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5. ➳ Cajita feliz y guantes de cactus ♡

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Normativa de los Cupidos: «Al bajar para ayudar con un primer amor, los Cupidos deberán llevar varias flechas. Una, que es la más importante y única, es la del amor verdadero y solo podrá ser lanzada cuando consideren que su misión está completa. Las otras son ilimitadas y son para "flechazos", son para que ese primer gusto ocurra, o para que una acción determinada de otra persona, haga cosquillas en el estómago del encargado, son para ir "sumando puntos" en el enamoramiento, antes de tener que usar la flecha definitiva».
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Jacobo tuvo que quedarse afuera mientras Sam se colocaba su pijama. Cuando el humano a cargo necesitaba privacidad, los Cupidos eran automáticamente alejados de ellos y cuando ya podían volver, solo lo sabían. Era como un mecanismo interno de cada uno.

Al saber que podía regresar a su habitación, Jacobo entró. La encontró mirando con detenimiento la tarjeta del bono de regalo que Mario le había dado. La tarjeta no tenía mil palabras, Jacobo no comprendía qué tanto le miraba y con tanto detenimiento. Finalmente Sam soltó un pequeño resoplido de fastidio y desvió la mirada, para observar el techo. Jacobo amaría poder saber qué pensaba; le frustraba verla contrariada, ensimismada en lo que sea que tuviera en su mente y no saber el motivo de nada; de suposiciones no lograba sacar mucho.

Debo preguntarle a Ambrosio si hay manera alguna de ayudarme con eso o de leer su mente.

Sam ya se había metido dentro de sus cobijas aunque no tenía mucho cansancio mental; no quería dormir aún. Eran poco menos de las diez y ella ya estaba acostumbrada a conciliar sueño más cerca de medianoche.

Según Jacobo recordaba, solía matar el tiempo leyendo —lo que él pensaba que eran romances pero resultó que no— o mirando su teléfono, resolviendo sopas de letras o haciendo manualidades con engrudo y papel periódico. Tenía una pequeña colección de sus figuritas manuales decorando partes de sus repisas, algunas se las daba a sus hermanos o a su madre, una que otra había ido para Mario pero la mayoría terminaban en la basura.

Pero no esa noche; esa noche no le apetecía hacer absolutamente nada y Jacobo seguía sin entender el motivo. ¡ODIABA NO ENTENDER! ¿Sería porque era su cumpleaños? ¿por su padre? ¿por Mario? ¿por haber fallado uno de los goles hacía una hora?

Un ruido del teléfono de Sam distrajo a Jacobo. No era otra melodía rockera —gracias al cielo—, era un simple tono de dos pitidos. Sam, sin hacer el esfuerzo por sentarse o cambiar de posición en su cama, tomó el aparato. Jacobo tuvo que sentarse en el suelo para poder espiar:

Negro: COMO ES POSIBLE QUE NO ME HUBIERAS DICHO ESTA MAÑANA QUE ES TU CUMPLEAÑOS.

Sam sonrió con burla, de imaginar a Román alterado.

Sam: No le vi importancia

Negro: ES UN AÑO MÁS DE VIDA, COMO NO VA A SER IMPORTANTE?????

Sam: Como lo supiste en todo caso?

Negro: Me encontré con tu hermano cuando llegó de estudiar. Esas son cosas que se dicen, sabes? algo como: buenos días, como estas? y HOY ES MI CUMPLEAÑOS.

Sam: Como debo sentirme al ser regañada por whatsapp?

Negro: Como si fuera solo un anticipo. Cuando te vea te regañaré en como se debe.

Sam: Jajajaja qué amable.

Negro: Asomate pues.

Sam, sin replicar ni emitir queja alguna, se levantó y se asomó a la ventana. La ventana de enfrente, pero un piso más abajo, era la de Román y de vez en cuando al charlar de cosas banales por chat, salían ambos por la ventana a la plataforma de la escalera de incendios y se sentaban allí para verse mientras se escribían. Era como un pequeño balcón para cada uno, pero más frío y más incómodo.

La pelirroja se asomó y al ver a Román no asomado, sino sentado en la superficie metálica de la plataforma, hizo lo mismo y salió. No le molestaba ir en su pijama, ya Román la había visto muchas veces así, además, su pijama era de todo menos destapada o reveladora.

