6. ➳ Melcocha pegajosa ♡
➳♡➳♡➳♡➳♡➳♡➳♡➳♡➳♡
Normativa de los Cupidos: «Los Cupidos no podrán tardar más del tiempo que su maestro designe con una misión. Los plazos varían entre ocho a veinte meses y no pueden negociarlos. Al cumplirse el tiempo estipulado, el humano debe haber recibido ya la flecha de amor verdadero (puede ser antes del plazo, pero no después), y en caso de no haberla usado, el Cupido será destituido y el castigo irá por cuenta de su Maestro».
➳♡➳♡➳♡➳♡➳♡➳♡➳♡➳♡
El domingo llegó y Samantha debía cumplir con su compromiso con Román de ir a su dichoso bazar de San Valentín. Ninguno en su casa pudo acompañarla. Su madre debía trabajar, su padre ni siquiera sacó nuevamente el tema y Sam no insistió, y su hermano ya tenía planes con unos amigos.
Habló de eso la noche anterior con Román por medio de chat y acordaron en ir juntos; después de todo vivían uno al lado del otro e iban al mismo sitio; era ilógico irse cada uno por separado.
El bazar daba inicio a las diez de la mañana, lo que significaba que la gente empezaría a concurrir antes del mediodía, así que a las once y veinte de la mañana Samantha se estaba alistando.
Jacobo había estado por su casa, sin prestarle demasiada atención a lo que hacía ya que no era muy importante.
Samantha salió de la ducha y fue a su habitación. Rebuscó en su armario y eligió un vestido azul que solo se había colocado una vez desde que su madre lo había comprado más de un año atrás; era precioso, de hombros caídos, con elástico en la cintura y una falda suave y amplia. Le sonrió a la prenda, como si fuera lo que más le gustaba usar; en su mente se hacía una bonita imagen de cómo se vería con él, así que con muchas expectativas, se lo puso.
Jacobo entró cuando estuvo vestida y al verla, sonrió sinceramente; para él, Sam era hermosa y ese azul le resaltaba el resto de colores de su cuerpo. Pensó que Román no podría disimular su flechazo por ella al verla con ese vestido, estaba divina y se dijo que si combinaba ese atuendo con su contagiosa sonrisa, no habría nadie que se resistiera a su encanto.
Sin embargo, la sonrisa del Cupido se esfumó cuando ella se ubicó frente a su espejo para admirarse de pies a cabeza y entonces su amor por la prenda se esfumó para ser reemplazada por sincera irritación. ¿Qué podía estar mal? Jacobo la veía perfecta; además afuera hacía un día precioso así que llevar vestido era ideal para el clima soleado. ¡Aggg! Realmente no la entendía.
A veces, a decir verdad ni siquiera ella se entendía a sí misma, así que de poder hablar con su Cupido, no lo culparía de todas maneras por frustrarse. Ella misma se sentía frustrada de no entenderse, de no saber qué hacer con esa voz de su cabeza que le insistía en que ese maldito vestido no le quedaba bien. Si Jacobo pudiera preguntarle —porque él suponía que esa era la solución: la comunicación—, Samantha se quedaría en blanco para dar una respuesta. ¿Cómo le explicaría que no puede amarse lo suficiente? ¿Que cada vez que se mira al espejo por más que quisiera sonreírse no puede porque el reflejo que recibe le fastidia?
Sam se repetía cada que podía que ella no era menos que nadie pero su mente le decía con la misma frecuencia, que siempre podía dar más, que no era suficiente "lucir bien", que siempre iba a haber una más bonita, una más alta, una mejor peinada, una más delgada y estilizada, una más, una más, y ella siempre, un poco menos.
Odiaba sentirse así pero odiaba más sentir que no podía hacer nada al respecto. Si intentaba cada día ayudar a los demás o hacerles al menos el día un poquito más feliz era porque con sí misma ya se había rendido en esa cuestión.
Jacobo, sin entender nada, fue expulsado de su habitación, lo que indicaba que Samantha iba a cambiarse de ropa. ¡¿Qué rayos tiene de malo ese vestido?! gritó para sí mismo.
Mientras Sam buscaba con esmero algo mejor para ponerse, un mensaje entró a su celular.
Negro: Ya estás lista? Veo tu ventana aún cerrada. Sí estás levantada al menos?
Sam: Eso no suena para nada raro ni acosador. Si me asomo te encontraré con unos binoculares como un viejo verde?
Negro: Prueba a ver
Samantha dejó por un momento su labor de buscar ropa y sacó la mitad del cuerpo por la ventana; lo suficiente para dejarle ver su cara a Román; al menos un poco. Las escaleras les tapaban a ambos mucho del otro. Este esbozó una sonrisa a la vez que tecleaba nuevamente
Negro: No negaré que me alivia saber que no lo olvidaste
Sam: No tengo ochenta, no se me olvidan las cosas
Negro: No aparentas ochenta, te faltan un par de arrugas, pero uno nunca sabe
Sam: O tengo las arrugas bien maquilladas
Negro: Vamos a decidir esto, en el bazar quieres comida chatarra o jugar bingo?
Sam: Ambos
Negro: Ya está entonces, era una adolescente con alma de ochentera.
Sam: Gracias
Se asomó a tiempo para verlo soltar una carcajada.
Negro: Ya te veo lista, vamos?
Sam: Tengo que cambiarme, pero en diez minutos estoy saliendo. No tardo.
Negro: De acuerdo. Me avisas para bajar al tiempo. Y no es que sea de mi incumbencia, pero ese azul se te ve lindo.
Sam tuvo que meter su cabeza para que Román no viera su sonrisa al comentario. Negó con la cabeza mientras miraba el pliegue suelto de la falda. No, luzco terrible.
Sam: Es que este vestido está arrugado. Acabo de notarlo y no quiero ponerme a planchar ahora.
Así se zanjó momentáneamente la conversación y Sam se apresuró en buscar un jean y una blusa más sencillos, algo que llamara menos la atención que su vestido azul favorito que lucía terrible en ella. ¿En qué pensaba al elegirlo de la tienda?
Sam le avisó a Román que ya estaba lista y apenas ella salió al portal, Román ya la esperaba. Jacobo iba un poco enfurruñado a su lado, comparando inevitablemente la otra ropa con la que ahora llevaba y desaprobando el cambio.
Román por su lado iba bien vestido, un jean oscuro y una camiseta roja sencilla, nada complicado pero tampoco lucía como si no le importase su apariencia. A Jacobo le pareció curioso ver un pequeño punto dorado en el lóbulo de su oreja, no lucía mal, el arete era un buen detalle a su parecer aunque lo curioso era que solo llevaba el del lado derecho. Para gustos, colores, pensó.
Román dio un fugaz y para nada personal abrazo a Sam a modo de saludo. Sin detener sus pasos para irse, ella lo correspondió.
—¿Tu padre sabe que vas a ir al bazar con el flacucho? —Román, con tu tono bromista, hizo que Sam olvidara el tema del vestido.
—Mi padre apenas y se preocupa por lo que yo haga —admitió—. Con tal de que cuando él llegue yo esté y que tenga buenas notas, no se fija en nada más.
—Así es mi padre también. Aunque sí me pregunta de vez en cuándo cómo van las cosas en el estudio y todo eso.
—Intenté convencer a mi mamá de venir —contó Sam—. Pero debía trabajar. Y Elliot también tenía planes.
—Tú sí viniste y con eso me basta.
Jacobo midió la reacción de Sam. Y no, nada de gusto alguno. Ni siquiera una miradita, ¡vamos, Sam!
—¿Tú no deberías estar ya en el bazar? Digo, como es tu colegio imaginé que debías colaborar con la organización...
—Ya ayudé. Me ofrecí a hacer letreros, carteleras, invitaciones para las familias, proponer actividades y ayudar a organizarlas... he hecho mucho por ese bazar. —Se rió—. Pero hice todo eso antes para poder de hecho gozarlo hoy y no tener que estar trabajando.
—Como yo con el baile de San Valentín.
—¿Cómo les fue con eso?
—Meh, estuvo bien. —Samantha se quitó la bufanda que se había colocado; el sol hizo que se hiciera insoportable tenerla puesta—. Lo de siempre, escenas románticas de algunos chicos, música barata y mucho desorden que limpiar al final.
—¿Bailaste mucho?
—Si ir de allá para acá asegurándome de que hubiera ponche y que nada se saliera de lo planeado lo consideras bailar, entonces sí.
