Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

37. Inspección

A fin de que pueda concentrarme en eliminar a todos los absortores colosales en el menor tiempo posible, Dari y yo hemos convenido en que ella montará guardia frente a la casa de mi hermana, a una distancia prudencial. Si Henk apareciera, me avisaría de inmediato y evitaría a toda costa un enfrentamiento directo con él. La manera de alertarme sería reproducir en su teléfono un sonido de una frecuencia, cadencia e intensidad concretas que hemos programado para la ocasión. Mis habilidades me permitirían detectar esa combinación única de vibraciones acústicas desde cualquier parte del mundo, siempre y cuando esté atenta. Se trata de la alternativa más segura a ir estrellándome contra montañas mientras llevo mi móvil en el bolsillo.

Me dirijo primero al norte, abriendo un portal en el espacio intermedio que me conecta directamente con el cielo de Eldrakurst. Incluso aunque Septentrio fue la principal aliada de la Borealia de Tygval durante la guerra mundial, al haberlos despojado de todo su arsenal armamentístico, así como de sus aviones de combate, estoy en una deuda moral con ellos. No sería justo dejar que la criatura aniquile a población civil inocente.

Cuando aparezco, me sorprende y me conmueve a partes iguales presenciar en persona la magnitud de la tragedia. Que una nueva montaña nevada emerja de una cordillera y comience a aplastarlo todo, provocando avalanchas, desprendimientos, terremotos y eyecciones de roca, debería ser suficiente para que cualquier ser humano quisiera alejarse de la zona. Sin embargo, no ocurre así con los servicios de emergencia y los cuerpos de seguridad, quienes se están dejando la vida, literalmente, en tratar de socorrer a los damnificados a cientos de kilómetros a la redonda.

La criatura tiene ocho ojos circundando el pico de la montaña. Cuando la atravieso para hacer trizas su núcleo, todos se enfocan en mí y me miran por última vez. Podría jurar que escucho lo que parece ser una risa ahogada por un quejido lastimero. Si realmente se ha producido, no hay duda de que procedía de la formación rocosa en el momento en el que he extinguido su vida.

Toda la realidad que rodea a los absortores colosales es siniestra y perturbadora. No solo por el hecho de que soy incapaz de determinar su procedencia, sino porque tampoco logro atisbar qué estrategia siguen para cumplir el propósito de los seres del tercer universo que los envían, sea cual sea este.

Cuando emerjo de la base de la montaña, tengo la ropa hecha girones y la piel llena de laceraciones que poco a poco van sanando. Me encuentro en un pueblito de casas unifamiliares bajas que ha sido arrasado por completo. El silencio y la desolación son mi única compañía mientras avanzo a paso lento a través de lo que, horas antes, era un lugar idílico de gran interés turístico. Después de estos encontronazos, necesito algo de tiempo para recuperarme del aturdimiento, terminar de sanar mi cuerpo y prepararme mentalmente para enfrentarme al siguiente episodio. Es por eso que tomo asiento encima de una roca, entre las ruinas, y hundo el rostro en mis rodillas. El antifaz que protegía mi identidad se ha hecho pedazos. Mi vestido nuevo, mis sandalias... Todo. El resplandor violáceo que sale de mí cuando me sobreexcedo en el uso de mis facultades ya se está apagando. Estoy pensando que necesitaré pasar por la casa de Darina para volver a vestirme, y después por algún centro comercial para hacerme con un antifaz nuevo antes de continuar con la acción. Además, estaría bien idear otra estrategia de ataque que no requiera moler mi cuerpo y mi ropa cada vez que me enfrento a un absortor.

Me noto cansada.

—¿Te encuentras bien? —me saluda de pronto una voz masculina, ante lo cual me cubro instintivamente los pechos con las manos.

—Sí, no es nada —contesto apresuradamente—. Solo necesito...

Cuando lo miro a los ojos, descubro que se trata de un bombero. Está ataviado con su uniforme de rescate, su casco con orejeras y sus botas. No obstante, hay algo en esa mirada...

—No tienes buen aspecto —me dice, y después sonríe—. ¿Estás segura de que no necesitas ayuda? Ya hemos evacuado a mucha gente de aquí.

—De verdad —insisto—. Me encuentro bien.

—Has estado trabajando muy duro, ¿verdad?

Ese rostro... Esa sonrisa me suena mucho. Pero no se trata de Henk.