Sam: Ya me estás viendo, el regaño pa cuando?

Negro: Quieres que grite el regaño de edificio a edificio?

Samantha se rió y despegó la vista del teléfono para sacarle la lengua. Román debía levantar la cabeza para mirarla, pero le devolvió el gesto; estaba oscuro y si podían verse, era gracias al poste de luz que había en la esquina. Jacobo estaba al lado de Sam, y notó que la cupido de Román estaba con él, pero dentro de la habitación y con gesto fastidiado. Se preguntó por un momento si ella veía a Sam como él veía a Mario.

Sam: Mejor me lo guardas para mañana.

Negro: Y tambien mi regalo?

Sam lo observó y él subió y bajo sus cejas sugestivamente, con picardía.

Sam: Que me vas a dar?

Negro: Un regalo

Sam: Qué específico, oye, gracias

Negro: Bueno, se supone que los regalos son sorpresas, y dudo que tus padres me reciban a esta hora.

Sam: Si, es poco probable. Pero vamos! dime qué es.

Negro: Si me hubieras contado que era tu cumpleaños, lo sabrías

Sam: O sea que no me vas a decir? No podré dormir

Sam estiró el cuello y lo observó encogiéndose de hombros. Mordió su labio. Odiaba su curiosidad y no se veía capaz de dormir tranquilamente sin saber qué era. Hubiera preferido que se mantuviera completamente en secreto... aunque de poder escoger, hubiera preferido que Elliot no le contara de su cumpleaños. Sam balanceó las posibilidades; miró hacia abajo a Román y luego al callejón que los dos edificios compartían, de no más de seis metros de ancho. Tecleó nuevamente:

Sam: Es completamente cierto que no te abrirían la puerta de mi casa a esta hora. Pero puedo abrirte mi ventana.

Negro: No es ilegal que entre a la casa de una menor de edad a las casi once de la noche?

Sam: Acaso tú eres mayor de edad?

Negro: Ya casi

Sam: Entonces es "casi" ilegal. Además, desde que no vengas a escondidas o con unos binoculares a espiar, no debe ser penado por la ley.

Negro: Y planeas que use mi red de telaraña para balancearme hasta tu ventana? Porque lamento decirte que ya me quité el traje y no puedo usar mis poderes sin eso. Pueden descubrirme.

Sam: Ya me lo has dicho, tu secreto está en peligro.

Negro: No serías capaz de delatarme

Sam: Lo seré si no vienes a darme mi regalo. Y sin telarañas. Tenemos escaleras de incendios, de hecho, estamos sentados prácticamente en ellas.

Negro: Es en serio?

Sam: Pues no es obligatorio.

Samantha, sentada en ese frío lugar, técnicamente en la calle, se sonrojó apenada. Jacobo observaba tras su hombro la conversación a la vez que los gestos de ambos. Era evidente que ella lo apreciaba como amigo, pero era más evidente que él la veía a ella como más que una amiga.

Negro: Bueno. Espera un momento.

Sam lo vio entrar por su ventana y luego su sombra moverse por el interior de la habitación. Ante la adrenalina de hacer algo a escondidas, se le aceleró el corazón y la sonrisa se le tatuó en los labios, dejando réplica en las mejillas. A los pocos minutos sin quitar la vista del edificio de enfrente, Román salió una vez más con una mochila a sus hombros, seguía usando una sudadera que Sam supuso que usaba para dormir.Tomó de nuevo su teléfono.

Negro: Bueno, toca que bajes y quites el seguro para deslizar la escalera y poder subir.

Sam dudó, pero ya Román iba bajando con sutileza sus escaleras, ya no podía decir que no. Román ya había guardado su teléfono por lo que no le dio lugar a réplica. Sam se caló sus gafas y empezó a bajar las metálicas y delgadas escaleras intentando no hacer ruido a su paso. Su ventana era la única del apartamento que daba al callejón, pero había vecinos en los demás pisos que de seguro hallarían extraño a la chica bajando en pijama por la escalera destinada a emergencias, aunque si tenía suerte, ya todos estarían dormidos.

Al llegar abajo, Román ya la esperaba; ella quitó el seguro y con lentitud deslizó la escalera metálica que llegaba casi al piso. Román empezó a subirla y aunque fuera involuntario, el ruido que producía su ascenso la inquietaba.

