38. El prodigio
Por fin consigo abrir un portal hasta la calle en la que vive mi hermana. Al llegar, me tomo diez segundos para reensamblar mi brazo maltrecho, apretando los dientes a causa del dolor, y también para contemplar la dantesca escena en la que se ha convertido el barrio. En el lugar en el que se encontraba la casa de mi hermana, ahora hay una gigantesca roca vertical, de no menos de trescientos metros de alto, incrustada en la superficie del suelo. Está recubierta de lo que parece ser alquitrán, brea o petróleo, pero de un color violáceo que humea y brilla con una tenue luz propia. La sustancia ha chorreado por toda la zona, impregnando las casas, los coches y las zonas verdes. El aire es tóxico; casi irrespirable.
No hay ni rastro de los vecinos.
Después de un reconocimiento rápido, a la primera que me encuentro es a mi chica, Darina, quien yace en el suelo a unos cien metros de la roca. Tiene sangre brotando de su boca y nariz, así como todos los miembros retorcidos en posiciones incompatibles con el movimiento. Se debate entre estertores, al tiempo que se ahoga con sus propios fluidos vitales. Lo único que acierto a hacer, sumida en un terror paralizante, es arrodillarme y darle la vuelta para ponerla de lado sobre mis piernas. Tras el movimiento, comienza a vomitar una cantidad ingente de sangre y otros líquidos de diferente consistencia, acompañados de pequeños fragmentos de sus órganos internos. Cuando parece que ya ha terminado, tose cinco veces y empieza a gritar de dolor, desgañitándose en un quejido que reverbera por todo el barrio.
—Lo siento —le susurro ahogada por la desesperación—. Dioses. Lo siento. Lo siento, amor mío. —No sé por dónde sujetarla ni qué hacer para apaciguar su dolor. Se han asegurado de romperle todos y cada uno de los implantes. Aunque no sé mucho de anatomía, no creo que Dari sea capaz de sobreponerse a esto—. Lo siento, mi amor. Ya está. —Siseo y le acaricio la frente. Un par de mis lágrimas caen sobre su mejilla mientras noto cómo su ritmo cardíaco decelera—. Ya casi está.
De repente, tras un último estertor, emite un gemido seguido de un intento de frase.
—Dy... —Tose y se atraganta. Luego vomita un voluminoso coágulo de sangre—. Tenía razón —concluye.
—No te preocupes, mi amor —le repito, también con la esperanza de conseguir calmarme yo y ser capaz proporcionarle un acompañamiento sereno en sus últimos momentos—. No te preocupes. Ya casi está.
Me maldigo una y otra vez por no haber generado una copia de ella en un cilindro negro. Había llegado a un punto en el que nos creía tan poderosas que desdeñé la probabilidad de que le hicieran daño.
—No... era Henk —sigue gimiendo Darina, no sé si en un desvarío o en una confesión—. Era... la niña.
—No sé qué dices, mi amor —le contesto besándole tiernamente la frente, a la vez que le limpio la sangre de la boca con los dedos—. No te preocupes. Sea lo que sea, yo lo arreglaré.
Empiezo a mecerla suavemente adelante y atrás, pero ella niega con la cabeza.
—Estoy... jodida —masculla—. Pero... no me voy... a morir.
Esa declaración me hace sonreír con nerviosismo. También provoca que varias lágrimas que esperaban para salir de mis ojos se empujen unas a otras para brotar en tropel, cayendo en el pecho de Dari.
—¿Te estás recuperando? —le pregunto en un hilo de voz.
—El brahn... —me responde quedamente— salva vidas.
Los implantes que plagan su cuerpo son también su pasaporte para la supervivencia. Están cerrando hemorragias internas, reconectando nervios y sanando tejidos. Aunque los implantes que adquieren la función de tejido óseo no se auto reparan si se parten, todas aquellas partes del cuerpo original que resulten dañadas sí pueden, al parecer, ser reparadas gracias a las células artificiales.
—Me quedaré contigo —le digo, besándole esta vez los labios—. Te protegeré hasta que te recuperes.
—No puedes —me responde mi chica, cuyo semblante está volviendo a tomar color y cuya voz suena cada vez más entera—. El consejo está aquí, y...
—Lo sé —la interrumpo—. Acabo de enfrentarme a uno de ellos. Henk me ha salvado la vida.
—Henk... —Darina frunce el ceño y, acto seguido, trata inútilmente de levantar sus manos—. Tu sobrina Vera —retoma, después de que yo misma le coloco los brazos maltrechos sobre el abdomen y mi mano sobre la suya—. Ella es el prodigio.
—¿Qué? —la interpelo con sorpresa.
—La pequeña Vera ha hecho aparecer esta roca enorme.
Vuelvo a echar la vista hacia arriba, a la mole de piedra y al fluido viscoso que la rodea. Inmediatamente caigo en la cuenta de lo que me quería decir Henk cuando me confesó que esto no se lo esperaba.
—¿Ella te ha hecho esto? —le pregunto a Dari, a lo cual ella niega con la cabeza.
—Ese tipo del consejo —me aclara—. Era jodidamente fuerte.
—Entonces, ¿Vera hizo aparecer esta roca para defenderos de él?
Darina asiente.
—Deberías ir a verla —me insta después—. Yo estaré bien. Ya no soy un objetivo. —Tose por última vez y me sonríe. Ya respira con más suavidad y su corazón late con más fuerza—. Vera está sola y muy asustada.
Antes de hacerle caso, abro un portal y nos trasporto a las dos hasta el refugio de Eirén. Deposito rápidamente a Dari en la cama de la sala de recuperación de la que tomé en su día a mi hermana, cuando la devolvimos a la vida. Si la pequeña Vera se ha quedado sola, significa que esta vez sí tendré que prepararme para darle el adiós definitivo a Dea, de quien tampoco habíamos hecho copias de seguridad nuevas. Se suponía que yo debía protegerla, pero, en lugar de eso, delegué la responsabilidad sobre Henk.
Soy una hermana y una diosa de mierda.
—No te muevas de aquí —le pido a Darina—. Esta sala te ayudará a recuperarte. Si el lugar sigue en pie, es posible que se deba a que el consejo no es capaz de detectarlo.
No se me ocurre otra cosa. Al fin y al cabo, Henk había logrado ocultarlo de mi vista la última vez que lo visitó y puso todo patas arriba, buscando quién sabe qué. Pero aquí no percibo rastros biológicos de que haya entrado nadie aparte de él.
—Por favor, no vayas —me suplica Dari, mientras le quito toda la ropa ensangrentada y la limpio con un paño y agua, preparándola para una hibernación restauradora—. Te van a matar. No quiero vivir sin ti.
Necesito averiguar cómo hizo Henk para ocultar este lugar de mi capacidad para rastrearlo todo. Sé que, comparadas con las del consejo, mis capacidades son exiguas. Sin embargo, si hay alguna esperanza de que Darina esté a salvo hasta que la batalla contra ellos termine, e incluso si no acaba bien, pasa por esconderla aquí.
—Ponte bien —le digo solamente, tras darle un último beso en la frente, al tiempo que le inyecto una sustancia sedante—. Cuando despiertes, habremos convertido el mundo en un lugar seguro para la gente bonita como tú.
—No... te vayas... —vuelve a rogarme, presa de un adormecimiento irresistible—. Iré... siempre a buscarte —me promete.
—Te quiero —le susurro apretando los labios.
—Te amo —me contesta sonriente.
Finalmente, se queda dormida.
Mi sobrina se halla sentada en el suelo junto a la gran roca que aplastó su casa. Está abrazándose las piernas y mantiene la frente recostada en las rodillas, sollozando. A su lado hay lo que parecen ser trozos despedazados de un cuerpo masculino. Y esto sí puedo verlo en la corriente del tiempo. Cuando el miembro del consejo las atacó, la niña entró en pánico y abrió un portal del cual emergió este enorme monolito, con la idea de aplastarlo. Sin embargo, el agente fue capaz de contenerlo. Lo hizo levitar de la misma forma que yo sostuve al absortor del mar del sur sobre Mankaart, y luego lo posó sobre la casa. Lo segundo que intentó la pequeña fue generar una tormenta de metralla interestelar en la dirección de su atacante. No obstante, él se las arregló para esquivar una gran parte y redirigir el resto hacia el cielo. En última instancia, a Vera se le ocurrió invocar múltiples fragmentos de materia en el interior del cuerpo del agente. Y esto sí funcionó, haciéndolo estallar desde adentro, e hiriendo puntos de su anatomía que, al parecer, volvieron imposible su recuperación.
La pequeña, temblorosa, se resiste a mirarme a los ojos. Incluso cuando me arrodillo y gateo lentamente hasta ella, aplicando cierta dosis de prudencia, todo cuanto puede hacer es hipar y murmurar:
—Lo siento.
Aunque rehúso consultarlo en la corriente del tiempo, del mar de lágrimas que viene después puedo deducir que, en este acto de autodefensa, la pequeña Vera ha matado a mi hermana.
Y con ello ha salvado a Darina.
—Ven aquí, preciosa —le susurro al oído tras abrazar su cabeza contra mi pecho—. Eres muy valiente —le sigo diciendo sin dejar de acariciarle el cabello—. Igual que tu madre.
Le beso la frente y, sujetando su rostro tiernamente entre mis manos, le seco las lágrimas con los pulgares. Cuando mi casa y mi mundo se derrumbaron sobre mí durante el bombardeo a Vereti, mi hermana me regaló la entereza y los cuidados que necesitaba para sobrevivir. Aunque tal vez esta pequeña niña no necesite mi protección física para sobrevivir, el amor que yo le dedique en estos momentos podría marcar una gran diferencia en el rumbo que tome su corazón. Van a querer usarla y van a querer convertirla en una destructora de mundos. Cuanto más amor reciba, más probable se volverá que rechace cumplir el papel de una genocida.
—¡Con cada acción que realizas, incurres en una violación mayor del protocolo! —exclama de repente la voz del agente del consejo al que me enfrenté antes.
Cuando me doy la vuelta para mirarle, descubro que sostiene la cabeza decapitada de Henk en su mano derecha. Después de escupir algo de sangre en el suelo, la arroja hacia nosotras con un gesto de asco. Las facciones del superhombre ya casi no se reconocen en ese trozo tumefacto de carne maltratada. Ignoro cómo su hija consigue no colapsar en un ataque de ansiedad y desesperación. Incluso yo estoy afectada por la forma tan macabra en la que ha terminado la vida de mi compañero de granja. Sin embargo, ahora que el enemigo está de vuelta, la pequeña exhibe una entereza que me hace empezar a sospechar que la habían preparado para este momento.
Así que decido imitarla.
—Esta niña es el prodigio que buscabais —respondo abrazando a Vera con fuerza.
—Ya lo veo —dice el agente—. No podemos pasar por alto vuestra extrema insubordinación —agrega con voz severa—. Tienes que desaparecer, al igual que lo ha hecho tu compañero. Pero si me entregas al prodigio sin oponer resistencia, daremos por finalizado el proyecto, y vuestros nombres quedarán grabados como los de dos héroes en los anales de las guerras universales.
—Podéis iros a la mierda con vuestras condecoraciones —espeto en un gruñido—. Si la quieres a ella, tendrás que pasar por...
—No te preocupes —musita mi sobrina, interrumpiéndome—. Yo te protegeré. Estaremos bien.
Intenta apartarse de mi abrazo y levantarse para defendernos a las dos. No obstante, yo la retengo con decisión. No me parece justo que ella tenga que encargarse de problemas como estos. ¿Qué magnitud alcanzarán las futuras injusticias a las que nos enfrentemos, si no nos resolvemos a ponerles fin ahora?
—Tu proyecto ha finalizado, Silje Terra II —sentencia el agente—. Es inútil que opongas resistencia. No te enfrentas solo a mí, sino a todo el consejo. He solicitado refuerzos. Es solo cuestión de ciclos terranos que un cuerpo entero de agentes con un nivel de preparación superior al mío aparezca para tomar al prodigio y liquidar la granja. Se le dará la crianza de un ser humano de la nobleza y se la adiestrará, a fin de que su poder nos ayude a ganar la guerra.
