31. Una cabaña en algún lugar
Esta vez es real. El amanecer que contemplamos Darina y yo sentadas a la orilla del lago, con una manta envolviéndonos a las dos... Esta vez no se trata de una proyección.
Incluso atendiendo a mi naturaleza semidivina, veintisiete ciclos es demasiado tiempo para permanecer recluida en una habitación. Nueve años de la antigua Tierra. Durante este tiempo, mi hermana dio a luz a su hija, la vio crecer y se mudó con Henk a Parois. Kiluna y Darina se encargaron de llevar el cilindro que guardaba Donvan a la Fortaleza del Aislamiento de Eirén, a fin de devolver la vida a mi madre.
El superhombre ni siquiera las acompañó para protegerlas o darles indicaciones.
Finalmente, he entendido que en los cilindros se guarda una especie de copia de seguridad de la persona deseada en un momento concreto de su vida. En la cámara que se encuentra en la fortaleza del mar del sur se procede a la lectura de los datos y a la recreación de la persona a partir de ese punto. Así fue como Eirén pudo salvar a mi hermana de la herida por absortor blanco: aprovechando que el cilindro no almacena datos biológicos ajenos a los de la persona que se desea restaurar, registró el estado de mi hermana y, simplemente, la dejó caer al mar, para después entregarme el cilindro con sus datos.
Henk también realizó una copia de sí mismo, cuya restauración dejó automatizada, a fin de permitir que el gobierno otobés lo matara y que eso nos diera un cierto espacio de maniobra, tanto a mí, como al gobierno amerino. De hecho, la versión de él que me visitó para despedirse en el Centro de control de mareas de Chysien era esta copia ya activada, que es la misma que vive ahora y la que permaneció escondida durante ciclos antes de conquistar a mi hermana. Por último, aunque cronológicamente fue en primer lugar, también había guardado una copia de mi madre, la cual le entregó a Donvan justo antes de pedirle que la matara. Según su forma de ver las cosas, y teniendo en cuenta el escaso valor que le asigna a la vida humana con carácter individual, ese acto cruel y despiadado serviría para impulsar mi despertar.
Por desgracia, hay que reconocer que tenía razón.
Cuando Darina, en compañía de un cuerpo de súper humanos que Hrutz le permitió reclutar, asaltó las instalaciones donde Iván Petrov me tenía recluida, este último y su gente huyeron despavoridos. Luego mi chica me llevó consigo a un lugar alejado de toda civilización, aunque desde el principio sospeché que este remanso de paz se encontraba en Otobo, ya que Dari no tardó en reconocer que Kyon Sok la había ayudado a encontrarlo.
Hemos permanecido aquí durante dos meses. Todo cuanto sé de todo cuanto ha ocurrido fuera lo sé gracias a Darina. He permitido a mi cerebro descansar de la habilidad de consultar la corriente del espacio y el tiempo, atemorizada de descubrir alguna nueva información que fuera demasiado trascendental para asimilar. Aunque también me abstengo a manera de precaución, por si acaso mi poder pudiera atraer a ningún indeseable. Y ahora mismo, mientras contemplamos por enésima vez el amanecer envueltas en nuestra mantita a la orilla del lago, puedo asegurar sin temor a equivocarme que Dari es la persona en la que más confío en el universo.
Me ha explicado que la guerra mundial continúa, pero que está casi totalmente decantada para el bando norteño. Gracias a los conocimientos tecnológicos que le proporcionó Iván Petrov, la mitad septentrional de Americia está ahora en manos de Brimiar Tygval. Es por eso que mi hermana y el cobarde de Henk, habiéndome dado por muerta, se mudaron a Parois, a fin de criar a su hija en un entorno relativamente seguro; ya rendido, pero no beligerante. Mi madre se marchó con ellos, aunque viven en hogares diferentes. Donvan falleció a causa de un cáncer de pulmón que lo derrotó en apenas medio ciclo. Pelvra y los demás siguen haciendo su trabajo en el frente, a las órdenes de Hrutz y de la primera ministra Ayona Dert, reelegida en dos ocasiones. Aunque se encuentran bastante debilitados por el conflicto, Dari me asegura que para ellos se trata de una causa justa por la cual morir.
