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22. ➳ Recuerdos que laceran ♡

"No recordaba la razón para vivir  y cuando la recordaba, no me convencía".
 Joaquin Phoenix

*** 

Era una noche común y corriente y Bruce solo quería terminar su turno y recostarse a descansar. Daba caminatas a través de todos los pasillos solo asegurándose de que todo marchara bien, que ningún cupido quisiera pasarse de listo y por si alguien necesitaba su ayuda, lo que era muy raro porque siempre que alguien llegaba al almacén era porque sabía perfectamente lo que venía a buscar.

Ya no le prestaba atención a los gestos evasivos y actitud recelosa de todos los compradores, llevaba demasiado tiempo allí como para comprender el miedo con el que todos hacían uso de sus flechas para comprar atajos para cumplir o mejorar su misión; no los juzgaba en absoluto, él mismo en su época habría dado lo que fuera por una ayudita por legal o ilegal que fuera. Pero de eso ya hacía mucho tiempo y ahora solo se dedicaba a cuidar el negocio, a ser un peón más de otro tipo de altos mandos, de los dirigentes de la magia oculta que coleccionaban las flechas de pago para cuando fueran necesarias.

Bruce iba a empezar su cuarta ronda de caminata de esa noche; había dieciséis pasillos por lo que una sola ronda bien podría tomarle más de una hora, pero no se quejaba, los clientes fluían con rapidez y su trabajo era muy sencillo. Se detuvo un momento para sentarse antes de iniciar de nuevo y cuando se puso en pie, miró hacia la entrada, donde un cupido joven entraba.

Le llamó la atención por el gesto nervioso que dejaba ver en sus ojos, no era la evasión normal de los demás que lindaba más en el desprecio y enajenación, el de ese chico de cabellos rojos como el fuego era miedo mezclado con paranoia y en su caminar inseguro relucía que su temor no era precisamente el mismo de los demás a ser atrapado, sino que nacía de lo que pensaba hacer con lo que venía a comprar.

Ese tipo de gestos también eran conocido por Bruce, no eran muy frecuentes, pero los había visto antes. Cuando los cupidos traían esa actitud era fijo que iban a comprar algo drástico, como flechas de desamor, goma de borrado de memoria o magia para poder manipular a otros humanos aparte de su encargado directo. Esos trucos eran los más costosos tanto en flechas como en consecuencias pero a los dueños y empleados del almacén poco les importaba realmente, ellos solo debían vender y no preguntar.

Bruce empezó su recorrido, no por el primer pasillo y en orden sino por el cuarto, por donde el chico entró. Iba más despacio que él y rezagado para que no sospechara que lo seguía; eso era lo que hacía pero más que nada por curiosidad, fuera lo que fuera que iba a comprar, a Bruce le daba igual pero ese tipo de clientes eran tan poco usuales que su curiosidad le ganaba. Ya se veía contándole a su compañera más tarde la anécdota: "Un chico fue y compró borrado de memoria". Y ella le respondería "Pobre de su humano" y él asentiría aunque en realidad no le importara en lo más mínimo.

Vio al chico andar por dos, tres y cinco pasillos, leyendo fugazmente etiquetas y mirando descripciones en la parte trasera de los contenedores pero no se decidía por nada y Bruce supo que era un encargo lo que estaba haciendo y que no sabía cómo hallarlo. Se acercó a paso más rápido dispuesto a ayudarle. Le tocó el hombro y el pobre muchacho, que no debía pasar los dieciocho años, casi sufre un ataque cardiaco. Bruce estaba acostumbrado a esas reacciones y sabía que debía sonreír amablemente.

—Hola. ¿Te puedo ayudar en algo? —El chico de melena roja vaciló y parecía que iba a ahogarse en saliva. Su vista se movía en todas direcciones y Bruce se sintió un poco mal—. Oye, descuida, trabajo acá, puedo ayudarte.

Eso pareció relajar al chico que ahora pudo mirar sin miedo la pequeña placa que Bruce tenía en su pecho acreditándolo como empleado del almacén. El chico suspiró.

—Hola... Bruce. Sí, necesito un poco de ayuda.

Bruce vio aún duda y desconfianza en sus ojos así que lució una mejor sonrisa y habló con el tono más conciliador que pudo.

—Es mi trabajo. Tú me dices qué necesitas, yo lo busco y te doy el precio. No hago preguntas, no tienes que darme explicaciones y una vez que salgas de acá, me habré olvidado de tu rostro y tu compra. Cuidamos mucho la privacidad de nuestros clientes.

El joven miró alrededor con el mismo tinte de temor pero al ver que estaban solos en ese pasillo, se decidió a confiar en el buen Bruce.

—Bien, gracias. Necesito... —Bruce notó que disimuladamente, al menos tanto como pudo, el chico leyó la palma de su mano donde había anotado el encargo—, emm, Aniasma, Leis y un Anillo evanescente. Por favor —añadió al final en un susurro.

Las ganas de reír que Bruce había tenido por su comportamiento desaparecieron al escuchar lo que buscaba ya que eran cosas que hace mucho tiempo no le pedían y sabía la utilidad de esos objetos: ayudar a un exiliado o encarcelado a llegar a la tierra. Trató con todas sus fuerzas de no mostrar sorpresa, inquietud o desconfianza para que el chico no notara nada raro.

—Por supuesto —concedió Bruce—. Eso lo tenemos en bodega, pero espérame acá y ya te lo traigo. —Antes de alejarse, miró directo a los ojos al chico—. Eso entra en nuestros productos más costosos, ¿lo sabes? —Él asintió—. ¿Y sabes cuál es la utilidad? —Él asintió una vez más y la sonrisa de atención al cliente de Bruce regresó—. De acuerdo, muchacho, ya regreso.

Con el gesto de gentileza se alejó; era cierto que ese tipo de cosas estaban en bodega así que subió las pequeñas escaleras hasta allí y rebuscó hasta dar con lo que buscaba; no habían muchas unidades porque rara vez salían pero nunca faltaban tampoco.

Los cupidos que iban al almacén eran en su mayoría jóvenes y recién activados así que muy pocos conocían la existencia de ese tipo de trucos y en todo caso, muy pocos tenían contacto con alguien encerrado en Skydalle como para necesitar comprar algo así. Eso era lo curioso. La última vez que los anillos evanescentes y sus componentes habían circulado con buena demanda había sido casi cuatro años atrás cuando un intento de rebelión se presentó, pero al resultar fallido y con consecuencias terribles, se le tomó casi repudio a la sola idea de repetir la oposición.

Sin embargo, ese joven cupido estaba buscandolo. ¿Por qué? Los pocos anillos que había vendido desde entonces habían sido para Cupidos adultos retirados o algunos maestros, que se dedicaban a liberar a antiguos compañeros a escondidas, pero no para jóvenes. ¿Se trataría de otro intento de oposición o simplemente el cupido hacía un favor a algun mayor?

Bruce definitivamente, y de acuerdo al protocolo, no podía solo dejar eso en duda y dejarlo pasar. Si una oposición estaba en camino, era evidente que apenas estaba empezando porque ese chico era el primer indicio de la posibilidad pero como fuera, debía saberlo, y de ser necesario, informarlo.

Bajó nuevamente desde el almacén y caminó hasta el cupido, luciendo una cómoda sonrisa que ayudaba a la tranquilidad del cliente. Los dos frascos y el anillo no eran llamativos ni grandes por lo que no resultó raro tenerlos en las manos, era como cualquier otro frasco y el anillo venía en una bolsita de terciopelo diminuta.

—El anillo es mágico así que se adapta al tamaño de tu dedo.

—Muchas gracias. ¿Cuál es el precio?

—Por los tres elementos son ochocientas cuarenta y ocho flechas.

Al joven casi se le cae un pulmón al escucharlo; afortunadamente, las flechas temporales de los cupidos activos eran infinitas aunque iba a tardar un poco en sacar tantas de la mochila mágica que retaba las leyes de la física al albergar tanto sin que se notara ni su peso ni su grosor.

—Bien. Me demoraré un poco sacando tantas.

—Acompáñame, te cobraré en la caja de servicio al cliente para que no hagas fila. —Bruce se acercó y le guiñó un ojo—. Y para que nadie vea con sorpresa que sacas tantas flechas. Nosotros protegemos tu privacidad pero no podemos asegurar nada de los demás compradores.

El chico estuvo de acuerdo y lo acompañó hasta el fondo del almacén donde una recepción pequeña protegía a una mujer empleada. Bruce le resumió rápidamente el trámite que debía hacer y la chica, con toda la naturalidad, sonrió y empezó a recibir y contar las flechas sin siquiera preguntar qué era la compra.

Cuando el joven terminó de pagar, guardó sus nuevas adquisiciones y sonriendo con timidez agradeció la atención y se fue. Bruce se quedó con la chica y sin decirle nada, tomó el teléfono que allí tenía, marcando el número 324, el que conectaba con el vigilante de la puerta por donde el cupido había entrado. El pasillo era largo por lo que le tomaría unos segundos al cupido pelirrojo salir, tiempo suficiente. Del otro lado le respondieron con brevedad.

—Soy Bruce. Hay un cupido pelirrojo y joven que va saliendo. Ha comprado un anillo evanescente y sus componentes, necesito que alguien lo siga y me informen qué hace con esas cosas.

—Entendido.

—Total discreción, solo quiero información.

—Ya Dome se está alistando para salir tras él.

—Perfecto, gracias.

Cada día, cuando Sam llegaba de la preparatoria, se sentía exhausta mentalmente. Se metía en su habitación cuando podía y se tumbaba boca arriba en su cama, en busca de disfrutar un poquito de paz.

Luego, sin llamar al llanto, este acudía solo.

Samantha a veces no sabía ni siquiera el motivo de sus lágrimas pero no las podía evitar; solía pensar que tal vez su cuerpo se había acostumbrado a llorar diariamente así que lo hacía por mera rutina, pero a veces, en los que ella llamaba "días malos", sentía que el peso de cada una de sus inseguridades le aplastaba la garganta hasta que o lloraba o se ahogaría.

Con frecuencia se enojaba con sí misma por no ser más fuerte, más valiente, menos llorona; se enfadaba de no poder dejar de lado las palabras de odio que había recibido a lo largo de su vida; se reprendía porque había aprendido a actuar como si nada le importara, pero entre más se ponía esa máscara de indiferencia, más la atenazaba el dolor del rechazo en la espalda.

Había estado con casi todos los mismos compañeros de clases desde jardín de niños y estaba segura de que ninguno pensaba mucho en el pasado y en esas épocas de niñez, quizás porque ellos no la pasaron tan mal ya que solo la molestaban pero era ella el objetivo al final del día así que para Sam sí era sencillo e ineludible el recordar.

Ser callada, tener gafas y el cabello tan diferente a todos le trajo burlas y soledad, al punto que tuvo que aprender a hacer todo por sí misma: los trabajos en grupo, los ejercicios en gimnasia, las carteleras para los eventos escolares y los juegos en los recreos. Se había acostumbrado a todo eso; ser saludada con apelativos burlones por su aspecto se volvió cosa de todos los días y prefirió vivir con ello a hacer un escándalo al respecto. Llegaba cada día a su casa sonriente, atendía a sus clases con entusiasmo y su madre o sus maestros nunca sospecharon que la niña la pasaba terrible en la primaria.

Todo eso fue hasta segundo grado, allí llegó una niña de cabellos negros y gafas blancas. Samantha no intentó nunca acercarse porque ya estaba hecha a la idea de que nadie querría ser su amiga, sin embargo, en un recreo la niña nueva se sentó con ella y le ofreció la mitad de sus galletas de avena. Samantha le sonrió y con una conversación extraña sobre los oftalmólogos de cada una y su elección de montura, su amistad inició.

No habían pasado ni tres días del nuevo año escolar cuando las burlas a Samantha volvieron y ella pensó que Alice, su nueva amiga, se alejaría al sentir que tal vez también se burlarían de ella. Una mañana, en clase de español, la maestra tuvo que salir a hacer un recado y un niño empezó a tirarle papelitos a Samantha, cuando los demás lo vieron, siguieron el ejemplo y la niña de cabellos rojos solo se encogió en su asiento esperando que la maestra llegara rápido mientras le aterrizaban en la cabeza papelitos de todas direcciones.

Alice al ver esto, se levantó de su silla y encaró al niño.

—Oye, no seas grosero —pidió con voz enojada—. No la molestes, ella no te ha hecho nada.

Samantha enrojeció como el color de su cabello y tomó a Alice por la manga de su camiseta.

—No hagas nada, déjalo así.

El niño se rió y siguió tirándole, esta vez, pedazos de borrador. Todos los demás se ahogaban en sus propias carcajadas. Alice enfureció y le dio un puño al niño en toda la nariz, callando así a todos los demás. Cuando la maestra volvió, Sam estaba aterrada pero Alice parecía tenerlo todo bajo control. El atacado estaba llorando como bebé y Alice aún tenía su mano empuñada.

—¿Qué ha pasado? —preguntó la maestra.

Una nena de cabellos rubios, al otro lado del salón, respondió:

—Esa niña le ha pegado a Ethan.

—¡Es verdad! —gritó otro niño.

—¿Es eso cierto, Alice? —dijo la maestra.

—Sí —respondió la niña sin temblor en la voz—. Estaba molestando a Samantha lanzándole cosas, y ella no le hizo nada.

Ethan agachó esta vez la mirada entre el llanto y la vergüenza.

—¡Solo era un juego! —chilló la misma niña que la delató.

—Siéntate, Brenda —ordenó la maestra.

—Sam no estaba jugando a nada —matizó Alice—. Y si alguien molesta con intención a otro alguien, merece que lo golpeen.

Lo dijo sin duda alguna y aunque no medía más de un metro y treinta centímetros, eso sonó a amenaza en su dulce voz.

—¡Suficiente! —Llamó al orden la maestra—. Ethan y Alice, a dirección.

Los dos salieron del salón, uno llorando y la otra satisfecha. Sam sonrió en su asiento al sentir por primera vez que alguien la defendía. Desde ese día, casi nadie la volvió a molestar porque Alice siempre estaba con ella; Sam empezó a sonreír más y a ir con más agrado a sus clases. Infortunadamente, luego de vacaciones de fin de año y cuando llegó a empezar su cuarto año escolar, se enteró de que Alice ya no la iba a acompañar porque se había mudado con su familia a otro estado por el trabajo de su mamá. Estuvo decaída pero tuvo de consuelo que no volvieron a burlarse de ella casi nunca, quizás se les había olvidado que el blanco de burlas debía ser ella y ya se habían acostumbrado a pasarla por invisible.

No volvió a saber de Alice pero ese año que pasó con ella le ayudó a mejorar como persona y no volvió a dejar que los niños la molestaran; al primer indicio de que iban a hacerlo, les hacía frente y la dejaban en paz; Alice le dio valentía. Luego de eso empezó a participar en las actividades escolares, organizándolas o decorando junto con sus maestros, lo que fuera que no implicase compartir ensayos o tiempo con sus compañeros y con el odioso de Ethan.

Alice le enseñó que valía como amiga, y aún así, nunca alcanzó a enseñarle que en casa también valía como persona y por eso Sam no tenía protección alguna ante las palabras de su padre y a veces de su madre.

Se preguntaba frecuentemente qué había sido de la vida de Alice, ni siquiera había podido guardar una foto suya así que todo lo que tenía era su voluble memoria que ya le había quitado la nitidez a la imagen de su rostro hasta hacía menos de una semana que la había encontrado de nuevo. Se cuestionaba qué pensaría Alice de escuchar a su padre hablar, si estaría de acuerdo con él cuando le decía lo poco que valía o si acaso intentaría darle consuelo.

Esa tarde de jueves cuando recién llegó de Winston, una vez las lágrimas acudieron. Aunque volvía a tener a Alice consigo, el verla también le había hecho recordar todo lo que los niños le dijeron durante su vida y esa semana solo podía traer esos recuerdos cuando veía a esos mismos compañeros en sus clases; aunque hoy en día su relación con Brenda y con Ethan era indiferente pero no mala, volvió a escuchar sus voces y las de muchos otros desaprobando desde su tendencia a divagar en voz alta hasta el color llamativo de su cabello.

Se enfadaba consigo misma porque estaba segura de que ni Ethan ni Brenda recordaban ni una sola palabra odiosa que soltaron en su infancia pero ella en cambio sí las tenía tatuadas en la mente y en el corazón. No era justo.

Sabía que físicamente no estaba sola, pero lloró porque así se sentía; porque al cerrar los ojos no solo veía el negro de la oscuridad, sino todos sus miedos aferrándose a su ser. Escuchaba con insistencia los no sirves para nada de su padre y su mente la obligaba a creer que era cierto. Lloraba porque no era suficiente para él; nunca lo era. Lloraba porque su existencia carecía de sentido, y si acaso lo tenía, Sam no lo había encontrado; pero más que nada, lloraba porque amaba la vida pero odiaba la suya y esa sensación de jaula alrededor de su cuerpo, la asfixiaba.

Cuando terminó la primaria, pensó que la secundaria sería mejor; no lo fue. Luego pensó que la preparatoria sería mucho mejor; seguía sin serlo. Temía sobre todas las cosas, que al graduarse, nada mejorase, que siguiera con su rutina y su soledad aún en la adultez, temía que las únicas compañeras que encontraría serían sus lágrimas, siempre tan incondicionales... aunque ahora tenía la ilusión de que Alice también la acompañaría en altos y bajos.

Cuando los minutos asfixiantes terminaron respiró hondo y de nuevo se sintió culpable por llorar; yo lo tengo todo, no debería quejarme, tenía remordimiento de ser desagradecida con la vida pero a la vez pensaba que era necesario soltar ese llanto cada día para poder seguir sin explotar. Lo que la terminó de calmar fue la distracción de su teléfono cuando un mensaje llegó.

Negro: Hola

Sam: Cómo estás? Ya puedo ir?

Negro: Sí, te escribía para eso. Está un poco tarde, lo sé, pero ya hablé con mi mamá y dijo que no tardaba en llegar y que ya puedes venir para ir adelantando.

Sam: De acuerdo, en unos diez minutos estaré ahí.

***

Jacobo respiró profundo y Marissa a su lado puso una mano sobre su hombro.

Solo el diablo tiene el cabello de ese color. Eres tan fea que jamás nadie te querrá. Mírale las pecas, parece que alguien le escupió chocolate encima. Apuesto a que su mamá no la quiere ni un poco. Y es gorda, qué desagradable. Yo no pienso bailar con ella. Yo no la quiero en mi equipo. No quiero a Samantha conmigo. Sam habla raro y dice solo tonterías. ¿De dónde saca tantas mentiras? Sam está loca. No hables con Sam, se te pegará la estupidez. Eres una inútil. Deberías ser como Brenda, ella sí es bonita y se arregla el cabello. Eso no te queda bien, no importa si te gusta, te ves como un globo. No, quítate eso. Haz aquello. Tu prima lo hace mejor. ¿Has pensado en teñirte el pelo?...

Jacobo empezaba a considerar que escuchar los pensamientos de Sam no había sido muy buena idea. Cuando empezó a llorar muchas voces se mezclaron en su cabeza y Jacobo solo pudo atajar y darle sentido a la mitad de ese barullo y todas eran insultos, venían de voces infantiles de niños, de niñas y de la voz reconocible de su padre, algunos de su madre también. Recibir tanto odio en sus oídos en menos de diez minutos lo ahogó mentalmente y como solo él podía oírlo, Marissa no sabía cómo consolarlo.

Jacobo se sentó en el suelo y exhaló un sonido gutural, como un sollozo pero sin una sola lágrima, como una lamento enojado hecho de espinas que subían por su garganta; sentía que se quedaba sin aire. Marissa esperó un poco a verlo más calmado y luego se sentó junto a él.

—¿Qué ha pasado?

Cuando la voz salió de la boca de Jacobo, sonaba agotada y baja, como si solo respirar supusiera un esfuerzo físico gigantesco.

—La han tratado muy mal —logró decir y ahora sí tuvo deseos de llorar—. Le han dicho muchas cosas hirientes y ella se sigue gritando eso en la mente creyendo que son verdad.

Marissa desvió la mirada a Sam que en ese momento se estaba cambiando las sandalias con las que había ido a estudiar por unos tenis porque ya hacía frío. La vio con los ojos hinchados pero tranquila.

—Lo lamento, Jacobo.

—Ahora la entiendo más. No sabía por qué se sentía tan mal consigo misma pero es obvio que es por todas esas voces de su pasado. —Jacobo miró con dureza a la cupido fugitiva—. Yo debo ayudarla con eso, algo debo poder hacer.

—Y algo harás, te lo prometo, lo resolveremos.

—¿A Mario le pasaba algo así? —aventuró.

—Nunca usé ese truco con él, nunca escuché sus pensamientos. No lloraba como Sammy lo hace, pero sí pasaba muchas noches con esa expresión vacía y triste en los ojos.

—¿Y no hiciste nada con eso?

—No. Mientras yo estuve activa y sin haber pasado por tantos problemas, me apegue al reglamento y solo quería enamorarlo y como ya lo estaba de Alejandra, no me importó nada más. —Marissa suspiró—. Te dije antes de bajar que eres especial porque ves más allá y a esto me refiero. Todos los cupidos, incluyéndome, no vemos más allá cuando bajamos, solo vemos la flecha de amor verdadero, el deseo de concluir con éxito y la recompensa de nuestras alas.

Jacobo se levantó del suelo al ver que Sam planeaba salir ya, volteó a mirar a Marissa.

—Iré con ella.

—Sí está bien. Yo estaré cerca, te veo luego.

Sin más, Jacobo se fue con su humana y la vio animada al dirigirse a la casa de Román. Sus flechas de repente se sintieron más pesadas pero se dijo que iba a cumplir su propósito personal de solo flecharla si era absolutamente correcto, no por los "quizás" o los "por si acaso" sino por lo seguro, solo si las flechas vibraban ansiosas por ser usadas.

Le ponía un poco nervioso ir y ver a Melody; desde el fin de semana no se había visto con ella porque Román y Sam no habían coincidido más pero desde ese día hasta hoy, Jacobo se había mantenido ocupado en detalles como sentirse engañado por los Altos Mandos y haber liberado a una desterrada y no sabía si sería correcto contarle a Melody; confiaba en ella pero sabía que ella no confiaba en él y no sabía hasta qué punto podía tomarla como su confidente.

Solo esperaba que su subconsciente no lo traicionara y lo hiciera actuar extraño con ella. Suspiró cuando Sam timbró en el apartamento de Román, e intentó relajar los hombros cuando entró y vio a su aliada-no-amiga de piel oscura y trenza larga que le sonreía con tranquilidad.

¡Hola, amores Mazorcos! 🌽♡

Marissa ya está en la tierra 😏

¿Creen que con Bruce y sus ganas de espiarlo, Jacobo tiene un potencial aliado o un enemigo seguro?

El Ethan y la Brenda armando desvergue desde niños xD Aún así los amo v:

Muchas gracias por leer estos capítulos largos, me emociona escribirlos y me explayo con ganas 😏 Nos leemos pronto, ah, y estamos a poquito de las 20mil lecturas, así que desde ya, muchas gracias ♡♥

B y e  

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