40. Vina
Después de varios días recluida con mi hermana en el refugio, me reconforta ver que las lesiones más graves de Dari ya han sanado y que sigue descansando plácidamente en la cámara de recuperación. Ahora falta que sus implantes de biotecnología se recompongan, en un proceso que puede durar de semanas a meses. Este lugar, que es un prodigio de la tecnología humana, ha resultado ser la pieza más relevante en el puzle de mi vida. Incluso yo misma me beneficié de él después de que contraje la peste bubónica, hace milenios, y mi sistema inmune fue incapaz de regenerarse del daño por sí solo. Ni mi madre ni mi hermana ni Darina podrían estar vivas hoy en día de no ser por esta maravilla de la ciencia.
La maquinaria del refugio también puede hacer otras cosas. Por ejemplo, nos ha permitido extraer el cerebro del último agente al que derrotamos y analizar la información contenida en él. Gracias a eso, ahora sabemos varias cosas muy importantes que antes ignorábamos. Comprendemos qué tipo de portales utilizan para recorrer las enormes distancias que separan las galaxias sin verse afectados por la dilatación temporal relativista. También sabemos dónde se encuentran las granjas de humanos más cercanas y cómo podemos viajar hasta ellas sin ser detectadas por el consejo. El plan A, que es el más optimista, se basa en la premisa de que Vina y yo, como representantes de nuestros universos, conseguiremos sellar un acuerdo de paz. Después transmitiremos ese acuerdo a nuestros diferentes gobernantes y procuraremos que lo acepten. En el mejor de los escenarios posibles, el consejo colaborará con los administradores del universo paralelo para enfrentarnos al tercer universo y eliminar la amenaza de los absortores de una vez por todas. Se terminarán las guerras. Se terminará la explotación de granjas de humanos como si fueran simples insectos en un terrario, abandonados ante la injusticia de sucumbir a las enfermedades, la muerte y los problemas sociales que produce no disponer del conocimiento y la tecnología que la humanidad original ostenta. Se terminará, también, la explotación de los granjeros, personas sin familia ni pasado como yo; y la de los prodigios, condenados a comerse universos enteros para alimentar al suyo.
Sin embargo, necesitamos un plan B para reaccionar a la más que probable eventualidad de que el consejo interprete nuestras acciones como alta traición y decida finalizar el proyecto Terra sin atender al pacto de paz con Vina. Es por eso que hemos identificado dos granjas relativamente próximas, con baja población y estamentos sociales semejantes a los de aquí. La información extraída del cerebro del agente nos permite usar nuestra tecnología para observar lugares distantes en tiempo real antes de visitarlos. Previo a mi intercesión ante el consejo, evacuaremos a todos los habitantes de Terra que confíen en nuestras advertencias y enseñanzas hacia una de esas granjas. Si los tutores de ambos planetas cooperan, uniremos los proyectos y utilizaremos sus mundos como escondite para nuestra humanidad, ocultándola del consejo gracias al uso de su propia tecnología. Servirán de campamento base para que Vina y su gente nos ayuden a derrocar al sistema actual si es necesario. Cualquier solución futura para el bienestar humano tiene que pasar por destruir al consejo si se niega a aceptar la proposición de paz. Es por eso que, si los granjeros de estos dos planetas deciden no cooperar, tendremos que ser todo lo convincentes que haga falta...
Por supuesto, contamos con que habrá gente en Terra que nos rechazará y se negará a la evacuación, o que simplemente no creerá la verdad sin importar cuántas pruebas empíricas aportemos. En última instancia, servirían de sacrificio para salvar al resto. El consejo no lleva registro de cuántos habitantes tiene el planeta, así que no echarán de menos a unos cuantos cientos de millones. Pero lo que de seguro llamaría enormemente su atención sería encontrar el planeta completamente vacío.
Los que no ejerzan fe y decidan quedarse terminarán pagando su indolencia a manos de nuestros enemigos.
Los dos últimos flecos que pensamos que tenía el plan quedaron solucionados gracias a más información extraída del cerebro del agente. El primero de ellos era de lógica básica: si nosotros podemos ver en tiempo real lo que ocurre en cualquier granja, entonces seguramente el consejo también pueda hacerlo. De hecho, no era descabellado pensar que nos estarían vigilando mientras tramábamos nuestro plan. ¿La solución? Hemos entendido, por fin, cómo funcionaba la tecnología que ocultó el refugio de Eirén de la vista de los agentes del consejo, y la hemos aplicado al resto del planeta. En realidad, se trataba de un ajuste muy sencillo que no implicaba grandes cantidades de recursos. Gracias a él logramos hacer invisible Terra ante la omnividencia de cualquier humano. Por supuesto, el consejo sigue sabiendo exactamente dónde se encuentra el planeta, pero ahora tendrán que venir en persona si quieren ver lo que está pasando, y este recorrido les tomará varios ciclos.