—No, no cuenta. Suena terrible.
—A mí me da igual. No suelo bailar de todas maneras.
—¿No sabes bailar?
—No lo sé —meditó Sam—. Nunca lo he hecho realmente así que no puedo saber si sé o no hacerlo.
—¿Jamás has bailado? —inquirió con sorpresa—. ¿Es en serio? ¿ni en una fiesta familiar? ¿o en algún otro baile en el colegio? ¿en navidad o año nuevo?
Sam rió de escuchar su tono, era como si le estuviera diciendo que ella era una mujer lobo, como si fuera lo más increíble que hubiera escuchado nunca.
—Creo que no... en las fiestas familiares suelo ayudar a mi mamá con la cena y luego con la organización del desorden en la cocina. A los bailes a los que ido del colegio siempre han sido como colaboradora o como organizadora. Y en navidad y año nuevo siempre estamos en casa solo nosotros así que no es gran cosa.
—¿No bailas sola en tu habitación?
—Todos bailan en su habitación cuando están solos.
—O sea que sí sabes bailar.
—Todos lo hacen pero no todos lo hacen bien —corrigió—. Supongo que nunca me he puesto a pensar al respecto, ¿sabes? No le he dado importancia. ¿Tú sí eres buen bailarín?
A Samantha no le gustaba mucho ser el centro de la conversación si hablaban de ella (no le molestaba hablar de cualquier otra cosa), así que la mejor opción era cambiar el foco de su charla. Y parece que con ese dio en el blanco porque a Román se le dibujó una sonrisa amplia:
—No encontrarás un mejor bailarín que yo en los alrededores. Mi mamá me paga clases de baile en el centro comunitario. Son todos los sábados y uno o dos días entre semana, depende el horario del profesor.
—¿Y tu papá no dice nada de que estés en clases de baile?
—Pues sí me ha dicho que si llego a descuidar mis notas por culpa del baile me molerá a palos —confesó en medio de una risa—. Aparte de eso, le alegra que tenga mi hobbie y que sea bueno en eso. Solo ha ido una vez a la clase a verme, pero dijo que al menos no se estaba desperdiciando su dinero... o el de mi mamá.
Sam no esperaba una respuesta como esa. Pensó en su padre y estuvo más que segura de que mencionarle que, por ejemplo, Elliot iba a ir a clases de baile desencadenaría un gran debate en el que la única opinión válida la tendría él y la usaría con palabras como eso es para maricones, o, esos hombres de hoy en día ya no pueden ser llamados hombres.
—A mi papá le daría un infarto si mi hermano le dice que está en clases de baile —murmuró Sam, como si conversara con sus propios pensamientos.
—¿Por qué?
—Diría que eso no es para hombres.
—Puede que sí tengas ochenta años entonces —respondió—, porque tu padre es del siglo pasado.
—Lo dice el que considera que cremita y galletita son apodos gais —se burló—. Pero tienes razón al menos. Papá es complicado.
—Todos los padres son complicados. O quizás somos nosotros los hijos los complicados.
—Puede ser —concedió—. En fin, que nunca se te salga el tema del baile si mi padre anda por ahí. A veces puede ser muy atravesado con sus opiniones; es mejor ignorarlo.
—Supongo entonces que tu padre ha visto durante toda su vida que solo las mujeres bailan.
—No. —Sam rió—. Él mismo sabe bailar, creo que lo que considera extraño es que un hombre tome clases o se dedique al baile.
—También cazo mamuts los fines de semana, eso podría agradarle.
—Eso sí puedes mencionarlo. Puedes ganártelo.
—Pero soy muy sincero, se me terminará saliendo lo del baile.
—Tendrás que aguantarte su discurso sobre hombría.
Román suspiró, falsamente dolido.
—Ahora no solo me verá como el flacucho, sino como el flacucho afeminado —dijo solemne—. Hay que admitir que sé cómo ganarme a los adultos.
El olor de la grasa, lo salado y lo dulce se mezclaban, creando, sorprendentemente, un aroma exquisito. La gente sonreía, todos lo hacían, como si solamente el estar allí, compartiendo, los alegrara. Los bazares eran felices; era un día en que la famillia se tomaba un par de horas para compartir; para algunas compartir era cosa de cada semana, pero para otras, solo se podía por medio de eventos especiales como este.