Sin darle tiempo a más réplicas, y con un escalofrío invadiéndome el cuerpo, abro un portal y me esfumo de su presencia, con el fin de reaparecer en las estepas de Atara. Aquí nadie me verá mientras le asesto el golpe de gracia a la serpiente de piedra y hielo gigante que repta hacia la capital a más de cuatrocientos kilómetros por hora. Sé que resultaría egoísta priorizar esta amenaza, que aún se encuentra lejos de alcanzar cualquier núcleo de población significativo, solo porque se trate de mi país de crianza. Sin embargo, no estoy aquí por eso, sino porque necesito pensar. El encuentro con ese bombero no ha sido agradable.

Tengo la sensación de que algo se me escapa.

Mientras sobrevuelo al absortor colosal, buscando sus ojos y alguna abertura por la cual colarme más fácilmente, también rastreo una vez más a Henk en la corriente del espacio y el tiempo. No me sorprende que siga sin aparecer, pero tampoco me cuadra. Darina está a salvo, contemplando desde la distancia la casa de mi hermana, en el interior de la cual esta le lee un cuento a la pequeña Vera antes de irse a dormir.

Todo es tan normal y todo es tan extraño...

Mi madre, por su parte, no deja de ver el canal de noticias veinticuatro horas. Sé que está preocupada por mí. En los boletines de varios países ya emiten imágenes mías en diferentes momentos del proceso de desarme, comparándolas con las más recientes que acaban de llegar desde Eldrakurst. Finalmente, hay expertos que han atado cabos y han llegado a la conclusión de que aquella chica corpulenta, con el cabello oscuro rapado por un lateral, era la misma Vera Saoris, perpetradora del incidente Mankaart. Era solo cuestión de tiempo. Analizan los movimientos, los gestos e incluso la voz cuando grito. Las coincidencias son innegables. Hablan de una auténtica tirana, violadora de derechos humanos, que se atribuye una autoridad reservada solo a los dioses, y la potestad para decidir sobre el devenir de la humanidad. Me acusan de haber desarmado a la sociedad entera para ahora controlarla mediante el terror que imparten los absortores. Son, más o menos, las mismas líneas de razonamiento que se seguían con Eirén. Y me da rabia, porque yo me he dejado la piel varias veces para proteger a personas a las que ni siquiera conozco. ¿Qué debería hacer, entonces? ¿Desproveerlos también de toda su tecnología de telecomunicaciones para que no puedan seguir esparciendo mentiras sobre mí? Ya saben quién es mi familia; conocen a Darina y saben dónde viven las personas que me importan. Las tres que quedan con vida... Pronto esto será un problema y tendré que personarme para combatir la amenaza. No he recuperado mi aspecto habitual para confundir a nadie, sino porque quería que me descubrieran como la figura que va a salvarles de los monstruos gigantes. Podría haberme limitado a volver a engrosar mis músculos y teñir mi cabello después de visitar a mi hermana. Sin embargo, había preferido ir de cara porque creí que la humanidad podría darme una segunda oportunidad.

¿Cómo se supone que tendría que haber gestionado todo esto?

¿Me he equivocado otra vez?

Contra este absortor arremeto con especial rabia. Estoy harta de buscar sus ojos o alguna abertura semejante a una boca, para solo encontrarme con una mole de roca articulada. Decido hacerlo implosionar por completo, arrastrando en el proceso parte de la topografía de la zona. Esta brutal demostración de poder da como resultado un cráter helado de decenas de kilómetros de longitud y cientos de metros de ancho.

Si las circunstancias lo permiten, haré lo mismo con todos los absortores colosales a partir de ahora. Los dos primeros no tenían ningún otro más pequeño dentro; ni siquiera nidos para criarlos. Tanto si los golpeo como si los hago implosionar, el resultado será el mismo. Pero si los hago desaparecer sin implicarme físicamente en el proceso, no perderé tiempo en hacer acopio de nuevas prendas de vestir entre operación y operación.

Antes de marcharme, rastreo alguna tienda de ropa en Atara que esté cerrada. Supongo que podré perdonarme a mí misma por llevarme sin pagar un conjunto interior de nieve: una camiseta y un pantalón térmicos sencillos, además de unas botas.

Ya no ocultaré más mi identidad.

Mi madre y mi hermana permanecen a salvo. En este momento, la pequeña Vera duerme, mientras Dea toma una copa de vino en el salón y mira una película, como si la debacle mundial de los absortores colosales que ocupa todos los canales de televisión no fuera asunto suyo.

Darina monta guardia fuera.

¿Quién era ese bombero, maldita sea?

Cuando llego a Coriyo, capital de Belia, el panorama es angustioso. Era el lugar en el que más destrozos estaba causando el absortor colosal. En este caso, se trata de una mole de barro viscosa y fluida que se ha colado en los subterráneos de la ciudad: alcantarillado, metro, instalaciones eléctricas y de gas natural... Todo está infestado. También ha generado socavones, escapes, explosiones e incendios. Cualquier persona que se acerque a cualquier parte de la urbe que esté comunicada con el subsuelo corre el riesgo inminente de ser engullida, incinerada o aplastada. La criatura posee la capacidad de redistribuir sus propios líquidos, a fin solidificar a voluntad cualquier parte de su cuerpo barroso. Para empeorar las cosas, esta vez no tiene un solo corazón que pueda atravesar o romper para acabar con él, sino que, por el momento, he detectado más de doscientos, repartidos por toda la ciudad. Tardaré horas en eliminarlo, pero si no lo tomo como prioridad, siendo este el núcleo de población más grande amenazado actualmente, las víctimas podrían contarse fácilmente por millones.

Hay personas que me han visto aparecer de la nada en la avenida principal de un distrito comercial abarrotado de gente que corre de un lado a otro, tropiezan, caen o son atropellados. Los cuerpos de seguridad y los bomberos no dan abasto. La gente de Belia comparte un pasado antropológico común con la de Otobo: también tienen la piel clara, los ojos rasgados y una estatura promedio inferior a la de los amerinos. Sin embargo, sus culturas han evolucionado por vías muy separadas. Mientras que en Otobo la tradición religiosa y el respeto a las autoridades han moldeado a la población como una masa homogénea de pensamiento colectivo, los Belinos son una sociedad completamente laica, de mentalidad social muy individualista. Aquí han primado el desarrollo tecnológico y económico por encima de cualquier otro. Cuando me ven volar sobre ellos, en busca del primer contacto con uno de los núcleos del absortor colosal, los más jóvenes sacan sus teléfonos móviles y comienzan a grabarme, seguramente para retransmitirlo en las redes sociales. De entre quienes me reconocen como la chica de la que hablan las noticias, además, surge una masa descontenta que rechaza mi presencia y comienza a insultarme en su idioma, gritándome y arrojándome todo lo que encuentran: piedras, botellas y hasta zapatos. Pronto, las enormes pantallas led que hay en las fachadas de varios de los centros comerciales empiezan a transmitir imágenes, casi en riguroso directo, de mí desplazándome por la ciudad.

Por mi parte, decido ignorarlos. No me importa ni me sorprende que me rechacen. Al fin y al cabo, todas las naciones sienten que las he privado de su derecho a mantenerse armadas para defenderse del enemigo, ya sea este terrano o alienígena. Los humanos tienen esa ilusión de independencia, a veces sin importar la envergadura del desafío que enfrenten. Muchos dicen que podría haberme limitado a destruir los arsenales de Borealia y dejar que el resto del mundo se reconfigurara por sí solo. Pero yo tengo una experiencia milenaria en conflictos bélicos. Conozco la facilidad con la que el ser humano es capaz de enzarzarse en guerras pensando que van a durar unas pocas semanas, y cómo después, cuando encuentran más resistencia de la esperada, las hostilidades se prolongan durante meses y años; a veces, escalando a nivel continental o mundial.

Ellos también lo han visto, así que no me importa lo que piensen de mí.

Transcurridos veinte minutos, ya he conseguido eliminar doce de los núcleos del absortor. Para ello he tenido que meterme en las alcantarillas, volar a través de aguas residuales, atravesar tuberías de gas que han estallado (provocándome graves quemaduras que después he tenido que concentrarme en curar) y colaborar con las autoridades en desalojar líneas enteras de metro antes de hundirlas en la nada y hacerlas desaparecer. Tras el último incidente incendiario, en el cual toda mi ropa ha vuelto a quedar hecha girones, me he sentado en una acera para recuperarme de las quemaduras. El dolor que me infligen resulta asfixiante. No encuentro sosiego en ninguna postura. Es como si hubiera colmillos de animales salvajes clavados en todos los recovecos de mi piel, cada uno estirando en una dirección distinta. Y a menudo son peores las sensaciones que produce la curación acelerada que las de las propias heridas.