La omnividencia depende de nuestra conexión con un tipo concreto de partículas elementales. Estas se encuentran entrelazadas a nivel cuántico en un campo omnipresente que la humanidad descubrió hace eones. Al estar entrelazadas, se puede intercambiar información de manera instantánea con todos los puntos del campo. En definitiva, esto permite mirar en cualquier dirección del espacio, y hacia atrás en el tiempo. Sin embargo, cuando generas una capa de estas partículas no entrelazada con el campo, y luego la superpones al resto, ejercen de barrera visual para la capacidad humana de mirar hacia cualquier punto del universo de manera instantánea.
El segundo fleco del plan era yo. O, mejor dicho, qué pasará conmigo si el consejo rechaza la proposición de paz. Si hicieron falta varias copias de mi hermana para acabar con un solo agente, ¿cuántas serían necesarias para protegerme en caso de que se presente aquí un ejército de ellos? ¿Tenemos tiempo físico para construir tantos cilindros? ¿Es ético lanzar a millones de versiones de mi hermana hacia una muerte segura solo para protegerme a mí? Sin embargo, estos dilemas quedaron resueltos cuando respondimos otra de las dudas que me asaltaban.
¿Por qué los agentes del consejo a los que matamos no se recompusieron como lo hice yo cada vez que un misil o una bomba desintegraron mi cuerpo?
Resulta que, en la información que contenía el cerebro del agente, no había registros sobre una capacidad para recomponerse a esos niveles. Al parecer, mi habilidad extrema para restaurarme usando la materia del entorno es única. O si no es única, como mínimo, no está documentada en los archivos de la humanidad original. Eso significa que, por ejemplo, podría colocar explosivos en mi cuerpo y, si la mediación con el consejo no sale como esperamos, hacerme volar por los aires y recomponerme más tarde, cuando se hayan ido. Esto es mucho mejor que utilizar una copia de seguridad mía almacenada en un cilindro, puesto que, si muero frente al consejo y me restauran desde una versión anterior de mí, jamás podría llegar a saberse qué fue lo último que vi y escuché.
Desde luego, no estoy dispuesta a permitir que miles de versiones de mi hermana mueran por mí. Por el contrario, me parece justo tener que sacrificarme una vez más.
Me ha gustado mucho trabajar con Dy para idear todo este plan y pensar en sus posibles fallos. Hemos pasado doce días reencontrándonos con la mejor versión de cada una. Hemos incinerado los restos de Henk y hemos esparcido sus cenizas por el mar. También hemos acondicionado lugares de habitación en el refugio para la pequeña Vera y para el doctor Sok. Este último ha sido instruido por nosotras sobre cómo operar la cámara de restauración, de manera que pueda encargarse de monitorizar la recuperación de Darina. Con el paso de los días, ha dejado de vernos como diosas y ha empezado a aprenderlo todo sobre la humanidad original, a fin de ponerse a nuestro nivel.
Antes de empezar con la misión, decido hacer una visita de despedida a mi madre. La encuentro regando las flores de su jardín, ataviada con un vestido fresco de colores pastel, muy acorde con el día soleado y despejado que nos regala el planeta.
—Me sigue sorprendiendo ver en lo que se han convertido nuestras vidas —me saluda, detectando mi presencia mientras me acerco desde atrás.
—¿Para bien o para mal? —le pregunto, abrazándola por la cintura para después darle un beso en la sien.
—Es difícil de explicar —repone girándose hacia mí. Me aparta un mechón de cabello de la cara y lo coloca con cuidado detrás de mi oreja—. Estoy regando unas plantas que no sé si estarán vivas pasado mañana. Hay monstruos gigantes que pueden aparecer en cualquier momento, miles de copias de mi hija mayor pululando por el mundo y protegiéndome, gobiernos volviéndose locos sin saber cómo gestionar la situación... Algunas personas os ven como diosas, mientras que otras os perciben como una amenaza.
—Nos vean como nos vean, no pueden hacer nada al respecto —le explico.
—Si ahora mismo este jardín no está rodeado de periodistas con cámaras, fisgones y agentes de la ley, es, precisamente, porque la presencia de tu hermana en los alrededores les infunde temor. —Mamá deja la regadera sobre una silla y me toma de la mano—. Ven adentro. No quiero que me malinterpretes.
Cuando accedemos al interior, mi madre se descalza y me pide que haga lo mismo. No sabe si esta casa seguirá en pie dentro de unos días, pero de momento no quiere que le llene el suelo de suciedad. Luego me guía hasta la cocina y me hace sentarme en un taburete alto de aluminio y tapicería negra, con los brazos recostados en la encimera de mármol de la isla central.