—Trata de no hacer ruido —pidió Sam.

Subió delante de él casi en puntas, Román la imitó. Solo eran tres pisos, pero la sensación de que podían descubrirla hizo que pareciera la escalada del Everest.

A Jacobo le pareció graciosa y tierna la situación, Román debía tener un flechazo muy grande por Sam para hacer eso, arriesgándose a que tal vez lo regañasen a él en su casa y a Sam en la suya. De algún modo, el Cupido esperaba que la Cupido de él viniera a acompañarlo, mas no lo hizo y cuando ambos entraron a la habitación y ella definitivamente no llegó, Jacobo se resignó a conocerla después.

Román entró y se quedó de pie junto a la ventana, temeroso de dar un paso más, como si estuviera cometiendo un delito al estar ahí y el avanzar lo condenara. Miró alrededor el pequeño espacio y Sam se sentó en su cama.

—¿No es lo que esperabas? —aventuró.

—Emmmm... no.

Jacobo se alegró de no ser el único que se sorprendía de ver la habitación de Sam luego de conocerla a ella en otra faceta.

—Déjame adivinar, ¿esperabas unicornios y purpurina y rosado en las paredes y mucho espacio?

—Sí a todo, menos al espacio. Mi edificio y todos los de por acá son similares, sé que las habitaciones son pequeñas.

—¿La tuya es así?

—Sí, casi igual. —Román arrugó la frente—. Pero, y aunque me avergüenza, tiene más color que la tuya. Mis paredes son azul cielo.

—¿Azul cielo? —se burló Sam.

—Azul cielo varonil, por supuesto... —Mordió su labio y entre dientes añadió—: Quizás tiene algunas nubes pintadas, pero las puso mi madre y son nubes masculinas.

Sam tuvo que poner su mano sobre su boca para que su risa no fuera audible al resto de su casa. Hablaban en susurros confidentes, ambos conscientes de que no deberían estar en esa habitación a esa hora y juntos. No había malicia en ninguno, pero sí padres estrictos y posibles interpretaciones incómodas a la visita de Román.

—Ven, entra —pidió Sam, al ver que no se movía de su lugar—. No hay donde más sentarse, así que... —Palmeó el lugar a su lado.

Román miró su cama y vio las cobijas deshechas.

—¿Ya te habías acostado? Perdón...

—No te preocupes. Estaba acostada, pero no durmiendo.

Román se sentó.

—¿Tus padres ya se acostaron?

—Supongo que mi padre sí. Mamá debe estar con Ian, él se duerme tarde.

Cada vez bajaban más la voz y Jacobo se sentó tras ambos para estar pendiente de la charla.

—Entonces te debo el regaño para mañana. No queremos que alguien me encuentre acá y menos gritando.

—Obviamente. Pero viniste por otro motivo.

El regalo, pensó Jacobo. Román se sonrojó aunque no se le notó por el tono de piel, aunque hasta para Samantha se veía nervioso.

—Ya me dio miedo darte el regalo.

—¿Me trajiste una araña o algo similar?

—No. La araña es mía, si alguien obtendrá poderes, seré yo. —Sam rió por lo bajo. Sin fingirlo, sonrió de verdad—. No. Es que es una tontería.

—No creo que lo sea.

—Lo es —insistió—. Creo que en mi defensa puedo alegar que me enteré hace unas horas así que es tu culpa por no contarme y darme tiempo de conseguir algo mejor.

—Llena a la cumpleañera de remordimiento, eso es lo que todas queremos.

—Júrame por tu cabello que no te vas a reír de mi regalo.

—¿Por qué por mi cabello?

—Imagino que lo cuidas mucho y si rompes tu promesa se te va a caer y quedarás calva. Eso debe doler.

—No lo cuido para nada —admitió—. Pero sí me dolería quedar calva.

—Pensé que lo cuidabas mucho.

—¿Por qué?

—Porque es muy lindo.

Sam no contestó, se sintió halagada aunque sentía que se lo decía por cortesía.

—Bueno, te lo juro por mi cabello.

Román una vez más, titubeó. Se quitó su mochila, la abrió por un lado y metió sus manos aunque se negó a sacarlas de una vez.