Estoy exhausta.

Mientras toda la multitud corre en dirección contraria a mí, una figura emerge de entre el humo que sale de una alcantarilla. Se trata de una anciana de más de doscientos setenta ciclos, achacada y encorvada, que lleva una manta térmica envuelta alrededor del cuerpo. Seguramente se la han proporcionado los servicios de emergencias. Analizando rápidamente su historia vital mientras se acerca, para comprobar si es una amenaza, puedo descubrir que ha estado regentando un humilde restaurante de comida tradicional junto a su marido durante los últimos ciento veinte ciclos. Él ha fallecido hoy, tras el derrumbe de su local, y ella ha sido rescatada in extremis de entre los escombros.

Me sonríe y se sienta a mi lado. Luego, sin decir ni una palabra y exhibiendo la más absoluta de las amabilidades, se quita la manta térmica de encima y la coloca sobre mis hombros, esforzándose minuciosamente por ocultar mi desnudez parcial.

—¿Cuántas veces más voy a tener que quedarme sola y desnuda en este mundo? —le digo en amerino, convencida de que no puede entenderme.

Su gesto de bondad ayuda a que mi organismo se recupere mucho más rápido, y pronto estoy lista para volver a luchar. Los humanos de la Tierra y los de aquí vivían y viven en la ignorancia del potencial de su especie. Viven en la ignorancia de cuán profunda es la lucha de la que forman parte: una guerra por la soberanía de todo cuanto existe. El consejo los utiliza como si fueran simples cifras en una innumerable cadena de datos estadísticos, los cuales, en algún momento, han de producir un resultado deseado. Desde que perdí a los humanos de la Tierra y empezamos de nuevo en este planeta, me resolví por completo a no permitir que más seres inocentes fueran utilizados de esta forma tan cruel. Sobre todo, mientras son mantenidos en el desconocimiento de la cuestión de la que forman parte. Sin embargo, como no tenía el poder para realizar mi propósito, tuve que resignarme a acatar la voluntad del consejo y la de Henk; resignarme a tutelar a una nueva humanidad y conformarme con ver cómo la rueda de su degradación moral era reiniciada. Son pequeños momentos como este, en los cuales una sola persona me muestra bondad, agradecimiento y cariño, en los que recupero la energía y el convencimiento necesario de que mi decisión de proteger a la humanidad, a esta pequeña porción de ella que tengo a mi cargo, es la correcta. Cada vez estoy más cerca de cumplir mi propósito. Solo tengo que librarme de estos absortores y volver a contactar con Vina. Le pediré ayuda para mediar o terminar con el consejo, y estableceré un acuerdo de paz con su universo. Juntas podremos llegar a descubrir cómo defendernos del tercero que nos ataca, enviándonos a estos monstruos que no nos dejan descansar.

—¿Te encuentras bien, chica? —me dice de repente una voz, mientras la anciana que me dio la manta térmica me abraza y me consuela con susurros en su idioma.

Desde hace unos instantes, hay como un zumbido en mi cabeza que resuena en una frecuencia grave y cadenciosa, seguramente debido a la conmoción y al tremendo esfuerzo que ha hecho mi organismo para recuperarse.

Estoy aturdida.

—Sí, no es nada —le informo al interesado—. Me recuperaré enseguida.

Al levantar ligeramente la mirada, solo hasta su pecho, puedo descubrir en él el escudo de la policía estatal de Belia.

Se trata de otro ser humano que se interesa por mi bienestar.

—Toma estas ropas —me dice, entregándome un uniforme de la brigada de bomberos—. Son ignífugas. Te podrían venir bien.

"Bien, ¿para qué?", pienso de inmediato, y es entonces cuando me doy cuenta de que el agente no habla en el idioma local. Al levantar por completo la mirada, y mientras él le da instrucciones a la anciana para que se dirija hacia otro agente que la espera con una manta nueva, reconozco el rostro del hombre. Mi memoria encaja todas las piezas con horror. Este es el bombero que me abordó en Eldrakurst, pero también es el repartidor que nos preguntó a Darina y a mí por la dirección en la cual tenía que efectuar una entrega cerca de la casa de mi hermana.

El zumbido que está resonando en mi cabeza desde hace rato no es fruto del cansancio o del aturdimiento, sino que se trata de la señal que habíamos pactado que usaría Dari para avisarme si las cosas se ponían feas. Lo he estado oyendo y lo he estado ignorando, por lo menos, durante tres minutos.

