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40. ➳ Pruebas de amor ♡

«El amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente el miedo ahuyenta al amor».
-Aldous Huxley

***

El buen corazón de Samantha, al igual que el de su cupido, podía llegar a ser ciego por la necesidad de acoger a los demás de buen agrado. Ambos a su manera eran conscientes de su ingenuidad pero a la vez se guardaban ese aspecto como algo bueno y no como una debilidad.

Y la debilidad más fuerte de Sam en la actualidad era Román; no solamente por lo bonito que afloraba en ella sino por esa vulnerabilidad a la que se sometía sin poder evitarlo pues con cada día que pasaba, sentía que al mínimo inconveniente con su vecino, se vendría abajo. Sam sabía que estaba mal, sabía que mientras su mente siguiera siendo una contrincante en lugar de una aliada jamás podría tener relaciones normales, ni amorosas ni laborales ni con amigos; quería cambiar, quería superarlo pero el miedo a enfrentarse a ella misma la frenaba.

Cuando Alice le insinuó que sería bueno buscar ayuda profesional Sam se negó de inmediato pero la verdad era que esa posibilidad era una que se había planteado en varias ocasiones desde que fue consciente de que podía haber problemas con ella, más o menos después de sus quince años cuando notó que no pensaba ni sentía como las demás de su edad.

Le había dado a su amiga la excusa más simple: que sus padres no lo aceptarían y aunque esa era parte de la verdad, Sam sería capaz de enfrentar una negativa o incluso consideró en varias ocasiones el acudir a un psicólogo sin que ellos supieran, así que ese no era el inconveniente real.

Era ella misma.

Sam era plenamente consciente de cada uno de sus recuerdos pero había hallado la manera de embovedar los más punzantes para que no la molestaran directamente; todo estaba ahí pero se había convencido que las imágenes más dolorosas de su vida estaban en una caja con llave que podía ignorar mientras permaneciera así, y sabía que ir a terapia era equivalente a tener que abrir esa caja, mirar su contenido, recordar detalles, vivir de nuevo en carne propia cada palabra, acto y abuso vivido y eso era algo que la atemorizaba más que la idea de tener conflictos para relacionarse por siempre.

Se había convencido de que si jamás hablaba de lo malo, podría fingir que nunca había pasado. A veces cuando en las noches lloraba en su rutina ineludible de tristeza, solo por unos segundos, consideraba la posibilidad de que muchas de las cosas que la atormentaban eran solo pesadillas que su cerebro había tomado como reales en algún momento, pero cuando volvía a ser dueña de sí misma también recobraba la certeza de que todo era real y palpable, incluso para su lejana memoria infantil incapaz de crear semejantes episodios de la nada.

Así que su mano titubeó sobre el teléfono de la línea fija de su casa. En un arranque de valentía había marcado el número de su servicio de salud para solicitar una cita con la esperanza de obtener turno con psicología pero mientras escuchaba del otro lado la música insulsa de espera, se sintió mal. Un vacío se instaló en su estómago y un nudo en su garganta; era lo más lejos que había llegado alguna vez para conseguir ayuda pero lo sintió tan real que se aterró como nunca antes.

—Agendación de citas Medisanidad, habla con Amber, ¿en qué le puedo colaborar?

Sam titubeó, sintió sus mejillas calientes y con la valentía fuera de su sistema, colgó.

—No puedo hacerlo —se surruró a sí misma, casi con desprecio y asimismo volvió a su habitación.

➳♡

El pecho de Jacobo se desinfló cuando Sam dejó el teléfono y regresó a su cama. Resopló a la nada y encorvó la espalda al ir tras ella con Marissa a su lado.

—No te desesperes —le dijo Marissa—. El que considere buscar ayuda ya es un paso. Todo es un proceso, Jacobo, y no es fácil.

—Lo sé —respondió exhausto—. Es solo que duele, Marissa. Duele amarla tanto y no poder hacer gran cosa para ayudarla; esa impotencia me tortura, me hace reconsiderar el motivo de mi existencia. Es decir, ¿para qué estamos acá? ¿para verlos sufriendo y callar? Somos tan inútiles como un ventilador en el polo norte.

Marissa guardó silencio varios minutos pues no tenía una respuesta seria para ello. Finalmente respondió, no lo que Jacobo esperaba, pero no tuvo nada más que decir:

—Una vez cuando era niña le pregunté eso a mi maestro —confesó—. Le pregunté que por qué existíamos; recién me estaba enseñando los temas de mi misión y me dijo que cuando llegara el día de bajar a tierra, mi humano no podría verme ni oírme, así que de ahí surgió mi duda.

