41. ➳ Soluciones desesperadas ♡
"Los amigos muestran su amor en los momentos de problemas".
-Eurípides
***
La luz del despacho de Ambrosio había tomado otro tipo de claridad para Jacobo desde que veía a su maestro como líder de la oposición. De repente cualquier cosa que lo involucrase le resultaba contradictoria porque todo sentimiento hacia él estaba flotando a la deriva, como en un mar turbulento cuyas aguas no sabían en qué orilla encallarlo.
Ambrosio lo había citado a la luz del alba para hablar, según dijo, de Sam, así que la oferta no necesitó insistencia para que Jacobo la tomara.
—¿Cómo has estado últimamente? —preguntó su maestro aunque sonó a una mera cordialidad para romper el hielo—. ¿Y Sam?
—Yo estoy bien, maestro, gracias. Con Sam... tenemos conflictos.
Ambrosio suspiró, se acomodó en su sillón cerca de su alumno, cruzó una de sus piernas sobre la otra y entrelazó sus manos sobre su rodilla. Se inclinó un poco hacia adelante y empezó:
—Bien, al grano, Jacobo. Dame un resumen rápido de la situación con Samantha y de ahí partiremos.
Con el mismo tono profesional y en apariencia neutro, Jacobo respondió:
—Hay un chico que le gusta, mucho, es más, creo que se empieza a enamorar de él pero no es capaz de dar el paso a algo más formal. Tiene depresión, ansiedad y la constante sensación de que no merece un amor tan bueno como el que Román le ofrece. Está demasiado contrariada porque quiere sentirse merecedora pero su mente le juega en contra. Según los hilos que he conseguido, en gran parte se debe al menosprecio de su padre, a las ofensas que ha recibido desde niña por distintos motivos, a la falta de amigos reales y la propia percepción de sí misma.
Ambrosio asintió gravemente.
—¿Sientes que desde que bajaste ha mejorado, empeorado o se ha mantenido estable?
Jacobo dudó unos segundos intentando pensar en la Samantha que al despertarse en su cumpleaños diecisiete aseguró odiar su vida y que no le daba importancia al, entonces sutil, coqueteo de Román. No se había detenido a pensarlo pero Sam sí había cambiado y no precisamente hacia algo bueno.
—Creo que ha empeorado, maestro —confesó, con un deje amargo en la lengua—, pero no por mi causa.
—¿Cuál entonces?
A Jacobo le tomó organizar sus ideas un poco más de lo normal, pero su maestro no se mostró impaciente o fastidiado, solo aguardó. Los pensamientos de Jacobo se le arremolinaron al intentar hacer el cuadro comparativo mental de la Sam de hoy con la de dos meses atrás. Empezó a hablar casi sin darse cuenta, casi respondiéndose a sí mismo y sorprendiéndose un poco con lo que decía:
—Cuando bajé tenía un flechazo con su mejor amigo, su punto de estabilidad y ahora ya no lo tiene. Con Román tenía una amistad sin más pero ahora está tan flechada y confundida, que le preocupa hacer todo mal. No tenía amigos cercanos pero recientemente ha llegado una mejor amiga a su vida y también tiene conflicto sobre si la merece o no. Antes hablaba muchísimo cuando le daban cuerda, últimamente ha sido menos efusiva. Llora con menos frecuencia pero su personalidad también ha mermado su hiperactividad... —El cupido titubeó pues todo salía de sus labios como una revelación nueva que ni él había considerado—. Está un poco perezosa con los temas de organización de eventos en su colegio, se lo deja casi todo a los demás; ya no participa tanto en clases y... pareciera que le cuesta un poco sacar ánimos para cualquier cosa. No ha jugado fútbol hace muchos días y pese a que quiere mucho a Román y a su amiga, siempre que puede prefiere evitarlos.
Cuando alguien está a diario con una persona, es difícil ver cambios tan diminutos que ocurren de a poco, desapercibidos, lentamente, sin embargo cuando se hace una suma de cada pequeño detalle puede resultar en que el cambio ha sido drástico de un punto a otro y Jacobo sintió una nueva preocupación ante el cuadro que acababa de describir. Como cupido, se había dejado nublar por los destellos de alegría que el cariño de Román le daba a Sam pero la verdad era que a panorama amplio no había hecho sino decaer con señales tan sutiles que nadie a su alrededor podría alertarse, ni siquiera él que estaba casi siempre con ella.