El cansancio y el dolor me impedían prestarle la atención necesaria.

—Concéntrate en el lugar y el momento presentes —me dice el agente con una sonrisa de oreja a oreja, a la vez que insiste en que tome las ropas de bombero y me vista con ellas—. Haz caso sin rechistar y no mires a ninguna otra parte del mundo. Lo sabré.

Es en este momento, mientras me enfundo el uniforme, cuando recuerdo las últimas palabras que me dijo Henk por teléfono: "Hay que cambiar de planes. No me esperaba que ella...".

¿Qué es, exactamente, lo que no se esperaba, y respecto a quién?

—Es usted del consejo, ¿verdad? —le pregunto a mi interlocutor, una vez que he terminado de vestirme y mientras me mantengo de pie frente a él, a escaso metro y medio.

—Silje Terra II —me saluda—. ¿Dónde está tu acompañante, Henk Terra II?

—No lo sé —repongo rápidamente, sin despegar mi mirada de la suya.

—¿Y qué son estas criaturas que asolan vuestra granja? —me interroga en tono calmado y analítico.

—¿Cómo que qué son? —le contesto, tratando de no sonar agresiva, pero sin entender la intención de la cuestión—. Absortores. ¿No lo ve?

—¿Absortores del tamaño de montañas, islas y ciudades? —El agente del consejo frunce el ceño, extrañado. De repente, la señal de alerta de Darina deja de sonar en mi cabeza y siento la imperiosa necesidad de echar un vistazo a Parois para comprobar su estado—. Ah, ah —me advierte el hombre—. No te preocupes. Mi compañero se está encargando de tu amiga.

—¿Qué quiere decir con que se está encargando de...?

—No estás en posición de hacer preguntas —me interrumpe, al tiempo que mis labios comienzan a temblar de terror—. Teníais una misión: vigilar la granja y avisar en caso de aparición del prodigio o de absortores. Dime dónde está tu compañero y por qué has decidido intervenir en la lucha a ojos de toda la colonia.

—Ya le he dicho que no sé dónde está Henk —murmuro con la voz entrecortada.

—Y yo te creo. —El agente sonríe y toma nota mental—. Así pues, ¿cuánto tiempo hace que ignoras el paradero de tu acompañante?

—Hace meses que no sé nada de él.

No sé qué hacer. No sé cómo escapar de esta situación. Tienen a Darina, a mi hermana y a mi sobrina. Si intento llegar hasta ellas, el agente irá detrás. Además, habrá, como mínimo, uno más esperándome.

—¿Meses? —se asegura el hombre, ante lo cual asiento—. Y ¿por qué no fue informado el consejo de esta inferencia en el proyecto?

Para ellos esto es un mero trámite; un contratiempo menor. Hay cientos de miles de millones de colonias. Si en una de ellas un par de granjeros sin importancia decide saltarse un protocolo, simplemente los liquidan en cuanto se dan cuenta. Nos lo advierten encarecidamente durante nuestra formación. No debo de ser ni la primera ni última que tiene ideas en contra del consejo.

Sin embargo, ellos ostentan el poder.

—He estado... ocupada —respondo, tratando de medir el impacto de cada una de mis palabras antes de pronunciar la siguiente— con los absortores.

—Eso ya lo veo —responde el agente—. Me temo que habéis incurrido en varias infracciones graves del protocolo. Infracciones que ameritan una... ¿Qué?

—¿Qué ocurre?

El hombre me hace un gesto con la mano para que me calle. Su última interrogación no iba dirigida a mí, sino a alguien que parece estarle hablando en su cabeza. Yo ignoraba que nuestra especie pudiera hacer eso. Al fin y al cabo, ya llevo más de diez mil años terrestres sin tener contacto con ninguno de ellos, ni con los últimos avances que se hayan conseguido en tecnologías de todo tipo.

—De acuerdo —dice por fin—. Acudiré como refuerzo. Solo déjeme que ejecute una infracción de código.

La infracción a ejecutar soy yo. No obstante, ¿qué puede haber ocurrido, y en qué parte de este planeta, para que todo un miembro del consejo necesite solicitar refuerzos? Ni siquiera yo requiero asistencia para enfrentarme a los absortores colosales actuales.

¿Será Henk?