—¿Qué te dijo?

—Me dio una respuesta que le das a una niña de ojos brillantes que quiere saber todo: me inventó una leyenda mágica. —Marissa hizo una pausa en medio de una sonrisa para medir la reacción de Jacobo, que aunque decaído, le prestaba toda su atención—. Cuando el mundo fue creado y los humanos empezaron a caminar por la tierra, poco demostraban su amor pues no lo conocían mucho. El Creador se cuestionó si le había faltado poner amor a su especie más inteligente así que le dio un don a la palabra de la primera mujer: el don de dar vida con amor sincero, solo para comprobar si ese amor de hecho servía para algo. Así que cuando esa mujer tuvo su primer bebé y le dijo el te amo más sincero conocido por el universo, nació el primer cupido en otro mundo, Skydalle. Entonces eso somos: una prueba de que el amor sincero sí es capaz de dar vida. Mi maestro dijo que nuestra existencia era básicamente una prueba tangible hacia el Creador de que el amor sí existe en su mundo hecho de polvo y brisa.

Jacobo reflexionó un poco esas palabras aunque nunca tomándoselas como más que una leyenda mágica.

—Una noción un tanto egoísta —murmuró luego de un rato—. Somos una prueba para el Creador, pero somos nadie para los seres por los que nacimos.

—Somos amor y el amor no se ve ni se escucha —musitó Marissa, luego soltó una risita—. Eso también me lo dijo mi maestro pues yo le respondí más o menos lo mismo que tú.

Jacobo la miró en silencio por varios segundos y de repente la vio mayor de lo que en realidad era, la vio con más peso en sus ojos del que quería aparentar; quiso preguntarle toda su historia, esperar que fuera la misma que Lilith le había contado y luego asegurarle que la había perdonado. Todos en Skydalle parecían recordar lo terrible que fueron sus acciones para el pueblo pero nadie pensaba en que solo había sido un error influenciado por la crianza que tuvo y los engaños con falsas promesas.

Pero ¿y su sufrimiento? Perdió a su maestro, al amor de su vida, su libertad, todo lo que podía hacerla mínimamente feliz se había ido a la basura y nadie parecía considerar que el dolor y el arrepentimiento eran motivos suficientes para cambiar, para ser merecedor de una oportunidad más.

La mente de Jacobo se llenó en unos segundos de la historia de Marissa y tuvo que morderse la lengua para no soltar ni una de las mil preguntas que tenía.

—Suena a que fue un buen maestro —dijo a cambio.

De reojo notó que Marissa se encorvaba en su lugar aunque sonrió con añoranza.

—Muy bueno, sí. No perfecto pero sí muy bueno.

El deje de tristeza en su voz hizo estremecer a Jacobo así que solo dijo lo primero que se le ocurrió para cambiar de tema:

—¿Te puedo hacer una pregunta algo rara? —No esperó respuesta y lo dijo de una vez—: ¿Sabes algo de por qué entre dos cupidos puede haber electricidad?

Se sonrojó nada más decirlo pero mantuvo su vista al frente intentando aparentar la calma e indiferencia que no tenía.

—¿Electricidad?

—Sí... —vaciló. Ya había entrado en gastos así que se fue por una de las ramas con la intención de hallar respuesta sí o sí—. Cuando Román y Sam se besan, hay un corrientazo doloroso entre su cupido y yo. Es raro.

En la mente de Jacobo, no usar el nombre de Melody directamente le confería a su pregunta falta de interés y formalidad, pero Marissa a su lado, sin que él la viera, sonrió algo burlona pues sabía perfectamente de quién hablaba.

Por fortuna sabía la respuesta así que tomó dos segundos para imprimirle seriedad a su tono y contestó:

—No pasa siempre. Si Sam besara a cualquier chico en su colegio, no pasaría eso con su cupido si ella no tiene sentimientos hacia él, ¿comprendes?

—¿Es decir que pasa porque Sam quiere mucho a Román?

—En parte. —Marissa buscó las palabras con calma y continuó con tono sosegado—: El amor del que estamos hechos está conectado de cierta manera al reglamento de Skydalle, donde dice claramente que en tierra no podemos relacionarnos con otro cupido, así que cuando esa conexión dice que está la posibilidad de involucrarse más de la cuenta, pasa eso de la corriente. Es otra manera de represión, de mantener el control.

—Para alejarme de ella —razonó Jacobo en voz baja, siguiendo el hilo de sus pensamientos—. Y duele... físicamente hablando, me refiero.

—Así es. Mientras estén acá, el reglamento los obliga a centrarse al cien por ciento en sus humanos así que cualquier... acercamiento diferente hará que la corriente aparezca. Apuesto a que no te dan ganas de acercarte a ella cuando les pasa eso —concluyó en tono jocoso.

Jacobo quiso responder que siempre le daban ganas de estar con Melody de cualquier modo pero entendió el punto de Marissa así que solo negó con la cabeza.

—No realmente.

—Te gusta mucho, ¿eh? —Le soltó Marissa, y aunque Jacobo se escandalizó al escucharlo tan directo, no pudo evitar sonreír—. Y tú le gustas a ella, lo sé desde que la vi. Y no te sientas mal por ello. De hecho la norma de cero relación en tierra nació porque se descubrió que cuando los humanos se atraían muchísimo, había un magnetismo entre sus cupidos que los hacía enamoradizos y muchas veces, irresponsables.

—Tiene cierto sentido —admitió—. Pero fastidia.

—Sí, es verdad. Y no es algo que te enseñan los maestros.

—¿Tú cómo lo supiste?

—Se lo pregunté al mío.

Jacobo se arriesgó con una pregunta repentina:

—¿Te pasó a ti cuando estabas en misión?

Marissa perdió de repente su humor alegre ante el tema y una vez más, Jacobo lamentó hacer la pregunta equivocada. Aún con todo, esperaba que ella no le mintiera sobre Sandro así que aguardó paciente una respuesta.

—Hubo muchas cosas que mi maestro me enseñó y que muchos no saben.

Evadió la pregunta, pero al menos no mintió y Jacobo tomó eso como algo no negativo.

Marie observaba el partido intentando dividir su atención entre todos los jugadores pese a que solo tenía real interés en uno de ellos. Mario la había visto ya y la había saludado con un amistoso ademán para luego seguir metido en su juego. Marie se sentía mal porque era consciente de que Mario le gustaba mucho pero también sabía que no era recíproco.

Ella no era ciega ni tonta, tenía en mente que podía llegar a ser muy atravesada cuando algo le incomodaba, era un defecto que intentaba cambiar pero que de momento no había podido hacerlo y por eso sabía lo grosera que había sido con la amiga de su hermana menor dejándose llevar por el capricho que sentía con Mario, y aunque tenía la tentación de disculparse con todos, su orgullo no se lo permitía.

Marie no era mala, solo que nunca había aprendido a manejar bien sus emociones y a actuar en consecuencia.

Dos cosas le habían quedado en claro aquella tarde cuando salieron: uno, que Mario defendería a Samantha de cualquier persona, y dos, que él estaba fuera de su alcance. Aún así no dejaba de gustarle y por eso esperaba al menos poder conservar su amistad con él; se dijo que de coincidir de nuevo con Sam la trataría con más amabilidad pues era la mejor amiga de su hermana y además, Marie no era borde con nadie en realidad; tendía a ser algo prepotente con frecuencia pero no mal educada.

Cuando el partido entró a descanso de medio tiempo, Mario se acercó a ella que estaba sola en una de las graderías de la esquina.

—Hola. No esperaba verte por acá.

—Iba pasando y vi que había partido, así que entré un rato.

No se habían visto desde aquella salida grupal y Marie sintió la necesidad de pedir una disculpa pero se abstuvo; no tenía caso ni sacar el tema.

—Espero que hoy también estés mandando buenas vibras al equipo.

—Claro que sí, siempre.

Mario le sonrió con tanta amabilidad que a ella casi le incomoda la idea de sentir algo por él porque odiaba querer lo que no podía tener.

Él por su parte estaba siendo genuinamente gentil, Marie le había agradado cuando la conoció; sí, su única salida juntos no había ido muy bien pero Mario debía admitir que al estar tan pendiente de Sam y su vecino, la había ignorado adrede y eso no era para nada cortés así que no podía decirse que él había sido un compañero ideal. Ambos a su manera habían sido pesados ese día y a la vez, los dos tenían en algún lugar de su cabeza que podían llegar a ser buenos amigos si dejaban esa primera salida de lado.

—Si ganamos, te invito un helado, ¿te parece? En pago por las buenas vibras recibidas.

Marie pulió una sonrisa encantadora, sin tensión, sin doble intención y Mario le respondió con una igual.

—¿Y si pierden?

—Tú me lo invitas a mí.

—Suena justo.

—No realmente, sé que no perderemos así que estoy en desventaja.

—Te tienes mucha fe —bromeó ella.

—No te lo niego.