Si supieran cuántas cosas están ocurriendo que nos implican directamente y cuya gravedad hace que la guerra mundial parezca una pelea de patio de colegio...
A su debido momento se lo explicaré todo a quienes merezcan saberlo. En su momento, también, me reuniré con mi madre y la abrazaré como si no la hubiera abrazado nunca. Conoceré a mi sobrina, que al parecer se llama Vera en mi honor, y le daré una última bofetada a Henk, cerrando con ello cualquier cuenta pendiente. Tampoco ha resultado que yo fuera ninguna joya moral de persona, teniendo en cuenta lo que hice con mi madre para poder esconderme como una rata naciendo de nuevo. Sí es cierto que la crianza que los Saoris me han dado ha sobrescrito muchos de mis esquemas éticos y mentales anteriores. Hay muchas cosas que en su día hice, pero que no volvería a hacer jamás. He aprendido a ser menos pragmática y me he acostumbrado a vivir como si fuera físicamente vulnerable, con lo que he alcanzado nuevos niveles de respeto por la vida humana. Es por eso que, si se me está pidiendo ayuda desde otro universo para mediar con el mío, necesitaré colaborar con Henk por mucho que me pese.
Cuando llegue la hora, les haré saber a todos que estoy viva. Por ahora, Darina me ha asegurado que solo ella y su equipo lo saben. Este maravilloso ser humano ha preparado un entorno en el que yo pueda descansar, recuperarme mentalmente y prepararme para hacer aquello que decida hacer.
"Yo te apoyaré y te acompañaré hasta el final", me ha dicho.
Para las dos se ha notado el paso de los ciclos. Aparentamos lo que equivaldría a unos treinta años de la Tierra. En cuanto salgamos de aquí, visitaremos el refugio de Eirén y, utilizando la tecnología humana que se almacena allí, detendré el proceso de envejecimiento de ambas. Es lo mínimo que podría hacer por la persona que ha dedicado casi una tercera parte de su vida a buscarme, sin perder la fe, hasta finalmente rescatarme y darme una nueva oportunidad para hacer algo de valor con mi existencia.
—Aún no me explico por qué has hecho todo esto por mí —le susurro al oído mientras el segundo sol se alza sobre el horizonte. Después, le doy un beso tierno en el lóbulo de la oreja—. ¿Qué he hecho yo para merecerlo?
—No solo te debo la vida, sino que eres una persona extraordinaria y leal —me responde con presteza—. ¿Te parece poco?
Sigue siendo la misma chica de apariencia delicada, media melena negra, labios carnosos y vestimentas frescas a la que conocí en el supermercado de Vereti, cuando me llevó en brazos como si fuera un trozo de carne inerte.
—Has invertido mucho tiempo en mí —le digo.
—También he hecho otras cosas mientras tanto —arguye—. No es usted el centro del universo, señorita. —Se ríe, para luego besarme en la sien—. La impresión que me causaste se quedó grabada en mí como con un sello incandescente, Vera. Nunca he conocido a nadie con el potencial de ser tan relevante en la historia del universo y, aun así, no me importa en absoluto lo que hagas con ese potencial. Has sobrevivido a cosas terribles, pero te mantienes amable. Simplemente quiero que seas feliz. Creo que te lo mereces, y yo soy feliz cuando estoy a tu lado. Durante estos nueve ciclos, he perdido a toda mi familia en la guerra. Es posible que el universo entero vaya a venirse abajo, y ya estoy cansada de sentirme sola en la debacle.
