31. ➳ Del calor al hielo ♡
"Hay que escuchar a la cabeza, pero dejar hablar al corazón".
Marguerite Yourcenar.
***
Marissa dividía su atención entre Mario que estaba en uno de sus partidos de sábado en la noche, y Jacobo, que a su lado estaba más ausente que nunca.
Marissa había estado con Sam desde que llegó a casa a eso de las seis pero su cupido no estaba, ni estuvo por un buen rato más; Jacobo había llegado hacía solo unos minutos al estadio y aunque ella le preguntó a dónde había estado, no quiso decirle, solo le sonrió y le dijo que estaba despejando la mente.
Se limitaba a mirar distraídamente a Samantha aunque algo en el vacío de su mirada le decía que no la estaba viendo realmente; habían hablado esa mañana y todo estaba en apariencia bien, por lo que su comportamiento era extraño y atípico en él.
Cuando hubo una pausa en el partido y Mario y Elliot se acercaron a Sam y a Alice que observaban, Marissa codeó a Jacobo esperando que se sincerara.
—Andas distraído —le dijo con suavidad—. ¿Ha pasado algo?
Jacobo se lo pensó varios segundos pero finalmente negó con la cabeza puliendo una sonrisa conciliadora.
—No, nada especial. —Miró hacia donde estaba Sam y sus amigos charlando—. ¿No te encanta verlos a todos riendo?
Marissa los observó; Mario estaba de pie frente a Sam y su sonrisa era amplia mientras Elliot hablaba de algo, las dos chicas también les sonreían con amabilidad mientras mantenían sus brazos enganchados como dos buenas amigas sentadas mirando un partido.
—Sí. Una de las cosas que más extrañaba en Tormenta Fría era la sonrisa de Mario.
—Yo creo que es de todas, ¿sabes? Las sonrisas de todos. Hay algo mágico en sonreír que solo se aprecia mirándolo desde afuera. —Sus palabras eran generalizadas pero Jacobo solo observaba fijamente a Samantha; si el amor puro tuviera un color, estaría plasmado en ese momento en los iris de Jacobo contemplando a Sam—. ¿Hoy debo ir al almacén? —Cambió de tema luego de un suspiro.
—Sí. Irás con una cupido muy gentil que está con una chica que es compañera de Sam en la preparatoria. Yo me quedaré con Sam mientras, no te preocupes.
—No me preocupo, tranquila, confío en ti.
Que un cupido estuviera o no con Sam era algo muy simbólico nada más porque nada podían hacer por cuidarla de ser necesario y esa certeza cada día inquietaba más a Jacobo... aunque de momento no tanto, justo ahora solo tenía a Melody en la cabeza, el corrientazo doloroso, su gesto de odio, sus palabras... Melody le afloraba los sentimientos y le gustaba sentir los buenos pero los desagradables le fastidiaban el corazón y para su mala suerte, parecía que eran esos los que más abundaban.
Marissa tocó con suavidad el antebrazo de Jacobo hasta que él levantó la mirada y se sonrieron con timidez; ella sabía que algo le pasaba y él no quería contarle aún porque tenía mil dudas y exteriorizar una sola iba a desencadenar una charla larga para la que ahora no tenía tiempo ni cabeza fría.
—¿Has flechado a Sam con Mario? —dijo de repente.
—No. No ha habido el momento —mintió, y le salió bien porque Marissa no preguntó más—. Sé que no eres ya cupido de Mario, pero sinceramente ¿crees que él sea bueno para Sam? Ya me dijiste que a él le gusta ella y sus signos y todo eso, pero ¿crees que sea conveniente? Llevan tanto tiempo de ser amigos que no sé si realmente vale la pena.
Marissa se tomó varios minutos para contestar, pero su respuesta no era lo que Jacobo esperaba.
—No lo sé, Jacobo. Se hacen bien el uno al otro siendo amigos, tienen una conexión muy bonita y evidente. Se conocen, se aceptan, pero a veces pasar de un tipo de amor a otro puede ser perjudicial.
—Pero no hay cómo saberlo, ¿verdad? —replicó con hastío.
—No, no hay. Así como pueden ser el amor de sus vidas, puede que dañen su amistad si algo más surge. Solo el tiempo y las situaciones lo dirán.
Jacobo suspiró y sin que Marissa lo notara, blanqueó los ojos. Pudo haber sido el cúmulo de ese día, pero realmente estaba harto de todo, de las dudas, de las reglas, de la oposición, del almacén, de sí mismo. Solo quería estar en la habitación de Sam y escuchar su respiración mientras dormía, esperar que otro día llegara y anhelar que sus ánimos hubieran mejorado al llegar el amanecer.
Jacobo se acercó más al grupo de chicos pues no quería de momento más charla con su compañera; escuchó a Elliot hablar animadamente:
—Ya tenemos esto ganado.
—Yo tendría mis dudas —replicó Alice en tono burlón.
—Yo no —añadió Sam—. Yo sí les tengo toda la fe del mundo, esto ya está ganado.
—Te perdono la falta de fe porque eres nueva por acá —Elliot le sonrió de lado a Alice y esta blanqueó los ojos aunque se le reveló un ligero sonrojo en las mejillas—, pero que no pase de nuevo.
—Iremos a mi casa al terminar; mamá no está y tengo permiso de llevar amigos —contó Mario, y mirando solo a Sam, preguntó—: ¿Vienen?
—¿Qué harán allá? —preguntó Alice.
—Usualmente solo charlar, a veces los demás beben cerveza y casi siempre cuando Jordan tiene un poco de licor en la cabeza, llama a su ex. —Mario se rió—. Es divertidísimo escucharlo.
—Yo iré —dijo Elliot, mirando a su hermana— y si quieres ir llamaré a papá y le diré que estás conmigo. Al menos esta vez es cierto.
—Sí, está bien. ¿Alice?
—Le diré a mi mamá, pero no habrá problema si le digo que estaré con Sam.
—¿Se embriagarán? —preguntó Jacobo a Marissa, con la primera sonrisa en un buen rato.
—Jordan, sí. Mario bebe pero muy poco, no llega al punto de ebriedad de no saber dónde está parado. Elliot... puede que sí, a sus dieciocho le gustaba la cerveza mucho, no creo que eso haya cambiado. Y de Sam... dime tú.
—Nunca la he visto ebria. Solo bebe una copa de vino en las noches especiales como navidad o año nuevo, de resto, no.
—Debe ser muy divertida con licor en la cabeza. —Marissa se rió y Jacobo le dio un codazo amistoso.
—No sé si quiero ver eso o no —bromeó—. Pero no me voy a perder el tal vez, así que subo rápido con esa cupido y vuelvo. Quiero ver qué sucede.
Luego de que Jacobo viera pasada de tragos a Amy había forjado su opinión sobre la ebriedad y aunque había sido graciosa, no sabía si quería ver a Sam al menos una vez así de perdida. Si Sam divagaba tanto sin licor en la mente, no imaginaba la cantidad de palabras que podía decir estando borracha y la curiosidad divertida le podía más que la prudencia. De todas maneras iba a estar con su hermano y con su amigo de casi toda la vida, confiaba en que nada pasaría y si iba a pasar vergüenzas... bueno, ya prácticamente todos lo esperaban de ella, ¿qué más daba?
Sí, podría ser divertido.
La primera cerveza le supo a Sam a agua sucia y arrugó la frente; la segunda ya tenía un sabor familiar y aunque admitía que no era del todo agradable, le gustó; ya a la cuarta le sabía a gaseosa y al vaciar una lata, esperaba la siguiente.
Alice por otro lado parecía que llevara un par de años de experiencia con el licor y desde la primer lata supo llevar el buen ritmo y acoplarse rápidamente al grupo de amigos que acababa de conocer; así era Alice, a donde llegaba hacía buenos amigos y caía bien así que a Sam no le extrañaba que riera con todos como si llevaran años de buena amistad... especialmente con su hermano con quien andaba muy confianzuda y de quien no se había separado desde que llegaron.
Le causaba un conflicto raro a Sam ver a Elliot coqueteando evidentemente con Alice y no sabía si el que ella le correspondiera era bueno o malo; hasta donde sabía ninguno de los dos tenía pareja pero eran su amiga —en una amistad y un poco más con Drew— y su hermano... era extraño y ya que los pocos grados de licor en su sangre le quitaban un poco la prudencia, no dejaba de mirarlos fijamente con recelo.
Samantha escuchó la risa de Mario a su lado y luego él se le atravesó en el campo de visión.
—Deja de mirarlos así.
—Es raro —admitió Sam y fulminó a Mario con la mirada cuando este le respondió con una risita—. No te burles. Es mi hermano y mi mejor amiga, eso no está bien.
—¿Por qué no? Vamos, no es que se vayan a casar. A Elliot le gusta Alice y viceversa, ¿cuál es el lío? Déjalos. Puede que sea la cerveza actuando y ya.
—Algo me dice que eso no acabará bien —musitó Sam, dando otro sorbo a su lata—. Pero bueno, no me meteré. No es como que sean niños, allá ellos sí... —Los miró de reojo una vez—. ¡Se están besando!
Sam tuvo el impulso de levantarse para ir a ellos, quizás a reclamarles o a echarles la cerveza en la cabeza, pero Mario la tomó por la cintura y riendo, la devolvió a su lugar en el sillón a su lado.
—¿Qué vas a hacer? —Mario soltó otra carcajada—. Déjalos, y ya mañana nos burlamos. Deja así.
—Eres un fastidioso —replicó ella, enfurruñada y cruzándose de brazos evitando mirar a su amiga que en sillón a unos metros de ellos estaba comiéndose a Elliot en un beso—. No debimos venir con Alice.
Mario estaba sonriente debido a la cerveza y a la ternura que era Sam enfadada por una tontería. Le pasó el brazo por el hombro y la atrajo aunque ella en su terquedad no destensaba sus brazos ni se atrevía a mirarlo.
—No te enojes, solo se están besando y ya.
Samantha decidió girar la cara a mirarlo y como él la tenía abrazada, se percató de que estaban a un suspiro de distancia y aunque había otros chicos alrededor y música a volumen alto, le pareció por un segundo que estaban solos; eso la puso nerviosa pero no se movió y menos cuando Mario le sonrió ampliamente. Dios, estaba tan enganchada con él que casi se puso a llorar de frustración. Qué tonta, fijarse en el mejor amigo de su hermano, ¿en qué pensaba?
Una bola de papel del tamaño de la palma de Sam cayó entre ambos y levantaron la vista al tiempo para mirar a Jordan al otro lado con una sonrisa burlona junto a dos compañeros más del equipo. Mario recogió la bolita y se la devolvió con fuerza entre risas.
—¡Pareces garrapata con Samantha! —le gritó Jordan y todos, incluída Sam, se rieron—. ¡Déjala respirar!
—¿Celoso, Jordan? —replicó Mario—. ¿Ya llamaste a tu ex a llorarle hoy o aún no?
La risa de Jordan paró pero los demás rieron más alto.
—De todas maneras parece que a Sam no le molesta —añadió otro—. ¡Sam quiere besarlo!
—¡Eso no es cierto! —Se defendió ella en un grito; ya sentía su rostro enrojecido.
—¡Sí! —gritó Alice, con una euforia proveniente de las siete latas que ya había desocupado—. ¡Bésalo!
—¡Alice! —Sam quiso gritarle "¿no que tú estabas del lado de Román?" pero se contuvo en pro de no avergonzarse más. Estaba un poco ebria pero no tanto como para meter la pata de esa manera—. ¡Cállate!
—Si lo dice su amiga, es porque es verdad —picó Jordan de nuevo—. Bésalo, Sam, aprovecha.
Jordan hizo muecas con sus labios simulando un beso y eso empezó a incomodar a Sam que sutilmente se desprendió del brazo con que Mario la rodeaba.
—¡A mí no me parece! —gritó Elliot, mirando con desagrado la escena—. Son como hermanos.
Varios soltaron una carcajada conjunta.
—¡Tú no tienes derecho, estás besando a mi mejor amiga!
Elliot terminó soltando una carcajada también junto a Alice que se sonrojó entre más risas.
—Es cierto, no tengo derecho... pero es cierto lo otro, eres como su hermana.
—¡Qué importa, que lo bese! —chilló Alice de nuevo.
—¿Eso no cuenta como incesto? —preguntó Jordan dramáticamente—. Si son como hermanos creo que sí.
A Sam ya no le parecía divertido y dejó de reír porque sentía que cada burla era un eco de lo que ella siempre sentía con respecto a Mario. Todos en el equipo los veían a ellos como hermanos, incluso Mario debía de pensar igual y saliendo de las bromas, le dolía que todos lo vieran así, eso solo le confirmaba cómo era la situación y le enfadaba y entristecía a partes iguales.
—Mario no la besaría —dijo otro de los chicos, lo dijo sin malicia pero para Sam fue un golpe en el pecho. Odiaba que de repente ellos dos fueran el centro de atención de toda la reunión—. Ni ella a él, es como una niña.
—Yo digo que sí —apuntó Alice—. Hazlo.
—¡Apuesto veinte a que sí lo besa! —gritó Jordan.
—¡Entro! —gritó otro—. ¡A que no!
Lo que le rebasó la copa de la paciencia a Sam fue ver a Mario riendo con ellos, como si todo fuera tal cual ellos lo decían. Sí, era un chiste de todos pero que Mario se riera solo significaba que estaba de acuerdo con eso y que no notaba que a ella le molestaba, que la lastimaba.
—No es gracioso —murmuró Sam.
Se levantó del sillón para retirarse; no se había levantado de allí desde que habían llegado por lo que el cambio abrupto de posición le revolvió el mareo en la cabeza aunque supo disimularlo bien mientras se alejaba de la sala con el coro de risas a su espalda.
—¡Sam, no te vayas! —canturreó Alice sin dejar su retintín bromista y sin dejar de reírse—. ¡Solo jugaba!
Mario los miró a todos con hastío y se levantó para ir tras Sam.
—Todos son unos imbéciles. —Los señaló con el dedo acusatoriamente y caminó fuera de la sala.
El apartamento no era muy grande y las posibilidades de alejarse eran el baño o su propia habitación; miró primero en el baño pero estaba ocupado y no con Sam así que fue a la otra puerta y al verla cerrada supo que ella estaba ahí. Mario se sintió tonto de tocar en su propia puerta pero lo hizo.
—Ábreme, Sam. —No obtuvo respuesta por varios segundos—. Sam, es mi habitación.
Sam gritó desde adentro:
—¡El baño estaba ocupado!
—Abre, ven, no te enojes conmigo.
Aguardó hasta que la cerradura se movió y una pequeña rendija se abrió; Sam se alejó hasta la ventana y Mario entró, cerró la puerta para ahogar la música de unos metros afuera y se acercó a su amiga que estaba de espaldas.
—No les pongas atención, Sam.
Mario intentó tocar su hombro pero ella se sacudió para impedirlo, exhalando un resoplido. Muy dentro de sí, Sam sentía que estaba haciendo una rabieta innecesaria pero el licor que tenía en la cabeza le impedía actuar con un poco más de coherencia y madurez así que solo quería refunfuñar y de la rabia que tenía, sentía que de hablar se pondría a llorar.
—No me pongas atención tú a mí y ya —farfulló Sam—. Solo quiero irme pero Elliot no se irá todavía así que me quedaré acá hasta que nos vayamos. —Respiró hondo y se volteó a darle la cara a Mario—. Vuelve allá, no pasa nada.
Mario esperó a que Sam lo mirara a los ojos y le sonrió. No habían encendido la luz al entrar así que solo se veían un par de sombras gracias al poste de luz de la calle; Mario la encontró tan bonita que le dio tristeza que estuviera afectada por lo que decían sus amigos.
—¿Tanto te molesta la idea de besarme? —intentó bromear para hacerla reír—. Qué ofendido me siento.
Funcionó; Sam soltó una risa entre dientes y el mareo la hizo hablar sin que se se sintiera del todo cohibida.
—No es eso. Es que me molesta estar en medio de los chistes. —Sam blanqueó los ojos—. El tono que usan "Sam, bésalo" —Imito—, es como si les pareciera tan absurdo que no les importara burlarse en cantidades enormes.
—Es decir que no te molestaría besarme.
Sam abrió mucho los ojos y pensó para sí misma que estaba diciendo más de la cuenta. Sintió las mejillas calientes de nuevo y se apresuró a negar con la cabeza, convencida de que Mario se molestaría o se incomodaría de seguir llevando la corriente con el tema.
—No lo veas así —empezó, sintiendo cómo su vómito verbal se acercaba—. No dije que quisiera besarte, lo que digo es que es molesto que ellos crean que es tan alocado como para ni siquiera tomarlo con seriedad. O sea, si pasara sería bueno, ¿no? No. No. No digo que vaya a pasar, sino que tampoco es tan anormal como una vaca volando, ¿entiendes? Que me ves como una hermana, sí, claro, eso lo sé, pero eso no significa que sería realmente incesto porque en sí no compartimos sangre, somos amigos hace ¿qué? ¿diez años? Por Dios, muchos años puede que menos o más, no lo sé, pero eso no quiere decir que besarte sería incestuoso. No voy a besarte, no es que no quiera. Es decir, ¡no dije que quiero! Es que no querer es hipotético a querer, ¿entiendes? O sea, si pasara querría pero como no pasa pues no quiero, tú no quieres, tú me ves como una hermana, como si fueras hermano de Elliot y por ende, mío, y eso está bien, yo ya sé cómo me ves y te quiero besar pero... ¡no! No quiero, lo juro. Mentiras, es malo jurar en vano y más con mentiras. Yo no te miento, yo no suelo mentir excepto cuando... bueno, cuando insinúo que eres como un hermano, aún así no hay incesto. No voy a besarte.
Y Sam no lo hizo, Mario la besó a ella.
Se acercó tan de repente que Sam quedó con sus manos levantadas a los lados y quedó estática los seis segundos que le tomó asimilar que Mario la estaba besando. Mario subió su mano hasta aferrarla a la nuca de Sam y la otra aterrizó en su mejilla con dulzura. A los pocos instantes Mario recapacitó en lo que hacía y sin soltarla, alejó sus labios sintiendo como pocas veces una vergüenza monumental con Sam; luego de un lapso que pareció eterno, se miraron a los ojos, tan cerca que aún podían sentir la presencia del beso ajeno y si ponían la suficiente atención, podrían escuchar el latido del otro.
—Emmm... —Mario titubeó ante la mirada sorprendida de Sam, no lucía enojada, lucía desconcertada—. Yo... no te molestes...
—No estoy molesta —logró murmurar.
—No te veo como una hermanita —confesó Mario—. Eres más que eso, Sam.
Sam consideró seriamente que estaba alucinando, que quizás ya estaba bastante ebria como para ver cosas irreales y sentirlas, pero no le importó. Le gustaba la sensación lo suficiente como para atesorarla así fuera solo su imaginación. No le respondió más a Mario sino que se estiró y lo besó de nuevo, esta vez envolviendo sus brazos en la cintura de él.
La humedad de los labios de Mario era dulce pero no así su toque porque ese beso era fuerte, arrebatado, de esos que se dan cuando se pasa mucho tiempo deseándolo, imaginándolo, de esos que deben ser privados y que encierran todo el placer contenido en la espera.
Para Sam era la gloria. Sentir cómo los dedos de Mario se colaban en su cabello, cómo su lengua le acariciaba el labio inferior y cómo la temperatura aumentaba a la misma velocidad que los latidos y la ansiedad de más, era una sensación nueva y maravillosa, exquisita. Sabía que no estaba pensando con claridad, solo estaba sintiendo y le gustaba eso.
Tenía la necesidad en las yemas de sus dedos de tocar a Mario, de acariciarlo, de no soltarlo y en caso de ser un sueño, de no despertar. Le pasaba las manos por los hombros, por las mejillas, por el dorso del pecho, le correspondía a los mordiscos atrevidos en sus labios y lo sentía sonreír sin abrir los ojos. Era como entrar a otra dimensión donde solo estaban ellos dos, una dimensión donde ese primer beso se sentía como el milésimo porque se conocían de hacía tanto que besarse y tocarse era tan natural como respirar, se querían tan sinceramente que ya habían quemado la etapa de conocerse y de sentir timidez y el estar al fin compartiendo un beso de esos solo era algo que estaba destinado a suceder tarde o temprano.
Sam se había movido hasta la pared que contenía la ventana y su espalda reposaba allí contra el bordillo, de repente el aire se le hizo poco y la mente se le nublaba con un deseo que estaba descubriendo podía sentir. Jadeó cuando un simple suspiro pareció no ser suficiente al sentir el aliento de Mario en su cuello; Sam pensó que si las personas podían sufrir combustión espontánea, estaba en peligro de morir en ese momento.
Tenía sus ojos cerrados y su cabeza inclinada hacia atrás, pensando con mucha razón que de no haber bebido ni una sola cerveza no se estaría dejando llevar tan terriblemente y no porque no le gustara o porque no quisiera, sino porque solía ser un poco más prudente con cada acción de su vida.
Sus dedos estaban enroscados sobre los hombros de Mario y aunque tenía muy dentro de sí la certeza de que no estaba bien lo que hacía, su cuerpo le pedía más de él, y su voz quiso pedírselo, perder la vergüenza por un momento y exigirle a Mario que no la soltara nunca.
Entreabrió los labios para hablar y con el placer recorriéndole las venas, susurró:
—Te quiero mucho, Román.
El mundo pareció congelarse, el tiempo detenerse, los corazones de ambos acelerarse más pero por otros motivos lejanos al placer.
La velocidad del sonido tardó medio milisegundo en llevar las palabras de Sam a oídos de ambos; ella no se movió pero abrió los ojos lo más que pudo hallando solo el techo oscuro de la habitación de su amor platónico de hace años, y Mario quedó con sus labios a dos milímetros de la piel de Sam, se quedó congelado y con una mezcla de molestia y dolor en el pecho.
Dios, había dicho el nombre equivocado. ¡¿Había dicho el nombre equivocado?!
—¿Román? —murmuró él finalmente, incorporándose.
Sam pareció atragantarse con su propia saliva.
—Mario. Mario. Quise decir Mario. Yo...
Mario la soltó y todo el calor que pudieron albergar en ese momento se esfumó dejando un frío recelo en uno y una helada vergüenza en la otra. No había palabras que arreglaran o disculpas que valieran, ese error era grande desde cualquier perspectiva y Sam quiso morirse allí mismo para evitar pensar en las consecuencias de esa estupidez.
Mario no dijo nada, solo dio media vuelta sin mirarla y salió de la habitación, dejando a Sam en shock y sintiéndose más estúpida que nunca.
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Esa imagen es mi descripción gráfica a pesar de que yo escribí el capítulo jaja
Gracias por la paciencia, espero haberles despertado emociones con este capítulo, a mí me emocionó muchísimo haha <3
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