Uno de los compañeros llamó a Mario para retomar el partido y este se fue, no sin antes guiñarle un ojo a Marie. En ninguno de los dos había dobles intenciones pues de momento solo querían cultivar una amistad y eso era bueno porque sin pensar en algo más, podían conocerse de forma más auténtica.

Samantha miró a lado y lado cuando ya había recorrido una calle desde su casa hacia la parada de su ruta; le resultaba curioso no encontrarse con Román dado que la mayoría de días se cruzaban y este era ya el segundo en que no coincidían. Se había tentado en varias ocasiones del domingo y del lunes de escribirle pero su incapacidad de iniciar una conversación con él se lo impidió.

Pensó con ironía que cuando no le gustaba Román era más sencillo escribirle sin motivo, ahora tenía la sensación de que sonaría intensa o fastidiosa por iniciar con un simple hola. Las inseguridades siempre estaban allí pero se le acentuaban en la misma proporción en que su cariño por Román crecía.

Sus cavilaciones al respecto se interrumpieron cuando escuchó la voz a lo lejos:

—¡Sam!

Tuvo que contenerse para no girar en medio de un brinco o sonreír tan ampliamente como su corazón pedía. Giró lentamente con aparente desinterés y solo pulió una cómoda sonrisa a Román, que para variar, venía algo serio. Sam saludó al verlo junto a ella:

—Hola. ¿Cómo estás?

Sam recordó vagamente una de las frases que escuchó de sus labios ebrios tres días atrás: "quiero besarla cada mañana antes de ir a estudiar" y estuvo a punto de reclamarle que cumpliera su deseo pero se abstuvo, mordiendo su labio a la vez que bajaba la mirada.

—¿La verdad? Algo apenado contigo —confesó Román—. Yo... recuerdo que dije muchas cosas el sábado aunque admito que no estaba seguro de si te las decía a ti pero me dijeron mis amigos que sí eras tú y pues... yo no suelo embriagarme más o menos nunca...

—Sí, lo noté —replicó con suavidad.

—Así que... te seré sincero: sé que no dije nada malo pero le conté mis desventuras a Amy y al final concluí que no estoy seguro de si debo pedir disculpas o no.

El tono medio interrogativo de Román daba pie para que Sam respondiera y lo sacara de dudas. Sam pensó distraídamente que pese a no ser muy notorio, Román estaría muy sonrojado en ese momento.

—Pensé que te apenaba lo que dijiste porque lo habías exagerado —murmuró Sam sin dejar muy en claro si era una tímida confesión o una apuesta bromista—. No supe de ti ni el domingo ni ayer y creí que buscabas la manera de retractarte.

—No retracto ni una sola palabra —aseguró con aplomo. Ninguno dejaba de mirar al frente ni mermaban el paso hacia el paradero, tomando una actitud ausente pese a que el cien por ciento de ellos estaba concentrado en el otro—. Pero te admito que es cierto que si por mí fuera, no te habría buscado sino hasta dentro de un mes cuando hubieras olvidado todo.

Sam rió.

—¿Y por qué cambiaste de opinión?

—Era mejor afrontar la vergüenza profunda que un mes entero sin verte.

Samantha se sonrojó y desvió la mirada al lado opuesto de donde estaba Román para que él no viera su gran sonrisa. Él la notó, sin embargo, y se mordió el labio, satisfecho.

—¿Te han dicho que podrías vender tus frases de coquetería? —Se burló Sam—. De verdad, tienes un don para salir airoso de todo con un par de palabras.

—Tomaré eso como que no debo disculparme ahora.

Llegaron al paradero y se detuvieron, guardando un par de metros de distancia con otros dos chicos que también esperaban transporte. Sam levantó la mirada y se encontró con los mismos ojos juguetones y encantadores que adoraba de Román; se caló sus gafas en mero reflejo y al bajar la mano, la dejó sobre la correa de su mochila.

—No, no debes. Solo... no saquemos el tema y todos felices.

Era un trato conveniente para ambos pues Samantha también recordaba haber dicho más de la cuenta al pobre ebrio que ni sabía que estaba con ella. No iba a aguantar una charla al respecto así que era mejor hacer de cuenta que nada había pasado, para ella era un buen plan.

—Me quitas un gran peso de encima. —Román suspiró—. Dicho eso, ten un beso de chocolate.

Sacó de su bolsillo un pequeño bombón que Sam tomó, sonriente.

—Es muy temprano para chocolate.

—Ya me comí dos, espero que no sea malo. Los compro por paquete a escondidas de mi mamá.

—¿Se enoja si compras chocolates por paquete?

—Se enoja porque no le comparto.

—Dale un par y no habrá lío —resolvió Samantha.