—Dios, perdón por el regalo tan feo e infantil.

Se disculpaba de corazón. Al comprarlo se sintió bien porque imaginó que a Sam le encantaría pero ahora, frente a ella, mirando su habitación, se dijo que el detalle era algo completamente opuesto a ella. Era cierto que la imaginaba más colorida, más aniñada, más como ella lucía a diario cuando él la veía. Pero sus paredes eran oscuras y su pijama era negro, ¿en qué estaba pensando al comprarle eso? Quería que se lo tragara la tierra.

—No es feo —aseguró Sam en un susurro—. Vamos, dámelo ya.

Román se resignó; ya estaba allí, ya no podía decirle "mejor no, mañana nos vemos" y huir ventana abajo. Inspiró hondo y sacó de su mochila la cajita pequeña de los característicos colores rojo y amarillo. Se la tendió a Sam sin mirarla, se sentía tan avergonzado.

—¡Es una cajita feliz!

Y Román se sintió morir. Cubrió su cara con ambas manos; nunca había estado tan abochornado en su vida y menos cuando Sam lo dijo en voz alta.

Jacobo, en cambio, soltó una risa, no burlona, sino enternecida.

Samantha —aunque Román no la veía por estar él con la cara cubierta—, la abrió con emoción y metió inconscientemente una papa frita a su boca; sacó enseguida el muñequito.

—Lo lamento —dijo Román.

Solo entonces Sam notó que realmente la estaba pasando mal y dejó la cajita a un lado para ponerse de pie y jalar a Román para que lo hiciera también. Al estar los dos parados, lo abrazó.

—¡Es genial! Me encantaban las cajitas felices cuando niña. Hace como... no sé, ocho años, no tenía una.

—No digas eso por cortesía...

—No es cortesía —susurró—. Me encantó, muchisisisisimas gracias.

Se separó al fin de Román y se sentaron de nuevo. Sam batió el muñequito frente a su amigo, con sus ojos muy abiertos por la emoción.

—Traer un helado habría sido más complicado —se excusó—. Sé que no es un gran regalo, pero cuando fui a McDonalds me parecía una buena idea.

—Lo fue, Román. —Compartieron una sonrisa que a Jacobo se le antojó adorable, sincera—. Toma, come papas.

—No sabía si preferías nuggets o hamburguesa.

—Nuggets, siempre.

—¡Atiné! —exclamó emocionado. Ambos rieron—. A mí la comida de allá no me...

El sonido del pomo de la puerta de Sam los sobresaltó a ambos. Sus corazones se dispararon. Ella solía poner el pestillo, pero no podía solo ignorar a la persona que fuera a entrar y menos porque tenía aún su luz prendida; no podía excusarse en estar dormida. Se miraron a los ojos y el terror relució en ellos al escuchar la voz:

—Samantha. —Era su padre.

—Ya te abro, pa. —La voz de Sam salió temblorosa, esperó que su padre no lo hubiera notado—. Un segundo, me estoy poniendo la pijama.

Habían cerrado la ventana al entrar, así que era mucho trabajo y ruido ir a abrirla de nuevo. Su armario era diminuto, ni siquiera Ian cabía allí. Su cama era bajita así que no había espacio bajo ella y sus cortinas no podrían cubrir a nadie.

Samantha pensó rápido en la única opción:

—¡Métete a mi cama!

—¿Qué? —articuló Román. Apenas y movían los labios, casi no emitían sonido.

—¡A mi cama, ahora!

—Pero...

—¡O te metes a mi cama y sales en un rato por las buenas o te quedas ahí y sales con la policía y mi papá por las malas!

No lo pensó dos veces; tomó su mochila y se metió dentro de sus cobijas, bien contra la pared y se tapó hasta arriba. Sam se acercó a la puerta y apagó la luz antes de abrir; fingió un bostezo.

—Ya iba a dormirme, pa —murmuró nada más abrir. Esperaba que la oscuridad de ahora impidiera que su padre viera el bulto alargado sobre su cama. Su plan era escuchar a su padre y que luego él se fuera, pero sin preguntar, él entró. No prendió la luz, afortunadamente, pero el corazón de Román se alocó dentro de su pecho al escuchar las pisadas que se acercaban.