—¿No se supone que es un bazar de San Valentín? —inquirió Sam un rato después de llegar. Estaba comiendo un algodón de azúcar del mismo azul que el vestido que se había quedado en casa. El de Román era rosado y también iba por la mitad, aún comiendo, asintió a su pregunta—. ¿Dónde están los corazoncitos y los cupidos entonces? Me siento estafada.
—Supongo que se apegaron a lo literal de que la celebración es por el sacerdote Valentín que casaba personas en secreto y luego fue brutalmente asesinado por su atrevimiento, así que no era necesario ponernos tan festivos.
—¿En serio?
La seriedad de Román para dar su explicación fue rota estrepitosamente con una carcajada.
—Claro que no. No hay corazones porque San Valentín fue solo una excusa para hacer un bazar. El colegio necesita fondos, ¿ y qué mejor que vendiendo productos dados por nosotros mismos a nosotros mismos? Es un excelente negocio.
Jacobo, a su lado, reía de escuchar su palabrería, tenía que admitir que era simpático y carismático. Justo el tipo de chico que encajaba con Sam, supuso. No podía esperar los días que faltaban para que su semana de prueba se cumpliera y fuera legal usar sus benditas flechas.
—¿Tu familia no viene?
—Sí, vendrán —contestó Román—. Pero más tarde.
Siguieron caminando, pasando en frente de varios puestos de comida y de juegos. Román saludaba con la cabeza a algunos de los que por allí pasaban o atendían los puestos, seguramente sus compañeros de clases. Al pasar frente a una pequeña carpa que ofrecía dulces, Samantha olió algo que la hizo arrugar la frente porque era un aroma completamente nuevo para ella, una mezcla de miel con alguna otra cosa.
—¿Qué venden ahí?
—Dulces y caramelos —dijo Román distraídamente.
—¿A qué huele?
Román miró por delante de Sam al puesto y se encogió de hombros como si no fuera gran cosa.
—Es melcocha.
—¿Melcocha? ¿qué es eso?
Román la adelantó y le detuvo el paso. Su gesto de exagerada sorpresa e indignación hizo sonrojar a Sam.
—¿Jamás has comido melcocha?
—No, ¿qué es?
Y Román la tomó de la mano, atrayéndola velozmente al puesto de dulces. Sam se incomodó un momento por el gesto, pero no porque fuera inapropiado sino porque nunca nadie había tomado confianza con ella tan rápido. Usualmente era ella la que llegaba incluso a atosigar a las personas y lo sabía y le molestaba ese defecto suyo, pero no lo podía controlar.
Su compañero pidió al chico encargado uno de esos caramelos y se lo tendió a Sam.
La chica miró el dulce con algo de desconfianza. Era una barrita larga y retorcida de color café claro aunque tenía pequeñas rayas de café oscuro; lucía duro, no cremoso y venía sostenido por un palito delgado.
—Este es el momento en que lo pruebas —apremió Román, al ver que ella solo lo detallaba con la mirada.
—De acuerdo.
Sam le pasó la lengua y encontró un sabor demasiado empalagoso pero nada desagradable, era como lamer un helado de miel pero tibio y más estable.
—Dale una mordida.
Sam, con un poco más de confianza, arrancó un pedazo con la intención de masticarlo; luego del primer lametón supuso que sería como morder una cucharada de mantequilla de maní y masmelo, mas la melcocha empezó (si era posible) a extenderse en su paladar. Arrugó la frente al intentar ponerla en un lado de su boca pero fallando; el dulce era pegajoso, demasiado pegajoso y parecía un chicle pero menos elástico y muy espeso.
—¡Dios! —logró articular, casi ahogada. La melcocha le rodeaba los dientes y parecía no deshacerse por más que ella lo mordiera—. ¿Qué.... rayos...? Lo tengo en todos los dientes...
Jacobo se permitió reír de ver a Samantha haciendo gestos graciosos al lenguetear el dulce para quitarlo de su boca. Parecía que ni siquiera podría escupirlo de querer hacerlo. Casi sin poder hablar, le tendió a Román el resto de la dichosa melcocha y este la recibió aplanando los labios para no reír. El chico del puesto de dulces también escondió una sonrisa pero ayudó, tendiéndole a Sam un vaso con agua para facilitar su desahogo.