Román negó con la cabeza a la vez que le pasaba a Sam un brazo sobre los hombros, acortando la distancia en un toque que fue solo amistoso e informal.

—Los besos de chocolate solo son para ti y para mí.

Sam suspiró al tenerlo tan cerca y deseó tener la valentía de estirarse más y besarlo como cuando le dijo tantas cosas bonitas en casa de su amigo. Destapó distraídamente el beso de chocolate y lo puso en su boca, agradeciendo que el dulzor en su lengua le diera tiempo de pensar con claridad pese a tener aún a Román pegado a su costado.

—No te di la mitad —dijo finalmente, intentando bromear—. Lo pensé pero ya te comiste dos, así que no te guardé medio de este.

—Tus labios deben saber a chocolate en este momento. Dame un beso tuyo y quedaremos a mano.

Sam miró tras de sí y vio que su ruta se acercaba así que en medio de una risa nerviosa se soltó de Román que solo rió ante su respuesta inmediata. Una ruta de otro colegio había frenado primero así que tenían los segundos que tardaba en recoger a los otros estudiantes hasta que el de Sam le abriera las puertas a ella.

—Eres un tramposo —le murmuró. La ruta de Sam avanzó hasta quedar a dos metros de ella—. Pero solo por esta vez me dejo engañar....

Sam se acercó como un rayo y le estampó un beso corto de un segundo en los labios que entre el chocolate y la calidez, le saciaron la necesidad que tenía desde que lo vio unos minutos atrás. El corazón se le desbocó ante su pequeña osadía y guardó de nuevo distancia con él con la misma velocidad, justo a tiempo para que el conductor le abriera las puertas del bus.

Román había quedado pasmado porque todo sucedió en menos de diez segundos pero la sonrisa que se le dibujó, no se la borraría nada en el mundo. La vio subirse al bus sin mirar ni un poco hacia atrás ni despedirse y allí se quedó hasta perder de vista la ruta. Empezó a caminar hacia su propio destino pero sacó el teléfono para mandarle un mensaje:

Román: Te engañaré más seguido. Estás advertida.

Blanca: No seré tan ingenua una vez más

Román: Nadie se resiste a los besos de chocolate

Blanca: Yo tengo voluntad

Román: Y yo tengo besos de chocolate, veremos quién gana.

Blanca: Eres muy pagado de ti mismo

Román: Lo admito, solo con este asunto jaja. Y a propósito, no vendería mis frases de coqueteo.

Blanca: Por que? Serías un emprendedor joven

Román: Porque no me pertenecen, todas son tuyas. Tienes los derechos legales de cada palabra que consideres coqueta de mi parte.

Blanca: Esta la venderé entonces, está buenísima.

Román rió sin dejar de caminar; cualquiera que lo viera sonriendo al teléfono con esa expresión atolondrada no dudaría en deducir que era un tonto enamorado.

Román: Véndelas y me das comisión.

Blanca: Lo pensaré.

Román: Que te vaya bien hoy, Sam. Te escribo más tarde

Blanca: Gracias <3

Guardó el teléfono y con el mejor de los humores, llegó a estudiar.

*

Sam por su lado iba sonrojada en su asiento del autobús y aunque nadie en realidad le prestaba atención, sentía que cada par de ojos en el resto de la ruta la miraba con sonrisitas burlonas porque era evidente que el motivo de su actitud era un chico.

Todos la veían cada día en Winston pero por primera vez se sintió realmente expuesta, sin embargo, dado que esa sensación era gracias a Román, no le resultó del todo desagradable, al contrario, tuvo una fantasía pasajera en la que se acercaba a cada compañero —por buen o mal amigo que fuera— del bus y le decía con voz cantarina "conozco a un chico maravilloso, déjame contarte de él" para luego explayarse sobre la ternura de su Román.

Era una fantasía extraña y nueva para ella que siempre procuraba ser reservada con los demás. Un corrientazo de nervios y felicidad la recorrió al notar ese pequeño cambio en ella y de saber que solo se debía a él.