Comienza a preparar té.
—Es increíble volver aquí —le comento, al tiempo que me regodeo en el contraste térmico de la luz de los soles que entra por la ventana, calentándome el pecho, y el frío que me transmite la barra de metal del taburete donde reposan los dedos de mis pies—. Es el único lugar del mundo donde siento que soy una persona normal.
—Sin embargo, yo me siento como si tratara de dar la espalda a la realidad —replica mi madre, a la vez que la tetera comienza a silbar y ella coloca dos tazas sobre la encimera—. Siempre he sido una mujer con inquietudes.
—Amante de la música y la cultura —le reconozco—; sofisticada.
—Y mírame ahora... Regando flores y preparando té como ama de una casa en la que no vive nadie, en un mundo que se desmorona.
Nos quedamos en silencio. Cuando el agua caliente cae dentro de las tazas, enseguida rodeo la mía con las manos para ganar más de ese calor del hogar que tanto he extrañado.
—Yo también echo mucho de menos a papá —musito—. Es una locura. Han pasado tantas cosas y hemos perdido a tanta gente por el camino... Samyna, papá, Rihl... Incluso Hrutz, Donvan y todos nuestros amigos de su grupo. Pelvra, Kiluna, Daniz, Demy... No dejo de pensar en cómo hubieran sido este mundo y las vidas de todos ellos si yo hubiera despertado antes; si no me hubiera enfurruñado como una niña caprichosa, retrasando el proceso.
—Lo más probable es que ninguno de nosotros hubiera podido soportar ni siquiera la parte inicial del proceso de tu despertar —me anima mi madre—. Cuando tiraron las bombas en Vereti, a la versión de mí que lo vivió le rompió el corazón ver el estado en que te dejaron. Aun así, Dea me contó que aguantaste como una campeona. —Creo que mi madre no sabe que Henk me salvó del suicidio. Yo sí lo sé, y eso me hace sentir todavía más culpable y más en deuda con él—. Si sigo teniendo el privilegio de que me consideres tu madre, quiero que sepas que estoy orgullosa de que eligieras ser mi hija. —Ambas sonreímos y nos tomamos de la mano—. Algún día volveremos a vivir en un mundo real. Algún día tendré un jardín real, con flores reales y una cocina real; sin miedo a la guerra, al consejo y a la destrucción. Cuando llegue ese momento, me enseñarás todo lo que sabes, tomaremos el té juntas y nos acordaremos de todos los que no tuvieron tanta suerte. Te prometo que seré fuerte y aguantaré todo lo que sea necesario para conseguir compartir ese día contigo.
Sin necesidad de decir nada más, le aprieto la mano a mi madre y asiento. Nos terminamos el té, nos damos un abrazo, me calzo y me marcho.
Hoy es un día muy importante. Probablemente, el más relevante de la historia de esta pequeña granja a la que Henk y yo llamamos Terra. Desde aquí se sentarán las bases para terminar con incontables miles de millones de años de injusticia. Cuando abrazo contra mi pecho el maltrecho marco que contiene la foto de mi hermana y yo, lo lleno de esperanza y de buenas intenciones. Quiero que Vina las perciba todas cuando lo reciba.
No pasan ni cinco segundos hasta que vuelvo a tenerlo entre las manos. Sin embargo, ya no me encuentro en el jardín de mi madre, sino en la cima de una altísima montaña; tan alta que una densa capa de nubes blancas, situada varios cientos de metros por debajo, oculta el entero paisaje. Todo cuanto puedo contemplar es un horizonte de cielo azul con un solo sol. La temperatura es agradable y Vina está sentada en un peñasco a mi lado, con un sombrero de paja cubriendo su larga melena, ahora dorada, y la túnica blanca clásica con la que me ha recibido en nuestros encuentros anteriores, la cual yo también visto. Mi cabello, además, ha sido recogido en una abundante trenza anaranjada que cae hasta más allá de mi nuca.
Me siento a su lado y la saludo.
—Me alegro mucho de verte —contesta sonriente. Pero no me mira, sino que mantiene los ojos fijos en el horizonte, como si esperara algún evento astronómico.
—Y yo a ti —le correspondo—. Ni te lo imaginas. —Oteo los alrededores y palpo la roca. Las sensaciones térmicas son contradictorias con la altitud a la que nos encontramos. Esta calidez... Incluso la tierra que me toca las plantas de los pies está tibia—. ¿Estamos realmente aquí? —le pregunto.
—Por ahora, solo en consciencia —admite Vina—. La última vez que nos vimos, me dio la sensación de que colaborarías, así que empecé a trabajar en nuestra misión. Desarrollé la tecnología para traerte aquí en cuerpo físico; a ti y a vuestro prodigio, si lo tenéis. También medié con los míos para que aceptaran el acuerdo de colaboración. Así que, cuando todo esté claro por nuestra parte, os haré venir aquí en presencia real. —Ahora sí, fija su mirada en la mía e inclina la cabeza hacia un lado, como si esperara mi respuesta—. Dime que no ha sido en vano, por favor.
