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Una tormenta y un corazón roto


La lluvia caía sobre mí empapándome completamente, el clima parecía ideal para la situación. Mi cuerpo se quedó tieso al oírla decir esas palabras tan crueles: "Estoy terminando todo tipo de relación contigo". Y comenzó a alejarse, así, sin más. Tardé un poco en digerir lo que ocurría.

Alcé la vista en su dirección y una punzada de dolor se instaló en mi pecho cuando la vi caminando lejos de mí con su paraguas rosa, no vacilaba, se veía tan segura, como siempre. Ella parecía irrompible e imperturbable.

Vacilé unos segundos pero finalmente corrí detrás de aquella mujer, me instalé justo al frente y, con torpeza, agarré su mano libre y me arrodillé.

"Espera un momento. No puedo aceptarlo.", mi voz sonó rota y al observar su rostro colorado que trataba de conservar una mueca indiferente, algo en mi se rompió. Parecía que ella si podía romperse.

La escuché sorber por la nariz mientras me miraba, estaba esperando que continuara, pero yo no podía, jamás la había visto así. Tragué tratando de darme valor.

"Dame una explicación.", pedí en un murmullo, no podía estar terminando conmigo porque sí. Ella negó con la cabeza, no entendí si era porque no podía o porque no quería. Se soltó con brusquedad de mi agarre y pasó a mi lado para seguir su camino.

Me levanté de un salto y, en medio del sonido de un rayo, grité:

"¡No puedes dejarme así! ¡Exijo una explicación!"

Ella se detuvo, se quedó totalmente tiesa y la vi deshacer la tensión de sus hombros. Se dio la vuelta y aprecié su lindo rostro contraído en una mueca de enfado, temblé ligeramente. La lluvia comenzaba a hacerse más intensa y el frío se caló en mis huesos, parecía un diluvio. Mi amada mujer se acercó a paso firme haciendo que los charcos a su alrededor me salpicaran, pero daba igual, no podía estar más mojado.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca de mí como para notar que ella misma empezaba a mojarse a pesar de la presencia de la sombrilla, al fin habló:

"Deja tu actitud de machito y acepta que una mujer te dijo que no.", enfatizó la palabra no. Suspiré y cuando menos me di cuenta ella me había lanzado el paraguas a la cara y se había ido corriendo.

La llamé a gritos y traté de seguirla pero era inútil, la cortina de agua no me dejaba ver demasiado. Frote mis ojos con desesperación y solté un gruñido gutural en señal de frustración. ¿Cómo era posible que ella me sacara tanto de quicio? La adoraba, pero carajo, era un grano en el culo cuando quería.

Resignado y con el paraguas en mano caminé hacía mi casa, seguro mis padres estarían preocupados. Sin embargo, cuando iba a cubrir mi cuerpo me contuve, si ella iba a casa completamente mojada y sin su paraguas rosa, yo también lo haría.

Así pues, me encaminé pensando que tal vez su escena era solo eso, una escena, que no era en serio, que no había terminado conmigo y pronto regresaría a mis brazos. Oh, qué equivocado estaba.

(...)

Pasaron dos días y yo ya me estaba muriendo por la abstinencia de ella, no contestaba mis mensajes, no respondía a mis llamadas, no aparecía por ningún lado. Se la había tragado la tierra, o tal vez el océano.

Gruñí levantándome de mi cama, miré el celular y nada. Estaba fatal, no había podido dormir nada pensando en ella y en lo mal que había terminado todo, yo solo le había dicho que fuésemos amigos y se había indignado completamente comenzando a gritarme. ¿Qué demonios le pasaba?, ¿Cuál era el problema? Definitivamente no lo entendía.

Sin previo aviso mis ojos comenzaron a picar cuando su imagen vino a mi mente, tan bella, tan pura, tan perfecta, no retuve las lágrimas. La extrañaba mucho, carajo. Me volví a tumbar en mi cama y lloré reteniendo el inminente hipar, pero fue difícil. Por un momento pensé que tal vez nunca la recuperaría, que ella se iría de mi lado para siempre, la idea no podía soportarla.

Lloré con mas ganas dándome cuenta que ella ya había tomado su decisión, lo sentí en mi alma y corazón, ella ya no iba a volver conmigo.

Justo en ese momento me hundí en una amarga tristeza, era insoportable. Comencé a pedir que parara, pero no lo hacía. Joder, dolía, dolía y mucho. En medio de mi agonía divisé el sonido de la lluvia, aún diluviaba allí fuera. Tal vez fue esa nana natural la que calmó mis sollozos. Pronto me encontré calmado y ocultándome entre mis cobijas, sintiéndome miserable y arrepentido.

Un trueno resonó escandalosamente, y pareció que trató de confirmar mis sospechas. Me encogí y lloré nuevamente, pero en silencio. 

Ella no iba a volver.

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