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2. ➳De la maravilla a la realidad♡

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Normativa de los Cupidos«Los Cupidos podrán estar siempre al pendiente de su encargado/a, sin embargo, antes de bajar a tierra solo podrán conocer su vida a través de sus ojos y su opinión. Las personas, los lugares, las situaciones, serán vistas en Skydalle tal cual la perspectiva del encargado. Tener en cuenta que al bajar a tierra es posible encontrarse con algo completamente diferente a como se tenía idealizado pues las emociones humanas tienden a engrandecer o a menospreciar las cosas de acuerdo a lo que les inspiren. Aplica variaciones dependiendo la imaginación y apego del encargado. Dudas al respecto, consultar a su Maestro».
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Jacobo estuvo en el marco de la puerta más tiempo del planeado mirando a su alrededor. Incluso se acercó en un par de ocasiones a la cama para mirar la cara de su habitante, solo para estar seguro de que era Samantha White.

Las imaginaciones respecto al lugar se quedaron totalmente alejadas de la realidad y solamente eso lo hizo cuestionarse todo lo que sabía de ella.

La habitación, para empezar, era pequeña. Diminuta. Estaba la cama contra la pared y un espacio de menos de un metro de extensión para poner los pies, al otro lado de la cama había un armario de apenas dos puertas empotrado en la pared donde parecía que todo estaría apretujado si Sam tenía más de dos pantalones y una camisa.

No había mesita de noche, pero sus paredes tenían repisas largas en los dos lados restantes y una pequeña en el lado de la ventana, justo arriba de esta; una de esas repisas tenían ropa doblada, lo que confirmaba el escaso espacio del armario. En otra de las repisas habían figuras coleccionables de muñecos infantiles, y en la última había una pequeña colección de menos de diez libros ordenados por altura. Jacobo los ojeó. "Cujo", "Drácula", "La semilla del diablo", "La biblia de los caídos", "La Guerra de los cielos".

Dejó de mirar; eso no era en definitiva literatura romántica.

Las paredes eran de un gris desvaído por los años con varios agujeros de pintura descascarillada. No había estrellas en el techo ni corazones en el marco de la cama. Incluso sus cobijas eran negras sin florituras, nada que indicara que era la habitación de alguien que ríe y vive feliz a diario.

Jacobo suspiró e intentó calmarse. No debía ser prejuicioso, ni estereotipar a Samantha. Ella seguía siendo la misma que él había visto crecer a medida que crecía con ella, solamente que su decoración era distinta a lo que supuso.

Le gustaba la música rosa sobre romances y desamores, vestía de muchos colores —algo contrastante con su habitación—, le gustaba la comida divertida como el algodón de azúcar y los dulces que hacían ruiditos de explosión sobre su lengua y tenía muy buenas relaciones con las demás personas. Que el lugar donde dormía luciera triste y apagado no decía nada de la persona, ¿verdad?

Sonrió intentando meterse en la cabeza el positivismo que sabía que Sam tenía. Pensó que Sam era luz y alegría y quizás el cuarto lucía así porque ella no estaba activa, pero cuando despertase, todo sería distinto; respiró hondo y decidió esperar, así que aguardó por varias horas para el amanecer, incluso durmió un poco recostándose en la alfombra vieja del suelo.

Un pitidito lo despertó al igual que a Sam; era su alarma.

Él se levantó expectante y con una sonrisa de par en par; al fin vería a la Sam alegre en persona y podría detallar mejor su sonrisa, que pese a tener la ortodoncia (que le duraría otro par de semanas, según sus cuentas), era hermosa.

Sam se sentó en su cama y retiró los mechones rojizos enmarañados que tenía cruzados por su cara. Jacobo aguardó la sonrisa de su parte y entonces ella solo murmuró tres palabras:

—Odio mi vida.

El buen humor de Jacobo flaqueó y la miró entre incrédulo y extrañado. ¿Me equivoqué de Samantha? La vio ponerse de pie y buscar sus pantuflas. Detrás de su puerta había un espejo y se acercó a mirarse; Jacobo estuvo a su lado y la observó hacer una mueca extraña y luego gruñirle al espejo, como si este la hubiera ofendido profundamente. Jacobo podía sentir lo que ella y estaba frustrada, pero no sabía el motivo. Quizás era una de esas chicas a las que cumplir años les corta el buen humor.

Tuvo deseos de gritarle ¡Feliz cumpleaños! Sonríe, que ya tienes diecisiete y el amor viene en camino!, pero no podía hacerlo.

Sam salió de la habitación para ir a la ducha; su Cupido notó que no se cruzó con nadie de su familia, al parecer todos estaban aún durmiendo. El reloj de la pared de su casa decía que eran las cinco y veinte de la mañana.

Cuando ella salió de la ducha solo había pasado un cuarto de hora y ya su madre y hermano se habían levantado. Curiosamente, todos tenían ese gesto aburrido en su rostro y apenas y hablaban entre ellos. Jacobo se preguntó si quizás en el último día antes de bajar —cuando no estuvo muy pendiente de ella al estar alistando su descenso— habían recibido una mala noticia y por eso la negatividad.

Sam entró a su diminuta habitación y Jacobo aguardó afuera a que estuviera lista. A las seis y veinte, él estaba en la sala observando a su madre que preparaba el desayuno, ella no se había arreglado aún. De la habitación frente a la de Sam salió Elliot, el hermano mayor de Samantha y se sentó en el comedor; al fin ella salió y luciendo ahora una sonrisa enorme, un peinado de dos coletas sin tantos adornos y sus gafas que la hacían lucir bonita. Cuando se encontró con Elliot en la mesa, lo abrazó por los hombros fugazmente y le dejó un beso en la mejilla, cuando se miraron se sonrieron a medias con mucho cariño en medio.

—¡Feliz cumpleaños, Mantha! ¿Cómo estás?

Enojada y triste, pensó Jacobo, aunque descartó la teoría de la mala noticia: Elliot lucía bien alegre. Esperaba que Sam le contara el motivo de su decaimiento para él entender su mal humor, mas apenas respondió:

—Super. —Pulió una enorme sonrisa—. Hoy es San Valentín y tengo taaaanto que hacer para mañana.

—¡Oye! Es tu cumpleaños, no te fuerces mucho. Te traeré algún detallito en la noche. No te vayas a amargar hoy, quiero que estés así de feliz, ¿estamos?

—Por supuesto que sí.

Esa era la Samantha que Jacobo conocía y se preguntó si quizás el agua de la ducha tenía algún poder sobre el humor de la familia porque no veía otra explicación. Estaba muy contrariado y se debatía entre tratar de entender el cambio de humor o solo acogerlo y ya.

Su madre le sirvió el desayuno a ellos dos —diciéndole un corto pero emotivo feliz cumpleaños a su hija— y a su otro hermanito, un niño de solo cuatro años. Los tres comían con calma y charlando de cosas sin sentido; Ian, el menor, contaba a sus hermanos que el día anterior su maestra del jardín de niños le había dado una estrellita por colorear bonito y Sam le sonreía con adoración.

Jacobo empezó a sentirse más cómodo; no se había equivocado de chica.

Del otro lado del apartamento, se escucharon pasos; la madre de Samantha se envaró estando frente a la nevera, los dos chicos mayores borraron las sonrisas y el niño pequeño se levantó para ir refugiarse en un huequito junto a la alacena, a la vista de su madre.

Un hombre de poco más de cincuenta años, claramente recién levantado y con cara de pocos amigos se acercó. Sin saludar se sentó en la mesa y con el mismo silencio la madre le sirvió el desayuno. Sam y Elliot se miraron a los ojos por un fugaz instante pero sin apenas levantar la cabeza, parecía que sus platos eran lo único importante para tener la atención.

—Samantha, tráeme el café.

Elliot ya había terminado sus huevos y se levantó de inmediato para traer lo pedido y que Sam pudiera terminar en calma su desayuno.

—¿Acaso dije "Elliot"? —Gruñó su padre. Todos en casa se encogieron en sus lugares—. Samantha es la mujer, es ella quien debe traerlo.

Nadie discutió; Sam se levantó y trajo la taza con el café que su madre ya tenía preparado, lo puso frente a su padre y este bebió un sorbo.

—Al menos para eso sirves —masculló hacia Sam con desprecio.

Jacobo no cabía en su sorpresa. Necesitaba motivos por los que él nunca vio a su padre actuar así desde los ojos de Sam, era tan brusco e insensible que estaba seguro de que no era cosa de ese día, siempre era así, entonces, ¿por qué Jacobo lo no sabía? Esos diez minutos del desayuno luego de que el señor llegara fueron el tiempo más incómodo en que Jacobo mantuvo su expresión seria.

Elliot y Sam dejaron sus platos en la cocina y salieron del edificio.

Hacía sol afuera pero, para infortunio de Jacobo, sus suposiciones acerca del vecindario eran incorrectas: de día no lucía mejor. Era igual que de noche, solo que con más calor; los edificios seguían siendo discretos, imperturbables al clima, sin vecinos cerca que dijeran buenos días al pasar alguien ni niños pequeños gritando por allí. Había gente, sí, mucha. Señores, señoras, ancianos, jóvenes (algunos con Cupidos al lado) y niños que iban al colegio, pero todos iban en su mundo cada uno, con la misma sobriedad que combinaba con el entorno.

Apenas tocaron la calle, Elliot pasó una mano por el hombro de Sam.

—No le pongas atención, Mantha.

Ella soltó una risa y en sus ojos se veía tranquilidad.

—Nunca lo hago. Ya sabemos que es así con todos y tampoco esperaba que se acordara de mi cumpleaños.

Elliot vio a lo lejos que el bus que le servía para su instituto pasó, así que debía irse hacia el otro lado para tomarlo cuando girara en la otra esquina. Dejó un beso en la mejilla de Sam y echó a correr luego de expresar un "te veo en la noche".

Cuando Sam estuvo sola, su sonrisa se tambaleó un poco y sus ojos se cristalizaron un poco. Jacobo la entendió y aunque no comprendía muchas de las cosas que pasaron en las últimas horas, sí podía saber lo que Sam sentía y suponer muy acertadamente el motivo: estaba triste por las palabras de su padre y el que no recordara que era su día especial. Ese desprecio no le pasó tan indiferente como le hizo creer a su hermano.

—¡Sam! —Se oyó a lo lejos.

Samantha se enderezó y parpadeó varias veces con rapidéz, borrando cualquier rastro de tristeza. Sus gafas lograban disimular un poco el tono rojizo que habían adquirido sus ojos.

Jacobo miró hacia donde escuchó la voz. Un chico alto, desgarbado, de cabello muy corto y enrulado, de ojos oscuros y piel muy morena venía trotando. Sam volteó y le pulió una sonrisa amplia y vivaz.

—Hola, Román.

—Te ves muy linda hoy. ¿Cómo estás?

—Gracias. Y bien. ¡Hoy es San Valentín!

—¿En tu preparatoria harán algo?

—¡Sí! Pero mañana. De todas maneras sigue siendo hoy, pero los bailes deben ser los viernes y ese rollo. —Sam rodó los ojos.

Jacobo iba a su lado y no pudo pasar desapercibida la mirada tierna que Román le dedicó. Él sabía quién era; Román vivía en el edificio de al lado y cruzaba palabra siempre con Sam cuando se encontraban; no estudiaban juntos, pero Sam lo consideraba un buen amigo/vecino. Ahora, estando de cerca, Jacobo vio que Román tenía un pequeño brillo al mirarla; le gustaba, eso era seguro.

Jacobo miró alrededor esperando ver a la posible Cupido de Román, mas no vio nada a la primera.

De todas maneras, Sam no sentía nada por él... de momento.

Cupido lo observó y decidió que debía analizarlo un poco para saber si era un candidato para su misión. Por ahora solo debía adaptarse a la vida de su encargada.

—¿Irás al baile?

—Claro que sí.

Román carraspeó y aunque Jacobo notó un poco de sus nervios, los supo controlar cuando preguntó:

—¿Y quién es el afortunado que irá contigo?

Sam sonrió.

—Los afortunados —corrigió con una sonrisa. Luego negó con la cabeza—. Somos parte del comité de organización, así que nosotros seremos un grupo, pero vamos como anfitriones, así que sí... solo vamos como eso.

—En mi preparatoria no hay bailes —confesó Román—. El domingo se hará un bazar de San Valentín, pero es algo más familiaresco que Valentinesco. Y es para recaudar fondos.

—Entonces es recaudaresco.

Román rió.

—Supongo que sí. Nada vende más que días como San Valentín o el día de la madre. No debería ser día del amor sino día de probar cuánto amas a alguien comprándole cosas lindas.

—No creo que darle cosas lindas a alguien sea una especie de prueba de amor.

—Lo es si solo les das en fechas mundialmente celebradas. Es más como seguir al rebaño, que el deseo de dar algo lindo.

—Algunos necesitan un día para amar a los cuatro vientos.

—Es mejor quienes lo hacen a diario.

—Concuerdo. Pero no hay casi de esos.

—Sí hay muchos, pero escondidos.

—Deberían salir más seguido.

—Sí, deberían —concordó Román—. En fin, haremos un bazar para que el rebaño lo siga y amen a los cuatro vientos mientras comen mucho lo que vendemos —bromeó.

—Los bazares son divertidos. He ido a varios de la iglesia, hay comida y jueguitos. Fui con Elliot a uno donde jugamos bingo y nos ganamos una cobija.

Román le sonrió y Jacobo vio un gesto tierno en él, como si le gustara más que nada en el mundo escucharla hablar. Y él no lo culpaba. Samantha hablaba incluso del clima con pasión, como si fuera lo más importante; le imprimía colores a su voz.

—¿Quieres ir conmigo al bazar? —soltó Román.

Jacobo vio que el pobre chico se abochornaba y desviaba la mirada, supuso que no lo había planeado, que fue algo que le salió de repente. Román metió las manos en su bolsillo y el Cupido notó cómo hacía un puño con ellas, posiblemente reprendiéndose por ser tan aventado.

El Cupido esperaba de Sam una reacción propia de una adolescente ante la petición de una especie de cita, alguna sonrisa incómoda (fuera a decir que sí o que no) o un rubor en sus mejillas pálidas. Pero no, ella se encogió de hombros sin el mayor interés.

—Claro. Le diré a Elliot y a mamá a ver si podemos ir todos. O si no voy sola, pero sí, dale, cuenta conmigo.

Román suspiró pero sonrió.

—Dale. Cualquier cosa me avisas, Sam. —Román suspiró—. Y Sam... Feliz San Valentín.

—Igualmente.

Llegaron a la esquina donde cada uno tomaba uno de los caminos y se separaron. Jacobo se preguntó si ese era el primer intento obvio de Román de salir con Sam y si no era así, por qué Sam no se daba cuenta de su interés. Maldijo el hecho de que él solo pudiera saber de Sam desde sus ojos pues su perspectiva era limitada; se sintió desorientado, como si acabara de verla por primera vez en esos diecisiete años (en teoría así era) y apenas y supiera su nombre con certeza: resopló al razonar que debía saber todo de ella desde cero pues al parecer, la maravilla que él tenía en mente, estaba lejos de su realidad.

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Prohibiciones de los Cupido: «No se podrá intervenir a la inversa, es decir, hacer algo para que una persona que pretende al encargado, desista. Si el caso es de fuerza mayor por falta de interés total del encargado, su Cupido podrá discutir con el Cupido del contrario (en caso de que lo tenga) y llegar a alguna conciliación que quede dentro de la normativa».
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Pobre Jacobo, bajándose de su nube con Sam, literal y metafóricamente xD 

¿Qué les ha parecido? 7u7

Nos leemos ♥ 

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