—No lo ha sido —le confirmo, y ella suspira aliviada—. Pero hay algunos asuntos que tenemos que solucionar.
—Estoy deseando escuchar tus condiciones —consiente Vina.
—Más que condiciones, son circunstancias —especifico—. Mi universo está regido por un consejo organizativo que desconoce tu existencia y nuestras intenciones. Son gente desconfiada y poderosa. Es probable que tengamos dificultades para convencerles de que colaborar con vosotros es la mejor opción. Yo no me he atrevido a revelarles tu existencia porque no tengo poder suficiente para derrotarlos si se niegan a colaborar.
—Eso no será un problema —replica Vina de inmediato.
—¿No?
—No, siempre y cuando tengáis un prodigio dispuesto a colaborar con la causa —agrega—. ¿Lo tenéis?
—Es posible —admito—. Y da la casualidad de que se trata de mi sobrina.
A Vina se le escapa una tierna risotada que resulta casi musical.
—Nada es casualidad —puntualiza en tono de vanagloria—. Tengo muy buena puntería. Cuando elegí comunicarme contigo, sabía que eras especial.
—¿Ah sí? ¿Y qué hay de Henk? —me atrevo a inquirir en tono pícaro—. ¿También tuviste buena puntería con él?
—Yo sí —se apresura a contestar Vina, casi diría que sonrojándose—. Era alguien cercano a ti y, si hubiera aceptado colaborar, podríamos haber hecho un buen trabajo juntos.
—¿Y por qué no me dijiste que habías contactado con él antes de hacerlo conmigo? —le reprocho quedamente.
—¿Habría servido de algo? —se excusa mi interlocutora—. Me dio la sensación de que Henk no confiaba mucho en mí y, por la manera en que me habló de ti, me pareció que tú tampoco confiabas mucho en él. —Tras decir esto, Vina se quita el sombrero y deja que su cabello ondee suavemente al ritmo del viento cálido—. Para serte sincera, aunque imagino que ya lo habrás visto venir, mi intención al contactar con vosotros era acotar la búsqueda del prodigio de vuestro universo.
—Tiene sentido —admito.
—Yo he sido el prodigio de mi universo durante incontables generaciones. Podría haber atraído materia desde el vuestro durante el tiempo suficiente para haberlo secado y reducido a un yermo inerte. Sin embargo, he decidido no hacerlo para no seguir alimentando la sed de guerra del tercer universo, del cual solo sabemos que tienen la capacidad de enviarnos absortores cada vez más poderosos. Mira.
Vina acompaña su última palabra de un gesto: estira el brazo hacia el horizonte y señala al mar de nubes con el dedo. De su superficie emana lo que parece ser una tortuga gigante con una montaña en el caparazón. Es muy parecida al absortor colosal del mar del sur de Terra, solo que tiene aletas donde el otro tenía tentáculos. Navega por los cielos sin esfuerzo, en dirección a nosotras, y ostenta el tamaño de un continente entero, con lo que en poco tiempo abarca todo el horizonte.
—Yo pensaba que los absortores ya no eran un problema para vuestra gente —reflexiono, ensimismada en la contemplación de la criatura, que todavía se encuentra a cientos de kilómetros.
—Habían dejado de serlo —me cuenta Vina—. Pero hace poco empezaron a aparecer gigantes como este; algunos, de tamaño planetario. Mi gente ya no está acostumbrada a la guerra. No tenemos luchadores capacitados para enfrentar amenazas de tal nivel. —Mientras me revela esta información, se seca con el dedo una lágrima que le cae del ojo izquierdo—. Millones han sucumbido. Hombres, mujeres y niñas inocentes.
Siento un ligero sobrecogimiento en el pecho. No me resulta difícil empatizar con el sufrimiento de los que están siendo atacados por estos monstruos sin poder entender su origen.
—Lamento mucho oír esto —le digo a Vina, al tiempo que le doy una palmadita en el muslo.
—Si vuestro prodigio se pone de nuestra parte, podremos plantarle cara al tercer universo —continúa proponiéndome—. Con la ayuda y el sacrificio de algunos de nuestros más valientes investigadores, hemos conseguido desarrollar la tecnología para abrir portales hacia allí. Sin embargo... —Al decir esto, niega con la cabeza y agacha el rostro—. Por el momento, son portales solo de ida. No hemos logrado traer de vuelta a ninguno de los nuestros, y mi capacidad para mover materia desde otro universo se limita al vuestro, me temo. Si el otro prodigio colaborara conmigo, estoy segura de que en poco tiempo conseguiríamos resolver el problema del viaje de vuelta. Entonces traeríamos su materia de baja entropía a nuestro universo, y los neutralizaríamos aquí.