—Déjame que te haga una pregunta más —recomienza el agente del consejo—. En la señal que nos envió tu compañero Henk Terra II, quedaba claro que teníais problemas con los absortores, pero también especificaba con exactitud que la granja había logrado desarrollar a un prodigio que atrae materia del universo enemigo. —Antes de continuar, hace una pausa y ladea la cabeza. Abre los brazos con las palmas de las manos extendidas hacia arriba y pregunta en tono burlesco—: ¿Dónde está ese susodicho prodigio? Sabéis que dar una falsa alarma constituye una infracción más del código.

—No existe tal prodigio —confieso de inmediato—. Henk solicitó su asistencia para combatir a los absortores porque sabía que siempre aparecen cuando un prodigio está cerca de manifestarse. Sin embargo, aquí nunca llegó a hacerlo.

El agente suspira.

—Pues es una pena —musita—. Si tan solo os hubierais limitado a esperar nuestra llegada... Sabéis perfectamente que está prohibido interactuar directamente con los colonos durante las fases avanzadas del desarrollo de la granja. Por este motivo, Silje Terra II, también conocida como Vera Saoris, quedas relevada de todas tus funciones y se te condena a la desaparición.

Tras decir eso, el hombre extiende la mano hacia mí y cierra el puño. Sin embargo, antes de que la implosión pueda alcanzarme, abro un portal en el espacio intermedio y huyo, por impulso de supervivencia, hacia la estepa de Atara. No he tenido tiempo de volver a manifestarme por completo, cuando el agente me agarra por la pierna y me azota contra el suelo como si mi cuerpo fuera un látigo. En mitad de la infinita extensión nevada del país en el que crecí, tomo las fuerzas para iniciar una estampida supersónica contra su pecho. No obstante, el agente es capaz de esquivarla sin ningún esfuerzo, desapareciendo de mi vista.

Miro a un lado y a otro con la respiración desesperada y el pulso acelerado. Lo busco en el espacio intermedio y en la corriente del tiempo. Nada. Esa habilidad para ocultarse de la omnividencia de nuestra especie debe de ser, entonces, propia de esta versión más desarrollada de ella.

Transcurridos cinco segundos, aparece detrás de mí y me agarra de la muñeca derecha, retorciéndome el brazo hacia arriba por la espalda. Después me rodea el cuello con su otro brazo y me aprieta, asfixiándome.

—No deberías soltarte —me susurra al oído, visiblemente molesto—. Si saltas, yo saltaré contigo. Será mejor que no me compliques las cosas.

Volviendo a hacer uso de mi instinto de supervivencia, intento revolverme golpeándole en la rodilla con el pie. No obstante, él esquiva el gesto sin soltarme la mano, y luego me hace girar sobre mí misma como en un elegante paso de tango. Acto seguido, agarra mi antebrazo con sus dos manos y lo aprieta hasta separarlo de mi cuerpo, produciéndome un dolor que ni siquiera todos los impactos que he sufrido contra absortores colosales puede igualar. De hecho, debido al ardor y los calambrazos eléctricos que me envían mis nervios seccionados, soy incapaz de regenerar mi brazo y solo consigo cerrar la carne herida sobre sí misma.

Cuando impactaba contra rocas, mi poder de curación se centraba en que mis extremidades no se separaran unas de otras y en que la piel no fuera perforada más allá de su primera o segunda capa. Cuando un misil o una bomba me despedazaban el cuerpo, mi consciencia seguía unida al entorno y disponía de un rato largo para volver a ensamblarme, utilizando los elementos del entorno que conforman un cuerpo humano. Sin embargo, una herida como esta y un tiempo de recuperación tan breve son un escenario nuevo para mi cuerpo.

—Por favor —le suplico tras caer de rodillas al suelo—. La gente de este planeta es buena. Ellos solo quieren vivir en paz, igual que el resto de nosotros.

—En ese caso, me temo que nos encontramos ante un conflicto de intereses —replica el agente, al tiempo que arroja mi brazo cercenado a la nieve—. ¿No lo crees?

Acto seguido, vuelve a elevar su mano lentamente. Sin embargo, cuando está a punto de cerrar los dedos para formar el puño, estos simplemente se desprenden de su cuerpo. En su lugar aparece de la nada una persona que le propina una cuchillada en el cuello y una patada en el pecho, haciéndolo caer de espaldas sobre un charco de su propia sangre.

Se trata de Henk.

—Tienes que ir con ellas —me saluda con serenidad. Luego recoge mi brazo del suelo y me lo entrega con gesto solemne—. Este no tardará en recuperarse.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro