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El espejismo de un amor


Había una vez un par de ojos miel que miraban con pasión a una joven reina de cabello plateado.

El dueño de aquellos ojos era un sirviente, el joven era hijo de uno de los consejeros del anterior gobernante del reino. Cuando este murió, el nuevo rey lo degradó de puesto dejandolo como un sirviente más de palacio. El humilde hombre, que jamás cuestionó las decisiones de su nuevo rey, murió algunos años después. Ante este hecho y, aún siendo un niño, su hijo se convirtió en su remplazo.

Cuando el pequeño de ojos enmielados comenzó a trabajar, quedó prendado de la pequeña niña de catorce años que llamaban reina. Los años pasaron y su majestad creció, junto con aquel iluso muchacho enamorado.

Un día, la reina se encontraba paseando por sus bastos jardines en soledad, como a ella le gustaba, y, casi por casualidad, se encontró directamente con el sirviente enamorado. Este al verla no pudo evitar sonrojarse y observar la forma en que el vestido rosa esponjoso enmarcaba su cuerpo haciéndola parecer un postre, de esos que comía la realeza. A pesar de que su alteza no tenía porque hablarle a aquel muchacho, lo hizo, y rápidamente se hicieron amigos.

Pasaron algunas semanas y ambos compartían una complicidad envidiable. Pronto el sirviente no pudo resistirlo más y profesó su profundo amor por la joven.

Su majestad no sabía que pensar, pero al ver el amor sincero en los ojos miel de su amigo, decidió darle una oportunidad a lo que luego sería llamado por todos como "el espejismo de un amor".

Al principio, todo era bello y perfecto. La chica de cabello plateado se sentía verdaderamente amada y pronto se convenció a sí misma de estar enamorada de su amigo. Sin embargo, esto no duró mucho. Sin previo aviso, el sirviente comenzó a perder interés en ella, ya no la mimaba, ni le decía que la amaba; todo se quedaba en palabras e incluso solía irrespetarla manoseando su cuerpo sin que ella lo consintiera. De esta forma pasó un largo año en el que la reina lloraba por las noches y, engañandose a sí misma de que pronto iban a cambiar las cosas, perdonaba al sirviente en repetidas ocasiones.

La hermosa dama gobernante de todo un reino no sabía que hacer para mejorar la relación con su amante. De repente, después de mucho tiempo el hombre que en ese momento era el rey y su futuro esposo, comenzó a cortejarla. Realmente no era la gran cosa, él trataba de enamorarla de una forma sencilla y mostrándose como verdaderamente era. Eso la cautivó y conmovió; él le enseñó muchas cosas, le mostró el mundo de otra manera y logró calentar su corazón cuando alguien mas lo había enfriado. Su relación germinó de manera natural y sin prisa.

Cuando la chica quiso darse cuenta, ya había tomado una decisión. Prontamente dejó al sirviente, quien cayó finalmente en cuenta de todo los errores que había cometido y se alejó de ella lo más que pudo para que fuese feliz.

Un año después, los ojos color miel observaban con anhelo y melancolía a la reina, con su largo cabello plateado trenzado elegantemente, besando a su ahora esposo. La sonrisa de la mujer era radiante y contagió al sirviente. Se alegraba de que fuese feliz. Sin embargo, aún no paraba de repetirse que si la hubiera apreciado como lo hizo cuando no la tenía, el hombre junto a ella en el altar sería él y no el rey.

Más vale un amor fluido que nace del fondo del corazón, que uno forzado que nace del autoengaño.

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