéis inventado —le contesta la anciana levitante—, pero ya podéis haceros a la idea de que era todo mentira. —Vuelve a centrarse en mí, clavándome una mirada casi suplicante—. Tú no crees en el culto, ¿verdad?
Me pongo nerviosa. Miro a mi alrededor y descubro a las Veras jugadoras de brahn tan confusas como yo, o más. Mientras tanto, las que se negaban a jugar o participar como espectadoras han iniciado una especie de ritual de autolesión con las uñas, gemidos profusos y llantos ahogadores.
—No sé qué es el culto —le respondo, un tanto atemorizada—. Pero tenemos partido, si quiere verlo.
Ella se ríe.
—A ellas las han engañado —me confiesa amablemente—, y a vosotras os he engañado yo. Lo siento mucho.
—No sé de qué está hablando —reconozco, mientras mi cuerpo empieza a verse asaltado por unas ganas incontenibles de jugar—. Por favor —casi le suplico—, si ha venido a ver el partido, diríjase a las gradas. Le pueden asignar un asiento en las que están mejor iluminadas. Le llevarán agua y barro para que disfrute del espectáculo con la barriga llena.
—Ya lo entiendo —contesta la anciana—. La mayor parte de vosotras se ha visto arrastrada por la adicción al placer que acabó con la sociedad de la Tierra, solo que no habéis descubierto lo que es el sexo. —Tras escuchar esta palabra por primera vez, y mientras la señora hace una pausa, las jugadoras de brahn y yo nos miramos las unas a las otras. Me alegra no ser la única desconcertada—. Así que obtenéis vuestro placer del deporte —sigue informando nuestra visitante—. Mientras que estas pobres desgraciadas han sucumbido al engaño de una religión inventada por una versión de mí desesperada.
—Creo que aquí nadie engaña a nadie —le digo con absoluta sinceridad, al tiempo que comienzo a caminar hacia el campo de brahn—. Simplemente algunas jugamos, mientras que otras prefieren no hacerlo.
—Así que aún recordáis lo que es el brahn —reflexiona la anciana, acompañándome.
—¡Lo inventamos nosotras! —exclama una de mis compañeras.
—Es posible —concluye la visitante—. Sí, es perfectamente plausible, dado el problema de la linealidad, que los absortores no fueran el único subproducto de esta granja.
—¡Redentora, no nos abandone! —vocifera desde atrás una de las Veras que se están haciendo laceraciones en el cuerpo con las uñas.
Van a contaminar con su sangre el agua que todas bebemos.
—¡Basta! —la reprende nuestra invitada, al tiempo que aprieta el puño y las hace callar por la fuerza de algún poder desconocido—. Sí, tú fuiste la última en llegar —me dice—. No sé en cuánto incrementa esto las posibilidades de éxito, pero necesito tu ayuda.
—Me temo que no puedo ofrecérsela —le informo—. No, por lo menos, hasta el final del partido.
La señora vuelve a reírse, esta vez con una estruendosa carcajada.
—¿No te gustaría tener dos brazos —me propone—, y así poder jugar mejor que ninguna? El otro que tenías te lo arrancó Vina, pero tú ni siquiera recuerdas quién es ella, ¿verdad?
—No conozco a ninguna Vina —le confirmo—. Siempre he sido como soy, y normalmente no me importa. Aquí todas somos diferentes unas de otras. Algunas tienen más partes; otras tienen menos. Pero no competimos por ser la que más partes del cuerpo tiene, sino la que más tantos marca en el campo. Lo pasamos bien, nos reímos un rato y después vamos juntas a beber agua y comer barro. ¿Qué más se podría pedir?
Tras escuchar esto, todas las jugadoras de brahn estallan en una sonora arenga. Solamente se quedan en silencio las que tienen dificultades del oído.