Dedico unos instantes a asimilar la propuesta y a pensar en sus posibles inconvenientes. No esperaba encontrar a una Vina desesperada. Mientras me habla, tiene la piel del brazo de gallina y el vello erizado. Aunque yo no tengo vello en el cuerpo, ya que elegí renacer en Atara, no me cuesta entender que una reacción corporal como esa denota un intenso nerviosismo.
—Me parece bien —admito por fin—, pero sigo teniendo mis reservas de que el consejo de mi universo acepte colaborar.
—Ya te dije que eso no será un problema —insiste Vina—. Sí tú y tu sobrina aceptáis venir aquí, vuestro consejo no podrá negarse. Eso los pondría en una posición peligrosa. Se enfrentarían a un universo que posee dos prodigios, algo nunca antes visto en los anales de las guerras universales.
—Puede que tengas razón en eso —reconozco de inmediato—. Sin embargo, uno de los objetivos de mi acuerdo contigo era dejar de usar al prodigio como un arma de guerra. Verás... —Me aclaro la garganta—. Mi sobrina es tan solo una niña. Ni siquiera estoy segura de si controla sus poderes a cabalidad.
Vina frunce el ceño durante una décima de segundo, pero enseguida recupera el gesto jovial y vuelve a fijar la mirada en el absortor gigante del horizonte.
—Tenemos tiempo —dice quedamente—. Te garantizo una infancia normal para ella. Si aceptas, será criada como uno más de nuestros niños, con amor, empatía y paciencia. Solo retomaremos la misión cuando tenga edad para entender la cuestión de la que forma parte.
Visto así, todo son ventajas. Al fin y al cabo, con la misión de evacuación de Terra en marcha, y con el consejo subyugado por el hecho de que los dos prodigios estén en el universo rival, no hay muchos peligros que afrontar más allá de los absortores colosales. Mi hermana y yo podríamos encargarnos de ellos. También podríamos adiestrar a la gente de este universo para que luche. Si el pacto va bien, incluso podríamos evacuar a la gente de Terra a este universo, donde podrían vivir en paz y tranquilidad, en lugar de a otro planeta del sistema de granjas del consejo.
—¿Cómo vamos a hacerlo? —inquiero disimulando la ilusión—. Tendré que hablar con mi hermana, que es la madre. Ambas tendrán que aceptar, y, si es así, entonces vendré con ella. ¿Cuál será la señal para que nos traigas en cuerpo físico?
Vina sonríe y da tres palmaditas silenciosas con las manos, en señal de celebración. Vuelve a ponerse el sombrero y se levanta. Luego extrae un artefacto del bolsillo de su túnica. Se trata de un disco del tamaño de una moneda, verde y brillante. Acto seguido, me invita a levantarme y coloca el artefacto en la palma de mi mano.
—Yo no voy a traeros. —Cierra mis dedos sobre el pequeño disco y me aprieta el puño—. Vais a venir vosotras.
Inmediatamente, mi campo de visión se torna oscuro durante dos segundos. Antes de que pueda reaccionar, me encuentro de nuevo en el jardín de la casa de mi madre, con el artefacto caliente todavía en la mano.
Es la llave de la salvación de mi mundo.
Cuando nos encontramos, Dy me cuenta que ha practicado para generar una especie de mente colmena entre ella y sus demás versiones. Gracias a esto, sin importar con cuál de sus copias interactúe, todas las demás estarán enteradas. Comparten experiencias, vivencias, recuerdos, emociones y sensaciones. Todas las Dea son Dea. Han iniciado la tarea de informar secretamente a los gobiernos de las naciones de Terra sobre cuál es la realidad de nuestro mundo y el plan que estamos tramando para evacuarlo. Les han contado que, probablemente, seguirán apareciendo absortores cada vez más grandes. Y, finalmente, les han informado de que en pocos ciclos recibiremos la visita de los refuerzos del consejo, preparados para arrasarlo todo y llevarse a mi sobrina consigo.
Ahora saben que no tenemos intención de permitirlo.
A Dea no le hace gracia que su hija se marche al universo de Vina sin su supervisión. A expensas de lo que opine la pequeña Vera, Dy ha aceptado seguir adelante con el plan, siempre y cuando ella misma y algunas copias suyas puedan venir también. Quiere poder proteger a su hija de los absortores y de posibles peligros insospechados. Dice que no es sensato poner todos los huevos en una misma cesta y luego dejar esa cesta sin vigilancia.
A mí me parece razonable.
