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57. ➳ Beso de cumpleaños ♡

"La felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días".
-Benjamín Franklin.

***

Alice miraba de reojo a Sam e intentaba no sonreír, pero no lo conseguía; de hecho, sonreía tanto que hizo sentir incómoda a Samantha.

—Deja de mirarme así —pidió, aunque también sonreía a medias—. No es para tanto.

Sin dejar de caminar, Alice le pasó el brazo a Sam por el hombro y la atrajo a ella para apretujarla hasta que la hizo reír.

—Solo me alegra que vayas conmigo.

—Hubiera sido de lo más grosero no ir, Román me invitó.

Alice se mordió la lengua para no hacerla sentir incómoda; lo que en realidad quería decirle era "me alegra mucho que hayas salido de casa, hace días no nos vemos y estabas terrible, el que estés acá solo caminando conmigo ya es un triunfo feliz", pero conociendo a Sam, cuanto más evitaran hablar de ella y sus problemas, mejor.

—Román echaría a todos los invitados de su casa solo por quedarse contigo un rato.

Samantha sonrió y tomó con posesión su bolso, donde guardaba el pez globo con extremo cuidado para que no se dañara en el camino.

—No será necesario —soltó Sam, risueña—. Además, solo me quedaré un rato.

—¿Y cómo están con Román? Es decir, ¿cómo están?

—Somos amigos. —Alice, sin soltarla, la observó con los ojos entrecerrados e incrédulos—. ¿Qué? ¡Es cierto! Somos amigos y... y ya.

—Pero si se ven enamoraditos todo el tiempo —objetó.

Sam no se tomó la molestia de negarlo, aunque un rubor acudió a sus mejillas.

—No estoy bien —dijo Sam, sintiendo cómo las palabras raspaban su garganta—. No lo suficientemente bien como para pensar en un novio, Alice. Él sabe que me gusta, que lo quiero y yo pues... espero que entienda lo que me pasa. No digo que no me gustaría en algún futuro intentarlo, pero ahora no y comprenderé si Román se cansa de esperar con el tiempo. Igual por hoy solo es su cumpleaños y quiero acompañarlo un rato.

Alice sonrió con los labios apretados, orgullosa y triste al mismo tiempo. Menos de un mes había pasado desde su crisis pero ella ya notaba cambios en Sam; algunos buenos, como que decía sin tanto pudor que se sentía mal y quería hacer algo al respecto, y algunos malos, como el bajonazo general de su humor. Ahora Alice sabía que su alegría diaria era muchas veces fingida pero una cosa era saberlo y otra distinta ver el enorme contraste externo y aceptar que su amiga sufría.

—Él estará ahí —afirmó Alice—, sin importar el tiempo.

—Veremos que pasa.

Llegaron al edificio de Román; venían de una tienda en la que Alice buscó algo para regalarle, así que llevaban buen rato caminando. El corazón de Sam empezó a rebelarse a medida que subían las escaleras; si bien su amistad con Román había regresado a la amabilidad virtual de siempre, era la primera vez que iba a verlo en persona desde aquella tarde en casa de Alice. Estaba nerviosa porque aunque certeza de que tener a Román solo de amigo era una que sacaba de la lógica y coherencia, no sabía qué pensaría al tenerlo en frente.

Cuando estuvieron en la puerta Alice se dispuso a tocar pero Sam le agarró la mano, impidiéndolo.

—¿Qué pasa?

—No sé —admitió Sam—. Estoy nerviosa.

—¿De qué? —Alice sonrió, burlona.

Samantha llevó sus manos a su cabello, luego a su blusa, de repente sintiendo que todo estaba mal puesto.

—¿Estoy bien?

—Bien bonita. No te preocupes, podrías llegar en pijama y Román te abrazaría igual.

—Vale, toca la puerta antes de que me arrepienta y salga corriendo escaleras abajo.

Luego de dos golpesitos, la madre de Román abrió, sonriente y festiva.

—Samantha, qué bueno verte. —La mujer se acercó y le dio un abrazo rápido que tomó a Sam por sorpresa, luego saludó a Alice—. Hola, Alice. Sigan, por favor.

—Gracias —respondieron al tiempo.

Sam se sorprendió de la cantidad de gente que había. El apartamento era pequeño así que quizás la impresión de multitud era solo eso: la impresión, pero parecía que no había lugar para uno más. Los muebles estaban llenos de chicos de las clases de baile de Román, se apiñaban como podían para caber cinco en un sillón de dos o tres personas. Junto a la ventana había dos chicas hablando, cerca de la cocina estaba Drew con otro chico y en el suelo entre los muebles había dos personas más. En la cocina estaba la hermana de Román y otro chico y otra chica.

Y saliendo del pasillo de su habitación, Román apareció. Tardó unos segundos en ver a las recién llegadas pero su sonrisa se expandió con solo una de ellas.

Samantha lo observó también y perdió el control de sus latidos, de su sonrojo y de su habilidad de hablar. Lo vio acercarse y no pudo evitar sonreír pero sentía como si estuviera visitando a un amor olvidado años atrás; tenía el pecho tenso y las piernas débiles, una curiosa combinación.

Alice tuvo una sensación de intrusión al verlos cerca, así que aclaró la garganta para llamar la atención de ambos. Román la notó y le sonrió.

—Gracias por venir.

—Pues te traje un detallito —dijo Alice, sacando una bolsa plástica de su bolso—. No está envuelto porque... bueno, lo acabé de comprar. Pero es con cariño.

Román recibió la taza llena de dulces y colorido papel.

—Gracias, Alice, no era necesario.

—Y también te traje a Sam pero ella no se dejó envolver.

Samantha le dio un manotazo, sintiendo la cara arder. Román se rió.

—Feliz cumpleaños, Román —murmuró Sam, hallando su voz.

—Bueno, voy por ahí a saludar —informó Alice antes de alejarse hacia el centro de la reunión.

El gesto de Román daba la impresión de que quería sonreír de oreja a oreja pero se contenía para no incomodar a Samantha. Se balanceó en su lugar una vez, mordió su labio con un nerviosismo que ella compartía y finalmente decidió dar un paso hacia ella.

—Hay gelatina —dijo Román—, y natilla.

—¿Natilla? Es navideña.

—Y de cumpleaños. ¿Qué quieres?

—Gelatina está bien.

—De acuerdo, ven.

Román le tomó la mano y la haló con suavidad hacia la cocina. Solo eran unos cuantos pasos y Sam deseó que fuera más lejos para poder seguir sintiendo la mano de Román en la suya. Cuando llegaron, Amy y su madre se miraron entre ellas para luego decidir salir de la cocina —junto con los dos que las acompañaban— y dejarles un momento de relativa privacidad.

—¿Qué tal va tu cumpleaños? —preguntó Sam, recostando un poco su cuerpo contra el mesón mientras Román rebuscaba en la nevera por la gelatina—. ¿Muchos regalos?

—Nada mal. Mi madre me renovó el celular, ahora tengo uno mejor y me quitó el otro. —Román rió un poco—. Amy me regaló dos camisetas y papá me llevará a comer mañana porque tuvo que trabajar hoy. Alice me dio los dulces, Drew me dio un CD, y los de las clases de baile se juntaron y me regalaron un reloj bonito que solo usaré en ocasiones especiales. Y tú me trajiste tu compañía. Es un buen cumpleaños.

Román se irguió y le tendió a Sam una pequeña copa de plástico con gelatina verde y tomó otra para él. Se ubicó en el mismo mesón, tan cerca de Sam que sus brazos rozaban.

—Pues yo te traje algo —comentó—, pero es una bobadita... al menos a comparación de los regalos de los demás.

—Yo te di en el tuyo una cajita feliz, nada puede superar eso en "bobaditas".

—Apuéstame, yo lo supero con mi regalo.

—Apuesta tú, yo diré que sí a lo que pidas —murmuró.

Sam se deleitó y a la vez se abochornó de estar de nuevo en presencia de su coquetería natural y casual. Las conversaciones con Román tenían siempre intenciones revueltas y Sam se preguntaba si todos con quienes hablaba tenían esa impresión o si con ella era particularmente encantador.

—Mejor no, las apuestas nunca están de mi lado. Sosténme esto, por fa —pidió, tendiéndole la copita y llevando sus manos a su bolso—. Ahora, sé que la época de dar regalos hechos a mano pasa como a eso de los diez años cuando le damos a mamá una tarjeta hecha de macarrones crudos y brillantina, pero los considero más personales... y económicos. No es que yo sea una tacaña pero en especial en momentos así me sirven los regalos hechos a mano porque darle regalos a un hombre es difícil; si no son dulces, es una billetera o unas medias o cuando son mayores una corbata, pero dar eso también es complejo porque uno piensa "¿y si los demás le dan lo mismo?". Una vez a un tío de Mario le dieron tres billeteras en un cumpleaños, ¡tres billeteras! ¿Entiendes lo que digo? Siempre es lo mismo para los hombres y yo creo que muchos tienen colección de billeteras, medias y corbatas. No te iba a traer una corbata, mucho menos unas medias y no sé tu gusto en billeteras; quedaba raro que te trajera flores y Alice quería darte dulces así que eso estaba descartado y... —Sam buscó los ojos de Román y lo vio sonriendo en una mezcla de burla y ternura; se mordió la lengua—. Divago de nuevo. Lo siento. Como sea, te traje esto.

Sam finalmente sacó el pez globo hecho de papel maché y pintado con esmero. Lo tomó con delicadeza temiendo que se hubiera partido en el viaje, pero lucía completo. Román dejó las dos copitas de gelatina sobre el mesón para poder recibirlo y luego de eso, no miraba nada más que al pez. Sam aguardó con timidez unos segundos de silencio total hasta que se sintió avergonzada y abrió la boca de nuevo:

—Sé que es simple, pero me dijiste hace unas semanas que ibas a poner decoración masculina de mar en tus paredes y empecé a trabajar en él. Es azul oscuro... para que combine con la pintura masculina. Tiene agujero para que le pongas cuerda por si lo quieres colgar o también la base plana por si lo dejarás solo en una mesa... o en el fondo del clóset... donde quieras está bien, no es obligatorio que lo uses para decorar... —Cada palabra que Sam decía sonaba más tonta en su propia mente. Carraspeó, incómoda—. Emmm... ¿te gusta?

Román finalmente levantó la mirada y asintió una sola vez, fue tan fugaz que Sam creyó haberlo imaginado.

—¿Puedo abrazarte? —preguntó Román.
Sam asintió con un gesto de que la pregunta le parecía innecesaria y Román extinguió la distancia para abrazarla. Samantha enredó sus brazos en la cintura de Román, juntando sus manos en su espalda baja. Inspiró hondo y amó el aroma de tranquilidad que salía de la camiseta de Román. No se soltaron como era normal, no se movieron ni tuvieron intención de hacerlo; tampoco era raro ni incómodo ni inapropiado. Era todo lo que estaba bien.

—Gracias por venir, Sam —susurró Román casi en su oído—. Me has hecho mucha falta estas semanas. Gracias por el pez, está precioso.

Dado que Román no la estaba mirando a causa del abrazo, Samantha se armó de valor para poder responder:

—Sé que es complicado... que soy complicada, y te debo mucho por querer seguir siendo mi... mi...

—¿Amigo? —completó Román.

A Sam le sabía a limón la palabra pero era lo más acertado.

—Sí. Significa mucho luego de todo lo que ha pasado.

La mano de Román viajó a su cabello y se enredó entre sus mechones rojos; Sam suspiró.

—Estoy aquí para apoyarte, Sam, para que estés conmigo y si me quieres como amigo está bien, pero sabes que mis intenciones y mis sentimientos por ti no han cambiado.

Samantha, con su rostro apoyado en la camiseta de Román, sonrió por un par de segundos antes de que su ánimo se cayera al pensar en la situación.

—Lo sé y eso es triste. Soy demasiado egoísta para dejarte ir pero no tan buena como para tenerte conmigo. Lo siento.

—No lo sientas. —Román se separó lo justo para poder hablar y mirar sus ojos marrones. Sam le sonrió y él se encogió de hombros—. El corazón quiere lo que quiere y te quiero a ti ahora, de la forma en que sea. Podemos tomar eso y dejar así mientras dure, mientras nada cambie. Te quiero a mi lado sin ponerte condiciones.

—Visto desde afuera es muy injusto para ti.

—No me interesa cómo se vea desde afuera, yo sé lo que siento, sé lo que sientes y entiendo el por qué no quieres una relación ahora. Por ahora a esta distancia estamos bien.