—De acuerdo —dijo finalmente Ambrosio, con ese tono académico desprovisto de sentimentalismo—. Puedo hacer alarde de que conozco a Samantha más que tú porque a los dos los tengo conmigo desde que nacieron y efectivamente, tienes razón en lo que dices. Sam afronta cada día el deseo de rendirse porque siente que a nadie le importaría que lo hiciera.
»Su depresión no es algo que nació con un insulto a sus diez años y ya, es algo que viene cultivándose desde que era niña, alimentado por muchísimos factores y que se le ha disparado ahora en la adolescencia, edad en la que los humanos empiezan a ser adultos, en la que llega la necesidad de encontrarse a sí mismos. Muchos, como Sam, se buscan pero lo que encuentran no les gusta así que la depresión y ansiedad llegan, hundiéndoles culpas y odios hacia ellos mismos.
»Hay algo importante en lo que dices y es que está empeorando, pero lo crucial es el motivo y también lo acabas de decir: su interés amoroso y su mejor amiga. Ellos son la causa del decaimiento de Samantha.
Jacobo arrugó la frente.
—Pero ellos le hacen bien —rebatió sin pensarlo, luego agachó la cabeza por contradecir a su maestro—. Es decir... ¿no deberían hacerle bien?
—Me dices que el cariño que el chico le da es un buen cariño —tanteó Ambrosio. Jacobo asintió—. Y su amiga es leal, supongo, una buena amiga y compañera; la quiere, ¿correcto? —Jacobo asintió de nuevo—. Ahí está. Samantha no ha recibido en su vida un cariño tan leal y ahora que lo tiene no sabe cómo actuar al respecto, eso pasa cuando hieren tanto a un humano: se acostumbran a ese trato y cuando llega algo diferente y mejor, es difícil recibirlo y sentirse merecedores.
—Es decir que es perjudicial que la quieran tanto —dijo Jacobo, aunque sonó más a una pregunta incrédula.
—No precisamente. Lo que sería perjudicial sería que Samantha se aferrara a ese cariño demasiado. Ella tiene problemas de confianza, de amor propio pero no puede reemplazar esa carencia recibiendo a terceros en su vida, si lo hace lo único que hará será volverse dependiente a ellos, algo muy dañino a largo plazo. Aún con todo, el que ella se sienta así es algo bueno en este caso.
Jacobo bufó involuntariamente.
—¿Eso es bueno?
—Claro que sí. Mientras ella tenga en mente que como está ahora no podrá corresponder a ese cariño, tendrá la idea de buscar ayuda. Lamentablemente la solución para su depresión no es el amor, necesita terapia y lo más pronto posible.
—Ahí el problema —comentó Jacobo con algo de hastío—, ella no quiere. Dice que le da vergüenza con sus padres, que se reirían de ella.
—Eso puede ser cierto, sus padres no son precisamente comprensivos.
—Le he dado cápsulas de valentía, pero no es suficiente.
Ambrosio suspiró, miró vagamente el suelo de su despacho y luego levantó la mirada con seriedad; Jacobo vio por primera vez ese gesto de gravedad, como si lo siguiente a decirse fuera tan delicado que no podía permitirse una expresión más amigable.
—Podemos ayudar con eso, pero no es sencillo, Jacobo, ni legal en absoluto. Es arriesgado.
—Haré lo que sea.
—No se trata de tu voluntad para ayudar, sino de tu disposición a romper a Sam.
Las palabras atravesaron el aire y llegaron a los oídos de Jacobo con un frío que se le extendió por el cuerpo. Se estremeció aguardando que esa desagradable sensación se perdiera luego de dos segundos, pero solo permaneció ahí, poniéndole los nervios de punta y enredándole los pensamientos.
—No comprendo...
—En el punto en el que está Samantha, solo hay dos opciones para que ella busque el camino de mejorar: un milagro... o una catarsis. —Ambrosio hizo una pausa para que su aprendiz masticara las palabras con calma, al cabo de unos instantes, continuó—: Sé que suena drástico, pero con Samantha no podremos a las buenas porque hay muchas trabas en ese camino, así que nos toca por las malas. No estamos en una etapa inicial de su condición, ya es grave y asimismo debemos actuar en contra. Sam debe romperse de una manera que ni sus padres puedan burlarse de la idea de buscarle ayuda.
—Lastimarla... —dedujo Jacob, compungido—. Físicamente lastimarla, ¿es así?
Su tono dejaba claro que le parecía un disparate por el cuál no arriesgarse así que Ambrosio intentó amielar lo más posible sus palabras para que Jacobo no tuviera que ponerse a la defensiva.
—No del todo... Samantha no verá que su problema es serio hasta que la gravedad sea tangible; si continúa con la estabilidad o declinación actual, la gravedad pasará desapercibida y puede un día acabar mal. En cambio, con una catarsis hay una herida certera y directa que no podrá ignorar aunque lo intente.
—¿La va a ayudar empujándola al abismo? —inquirió Jacobo, incrédulo—. Le pido disculpas si soy lento entendiendo, pero no le hallo lógica.
Ambrosio no encontró más camino que ser crudamente directo:
—Jacobo, Samantha está presentando señales de alerta. Eso de la falta de participación, ausencia de ánimos, decaimiento... te apuesto a que ha dejado de comer con regularidad o que ahora come mucho más. Sus ciclos de sueño están desordenados, ¿me equivoco? Sus sonrisas son más infrecuentes y más falsas que antes. —Jacobo calló ante toda la razón que tenía su maestro, en todo había acertado—. Y no tiene disposición alguna de buscar ayuda, es decir que está cerrada completamente a eso. Si la dejamos seguir por ese camino, el decaimiento será cada vez mayor hasta que finalmente, en unos meses o en unos años, dirá que no quiere más y puede cometer una locura. La mente no es un juego pero cuando quiera puede decidir que se acabó y no queremos eso. ¿Comprendes? Samantha está más quebrada de lo que crees, y necesitamos romperla del todo para que pueda empezar a recoger y juntar sus pedazos.
Jacobo se sintió abrumado ante la realidad que su maestro le presentaba que era, de lejos, mayor a la que él mismo sentía que enfrentaba. Se sintió mareado al reconocer que cada palabra de Ambrosio tenía una lógica retorcida que le revolvía el estómago.
—¿Y si sale mal?
Ambrosio lo miró a los ojos con determinación.
—Te lo dije: es arriesgado. Podemos intervenir con métodos simples para que su catarsis no sea de un día para otro, pero de que debemos actuar, debemos. La verás mal, mucho más de lo actual y puede que en su entorno las cosas se compliquen, puede que sufra mucho pero sanará. A como está ahora, solo sufre, sin opción a nada. Lo que te ofrezco es una opción, que si bien puedes negarte, como maestro te aconsejo que aceptes.
Jacobo suspiró y desvió la mirada de los ojos de Ambrosio; el corazón en el pecho le latía con desenfreno ante la propuesta. Confiaba plenamente en su maestro, debía reconocer que la meta final de sanar a Sam era su objetivo desde que bajó pero el costo que representaba le parecía demasiado. Sus manos temblaban al igual que su voz, pero una parte de él, la que más amaba a Sam, lo instó a continuar.
—¿Y cómo es eso? —Se oyó decir.
—La mente humana es selectiva —contestó, volviendo a su tono formal y académico—, es capaz de guardar con recelo los recuerdos que no quiere perder, pero más importante aún, es capaz de bloquear los que le gustaría eliminar. Sin embargo nada de eso se olvida, solamente se relega a una esquina del cerebro a la espera de una catarsis que rompa el vidrio blindado tras el cual se han guardado. Samantha tiene su propia bóveda.
—Pero le he leído la mente y tiene muy presentes cada insulto y menosprecio recibido, no ha olvidado u ocultado nada.
—Te dije hace un rato que la conozco más que tú y por eso te digo esto. Tú eres una parte de ella y por ende solo tienes a disposición la parte de la mente y del corazón que ella puede mostrarte. Hay un rincón de su mente que no se te está permitido mirar.
Jacobo una vez más sintió miedo ante la posible revelación que recibiría; intentó que sus ojos no se aguaran o que su garganta no anidara un nudo, esperó que su cuerpo no lo traicionara haciéndolo lucir débil con su maestro. Esperó, esperó, solo esperó.
—Y es un rincón que debemos sacar a la luz, supongo —aventuró,tratando de sonar firme.
—Así es. Esa bóveda nos dará la catarsis.
La voz le tembló a Jacobo al preguntar:
—¿Qué hay en la bóveda?
Ambrosio mantuvo su gesto firme y grave, con la esperanza de que ese aplomo le fuera contagiado a su aprendiz. Tomó aire, y respondió:
—Los abusos sexuales que vivió por parte de un amigo de su padre cuando era niña.
A Marissa le tomó veinticinco cupidos diferentes hallar a uno de mente más ingenua y dócil a quien pedirle un importante favor. Irónicamente, lo halló al lado de Samantha, en el cupido de su amiga Lisa, que, desesperado porque su humana dejara de sufrir por un amor no correspondido, estaba dispuesto a cualquier cosa.
Fue una fortuna que Jacobo decidiera irse esa mañana y que cuando Lisa subió al autobús, Keit solo se cruzara con Marissa. Habían entablado una conversación de apariencia casual, pero fue cuando Lisa vio a Franco a lo lejos y su gesto se endureció, que Marissa decidió empezar a contarle sobre las ayudas que podría conseguir para su humana.
Una vez que Keit se enteró del almacén —del que solo tenía rumores— una esperanza afloró en él, mas cuando Marissa le dijo que Jacobo estaba al tanto de todo y que trabajaba con ella, su ceño se endureció:
—He estado con Jacobo desde que bajó y nunca me lo dijo.
Recordó con recelo que Jacobo negó rotundamente conocer el Almacén ilegal cuando el tema había salido un tiempo atrás. Keit se sintió engañado y Marissa tuvo que arreglar rápido la situación.
—No lo culpes, yo le he pedido que no se lo diga a nadie. Es muy importante mantener el secreto.
Marissa tenía el don del carisma y era fácil que cualquier ser confiara en ella y en sus palabras. Gozaba de una mezcla de indulgencia y autoridad que la convertía en una manipuladora experta, cualidad muy ventajosa para sus planes actuales. Pudo hacer que Keit sintiera que ella era la líder de todo así que librar a Jacobo de culpas no le fue complicado.
—¿Son ustedes los protagonistas de los rumores sobre posibles protestas? —tanteó Keit de nuevo.
—No puedo afirmar nada —expresó con diplomacia—. De momento solo puedo asegurarte que quiero ayudar. Tu humana necesita eso, ¿verdad?
El semblante de Keit se aligeró.
—Sí. Ya sabe que el chico al que quiere no le corresponde pero sigue sufriendo por ello, negándose totalmente a mirar a algún otro. Hace unos días un chico le habló, un chico atractivo y que al parecer tenía un gusto con ella, intenté flecharla para que correspondiera pero la flecha simplemente no entró a su cuerpo, solo rebotó. Yo ni sabía que eso era posible.
—No es común —coincidió Marissa—, pero no imposible. Si estaba enamorada del otro chico, su cuerpo, mente y corazón simplemente no querrán a otro. Necesitas sacarle esa obsesión para que pueda avanzar, es la única solución.
—¿Cómo lo hago?
Una sonrisa que podría catalogarse como perversa adornó el rostro de Marissa por unos segundos; recompuso pronto el gesto y supo disimular en su tono la satisfacción de que las cosas le salieran bien.
—Hay maneras, Keit, pero como sabrás, nada es gratis.
Su entonación era tan clara y dulce que no alcanzó a sonar como un soborno más que como un negocio justo y amable.
—Claro, ¿qué necesitas?
—Un favor sencillo.
—Dime.
—Te diré dónde queda el Almacén, te daré instrucciones detalladas. Una vez allí deberás comprar tres elementos: Aniasma, Leis y un anillo evanescente. En el Almacén se paga con flechas sin nombre y como esas son ilimitadas, no tendrás problemas. Luego deberás ir a Tormenta Fría, a mi apartamento y encontrarte con un amigo.
—¿Tormenta fría...? —Keit tragó saliva, repasando rápidamente sus conocimientos sobre la tierra de los desterrados. Sintió un escalofrío—. ¿Para qué son los objetos?
Marissa le explicó breve pero detalladamente la función de los objetos: llevar a un exiliado o condenado a la tierra, y ante el gesto de incredulidad del cupido, ella sonrió de manera tranquilizadora.
—Luego de que bajes acá con él, te diré qué puedes usar con tu humana. Favor por favor.
El retintín maternal que tantas veces había convencido y encantado a Jacobo al punto de darle confianza total a la exiliada, funcionó también con Keit que ni de lejos hubiera sospechado algo malo de la buena ex cupido que quería ayudarlo.
—¿Tendré problemas por esto?
—Si andas con cuidado, no —respondió de nuevo haciendo uso de su evasión a preguntas incómodas—. Y eso implica no decirle a absolutamente nadie, incluyendo a Jacobo.
Keit casi duda de las intenciones de Marissa al escuchar esa condición pues consideraba que ellos dos eran buenos amigos y no se ocultaban cosas... pero finalmente no le dio tantas vueltas y se sintió halagado de que Marissa lo escogiera para un favor al parecer tan importante. Y además, ayudaría a Lisa, no le importaban las condiciones.
—Comprendo. En secreto y con eficacia. Luego me ayudas con Lisa y aquí no ha pasado nada, ¿correcto?
—Exactamente.
Keit suspiró; una parte de su instinto natural le gritaba que estaba haciendo tratos con el diablo, pero el resto de su ser que amaba a su humana, le decía que pagaría el alma por ayudarla así que era problema si ese era el caso.
—¿A quién debo traer entonces?
—Su nombre es Aaron. Aaron Holy.
Alice esperó a que todos se levantaran del suelo, incluído Drew, para estirarse un poco hacia Román que estaba terminando de recoger los papeles que había sacado. Le tocó la rodilla para llamar su atención y este la miró:
—¿Podemos hablar un momento? —preguntó—. A solas.
—Claro.
Román desistió de su intención de levantarse del césped y a cambio le hizo una seña a Drew y a sus demás compañeros de que ya en un rato los alcanzaba. Estaban en la hora de receso y habían tomado su merienda en el patio, sentados en el suelo. Aún quedaban unos minutos para el timbre de entrada a clases cuando quedaron solos y Román le sonrió a Alice.
—¿De qué quieres hablar?
—De Sam —respondió Alice sin rodeos. Román se enserió—. Como mejor amiga de Sam no debería hacer esto porque puede tomarse como indiscreción, pero como mejor amiga también debo hacerlo por su bienestar.
—¿Qué con ella? ¿está bien?
—Román, ¿qué tanto te importa Sam? —Evadió el tema—. Ponte la mano en el corazón y responde. En la escala del uno al diez, donde uno es un romance adolescente pasajero y diez querer nietos con ella, ¿qué tanto la quieres?
Alice sabía esa respuesta por todo lo que Sam le contaba, pero debía escucharlo de la propia voz de Román para creerlo. Él arrugó la frente, consternado por la pregunta directa y fuera de lugar pero respondió con sinceridad:
—Diez. ¿Ella te dijo que me lo preguntaras?
—No. Ni le puedes decir que he hablado contigo —exigió—. Dicho eso, aquí voy: Sam es muy especial, más de lo que puedes pensar, ¿sabes? Y yo la quiero tanto que no me gusta verla mal. Ella te quiere y eso no cuenta como indiscreción porque sé que te lo ha dicho ella misma, le gustas un montón, puede que en la misma medida que ella te gusta a ti.
Román sonrió complacido, pero su sonrisa se apagó ante el tono lúgubre de Alice; esa charla no sonaba precisamente como una para recalcar lo bonito.
—¿Pero?
—Pero Sam es complicada. Ella y su mente no van al mismo ritmo, lo alegre que se muestra no es genuino cada día, Román, no sé si me comprendas eso.
Román pensó en la sonrisa que Sam le había mostrado cuando habían ido al orfanato y supo a lo que Alice se refería. Solo viendo su sonrisa real era posible distinguirla de su sonrisa rutinaria, no le había prestado suma atención a eso pero ahora que Alice lo mencionaba le pareció que era más importante de lo pensado.
—Sí, comprendo.
—Siguiendo eso, te digo que con ella puede que requieras muchísima paciencia. Le gustas, sí, te quiere, sí, pero de eso a que te diga que quiere algo contigo, algo serio o formal, puede haber mucho camino. Muchísimo —enfatizó—. Si ella te dice que solo querrá una relación contigo dentro de un año, ¿te parecerá bien? ¿la esperarás por tanto?
El peso del cuestionamiento le cayó duro a Román en la cabeza , así que optó por buscar hacer tiempo mientras asimilaba todo.
—¿Por qué me preguntas eso?
—Porque la quiero y odio verla triste. Si tú la hicieras sufrir...
—Yo no haría eso.
—No adrede —puntualizó Alice—, pero de nuevo mi pregunta principal, ¿la esperarías un año o más? Porque en el hipotético caso de que la respuesta sea no, es ella la que llevará la peor parte si se sigue encariñando contigo así como está. Te he tomado cariño, Román, y por eso te pido que actúes con el corazón; si tus intenciones son pasajeras o si sientes que un año suena a mucho para tenerla solo como amiga, aléjate ahora que estás a tiempo. Sé que suena egoísta, pero no pienses en ti, solo piensa en ella. Hay muchas chicas en el mundo, muchas con las cuales puedes tener una relación normal, estable y bonita. Sam no es de momento una de ellas, puede que llegue a serlo, pero puede que no ¿estás dispuesto a esperar por algo que no es seguro?
Román no era realmente consciente de todos los problemas que Samantha tenía pero tampoco le sorprendió que Alice los insinuara, algo en la mirada de su Sam siempre le dejaba la sensación de que ocultaba algo, de que sufría por algo. Además, ella misma le había dicho que temía a que él la dejara, que le temía a quererlo por miedo a resultar herida, que le aterraba sentir, así que todo tenía sentido... le faltaba saber mucho más pero tenía sentido.
Aún con todo, la respuesta de Román no flaqueó dentro de sí ni un segundo y así se lo hizo saber a Alice:
—Sí, la esperaría.
—¿Y si hay problemas?
—Les buscamos solución.
—¿Y si son problemas difíciles?
—Se le busca una solución difícil.
—¿Y sí...?
—Alice, yo no quiero a Samantha para besos en las mañanas y ya, no la quiero como un trofeo o como una novia de la que seguramente no me acordaré en diez años. Sé que posiblemente no lo entiendas, porque nadie lo hace cuando se los digo, pero yo la quiero completamente para todo. Así me sigan diciendo, hasta mi madre, que soy muy joven para querer así, no me importa, Sam es la persona que Dios hizo para mí, lo sé. Solo lo sé, no me preguntes cómo pero así es.
Alice sonrió con un deje de ternura; Román sentía sus mejillas calientes pero no quitó su ceño fruncido, intentando imprimir seriedad y aplomo a su declaración.
—Tienes razón, no lo entiendo —concedió Alice—, pero era lo que quería escuchar.
Román suspiró.
—Pasé la prueba de fuego —bromeó, intentando alejar el bochorno de su cara—, ya conquisté a la mejor amiga, tengo la mitad ganada.
—Me temo que aún te queda la mitad más difícil —afirmó Alice—. Tenemos mucho de qué hablar.
No le gustaba verse a sí misma como una chismosa o amiga desleal pero dado su antecedente con Dallas estaba dispuesta a agotar todos los recursos para ayudar a Sam; se consolaba solo con la idea de que con el tiempo, cuando ya todo estuviera bien, ella se lo agradecería.
Por favor no me odies, Sam —pensó—, sé que es por tu bien. Te prometí no decir nada a nadie pero si para verte bien y feliz debo romper una promesa, así sea...
Alice, sin saberlo del todo, iba a empezar a tejer con Román la red en la cual Sam podría apoyarse cuando cayera. Muchas veces para las personas es fácil asumir que manteniendo en secreto los conflictos la solución llegará sola, pero no es así, gritando alto y buscando apoyo es la manera más eficaz de remendar lo roto.
El amor no es la solución a los problemas, pero sí puede llegar a ser el impulso para buscarla, para dar el paso. Sam necesitaba un amor que la empujara a buscar bienestar y sin saberlo, ahora tenía a Román y a Alice que sin condiciones, estaban ahí para amarla.
2/2
Amo los capítulos con revelaciones muajaja
¿Qué les ha parecido el capítulo? CUÉNTENME =)
Hora de las teorías conspiranóicas. ¿Qué hace Aaron con Marissa? ¿De qué lado está Marissa? ¿Jacobo romperá a Samantha? ¿Román se quedará cuando Alice le cuente todo? ¿Ayudará a Sam? ¿Samantha podrá soportar los recuerdos? ¿Sus padres sabrán de los abusos mencionados? ¿Esta historia tendrá más de 50 capítulos? ¿Thyfh dejará un final feliz?
No se pierda la respuesta a esto y mucho más próximamente por este mismo canal xD
Los amo un montón ♥
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