Al día siguiente de mi último encuentro con Vina, obtengo el beneplácito de mi sobrina, quien parece ser la más emocionada de todas por llevar a cabo el plan. De manera que pongo en marcha el artefacto y me persono en el universo paralelo, acompañada por la pequeña y por tres versiones de mi hermana. El portal creado por el disco verdoso no difiere mucho en aspecto de cualquiera de los que utilizamos para entrar en el espacio intermedio: se trata, simplemente, de una abertura ovalada en el aire que te permite ver tu destino al otro lado. Esta vez conservamos los atuendos y el calzado que llevábamos, prueba de que el viaje ha sido real, y no solo una proyección mental. Mi sobrina, incluso, tiene la mochila que le habíamos preparado con algo de agua y alimentos, por si la tarde se alargaba más de lo previsto.
Nos encontramos a las puertas de lo que parece ser una sede gubernamental. A nuestro alrededor se divisa un interminable jardín de setos laberínticos y enormes árboles frutales. El suelo está adornado por un empedrado del color de la tierra, formando caminos que conducen aquí y allá. El edificio es de piedra caliza beige, con una arquitectura angulosa y simétrica. Tiene múltiples ventanas pequeñas a la altura del suelo, y también en un segundo nivel. Preside su fachada una gran puerta de madera negra de hoja doble, la cual comienza a abrirse al poco de nuestra aparición.
—He perdido la conexión con las demás —dice una de las copias de mi hermana.
Las otras dos asienten.
—Supongo que eso prueba que realmente estamos en otro universo —le respondo, tratando de reducir el nerviosismo que desprende—. Lo raro sería que siguierais conectadas.
—No sé qué es raro y qué es normal aquí —repone Dy con cierta incomodidad—. Es solo que ya no estaba acostumbrada a este silencio y a no recibir datos de todas partes.
Caigo en la cuenta de lo poco que he reflexionado sobre el impacto emocional que habrá tenido para mi hermana convertirse en lo que se ha convertido. Incluso si nuestra misión tiene éxito, ella seguirá existiendo en esta forma durante el resto de su vida. Al fin y al cabo, para que vuelva a estar sola deberíamos eliminar a todas sus versiones alternativas, las cuales tienen tanto derecho a vivir como ella. De hecho, ni siquiera podemos decir que exista ya una Dea original. El sacrificio de vivir como una mente colmena es enorme, pero la alternativa sería un genocidio.
Cuando la puerta termina de abrirse, Vina emerge del interior del recinto. Viste su acostumbrada túnica blanca, pero esta vez calza unas sandalias doradas de finísima factura, cuyas correas le rodean los tobillos y las pantorrillas. Se acerca a nosotras luciendo una amplia sonrisa y una diadema de oro con incrustaciones de piedras preciosas, como si fuera una noble del lugar. Mi hermana me mira con cierta desconfianza, y yo le respondo asintiendo, al tiempo que esbozo una sonrisa para transmitirle la seguridad de que nos hemos encontrado con la persona correcta.
—Bienvenidas —nos saluda por fin Vina—. Adelante, por favor.
—Disculpa que haya traído más compañía de la acordada —le comento en respuesta, mientras la seguimos en dirección a la puerta.
—Faltaría más —repone nuestra anfitriona—. Agradecemos enormemente vuestro sacrificio.
El interior del recinto es una estancia diáfana de suelo marmóreo con un techo de cuatro metros de altura, poblado por múltiples lámparas colgantes. Estas emiten una intensa luz blanca con un ligero matiz verdoso. En las paredes hay cortinas de un tejido semejante a terciopelo, pero de color blanco, rematado con ribetes y florituras verdes, en hilo grueso de calidad. Atravesamos la estancia en silencio hasta llegar a una segunda pareja de puertas de madera negra. Estas se abren para dar paso a una sala parecida a la anterior, aunque esta vez con una gran mesa redonda de piedra blanca presidiendo su centro. Se halla rodeada de sillas de respaldo alto y tapicería negra, en las cuales se sientan siete hombres y cinco mujeres.
Imagino que serán el equivalente al consejo de este universo.
—Por favor, traed sillas extra para nuestras invitadas —les ordena Vina a una mujer y un hombre que flanquean la puerta de hoja doble—. Tomad asiento, si sois tan amables. Enseguida habrá también para tus amigas.
—De hecho, se trata de mi hermana —aclaro como presentación—. Si me permites, ella es Dea. Son tres versiones de la misma persona.
Los miembros del consejo paralelo se miran entre sí, diría que con una mezcla de asombro y desaprobación.
—Qué interesante —comenta Vina solamente, al tiempo que le retira a la pequeña Vera una de las dos sillas que había libres, invitándola a sentarse.
—Ella es mi sobrina —prosigo con cortesía—. Se llama Vera, igual que yo.
—Estamos encantados de tenerte entre nosotros —declara el hombre que preside la mesa.