—¿Todo bien? —preguntó Román.
Sam seguía pasando su lengua por su puente superior de los dientes, aún con una evidente incomodidad. Negó con la cabeza con gesto serio y sin dejar de hacer la limpieza —con los labios cerrados—, habló:
—No es bueno comer eso si tienes brackets —afirmó y luego resopló—. ¿Cómo te puede gustar esa cosa?
—No me gusta —admitió. Sam dejó lo que hacía para mirarlo fijamente—. Es demasiado pegajoso.
—¿Por qué me lo diste?
—Debías saberlo por ti misma —concluyó—. ¿Quién soy yo para suponer tus gustos?
—No, eso no se hace —insistió—. Pude morir.
—¿Morir, Sam? ¿por una melcocha? ¿en un bazar de colegio?
—Ningún lugar es malo para morir.
—Suena a encabezado de tumblr suicida.
—¿Visitas mucho las cuentas suicidas de tumblr?
—De vez en cuando, solo para ver si las cosas han cambiado.
—¿Y han cambiado?
—No, siguen queriendo morir.
Samantha rodó los ojos, en un limbo entre la impaciencia y la diversión.
—Eres increíble —resopló.
—Eso solo significa que se necesita fe para creer en mí.
—Fe o estar loco.
—Fe, demencia, ¿cual es la diferencia?
—Si le pones ritmo a eso, tenemos un rap.
—¿Es porque soy negro?
—Es porque eres raro.
—Primero racista y ahora rarista.
—¿Sí escuchas en tu mente las cosas antes de decirlas? —bromeó Sam, riendo tanto y tan seguido como rara vez hacía.
—Nadie me dijo que ese era un paso a seguir antes de hablar.
Siguieron caminando entre risas. Sam aún sentía un poco de incomodidad del dulce en su ortodoncia, aunque intentó retirar lo que pudo al menos de sus dientes frontales. Pero a decir verdad, no le importaba mucho y se sorprendió al hallarse a sí misma tranquila y riendo con el corazón.
—¡Samantha, el pobre chico está flechadísimo por ti! —gritó Jacobo aunque solo lograron oírlo algunos cupidos cerca; algunos sonrieron, otros se fastidiaron por el grito y una, solo una, estaba molesta. Era la Cupido de Román que si bien los había acompañado desde que llegaron al bazar, mantenía una distancia suficiente a propósito para no tener que socializar con Jacobo.
En ese punto, Jacobo se dijo que esa Cupido no podía ignorarlo por siempre y se decidió a acercarse, al menos para presentarse y que ella le dijera un poco más de Román. Iba a ello cuando vio en Sam un cambio de sonrisa, un cambio para bien. Su sonrisa ya de por sí amplia, destelló un nuevo brillo y no porque el sol le diera al metal de su boca. Jacobo tuvo una pisquita de esperanza de que a Sam le hubiera hecho efecto Román al menos para esa sonrisa; pero su esperanza y suposición se fueron al caño cuando vio detrás de él que el nuevo gesto se debía no a Román sino a Mario que se acercaba a ellos con su andar despreocupado que tanto encantaba a su encargada.
Maldición.
➳♡➳♡➳♡➳♡➳♡➳♡➳♡➳♡
Prohibiciones de los Cupido: «Las flechas ilimitadas y fugaces, están conectadas al corazón del encargado, estas mismas les avisan cuando deben ser lanzadas. Los Cupidos pueden omitir obedecerles alguna vez pero a la larga, deberán ceder o de lo contrario, estarían negando el amor a su humano y eso es lo opuesto a lo que deben hacer».
➳♡➳♡➳♡➳♡➳♡➳♡➳♡➳♡
Yo no sé si la melcocha sea algo que se come en otros países, jaja, pero es realmente pegajosa. ¿La han comido? xD
Quiero tener elenco de estos dos personajes pero NO SE ME OCURRE NADIE ahhhh. Si ustedes tienen a alguien en mente que se adapte a sus características, cuéntenme 7u7
Muchas gracias por las 3,000 lecturas y los 1,000 votos *O* los amo ♥
Nos leemos, bbs ☺
➳♡
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro