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45. ➳ Román y la dopamina ♡

"La felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días"
-Benjamin Franklin:

***

Bruce caminaba con nerviosismo hacia la habitación del fondo, la más alejada posible del almacén dentro del edificio. Hablar con su jefe siempre traía una sensación curiosa, no sentía precisamente miedo porque era sabido que era inofensivo pero una inquietud rozaba la espalda de cualquier cupido que se acercara a él. No era algo físico, era más instintivo, como el olor que perciben las presas al tener al depredador cerca sin verlo, ese impulso que los hace alejarse de un peligro invisible pero real.

Llevaba años trabajando con él así que por antigüedad siempre era Bruce el encargado de los recados que debían darse directamente, es decir, los más importantes y el que llevaba ese día no era menos que el más trascendental en mucho tiempo. Las cosas podrían cambiar de blanco a negro en un segundo si su jefe lo consideraba pertinente.

Se detuvo ante la puerta cuando el desasosiego empezó a apoderarse de él, respiró hondo, convenciéndose de que no había nada de qué temer y tocó con los nudillos un par de veces. Se oyó pronto el permiso para entrar y Bruce giró el pomo para dar un paso adentro.

La sonrisa de su jefe lo recibió, ese gesto siempre amable. Nunca se le había visto un ceño fruncido ni que levantara la voz a nadie, era pura gentileza, tanta, que como es natural, los demás desconfiaban.

—Bruce, amigo mío —dijo—, hace mucho te veía.

—No había tenido motivo para venir, jefe.

—Una gentil visita es un buen motivo, no siempre necesitas hacer de mensajero para venir a verme.

Bruce no supo si esbozar una sonrisa como si fuera una broma o pedir disculpas, así que omitió ambas opciones y fue al grano:

—Le tengo noticias, jefe.

—Buenas, espero.

—No sabría decirle, señor, eso queda a su juicio.

—El juicio que muchos dicen que he perdido.

—Pero que espero que no —respondió Bruce, y por fortuna, su receptor sonrió—. Nos ha llegado información importante.

—Dime y yo decidiré si es importante.

—Aaron ya ha bajado a tierra —soltó.

En cámara lenta la sonrisa del dueño actual del almacén se difuminó hasta terminar en una línea recta en los labios. No es enojo, se dijo Bruce, no es felicidad, ¿qué es?

—¿Alguien más lo sabe?

—Solo nuestros informantes en Tormenta Fría, usted y yo. Tal como fue solicitado, los movimientos de Aaron son confidenciales, incluso para nuestros aliados activos.

—Y dentro de Tormenta Fría, ¿cuántos lo saben?

—La mayoría señor, todos han sido reclutados por Aaron. En tierra exiliada no hay mentiras y en esa confianza se asientan los que están de nuestro lado.

—Hay aliados de Aaron que también están del lado de la oposición.

—Sí, señor, pero todos han expresado lealtad superior a nuestro antiguo líder por encima de Ambrosio y de Lilith.

Todo eso era algo que el dueño del almacén ya sabía pero igual que cada vez, se lo preguntaba a Bruce, quizás para recordarle los puntos importantes o para estar seguro de que todo seguía en orden.

—Muy bien. Con Aaron en tierra solo podemos deducir que Marissa ha conseguido suficientes cupidos como para empezar a trazar con fecha fija los planes para el cambio.

De eso Bruce no sabía nada en sí, en cuanto a él concernía, solo trabajaba en el almacén, notaba si algo raro pasaba, indagaba y daba mensajes a quien correspondiera, eso era todo. Era consciente de que el almacén a ojos de los clientes era un lugar donde se conseguía ayuda ilegal, pero que detrás de las puertas se movía algo más grande que él, algo que hasta el momento, no había tenido la necesidad ni la confianza de tocar.

Bruce titubeó sin saber si el jefe esperaba una respuesta o si solo pensaba en voz alta.

—Sí, señor —musitó, indeciso.

—Es un buen momento —respondió el jefe, ausente—. El almacén anda bien, sé que los demás igualmente están siendo muy frecuentados, ¿sabes lo que eso significa, querido Bruce?

El aludido balbuceó; no tenía ni idea.

—Yo...

—Significa que nuestra reserva de flechas es grande, lo suficiente para que pasen de ser una herramienta a ser un arma. —El jefe sonrió de lado, de nuevo ese gesto de aparente inocencia pero que infundía temor—. O muchas armas.

—Sí, señor —repitió Bruce.

—Y también significa que más pronto que tarde llegará el momento de unir fuerzas con la oposición.

—¿Se unirá a Lilith y a Ambrosio? —exclamó Bruce, estupefacto.

—Puede decirse que es un mal necesario. Tanto ellos como nosotros hemos luchado por aparte por el mismo ideal, sería ilógico dejarlos afuera cuando la fiesta comience. En una revolución nunca hay suficientes manos contra el poder.

—Pero... ellos no estarán de acuerdo...

Bruce se sorprendió a sí mismo llevándole la contraria al dueño del almacén; estaba impactado, por eso se perdió momentáneamente el temor. No alcanzó a disculparse por su impertinencia cuando el jefe contestó:

—Y por eso nos hemos mantenido separados hasta ahora. Pero, dime, Bruce, si en este momento las flechas de los nuestros se levantan y ellos llegan, ¿crees que estarán de nuestro lado o del lado contra el que luchan hace años?

—Del nuestro —razonó.

—Exacto. No por cordialidad, pero sí por deber moral. El rencor es capaz de hacer que las almas trabajen juntas contra un enemigo en común así el recelo esté en contra. Cuando el momento llegue, los nuestros y los suyos se unirán contra quienes debe ser, no te preocupes.

—Sí, señor. —Un silencio corto hizo sentir incómodo a Bruce que, mirando a lado y lado antes de enfocar a su jefe, preguntó:— ¿Algo más que pueda hacer por usted?

—De hecho sí, gracias. Creo que ha llegado el momento de hablar con la piedra angular que ha movido estos engranajes.

—Jacobo White —adivinó Bruce.

—El elegido de Aaron —coincidió el jefe.

—Viene con frecuencia. Cuando lo vea, lo traeré.

—Espero que sea pronto —comentó—, estoy muy ansioso de verlos.

—¿Verlos? ¿alguien más además de Jacobo?

—Él tiene en este momento a un tesoro muy grande para mí. —Robbie se levantó de su sillón y lo rodeó para ver a Bruce más de cerca. Con una sonrisa anhelante, concluyó:— Y estoy impaciente por verla.

Por encima del libro que miraba sin mucho interés, Jacobo estaba pendiente de Melody y cada vez que ella levantaba su mirada, consciente de esos ojos sobre ella, se sonreían con picardía que debían esconder bajando el mentón.

La biblioteca de la Fortaleza era silenciosa por lo que no querían tentar a la suerte y hablar mucho dentro de ella. Cuando llegaban se quedaban varios minutos en el pasillo de la entrada dándose mimos que eran esperados por ambos a igual medida pero debían entrar luego a la gran sala y fingir al menos por quince minutos que leían algo con atención.

A veces se ubicaban en la misma mesa, a veces a varias de distancia. Nadie en realidad reparaba en ellos pero en sus corazones sentían una paranoia imaginaria que les advertía que si se miraban por mucho rato, alguien sabría con certeza que estando activos se estaban enamorando. Llegaban y se iban juntos pero rodeados de libros, actuaban como desconocidos.

Luego de sonreírle a Melody y sentir su propia sonrisa como imborrable, Jacobo bajó la mirada a su libro, intentando que al menos por un par de segundos fuera real que leía. Pasó páginas, al parecer el libro tomado al azar hablaba sobre la jerarquía pasada de los Altos mandos. Estaban los miembros del consejo, sus fotos, sus nombres y cantidad de años en el puesto. Al final, y más importantes, estaban el actual líder, Benjamín (que en aquel entonces era solo mano derecha del verdadero líder), y Aaron, quien gobernaba.

Jacobo lo observó detenidamente con una ligera frustración por no recordarlo, y con rabia por saber el motivo de su amnesia. Se veía menor que su maestro, su pelo seguía siendo tan negro como la noche y apenas y cargaba arrugas bajo los ojos, su sonrisa era cálida, de esas que inspiran confianza, su nariz era ancha como su frente, sus mejillas delgadas y sus ojos claros aunque por lo pequeño de la foto no se definía si eran azules, verdes o grisáceos.

El cupido se concentró tanto en esa imagen y en la poca información debajo acerca de Aaron que no sintió cuando Melody llegó a él sino hasta que esta le tocó suavemente la mano. Jacobo levantó la mirada.

—Vámonos —pidió Melody—, ya llevamos buen rato acá.

—Sí, está bien.

Jacobo cerró el libro y dejaron ambos en su lugar para luego caminar despacio y separados hacia la salida. La escalera los recibió, la cruzaron sin prisas y ya sabiendo cuántos pasos eran, sin traspiés; el camino era conocido, así que ya no había tropezones. Al dejar atrás eso, el oscuro pasillo hasta la puerta los rodeó y entonces Melody le buscó la mano a Jacobo que la esperaba. Se detuvieron allí y se ubicaron uno frente al otro, en esta ocasión solo se abrazaron, específicamente, Melody lo abrazó a él.

—¿Cómo estás? —le preguntó casi al oído. Jacobo no le había contado nada respecto a su incursión en la mente de Sam, pero el ánimo sí que había cambiado en él—. Sé que has ido a la mente de Sam recientemente.

—Sí, anoche.

—Te siento más triste —confesó Melody sin soltarlo. Trasladó una de sus manos al cabello de Jacobo, pasando sus dedos entre los mechones en un acto de consuelo—. No te pido que me cuentes porque eso es muy personal, pero sí quiero que sepas que acá estoy para ti. Para escucharte o para abrazarte o para lo que quieras.

Jacobo suspiró contra el cuello de esa cupido que tanto quería y sonrió porque realmente necesitaba ese abrazo.

—Cada vez me sorprendes mucho, ¿sabes? Has pasado del no me interesa a apoyarme un montón, a veces pienso que me lo imagino y cuando no estás a mi lado me pregunto si esa Melody amorosa solo la he inventado en mis ratos de ocio.

—Si te sirve de algo, sigo siendo no me interesa con el resto de cupidos. —Ambos rieron por lo bajo sin dejar de abrazarse, les gustaba esa cercanía. Melody suspiró y continuó:— Siempre he sido más bien solitaria, la verdad. No es que odie a todo el mundo, es que me gusta más estar sola y eso a veces los demás lo toman como que los odio.

—Eso o que seas tan antipática cuando uno recién te conoce —añadió Jacobo, risueño.

—Solo contigo fui así, y sí, admito que fui grosera a propósito.

—No, ¿en serio? —ironizó—. Yo creí que era sin querer. —Melody se soltó y le dio un manotazo en la oscuridad que lo hizo reír, él le buscó de nuevo la mano y la atrajo de un halonazo hasta que la sintió pegada a su pecho—. Pero no importa porque ahora estás bien conmigo, ya no prefieres estar sola.

—Sí lo sigo prefiriendo, con excepción de ti.

—Soy un privilegiado entonces.

—Sí, más o menos. Te sigo odiando en ocasiones, pero son más escasas que antes.

—Porque te desordeno todo —adivinó Jacobo, recordando lo que ella misma le había dicho antes de besarla por primera vez—. Me odias porque te enamoro.

Melody asintió pero como estaban rodeados de negro, Jacobo no vio ese gesto. La cupido, cerca de él, le buscó el cuello con las palmas para guiarse y besarlo en los labios con ternura. Jacobo cerró los ojos y se dejó arrastrar por esa corriente de bienestar que lo ahogaba cuando ella lo besaba, mientras sus labios estuvieran unidos parecía que el resto de problemas se minimizaban a nada, al menos por ese par de segundos de plenitud.

Se dejaron un último beso suave antes de poner espacio entre ambos. Melody sonrió, un gesto de nuevo invisible para él.

—Sí, por eso, tonto Jacobo.

Samantha no se cruzó más con Brenda esa mañana pero sí estuvo algo esquiva con todo el mundo; no fue grosera, mas su seriedad, aparente indiferencia y desinterés en las clases eran algo preocupante. Era como si el cambio lento que Sam había tenido desde que Jacobo había llegado —y que no notó sino cuando su maestro lo insinuó—, se hubiera multiplicado por tres de la noche a la mañana. Cuando regresó a su vecindario ya era tarde pues se había bajado de su ruta un par de estaciones atrás con el objetivo de caminar y despejarse; no había funcionado, seguía inquieta.

Llamó a su madre para avisarle que ya había llegado y se dispuso a entrar, solo quería estar sola y llorar, pero antes de entrar a su edificio, cerca de las cuatro, se cruzó con Alice, Drew y a Román. No mostró la usual alegría al verlos, pero les intentó sonreír.

Alice y Drew le ondearon la mano como saludo y Román sí le dejó un beso en la mejilla, procurando alargar ese contacto un segundo más de lo normal.

—¿Qué tal el día? —preguntó Alice.

—Bien, supongo. —Sam parpadeó varias veces, cansada, pero nadie pareció notarlo—. ¿A dónde van?

—A ningún lado realmente —respondió Drew—. Nos encontramos hace poco y solo salimos por ahí.

—¿Quieres ir? —le dijo Alice.

—¿A dónde?

—A ningún lado, por ahí —añadió Román.

—Pues... no lo sé. La mochila pesa y... —intentó excusarse.

—Yo voy a cambiarme los zapatos —intervino Alice— Subamos, tú guardas la mochila y luego salimos, ¿sí? —Miró a Drew y a Román—. Ustedes se quedan en mi sala mientras tanto.

Ambos chicos se encogieron de hombros y a Sam no le quedó de otra que aceptar, no quería decir que no y luego dar explicaciones a su mejor amiga que de seguro preguntaría por su baja disposición.

Subieron por las escaleras, ellos en una charla sobre nada relevante y Sam callada, rezagada y seria. Alice entró con los dos a su apartamento y Sam al suyo propio, dejó su mochila sobre su cama y se miró en el espejito tras su puerta; era mera percepción de su mente pero se vio ojerosa y agotada, cuando cerró los ojos dos segundos la imagen de Brenda llegó a su mente y la sensación de que la pasaban por encima la invadió.

Se quitó el suéter para ponerse una chaqueta más cómoda, se subió la cremallera hasta el cuello con la necesidad de subirlo más y más aunque no era posible. Se miró el cabello suelto, desordenado e imaginó una flor amarilla en él, esa imagen la hizo sentir mal.

Aclaró la garganta pero sus ojos ya estaban brillantes y ella se sentía frustrada porque no entendía el motivo; había sido solo un mal sueño, ¿por qué la afectaba tanto? Por Dios, había sido hacía más de diez años, ¿quién guarda rencores por cosas tan pequeñitas por más de una década? Era absurdo. Ella era absurda, así se sentía.

Se sobresaltó con fuerza cuando un par de nudillos tocaron a su ventana, miró hacia arriba, parpadeando con rapidez para disipar esa grosera lágrima que iba a salir sin justificación y dio media vuelta para abrir. Al correr la cortina vio que era Román e intentó sonreírle.

—Hola —le dijo él—. Por segunda vez.

—Hola.

Román la miró fijamente y arrugó la frente un poco.

—¿Qué pasa? ¿estás bien?

Samantha odió su incapacidad interna de decirle que sí estaba bien, que nada pasaba. Por alguna razón que ella despreciaba, su mente no le quiso mentir a Román pero tampoco fue capaz de decirle la verdad porque dentro de ella, la verdad sonaba estúpida. Solo se quedó mirándolo a los ojos, muda, estática, temerosa.

Román interpretó el silencio como una respuesta pero sabía que con Sam no funcionaba pedirle que hablara sobre lo que mal la tenía, no le gustaba y eso él lo sabía desde la tarde en que ella fue a hacer pastelitos a su casa y cambió el tema de inmediato cuando se tocó su mala relación con su padre. Le incomodaba mostrarse afectada por cualquier cosa.

Metió la mitad de su cuerpo por la ventana, solo lo justo para alcanzar a Sam y atraerla en un abrazo con el muro en medio de ambos. Ella se mostró sorprendida al principio pero dos segundos después le devolvió el abrazo porque lo necesitaba como nunca antes. Las ganas de llorar la golpearon con fuerza pero no lo hizo porque no quería que Román la viera llorando; no él, cualquier persona, menos él.

—Gracias —susurró Sam, con el mentón sobre el hombro de Román. Este le acarició el cabello con dulzura—. Lo necesitaba.

—Una chica me dijo que un abrazo, un vaso con agua y un saludo no se le pueden negar a nadie. Supongo que eso aplica cuando el abrazo lo pides con los ojos.

Sam rió un poco.

—Sí, aplica.

Román se separó de ella; le vio los ojos cristalinos pero esta vez una sonrisa adornaba también su rostro.

—No te vi con ganas de ir a ningún lado cuando Alice lo propuso —comentó—. No estás obligada.

—Tienes razón, no tengo ganas de salir.

—Le diré a Alice, no te preocupes. Sé que de modo alguno lo agradecerá porque si tú no vas, implica que yo tampoco y eso implica que estará a solas con Drew.

—Me alegra saber que mi ausencia la beneficia —respondió, risueña.

—Y la mía a Drew. Tú y yo somos buenos amigos dándoles tiempo de calidad. —Román salió totalmente de la ventana y sonrió—. ¿Necesitas algo más?

Sam negó con la cabeza aunque estaba dubitativa. Él se dio por complacido y empezó a alejarse para entrar por la ventana de Alice e irse, mas a Sam la tomó un impulso de pedirle que no lo hiciera. De un brinco llegó a la ventana y sacó la cabeza justo cuando Román estaba metiendo su pierna en la de Alice.

—¿Román? —El aludido giró a mirarla. Sam se sonrojó y tuvo que hacer un gran esfuerzo para verbalizar lo que deseaba—. ¿Tú... emmm... tú... puedes quedarte un rato... conmigo? Si puedes, no es obligación...

Román miró hacia adentro a la habitación de Alice, luego miró a Sam y de nuevo adentro. Se inclinó hacia la habitación y habló:

—Alice, Sam y yo no vamos.

Samantha sonrió complacida y vio con cariño que Román volvía para meterse por su propia ventana.

—No te ofrezco gran plan —advirtió—. Podemos mirar videos en el celular, pero es todo lo que tengo.

—Me encanta, me quedo.

**

Era la primera vez que Jacobo estaba con Marissa y Melody al mismo tiempo y no le gustaba para nada. Se podía sentir el disgusto que Melody sentía por Marissa y esta, aunque con más disimulo, se resentía por esa actitud así que respondía con una igual.

La habitación de Samantha siempre había sido pequeña pero solo hasta ese momento Jacobo la sintió realmente diminuta, con ambas cupidos a cada lado era como si el espacio no fuera suficiente. No sabía ni siquiera si debía decir algo para romper el hielo, simplemente estaba muy incómodo y le daba vergüenza pedir amablemente que alguna de las dos se fuera.

—Él la pone de buen humor —comentó Marissa.

—Es obvio, se están enamorando —respondió Melody, mordaz.

—No es obvio, hoy ha estado de mal humor todo el día.

—Pues ahí está contenta.

—Por eso lo mencioné. Sam está pasando un mal momento y él la alegra.

—Igual nadie te preguntó.

—Pero me intereso por Samantha.

—¿Por qué? Eres una exiliada.

—Porque tengo corazón.

Melody bufó.

—Eso está puesto en duda.

—¿Y quién eres tú para decirlo? No me conoces.

—El solo título de exiliada dice mucho de ti. ¿Qué hiciste para llegar a eso?

—Eso no te incumbe.

—Y a ti no te incumbe Samantha, ahí mi punto.

Jacobo, en medio de la palabrería que volaba frente a sus narices, entró en pánico de pensar que se iban a pelear ahí sin más. De hecho ya se habían acercado un poco la una a la otra por lo que Jacobo se sentía prisionero, era como el pobre ser en medio de la espada y la pared, no hacía falta aclarar cuál cupido era espada y cuál era pared.

Decidió intervenir y puso sus manos en los hombros de cada una.

—Yo opino que esta habitación es muy chiquita para pelear —dijo.

—Dile a tu amiguita que se calme un poco —pidió Marissa.

—La amiguita tiene nombre.

—Y es Melody y es precioso —se metió Jacobo, indispuesto a otro cruce de palabras—. No vamos a discutir por tonterías. Si no tienen nada bueno qué decir, por favor cállense, se los pido con todo el cariño del mundo. No voy a discutir con ninguna porque odio discutir con los seres que quiero, así que se los ruego, que haya paz.

Ninguna dijo nada pero dieron un paso atrás cada una, lo que daba por entendida y aceptada la petición. Jacobo suspiró, e incómodo y sonrojado, miró a Sam y a su acompañante.

**

—¿Te digo algo raro? —exclamó Román. Se habían sentado en la cama igual que la última vez y aunque el plan era mirar videos en el celular, prefirieron quedarse hablando sin más—. Creo que hoy ha sido el día en que yo he hablado más que tú.

Sam rió pero el gesto no le llegó a los ojos.

—Me gusta escucharte hablar —resolvió con simpleza—. A veces es bueno callar y poner atención. Ya me he enterado del nombre de tu primera mascota y tu color favorito. Ha sido una charla productiva.

—No tanto como las que tu das sobre cualquier cosa.

—Sobreestimas mis divagues.

Sam suspiró, mirándolo fijamente sonreír. Seguía teniendo en su interior un cansancio general, una inexplicable sensación de agotamiento que la había mantenido más callada de lo normal desde hacía días. No encontraba motivación para dar sus largos divagues, no se le ocurría nada, era como si esa capacidad de leer una pantalla mental sin fin se hubiera perdido, como si esa pantalla se hubiera apagado, dejándola a su suerte. Creía que solo era una etapa de mal humor y decaimiento, no le había tomado gran importancia en lo personal.

Observó a su acompañante en silencio y sin querer, esbozando una sonrisa suave en sus labios, tenía la mente en blanco, literalmente no pensaba en nada pero verlo le traía una sensación rosada y cálida, era calor, era comodidad. Verlo llenaba el vacío de sus pensamientos pero no con palabras sino con amor.

Ese examen visual duró mucho más tiempo de lo normal, llegó al punto en el que ya no se mira nada con exactitud sino que la vista queda perdida, embelesada en la nada, excepto que Román era un todo. Él se incomodó un poco pero no desperdició la oportunidad de verla fijamente.

—Cuando me dijiste que yo te miraba como si me maravillara, no comprendí muy bien porque en mi mente me imagino mirándote normal, o sea, tienes razón, pero creí que no se me notaba —dijo, risueño, sacando a Sam de su vacío mental—. Pero lo entiendo ahora, o eso creo. Me estás mirando extraño.

Sam asintió suavemente con la cabeza.

—Sí lo entiendes entonces. Así es como pasa: no te miro, me maravillo.

—No lo hagas.

Sam temió haber cruzado un punto de demasiada confianza y se irguió un poco, dispuesta a disculparse.

—¿Por qué?

—Porque me enamoras.

—¿Y eso es malo?

—Pues hasta hoy lo has hecho y no me he muerto, así que supongo que no.

Samantha sintió mariposas y colibríes en su corazón, quiso decirle que cada vez que él la miraba así ella se enamoraba y que no andaba quejándose, pero la valentía no le dio para tal cosa. Se concentró tanto en los ojos oscuros de Román que no quiso decirle nada, pero sí quiso besarlo, besarlo mucho y cobijarse en la seguridad que su espacio feliz le daba. No se reprimió y atrajo a Román casi con brusquedad para besarlo, él la recibió con toda la disposición del mundo.

—Entonces no te quejes —le susurró Sam sobre los labios—. Me maravillo contigo porque me encanta, déjame y ya.

Román suspiró, sintiéndose en las nubes.

—No imaginas cuánto te quiero, Samantha.

—Sí lo imagino. Sí lo sé... y yo te quiero a ti.

Se miraron a los ojos y ambos recordaron aquella noche con un Román borracho y una Sam valiente que le confesó parte de sus miedos. Él sabía que eso era todo lo que iba a obtener de ella por ahora, un te quiero sin compromisos pero... ay, se sentía tan maravilloso que daría toda una vida solo por recibir eso a cambio cada día.

—Dilo otra vez —pidió Román.

—Te quiero.

—¿Crees que puedas grabarlo en mi teléfono para escucharlo en casa? —bromeó y ambos rieron.

—Eres un tonto.

**

A pesar de las diferencias, Marissa y Melody sonrieron enternecidas al escuchar la conversación, ni qué decir de Jacobo que estaba también enamorado... en otro nivel, pero todo le parecía bello.

—Son tan preciosos —murmuró Marissa.

—Sí, estoy de acuerdo —dijo en reflejo Melody.

Al escucharse, se enserió, las dos cupidos se miraron a los ojos y sincronizaron un resoplido, como si a ambas les fastidiara estar de acuerdo en algo. Jacobo blanqueó los ojos pero no dijo nada.

Sam estaba bajo el cobijo del brazo de Román que la sostenía con todo el gusto del mundo mientras fingían mirar un video en el teléfono pero que en realidad ignoraban mientras hablaban... bueno, Román hablaba en tono bajo, Sam solo escuchaba y tras un rato suspiró profundamente.

—Si ese suspiro no es por mí, estaré sumamente ofendido —murmuró Román.

Sam ladeó la cara, quedando a solo centímetros de la suya.

—¿Ves a alguien más en esta habitación?

Los cupidos rieron por la ironía. Román le sonrió.

—Entonces sí es por mí.

—Estoy tranquila —confesó Samantha—. Hoy tuve un mal día, la verdad. Dormí poco anoche, estuve de mal humor, quería llegar a casa y refunfuñar a la nada... y entonces llegas tú y es como si fueras una droga, me quitas el estrés.

—De día soy Román, de noche soy dopamina.

Samantha soltó una carcajada que le revolvió el cabello sobre la cara.

—¿Ves? Eres un tonto pero me haces reír. La risa es dopamina.

—¿Por qué no pudiste dormir? —curioseó Román luego de sonreírle.

—No lo sé, malos sueños —contestó, evasiva—. El caso es que desde la una o dos de la madrugada no dormí más.

—¿Quieres dormir ahora?

—Tengo sueño, sí. Pero no te voy a echar, me gusta más que estés acá.

—No dije que me iba a ir —argumentó—. Ven, acomódate.

Habían estado con la espalda contra la pared, pero ahora, con impulso de él, quedaron acostados con normalidad sobre la cama, ambos de lado, mirándose uno al otro. Román apoyó su cabeza sobre uno de sus brazos y con la otra mano acarició la mejilla de Samantha con dulzura.

—Debes decirme pronto qué es lo peor de ti —musitó Sam, él arrugó la frente—. Qué defectos terribles tienes, si eres un asesino a sueldo o si tienes esposa y no me has dicho.

—¿Qué?

—Es que no puedes ser tan perfecto, dime qué es lo que ocultas.

Román no pudo detener la risa y el bochorno que subió a su cabeza por el halago.

—¿Y crees que lo que oculto es una esposa?

—No sé, puede ser. Casos más raros se han visto. Las vidas dobles son muy comunes.

—Sí, en las telenovelas.

—¿Entonces qué es? Dímelo, no se lo diré a nadie.

—Defectos tengo muchos —admitió Román—, pero no te los diré, eso se va descubriendo con el tiempo. Pero te adelanto que no son tan terribles como ser asesino o casado.

—No es justo que no me digas.

—¿Tú me dirás los tuyos? —contraactacó Román.

—Creo que hay muchos ya evidentes.

—Para ti son evidentes —objetó—, para mí no. Para mí eres perfecta. —Román la vio balancear los párpados con mucho esfuerzo para estar despierta, pero su sonrisa era grande pese a la somnolencia. Acercó su mano y le quitó las gafas para comodidad—. Duerme.

Sam no resistó más y cerró los ojos hasta caer profundamente dormida; Román se quedó mirándola por varios segundos con fijeza con una sensación contrariada dentro de sí porque se sentía enamorado de ella pero no llegaba a asegurar si eso era bueno o malo. Como fuera, lo que sentía era enorme y solo crecía y crecía al tenerla tan cerca...

Fuera bueno o no, no lo cambiaría. De eso sí estaba seguro.

**

Cuando Samantha cerró los ojos, Jacobo fue repentinamente absorbido por su mente. Melody y Marissa me miraron a los ojos y por solo esta vez, sin recelo sino compartiendo la sorpresa extrema.

—¿Qué pasó? —preguntó Melody, asustada.

—Entró a su mente.

—Pero, ¿cómo? No hizo nada.

—No lo sé... quizás lo que usó anoche para entrar aún tiene efecto.

—¿Y estará bien?

Su preocupación era latente y solo por esos segundos, dejaron el odio mutuo de lado porque en medio de ambas estaba el bienestar de Jacobo. Marissa le sonrió intentando calmarla.

—Sí. Solo estará adentro mientras Sam duerma.

Se asintieron y al tiempo miraron a Sam que, profunda, era observada con devoción por Román.

—¿Y ella? —Melody la señaló—. ¿Estará bien?

La incertidumbre hizo parada en el rostro de la exiliada.

—No lo sabemos.

—¿Y entonces qué hacemos?

Marissa se sentó en el suelo frente a la cama y con una mirada, incitó a Melody a sentarse junto a ella. A regañadientes lo hizo; Marissa tomó aire y respondió:

—Esperar. No podemos hacer más. 

Esto se pone tan bueno que hasta yo espero el próximo capítulo (?)

Hola, amores míos y mil gracias por seguir acá ♥ Este capítulo me ha gustado mucho, PERO necesito saber qué piensan ustedes, sean sinceros ►

No tengo mucho qué decir, excepto que en cronología, Sam cumplió 18 años hace cuatro días, esperemos que ya esté bien xD Mucho lov para todos ♥

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