Si tan solo tuviera una oportunidad para poner al consejo en contacto con Vina y explicarles que, en realidad, no estamos en guerra contra quien ellos piensan... Durante los meses que dediqué a desarmar el mundo, también invertí una tarde para recuperar el marco de fotos que la mujer dispuso como herramienta para nuestro reencuentro. Lo rescaté de un vertedero al que habían ido a parar todos los escombros de lo que era nuestro barrio de Vereti. Ese mismo día lo llevé al refugio de Henk. Después, sirviéndome de la tecnología del lugar, comprobé que, efectivamente, los restos de material genético que Vina había dejado en el marco no pertenecían a ninguna especie de ser vivo de base carbono conocido en Terra. Decidí mantenerlo a buen recaudo en el refugio, a la espera de que se dieran las circunstancias adecuadas para usarlo como medio de contacto con mi interlocutora del otro universo. En teoría, Henk había aprendido a operar algún tipo de tecnología humana que oculta ese lugar de los ojos del consejo. Sin embargo, no puedo estar segura de que esta siga funcionando después de su muerte, o de que, al fin y al cabo, el consejo sea incapaz de contrarrestarla a corto plazo.
—¡No voy a permitir que utilicéis a una niña inocente para destruir un universo entero! —me rebelo por fin.
—Sacrificará a un universo para salvar a otro —responde el agente quedamente—. Así tiene que ser, y así será.
De repente, escucho un gemido de Vera ahogado por el terror, cuando se da cuenta de que el agente ha desaparecido y reaparecido frente a nosotras en apenas una fracción de segundo. Lo siguiente que hace es rodear el cuello de la niña con sus manos. Yo reacciono lanzándole una patada en la rodilla que lo desequilibra, para después agarrarlo por la nuca, dispuesta a arrancarle la cabeza. Sin embargo, su reacción vuelve a ser tan rápida que soy incapaz de anticiparla. Desaparece y reaparece detrás de mí, me golpea en el cuello con el codo y me secciona la médula espinal, dejándome completamente inmóvil. Tengo suerte de que no me haya separado la cabeza del cuerpo, pero necesitaré por lo menos un minuto para regenerar una lesión como esta, y eso sería en el caso de que pudiera concentrarme sin recibir más daño. Durante tres segundos, el agente decide regodearse en contemplar mi expresión de rabia e impotencia. No puedo sencillamente abrir un portal hacia otro sitio y dejar a Vera desprotegida. Incluso si el agente se la lleva, tengo que poder rastrear adónde irá.
Después de reírse de mí y negar con la cabeza, el hombre se acerca a mi sobrina y, tras colocarle la mano en el cuello, realiza algún tipo de maniobra que la deja inconsciente. Imagino que, en última instancia, la pequeña ha tenido miedo de tomar alguna contramedida que también me hiciera daño a mí, como pasó con su madre hace unos minutos. Ahora el agente simplemente tiene que cargarla sobre sus hombros y comenzar a caminar para alejarse lentamente de mí.
—Reconozco que me he excedido en mis funciones —comenta a modo de despedida—. Quizás me impongan una leve sanción, pues debería haberme limitado a neutralizar la amenaza que suponías.
—¿Y a qué estás esperando? —mascullo, esforzándome por no desviar ni un ápice de mi concentración en regenerar mi médula.
Ya empiezo a sentir los dedos de las manos.
—Normalmente, los granjeros no saben pelear, así que no oponen resistencia. —Por supuesto, esa fue una de las cosas que Henk y yo aprendimos en los bajos fondos de la Tierra—. Me he divertido mucho contigo. Te daré el privilegio de sobrevivir hasta la llegada de los refuerzos. —Mientras hace su declaración de intenciones, el agente traza un círculo en el aire con los dedos, abriendo un portal que conduce a un lugar que soy incapaz de rastrear—. Estoy seguro de que se divertirán mucho contigo.
Todavía se permite esbozar una sonrisa burlona antes de dar un paso hacia el portal. Sin embargo, su marcha se ve interrumpida cuando un impacto rápido, sibilante e invisible le atraviesa la pierna, cercenándola y haciéndolo caer.
El portal se cierra de inmediato.
Miro a su izquierda; luego, a su derecha, esperando encontrarme con alguna milagrosa versión de repuesto de Henk. Sin embargo, lo que descubro es la silueta violácea brillante de una mujer esbelta, de cuerpo fuerte y tonificado, de pie sobre un par de gruesas piernas.
Se trata de mi hermana Dea.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro