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21. ➳ El propósito de la condena ♡

"El impacto y el dolor de una pesadilla puede ser mucho mayor que el de un puñetazo". 
John Katzenbach

***

Jacobo se sentía como un niño pequeño intentando entender el funcionamiento de algo tan complejo como el vuelo de un avión o el truco de un mago al sacar palomas de la nada en un circo andante. Se sentía a la vez como un ave a la que acababan de concederle la libertad prometiéndole que el aire allí afuera era fresco y con sabor a gloria pero que al salir se había aterrado tanto de los peligros que el sentimiento de haber sido estafado se coló a través de su venas con el ferviente deseo de hacer reclamos y exigir a como diera lugar la dicha que le habían jurado.

Él quería buscar esa dicha, o en el mínimo de los casos, desenredar con claridad los hilos que lo alejaban a él y al resto de Cupidos de la plenitud.

Trazó en su mente un vago plan de cómo proceder sin levantar sospechas ni dejar su misión con Sam completamente de lado, y el primer paso de ese plan era terminar de convencerse de que algo turbio rodeaba la normativa y el funcionamiento de Skydalle y para eso decidió, con temor, ir a buscar información oficial sobre el caso de Marissa y Sandro. Subió a Skydalle ese mismo martes sin contarle ni siquiera a Melody y con la intención de no visitar a su maestro.

Cuando cruzó las puertas y su vestimenta cambió de color sintió con más presión en sus venas los nervios de lo que pudiera encontrar; una parte de sí mismo deseaba que todas sus conjeturas fueran mera paranoia nacida de la inquietud emocional que Samantha le daba pero otra parte, más racional y menos infantil e ilusa, estaba solo alargando el momento de confirmarlo todo.

Fue a la biblioteca y revisó libros que databan de más o menos la fecha en que Marissa estuvo en tierra, unos cuatro años atrás, buscó en la sala de periódicos donde se supone se guardaba un ejemplar de cada día y solo se cambiaban cada diez años, incluso indagó en las bases de datos digitales del buscador de Skydalle y no encontró nada. Puso todas las búsquedas posibles "caso de Marissa y Sandro", "escándalo con flechas de desamor", "rebeliones en Skydalle", "juicios contra Cupidos con misiones fallidas", y un sin número de etcéteras que no lo llevaron a ningún lado.

En cuanto a información registrada y oficial refería, en Skydalle jamás hubo un altercado o delito grave de parte de nadie. Esa conclusión lo inquietó aún más y no solo por la clandestinidad del problema con Marissa y Sandro sino porque literalmente no halló nada de nadie, y era completamente inverosímil que ni un solo Cupido en los últimos años hubiera tenido problemas. Ni uno solo, nada de nada, un registro impecable para quien decidiera buscar historia.

No estuvo más de una hora en la biblioteca pero al salir tenía el rumbo fijo: la casa de Marissa. Necesitaba más detalles, más respuestas y no sobre el caso de Mario en particular sino de ella, de sus acciones y sus consecuencias, del motivo de que su información hubiera sido borrada. Tomó esta vez la precaución de llevar un paraguas y aunque el camino se le antojó igual de lúgubre y gélido que la primera vez, ya no llevaba el peso del miedo a lo desconocido en la espalda.

A Marissa le sorprendió gratamente verlo de nuevo, esta vez no hubo grito ni regaño enojado de su parte y Jacobo sintió más comodidad que la vez pasada al llevar sus ropas secas y limpias.

—No esperé verte de nuevo por acá —confesó Marissa mientras le ofrecía una taza de té humeante que Jacobo no dudó en tomar pues sus dedos estaban entumecidos por el frío.

—Sonaré un poco grosero, pero quiero ir directo al grano.

Marissa se enserió al notar que su visita no era cordial o por amabilidad, sino por necesidad. Lo primero que pensó era que quería más información o darle información a ella sobre su Mario, pero prefirió no sacar conclusiones apresuradas.

—Dime.

—Me dijiste que tu caso con Sandro había hecho mucho ruido en Skydalle, que había sido escandaloso.

—Así fue.

—No he hallado registros de nada de eso.

A Marissa se le frenó un segundo el corazón para luego empezar a acelerarse paulatinamente hasta llegar al frenesí. Arrugó la frente y se murmuró que quizás no había escuchado o entendido bien lo que él quería decir.

—¿A qué te refieres?

—Busqué información sobre la rebeldía de Sandro y sobre ti pero no hay nada.

—No te mentí, Jacobo.

—No he dicho eso. —El cupido de cabellos rojos relajó un poco su tono pues se dio cuenta de que estaba sonando un poco a la defensiva—. No he dudado de tu palabra, a lo que voy es que no entiendo por qué no hay registro de aquello.

—Es imposible. —Marissa vaciló—. Todos los cupidos que estaban activos en ese momento se enteraron, todos fueron llamados para participar del juicio para que tomaran nuestro castigo como ejemplo de lo que representaba romper la ley. El juicio se celebró en la azotea principal de Coralúz. Los Cupidos que no estaban activos no fueron testigos presenciales pero sí se supo porque salió en el periódico y la voz se corrió en poco tiempo, es imposible lo que me dices...

Jacobo se quedó helado unos segundos; no pensó ni por un instante que Marissa fuera ajena a eso, supuso que le contaría una teoría creíble como que luego de cierto tiempo el registro se actualiza y solo queda disponible para los altos mandos o que algo había pasado con las bases de datos y todo se había borrado, pero no esperaba que no supiera.

—No hay nada, Marissa... —A Jacobo le volvió otra idea por la cabeza—. Nada de nada. —Miró con más intensidad a Marissa que parecía no comprender el significado de esos ojos, así que él se apresuró a explicar—: Nada. Acá en Tormenta Fría hay muchos habitantes, supongo que todos son exiliados y si fueron exiliados fue porque algo grave hicieron, como tú.

—No te sigo, Jacobo —dijo ella, confundida.

—Que no hallé nada. Según los registros jamás ha existido un altercado en Skydalle pero todos ustedes están acá... ¿por qué?

Marissa se quedó sin una posible respuesta, tenía una mezcla de indignación y adrenalina en el corazón; le parecía denigrante que el caso de ella no existiera para el conocimiento de otros; ella siempre tenía de consuelo que sus malas decisiones y las de Sandro podrían servir para los más jóvenes con el fin de evitar que cometieran los mismos errores, por eso no había mostrado reparos en contarle todo a Jacobo aún sin tenerle confianza: debía dejarle ver lo que una mala decisión puede acarrear para un humano, pensó que con su relato al menos protegería a Samantha de algo parecido, mas ahora que Jacobo le decía eso, sentía que todo lo que tuvo que vivir Mario y todo lo que pasó con Alejandra había sido en vano.

Pensar que sus actos equívocos podían ayudar ahora le daba las fuerzas para no quejarse nunca de su castigo y vivir en paz en el exilio. La historia, le habían dicho al alejarla de todos, tiene como fin evitar que el futuro se equivoque igual que el pasado pero si su pasado no existía en realidad, ¿qué sentido tenía seguir pagando la condena que le habían impuesto? ¿qué sentido tenía quedarse de brazos cruzados y en silencio como había jurado? Ellos le ofrecieron un hueco en la historia a cambio de calma de su parte, pero si nadie sabía de su caso, ¿por qué ella seguía cumpliendo su parte? Se sintió palidecer en una mezcla de furia e inquietud.

—Todos los que vivimos aquí nos hemos equivocado —confirmó Marissa—, y pagamos nuestro castigo con dignidad porque nos han asegurado que servimos de ejemplo para que los Cupidos nuevos mejoren sus misiones. Nos dicen que somos... parte del cambio para algo mejor.

Un par de palabras se atoraron en la garganta de Jacobo, temía decirlas porque sonaban a una acusación que abarcaba más de lo que esa pequeña conversación dejaba ver, significaba una declaración de algo evidente pero encubierto y representaba solo el comienzo de una red de hipocresía más grande que él mismo iba a desenterrar. Tomó aire y juntando todo su valor, soltó las palabras:

—Parece que los Altos Mandos nos están mintiendo a todos.

Mario despertó sobresaltado con el sabor de la pesadilla en la punta de la lengua, con la frente brillante por el sudor y las ganas de llorar atoradas en la garganta. Los recuerdos de Alejandra ya no le dolían al traerlos mientras estaba despierto y en sus cinco sentidos pero cuando lo tomaban desprevenido en medio de la inconsciencia un sufrimiento agudo se instalaba en sus entrañas; no era un corazón roto porque ya lo había sanado hacía mucho, no era ni siquiera un dolor reciente, era peor porque era como el quemonazo salvaje que le deja un fantasma, un pinchazo duro y limpio con la aguja que tejió su pasado con ella, una laceración de la que no se podía deshacer aunque quisiera.

La imagen y el sonido de Alejandra diciéndole que lo odiaba y que no quería volver a verlo siempre eran nítidos en sus pesadillas; mientras estaba encerrado en su propia mente sentía que su rechazo estaba pasando ahí, en ese momento, no lo sentía como un recuerdo sino como un presente tortuoso; mas cuando despertaba volvía a su realidad, una realidad que incluía años de diferencia con el bache de la desdicha, meses de superación y la paz con su vida y su corazón, y así como el fuego lo abrasaba, asimismo desaparecía.

No entendía por qué su propia mente lo traicionaba así, por qué insistía de algún modo en seguir culpándolo por dolores que ya había dejado atrás. No había vuelto a ver a Alejandra hacía muchísimo y de no ser por sus malditas pesadillas, estaba seguro de que ya ni siquiera recordaría los trazos y líneas de su rostro.

El lapso de confusión y dolor solo le duraba veinte segundos luego de despertar, después suspiraba y se sentía incluso feliz de saber que nada de eso lo hacía sufrir en la actualidad. No tenía pesadillas cada noche pero sí con la frecuencia suficiente como para que a veces, en esos veinte segundos de desvanecimiento, sintiera que estaba volviéndose loco.

Cuando se levantó de la cama sonrió al mirar sobre su mesita de noche la foto de él con Sam que tenía allí desde hacía demasiado tiempo, tanto, que en ese trozo de papel viejo se mostraba a una Samantha de trece años con un uniforme de fútbol que le quedaba enorme porque era prestado, los cabellos revueltos, las mejillas coloradas y una sonrisa triunfal en la cara; ese día había ganado un partido amistoso pero la gloria de su gesto era porque había metido el gol ganador sorteando al mismo Mario que estaba en el otro equipo y que aún con diecisiete años no pudo vencerla.

En la foto, el gesto de Mario era casi aburrido y exasperado, hoy en día resultaba divertido ver esos ojos y saber que su expresión era por un orgullo lastimado por el talento de la hermanita pelirroja de su mejor amigo.

Mario recordó un episodio mucho más reciente: el sábado, que se había quedado con ella en su habitación mientras atravesaba su fiebre, el momento en el que le insinuó que tenía sentimientos por él. Su corazón se aceleró ante el recuerdo y la sensación de plenitud que sintió al tenerla en sus brazos, era la plenitud invadida de paz que le traía la presencia de Samantha, esa aura tan tranquila que ella llevaba consigo y que lo contagiaba, quitándole los malos humores con una sonrisa.

Miró su teléfono, apenas eran las ocho y supuso que Sam estaría estudiando así que aún no era buena hora para escribirle. Se duchó y se dirigió al Estadio, a esa hora usualmente se encontraba con algún amigo que estaba jugando o solo pasando el rato. Al llegar vio con satisfacción que había un partido en proceso, uno amistoso, sin apenas espectadores y con pocos jugadores en cada equipo. Al verlo entrar, varios de ellos lo saludaron y él se fue a sentar mientras iniciaba otra ronda donde pudiera incluirse.

Cerca de él habían dos chicos menores que también iban en sudadera, quizás esperando un turno en la cancha, había dos señores casi ancianos que miraban sin mucho interés el juego y en una esquina, había una chica que Mario nunca había visto antes.

Ella estaba observando el partido pero al sentirse vigilada volteó la mirada y pilló a Mario que no alcanzó a desviar los ojos a tiempo. Él le sonrió por no saber qué más hacer, no estaba seguro de que una disculpa fuera acertada y supuso que una sonrisa bastaría para que ella lo ignorase y dejara de lado su falta de disimulo. Pero no fue así, pues su sonrisa desencadenó el ondeo de la mano de ella en un saludo amistoso y posteriormente, el que ella se acercara los metros que los separaban para sentarse a su lado.

—¿Juegas? —Fue su saludo.

—Tal vez. Habrá que ver si harán otra ronda y si hay espacio para mí —respondió sincero.

La chica no quitaba sus ojos de la cancha y eso le dio pie para que la detallara un poco más. Su cabello era oscuro y lucía desatendido aunque no por eso desarreglado, no llevaba ningún tipo de adorno en él y era lacio hasta su media espalda. Llevaba una camiseta negra con algunos caracteres chinos estampados y un jean que le llegaba más arriba del tobillo. Era linda y lucía de unos veinte años o algo menos.

—Te vi jugando el sábado —confesó ella.

—¿Ah, sí?

—Sí. Hiciste dos goles grandiosos.

Y se los dediqué a Sam, se dijo mentalmente y sonrió externamente.

—Gracias. —Luego, en tono bromista, añadió—: Yo no te vi, obviamente, disculpa mi mala educación.

Rió y su risa sonó suave y tintineante, como el choque delicado de un cubierto de plata con una copa de cristal.

—Obviamente —repitió ella, condescendiente—. Vine con mi hermana y desde acá te echamos buenas vibras.

—Dirás que nos echaron buenas vibras a todo el equipo.

La chica ladeó finalmente su cara y clavó sus ojos en los oscuros de Mario. Para él nunca fue complicado hacer amigos o amigas y le resultaba muy natural entablar una conversación sencilla que terminase en amistad futura, asimismo, no le pasaba desapercibido cuando una chica —o en una ocasión un chico— le hablaba con un tono que pasaba un poquito la línea de la cordialidad y entraba al coqueteo. En esta chica, el batir de sus pestañas, su acercamiento y la sonrisa torcida le daban un indicio y la confirmación fue el tono de su voz y sus palabras al responder:

—Mi hermana le daba buenas vibras a tu equipo, yo te las mandaba a ti.

Mario sonrió con una mezcla de incomodidad y de satisfacción al sentirse halagado. No estaba dispuesto, a tan solo unos minutos de conocerla, a seguirle el juego del flirteo o insinuar algún tipo de interés que la verdad no tenía, así que solo asintió y volvió los ojos al juego cuando, en el momento justo, uno de los chicos gritó alegando una falta; esa discusión sirvió para disolver la presión de la actitud de la chica y le dio un lapso para buscar qué más decir y no ser grosero al dejar de hablarle.

Luego de una pausa que consumió lo que quedaba del partido y dio un descanso antes del siguiente, Mario encontró la única frase formal y educada qué decir.

—¿Cómo te llamas?

La chica de nuevo ladeó su cuerpo, ahora dándole toda su atención sin la distracción del partido. Cruzó sus piernas una sobre la otra y le sonrió.

—Marie Todd.

—Mario Darmin —se presentó.

Se sonrieron y aunque en ambos gestos iban pensamientos diferentes, hubo tensión en medio. Mario aceptó que su sonrisa le parecía bonita y a la vez, sin poder evitarlo, pensó en la de Samantha y esa imagen le gustó más, mucho más.

—Es un placer —dijo Marie.

Mario quiso responderle lo mismo, un "es un gusto" o seguir la conversación con "¿en dónde vives?" o algo similar, pero no pudo porque una sensación horrible se le instaló en la cabeza, una sensación de que estaba traicionando a Sam. Era ilógico, lo sabía, solo estaba charlando con una chica y en sí, Sam no era nada suyo, y sin embargo una vez más, su subconsciente fue capaz de hacerlo dudar... o quizás solo intentaba prevenirlo por un presentimiento paranoico.

Fuera como fuera, Mario no respondió, solo sonrió tenso y se levantó para entrar en el siguiente juego, y aunque quería no darle importancia, fue sumamente consciente de la mirada de Marie encima suyo durante todo el partido.

Jacobo tenía diecisiete años de vida pero tenía la certeza que la parte realmente emocionante de su existencia llevaba menos de tres semanas, desde que bajó a la tierra y empezó a bajarse de su nube de ilusiones. No podía negar que lo emocionaba, que la sola idea de crear un cambio le aceleraba el pulso y aunque quería gritar todo lo que sentía a los cuatro vientos para buscar ayuda de otros cupidos, sabía que lo más prudente era pensar bien antes de actuar y por el momento, para pensar bien, necesitaba a Marissa, a quien ya le había tomado confianza, aprecio y admiración.

Sin embargo, en ese momento, escuchando su propuesta empezaba a dudar de siquiera mover un dedo.

—Eso está prohibido —excusó Jacobo.

—Ah, claro, quieres crear un cambio siguiendo las reglas que en realidad quieres cambiar —respondió ella irónica—. Vamos, necesito saber qué sucede.

—Puede haber serias consecuencias si bajas conmigo y nos descubren. Con todo respeto, tú no tienes mucho qué perder pero yo sí.

Luego de escuchar la censura a sus actos, Marissa solo pudo pensar en salir de Tormenta Fría e intentar buscar la manera de saber qué pasaba con esa opresión de información. Tormenta Fría nunca tenía un encierro literal pero los cupidos allí recluidos estaban enjaulados por las palabras de los Altos Mandos, una manipulación inteligente, pensó Marissa: hacerlos creer a todos que estaban haciendo un bien común al acatar su castigo, así no tendrían ganas de llevar la contraria, hacerlos vivir a todos bajo las sombras y manipularlos emocionalmente con lo que todos llegaron a sentir con sus humanos. Era inteligente, pero muy cruel.

—Necesito saber qué sucede con todo eso —insistió Marissa—. No he salido de acá en cuatro años pensando que allá afuera me tienen como una criminal pero ahora me dices que nadie sabe siquiera quien soy.

—Esto no es por popularidad, Marissa.

—No lo digo por eso... —Marissa suspiró algo frustrada. No podría bajar a la tierra sin un cupido activo que la llevara y Jacobo era su única opción—. No es cuestión de que sepan de sino que sepan lo que hice, lo que hicimos para que nunca vuelva a pasar. Además, está Sandro... —Suspiró, recordando con tristeza y enojo al mismo tiempo al que había sido su amigo—. Jacobo, él quiso liderar un cambio, él intentó y gritó toda la verdad y si no hay registro de nada significa que su acto y su sacrificio no valieron nada, que los corazones de Mario y Alejandra no importaron para nada ni para nadie. No es justo.

Jacobo se pasó las manos por su cabello, muy indeciso. Admitía dentro de sí que la compañía de Marissa podía ser una ayuda enorme, que realmente le sería beneficioso tenerla de aliada para que lo aconsejara pues era evidente que ella sabía mucho más que él, pero su miedo a las consecuencias lo asustaban. No temía por su destino en sí, sino por Sam; si las cosas resultaban mal, lo quitarían de la misión y lo más probable sería que le mandarían a un cupido normal y diligente que cumpliría su misión a rajatabla, sin el cariño y ayuda que él le brindaba, que deseaba brindarle.

—Es demasiado riesgo, yo no podría...

—No sin ayuda —insinuó ella, mirándolo significativamente—. Pero sí podrías y nadie lo sabría... Hay trucos, Jacobo, magia que puede ayudar a que me lleves sin que nadie se entere.

—En el mercado negro, supongo. —Jacobo resopló.

—Dime si has ido antes —pidió ella con súplica.

Jacobo la miró a los ojos y tuvo que admitir que confiaba plenamente en ella y en sus intenciones por lo que no tuvo disposición de mentirle.

—Sí, una amiga me llevó.

Casi pudo escuchar en su mente la voz de Melody gritando "que no soy tu amiga", pero ignoró el pensamiento.

—¿Sabes cómo llegar solo?

—No lo he intentado, pero creo que sí.

Los ojos de ella se iluminaron con la chispa de la esperanza y los de Jacobo empezaban a doblegarse ante la propuesta. Un nuevo corrientazo le atravesó las venas y estremeció los hombros; Marissa lo vio con deseos de seguir protestando así que tomó la palabra con la esperanza de convencerlo si le mostraba el plan.

—Hay un líquido morado que se llama Aniasma, fue creado hace muchos años para ayudar a escapar a los cupidos de Relámpago.

Jacobo tragó saliva.

—¿Y qué hace?

—En este caso, lo bebo yo y mi esencia se encierra en un anillo que también debes comprar, lo encuentras como "anillo evanescente". Te lo pones, me metes ahí y bajamos, ya en tierra vacías el contenido del anillo en otro líquido llamado Leis y vuelvo a tener mi cuerpo.

—¿Me estás diciendo que te guarde en un anillo y así bajas conmigo? —preguntó incrédulo. En sus propios labios, le supo más a locura que al escucharlo—. Eso es absurdo, no es posible...

—Sí lo es. Hay Cupidos que no aceptan el exilio o el encierro y con ese método logran huir.

—¿Huir a dónde si están condenados?

—A la tierra. Muchos prefieren vagar junto a su humano original sin más sentido que existir lejos de Skydalle hasta que mueran. Los que nos quedamos acá nos volvemos independientes de los humanos pero si nos quedamos allí con ellos, nos convertimos en parte de su alma y de su vida depende la nuestra.

—Es una locura. —Jacobo bufó—. Es arriesgado...

—Jacobo, escúchame —Marissa se puso firme con su voz y con el temple de su espalda—. Tú ves las cosas de forma diferente, tú notas que las cosas no van bien y quieres ayudar, no todos tienen ni la voluntad ni el valor de siquiera pensar en desafiar a los Altos Mandos. Yo puedo serte útil, puedo buscar información en la tierra sobre otros cupidos o casos difíciles. No estoy activa, no tengo nada que perder y puedo hacer que otros cupidos me hablen, me cuenten. Los cambios inician con pasos pequeñitos pero a largo plazo podemos lograr algo. Hazlo por Sam, por Mario, por Alejandra y por todos lo que pueden estar pasando un mal momento por el asqueroso reglamento.

Jacobo recordó a Keit, a los cupidos de Brad peleando entre ellos, al de Emily confundido y orillado a una alianza manipuladora con Carine, incluso en Melody que se frustraba por el fracaso de Román conquistando a Sam... Sam. Ella merecía más ayuda que la búsqueda del amor, ella necesitaba más que el simple amor.

—¿Y si no podemos hacer nada?

—Me traerás de vuelta y nada habrá pasado, esto solo quedará entre nosotros.

Jacobo suspiró resignado y a la vez decidido, sintiendo que daba un paso gigante, un salto al vacío, una apuesta que de perderla afectaría a Sam pero que tenía gran presentimiento de que no iba a tener derrota.

—¿Cómo dices que se llaman los líquidos?


Así que Marissa bajará a ser aliada y a Sam le ha salido competencia 😏

Me tiene muy emocionada continuar con esta novela. Cuando la empecé iba enfocadísima solamente al romance de Samantha, sin embargo, como pueden leer, los hilos se me han ido más hacia Jacobo y hacia una revolución que espero que se dé. No creí que me fuera a enamorar tanto de esta historia y ya ven, me encanta con locura, sus ventajas tiene ser escritora de brújula, nunca sé qué puede pasar y les juro que nada de esto estaba planeado, jaja. 

¿Qué opinan del enfoque que está teniendo UFDC? Quiero sinceridad y pizza, por favor ♥

Nos leemos, espero que pronto ♥

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