No había distancia, era otra de sus frases coquetas; no habían soltado el abrazo y sus narices casi chocaban, Román inclinaba apenas un poco la cabeza hacia abajo para llegar a los ojos de Sam y ella, quizás sin darse cuenta, se inclinaba más de lo necesario hacia arriba. Quería besarlo así fuera por un segundo, así fuera solo porque era su cumpleaños y no contaba como día normal... pero no era tan sencillo ni aunque así sonara.

—Esta distancia no es tan prudente —murmuró Sam, moviendo su mirada entre cada uno de los ojos oscuros de Román. Él se mordió el labio, coqueto.

—¿Por qué no?

—Olvido cosas si estás tan cerquita.

—Dices frases más cortas, eso te lo admito. Si te hace sentir mejor, yo también olvido cosas si te tengo acá, a esta distancia.

—¿Y qué olvidas tú?

—Los coherentes y muy lógicos motivos para no besarte.

Sam cerró los ojos, trayendo a su mente uno de los recuerdos más bonitos y últimamente recurrentes que tenía:

—Aquí me besaste la primera vez —dijo, siguiendo el hilo de sus pensamientos—. Y luego hablé tonterías de osos polares.

Román sonrió, recordando, no lo de los osos polares, sino la dicha de haber compartido su primer beso en ese mismo lugar.

—Eres demasiado especial. —Sam abrió los ojos de nuevo y Román vio cómo la sonrisa le llegaba a las pupilas otra vez; no la había visto en tantos días que ese detalle de su mirada le pareció nuevo y cautivador—. Dime si soy muy atrevido si te pido un beso de cumpleaños. Si la respuesta es sí, discúlpame y no me odies; si la respuesta es no, bésame ahora.

Sam no escuchó dos opciones, sino solo una y entonces lo besó.

Se aferró más a su cintura, quizás intentando no soltarlo nunca porque sabía que al hacerlo se regañaría a sí misma por la debilidad de su corazón. Pero de momento no había regaño, solo dicha y el sabor dulzón de la gelatina. Fue un beso temeroso y anhelante, una mezcla de un primer beso y un último. Ambos en su mente tanteaban el terreno en labios del otro, Román intentando saber si Sam no se arrepentiría después y Sam preguntándose si era realmente malo el quererlo tanto.

No podía ser tan malo si le llenaba el pecho de alegría, ¿no? Sam sabía que era temporal y tan fugaz como ese beso pero ¿realmente estaba mal aferrarse aunque fuera por unos segundos a esa sensación? Su mente le decía que sí estaba mal, pero su corazón difería.

El beso terminó demasiado pronto, mucho más de lo que cualquiera de los dos en uso de sus cinco sentidos hubiera considerado suficiente; se separaron simplemente porque cada uno tenía su juicio de lo correcto y lo incorrecto y aunque lo disfrutaban, sentían que estaba mal en algún nivel que sus corazones enamorados no entendían.

Se salvaron de un silencio incómodo porque Alice entró como vendaval solo unos segundos después. Los vio juntos y abrazados pero no hizo comentario al respecto; Román y Sam se soltaron pero no con apuro como si estuvieran cometiendo un crimen y hubieran sido atrapados sino con nostalgia, porque el momento de paraíso había terminado.

—Dice tu mamá que es hora del pastel —informó Alice—. Debes pedir tu deseo.

Alice salió de la cocina y Román le dio de nuevo su copita a Sam, luego tomó el pez globo con sumo cuidado.

—Lo dejaré en mi habitación. No tardo.

Román salió de la cocina y Sam tardó unos segundos en salir también. Afuera estaban todos aún apiñados pero un poco más ordenados alrededor del comedor donde un gran pastel lleno de crema esperaba a que sus velas fueran encendidas.

Román regresó y fue recibido por voces alegres que le cantaron el feliz cumpleaños, Sam se refundió entre ellos, quedándose en una esquina al otro lado del comedor y cantando también en voz baja. Cuando la canción acabó y todos aplaudieron, Román buscó a Sam con la mirada y cuando la halló, se la quedó mirando mientras apagaba sus velitas y pedía un deseo que obviamente la incluía.

Amor eterno a Román y a Sam <3

¡Muchas gracias por leer!

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