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39. Dea

El agente del consejo es incapaz de levantarse. Cuando lo intenta, Dea lo agarra por la otra pierna y se la arranca. Después de que él logra desaparecer, seguramente ocultándose en el espacio intermedio, ella toma a su hija en brazos, la mira a los ojos con amabilidad y le besa la frente. Finalmente, camina lentamente hacia mí y me sonríe con una ternura que me transporta inmediatamente a mi hogar.

—Todo irá bien —me dice—. ¿Vale?

La sonrisa de mi hermana Dea es hermosa, es brillante y esperanzadora. El pliegue que se forma a ambos lados de sus ojos cuando sus labios se curvan hacia arriba me devuelve a momentos de mi vida en Terra que creía que jamás podría recuperar.

Ha sido tan breve y tan hermosa la estancia en este lugar.

—Cariño... —acierto a musitar solamente.

De repente, el agente del consejo reaparece completamente restaurado. Sin mediar palabra, le asesta a mi hermana un golpe en el cuello que hace que su cabeza salga despedida, decapitada, varios metros hacia atrás. Mi sobrina, todavía inconsciente, cae de sus brazos en el momento exacto en el que mi médula termina de reconstruirse y recupero la habilidad para moverme. Cuando estoy a punto de levantarme y embestir al agente, mi hermana reaparece de la nada y lo agarra por el hombro izquierdo. Sin embargo, no es la misma Dea de hace unos segundos, y tampoco se trata de solo una, sino de dos nuevas versiones de ella, cada una sujetando al agente por un brazo. Él se deshace de la primera con un manotazo que le cercena el cuerpo a la altura de la cadera, pero rápidamente aparece una más; dos, seis, doce... Surgen copias de Dea desde todas las direcciones, como si fueran hormigas furiosas agolpándose alrededor de un escarabajo desesperado, arrancándole brazos, piernas y cabeza. En última instancia, una expresión desesperada en el rostro del agente me hace darme cuenta de que no se esperaba una amenaza como esta. Su mirada se apaga y las diferentes partes de su cuerpo yacen inertes sobre el suelo.

Todas las versiones de mi hermana que habían aparecido se esfuman abriendo portales en el espacio intermedio. Todas, excepto una, que se queda mirándome orgullosa, erguida y con una sonrisa que comienza a transmitirme más intranquilidad que seguridad.

Reculo dos pasos.

La pequeña Vera todavía yace inconsciente en el suelo.

Respiro profundamente antes de atreverme a hablar.

—¿Cuántos... cilindros...? —murmuro con la voz rasgada.

—Todos los que pudimos fabricar —responde Dea.

No recuerdo la cifra exacta de cilindros negros de restauración que trajimos Henk y yo cuando llegamos a Terra. Como mínimo, habría decenas de ellos, si no cientos, al principio de nuestra misión. Es obligatorio para los granjeros acarrear con suficientes unidades para asegurarse de que, pase lo que pase durante las primeras fases del proyecto, haya copias de seguridad automáticas suficientes almacenadas en su refugio. Estas deberían permitirles regresar a la vida si alguna eventualidad imprevista les alcanza. Sin embargo, terminada la fase inicial y establecidos los escondites en los que se instala la tecnología humana, no resulta difícil fabricar más de estos cilindros si se dispone del tiempo y el material necesarios.

—Pero tú... —musito reponiéndome.

—Él confiaba en nosotras —me interrumpe mi hermana sin dejar de caminar hacia mí— más que en sí mismo.

Y yo no dejo de retroceder.

—Era un agente del consejo —expongo atemorizada, al tiempo que señalo al cadáver desmembrado en el suelo—. ¿Cómo has podido...?

—Cuando Henk te explicó que su plan era localizar al prodigio y acabar con él antes de que el consejo lo encontrara, solo estaba poniéndote a prueba —me confiesa mi hermana—. Quería saber si estarías dispuesta a hacer algo así, o si defenderías al prodigio con tu vida. Llevamos tiempo planeando esto.

—Pero... Planeando ¿qué? —replico, sintiéndome verdaderamente impotente.

—Henk era un buen hombre —afirma Dea—. Tranquila. Para.

Miro hacia atrás y descubro que estoy a punto de chocar contra una masa de pegote violáceo. Se trata de un trozo de la materia que ha hecho aparecer mi sobrina y que está cubriendo lo que antes era un coche.

—Pero, ¿por qué no me lo dijisteis? —le reprocho a Dea con la boca abierta—. Os habría ayudado.

Ella sonríe y detiene su andar, respetando mi espacio vital. Detrás de mi hermana, la pequeña Vera empieza a recobrar la consciencia.

—Le conté varias cosas sobre cómo eres ahora —explica Dy—. Una de ellas fue que no te gusta formar parte de planes que no puedes controlar.

—¿Qué?

La declaración me ofende, aunque me cuadra bastante.

—Henk siguió pensando hasta su último momento que eras una persona bondadosa y confiable, pero como no encontró ninguna manera de que tú pensaras lo mismo de él, decidió utilizarme como intermediaria.

Al decir esto, a Dea se le caen un par de lágrimas que no tarda en secarse con el antebrazo de su largo vestido negro mate.

Está ataviada de luto.

—Yo siempre quise plantar cara al consejo —le expongo—. Fue Henk quien nunca estuvo de acuerdo.

—Henk cambió de opinión —repone Dy—. Pero para entonces ya no había manera de que pudiera recuperar tu confianza para que le ayudaras, así que ideó esto.

Mi hermana extiende los brazos con las palmas de las manos hacia el cielo y da una vuelta sobre sí misma. Mi sobrina se incorpora; primero de rodillas, y después de pie.

—¿Ella... sabe lo que es? —interrogo desconcertada, señalando a la pequeña Vera con la mirada.

—Sabe que forma parte de algo más grande que todas nosotras —me explica Dea—. Y está dispuesta a cooper-

—¡Cómo va a estar dispuesta! —la interrumpo bruscamente, dando un paso hacia ella—. ¡Solo es una niña!

—Una niña muy lista —reconoce Dea sin perder la calma, en el momento en que su hija comienza a caminar hacia ella con una sonrisa en el rostro, frotándose los ojos a fin de desperezarse—. Mientras tú te dejabas la piel para protegernos, y luego, mientras Darina te buscaba por todo el mundo, yo tampoco perdí el tiempo. Después de que me devolvisteis a la vida, comencé a atar cabos y a sospechar que estábamos implicadas en una cuestión que nos superaba. Finalmente, Henk acudió a mí y me lo explicó todo.

—Henk... ¿te engañó? —inquiero, todavía desconfiada.

—¿Te parece que lo que acabamos de hacer con este miembro del consejo forme parte de un engaño?

Pensándolo fríamente, quizás necesito empezar a superar mi prejuicio de que todo cuanto viene de Henk sigue una estrategia para hacerme daño. Este sesgo podría empezar a traerme más problemas que soluciones. Es solo que lo he intentado muchas veces en el pasado, y siempre termina ocurriendo algo que...

—Papá pensó en todo —comenta la niña, agarrándose al brazo de su madre.

—Aceptó explicármelo —relata Dea—. Me habló sobre los humanos de verdad. Me contó lo que pasó entre vosotros cuando tú quisiste oponerte al consejo y él estuvo a punto de matarte. Me dijo que elegiste transferir tu vida al vientre de nuestra madre y desaparecer, pero que también expresaste tu voluntad de volver si nos encontrábamos en peligro. Y me enseñó cómo funciona vuestra tecnología.

—Pero eso está... prohibido —reconozco, tapándome la boca con la mano.

—Mira a tu alrededor —repone mi hermana—. Mi hija es un prodigio. Sabe hacer que en nuestro universo aparezcan cosas que pertenecen a otro. —La roca gigante y el fluido viscoso violáceo que la rodea... Todo este caos... ¿Estaba planificado?—. Henk sabía que tener al prodigio de nuestra parte nos daría una gran oportunidad para plantar cara al consejo, justo como tú querías. Aunque llegó a la conclusión de que era mejor no implicarte, debido a tu falta de confianza en él. Eligió llevar a cabo su plan conmigo porque entendía que sí confiarías en mí llegado el momento.

—Pero, ¿cómo podía saber él que tendríamos al prodigio? —inquiero—. Nadie sabe en qué circunstancias aparece.

—Existían rumores de que, si algún granjero ejecutaba el acto prohibido de concebir una vida con un humano de uno de los proyectos, aumentaban en gran manera las posibilidades de que se manifestara un prodigio. —Tras esta última confesión, mi hermana esboza una sonrisa, recorre los dos pasos que nos separaban y me toma de la mano—. Parece ser que tenían razón —concluye señalando a la pequeña Vera, quien se aferra a su cadera con ambos brazos, sin dejar de sonreír.

—¡Hay miles de millones de granjas! —exclamo—. ¡Lo habrían probado en miles de millones de ellas!

—¿Quién sabe? —contesta Dy, encogiéndose de hombros—. Quizás fueron interceptados por el consejo; quizás tuvieron miedo... No podemos estar seguros.

—Pero funcionó —musito, al tiempo que contemplo atónita a madre e hija.

—Henk confiaba en ti y en mí más que en sí mismo —repite mi hermana, volviendo a dejar que su semblante se oscurezca—. Es por eso que gastó todos los cilindros que pudimos fabricar en generar copias de mí. Aceptó que esta fuera su última vida para no interferir más en tu confianza hacia el plan. Su idea era defender este planeta del consejo, de los absortores y de cualquier amenaza que pudiera impedirte concentrarte en tu labor. Estamos preparadas y adiestradas. Mientras hablamos, hay decenas de ellas encargándose de los absortores colosales que han poblado el planeta, y otros miles montando guardia a la espera de los refuerzos del consejo.

—¿Y cuál es mi labor? —replico atónita.

Mi hermana me toma la otra mano y levanta ambas a la altura de nuestro pecho. No pierde la sonrisa en ningún momento.

—Vina contactó con él antes de hacerlo contigo —me confiesa.

—¿Qué?

Contengo un suspiro profundo y me quedo embobada contemplando nuestras manos entrelazadas.

—Él no se mostró muy dispuesto a colaborar —me revela mi hermana—. Por aquel entonces, todavía no estaba convencido de enfrentarse al consejo. Solo quería mantener un perfil bajo y alejar el foco de vuestra granja a toda costa, incluso si con ello rechazaba la oportunidad de mediar en las guerras universales. Temía lo que pudiera pasarte si el consejo descubría que te habías convertido en uno de nosotros.

—¿Cómo sabéis que Vina ha contactado conmigo? —replico.

Confío en Dea con todo mi corazón. Sé que la mano que está entrelazada con la mía es la suya; puedo ver sus recuerdos y sus vivencias, y asociarlos de manera inequívoca al vínculo que nos une. No me importa cuántas versiones de ella pululen por el mundo; las amaré a todas. Sin embargo, incluso un noble sacrificio se me antoja terreno sospechoso cuando se trata de Henk. Él siempre utilizó las artes del engaño sin importar si el fin era noble o innoble. Bastaría con que hubiera decidido vendernos al consejo para que hubiera montado todo este plan y engañado a mi hermana en el proceso.

Tengo que despejar cualquier ápice de duda.

—Todo está en la corriente del espacio y el tiempo —me recuerda Dy—. Cualquiera de nosotros, adiestrados en el arte de la consulta de esta corriente, puede ver que fuiste contactada desde el universo paralelo. Sin embargo, Vina ha conseguido ocultarnos algunos detalles del encuentro entre vosotras, así como el método para volver a contactar con ella.

Eso es fácil. Solo tengo que enviarle de vuelta el marco de fotos que me enseñó, el cual está guardado en el refugio de Henk. Si lo hago, Vina me llevará de vuelta con ella y podré proponerle que nuestros universos dejen de estar en guerra. Así nos centraremos en la batalla contra el tercero, el que nos envía a los absortores. Después encontraremos una manera de hacer patente nuestro pacto de colaboración ante el consejo. Si mi encuentro con Vina está también almacenado en la corriente del espacio y el tiempo, no debería ser difícil para ellos rastrearlo y constatar que digo la verdad en lo que al posible acuerdo de paz se refiere.

—¿Vosotras queréis que...? —empiezo a preguntar, pero no me decido a terminar.

Mi hermana asiente.

—Henk finalmente pensó que era hora de plantar cara al consejo y hacer las paces con el otro universo.

Cuando hace esta declaración, Dea esboza una sonrisa que para mí constituye un gesto inequívoco de esperanza. La conozco desde que era una niña. Sé que no podría fingir semejante ilusión. Sé que nadie podría generar un espejismo, clon o versión falsa de ella que estuviera engañosamente convencida de un propósito tan honesto.

—Sé cómo contactar con Vina para sellar un pacto con el otro universo y que ellos nos ayuden a lidiar con el consejo —le confieso a Dea—. Y me encanta verte tan viva, tan sana, tan convencida y tan consciente —añado emocionada, cediendo a las lágrimas.

Ambas nos abrazamos con una fuerza inhumana, casi suficiente para rompernos los huesos. Es su mismo olor, su misma ternura y su misma fortaleza. Se trata de mi preciosa hermana Dea en todo su esplendor, haciendo un plan a escondidas de mí para ayudarme a cumplir el mío.

—Lo siento —me susurra al oído.

La pequeña Vera se abraza a las piernas de ambas y dibuja una sonrisa en sus labios con los ojos cerrados.

—Imagino que temíais que lo estropeara todo —reconozco—, como hago siempre.

Mi hermana niega con la cabeza, separa nuestro abrazo y me pellizca suavemente la mejilla con el dorso de los dedos.

—Temíamos estropearlo todo nosotros —reconoce—. Lo has hecho muy bien protegiéndonos. Y Darina, aunque no conocía nuestro plan, se ha portado como una auténtica heroína. Generar tantas copias de mí entrañaba ciertos riesgos que Henk no tenía del todo controlados. Además, el hacerlo podía atraer la atención de absortores cada vez más peligrosos, como al final parece que ha sido. Él tenía miedo de que te opusieras al plan. Por eso me hizo prometerle que no te implicaríamos hasta que hubiera tenido éxito; hasta que todas las copias de mí estuvieran entrenadas para defendernos de los absortores y de la primera visita del consejo.

—Entonces... ¿Henk nunca te puso la mano encima?

Mi hermana niega con la cabeza.

—Solo fueron accidentes que tuvimos mientras descubríamos cómo funciona el poder de Vera. —Dea le da una palmadita en la cabeza a su hija, para luego darme una a mí en el costado—. Y todavía los tenemos de vez en cuando. Hace aparecer cosas en lugares que...

¿Cómo se me pudo escapar todo esto? Jamás percibí que hubiera miles de copias de mi hermana pululando por el mundo, que Henk hubiera contactado con Vina o que mi sobrina fuera capaz de traer materia de un universo paralelo. Estaba tan ocupada sintiéndome sola... De alguna manera, entiendo que no me faltaba razón, pero tampoco me sobró perspicacia. Han ideado un plan paralelo al mío para plantar cara al consejo, y ni siquiera han podido confiar en que no la cagaría si me incluían en él. En última instancia, Henk ha valorado que sería más conveniente sacrificar su última vida para quitarse de en medio y no seguir generándome problemas de confianza. A veces, las mentes de dos personas que persiguen un mismo fin se configuran de formas tan diferentes que hacen imposible la cooperación entre ellas.

Necesito aprender a no ser víctima de ese síndrome.

—En el refugio de Henk hay un marco de fotos que recogí de entre los escombros de nuestra casa —confieso por fin—. Si se lo devuelvo a Vina, ella me llevará a su universo y podré explicárselo todo.

—Ese viejo marco roto... —murmura mi hermana—. ¿El que tiene la foto de nosotras cuando éramos pequeñas?

—Así es.