Qué más da, se dijo, si la gente empieza a rumorear que ando flechada, pues que sepan que es del mejor chico, ¿no es lo justo? Si hablan de mí para cosas negativas, pues que también hablen de las buenas. ¿Estar flechada cuenta como algo bueno? Yo creo que sí. Nada que me haga latir así el corazón puede ser malo. Aunque, ¿por qué rumorearían? Soy nadie en Winston. Qué absurda. ¿"Rumorearían" es una palabra? Es muy rara en todo caso... rara... rara yo que le robé un beso a Román. Bueno, no le robé nada porque él me lo pidió. ¿Verdad? Es técnicamente una no-robada. ¿Será que si le digo que ya que su piel es color chocolate un beso suyo cuenta como beso de chocolate, me dará uno diario también? Serían gratis, no tendría que comprar nada por paquete. ¿Cuánto valdrá un paquete de besos de Román? Aunque sería raro, en realidad solo somos amigos. ¿Los amigos se besan? Yo creo que no pero con él es diferente. ¿Por qué es diferente? Porque me gusta. Porque le gusto. ¿No es eso una especie de noviazgo? ¡No! ¡Nooooo! No podría ser su novia, no creo que sea conveniente. ¿Entonces qué somos? Dios, no me tendrá paciencia por siempre, ¿en qué estoy pensando? Debería decirle que no se haga ilusiones conmigo. ¿Ilusiones? Creo que él ya las tiene todas conmigo... rayos, ¿y si termino hiriéndolo porque no soy capaz de formalizar nada? ¿debería hablarlo con él? No, creerá que soy tonta y dejará de hablarme y no quiero eso... todo lo que él dijo que quería conmigo sonó tan lindo, pero es como una meta que no creo poder alcanzar... ¿o sí? No, por ahora no. Pero ¿y si ese "por ahora" se vuelve un tiempo muy largo que él no soporte? Demonios, me dolerá cuando se canse de jugar a los amigos que se besan sin ser nada más... ¿Seré muy egoísta si eso es lo que quiero, amigos que se besan sin ser nada? La verdad no creo poder ofrecer más... que injusto con él. Soy una mala persona... pobre Román, ¿por qué se fijó en mí? Si sale herido, ¿cuenta como culpa mía o suya? Mía, toda mía. Dios mío, dame valor, no sé a quién más pedírselo...

Sus divagues se esparcieron por muchas ramas, unas más positivas que otras pero aún así no sacó a Román ni un segundo de cada una de ellas.

➳♡

Jacobo estaba escuchando los pensamientos de Samantha imaginando que solo hallaría cosas cursis al haber besado recientemente a Román, sin embargo, la sopa de cosas buenas y malas que encontró a cambio lo dejaron algo confuso.

—Se ahoga en un vaso de agua —dijo con un poco de amargura sin dejar de escuchar la mente de Sam—. Se oye tan sencillo arreglar todo y ya.

Marissa a su lado en el autobús negó con la cabeza.

—La condición de Samantha hace todo complejo, Jacobo. Sí, puede que sea un vaso de agua pero desde la depresión y la ansiedad puede lucir como un enorme océano sin fondo donde un solo movimiento en falso puede significar ahogarse. No la culpes.

El cupido se sintió mal por haberlo visto de esa manera y asintió. Esperó unos segundos más hasta que el efecto del aerosol de pensamientos se esfumó y luego se quedó en silencio por un par de kilómetros.

—Un vaso de agua —musitó, al parecer, sin motivo. Luego dio un respingo como quien encuentra una respuesta repentina a una duda de toda la vida—. ¡Un vaso de agua!

Logró llamar la atención de varios cupidos del autobús pero no pareció importarle demasiado, el brillo en sus ojos era más potente que el sentido de discreción.

—¿Y? —inquirió Marissa.

—Debo irme un rato. —Fue su respuesta—. Te veo más tarde, ¿sí?

—¿Todo bien? —preguntó Marissa, más sorprendida que asustada.

Él asintió enérgicamente.

—Sí. Solo voy a salir de uno de los vasos en los que siento que me ahogo.

➳♡

—Llévame a la biblioteca de la Fortaleza, por favor —pidió Jacobo a Melody, imprimiendo en su voz una urgencia atípica—. ¿Puedes?

—Lilith debe estar en su despacho, ella te puede...

—No. Tú. Necesito que vengas conmigo.

Melody miró a Román que apenas iba entrando a su primera hora de clase y vaciló; ya había subido por rutina a Skydalle antes del amanecer, la verdad tenía pereza de subir de nuevo; dejar a Román no sonaba muy apetecible.

—¿Por qué?

—Solo confía en mí.

—Pero...

—Solo por esta vez —insistió—. No te volveré a pedir que me lleves jamás de los jamases, pero esta vez ven conmigo.

Consciente de la capacidad de Jacobo de ser perseverante hasta el punto de fastidiar, Melody accedió y subieron con prontitud a Skydalle. Melody llevaba el paso rápido de siempre, mas Jacobo no parecía encontrar problema para llevarle el ritmo como otras veces, de hecho por momentos parecía que era ella quien lo seguía a él.

Llegaron a la calle medio en ruinas que contenía a La Fortaleza y Melody soltó un largo resoplido al notar que Jacobo prácticamente la había guiado y no al revés.

—Como veo que el camino no representa un problema para ti, te aconsejo que le pidas una llave a Lilith. No te la negará y podrás venir cuando quieras. Ya te memorizaste la ruta.

Jacobo solo miró con urgencia la —en apariencia— destruida puerta.

—Solo entremos.

Melody blanqueó los ojos pero sacó su llave, abrió y cruzaron el umbral hasta ser tragados por la oscuridad.

—¿Su majestad necesita que lo tome de la muñeca como la primera vez? —ironizó Melody.

—Sí, por favor.

En la negrura del lugar Melody resopló pero buscó a tientas el brazo de Jacobo para luego bajar su mano hasta la muñeca.

—¿Qué quieres buscar en todo caso? Ya conocemos el caso de Marissa.

Melody pretendió halar a Jacobo para hallar el camino a la biblioteca pero este hizo fuerza para impedirlo. En lugar de eso, libró su muñeca para poner ahí su mano a cambio y entrelazar sus dedos con lo de ella. La oscuridad no les permitía ver ni una sombra del otro.

—A ti. Te busco a ti.

—¿De qué hablas? Ya perdiste un tornillo.

—Varios, sí, pero ese no es el punto. —Jacobo hizo una pausa y le pareció escuchar una sonrisa de Melody—. Acá no hay electricidad. —Como para probar su punto, Jacobo tanteó con la mano disponible la otra muñeca de Melody y subió su palma lentamente hasta su hombro en una caricia prolongada que hizo sonreír a la cupido, que agradeció que él no pudiera verla porque en su mente su gesto era demasiado revelador de lo mucho que le gustaba—. ¿Ves? Estuve hablando con alguien y...

—Con Marissa, supongo —interrumpió con amargura.

—Shhh, no lo arruines —reprendió—. No importa con quién, solo hablé y ya. Como sea, me dijo que la electricidad era la medida que tomaba la ley para que en tierra los cupidos no descuidaran su misión por enamorarse. Hago énfasis, Melody: en tierra. Acá no es la tierra —concluyó triunfante.

Melody escuchaba los susurros de Jacobo demasiado cerca, pero a la vez, pese a estar sosteniéndolo con una mano y sintiendo la otra en su hombro, lo sentía lejos. Su corazón se desbocó al unir los hilos de las palabras de Jacobo, sin embargo, respondió como si no entendiera nada:

—¿Y?

—Y... —Jacobo soltó la mano de Melody y la bajó hasta su cintura con cautela, ella sintió cuando acortó más la distancia para reducir el espacio entre ambos a meros milímetros. Sus nervios acrecentaron; los de Jacobo estaban a flor de piel pero su determinación era mayor— que voy a besarte ahora y te lo aviso con tres segundos de antelación para que no cuente como beso robado, así que si no quieres, tienes tres segundos para soltarme y golpearme por atrevido. Uno... dos...

Melody se quedó quieta. De poder verlo habría dado ella el impulso para besarlo pero la oscuridad no le permitía tomarse el atrevimiento así que solo aguardo dos segundos más con los ojos cerrados con anticipación y sintió cómo de a poco el calor del rostro de Jacobo se acercaba al suyo. Primero se tocaron la nariz una con la otra, tanteando el riesgo, esperando la corriente que no llegó; esa pequeña exploración les sirvió como una brújula para saber dónde estaban los labios a pesar de no verse.

El beso nació entre la expectativa de lo que pasaría y las mariposas que los invadieron. Se quedaron estáticos por varios segundos, aún esperando el dolor corporal y a la vez deseando que no llegara. Pusieron un solo suspiro de distancia entre ellos; no había dolor ni corrientazo. Sonrieron con tal satisfacción que sin verse, sintieron la sonrisa ajena.

—Funciona —dijo Melody, entre el pasmo y la dicha—. Sí funciona.

Esta vez no encontró reparos en buscarle las mejillas con las manos y así guiarse para llegar a su boca. Ese segundo beso no fue estático, fue igual de correspondido y anhelado por ambas partes. Se saborearon sin pensar en reglas, ni en el mundo allá afuera, ni en sus humanos, en nada, solo el uno en el otro y en la cantidad de insinuaciones románticas que se hacían desde hacía muchos días. Todas eran indirectas, coqueteos, palabras sugerentes de parte de Lilith y de Marissa, toques inocentes y miradas pícaras pero solo con ese prolongado beso se decían directamente lo mucho que se querían.

Abrazar con fuerza a Melody se volvió un acto de vital importancia para Jacobo, igual que para ella el acariciarle el cabello y las mejillas mientras sus labios se entretenían conociéndose y pagándose cada roce que se debían. Se enamoraron del sabor del otro, de la manera de rodearse el labio inferior a intervalos de tres segundos, del choque de respiraciones y de cada suspiro compartido.

Cuando el beso mermó, ninguno abrió los ojos pese a que daba igual abrirlos o no pues la oscuridad era total. Querían conservar la sensación lo más posible así que no se movieron mucho en un largo rato. Jacobo había subido una de sus manos al cuello de Melody y ahora con su pulgar recorría desde la clavícula hasta la mejilla de ella, en una caricia tan dulce como sus labios mismos. Podían sentir la velocidad del corazón del otro y había que admitir que ambos estaban que se salían del pecho.

—¿Recuerdas que me preguntaste qué se sentiría besar como Román y Sam lo hacían? —inquirió Jacobo, fascinado, con la voz medio cortada. Estaban tan cerca que él percibió el asentimiento de Melody—. Dijiste que podría ser bonito. Te equivocaste. Acá no hay lluvia pero de todas maneras es  más que bonito. Es maravilloso.

Melody estaba sin palabras complejas en su mente, se sentía adormilada y levitando, aún así buscó la manera de responder:

—¿Me hiciste venir hasta acá solo por un beso?

Intentó imprimir su usual cinismo en el tono pero estaba tan embotada que hasta en esas cortas palabras se logró traslucir su gran sonrisa enamorada. Jacobo rió entre dientes.

—No. Por muchos, muchísimos más.

Melody movió distraídamente sus dedos sobre el cabello de Jacobo; había descubierto un nuevo placer en sostenerlo así tan cerquita de ella.

—¿Sí sabes que acá se enteran cuando uso mi llave y que esta visita estará registrada? No puedo irme sin explicar por qué entré acá pero sin ir a la biblioteca.

—Entonces entremos y leamos un periódico por un rato. O un libro. O los letreros de la pared. Qué importa. Leeré cada palabra que esté en La Fortaleza con tal de traerte acá a diario. Es un lugar seguro, privado y sin dolor. Es mi lugar favorito desde ya.

—Quién diría que el cupido de Samantha sería tan romántico —se mofó.

—Al igual que mi Sam, soy una caja de sorpresas.

Melody quiso decirle muchas cosas pero en su mente cada una de las frases sonaban demasiado cursis en su voz. Sentía de todo pero no era capaz de verbalizar un "me encantas, Jacobo", "vendré cada vez que quieras", "sí, es maravilloso besar así" o "bésame de nuevo veinte veces" sin sentirse ridícula.

Jacobo era un ser expresivo, ella no, no era su estilo.

Melody no encontró una manera irónica o teñida de sarcasmo para pedirle un beso más sin que sonara tan urgente como lo sentía, así que solo dijo lo primero que se le ocurrió:

—Cuenta de nuevo hasta tres.

Jacobo entendió y no hubo necesidad de contar ni siquiera hasta dos cuando sus labios ya se habían hallado de nuevo en la oscuridad reinante.

No dejó de ser maravilloso ni el primero, ni el segundo, ni el octavo, ni el vigésimo beso que compartieron así que ese pasillo se convirtió desde entonces en su punto medio, en el lugar donde podían ser ellos sin reprimendas, corrientazos o cuestionamientos, donde podían solo escuchar al corazón sin ver nada ni a nadie más, literal y metafóricamente.

Era el sitio perfecto, el hogar de unos labios peregrinos que solo en los otros anidaban y el lugar favorito de dos amantes clandestinos que sólo podían buscarse tímidamente en la oscuridad. Aunque de momento todo tuviera que ser a escondidas, Jacobo y Melody se convirtieron en una prueba irrefutable al Creador de que el amor sí existía.  

➳♡

1/2

Hola, amores míos <3

Primero que nada ¡Feliz nuevo 2020! Espero que me acompañen los 12 meses completitos y acá estaré yo todo el año dándoles amorsh e historias cursis 7u7

Este capítulo es uno largo y sin embargo, es uno de los que creo que se irán cuando edite la historia por primera vez pues fue muuuuy dulce y me encantó pero es algo de relleno xD Como acá en wattpad hay borradores pues los he hecho leerlo muajaja pero puede que en la versión definitiva algún día no esté xD 

¿Qué les ha parecido? Amanding a JacoboXMelody ♥

♥ Mucho lof pa todos ♥


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