No es la primera vez que me dice algo así. Durante la primera semana, después de que mi cuerpo se recuperara por completo de las secuelas del cautiverio, se lo conté todo sobre la antigua Tierra, sobre el consejo, sobre Iván Petrov y sobre mis diálogos con Vina, del universo paralelo. Después de escucharme, esperaba que me diera algún discurso moral sobre la responsabilidad, explicándome cuáles eran mis obligaciones. En lugar de eso, lo único que me dijo fue que, hasta donde ella sabe, no hay organismo vivo capaz de soportar el peso emocional de salvar un universo. Y es esa forma tan amable de darme espacio y tiempo la que ha hecho que mi alma se entrelace con la suya. Mi universo entero se ensancha, rompiendo las leyes de la física, cuando estoy a su lado, proporcionándome lugar para respirar, pensar, decidir y actuar. La forma en que se preocupa por mis sentimientos sin que yo haya hecho nada magnificente para merecerlo la dibuja ante mí como uno de los mejores seres humanos que he conocido en este planeta y en la Tierra, si no el mejor.
Cuando le pregunto qué es lo que hace que ella me quiera, siempre me da un motivo diferente.
"Eres valiente e intrépida".
"Eres leal a los tuyos".
"Siempre eres consecuente con tus sentimientos y pensamientos".
"Ese cuerpo divino que vuela por el cielo".
"He soñado contigo cada día de los últimos veintisiete ciclos".
"Te quiero porque tú me quieres".
Además de ver los amaneceres juntas y comer todo tipo de manjares locales, estamos trazando un plan de acción para abordar nuestros problemas en fases lógicas.
Lo primero que haremos será acabar con la guerra. No me importa aparecer como un espectro insubordinado al gobierno amerino. Derrotaré a la alianza norteña, recuperaré el terreno que corresponde a Americia e instauraré la paz, sin importar que para mantenerla necesite emplear el miedo. Darina me ha asegurado que está dispuesta a afrontar el peligro de ser relacionada conmigo.
En segundo lugar, necesitaré volver a congraciarme con el indolente calculador de Eirén, y apelar a su responsabilidad para con la granja humana. Si lo que me dijo Vina es cierto, pronto surgirá en este planeta un humano con poderes extraordinarios, y eso es lo que hace que los absortores nos ataquen. Que al principio solo se manifestaran en Americia nos proporciona una valiosa pista geográfica sobre dónde empezar a buscar. Al mismo tiempo, el que después empezaran a atacar en el resto del mundo, aunque en menor medida, nos puede indicar que el momento de la aparición de este ser humano especial está cada vez más cerca. Nuestro objetivo es encontrarlo antes de que lo haga el consejo. Si sus poderes se manifiestan con demasiada intensidad, enviarán a alguien a buscarlo y darán por finalizado el proyecto Terra, obligándonos a Henk y a mí a marcharnos a una nueva granja, o a enfrentarnos en una guerra abierta contra ellos; una que no podemos ganar.
Debemos dar cuanto antes con el nuevo prodigio capaz de absorber materia desde el universo paralelo. Si lo escondemos del consejo durante el tiempo suficiente, quizás, y solo quizás, podamos usar sus poderes para colaborar con Vina y detener así la guerra de los universos. A lo mejor, incluso, lo conseguimos sin necesidad de mediar con el consejo.
Hoy, sin embargo, toca preparar brochetas.
Llevamos sin cocinarlas desde la última noche que pasamos juntas en mi apartamento del complejo militar. No era por falta de ganas, sino por la dificultad para reunir los ingredientes. El lugar en que se encuentra nuestra cabaña es una especie de claro de bosque a la orilla de un lago en un país extranjero. Darina dice que no hay ni una sola ciudad en cientos de kilómetros a la redonda, y me ha pedido que le prometa que no usaré mis poderes para explorar hasta que decidamos ejecutar nuestro plan de acción, a fin de evitar ser detectadas.
Cuando se presenta en la cabaña a mediodía con todos los ingredientes necesarios, me da un vuelco el corazón. También ha traído cerveza fría en cantidades industriales.
