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23. ➳ Corrientes y mariposas ♡

"El amor conquista todas las cosas. Démosle paso al amor".
Virgilio

***

Samantha tocó la puerta solo una vez y antes de que pasaran dos segundos Román le abrió y le cedió el paso conteniendo en su rostro una amable sonrisa.

—¿Estabas ahí no más detrás de la puerta?

—Claro que sí, ¿no fue obvio? —ironizó Román, haciéndola reír.

Sam se quedó sin moverse a un metro de la entrada y Román la guió hasta la cocina donde reinaba el orden y todo lo que necesitarían estaba sobre el mesón. Cuando Sam recorrió con los ojos todo el espacio asintió para sí misma; se quitó la chaqueta que traía quedando en una sencilla camiseta con una nube con ojos estampada y se puso todo el cabello hacia atrás. Román a su lado la observaba en silencio.

—A ver... dijiste que ibas a ayudar...

Sam mordió su labio un tanto incómoda; afortunadamente Román pareció leerle el pensamiento.

—¿Eres de las perfeccionistas a las que no les gusta que otros ayuden? —lo dijo en tono dulzón y alegre, mas en la mente de Sam las palabras eran casi un regaño.

—No sé si perfeccionista porque no es que me salgan las cosas a la perfección, Elliot dice que soy más bien mandona y controladora y que por eso dentro de mi mente no considero que nadie pueda hacer las cosas. —Abrió los ojos para sí misma y sacudió las manos hacia Román, negando—. ¡No es que diga que eres un inútil! Digo, nadie es inútil... a veces yo, pero no tú. Lo que pasa es que bien o mal hechas las cosas, las hago a mi manera y me da algo raro en la cabeza de pensar que otra persona no conozca el procedimiento y no lo haga como yo. Es una manía extraña, perdón. Sé que es tu cocina y claro que puedes ayudar, es más, vas a hacerlo porque los pastelitos son para ti, no para mí. ¡No es que los esté echando en cara! Te juro que no me molesta hacerlos, hace mucho no toco un horno pero sé que saldrán bien o eso espero porque son para el cumpleaños de tu compañera y ¡qué vergüenza llegar con pastelitos feos! Dios mío, nos van a quedar horribles si no le ponemos buenas vibras. ¿Has escuchado eso de que el ingrediente secreto es el amor? Pues es cierto, una vez hice una torta de chocolate estando de mal genio y se cortó la leche, ¡se cortó la leche! Hay que ponerle buena energía o esto se quema y la cocina puede explotar... Dios...

Sam se quedó sin aire y con todo el color en sus mejillas. Sus ojos llegaron a humedecerse por el bochorno que sentía y si fuera más valiente, habría salido corriendo del apartamento de Román por la vergüenza de su despliegue verbal, pero a cambio, se quedó quieta en su lugar mirando un punto indeterminado en el suelo lo que le impedía ver el rostro de Román que luchaba por no sonreír para no ser obvio con su gusto por ella; él sospechaba que luego de su casi beso, Sam lo sabía o al menos lo sospechaba pero no estaba nada seguro.

—Prefiero pastelitos feos que mi cocina en llamas, si soy sincero —dijo finalmente él con una sonrisa—. Pero no saldrán feos, serán deliciosos y bonitos.

—Y puedes ayudar —aseguró ella con un hilito de voz—. Si quieres.

—¿No te molesta? —Sam mordió su labio una vez más, bizqueando en varias direcciones—. Sí te molesta.

—Perdón...

—Me pasa igual. No con los pastelitos, pero por ejemplo mi hermana se ofreció a ayudarme a repintar mi habitación cuando le conté que quería cosas de mar y me negué rotundamente porque ella puede dañar lo que tengo en mente.

—Sí entiendes —suspiró ella aliviada—. Sé que es tu cocina y todo, lo siento.

—¿Me puedo quedar al menos en la cocina también?

Sam soltó una risa y asintió.

—Sí. Y puedes poner a precalentar el horno, por favor. Esa parte no me gusta, siempre que puedo le pido a Eliott o a mamá que lo prendan. Creo que fuego y Sam no es buena combinación.

Román asintió y se agachó para programar los grados y poner llama dentro del horno. La cocina, al igual que la de ella, era muy pequeña por lo que no era posible mantener muchas distancias; Sam se inclinó para lavarse las manos y al darse la vuelta para empezar tropezó con Román que se estaba levantando del suelo; la risa tonta emergió de ambos y en el afán de tomar el lado contrario, tomaron el mismo chocando de nuevo... dos veces.

Sam se quedó quieta y decidió mejor esperar a que Román se moviera y él así lo hizo, quedándose del otro lado del mesón, a dos prudentes metros de distancia y con una tensión bailando entre ellos que a su modo, los dejaba a ambos un poco nerviosos.

—¿Desde cuándo sabes hornear? —preguntó Román en un intento de armar conversación.

Samantha estaba colocando la harina en un tazón y adicionando el azúcar, la sal y el polvo para hornear; sonrió sin mirarlo, y buscando con sus manos lo que necesitaría a continuación, empezó a hablar:

—Cuando tenía... no sé, doce o trece, mi mamá me dejaba ayudarla cuando hacía tortas caseras, las hacía solo de vez en cuando pero a mí me gustaba ver cómo se mezclaba todo y luego quedaba una masa que lucía deliciosa y sin grumos. Nunca me dejó tocar el horno por obvias razones pero me enseñó a batir y a medir ingredientes. En uno de sus cumpleaños intenté hacer uno yo sola y le pedí a mi hermano que manipulara el horno, ese primer pastel me quedó feo pero delicioso, parecía tierra de finca pero sabía a chocolate así que seguí intentando de vez en cuando hasta que me salieron bonitos. Y me gusta... —Sam suspiró con calma, como si se estuviera escuchando en su propia mente—. La sensación de la masa, el olor de la vainilla, la textura del chocolate... es agradable.

Eran las primeras palabras que Román había escuchado calmadas de parte de Sam; siempre hablaba tan animada que la velocidad y volumen de su voz eran potentes, mas hablando de repostería se oía relajada. Sus conversaciones usualmente eran maremotos pero en ese momento solo era agua tranquila de olas en vaivén.

—¿Hoy en día también horneas con ella?

—No. Mi mamá vive muy ocupada últimamente y por últimamente me refiero desde que Ian nació. Tener un bebé en casa es cansador —añadió en tono jocoso— y según ella, la parte complicada no termina ni siquiera cuando cumplen diez años. Además yo ya puedo completamente sola así que no hay mucha necesidad. Y sin ánimos de sonar presumida, me quedan mejor a mí que a ella.

—Presúmelo con orgullo, no todas las personas hallan en qué ser buenos.

—Eso dice mi hermano. —Sam hizo una pausa—. ¿Qué tal es tu relación con tu mamá? —preguntó por curiosidad mientras su vista bailaba entre Román y la mezcla que hacía en otro tazón.

—Super. Estamos relativamente poco tiempo todos en casa juntos pero cuando estamos, es buena. Ellos van a mis presentaciones de baile y a veces Amy va a mis clases. —Sam levantó la mirada y le sonrió con añoranza, con ternura, con dulzura por nombrar a toda su familia aún cuando solo preguntó por su madre—. Mi mamá baila muy bien también y a veces corremos los muebles de la sala para tomarlo de pista de baile; a mi papá le gusta grabarnos y luego rotar el video a la familia para que se burlen de nosotros.

—Necesito de repente el número de teléfono de tu papá —bromeó ella.

—Me aseguraré de que jamás lo tengas.

Sam negó con la cabeza mientras hacía una mueca más similar a un fingido puchero; él tuvo que desviar la mirada para no soltarte un halago que no venía a lugar y la incomodaría.

—¿Sabes qué puedes hacer? Pon los moldes en la bandeja, ya casi está la mezcla.

—Bueno.

—Admiro la relación que tienes con tus padres y con tu hermana —admitió Sam, perdida en sus pensamientos—. Cuando hablas de ellos se nota que son todo para ti.

—¿Tu relación con la familia es muy complicada? Aparte de que tu padre es un poquito...

—¿Gruñón?

—Sí, eso suena más decente de lo que tenía en mente.

Sam rió.

—No es una relación mala propiamente dicha —tanteó Sam—. Es solo que no es tan unida como la tuya con tu familia. En mi casa somos más de no compartir mucho tiempo los cinco juntos, ni de abrazarnos a cada momento. Ocasionalmente con Elliot sí, él me ama y lo sé.

—¿Lo dudas de tu padre? —La pregunta de Román iba en broma, mas Sam la recibió con seriedad y con tristeza—. No lo decía en serio, lo siento.

—No importa. —Sonrió ampliamente aunque la sonrisa no le llegó a los ojos marrones—. No hablemos de eso, necesito conversaciones amorosas y felices para que no se me dañe la mezcla.

—Entonces hablemos de cupidos y arcoíris.

—Los cupidos no existen y los arcoíris son preciosos.

Ambos sonrieron; Sam mirando el tazón y Román mirándola a ella.

—¿Cómo que no existen? Yo creo que sí.

—Dame una razón para creer.

Aprovechando que Sam estaba concentrada en su tarea de empezar a colocar la mezcla en los moldes, Román tragó saliva y aunque sentía sus mejillas calientes el color de su piel no lo delataba. Algo dentro de sí le dijo que era buen momento para decirle algo bonito, para insinuarle su gusto con la seguridad de que ninguna Amy ebria iba a meterse esta vez. Respiró hondo y aparentando tranquilidad, lo dijo despacio:

—Para mí, tú eres una razón para creer que cupido existe.

***

Melody, junto a Jacobo, blanqueó los ojos.

—Ah, no, es injusto que solo me mencione en plan coqueto con Sam.

Jacobo soltó una carcajada. Ambos estaban en el lado contrario de la cocina observando todo e incluso Melody había soltado una que otra sonrisa en medio de la conversación; ni qué decir de Jacobo que estaba tan satisfecho como podía, estar con Sam y que ella estuviera en paz consigo misma fue como un respiro para el cupido cuyas últimas horas, si no días, habían sido abrumantes.

—Al menos él cree que existimos, yo lo tomaría como ventaja —bromeó. Con la misma jocosidad y cruzando los brazos, añadió—: Sam ni siquiera cree en mí, eso sí es una falta de respeto.

—Y ahora esta chica hace desastres —respondió Melody, poniendo una de sus manos en su cara en gesto fastidiado—. Nunca entenderé cómo es que un humano escoge a su blanco de amor.

—Como si pudieran elegir.

—Deberían y así no van por estos desastres.

Su tono de ofensa no pudo cambiar el buen humor de Jacobo aunque sí se sintió un poco mal de ver que Sam, con el comentario de Román, se había desconcentrado y botado parte de la mezcla sobre el mesón y no sobre los moldes. Mordió su labio con pesar pero no podía hacer nada más que ver cómo su Sam se sonrojaba hasta lo indecible y pasaba un terrible momento.

—Ay, pobrecita. —Jacobo tuvo el impulso de acercarse y ayudarla pero al recordar que era imposible, se quedó mejor en su lugar—. Román la pone nerviosa, qué ternura. Pero pobrecita.

—Escucha su mente —dijo Melody con renovada emoción y una sonrisa malvada en sus labios. Jacobo la fulminó con la mirada—. ¡Vamos! Yo no lo podré escuchar y debe ser divertidísimo saber qué pasa por su mente en este momento. Si pudiera te pagaría para que me dejaras oír.

Melody soltó una carcajada y Jacobo no pudo seguir con sus miradas de reproche; le gustaba escuchaba reír.

—Lo haré —accedió— pero no porque tú me lo digas sino porque yo quiero.

Melody le dio un empujón mientras él sacaba el aerosol  y lo rociaba sobre la cabeza de Sam; la voz mental de su humana le llegó de golpe, alta y fuerte.

¡Recoge la mezcla! Qué desastre. ¿Qué dijo Román? Jesucristo, Alice tenía razón. Dios, Román es tan dulce, pero ¡por qué me dice eso mientras estoy ocupada? Aunque mejor así que cuando estuviéramos sin hacer nada, al menos puedo disimular mientras limpio, ¿y si me lo dice de nuevo? Si riego otro poco de mezcla puedo hacer la que no escuché. Alegaré locura o falta de memoria, ¿estoy tan roja como me siento? Santo Dios nunca había tenido tanto calor en la cara, ¿será que Román lo nota? Claro, ni que estuviera ciego. ¿Cuáles son las posibilidades de desmayarme y fingir que nada pasó camino al hospital? ¿Qué...? ¡No me ayudes, Román! ¡Deja tus manos lejos! Mejor vete de acá... ah, no, esta es tu casa. No te me acerques. ¡Yo puedo limpiar esto sola! No te acerques tanto o las manos me traicionan de nuevo y acabo incendiando la cocina. Eres tan tierno, ¿Alice tenía razón? ¡¿Y si me quiere besar?! JESÚS, NO. ¿O sí? Vamos, sí quiero, PERO NO LO HAGAS porque será raro después. Estás hablando... ¿qué...? ¡estás hablando! Di algo, Sam, no toques el horno, solo di algo...

¿Uh? —balbuceó Sam.

Román había dicho algo pero ni Jacobo, que estaba ocupado oyendo a su avergonzada mente, escuchó. Sam tragó saliva y la voz de su cabeza se fue apagando de a poco hasta que para el Cupido solo se oía un lejano e inentendible susurro y luego, el silencio mental, lástima que no durase más el efecto.

—Que si estás bien —repitió Román, en un borde entre la burla y la culpa.

—¿Crees que sea así con todos? —preguntó Melody entre los decibelios de su risa, se la estaba pasando de maravilla a costas de ambos—. ¿Crees que todos los humanos son así de torpes e inseguros? Y conste que no me refiero solo a Sam... mira a Román, parece que se le va a caer la dignidad por los ojos. Pobrecito, pero es muy divertido.

—Yo creo que con el primer amor sí —respondió Jacobo con la misma risa en los labios—. Vale, me siento mal por ella pero esto es muy gracioso. Son tan dulces...

—Sí, bien. Uhmm... perdón, no medí bien y se movió el tazón. —Sam vaciló.

—¿Se movió el tazón? Pudo inventar algo mejor —desdeñó Melody—. Algo vibra, Jacobo.

La chica cupido señaló la mochila de su compañero de donde en efecto emergía vibración. Jacobo abrió la solapa y no se tuvo que mover casi en absoluto para que la flecha se incrustara en Sam mientras miraba a Román y le sonreía, su corazón se aceleró aún más y sus manos resultaron temblando, cosa que se notó un poco más de lo necesario mientras terminaba de verter la mezcla en la bandeja.

Cuando terminó con eso, tanto Román como Sam se dispusieron a tomar la bandeja para ponerla en el horno y el camino sus manos se tocaron. Esta vez no hubo derrame de ingredientes y sorprendentemente ganas de huir tampoco, Sam solo se quedó ahí, mirándolo a los ojos oscuros y luego como reflejo de sus emociones, sonrió suavemente, apenas con la superficie de su boca, una curvatura de labios tan inocente que le resultó atractiva como nunca antes a Román, que exhibió sus dientes en una amplia sonrisa; si fuera posible, tendría corazones en lugar de pupilas en ese momento.

La nueva atracción tenía un motivo; a Jacobo se le detuvo el corazón un segundo para mirar con los ojos desorbitados a Melody.

—¡Lo flechaste! ¡Usaste una flecha para Sam!

Melody intentó blanquear los ojos ante la emoción desorbitada de Jacobo pero le fue imposible y a cambio de eso se odió por sonreír cómplice y esbozar un gesto atontado, incluso abochornado, vulnerable. Odiaba que el humor de Jacobo la hiciera dejar de ser ella con su indiferencia; es imposible ser indiferente a este fastidioso, se dijo.

—Sorpresa, soy una Cupido, esa es mi labor.

—¿Ves? —dijo Román, evitando que Jacobo soltara su sarcasmo.

—¿Qué?

—Tu sonrisa, pero no cualquiera, esa sonrisa. No puedo no creer en cupido cuando me sonríes así.

—No tomo toda la responsabilidad —respondió Melody a nadie y sonrió al ver que Jacobo la codeaba—. Solo un poco, es la primera flecha que le doy, de resto lo ha hecho sin mí.

Román tanteó un paso en su dirección, solo eso era necesario para quedar más cerca a ella. Sam de forma involuntaria cooperó poniéndose de frente a él pues estaba ladeada hacia el mesón; se miraron, Sam sin responderle a su ¿coqueteo? y él dispuesto a seguirlo aunque no dijera más palabras. Detrás de las gafas, los ojos de Sam me movían con rapidez entre los dos de Román creando un balanceo que resultó magnético a él.

Jacobo y Melody observaban la escena esta vez en silencio, con la antelación y expectativa que crea una jugada definitiva en un partido, una ausencia de voces y de respiración hasta que lo mejor ocurra para luego estallar en vítores. Estaban cerquita, bastante cerquita y se sonreían inmersos en un espacio hermético que sus nervios formaron. La respiración de Sam estaba agitaba y sus mejillas aún resguardaban un pequeño tinte de carmesí, tuvo deseos de acercarse ella y besar a Román pero se sentía paralizada al descubrir su nuevo gusto por él... o puede que no fuera un gusto nuevo pero sí uno que recién descubría y aceptaba al sumar su emoción a las palabras de Alice en su mente.

Román hizo gala de osadía y trasladó una de sus manos a la cintura de Sam a la vez que terminaba de acercarse dando medio paso más al frente. Todo pasaba en tres o cinco segundos pero en la espera, a los Cupidos se les hizo eterno. De repente Jacobo tomó con fuerza a Melody de la muñeca.

—¿Qué?

—Esta vez no vas a interrumpir.

Melody se zafó con fuerza.

—Ya lo habría hecho.

—¡Se van a besar!

Melody miró la escena y suspiró con resignación pero sonriendo, con esa nostalgia que se ve en los ojos de un padre al ver que su hijo ya no es un niño pequeño.

—O cuando me miras así —dijo Román—. No eres consciente de lo que tus gestos provocan.

Sam tocó los brazos de Román con timidez y entonces él se inclinó hasta que sus labios se juntaron.

Sam crispó los dedos sobre el brazo de Román cuando sintió la suavidad de sus labios acariciando dulcemente los suyos, cerró los ojos y se dejó embriagar con todo lo que bullía en su interior. La sensación era maravillosa, era una mezcla de frenesí y calma, de mariposas en su estómago y nubes en su cabeza, de placer y vergüenza, todo a partes iguales. Besar a Román era un cóctel de confusión y plenitud.

Las mochilas de ambos cupidos se sacudieron por sus flechas adentro esperando ser lanzadas, pero no le prestaron atención a eso porque estaba más estupefactos del corrientazo que sintieron entre ellos al ver que sus humanos se besaban. No fue un corrientazo imaginario, fue completamente real y palpable, tanto que ambos se alejaron el uno del otro en reflejo por el dolor y cuando se miraron a los ojos, sintieron otra descarga, esta vez agradable y no dolorosa. Eso era muy raro, ninguno de los dos había escuchado que algo así pasara cuando los humanos se besaban en su presencia.

En medio de la confusión, Melody y Jacobo miraron al tiempo a la pareja, no habían pasado ni diez segundos pero sus labios ya no estaban juntos. Sam no abrió los ojos de una vez y de nuevo se sonrojó, combinando con el pulso acelerado de Román.

Sin saber cómo proceder ahora y presa de la inquietud, ella empezó a hablar, diciendo lo primero que le cruzó por la mente:

—¿Sabías que la osa polar guarda el esperma en su cuerpo hasta que decide cuándo embarazarse? —Su voz se apagó con la vergüenza.

—¿Qué rayos sucede con tu humana? —desdeñó Melody.

Jacobo se golpeó a sí mismo en la frente con ganas de golpear a Sam por decir semejante tontería luego de un beso. Hasta la misma Sam se quería golpear a ella misma, cerró los ojos con fuerza y balbuceó, alejándose torpemente de Román, dando dos pasos atrás.

—Pues... uhmm... no lo sabía. —Román se rascó la cabeza—. Gracias por la información.

A Sam le dolía el cuello de lo inclinada que tenía la cabeza hacia abajo mirando el suelo con ganas de que este se abriera y se la tragara. Para su suerte, la puerta del apartamento se abrió y en pocos segundos vio a la mamá de Román que fue directo a la cocina.

—Hola, chicos.

—Hola, ma.

—Buenas tardes —dijo Sam cortésmente, levantando la mirada pero evitando mirar a Román—. ¿Cómo está, señora?

—Bien, gracias. ¿Cómo van esos pastelitos?

Sam pareció recordar el motivo de que estuvieran ahí pues su mente estaba en blanco luego de su estupidez.

—¡Sí, los pastelitos! Digo, emmm... super. Ya están todos en sus moldes y el horno ya debe estar tan caliente como yo... digo, ¡es que tengo calor! ¿No tiene calor usted? Debe ser que el horno le da calidez a la cocina, hace falta una ventana grande o un ventilador, nosotros no tenemos ni lo uno ni lo otro pero está bien, casi nunca horneo en casa, pero sí acá. Son pastelitos de chocolate, creo que estarán geniales, tienen que estar geniales porque se hicieron con amor... amor a los pastelitos, no a su hijo, se lo juro —Miró incómoda a Román—, ¡no es que te odie! Es decir sí hay amor, pero... a los pastelitos y un poquito para ti, ¡no exageradamente, señora! Solo... Dios... ahí están los pastelitos. Están bien.

Melody estaba retorciéndose de risa a carcajada limpia pero Román se sintió muy mal por Sam, de verdad se notaba que quería llorar por hablar tanto. La mamá de Román los miró al uno y al otro; Román apretaba los labios para no echar a reír y Sam estaba a nada de atragantarse con su propio aire. En los ojos de la señora se notó que se sentía mal por ella aunque de poder, soltaría allí mismo una carcajada; ella sabía que su hijo sentía cosas por Samantha, él mismo se lo había contado hace unos días, pero como no había conocido a Sam más allá de la presentación formal, no sabía qué tan relacionados estaban. No quiso hacerle las cosas más incómodas a la pobre chica así que hizo de cuenta que no había escuchado nada de eso.

—Me parece bien. Iré a quitarme los zapatos porque estoy muy cansada. Un gusto verte, Samantha.

—Igualmente, señora —susurró ella. Cuando estuvieron solos, Sam habló—: Lo siento, no debí decir... bueno, nada, debí quedarme callada. Tu mamá debe pensar que estoy loca o que soy anormal. Lo siento. Y lo las osas polares... no sé por qué lo dije, perdón. ¿Sabes qué? Me voy, perdón. Pon la bandeja en el horno, máximo veinte minutos, cuando les entierres un palillo y salga seco es que ya están, no los dejes quemar porque los hice con esfuerzo.

—Y con amor —añadió él en tono bromista. Sam no era capaz de mirarlo a los ojos.

—Sí... perdón... por ¿todo? —Se detuvo un segundo y dijo con firmeza—: No me sacarás jamás el tema de todo lo que dije hoy, por favor.

—¿Estás bien?

Román movía sin coordinación las manos como si quisiera tocarla pero no estuviera seguro de que eso era bueno. Habían compartido un beso dulce y para él, significativo, pero ahora Sam lucía realmente incómoda, arrepentida, sonrojada, avergonzada, con ganas de correr... nada bien.

—No. Digo, sí... me voy.

Tomó su chaqueta y sin esperar respuesta salió de la cocina como alma que lleva el diablo, ni siquiera esperó a que Román se despidiera, lo dejó poniendo la bandeja en el horno y cuando este salió a la sala, ya la puerta se había cerrado y Sam iba corriendo escaleras abajo. 

Ay, pobrecita Sam, jajaja

No sé si estoy medio pendeja pero me reí mucho escribiendo esto, espero que se hayan reído al menos un poco leyéndolo xD 

Gracias por seguir acá, mucho lof ♥

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