38. ➳ Amores a destiempo ♡
"La peor forma de extrañar a alguien es estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás tener".
Gabriel García Márquez.
***
Jacobo se guardó su dignidad en la mochila mágica sin fondo de cupido y fue a buscar a Marissa. La primera suposición lo llevó a que estaría con Mario así que fue a su casa pero no lo encontró, por ende a ella tampoco; su segunda opción fue el estadio pues la verdad no recordaba otro lugar aparte de esos dos en el que Mario permaneciera.
Allí sí estaban ambos. Él jugando un partido de muy pocos jugadores y espectadores, y ella solo mirando desde una grada superior, con seriedad, con uno de esos gestos que muestran que detrás de los ojos hay mil pensamientos.
Se acercó con cautela, preparado internamente para un reproche justificado de Marissa, un grito tal vez o esperando que lo mandara a volar literal y metafóricamente, pero cuando ella levantó la vista lo único que hizo fue devolverla a Mario y suspirar.
Jacobo se sentó a su lado y también se quedó mirando a Mario pues no sabía qué más podía hacer.
—Hola. —Esperó un par de segundos pero no hubo respuesta así que en pro de no forzarle una, pretendió empezar a disculparse—. Marissa, sobre lo que dije, yo...
—Tienes razón —respondió con calma, interrumpiendo—. Lo que dijiste es cierto, Jacobo. Yo le hice mucho daño a Mario y no hay motivo alguno que me justifique. —La voz de Marissa se quebró mientras en la mente de Jacobo se peleaban ambas versiones de la historia, una diciéndole que todo había sido culpa de ella y otra rogándole que no la juzgara—. Ser una cupido no me exentó de cometer errores tan humanos como dañar a los seres que más amo. He tenido cuatro años para imaginarme cómo estaría Mario acá en la tierra, siempre me convencí de que él había podido avanzar bien aunque una parte de mí sabía que no, que mi equivocación no había sido pasajera sino que lo afectaba hoy en día tanto como entonces.
»Mario no es el mismo que era cuando yo estaba con él. No es sobre madurar, no es sobre que antes tenía diecisiete y ahora tiene veintiuno, es sobre cómo es. Ya no tiene ese resplandor en su alma. Él siempre fue tan noble y tan... lleno de luz pese a su padre y a sus circunstancias. Él tenía a la vida en sus manos y ahora parece que la vida lo tiene a él, que lo manipula, que lo lleva sin rumbo a nada porque su corazón no halla camino hacia ningún lado.
»Él es una luz que se ha fundido y tengo gran parte de la culpa por eso. El amor a veces parece ser algo simple, una añadidura en la vida, un peso sin el cual se puede vivir pero en realidad es tan necesario como el mismo aire que se respira. Hay amores pesados y amores livianos y el que él vivió con Alejandra fue de los más demoledores que he visto por la manera en que los separamos.
»Él aún sueña con eso de vez en cuando, ¿sabes? Tiene pesadillas en las que el villano es el abandono sin causa, el vacío de un corazón del que no sabe por qué se desocupó de pronto. Es eso lo que lo destruye: el vacío, las preguntas sin respuesta, la raíz marchita que se ha vuelto hierba mala inevitable.
»Yo lo comprendo, Jacobo, entiendo tu posición porque con o sin errores, Samantha es de las mujeres más nobles que existen, de las más dulces, de esas que merecen al menos un pedazo de paraíso mientras vivan y sé que Mario no es el dador ideal de ese tipo de escenarios. Él tiene sus fracturas en el alma pero no son de las que sanan sino de las que requieren costumbre y ya. Aún con todo, él tiene derecho a ser feliz. No haré que empatices con él de modo alguno, pero no lo juzgues por errores que no son suyos sino míos. Él no es malo.
Se hizo un tenso silencio entre los dos en el que ella dejó caer un par de lágrimas mirando a Mario. El corazón de Jacobo no podía solo ignorar lo que Marissa le inspiraba, él no podía verla como la mayor de las traidoras como al parecer todos en Skydalle hacían, él con su mirada ingenua y su corazón de algodón no podía albergar odio alguno contra ella.
—No debí decir todo eso, Marissa. Mario es un buen hombre y me consta desde que bajé a la tierra y lo vi queriendo a Sam a mayor o menor medida.
—Él la quiere más de lo que acepta o más de lo que siente que debería. No ha dejado de pensar en ella desde el sábado, está disperso, sin ánimos, nervioso. No ha podido llamarla o buscarla porque tiene miedo de que ese encuentro termine de modo alguno con su amistad. La ama de un modo especial. Ellos dos han sido los pilares uno del otro.
—Lo sé. —Jacobo recordó vagamente la conversación de Alice y Sam del día anterior y suspiró—. Nadie le ha dado a Sam el amor que Mario le da.
Una pausa los envolvió y Marissa sintió la garganta tapada de nuevo cuando, con convicción, respondió:
—Y ella se está enamorando de otro. —Jacobo irguió la espalda dispuesto a defenderla pero Marissa le negó con la cabeza rápidamente—. No, no es queja ni reclamo. No puedo culpar a nadie por lo que sucede. Sam tiene un corazón enorme y dispuesto a querer, ese chico Román se ha ganado el puesto que sea que ella le hizo allí. Ella no es culpable por querer al uno o al otro, o por querer a Mario y de repente querer a Román. He aprendido que el amor llega sin anunciarse y sin preguntar si se quiere o no estar enamorado, pasa sin pedir entrada atropellando todo a su paso y si en esa colisión se encuentra la felicidad, ¿quién es culpable de abrazarla?
Jacobo levantó su brazo y en un acto magnético de dos corazones que laten al mismo ritmo Marissa se acurrucó en él, dejándose abrazar y consolar, cambiando los papeles ya establecidos de que ella le diera reconforte a él.
—Te necesito —susurró Jacobo sobre su cabello, tan sincero como vulnerable—. Te necesito conmigo, con Sam, con todos.
Jacobo llevaba el doble sentido con su petición; no solo la quería ahí en ese momento reconciliándose, sino que la necesitaba de su lado, del lado del bien, del lado correcto, del lado que quizás le daría reivindicación, del lado de las buenas intenciones.
—No te dejaré. —Marissa levantó la cara y conectó sus ojos con los marrones de Jacobo, ambos pares de pupilas estaban brillantes, tenían cada uno el corazón en la mano y la imperiosa necesidad de que el otro supiera que el apoyo sería incondicional—. Yo ya no puedo hacer nada por Mario pero te ayudaré a que lo hagas todo por Samantha.
Jacobo recordó lo que Emera le dijo de que o estaba con ellos o estaba con Marissa porque ambos bandos no podían ser el mismo y un estremecimiento lo recorrió ante la idea de que no sería jamás capaz de escoger uno de los dos. Ellos podrían llamarlo traición o lealtad pero sin importar el nombre que le pusieran, él no se alejaría ni perjudicaría a Marissa.
Era lo único de lo que estaba seguro.
Samantha no podía más con la incertidumbre de su situación con Mario. El tema empezaba a obsesionarla y su ansiedad se encargaba de no dejarla concentrarse en otra cosa por tener en mente la posible conversación con él; el millar de garabatos que se mecían en su cabeza no le permitían pensar con claridad un plan a seguir para buscarlo, solo tenía la urgencia mental de hablar con él ya o enloquecería entre lágrimas cuando todas las luces estuvieran apagadas a la hora de dormir.
Estaba recostada en su cama a eso de las cinco de la tarde, los pensamientos le martilleaban las paredes de la mente con un repiquetear sordo que le provocaba dolor físico y su solución inmediata fue mandarle un rápido mensaje a uno de los amigos que tenían en común con Mario preguntándole si estaban en el estadio pues la mayoría de tardes a esa hora jugaban partidos amistosos. Por fortuna la respuesta fue afirmativa y Sam se colocó sus tenis, le avisó a su madre que saldría por un rato y salió decidida hacia allí.
Cuando llegó iba un poco agitada por caminar a medio trote y antes de entrar totalmente, asomó la cabeza por el enorme portón buscándolo con la mirada. No tardó en dar con él; estaba en las gradas solo mirando el partido, cosa rara porque él siempre jugaba con ese equipo.
Sam lentamente entró al estadio pero de repente la falta de algo que decir le infundó miedo, impidiéndole acercarse del todo. Mario tardó solo unos segundos en notar que alguien lo observaba; al notar que era ella se levantó de su asiento con la sensación de que no la había visto en meses y meses de preocupación.
A ambos se les borró de la mente el motivo del distanciamiento, lo único en lo que podían pensar era en la angustia prolongada de imaginarse separados permanentemente. La certeza de que estaban cerca y de que no era justa ni deseable la ausencia los hizo caminar en automático hacia el otro, para, en el medio, encontrarse en un abrazo. Se balancearon dos veces hacia los lados, aplicando más fuerza de la necesaria en agarrar al otro; Sam ciñó sus puños en la camiseta de Mario y él hundió su nariz en el cabello de ella.
El silencio los abrasó a ambos y los hizo tomar aire en un suspiro simple que luego de unos segundos, fue completado con palabras:
—Lo siento mucho —pronunció Sam—. Yo lamento demasiado haber hecho lo que hice. Jamás te haría algo así a propósito, lo lamento tanto.
La respuesta llegó en un susurró quebrado:
—Hicimos todo mal.
El plural que usó rompió un poco más el corazón de Sam porque ella se sentía culpable en su totalidad, no parcialmente como él insinuaba. Cuando los brazos dejaron de sentirse fuertes ambos aflojaron su agarre y se separararon solo lo suficiente para mirarse a los ojos; Mario pasó con delicadeza su pulgar por la mejilla de Sam evitando que una lágrima cayera y ella se sintió reconfortada en mil aspectos diferentes.
Mario se enserió y asintió casi para sí mismo antes de decir lo siguiente:
—Es momento de que hablemos, Sam.
—Sí, lo sé.
—Salgamos de acá —propuso con dulzura.
Sin soltarla de su abrazo la impulsó a salir del estadio; ya estaba casi oscuro pero tenían tantas cosas que decirse que el estadio parecía indigno de esa conversación. Pese a lo tensa de la situación y de ese peso que cada uno sentía en la espalda por las confesiones que vendrían, ambos sonrieron mientras rodeaban el estadio, se miraron por un segundo sin dejar de andar y la sonrisa se les ensanchó. Se querían, y todo estaba bien.
No era algo frecuente que Román estuviera en el salón comunitario del barrio un día distinto del sábado o domingo cuando iba a sus clases de baile, sin embargo, una hora antes su instructor los había citado a todos a una reunión extraordinaria. Los que alcanzaron a ir con tan poca antelación —más de la mayoría, afortunadamente— iban con el corazón en la mano intuyendo el motivo de la reunión, así que cuando el instructor al fin lo dijo, las sonrisas enormes llenas de gozo y dicha no se hicieron esperar:
—¡Somos participantes del concurso nacional de baile!
Se abrazaron entre ellos con la brusquedad mezclada con felicidad genuina propia de los buenos amigos a los que les cuesta ser abiertamente emocionales. Las chicas sí chillaron sin culpas y una o dos llamaron a sus madres a dar la buena noticia.
—Yo lo sabía —dijo uno, con la voz ahogada.
—Lástima que no pudimos estar todos —comentó el instructor—, pero me acaban de informar y necesitaba decirlo. ¡Felicidades, chicos! Pase lo que pase en el concurso, haber llegado a la capital es un triunfo. Saben lo difícil que es que alguien apueste de verdad por un grupo como el nuestro y me siento muy orgulloso de ustedes porque les vamos a cerrar la boca a todos los vecinos que dijeron que un grupo de baile en un barrio como estos era una pérdida de presupuesto y de tiempo.
Las lágrimas que ninguno de los hombres querían derramar salieron solas al ver que el instructor lloraba sin reparos, un llanto sonriente y feliz.
Cuando él fundó las clases comunitarias de baile hubo más risas de burla que vítores de apoyo pues era cierto que un barrio humilde como el de ellos no inspiraba expectativas de nada, sin embargo, los alumnos fueron llegando, los talentos se fueron puliendo y ese paso era una recompensa a tanto esfuerzo y pasión.
—Ya me darán próximamente los datos de fechas y todo eso, pero sé que es a finales de mayo o principios de junio. Convocaré a una reunión de padres para pactar todo, pero desde ya vayan pidiendo permiso para viajar tres días a la capital. —Todos, sin excepción, sonrieron—. Ya hablaremos de costos y demás detalles.
—Gracias, profe —dijo una de las chicas, dando un paso al frente—. Aún cuando hubo poco apoyo, usted apostó por nosotros y esto es nuestro pago por su confianza.
La chica se acercó a abrazarlo y otra lo abrazó por un costado, luego otra por el otro y así, en diez segundos, todo fue un abrazo grupal lleno de cariño fraternal. Cuando lo soltaron, el instructor se limpió los ojos en medio de una risa y aclaró la garganta.
—Bueno, eso era todo. Gracias por venir. Siéntanse libres de celebrar como quieran... pero con prudencia y cuidado.
Se soltó una risa grupal y cada uno se fue con su grupo de amigos. Román y sus tres compañeros cercanos fueron los últimos pero salieron juntos y prácticamente gritando cada uno palabras de alegría que juntas imposibilitaban entender nada. Se reían solo por estar ahí y se codeaban en medio de alardes exagerados.
No lo habían acordado pero iban al parque junto al estadio, era el lugar más cercano y público al que siempre llegaban después de las clases de baile, ya era rutina salir del centro comunitario directamente hacia las tres bancas que sin falta ocupaban por un rato. Román iba adelante con uno de los tres cuando de repente dejó de prestar atención a lo que cualquiera decía y la sonrisa se le congeló hasta enfriarse al mirar el extremo de la calle donde Mario y Sam iban caminando abrazados, sonrientes.
Tardó un par de segundos en digerir la imagen y un par más en amasar la desagradable sensación que lo invadía. Román ya conocía el sabor de los celos pero podía asegurar que se tornaban más amargos cada vez que los sentía.
Cuando llegaron al apartamento de Mario, Sam suspiró aliviada ante el familiar ambiente. Un olor a canela impregnaba el aire y el ruido en la cocina le dijo a Sam que la madre de Mario estaba presente. Caminó con confianza hacia allí y saludó:
—Hola, señora Darmín.
La mamá de Mario giró la cara y expandió la sonrisa al ver a Sam; se limpió las manos suavemente en su delantal para acercarse y abrazarla.
—Samantha, qué dicha verte. Hace muchísimo no vienes, llegué a pensar que te habías mudado de la ciudad —bromeó—. Como estás de bonita, mi niña. ¿Cuándo te quitaron los brackets? ¿cómo está tu madre? Elliot tampoco ha vuelto. Los niños crecen y se olvidan de nosotros. Ya no eres una niña, ¿ya cumpliste los dieciocho? Te dejaste crecer más el cabello. Dios, siempre he envidiado ese tono rojo que tienes, ¿sabes cuántas personas pagan por ese tono? Y de todas maneras no les queda igual de bonito. Debes venir con más frecuencia, cariño, así Mario no esté, sabes que te quiero mucho.
Samantha sí había tenido en su vida alguien que la acostumbró a hablar tanto.
—Ma, la hostigas —dijo Mario, burlón.
—No me hostiga —defendió ella—. No se si responda en orden, pero: no, no he cumplido dieciocho, recién apenas diecisiete. Mi madre está bien, trabajando como siempre. Elliot anda en sus estudios y a veces hasta se olvida de mí. Me quitaron la ortodoncia hace dos días. Muchas gracias, y yo también la quiero mucho, señora Darmín.
—¿Y tus estudios?
—Viento en popa, notas de más de 9.
—Siempre lista y aplicada.
Sam amaba a la señora Darmín. Era cierto que hacía mucho tiempo no la veía pero el cariño nunca se les congelaba como para perderse; de ella sí escuchaba con frecuencia halagos que sonaban sinceros, consejos medio atolondrados que a veces funcionaban y nunca, jamás, recibía juicios injustos.
—Eso intento.
—Estoy preparando chocolate, ¿quieres un poco?
—No quiero molestar.
—Por favor, cariño, molesto mi esposo, no tú.
Ambas rieron y Mario blanqueó los ojos.
—De acuerdo, gracias. No puedo tardar mucho de todas maneras.
—Date media hora, corazón. En unos minutos está el chocolate.
—Nos avisas cuando esté, ma —pidió Mario al tiempo que se dirigía a su habitación con un ademán a Sam para que lo siguiera—. Por fa.
Samantha fue tras él luego de sonreírle a su madre; al entrar en la habitación, Mario cerró la puerta y la invitó a sentarse a su lado en el borde de la cama. Él se inclinó hacia adelante apoyando los codos en sus rodillas y juntando sus manos, Sam solo esperaba que él iniciara porque ella no sabía qué decir.
—Creo que no hice las cosas al derecho, Sam... y por un momento pensé que nuestra amistad se había acabado; esa sensación me supo a ácido.
—A mí también.
—Quiero que sepas que jamás en los muchos años que llevo de conocerte he tenido dobles intenciones contigo. No quiero que pienses que te he mentido o engañado o no sé... esto no es fácil creo que para ninguno de los dos, no es que quiera hacer un drama al respecto, pero pues eres la hermana de mi mejor amigo, eres la niña que prácticamente he visto crecer y el que yo aceptara que me gustabas para más no fue simple como con cualquier amiga y ya. ¿Entiendes?
Samantha asintió intentando que no se le notara en ninguna parte del cuerpo el pulso acelerado que corría en sus venas. Ni en sus sueños había imaginado tener esa conversación con Mario y menos sabiendo lo que ella iba a decirle al final.
—Sí... algo así.
—Has sido la persona más importante para mí por muchos años, Sam. No creo que pueda encontrar palabras para decirte lo mucho que te quiero, lo fuerte que es lo que siento por ti. No te diré que estoy locamente enamorado porque no es así, pero sabes a qué amor me refiero y cuando ese amor empezó a cambiar, lo quise contener y ocultar porque no lo sentía correcto.
Sam suspiró y en el silencio que se produjo decidió que era momento de abrir su corazón con el único con el que siempre lo había hecho:
—Siempre te admiré de un modo u otro. Cuando te veía de más niña tenía esa sensación infantil de ver a un superhéroe, te veía fuerte, invencible, inalcanzable y como la persona a la que podía llegar si necesitaba refugio y bien sabes que lo necesité muchas veces. Has sido la única cosa buena a la que me he aferrado cuando siento que no hay nada más, ¿comprendes? Hace un par de años te empecé a ver diferente, cada día te miraba y pensaba en lo absurdo que era fijarme en ti, en lo imposible que sería que te fijaras en mí, pero pasó. —Sam soltó una risa casi incrédula—. Me gustabas y suspiraba de pensarte y cuando hacía algo solo tenía en mente llegar a contarte, ir a abrazarte y ver que me sonrieras.
—Solo hace poco acepté para mí mismo que te quería en serio, es decir, no como amiga, sino como mucho más. —Mario irguió la espalda y ladeó el cuerpo hacia Sam intentando que la firmeza se trasluciera en sus palabras, tratando que ella no dudara de que todo era cierto—. Al pensar en qué hacer con eso, mi opción siempre fue la formalidad, asegurarme de que supieras con certeza que quiero algo serio contigo, intentarlo, pedirte una cita, llevarte a comer y reírnos como siempre, a pasos lentos porque no es simple al ser tú, pero lentos o no, avanzar a tu lado. —Mario suspiró con cansancio—. Por eso me lamento de haberte besado, porque no esperaba que nuestro primer beso fuera entre cervezas y en mi habitación luego de medio discutir. Lo que siento por ti es más que un impulso.
Sam se sonrojó, quiso incluso llorar y reírse de sí misma por estar escuchando lo que siempre deseó pero sentirlo tan raro y diferente a sus fantasías.
—Me sorprendió mucho —admitió Sam—. No se me había pasado por la cabeza que pudieras corresponderme. —Ambos soltaron una risa cómplice—. Error de comunicación, le dicen.
—Falta de agallas de mi parte, le digo yo.
—Y de la mía también. Mi yo de hace una semana jamás sería capaz de decirte que me gustabas.
—¿Y la de hoy?
Sam se tensó porque el momento de la verdad había llegado y sacar las palabras era más difícil de lo que había supuesto.
—Hoy te lo estoy diciendo: me gustabas.
Mario buscó la mano de Samantha y la entrelazó con la suya, con un corazón que se aceleró y emocionó más de lo pertinente. Le tomó varios segundos darse cuenta de lo que Sam decía, de la manera en que había dicho todo; ella misma notó el cambio de posición de su amigo a una más encorvada y resignada.
Mario soltó una triste risa entre dientes.
—Hablas en pasado.
Y esas tres palabras los rompió a ambos.
—Yo... lo siento tanto.
A Mario se le apagó la mirada y ni siquiera las lágrimas que venían pudieron hacerla brillante.
—Es por él, ¿verdad?
Sam asintió y una vez más estuvo dispuesta a decirlo todo sin miedo.
—Hace un mes habría dado todo por tener una oportunidad contigo, todo. Pero él... él simplemente llegó y... algo cambió. Yo lo planeé así, es solo que...
—Me di cuenta tarde —completó Mario, de nuevo con una risa teñida de ironía, luego añadió para sí mismo—: A eso se refieren cuando dicen que las oportunidades se dan solo una vez en la vida.
—No es culpa tuya, Mario, yo te quiero tanto...
—¿Estás enamorada de él?
Sam no supo si era por curiosidad o por una lúgubre manera de buscar autoflagelo pero optó por no hacer las cosas peores y mejor evadir el tema:
—Eso no importa. Yo no quiero perderte, Mario, tú eres parte de mi vida, una parte sin la cual no me imagino vivir. Creo que tienes razón: hicimos las cosas mal, quizás al revés y a destiempo y así como no es culpa de ninguno, a la vez es de ambos, pero de cualquier manera, no quiero tenerte lejos. No sé qué tan egoísta es eso pero es la verdad.
Mario tuvo que inspirar hondo y desviar la mirada para que su llanto no se materializara sobre sus mejillas. Apretó la mano que aún sostenía de Sam y con la otra le acarició el dorso mientras pensaba qué responder; el temblor de la palma de Sam hacía juego con su gesto asustado, aterrado, expectante y eso solo lo impulsó a buscar la manera de darle sosiego, como siempre había hecho.
Mario llamó su atención para que lo mirara a los ojos y murmuró:
—Tú eres el amor de mi vida... puede que no en el sentido romántico de la palabra, pero lo eres. Y sé que sufres por mil motivos, he visto cómo sufres y cómo lamentas muchas cosas, Sam, así que como testigo de todo eso tengo todo el derecho del mundo de asegurarte que mereces ser tan feliz como una mujer pueda ser. Sea el camino que andes, sea los amores que elijas, sea las decisiones que tomes, con quien sea, como sea, cuando sea, mientras te haga feliz, yo estaré a tu lado celebrando tus victorias y apoyando tus fracasos porque sé que tú harás lo mismo por mí hoy y siempre.
Cuando una de las lágrimas de Sam tocó sus labios, no solo tenía sabor salado sino también el amargo ácido de una despedida. No iban a ir a ningún lado, pero sabían que se despedían de la posibilidad de dar un paso más en su relación, de sentir más por el otro de lo que ya sentían, de ser más de lo que ya eran.
Para bien o para mal eso era todo, esa era finalmente la conclusión de la historia de amor platónica que nunca se dio y que cuando fue posible, el tiempo les gritó que ya era tarde, que esa llama ya se había apagado con cada suspiro vacío de las palabras que nunca dijeron.
Se abrazaron en silencio entre lágrimas que cayeron en la ropa del otro y caricias inocentes que pretendían buscar y dar consuelo al tiempo. Era un final, pero uno feliz porque la historia continuaba, solo que por un sendero distinto al que él y ella se atrevieron a considerar alguna vez en momentos diferentes; los sabios dicen que los amores mueren pero solo lo dicen porque jamás conocieron el de Samantha y Mario, un amor que cuando se enterró, solo germinó y creció porque era semilla indestructible.
***
Hola, amores ♥
Este capítulo es en agradecimiento porque la meta 2019 de 50k de lecturas y 10k de votos ha sido alcanzada *-* así que ¡GRACIAS!
¿Qué les pareció el capítulo?
Yo lo escribí en un mal día y me hizo llorar pero en realidad ahora releyéndolo no fue tan terrible haha, pero me ha gustado muuuucho cómo quedó. Uno de los puntos de todo se ha resuelto ♥
♥ Infinitas gracias por seguir acá, mucho lof para todos ♥ Nos leemos pronto ♥
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