¿De dónde lo ha sacado todo?
—Si con esto no tienes un orgasmo gustativo, entonces habré fracasado como cocinera —me advierte.
—La cocina está limpia y preparada para que la maestra haga su magia.
En realidad, las brochetas se consumirán mañana. Hoy haremos todo el proceso para ponerlas a marinar durante un día entero, y terminaremos comiendo cualquier cosa rápida de la cual me encargaré yo.
—Ponga música, ministra del ocio —me solicita Dari.
Aquí hace mucho calor, y el calor invita a bailar, de manera que reproduzco grandes éxitos del verano que sonaban en Vereti cuando éramos adolescentes. El día que vea a mi madre de nuevo, le explicaré todas mis vivencias y le preguntaré si se siente orgullosa de la música que he hecho con los instrumentos que me ha dado la vida.
Darina está preciosa cuando cocina. En realidad, lo está siempre, solo que de diferentes maneras. Cuando combate es grácil y temible; cuando efectúa labores diplomáticas, aparece solemne y elegante. No obstante, a la hora de cocinar, que es la actividad de la que más disfruta, se ve simplemente hermosa, relajada y apacible. Es el único momento en el que lleva vestidos y corretea descalza de un lado a otro, buscando el ingrediente necesario para la receta que tiene en mente. A su lado, mis habilidades son como las de un chimpancé que coloca un trozo de fruta encima de una hoja. Seré todo lo diosa que quiera, pero no tengo el arte que ella tiene para hacer disfrutar a los demás de sabores inimaginables.
—¿Qué estás mirando? —me pregunta sonriente, al darse cuenta de que la contemplo embelesada.
—La vida ha dado un montón de vueltas para reunirnos —le respondo tiernamente, al tiempo que la abrazo por detrás, rodeando su cintura.
—Creo que ya has bebido suficiente —contesta remolona—. No me estás dejando trabajar. ¿Quieres comer de una lata mañana?
—Quiero comer de ti hoy —murmuro.
—¡Dame eso ya! —exclama risueña, a la vez que se da la vuelta y me quita la jarra de cerveza de las manos. Luego me besa en los labios—. No besas como una diosa —bromea en un susurro.
—Soy una diosa tímida —le respondo en una pausa del beso.
Darina coloca su mano izquierda en la parte posterior de mi cabeza, y la derecha en mi cintura, bajando poco a poco. Yo le correspondo el gesto sujetando su mejilla con mi mano derecha y levantando el bajo de su vestido con la izquierda, hasta ganar acceso a su muslo. La empujo suavemente hacia la encimera y, desde allí, usando los dos brazos, la levanto a la altura de mi cintura. Ella responde rodeándome con sus piernas y aumentando la frecuencia e intensidad de sus besos, hasta que siento la calidez y suavidad de su saliva en mi paladar. El zumo de lima que ha probado antes de usarlo en su receta y el sabor a menta de su enjuague bucal se mezclan como una especie de cóctel refrescante en mi boca. Comienzo a caminar hacia atrás, llevándonos a ambas hacia la habitación que compartimos desde hace diez o doce días, cuando abandonó la suya y juntamos las dos camas individuales de la mía para formar una sola. Una vez allí, la dejo caer sobre el colchón y abro las piernas para posar mis rodillas a ambos lados de sus caderas. Levanto todavía más su vestido con la idea de dejar al descubierto sus dos piezas de ropa interior deportiva blanca y, de repente, un escalofrío me sacude el pecho.
Algo de yeso de la pared ha caído sobre su mejilla.
—Vera... —murmura.
Miro hacia abajo y descubro un agujero sangrante en el lado derecho de mi pecho, atravesado por una bala que se ha incrustado en la pared.
—¡Mierda! —exclamo, tumbándome enseguida bocarriba—. ¡Al suelo, al suelo!