Samantha se acercó a su cama y se recostó, se metió en las cobijas al lado de Román, pensando que así su padre se iría más rápido; además, estando ahí, no le quedaba espacio para que se sentara en la cama, lo que reducía la posibilidad de que los descubriese. Su amigo no se movía. Sam se alegró internamente de tener varios peluches en su cama, eso podía disimular un poco lo ocupada que estaba en caso de que su padre dijera algo como "¿y esa cantidad de cosas en la cama?"; además, sin sus gafas puestas y con su luz apagada, su padre apenas podía ver sombras ayudándose por el bombillo de la parte de afuera. Qué plan tan malo, se lamentó el Cupido.

—Estaba bueno el pastel —soltó su padre—. No te compré nada, Samantha.

—No hay problema, pa.

—Toma. —Sacó de su bolsillo dos billetes y se los pasó—. Así te compras algo a tu gusto.

Sam los tomó y se permitió sonreír por educación, aunque lo que de verdad quería era un Feliz cumpleaños de su voz. Un deseo que no recibió. A cambio, su padre miró la cajita roja en el suelo junto a la cama, a donde había parado cuando Román se metió:

—¿Estás comiendo chatarra a esta hora?

Sam no alcanzó a inventar una mentira.

—Sí, me la regaló Román.

—¿El negro que vive en el otro edificio? —espetó. Sam se mordió la lengua.

—Sí. Es mi amigo y Elliot le contó de mi cumpleaños... —Decidió desviar el tema—. El domingo habrá un bazar en su preparatoria, podemos ir y...

—Tengo que trabajar —respondió sencillamente, cortando cualquier amabilidad que hubiera aparentado—. Y no me agrada ese flacucho.

Sam se sonrojó al saber que Román lo estaba escuchando.

—Es amable.

—No me convence, no me gusta.

Sam se calló, no quería darle más cuerda y que terminara ofendiendo como siempre, fuera a ella o al amigo que tenía a dos milímetros de distancia.

Su padre, sin más, se dispuso a salir. Samantha seguía con su corazón acelerado.

—Y deja de comer esa porquería a esta hora —dijo. Sam suspiró, no se había salvado de su mal humor—. Por comer eso es que estás así de gorda.

—Sí, pa.

El padre salió, cerrando la puerta a sus espaldas. Sam no se movió; estaba avergonzada por muchos motivos al tiempo: por lo despectivo de su padre a Román, su comentario sobre ella, por haberlo invitado a algo que obviamente no iba a aceptar...

Por culpa del miedo a ser descubierta por su padre, el hecho de estar en la misma cama que Román le había pasado desapercibido, pero ahora, con su padre afuera, fue consciente de la situación y eso añadió otro punto a su bochorno.

Román bajó muy lentamente la cobija hasta que sus ojos y su nariz quedaron descubiertos. Tenía la piel caliente en una mezcla de vergüenza y el calor de las cobijas sobre su cara. Ahora con la oscuridad envolviéndolos, se había tornado diferente la visita.

Sam solo tuvo que girar un poquito la cara para ver una silueta de la cabeza de Román. No se dijeron nada pero alcanzaban a sentir un poco de la respiración del otro. Entonces de repente, Román se echó a reír en volumen muy bajito. Sam se contagió y empezó a reír también, como dos niños al salir victoriosos de una travesura. Tuvieron que escudarse en una almohada cada uno para no hacer ruido. Pero siguieron sin moverse de su sitio.

—Lamento eso —se disculpó Sam.

—Es mi culpa, no debería estar acá.

—Me refiero a lo que dijo mi padre...

—Entonces no te disculpes. No son tus palabras, sino las suyas. Además, me han dicho cosas peores; "negro" o "flacucho" son casi un halago porque ambas son ciertas.

Y rieron de nuevo.

—Te pondré "flacucho" en el contacto del celular.

—Nah, me gusta "negro". Y combina con el nombre que te tengo en mi teléfono.

—Recuérdame por qué consideramos buenos esos apodos —bromeó ella. Sin embargo, él le contestó con sinceridad algo que ambos ya sabían:

—Porque combina con el mío. Y porque eres blanca como la crema; y yo negro como el chocolate.

—Somos como una galleta oreo.

—Sí, pero "cremita" y "galletita" sonaban muy gais, así que: negro y blanca. Además White es tu apellido, vamos, es muy conveniente.

—Y creo que cremita y galletita le quedan mejor a un par de perros.

A oscuras, compartiendo cama y susurros que no salían de ese espacio, dejó de ser incómodo. Para Sam el bochorno había pasado y para Román... bueno, él estaba dichoso de estar allí, tan cerca de ella.

Se quedaron en silencio unos minutos y entonces Román se dispuso a salir. Tomó su mochila y salió a la plataforma de la escalera. Sam se asomó. Ya era más de medianoche y el silencio y el frío en el sector era total. Román miró la pantalla de su celular, luego se inclinó y abrazó a Sam; ella le correspondió.

—Ya pasaron quince minutos de tu día, pero feliz cumpleaños, Sam.

—Gracias por todo.

Román se fue y ella entró y cerró su ventana.

Jacobo, que había observado todo sin ser visto y que se había angustiado igual con Sam al entrar su padre, suspiró aliviado de que finalmente el día hubiera terminado (ahora sí, realmente había terminado).

Sin embargo se detuvo un momento a mirar a Sam sonriéndole a la cajita roja y luego sonreír al poner el spiderman negro que venía adentro en el estante, delante de sus libros.

El regalo era mucho más sencillo y económico que el de Mario y aún así, ella lucía más feliz. Con el detalle de Elliot también había estado feliz, pero Jacobo había asumido que se debía a que por ser un detalle de su hermano, era más significativo, pero ¿y Román y Mario?

A Mario lo conocía de muchos años, mientras que a Román de algunos meses, así que no era por un apego fraternal mayor. Además, Sam estaba flechada con Mario, ¿no debía su regalo emocionarla más que una cajita feliz de un amigo?

Recreó en su mente la expresión de decepción al recibir la tarjeta de regalo, y la de emoción al recibir la cajita feliz.

Al ver a Sam dormida, Jacobo vio el dinero que su padre le había dado —por el que tampoco había mostrado mayor emoción— y creyó comprender.

Tanto Román como Elliot habían buscado algo que pensaron que le iba a gustar, se habían tomado el tiempo para dedicarle a Sam no solo su dinero, sino el obsequio en sí, y al regalar algo tan preciado como atención y dedicación, daban algo más que el detalle físico o monetario, también le daban un poquito de sí mismos.

Ese par de guantes y esa cajita feliz cargaban ahora significado, nombre, un recuerdo y una dueña única: Sam. No habría en el mundo otro par de guantes anaranjados con cactus que se habían buscado de parte de Elliot, mientras pensaba en ella al tomarlos y que se habían pagado con cariño pensando en su sonrisa; ni una cajita feliz traída casi a media noche por un chico que vio en Sam la cualidad de alegrarse por algo tan infantil; en cambio, tarjetas de regalo había en cada tienda y dinero en cada billetera, y le calzaban a todo el mundo, no había qué pensarlo, ¿quién no ama las tarjetas redimibles o el dinero directo? Era ordinario, y Sam, no lo era.

Jacobo entendió la decepción ahora; ella esperaba algo personal de parte de Mario, y no algo que "ella misma pudiera escoger".

Mario y su padre le habían dado regalos; Román y Elliot, le habían dado cariño.

Jacobo se sintió mejor al tener esa revelación, sintió que de algún modo, había aprendido del amor de una manera que no le enseñaron los libros en Skydalle; su día, después de todo, no había sido perdido entre tantas preguntas. 

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Prohibiciones de los Cupido: «Estará prohibido que un Cupido intente cambiar los sentimientos de su encargado para beneficiar/perjudicar a otro Cupido por cualesquiera que sean las razones. Esto no es una competencia, es el amor y en el amor no se juega, se vive»
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¿Será apropiado decir que me estoy enamorando de Román? xD 

Uf, este capítulo es de los largos, pero me ha encantado ver esa faceta divertida de Sam y a Jacobo bb un poco menos estresado. Y eso que solo es el primer día jaja. 

¿Qué les ha parecido? Necesito que la gente ame a Sam como yo xD 

Pregunta a los lectores: ¿Qué pensarías si alguien te regala una Cajita feliz de cumpleaños? ♡

Nos leemos ➳➳

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