—Henk no entendía por qué lo habías dejado allí, pero yo sabía que era importante para ti —reconoce—. Fue lo único que rescataste de los escombros de nuestra casa. Aunque ni yo me imaginaba que sería tan útil.

—Contiene ADN de Vina —le explico— porque ella lo tuvo entre sus manos. Cuando lo analicé, resultó la prueba inequívoca de que nuestras conversaciones no fueron parte de un sueño o de una alucinación. Su código genético no corresponde con el de ninguna especie de ser vivo conocida en nuestro universo. Además, al tocarlo me desvela las coordenadas para abrir un portal a un lugar hacia el cual enviarlo de vuelta. Y ese lugar tampoco aparece en el mapa del universo conocido. Es como si se encontrara en un punto intermedio entre dos posiciones separadas por un espacio indivisible; como medio peldaño en una escalera cuantizada.

En lugar de contestarme, Dea se queda mirando a su hija y le acaricia la cabeza con una expresión victoriosa de alivio. Luego, aparentemente cansada, se deja caer hacia atrás y se sienta en el suelo, resoplando. La pequeña Vera la imita, y ambas dan un par de toquecitos con la mano en el asfalto, invitándome a sentarme también.

—Henk ya no está —declara mi hermana, entristecida—. No quiero que te sientas culpable por ello. Era un hombre muy bueno y divertido, pero ya estaba agotado... Intenté con todas mis fuerzas, durante más de veinte ciclos, recuperar su ánimo. Lo amé intensamente. Lo acompañé a la misma terapia que me sacó a mí de la depresión... —Dy niega con la cabeza y se encoge de hombros—. Cuando regresaste, me pareció que mejoraba un poco. Pero solo fue un espejismo. Henk ya no quería de vivir, y se ha sacrificado gustosamente por nosotras.

Finalmente, acepto la invitación para reposar en el suelo y acompañarlas a las dos en este momento de duelo. También acepto, de una vez por todas, que la balanza de mis impresiones para con Henk se decante hacia lo positivo. Él y yo no nos llevábamos demasiado bien cuando éramos niños, después de que el consejo nos emparejó y comenzamos a recibir formación. Fuimos capaces de disimular nuestras diferencias, a fin de no causarnos problemas, pero lo cierto es que nos costaba bastante comunicarnos con asertividad. Tras varios siglos conviviendo en la Tierra, por fin empezamos a divertirnos. Se trataba de nuestra primera granja; nuestro primer proyecto juntos. Al alcanzar la humanidad la industrialización, etapa que suele considerarse como un cimiento firme en el asentamiento de una granja, nuestros nervios iniciales fueron sustituidos por la certeza de haber ganado experiencia. Y ahí nos relajamos. Aquellos fueron los siglos en los que mejor lo pasamos, pero también durante los cuales nuestra humanidad más se degradó. No es que fuera responsabilidad nuestra intervenir para reconducirlos por las sendas de la rectitud moral, pero el hecho de estar casi tan distraídos como ellos con el placer nos impidió anticipar la deriva que terminó por destrozarme, y que también hizo pedazos la confianza que habíamos conseguido tenernos el uno al otro.

Esta desconfianza mía hacia Henk contiene gran parte de la responsabilidad de que ahora él esté muerto, y de que su cabeza yazca detrás de nosotras.

—Sé que era un buen hombre —reconozco con suavidad, tratando de alejar de mi mente los pensamientos intrusivos de culpabilidad—. Nos divertimos mucho en la Tierra, viendo a los humanos crecer y desarrollarse. Incluso hicimos más de una travesura. —Al recordar una de ellas, un fogonazo de melancolía hace que se me dibuje una sonrisa en los labios—. En cierto momento de la historia, se produjo una hambruna en una gran isla del norte. Las tribus que la poblaban habían perdido a sus sabios debido al azote de una peste. Sus conocimientos sobre agricultura, medicina y ganadería habían retrocedido miles de años. Henk y yo nos aparecimos ante ellos como dos profetas y les enseñamos lo que necesitaban saber para sobrevivir. Además, para ayudarles a calcular el transcurso de las estaciones, erigimos un enorme monumento de piedras en un lugar al que luego llamaron Stonehenge.