La empujo con los pies y la hago caer rodando de la cama para después tirarme encima, rostro con rostro.
—¿Estás bien? —me pregunta con el semblante pálido, al tiempo que palpa mi pecho en busca del orificio sangrante que ya no está.
—Sí, se ha cerrado —le contesto en un susurro.
—¿Por qué algunas cosas pueden herirte y otras no?
Niego con la cabeza al tiempo que siseo con el dedo índice sobre sus labios, indicándole que debe bajar el tono.
—Eso no lo recuerdo todavía —respondo—, si es que alguna vez lo he sabido. ¿Qué hacemos? ¿Uso mis poderes para detectarlos?
—¡No! —exclama en un hilo de voz—. Hagámoslo a mi manera, como en el frente.
—¡Yo no soy un soldado! —replico, todavía susurrando—. No sé cómo se hace.
—Entonces, sígueme.
Darina hace un gesto sutil para que me levante de encima de ella. Una vez libre, se vuelve a bajar el vestido y comienza a avanzar a rastras por el suelo de la habitación, en dirección al salón-cocina.
—Si la cosa se complica, escóndete y déjame a mí —le digo siguiéndola—. ¿Vale?
—Esperemos que no —contesta.
Cuando llegamos a la cocina, ella abre el cajón que hay debajo del fregadero y saca de él una pistola con munición de nueve milímetros. Está cargada y con el seguro puesto.
—No sabía que tenías eso aquí —comento sorprendida.
—Si fuera solo eso —bromea ella—. ¿Cómo iba a protegerte, si no?
Se pone en cuclillas y asoma la cabeza unos pocos centímetros sobre la encimera. Mientras tanto, yo contemplo la mancha de sangre que ha quedado en mi camiseta larga de estar por casa y me pregunto cómo ha sido posible que un proyectil de factura humana me atraviese de esa manera. La pregunta de Darina es tan adecuada como preocupante: ¿Por qué parece tan aleatorio que algunas cosas puedan hacerme daño y otras no? Pienso que después debería recuperar el proyectil de la pared y hacer que alguien lo analice.
Vuelven a dispararnos, esta vez impactando en uno de los muebles de madera donde guardamos la vajilla.
—¿Lo has visto? —inquiero algo nerviosa.
No me resulta cómodo no poder utilizar mis poderes para salir de una situación.
—Ni de broma —masculla Dari, volviendo a sentarse en el suelo a mi lado—. Está muy lejos. Es un francotirador.
—Pero sabe dónde estamos. ¿Quién iba a enviar a un francotirador para acabar con nosotras?
—Sé por dónde vas —se anticipa mi chica—. ¿Sabes lo que eso implica?
—No tenemos alternativa —le digo—. Nos atacan porque saben dónde estamos, así que usar mis poderes no hará ninguna diferencia.
—Que nos estén atacando con munición terrana implica que no se trata de ninguno de tus enemigos sobrenaturales —contraargumenta Dari—. Podría ser el ejército de Tygval, o incluso gente de Otobo. Si usas tus poderes, en cambio, desvelarás tu posición a los absortores. Y quién sabe a cuánta gente más.
Suspiro profundamente y asiento con la cabeza.
—No quiero que te hagan daño —musito cogiéndola del brazo, cuando vuelve asomarse por la encimera.
—Llevo más de veintisiete ciclos sobreviviendo a situaciones como estas, cariño —me responde con aires de suficiencia.
Acto seguido, se arrastra de vuelta a la habitación, donde oigo que abre el armario y saca de él un objeto pesado que golpea contra el suelo. Se oye lo que parecen ser dos cierres de un maletín, y después el chasquido de algún tipo de arma de fuego siendo ensamblada. Tras unos segundos, Darina vuelve a salir reptando de la habitación. Esta vez sujeta entre sus manos un fusil de francotirador.
—¿Eso también estuvo aquí todo el tiempo? —espeto descolocada.
—El armario tiene un doble fondo —me confiesa—, por si quieres coger algo.
Lo cierto es que yo no sé usar casi ningún tipo de arma de fuego, pero ella lo hace con tal elegancia y gracilidad que resulta hipnótico.
—Lo tengo —susurra.
—Ten cuidado —le suplico—. Por favor.
Después de su disparo, se hace un silencio sepulcral. Pasamos casi diez segundos en la misma posición. Ella, mirando a través del objetivo; yo, agarrada a su pierna y con los ojos entrecerrados, rogando para que no haya una respuesta enemiga.
Finalmente, escuchamos una voz.
—¡Será mejor que convirtamos esto en una confrontación pacífica!
Ese timbre, ese tono y ese acento... No me hace falta usar mis poderes para deducir de quién se trata.
—Es Iván Petrov —mascullo—. Deja que salga yo primero.
Darina asiente, cambiando su rifle por su pistola.
—¡Las dos, y con las manos en alto! —exclama Petrov desde afuera.
Mi compañera y yo nos miramos a los ojos. Después, sin decir una palabra, convenimos en levantarnos y salir de la casa obedeciendo las exigencias. En el exterior nos espera un grupo de no menos de veinte hombres y mujeres con armas de asalto. Petrov tiene a su lado a un rehén: el cirujano Kyon Sok.
—Creo que te has apropiado de algo que me pertenece —nos saluda el anciano, dirigiéndose a Darina—. Aquí tengo yo algo que te pertenece a ti.
Tras su declaración, el guardia que custodia a Kyon lo empuja violentamente, haciéndolo caer de rodillas al suelo. Encuentro al médico sensiblemente demacrado y más envejecido de lo que veintisiete ciclos causarían de forma natural.
Ha sufrido mucho más allá de la muerte de sus hijos.
—Resulta asombroso que una rata infecta pueda sobrevivir durante tanto tiempo —continúa diciendo Iván—. Este traidor de la madre patria, que os ha proporcionado cobijo y albergue a espaldas de todos los suyos, ahora ha decidido volver su misericordia en vuestra contra, revelando vuestra ubicación.
Es normal... Con los signos de tortura que muestra el cuerpo del médico, me extraña que no haya hablado antes.
—¡No puedo entender nada de lo que dices si no te sacas el culo de Tygval de la boca! —le responde Dari, en un alarde de falta de diplomacia que me deja descolocada.
—¡A qué has venido! —inquiero yo—. ¡Sabes que podría haceros desaparecer a todos con tan solo pensarlo!
—No me cabe la menor duda de que abandonarías a los seres humanos de un planeta entero por segunda vez con tal de salvar tu pellejo —asevera el viejo consejero—. Incluidas tu madre, tu hermana y tu sobrinita en Parois, a quienes una batería de misiles balísticos intercontinentales tiene en el punto de mira. —Al oír eso, no puedo evitar fruncir el ceño y adelantarme un paso—. Oh... ¿O quizás no?
—Dime qué es lo que quieres y acabaremos antes —le propongo.
—Tú ya lo sabes —alega Petrov—. Lo estábamos pasando genial. ¿Por qué tuviste que marcharte?
—Si en nueve años no pudiste descubrir cómo hacerme daño, ¿cuánto tiempo más crees que necesitarías?
—Vaya... —repone—. Ya vuelves a hablar en cifras de la Tierra.
La serenidad con la que se comporta, sin esbozar ningún tipo de expresión ni elevar el tono de la voz, me resulta inquietante. Es como un jugador de ajedrez que conoce seis o siete jugadas por adelantado. Y yo también podría, si no fuera porque usar mis poderes equivaldría a destacar por encima del resto de humanos aquí presentes en los radares de mis enemigos del tercer universo.
—Si me voy contigo —comienzo a proponer—, ¿qué garantías tengo de que los míos estarán a salvo?