Aquí casi todos son jóvenes, como nosotras. Pero este señor, concretamente, aparenta algunos años más; unos cuarenta terrestres. Quizás sea el indicativo de que ostenta un puesto de autoridad superior al del resto.
—Nos hallamos deseosos de ver una muestra de tu poder —confiesa la mujer que está sentada a su lado.
El grupo mantiene una postura elegante y protocolaria. No realizan un gesto de más ni un gesto de menos. Imagino que será su primera interacción con seres del universo paralelo con el cual han estado en guerra durante incontables generaciones.
Debe de ser raro para ellos.
—Puedo hacer aparecer lo que ustedes me pidan —les responde mi sobrina, con una sonrisa en los labios y un tono de lo más amigable.
Durante los días que pasamos en el refugio del mar del sur, planeando este encuentro, Dea me confirmó mis sospechas de que llevaban meses preparando mental y físicamente a la niña. Cuando descubrieron sus poderes, hubo un ligero desacuerdo entre ella y Henk respecto a cómo manejar el asunto. Al principio, él aborrecía la idea de utilizarla como arma, ya fuera militar o diplomática, mientras que su madre temía que mantenerla en la ignorancia sobre su naturaleza pudiera poner en peligro su integridad física en el futuro. Al final, llegaron a un acuerdo. A él le pareció bien enseñarle quién era y qué esperaría el consejo de ella, mientras que Dea aceptó protegerla con sus propias vidas de ser criada por el consejo para derramar sangre en sus guerras.
Cuando por fin traen las tres sillas extra para mi hermana, se produce una escena un tanto incómoda. Los miembros de la mesa se mueven cada uno un poco hacia un lado, abriendo espacio para que Dea se siente junto a mí y a mi sobrina. Tras concluir el acomodamiento, todos quedamos ligeramente apretujados. Los gestos de molestia de algunos de nuestros anfitriones denotan clarísimamente que no esperaban la presencia de las copias de mi hermana. Y eso solo puede significar que, o no tienen ojos en nuestro universo, o lo disimulan muy bien.
—Nos gustaría ver alguna fruta o algún vegetal que solo crezca en vuestro planeta —solicita un hombre que está sentado al lado de Vera.
—¿Y cómo lo sabrá? —replica Dea, manteniendo una actitud defensiva que no me parece demasiado oportuna.
—Por ejemplo, alguna fruta de color azul —repone otro miembro de la mesa, una mujer pálida y delgada de media melena plateada—. No conocemos algo así en nuestro universo.
—Pero el universo es muy grande —puntualiza mi hermana, en un desacertado comentario que me apresuro a corregir:
—¡Nosotras tenemos uvas! —exclamo amablemente, sonriendo. Luego le pongo la mano a mi hermana en el muslo por debajo de la mesa, le tomo la mano y la acaricio, solicitándole calma.
—Eso es fácil —responde la pequeña Vera.
Cierra los ojos, extiende su mano derecha y la cierra para hacer aparecer, de la nada, un racimo de uvas maduras sobre el centro de la mesa. Los miembros de la reunión estallan en un sonoro aplauso. Todos sonríen y se miran unos a otros, olvidando la incomodidad que les había producido el apiñamiento de sillas. Vina felicita a mi sobrina y después imita su gesto, haciendo aparecer un racimo diferente al lado del primero.
—Estoy segura de que vamos a llegar muy lejos trabajando juntas, Vera —celebra con emoción—. ¿Tú quieres trabajar conmigo? —Mi sobrina asiente y mira a su madre, esperando un gesto de aprobación que llega en forma de sonrisa forzada—. ¡Qué bien!
—Vina nos ha informado de que vuestro consejo universal podría poner ciertas trabas a nuestro acuerdo —recalca el líder de la asamblea—. ¿Es eso cierto?
—Es lo más probable —respondo sin tapujos—. Creo que, si fuéramos capaces de hacer que alguno de sus miembros principales viniera aquí, avanzaríamos en las negociaciones. Tal vez se pueda transferir su consciencia, al igual que Vina hizo con Henk y conmigo.
—Respecto a eso, tenemos algo que nos gustaría enseñarte —introduce Vina—. Si me acompañas a la sala contigua...
Tras la invitación, se incorpora y me señala una pequeña puerta que se encuentra en el extremo opuesto de la sala. Yo la sigo con una mezcla de curiosidad y emoción contenida, al tiempo que uno de los miembros de la mesa inicia una conversación trivial con mi sobrina.
—Yo también voy —interviene mi hermana, levantándose las tres de su asiento.
—No te preocupes —la tranquilizo—. No hace falta que...
—No hay ningún problema —me interrumpe Vina sonriendo—. Tarde o temprano, todas sabremos lo mismo.
Los asistentes que trajeron las sillas extra abren ahora la puerta pequeña para darnos paso a una sala de reducidas dimensiones. En ella solo hay un escritorio con libros, una silla de oficina y una pizarra con lo que parecen ser ecuaciones complejas que no logro resolver en un primer vistazo. Cuando la puerta se cierra detrás de nosotras, las tres copias de mi hermana empiezan a inspeccionar los alrededores con la más profunda sospecha y la más ofensiva de las incomodidades en el gesto.
Solo estamos Vina, tres Dy y yo.
—Hubo un tiempo, en el pasado —comienza a narrar Vina—, durante el cual nuestro consejo de gobernantes también ejercía la autoridad de una forma inhumana y despiadada. —Tras decir esto, se pone la mano en los labios y ladea la cabeza con gracilidad—. Disculpadme si cometo algún error al pronunciar vuestro idioma. Hay bastantes términos que me resultan complejos de poner en contexto.
Dea y yo nos miramos. Hasta ahora, ni siquiera había reparado en que estábamos hablando en amerino. Tanto mi hermana como yo dominamos la mayoría de idiomas que se hablan en Terra, pero resulta sorprendente que Vina y sus cogobernantes hayan podido aprender siquiera uno en el poco tiempo que llevamos interactuando.
—Lo haces bastante bien —la felicito—. Ni me había percatado de que...
—Nuestros gobernantes aprendieron por las malas —me interrumpe Vina— que arrebatarle al pueblo su derecho a decidir puede traer consecuencias devastadoras. —Antes de continuar, se dirige al escritorio que hay en la sala y toma de él un artefacto visualmente idéntico al que me dio para abrir el portal hacia este universo: un pequeño disco metálico y verdoso—. Realizar una reforma política tan profunda en un sistema de creencias tan arraigado puede resultar agotador —reflexiona—. Y, desde luego, es un proceso en el cual la gente de mi universo no desea tener que volver a intervenir.
Medio segundo después de terminar su disertación, Vina levanta la mano derecha, aprieta el puño y hace aparecer decenas de kilos de materia desde el interior del cuerpo de cada una de las copias de mi hermana, despedazándolas y arrebatándoles la vida sin darles tiempo a reaccionar.
—¡Pero qué...! —exclamo, disponiéndome a arremeter contra ella.
—Si valoras la vida de tu pequeño prodigio, será mejor que mantengas la calma —me amenaza Vina en respuesta.
Acto seguido, utiliza el disco metálico que hay en su mano para abrir un portal en el aire. Este conduce a un lugar oscuro que no puedo identificar.
—¿Por qué nos haces esto? —le reprocho temblorosa.
—Nos falta tecnología —me contesta en tono llano—. Este portal es un viaje sin regreso al tercer universo: el lugar donde nacen los absortores. Tampoco podemos establecer un portal para viajar a vuestro universo. Solo hemos conseguido hacer venir de él a gente lo suficientemente ingenua como para pensar que íbamos a compartir el poder de los prodigios.
—Vina, de verdad que nosotras queríamos colaborar —le ruego postrándome de rodillas—. Por favor, por favor... Hay gente que depende de mí.
—Y de mí —repone Vina—. Las guerras universales son crueles, Vera Saoris. Pero no puedo creer que nos lo hayas puesto tan fácil.
—Por favor —insisto, cediendo a las lágrimas y a la desesperación—. Por favor, Vina. No nos hagas esto.
—Entra en el portal —responde mi enemiga declarada—. No te lo pediré dos veces.
Ni siquiera soy capaz de levantarme para obedecerle, sino que me limito a gatear hacia el portal que supondrá un viaje de solo ida hacia un lugar hostil y desconocido. El universo entero se ha desmoronado sobre mí otra vez. ¡Cómo he podido ser tan ingenua! Mi hermana estaba sospechando desde que llegamos a este sitio, pero yo he decidido no hacerle caso. La he traído a la muerte... He condenado a mi sobrina a una vida de esclavitud. No puede ser que... Mamá, Darina, el sacrificio de Henk... Todo por mi culpa.
En un último alarde de desesperación, me incorporo sobre mis rodillas, extiendo la mano derecha hacia Vina y me concentro en hacerla desaparecer. Sin embargo, mi amenaza no surte el efecto deseado, sino que provoca una respuesta de contraataque. Vina chasquea los dedos y hace implosionar mi brazo entero hasta la altura del bíceps. Luego, enfadada por ver su túnica blanca salpicada con mi sangre, cierra el puño para hacer sanar mi herida abierta, me propina una violenta patada en el abdomen y me hace volar hasta el interior del portal. Todavía la veo quitándose la túnica con expresión de asco mientras el portal se cierra tras de mí, dejándome sola en mitad de la más absoluta oscuridad.
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