—Sé que tuviste tus más y tus menos con él —reflexiona mi hermana—, y no puedo ni imaginarme lo que debe de sentirse vivir tantos ciclos; tantos milenios... Ver a generaciones enteras nacer y morir, enfrentarse entre ellas a muerte, sucumbir al dolor y a la degradación... No quiero hacerte daño con esto, pero no puedo evitar sentir envidia del hecho de que pudieras pasar tanto tiempo en su compañía.

Cuando un silencio reconfortante nos rodea, dedico unos instantes a asegurarme de que todo está en su sitio. Mi madre duerme en la seguridad de su casa. Lo absortores colosales han sido reducidos a nada por las copias de mi hermana que se han enfrentado a ellos con una eficacia incuestionable. Darina continúa recuperándose en la cámara de restauración del refugio de Eirén. Para nuestra tecnología es algo nuevo reconstruir las prótesis de biotecnología que le fueron implantadas, por lo que su sanación llevará más tiempo del habitual. Sin embargo, todo va bien. Incluso si es cierto que el agente del consejo llegó a pedir refuerzos, estos tardarán varios ciclos en llegar hasta aquí.

Tenemos un pequeño respiro de paz y seguridad.

—Nosotros no elegimos ser lo que somos —le explico a mi hermana—. Sé que lo sabes, pero quiero que lo escuches de mi boca. —Ella asiente con amabilidad y me mira con atención. La pequeña Vera la imita—. Yo nací en un planeta sin nombre; solo identificado por un código alfanumérico. Ese planeta era un tipo especial de granja que los del consejo utilizan para concebir a granjeros y granjeras. Cuando tienes la edad que ellos consideran suficiente, aún en tu tierna infancia, comienza tu instrucción en la historia de nuestro universo y sus guerras. Te enseñan todo lo que creen que necesitas saber sobre física, matemáticas, biología, historia, política y economía. Realizas prácticas de terraformación y se te asigna un compañero para que sea granjero contigo de por vida. Las mujeres somos esterilizadas para que no podamos concebir descendencia, y se nos instruye en la causa del bien mayor universal. Aunque nuestra tecnología nos permite revertir esa esterilización, tenemos prohibido hacerlo, de manera que nuestro principal objetivo en la vida pasa a ser lograr cultivar y cuidar de una granja exitosa que produzca un prodigio. —Mientras escucha mi historia, mi hermana no puede evitar que el semblante se le entristezca. Se desplaza por el suelo hasta sentarse a mi lado y recuesta su cabeza en mi hombro, acariciándome el brazo con la mano. La pequeña Vera hace lo mismo en el otro lado—. No sabemos quiénes son nuestros padres y, con el paso de los milenios, olvidamos muchas de las cosas que sabíamos sobre nuestro origen, sobre la verdadera humanidad y sobre el consejo. Esos conocimientos se quedan almacenados en la corriente del espacio y el tiempo, pero cada vez los consultamos con menor frecuencia. —Antes de continuar, levanto la vista al cielo y sonrío—. O al menos eso era lo que yo creía. La vida en la Tierra con Henk era bonita. Y aunque resultaba muy duro ver cómo la humanidad se degradaba sin que nosotros estuviéramos autorizados a intervenir, había pequeños destellos de esperanza que surgían por doquier. Llegué a acostumbrarme a vivir entre ellos sin renunciar a mi naturaleza. Casi olvidé mi misión y el vínculo de obligación que me unía a la humanidad original. Pero Henk, por lo visto, jamás perdió el enfoque. Él seguía aprendiendo y actualizando sus conocimientos en base a la información nueva que recibíamos del consejo de vez en cuando. Esa información también estaba disponible para mí en varios terminales de un refugio semejante al que hay aquí, en el mar del sur. Sin embargo, yo me había desligado por completo de aquella vida. Me había acostumbrado tanto a vivir en la Tierra que me tomó por sorpresa cuando el consejo nos anunció que el proyecto iba a ser cancelado.

—Debió de ser horrible —musita mi sobrina.

—Fue como si de repente sentenciaran a muerte a miles de millones de hijos míos —admito con la voz temblorosa—. Además, me había quedado desactualizada en conocimientos y procedimientos; en formas de tecnología que para la humanidad original eran comunes y que Henk parecía dominar a la perfección. —Me sorbo la nariz antes de continuar. No quiero llorar—. Cuando nos asignaron a Terra, plantamos la semilla para llenar esto de vida. Sin embargo, yo estaba vacía por dentro. En mi mente, por mucho que el proyecto tuviera el mayor de los éxitos, jamás conseguiría compensar la pérdida que yo había sufrido al dejar atrás a la humanidad de la Tierra para que se mataran entre ellos usando armas nucleares.

—Ni siquiera me imagino cómo yo podría superar algo así —repone Dea.

—Pero Henk sí lo hizo —asevero, frunciendo después los labios—. Trabajaba día a día, ciclo a ciclo, sin perder la concentración. Para cuando pasaron los primeros siglos de la nueva historia humana, cuando dejamos de mostrarnos ante ellos, Henk ya ni siquiera hablaba de la Tierra, de sus lugares, de sus montañas, ríos o mares. Había reemplazado todas aquellas vivencias por las nuevas, y ni siquiera parecía importarle que yo me hubiera quedado atascada en el pasado.

—O quizás no se daba cuenta —reflexiona mi hermana.

—Quizás era eso —admito y me encojo de hombros—. Pero mira esto...

Mientras estábamos sentadas hablando, el resplandor violáceo de la sustancia viscosa que recubre el barrio se ha apagado. El cielo se ha despejado y los dos soles se están poniendo. Es un espectáculo hermoso. Utilizando mi visión especial, puedo darme cuenta de que hay dos copias de mi hermana que sobrevuelan el perímetro para asegurarse de que no nos acecha ninguna amenaza y de que las fuerzas del orden no se acercan para interrumpir nuestro momento. No hay heridos en la zona; los noticieros de todo el mundo ya se han hecho eco de que hay miles de "Eirén" femeninas surcando los cielos y salvando a todos de cualquier peligro.

Las redes sociales opinan al respecto.

—¿Cómo podría alguien renunciar a tanta belleza? —pregunto casi para mis adentros—. Los humanos son fuertes. Hacen planes y se sobreponen al fracaso. Este planeta es hermoso. Los animales, las plantas, los ríos y los cielos... ¿Cómo puede a alguien parecerle justo que el consejo los utilice como meros dados para generar una ventaja aleatoria en su guerra? Nosotros somos algo así como sus dioses. Deberíamos cooperar con ellos para hacer de su mundo un lugar mejor. Son nuestros hijos. Son nuestra obligación.

Antes de contestarme, Dea me da un beso en la mejilla y me seca una lágrima con el dedo.

—Soy incapaz de comprender la intensidad de ese sentimiento con todo su contexto —me dice con ternura—. Pero me consta que, al final de su vida, Henk sí lo consiguió. Y se ha entregado con gusto para que nosotras podamos tener éxito. —Tras esta declaración, mi hermana se levanta del suelo y me tiende la mano—. Yo y todas las versiones de mí nos hemos comprometido a defender este planeta de cualquier amenaza.

Tomo su mano y me pongo en pie. La pequeña Vera hace lo mismo.

—Todavía me emociona ver cómo puedes levantarte —confieso—. Has aguantado todos estos ciclos con una lesión medular que podía curarse fácilmente solo para garantizar el éxito del plan. —La abrazo una vez más y le beso la mejilla—. No quiero ponerme melodramática, pero tú eres la auténtica heroína, Dy. Te quiero.

Mi hermana sonríe, separa nuestro abrazo y me da una palmadita en el hombro.

—Yo sí que te quiero, pequeñina. —También le da una palmadita a mi sobrina y abre un portal en el espacio intermedio, el cual comunica con el refugio de Henk—. Pongámonos en marcha —concluye—. Tenemos un planeta que proteger.

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