—¡No! —exclama Darina, agarrándose a mi brazo—. ¡Por favor, por favor!
—¡Tendrás que confiar en la palabra de tu viejo feligrés! —expone Petrov.
El aire se ha puesto pesado. El clima de aquí es muy húmedo. Por las tardes, cuando los soles se acercan a la línea del horizonte, una neblina asfixiante se aposenta sobre la superficie de la tierra mojada. El lago comienza a reflejar los preciosos tonos multicolor del cielo. Los árboles parecen bailar al ritmo de una brisa exótica que a duras penas refresca la piel.
En este momento, sin usar mis poderes, acabo de darme cuenta de que entregarme a Iván Petrov y su gobierno no es garantía de nada.
—Si anunciáis vuestra rendición en la guerra —dispongo envalentonada—, me iré contigo y te ayudaré a matar a Henk. —El viejo ladea la cabeza, atento—. Después te diré qué tienes que hacer para matarme a mí.
Al concluir mi mensaje, un murmullo de sorpresa se deja oír entre la multitud de soldados que acompaña al consejero de Brimiar Tygval. Es como una ola que empieza por el centro y se expande hacia los lados. El anciano, en cambio, solo chasquea los dientes y niega con la cabeza.
—No está en mi mano ofrecerte eso —me reconoce.
Entonces tomo una profunda bocanada de aire.
—Me lo imaginaba —mascullo.
Acto seguido, dejo que mi cuerpo ponga todo su potencial en realizar un movimiento de arrastre. Separo mis pies del suelo y vuelo en dirección a Petrov para atravesar su esternón con mi puño cerrado. Después, antes de que los soldados puedan reaccionar, los reduzco uno a uno en no más de dos segundos, provocando que el silencio vuelva a adueñarse del claro de bosque a orillas del lago multicolor.
Kyon Sok se queda de rodillas, con la cabeza hincada en el suelo, temblando y cubriéndose la nuca con las manos mientras repite una frase vez tras vez:
—Lo siento... Lo siento, lo siento, lo siento.
—Tú no tienes la culpa —lo consuelo, al tiempo que lo levanto suavemente con mis brazos—. Vamos a necesitarte. Por favor, reponte.
El hombre se seca las lágrimas, asiente varias veces y me hace tres reverencias solemnes.
—¿Y ahora qué? —inquiere Darina—. Nos costó muchísimo tiempo desbloquear una ruta para acceder aquí. Ya no podremos salir por ninguna vía.
—Dime que aún tienes contactos en el ejército amerino —comento.
—Claro que sí.
—Necesito a alguien que tenga acceso a equipos antiaéreos, o lo que sea que utilicéis para detectar misiles balísticos.
Darina se lo piensa durante un par de segundos. Se muestra reflexiva y preocupada. Con mis poderes puedo verlo todo, pero no sabría reconocer una batería de lanzamisiles apuntando hacia mi familia aunque la tuviera delante.
—Sé que no vas a abandonarme aquí —dice mi chica—, pero ¿cómo planeas que salgamos? La nación de Otobo es leal a la alianza norteña. Cuando no reciban respuesta de esta gente, de seguro enviarán a otros.
En un lugar muy profundo de mi mente (demasiado para generar alguna idea que pueda escalar lo suficiente como para salir por mi boca), surge un razonamiento que se pregunta por qué Darina no pensó en esto antes de establecer nuestro escondite en territorio enemigo. ¿Es que no había cabañas en claros de bosque de Parois, Atara, o siquiera al sur de Americia? En última instancia, se me ocurre pensar que Dari creía que el enemigo no se imaginaría que nos esconderíamos delante de sus narices.
Salta a la vista que sí se lo han imaginado.
—No tendremos problemas para salir de aquí—declaro confiada—, pero si hay misiles dirigiéndose a Parois, necesitosaberlo. —De repente, la expresión de Darina refleja una absoluta confianza—.No solo por mi familia, sino también por todos los que viven allí.
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