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4.➳Sonrisa plástica ♡

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Normativa de los Cupidos: «Los Cupidos tendrán a su disposición los expedientes de las personas allegadas a su encargado, pero solo deberán hacer uso de ellos en caso de ser necesario y verlo como algo que puede servir para su misión».
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Samantha, al igual que todas las personas, conocía varias cosas desde que tenía memoria, estas cosas no cambiaban nunca, eran parte de ella. Una de esas eran su necesidad de gafas, que cargaba desde que podía recordar; el color rojo de su cabello echando más al cobrizo rojizo, su gusto por las pijamas y suéteres abultados, su odio a la piña en la pizza y Mario Darmin.

Mario había sido esa cara constante a través del paso de los años. Le llevaba poco más de cuatro años pero su amistad era una de la que Sam podía estar orgullosa; cuando él tenía poco más de catorce años, la madre de Sam la dejaba a ella a su cuidado (cuando su hermano no podía quedarse con ella), pero aún antes de eso, en tiempos mejores, Mario siempre había rondado por su casa al ser buen amigo de Elliot.

Con el tiempo y la graduación de la preparatoria, Mario y Elliot se fueron alejando hasta que su relación se convirtió en solamente un saludo cordial al verse, pero a su vez, mientras Sam crecía, se afianzó más esa amistad con él... se afianzó al punto que Samantha empezó a sentirse atraída por su amigo.

A Jacobo no le agradaba mucho, y si tenemos en cuenta que en Skydalle él lo veía desde los ojos de Sam (o sea, más perfecto de lo que es), se puede deducir que su recelo era grande.

Samantha se observó en el espejo de su habitación y una vez más hizo una mueca irritante. Se puso una bufanda anaranjada que combinaba con su ropa deportiva, se puso unos tenis y salió luego de llamar a su mamá al teléfono para avisarle que estaría en el estadio con Mario.

Estadio era una palabra demasiado grande para el lugar donde se llevaban a cabo las actividades deportivas del sector; era igual a un estadio pero en miniatura; los vecinos lo llamaron estadio desde que abrió sus puertas y así quedó para siempre.

El estadio estaba solo a cinco calles del edificio de Sam y caminó sin prisas, con las manos en sus bolsillos para no dejar que sus dedos se congelasen con el ambiente y retirando de vez en cuando uno que otro cabello rojizo de su mejilla.

Cuando tuvo el estadio a la vista, acomodó con un poco más de esmero sus cabellos revueltos, lo que fue un esfuerzo perdido porque una gran ventisca los arremolinó de nuevo.

Vio a Mario, que la esperaba a unos metros de la entrada. Llevaba su pantaloneta de jugar y un buso ancho para compensar el frío de sus piernas descubiertas. Al ver a Sam se le anchó la sonrisa y el corazón de ella empezó a brincar dentro de su pecho.

Mario le facilitó el encuentro al caminar hasta ella el medio camino que le faltaba; la envolvió en un profundo abrazo, la estrujó tan fuerte que Sam jadeó un poco pero no se quejó; amaba su cercanía. Si por ella fuera, estaría cada día en sus brazos.

Jacobo, cerca de ella, frunció el entrecejo. Analizó por primera vez en persona a Mario y tuvo que admitir que cabía la posibilidad de que estuviera siendo un paranóico con él; lucía decente. Pese a ir vestido deportivo, se veía pasable; no tenía el cabello hecho un lío, de hecho estaba bien peinado hacia un lado, sin nada de gel o algo que lo hiciera lucir arreglado adrede; parecía que su peinado venía así por defecto. Su sonrisa era un poco dispareja, pero nada que le quitara el atractivo que de por sí tenía y unos grandes ojos negros mostraban, al menos, cariño sincero a Sam. A primera vista, Jacobo concluyó que era un buen chico; no quiso poner en su mente los motivos por los que tenía una mala expectativa de él.

—¡Feliz cumpleaños, Sam! —exclamó Mario una vez la soltó. Sam no cabía en su propia dicha, y Jacobo no pudo evitar sonreír; era la primera persona fuera de su familia que la felicitaba.

—¡Te acordaste!

—Claro que sí, ¿cómo voy a olvidar el cumpleaños de mi chica favorita?

—Qué lindo, gracias.

Sam controlaba su euforia dedicando un escueto gracias y mirando al suelo, avergonzada. Jacobo la observó pero no pudo quitarse esa espinita que le decía que eso no era bueno; de todas maneras no podía usar aún sus flechas con Sam, así que no se sintió más presionado de lo que ya estaba.

—Te traje una cosita pequeñita —informó—. Es una bobada, pero la intención es lo que cuenta.

—No era necesario, Mario.

—Pues ya qué —bromeó. Sacó de su bolsillo una pequeña tarjeta y se la extendió a Sam. Ella la tomó—. Es un bono en la librería de Za. Sé que te gusta leer, pero soy malo eligiendo libros y una amiga me dijo que era mejor dejar que escogieras tú.

Sam miró la tarjeta. El valor redimible era suficiente para un buen libro, posiblemente para uno de mayor valor que cualquiera de los que ya tenía. No obstante, Jacobo notó que estaba decepcionada aunque no supo el motivo. Su gesto, en contraste, no mostraba nada más que agradecimiento y adoración para con Mario; su corazón se debatía.

—Muchas gracias, Mario. Lo redimiré pronto.

—Me alegra que te guste. —No dijo que le gustara, pensó Jacobo—. Soy malo con los obsequios, pero no podía dejar de darte algo.

La abrazó de nuevo; Sam halló cariño en el calor que su cuerpo emanaba, sintió calidez, se sintió como si allí perteneciera... y Jacobo lo sintió agridulce.

—Está perfecto.

—¿Cómo están las cosas en casa? —preguntó de repente.

Sam, por primera vez en el día, quebró un poco su sonrisa y sin vergüenza alguna mostró tristeza en sus ojos; así de mucho confiaba en él y su Cupido empezó a entender por qué ella quería tanto a ese muchacho.

—Supongo que todo igual. Papá no se acordó de mi cumpleaños.

—No le prestes atención, Sam —dijo, repitiendo las palabras de Elliot—. Tu papá es un viejo rabietas y amargado.

—A veces me lo gano.

—No es cierto. Te conozco y sé que no mereces esos desprecios. —El gesto de Mario se tornó serio, como si tuviera una fe plena lo que decía y como si ya lo hubiera dicho mil veces antes—. Pero ya. No le pongas atención. Vamos adentro, juguemos. En un rato llegan los demás. ¿En qué equipo estarás?

—En el tuyo —dijo de inmediato.

Siempre en el tuyo, porque te quiero mucho, añadió en su mente.

Samantha amaba el fútbol.

Su padre no lo sabía —ni debía hacerlo, pues para él, el fútbol no era cosas de mujeres—, pero su hermano y su madre sí. Desde que era pequeña había tomado gusto por jugarlo cuando veía a Elliot en ese mismo estadio jugando con Mario. El mismo Mario le había enseñado a Sam a jugar y quizás por eso lo amaba tanto; a Mario y al fútbol. Si ponemos su amor en una balanza en la que esas dos variantes estén a cada lado, sería muy parejo el equilibrio.

Correr tras el balón, reírse cuando hacía un gol o frustrarse cuando el otro equipo lo hacía, era una terapia para ella. A veces sentía que en su vida no tenía lugar a quejarse, a dejar salir lo que sentía, a desahogar todo ese rencor caliente que le hervía en la sangre casi a diario, no a todas horas, pero sí cada día y que debía cubrir con una sonrisa, pero en el estadio, se liberaba. Podía gritar a gusto, podía correr de un lado a otro buscando un balón e internamente huyendo de sus problemas, podía ver a Mario y quererlo más y sin peros. Podía ser solo Sam, ella misma, y no la Sam que todos tienen en sus mentes, no la optimista, no la segura; solo Sam. Le gustaba imaginar a veces que el balón eran sus problemas y que al patearlos, se alejaban para siempre.

Mario la quería así. A ella, a la auténtica ella. La había visto triste en varias ocasiones y le regaló palabras de apoyo, había escuchado alguna vez a su padre hacerla sentir mal y luego la había consolado. Jugaba con ella, a veces contra ella, y pese a que Sam sentía que solía mostrarle lo peor de sí, Mario no la abandonaba nunca. Haciendo todo eso por ella y siempre desinteresadamente, se había ganado ese cariño infinito de su parte.

Mario era su puerto de escape de su propia mente y el fútbol era el puerto de escape de su propia vida.

Jacobo, en una esquina del estadio, la observaba y tuvo un nudo en la garganta de verla jugando. La veía sonriendo, con las mejillas muy rojas por el esfuerzo, el cabello mal atado y algunos mechones pegados a su frente por el sudor.

En ese momento se confirmó una de las tantas suposiciones que había hecho de Sam durante su primer día a su lado: la sonrisa que mostraba a todos no era suya, era de una Samantha enmascarada nada más, era su sonrisa plástica.

La felicidad que mostraba mientras corría tras el balón era brillante, natural, espontánea, contagiosa y era fácil ahora distinguir entre ese gesto y la mueca que usaba en la preparatoria cada día al hacer cualquier cosa.

Jacobo se dijo que iba a hacer lo necesario para encontrarle el amor a Sam y se prometió que no iba a lanzar su flecha definitiva sino hasta que algún chico le hiciera nacer una sonrisa idéntica a la que tenía en ese momento.

Cuando dieron casi las ocho, Samantha supo que debía volver. Tomó un poco de una botella de agua que Mario le ofreció e inspiró hondo para acabar de sacar la fatiga de su pecho.

—Ojalá te pudieras quedar otro poco —le dijo Mario—. Aún es temprano.

—Me encantaría, pero ya sabes...

—Sí, tu padre —estuvo de acuerdo—. Yo creo que si te viera jugar, cambiaría de opinión sobre eso de que el fútbol solo es para hombres. Podrías patearnos el culo a muchos de los que estamos acá.

Sam pulió una sonrisa triste, como esa que nace cuando sabes que es imposible lo que tanto anhelas.

—Ojalá fuera tan sencillo.

Mario la miró a los ojos y a los pocos segundos, usó ese poder mágico que solo él podía tener sobre Sam para hacerla sonreír; lo quería tanto, pero a la vez era tan imposible. Al suspirar notó que no solo lo hacía por la idea de su padre viéndola jugar y aprobarlo, sino también por tener a Mario tan cerca, pero tan lejos.

—Vamos, te acompaño a casa.

Caminaron juntos. Mario pasó su brazo por sus hombros y así siguieron avanzando. Sam se sentía como un hielo debajo de un fuerte sol cuando él hacía eso, pero se repetía con frecuencia que no debía hacerlo. Derretirse por él le dolía porque era consciente de que él solo la veía como una hermana, o como la hermana de un viejo amigo, más exactamente.

Esos gestos de abrazarla cariñosamente, de decirle palabras lindas y de ser un encanto, eran todos sinceros pero no con la misma intención o sentimiento que Samantha deseaba. Él era mayor que ella, se conocían desde hacía muchos años, eran casi familia y Mario no daba nunca indicios de que deseaba que las cosas fueran de otra manera.

No hablaron de mucho en el camino, pero a Sam no le importaba; iba cobijada en su brazo, nada podía estar mal. Tragarse los sentimientos era algo que llevaba años perfeccionando y jamás sería capaz de arriesgar su amistad con Mario admitiendo que estaba a nada de enamorarse de él.

Mario se despidió y Samantha subió los tres pisos de escaleras hasta su apartamento; su padre solía llegar sobre las nueve y para evitar problemas, ella siempre procuraba estar ya en casa a esa hora. Era paradójico que teniendo un padre tan desapegado e insensible, fuera tan sobreprotector a veces con ella.

Cuando abrió la puerta con su llave, entró en silencio y vio con sorpresa que un pequeño pastel de cumpleaños estaba sobre el comedor. Sus hermanos y su madre al escucharla entrar, salieron a su encuentro. A Samantha se le extendió la calidez de su familia desde el corazón hasta cada poro de su cuerpo.

—¡Feliz cumpleaños, Samy! —chillo Ian y se lanzó a abrazarla. Sam se agachó y lo estrechó con fuerza—. La mami no me dejó tocad tu pastel. ¿Puedo tomad un poco?

—Sí, pero no te untes demasiado.

El niño celebró el permiso subiéndose sobre la silla del comedor y estirando el índice para llenarlo de crema.

Como si lo hubieran planeado por todo el año pasado, Elliot, Sam y su madre, se fundieron en un abrazo grupal. Fue breve, pero más lleno de amor que los que se ven en las grandes fiestas de cumpleaños.

A los tres se les cristalizaron los ojos con esa emoción propia de las fechas especiales. Ninguno lloró. Quizás esconder los sentimientos era algo de familia.

La madre de Sam fue a la cocina para traer unos platos y un cuchillo para repartir el pastel; Ian estaba demasiado concentrado quitándole toda la cubierta dulce y Elliot buscó en su maleta, que estaba sobre una de las sillas, una bolsita que le dio a Sam.

—Los vi y supe que eran para ti —aseguró.

Sam sacó de la bolsa un par de guantes anaranjados de lana con un cactus bordado en cada uno. Sonrió ampliamente.

—¡Están hermosos! No debiste gastar tu dinero en esto.

—No fueron costosos. —Elliot se encogió de hombros—. Pero te los doy con mucho cariño, Mantha.

Agradeció una vez más, pero sin decepción oculta bajo sus palabras como con el bono de regalo de Mario. No. Acá realmente estaba contenta.

Unos pasos conocidos se escucharon afuera un rato después y el ameno ambiente en que comieron pastel, se esfumó lentamente. Su padre iba llegando.

Ninguno se movió, ninguno quería huir —tal vez Ian sí, pero al estar comiendo pastel, no le importó—, no es que le tuvieran miedo, no del todo... era más bien esa energía negativa que su padre traía consigo.

Sam se levantó y fue a abrirle a su padre antes de que este tocara la puerta.

—Hola, pa.

—Hola —dijo él escuetamente. Miró lo que quedaba de pastel sobre la mesa—. ¿Y eso?

Elliot, con la voz un poco más pesada de la que pretendía, respondió:

—Es el cumpleaños de Samantha, pa.

Fue igual que no haberle dicho nada. Siguió caminando por el cortísimo pasillo y entró a su habitación a quitarse los zapatos y la chaqueta, igual que cada día. Se sincronizó un suspiro en todos los presentes y, una vez más, nadie dijo nada.

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Prohibiciones de los Cupido: «Estará prohibido que los Cupidos pre juzguen a las personas por quienes sus encargados pueden sentir algo. Es necesario conocer para objetar y en todo caso, siempre recordar que los Cupidos son herramientas para facilitar el amor, mas el corazón es quien al final decide».
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Vamos conociendo un poco de las pasiones de Sam (y no me refiero al fútbol 7u7 ok no).

Otra pobre chica con un amor no correspondido y un Cupido que se niega a que ese rechazo sea el amor destinado a Sam. 

Me está encantando escribir sobre estos Cupidos y quisiera seguir explorando su mundo muchísimo. Habrá capítulos dedicados a Jacobo y a su naturaleza y otros a Sam, pero como sea, me está gustando mucho ♥

♡ Nos leemos ♡


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