—Esto que me cuentas es esperanzador y descorazonador al mismo tiempo —me dice la anciana, al tiempo que se acerca a mí en un movimiento de flotación majestuoso—. Siento mucho tener que despertarte.
Tras su última declaración, y habiéndose parado muy cerca de mí, me toca la mejilla con la mano y me provoca un escalofrío tan intenso que me caigo de rodillas en el agua.
Es una zona que cubre hasta las pantorrillas.
Tan cerca y a la vez tan lejos el campo de brahn.
De jugar con ellas.
De jugar conmigo misma.
Dios mío, Darina.
Mamá.
Dea.
—¡No, no, no! —exclamo, ahogada por un mar de lágrimas—. ¡No, por favor!
—Lo siento, lo siento —se excusa mi versión vieja, mientras me consuela poniéndome las manos en los hombros—. Lo siento, pequeña. Es que no sé qué más hacer.
—¿Cuánto tiempo llevo aquí? —inquiero, tratando de controlar el ritmo respiratorio.
—Algunos miles de años.
—¿Qué?
El corazón se me acelera. No sé cómo desvincularme de esta versión vegetativa de mí misma que ha estado aquí jugando al brahn por siglos, mientras el amor de mi vida se ha tenido que enfrentar al consejo y, probablemente, morir en el intento de salvar a la humanidad.
—No creí que... —se aventura a decir mi "yo" anciana.
—¡No te atrevas a darme una explicación de mierda! —la reprendo.
—¡Blasfemia! —exclama otra Vera desde atrás—. ¡Cómo te atreves a alzarle la voz a la suprema encarnación de...!
—¡Mi voluntad es que juguéis al brahn todas juntas! —declara la vieja, provocando un silencio ensordecedor en la facción sectaria y una ola de vítores apabullante en la facción deportista—. Por favor, sigamos en otro sitio —me pide.
Accedo a que me tome en brazos y nos elevemos en el aire. Desde unos cien o doscientos metros de altura, podemos contemplar a la multitud dirigirse hacia el iluminado campo de brahn, donde empezarán a disputar la enésima jornada del torneo que inventamos para hacer desaparecer nuestra mente de esta realidad.
Tras aproximadamente diez minutos de vuelo en silencio, con todas mis emociones a flor de piel a causa de los recuerdos recién recuperados sobre mi vida, solo espero que la Vera anciana se pose sobre la arena negra en mitad de la nada y me deje en el suelo para comenzar a recriminarle en voz alta, mientras le hundo el dedo en el pecho.
—¡Tú me has hecho esto! —exclamo—. ¡Tú fuiste mi peor enemiga todo el tiempo! ¡Tú estabas en todas partes! ¡Tú lo sabías todo!
—¡Te equivocas! —grita en respuesta, y su voz suena como un trueno en una tormenta tropical—. ¡Yo no sé una mierda! —reconoce—. ¡He fracasado!
Me sorprende ver que cae de rodillas y empieza a llorar.
—Qué más da ya —espeto—. Ellas deben de estar muertas.
—Es como si lo estuvieran en mi espacio y mi tiempo —admite mi interlocutora. Luego toma un puñado de arena en su mano y lo aprieta con rabia e impotencia—. Aun así, todavía me quedan razones y personas por las que quiero que esto salga bien.
—Define "esto" —le solicito, tratando de contener el aluvión de emociones que me piden que no la escuche.
Intento, por primera vez, aplicar los beneficios de la duda que nunca apliqué con Henk.
—Yo no soy nadie especial —empieza a decir la anciana—. Solo soy la versión de nosotras que ha llegado más lejos que ninguna. Aquí.
Señala con el dedo a un estanque de agua que hay a unos metros de nosotras. El cielo está completamente oscuro, pero somos capaces de divisar una gran área a nuestro alrededor gracias a la brillante luz que sale del cuerpo de mi interlocutora. El pequeño estanque redondo está construido en piedra, tal como anunciaba la versión de Vera primigenia que tenía a la secta bajo su control.
—Así que era cierto —murmuro casi para mí misma.
—Yo estuve aquí muchísimo antes que todas vosotras —confiesa la anciana—. No creé este lugar, y tampoco sé quién abrió el portal por el que logré salir la primera vez. Sin embargo, después de hacerlo, conseguí construir una especie de desvío; redirigir aquí a todas aquellas a las que os hacían desaparecer. Convertí este sitio en mi granja de arena negra para criar Veras, por si pensando muchas a la vez éramos capaces de encontrar la solución al problema.
—¿A qué problema? —inquiero—. ¿Has montado todo esto para salvar a Darina, mamá, Dea y Vera?
—Para salvar a billones —responde—. Tenemos un problema de tres frentes que solo puede hallar una solución cada vez. —Tras decir esto, se incorpora, se sacude de las manos el barro negro y camina hacia el estanque. Con un chasquido de sus dedos, hace que el agua comience a brillar—. Hay tres enemigos a los cuáles derrotar —enuncia.
—El consejo... —murmuro sin querer.
—Meredavis y los absortores —completa Vera—. Cada vez que derroto a uno, hago más fuertes a los otros dos. El resultado siempre son miles de millones de muertes y esclavos.
—¿Existen varias líneas temporales? —pregunto sin tapujos.
Esto era algo que los seres humanos no conocíamos con certeza. Ni siquiera el consejo sabía cómo viajar en el tiempo, o si acaso eso era posible.
—Creo que existe solo una —me informa la anciana—, pero se reconfigura cada vez que hacemos algún cambio desde esta granja, o desde alguna semejante.
—¿Cómo que "creo"? ¿Cuántos años has vivido para no saber eso?
—¡No seas tan dura contigo misma! —exclama—. Por larga que sea una vida, una sola persona no puede... ¡Mira!
Señala hacia el estanque brillante, y entonces, por primera vez, puedo constatar la realidad de las leyendas de la fallecida Vera de primera generación.
El agua nos muestra instantes de nuestra vida; desde nuestro nacimiento en un complejo del consejo, hasta el primer beso que le dimos a Dari. Este momento en concreto me provoca una punzada de dolor, no solo por echar de menos sus labios, sino por la sensación de haber perdido décadas enteras dejando atrás mi memoria. Un valiosísimo tiempo que podría haber empleado en volver a encontrarme con ella.
Con todas ellas.
—De verdad era de la primera generación —murmuro, refiriéndome a la Vera ahogada.
—No fue la primera que lo vio —me instruye la Vera anciana—, pero sí la última. Yo tenía muchas esperanzas puestas en ella.
—Pero, ¿cómo funciona esto? —pregunto—. ¿Entras y sales cuando quieres? —Ella asiente—. Y ¿por qué nos haces esto? ¿Por qué no, simplemente, vamos todas juntas a intentar solucionar el problema?
Vera se encoge de hombros.
—No hay potencia física que sea capaz de derrotar al consejo, a los absortores y a Meredavis a la vez —me informa—. Da igual cuántas de nosotras seamos y cuánto sepamos.
Estoy esperando a que me explique por su propia iniciativa quién es ese tal Meredavis.
—¿Intentaste hacer partícipe a alguien más? Dea, Darina, mamá... Se podía confiar en ellas. Incluso Henk dio su vida para que tuviéramos alguna oportunidad.
—¡Ya lo sé! —se lamenta Vera anciana—. No puedo contarte demasiado —me advierte—. Lo he probado. Siempre que hago partícipe a otra yo de todo cuanto yo sé, salimos perdiendo.
—Entonces, ¿por qué lo haces ahora conmigo? —le reprocho.
—¡Porque estoy desesperada! —Se lleva las manos a la cara—. Quiero volver a tenerlas tal y como eran... Y no solo a ellas. He conocido a mucha gente después, pero los he perdido a todos. Deseo que alguna versión de mí sea capaz de construir una realidad en la cual pueda volver a abrazarlas, besarlas, prometerles que todo irá bien y cumplir con ello.
—La gente tiende a practicar deportes o unirse a alguna secta cuando las cosas van mal —reflexiono.
—Tú no harás eso, ¿verdad?
Me decepciona conocer a una versión de mí misma que, a pesar de tener tantísimos años, sigue batallando contra la misma impotencia y la misma incapacidad de no llorar cuando las cosas se complican. Y digo que me decepciona porque todo cuanto hace es demostrarme que soy incapaz de lidiar siquiera con mis propias emociones.
¿Cómo voy a solucionar yo el problema triple ese?
—Ya lo he hecho —le digo simplemente—. Pero, al contrario que tú, yo no me rindo.
—Créeme que lo harás —comenta con tristeza.
—Entonces, ¿por qué estamos aquí? —replico—. ¿Por qué seguimos intentándolo?
—Porque la esperanza solo se muere cuando se muere el cuerpo, supongo. —Antes de continuar, Vera mete la mano en el estanque brillante y remueve las aguas. Cuando se aclaran, muestran una escena distinta—. Yo no creé este lugar, pero sé cómo controlar su física —me confiesa—. Este estanque lo puse yo. Las primeras generaciones lo descubrieron y yo tenía la esperanza de que usaran la experiencia adquirida de él para darme información que me ayudara a cambiar el pasado.
—¿Cómo puedes cambiar el pasado? —le pregunto.
—No sé si se puede —reconoce, torciendo su gesto hacia una mueca de duda impotente—. Pero sí sé que puedo enviar mensajes a Veras del pasado que aún no han sido condenadas a terminar aquí, e intentar que hagan cosas que yo quiero que hagan. Es solo que debo hacerlo de tal manera que no se den cuenta de que están recibiendo un mensaje desde el futuro.
—¿Conmigo lo has hecho?
Al oír mi pregunta, la Vera anciana se encoge de hombros.
—Sois tantas que ya no sé si...
—Estamos jodidas —declaro sin tapujos.
—Yo más que cualquiera —agrega ella—. Si crees que conoces a todos tus enemigos, espera a encontrarte con Meredavis.
—¿Quién es? —inquiero.
—Alguien que... —inicia Vera, pero se detiene enseguida—. Prefiero no darte información que pueda contribuir a tu fracaso. —Vuelve a meter la mano en el estanque y remueve las aguas—. Reconozco que no esperaba encontrar este desastre en la granja. También reconozco que te he elegido a ti para restaurar tus recuerdos por el simple hecho de que habías sido la última en llegar, pero creo que cualquiera de nosotras podía tener las mismas posibilidades de triunfar o fracasar.
—Realmente estás desesperada —me burlo, acercándome más a ella y al estanque—. ¿Qué es lo que quieres de mí?
Vera me toma de la mano y señala con el dedo a las aguas brillantes.
—Te mostraré momentos clave de las vidas de todas las personas que han sido importantes para nosotras hasta donde tú sabes. Quizás, y solo quizás, puedas identificar algún patrón o encontrar alguna pista que yo haya sido incapaz de detectar. —Me mira a la cara con los ojos vidriosos—. No lo sé. No sé qué más hacer. Si yo fracaso, el universo sigue. Meredavis prospera, el consejo continúa su guerra o los absortores se lo comen todo. Que ganemos o perdamos no hace una diferencia significativa en el total de la existencia, creo. Pero el caso es que aquí estoy: viva, estúpida y con la capacidad de intentar patalear. Te mostraré cuanto quieras ver, y cuando creas que tienes alguna posibilidad, házmelo saber. Intentaremos enviar un mensaje al momento de tu vida que elijas, o incluso podemos tratar de personarnos en él.
Y esto no lo dice ella, sino yo:
—Pues no pienso rendirme.
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