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17. ➳ La maldición de ser Cupido ♡

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Normativa de los Cupidos: «Cuando una falla o ruptura de las normas se presente, el Cupido debe comparecer ante los altos mandos junto con su maestro. Dependiendo la gravedad de la falta, se determinará si es o no culpa de quien le ha enseñado todo y si el castigo debe repercutir solo en el Cupido o en ambos»
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Jacobo rogó dentro de sí no encontrarse con Ambrosio mientras estaba revisando la gaveta de su antiguo cubículo. La bebé Danae no se encontraba por lo que pudo gozar de soledad en su búsqueda.

Pasó rápidamente el expediente directo de Sam, el de su hermano, sus padres y el de sus compañeros y amigos del colegio. Luego de unos minutos encontró el de Mario y lo tomó para poder leerlo.

Mario Darmin, a unos meses de cumplir veintidós años, vivía con ambos padres y era hijo único. Su cupido lo había visitado casi a los dieciocho años, se llamaba Marissa y según el resultado final, la misión no había sido completada, causando la destitución de Marissa. En la parte donde deberían haber más detalles, solo decía "conflictos personales del humano y el apego fuera de norma de su Cupido ocasionaron el fallo de la misión".

Jacobo chasqueó la lengua, eso no le decía realmente nada de lo que él necesitaba saber. Por fortuna, en la casilla de "estatus de la funcionaria", decía que a Marissa se le había dado la oportunidad de tomar el curso nuevamente y servir a algún humano sin cupido pero ella se negó y prefirió ser exiliada a Tormenta Fría, la población de cupidos rebeldes de Skydalle.

Jacobo solo había escuchado y leído de ese lugar, y no cosas buenas, claro, pero se dijo que si quería más respuestas, debía ir a encontrarse con Marissa. Vio una fotografía suya y su rostro era similar al de Mario, aunque con facciones más finas y delicadas; con el mismo cabello negro y ojos de un tono oscuro. No lucía como una rebelde, de hecho lucía gentil, aunque puede que la foto fuera de antes del exilio, así que a saberse cómo era ahora.

En todo Skydalle había una política de cero violencia, pero dudaba que lugares como Tormenta Fría se apegasen a ese tipo de normas. No desistió, sin embargo, porque lo consideraba importante.

Dejó su gaveta bien cerrada, pero se llevó consigo en su mochila la fotografía de Marissa para no olvidarla por los nervios y anotó tras ella la información de su domicilio. Caminó unas calles hasta la biblioteca principal y tomó uno de los mapas de la ciudad que regalaban en la entrada.

Había varias localidades divididas en secciones que vistas desde esa perspectiva, desde arriba, tomaban forma de corazón cada una aunque caminando por esas calles todo se viera cuadriculado y anodino. En una esquina del mapa, en la derecha, fuera de cualquier línea de corazón estaba una localidad que no pintaba en azul y amarillo como las demás sino de gris opaco, con un tono tan contrastante con los demás que era evidente que esa sección pertenecía a los desterrados, era como si el cartógrafo encargado de trazar los caminos no hubiera querido poner "acá viven los malos" y entonces solo les puso un color triste para dejarlo claro. En letras muy pequeñas rezaba "Tormenta Fría" y aunque delgados en el dibujo, los caminos estaban claros para llegar desde Corazonia, donde Jacobo se encontraba.

Suspiró y dobló el mapa para que entrase en su bolsillo, luego, sin mirar atrás, se dispuso a caminar hasta allí.

Román había enviado dos mensajes a Samantha desde hacía media hora y aún no obtenía respuesta. Solo le había puesto "hola" y "cómo estás?", algo sencillo para que ella respondiera y luego decirle que se vieran por un rato.

Román no estaba preocupado realmente, dedujo en primer lugar que era posible que se hubiera dormido, o que no tuviera su teléfono a la mano. Melody, por otro lado, estaba inquieta.

La suma de lo ocurrido con Jacobo más que Sam no respondiera la tenía ilógicamente alterada. El principal impulso que tenía era el de disculparse aunque no sabía si con Román —por inútil que fuese pedirle perdón— o con Jacobo, lo que sí sabía era que estaba desesperando al quedarse callada por tanto tiempo.

Luego de un largo rato, el sonido del mensaje retumbó y Román lo tomó enseguida. Melody a su espalda, leyó:

Blanca: Hola. No me siento muy bien y estoy descansando

Román: Seguiste mal? Necesitas algo?

Blanca: Estoy con un amigo, no te preocupes

Melody arrugó la frente. Román por instinto miró hacia su ventana pero la cortina, igual que en la mañana, seguía cerrada. En su pecho sintió un ligero corrientazo pero no quiso ponerle nombre a la sensación, aunque sí se lamentaba un poco de no ser él quien estuviera con Sam.

Román: De acuerdo, te escribo más tarde.

Solo apareció el visto y Román se recostó a tomar una siesta. Melody quería ir ya a hablar con Jacobo, sentía que de quedarse callada iba a explotar así que salió de la habitación de Román dispuesta a buscar al Cupido fastidioso e hiperactivo, solo para evitar que pudiera delatarla en Skydalle por sus trucos, o para ofrecerle los mismos trucos en pro de tenerlo como aliado y no como enemigo; una posición egoísta, pero a ella solo le interesaba su bienestar y el de Román.

Estaba segura que de poner los errores y faltas en una balanza, su tontería de negarle la declaración a Román era muchísimo más grave que unos simples polvos de información de Jacobo, así que llevaba las de perder si si no intentaba hacer algo al respecto.

Melody llegó a la ventana del edificio de enfrente y la traspasó; miró rápidamente el lugar, Jacobo no estaba. Pero sí estaba Samantha, acurrucada con ese chico del bazar de hacía unos días. Lo tenía abrazado y no lucía muy enferma, aunque sí dormida profundamente. Se dijo que era evidente que llevaba buen rato durmiendo por lo que el mensaje de hacía unos minutos a Román no podía sino haber sido escrito por el amigo, que sí estaba despierto y mirando un celular.

A Melody de repente se le fue el deseo de pedir disculpas y ahora estaba enojada; ver a Samantha con ese chico solo le recordó por qué no le agradaba y ya no quería redención alguna pues estaba feliz y orgullosa de haber interrumpido a Román la noche anterior. Sabía que había hecho lo correcto, lo beneficioso para su humano.

Había dudado de su percepción de Samantha cuando estuvo en su habitación y fue tan buena con él, pero en ese momento confirmó lo que ya sabía: Sam no merecía a Román.

El día soleado de Skydalle se iba destiñendo a medida que caminaba, por lo que Jacobo descartó su teoría de que el color de Tormenta Fría en el mapa se debía a una crítica social del cartógrafo, realmente la ciudad se desteñía mientras se alejaba del feliz centro de Corazonia.

Las calles empezaban a ser más delgadas y los habitantes más escasos; las sonrisas del resto de ciudadanos dejaban de ser tan amables y hubo incluso quienes lo miraban con recelo. El blanco de los uniformes, en los demás tendía más a ser un blanco sucio, no reluciente como el suyo. Se preguntó si todos los Cupidos fuera de Corazonia serían exiliados y rebeldes, o si sus uniformes simplemente se adaptaban a lo lúgubre del lugar. Pensó en lo curioso de que jamás hubiera salido antes de Corazonia y en lo ciego que se sentía del mismo mundo que lo vió crecer; siempre había estado tan bien cuidado por su vecindario y por los brazos de Ambrosio, que no llegó a imaginar nunca siquiera la posibilidad de que los demás Cupidos no la tuvieran tan fácil, amorosa, alegre y colorida como él.

Concluyó que era lógico; si en la Tierra los humanos se dividían por clases sociales y económicas, no era muy loco que en Skydalle funcionara igual, sin embargo quiso saber bajo qué criterio iba el modo de vida de los Cupidos, pues el dinero. belleza o el nivel educativo, como con los humanos, no era relevante para ellos. Anotó eso en su lista mental de las mil cosas que debía averiguar.

Luego de caminar por lo que le pareció una eternidad, vio a lo lejos un cúmulo en remolino de nubes negras, tan grande que era capaz de cubrir todo un pueblo, específicamente el que buscaba: Tormenta Fría. Se dirigió allí, sintiendo un nudo de temor en la garganta pero sin dejar que eso reluciera en su caminar seguro, como si hubiera venido a ese sector desde siempre. El miedo solo se volvería real cuando lo exteriorizara.

Al acercarse notó que el lugar bajo las nubes negras y chispeantes de varios rayos estaba delimitado por una reja negra. El cielo se dividía justo por encima de la reja y las nubes estaban partidas en un perfecto tajo, como si una espada gigante hubiera moldeado las nubes negras exclusivamente para el poblado. Jacobo caminó hasta hallar una puerta y aunque de algún modo esperaba que estuviera cerrada recluyendo a los rebeldes adentro, la encontró abierta. Dos puertas enrejadas de abrían a cada uno de los lados, altas y terminadas en pico, parecidas a las de un cementerio y no a las de un pueblo... o una cárcel. No había nadie allí para impedirle o concederle el acceso, pero de todas maneras, Jacobo se quedó de pie sin atreverse a avanzar por varios minutos.

No lograba ver nada hacia adentro, parecía que la neblina blancuzca se tragaba todo lo que pudiera haber y todo lo que quisiera entrar. No se oían voces o ruidos, solamente un silbido templado del viento entre las ramas de los árboles más altos cuyas copas eran lo único que Jacobo vislumbraba.

Estoy en Skydalle, pensó Jacobo, acá estoy seguro, no puedo ser un cobarde.

Resopló para sí mismo y caló su mochila. Con la frente en alto y sin dejar que el miedo brillara en sus pupilas, se adentró. Pudo ser imaginación suya, pero al cruzar la puerta, el viento le trajo el sonido agudo de una risa.

Caminó en línea recta —o eso intentó— sin ver hacia dónde iba, por primera vez sintió que caminaba en nubes, pero no en unas que auguran un buen día. Luego de unos metros, sintió llovizna sobre su cabeza y con cada paso, el agua se volvía más fuerte y aplastante pasando de una brizna a una tormenta; pensó irónicamente que el nombre del pueblo no era solo metafórico sino que era literal.

Jacobo llevaba las manos enfrente, intentando tantear sus siguientes pasos y entonces tocó una superficie dura y áspera. Miró hacia arriba pero la bruma lo tenía ciego. Caminó alrededor de la roca sin despegar su mano de allí hasta que encontró otra abertura, allí, sí había un Cupido mayor y de semblante tosco que se acercó muchísimo para poder mirarlo.

—Uhmm, hola —musitó Jacobo. Estaba nervioso, y en su voz no pudo disimularlo, ni en su pregunta tonta—. ¿Acá es Tormenta Fría?

—¿Vienes de parte de los altos mandos?

—No, solo vengo a buscar a alguien.

—¿Qué intenciones tienes, Cupido?

—Solo hablar con ella. Se llama...

—No me interesa su nombre —cortó—. Mírame bien. —El intimidante Cupido se acercó hasta que su nariz ancha y regordeta pegó con la del joven y asustado Jacobo—. Si tienes alguna intención oculta, me aseguraré de que jamás salgas de acá.

—No... uhmm, se lo juro... yo...

—Entra —concedió. Luego, en un tono más gentil, añadió—: Las buenas intenciones siempre son bienvenidas acá, muchacho, pero no toleramos las mentiras, tenlo presente.

—Gracias.

Jacobo, empapado por la lluvia incesante, pero curiosamente silenciosa, caminó por donde el hombre le indicó, volteó a mirarlo y solo vio su espalda ancha, adentrándose de nuevo en la invisibilidad de la bruma; avanzó un poco más y vio ahora sí lo que esperaba: casas, cupidos, árboles, vida... vida opaca, porque la nube negra inmensa no se iba, pero ya no era una tormenta sino una lluvia más moderada. La bruma había desaparecido, ya solo quedaba el aire congelado y eso no parecía detener de modo alguno a los habitantes pues todos iban o bien con sombrillas o bien con chaquetas plásticas con capotas y botas que los protegían.

Los cupidos lo miraban, pero no porque fuera extraño ver a alguien activo sino porque era el único tonto sin paraguas. Jacobo se acercó al bordillo de un edificio para resguardarse un poco, lo suficiente para sacar la fotografía de Marissa y leer en la parte de atrás los datos que él mismo había anotado en su cubículo. Sintió los dedos congelados y al exhalar, un vaho le cubrió la cara. Leyó la foto:

Localidad 3, manzana 4, casa 15, primer piso.

Buscó algo con lo que empezar a ubicarse y justo sobre su cabeza, estaba la primera nomenclatura que le ayudaba: localidad 3, manzana 3. Se alejó un poco y caminó hacia la izquierda, afortunadamente, era el lado correcto y vio la placa de Manzana 4. La primera casa que vio decía ser la 20, así que dobló hacia la izquierda hasta que descendió a la 15. Respiró hondo en medio de la lluvia; estaba mojado y temblando de frío, pero no le tomó importancia a eso. Timbró y no hubo respuesta; lo hizo dos veces más y al fin escuchó unos pasos que se acercaban.

—¡¿Qué?! —Gruñó Marissa al abrir. Era obvio que acababa de despertarse y estaba de mal humor. Miró a Jacobo desde arriba pues él estaba dos escalones más abajo, y pulió una mueca de fastidio.

—Hola, mi nombre es Jacobo White y quisiera hablar contigo de...

—Ya no estoy activa —interrumpió ella.

—Lo sé, estamos en Tormenta Fría, pero creo que puedes ayudarme con...

—No estoy activa ni tengo ganas de ayudar —soltó de nuevo y esta vez le cerró la puerta en la cara.

Jacobo se preguntó si estaba destinado a ser tratado de esa manera por todas las Cupidos que se le cruzaran en el camino. Maldijo por lo bajo, con sus mechones rojizos escurriéndole sobre los ojos. Alzó la voz para hablar a través de la puerta cerrada con un tinte de desesperación y enfado:

—¡Conozco a Mario Darmin y necesito información! —Soltó un hondo suspiro y en un susurro fatigado, añadió—: Por favor.

No hubo respuesta y Jacobo esperó varios minutos. Al darse por derrotado, dio media vuelta; en ese momento solo quería volver a la Tierra y quedarse junto a Samantha... y secarse la ropa.

Antes de que diera un paso, la puerta se abrió, pero Marissa no apareció en el marco. El cupido aguardó en silencio y luego la escuchó hablar:

—Entra.

Jacobo ingresó y sintió de inmediato el alivio de no estar más debajo del agua. Intentó sacudirse un poco pero al verlo inútil, optó por quedarse cerquita de la puerta, temiendo mojar todo si entraba más.

Una luz se encendió y reveló paredes coloridas, de unos tonos que Jacobo no creyó existentes en Skydalle: azul rey en las paredes y anaranjado fuerte en el techo, estaba embelesado admirando los colores. En medio de su examen al lugar, apareció Marissa en su punto focal; ya no lucía malhumorada por lo que Jacobo concluyó que solo estaba despertando de mala manera, pero que no era agria siempre. De hecho, le sonrió con amabilidad y él, sin moverse, le devolvió la sonrisa.

—Gracias por dejarme pasar.

—Disculpa que te gritara. Estaba durmiendo.

—Son menos de las cuatro de la tarde —dijo sin querer. Temió haberla ofendido, pero ella no lucía molesta—. Disculpa...

—No, está bien. ¿Viste la lluvia? Bueno, pues es permanente, así que acá las horas pasan diferentes. No hay nunca un rayo de sol así que me es indiferente a qué hora duermo.

—Debe ser terrible.

—No lo es. Estoy el noventa por ciento del tiempo acá adentro, pero estoy tranquila y sin preocupaciones. Eso es genial a mi parecer.

—No me gustan mucho los días lluviosos —confesó.

—Pues debiste venir al menos con paraguas.

—No sabía que llovía tanto.

—El pueblo se llama Tormenta Fría —precisó ella con tono obvio.

—Creí que era metafórico.

Marissa soltó una risa y al verle la curvatura de los labios, Jacobo pudo notar mucho más el parecido con Mario, con la diferencia que ella no le inspiraba desconfianza como él.

—Dime a qué se debe tu visita.

—Sí, eso... estuve mirando el expediente de Mario y tengo varias preguntas.

—Primero dime quién eres. Sí, eres Jacobo, pero ¿quién eres?

—Estoy en el momento activo. Llevo unos días con mi humana, se llama Samantha White y...

—¡La pequeña Sammy! —exclamó ella emocionada—. Debe ser preciosa hoy en día. A sus trece era una dulzura total. ¿Cómo está?

Jacobo tomó varios segundos en responder, estaba algo sorprendido.

—Está... ¿conoces a Samantha?

Qué pregunta más estúpida, se dijo, era obvio que sí.

—Claro que sí. Su hermano era muy unido a Mario, así que Sammy estaba mucho por ahí. Una chica muy... diré peculiar. Hablaba sola con frecuencia, pero cuando Mario no estaba haciendo nada importante, yo le ponía atención. Solía divagar de cualquier tema con sí misma, siempre la encontré adorable.

—Hoy en día no ha cambiado mucho esa parte —dijo Jacobo sonriendo.

—Una pena que viviera tan triste por dentro —añadió de repente. Jacobo se enderezó en su lugar y prestó más atención—. Hay estrellitas como ella que intentan apagarse por la oscuridad de los que la rodean. Espero que lo haya superado.

—¿Superado qué?

—Muchas veces Mario la encontró llorando cuando iba a visitar a Elliot. Su padre la trataba mal en ese entonces y no tenía muchos amigos. No todos los días eran malos, pero cuando los había, se frustraba mucho.

Jacobo maldijo internamente la norma que no le permitía entrar a su casa hasta ser un Cupido activo. Al parecer, lo malo que Sam hubiera podido expresar durante su vida, siempre ocurría en las paredes de su pequeño apartamento, lugar antaño vetado para él. ¡Lo sabía!

Marissa analizó el gesto serio de Jacobo y se percató de que quizás había hablado más de la cuenta.

—¿No lo sabías? Lamento ser tan imprudente...

La chica de la misma edad de Mario se mordió el labio. Jacobo seguía de pie a unos centímetros de la puerta cerrada y seguía escurriendo agua de su cabeza, lucía cansado y friolento.

—¿Recuerdas algo más? —preguntó Jacobo—. Sobre Sam. Tengo poca información sobre ella y un par de problemas...

—La norma de no entrar a la casa hasta la activación, ¿eh? Asquerosas normas. —Marissa frunció la boca, solo entonces lució de verdad como una chica anti-sistema, odiando todo lo que autoridad mandara—. Entra, por favor, siéntate.

—Estoy empapado.

—No importa, entra.

Jacobo agradeció con un asentimiento y tomó una de las sillas de madera que estaban contra la pared. Al menos la madera no absorbería nada y no la dañaría.

—Sobre Sam... —insistió.

—Sí, vale. Yo solo la veía cuando Mario estaba en su casa; por algún motivo ella confiaba más en Mario que en Elliot y por eso sus problemas terminaban muchas veces en oídos de mi humano, y muchas otras cosas eran las que yo hablaba con Idy, la cupido de Elliot.

—Todo me sirve.

—A ver... —Marissa, que se había sentado a unos metros de Jacobo, entrecerró los ojos y cruzó sus manos, intentando recordar—. Sam era una niña vivaz, pero cuando su padre llegaba, se apagaba y eso era algo curioso. Elliot no se apagaba tanto como ella y supongo que por lo mismo, nunca lo notó, pero Mario sí, así que le preguntaba con frecuencia como estaba. Era bonito que mi Mario le preguntara a ella y no a Elliot, supongo que quería evitar decir algo imprudente con su hermano. Con el tiempo, Sam empezó a abrirse con él y le contaba que su papá la insultaba y menospreciaba mucho, ella lo excusaba diciendo que realmente no le pegaba, así que no la tenía tan terrible, que quizás solo exageraba.

—Las palabras pueden doler más que los golpes.

—Sí, pero una nena de trece años no ve eso, especialmente porque sabía que el padre de Mario lo golpeaba a él, entonces siempre se comparaba y le decía cosas como "al menos el mío no me pega".

—¿El padre de Mario lo golpeaba?

Marissa bajó ambas cejas al medio, furiosa del recuerdo. Su voz salió más apretada, más filosa.

—Sí. Ese hombre solo fue un nudo de problemas. No sé cómo será hoy en día, pero en ese entonces sí era un abusador. Puede decirse que a pesar de que Sam era menor a comparación de Mario, se llevaban bien por eso, por empatía. Mario tenía una especie de instinto fraternal con Sam y vivía con temor de que su padre llegara a los golpes porque sabía de primera mano lo que era eso.

—¿Y pasó? —preguntó con temor.

—Mientras estuve con él, no. Sammy tenía una mentalidad un poco mayor a su edad, ¿sabes? Creo que por eso se les hacía fácil borrar la brecha de edad y charlar entre ellos; se consolaban. Ella a veces le ponía hielo en los moretones y le secaba las lágrimas de rabia y él con palabras le aseguraba que su padre no tenía razón en nada de lo que le decía para humillarla. —Marissa sonrió con añoranza, con orgullo al hablar de ellos—. Si Sammy hubiera sido un poco mayor, Mario se habría enamorado de ella. Nunca lo fleché, eso sí, y yo estaba segura de que él no sentía más que cariño por ella, vamos, era una niña.

Jacobo aprovechó ese giro de tema para preguntar sobre el tema principal que lo había llevado allí.

—Leí que no habías completado la misión, ¿fue porque Sam era muy niña?

—No. Sam nunca fue interés amoroso de Mario, así que ella no entraba en mi misión.

Marissa suspiró con nostalgia contenida y desvió la mirada. Estuvo callada por varios minutos y Jacobo consideró que tal vez no era sencillo charlar de algo que evidentemente le había traído muchos problemas. Quería respuestas, pero no quería pasar por encima de nadie para conseguirlas.

—Oye, si es un tema muy delicado, no te preocupes...

—No, está bien. —Marissa se reacomodó en su silla un par de veces y un par de veces más, parecía no encontrar el ángulo bueno para sentarse y abrir el baúl de su memoria—. Había una chica de su preparatoria, se llamaba Alejandra. Cuando llegué a la Tierra, él ya tenía su gusto por ella y ella por él. Yo antes de bajar me dije que la flecha definitiva la iba a usar solamente el último día de mi misión, así ya estuviera avanzado el progreso, esa decisión había sido algo más personal que práctico; yo quería quedarme con Mario siempre porque lo quise mucho, pero como no podía, decidí no lanzar la flecha hasta el final para retrasar mi subida. Algo es algo.

»El caso es que él ya estaba enamoradísimo de Alejandra y su cupido, Sandro, estaba de acuerdo con eso, ella también lo amaba. Éramos buenos amigos, así que ambos nos dijimos que la flecha final la lanzaríamos solo cuando fuera obligatorio pese a ver que era más que seguro que ya teníamos el éxito de la misión en las manos. Cuando todo se complicó, a mí me quedaba un mes con Mario y a Sandro le quedaban dos semanas con Alejandra.

»Nosotros podemos controlar hasta cierto punto el amor, pero no las acciones o la responsabilidad del humano, eso debes saberlo, así que ambos se equivocaron en un mal momento. Alejandra quedó embarazada, ni siquiera había cumplido los dieciocho y cuando Mario se enteró, se unió a ella en su preocupación y terror del asunto.

»Sandro no estaba para nada feliz con eso y tenía razón, es cierto que la situación era de los dos pero es bien sabido que quien más lleva el peso de todo es la mujer. Por unos días no le contaron a nadie pero se juraron todo el amor eterno del mundo y que estarían juntos sin importar qué pasara, ya sabes, el amor adolescente.

»Una tarde estaban en casa de Mario. Sandro y yo estábamos cerca aunque él había decidido no hablarme con tanta amabilidad como antes, ya no éramos tan amigos, como si yo hubiera tenido la culpa de algo. Era temprano, casi las seis de la tarde, pero el padre de Mario llegó borracho como siempre y empezó a molestarlo; que era un inútil, que no era buen estudiante, que lamentaba haberlo tenido, y un sin fín más de cosas. Mario decidió no escuchar más y agarró a Alejandra de la mano y salieron de allí, pero el demente ese salió tras ellos vociferando que nadie podía dejarlo con la palabra en la boca.

»Mario no quería discutir y calló. Su padre le mandó un golpe pero Alejandra lo vio antes que él y en su afán de halarlo, recibió el golpe y cayó al suelo. Hubo gritos e insultos. Por primera vez Mario se enfrentó a su padre y le quiso devolver el puño, pero Alejandra una vez más se metió y recibió el empujón que iba para Mario. Ella era menuda así que el impacto la tiró al otro lado del pasillo y el dolor no la dejó levantar. Mario golpeó a su padre y este en su borrachera no pudo defenderse al instante así que Mario tomó a Alejandra en brazos y bajó las escaleras corriendo para salir del edificio y dejarlo solo.

Jacobo empezaba a dudar si quería realmente escuchar la historia porque estaba empezando a sentir compasión por Mario y a sentirse terrible de su desconfianza natural. Calló porque la voz de Marissa parecía decir entrelíneas que esa no era una historia que aceptara interrupción alguna. La ex cupido suspiró y concluyó casi en susurros.

—Para hacer la historia corta, Alejandra perdió el embarazo, solo tenía seis semanas de gestación, pero imaginarás lo duro que fue.

—Entiendo ahora por qué todo te salió como lo hizo... —dijo él en un hilito, intentando sonar conciliador aunque en su mente sonó estúpido.

—Aún falta. Sandro y yo discutimos fuertemente porque la pérdida del embarazo era culpa del padre de Mario. Sandro se cegó de rabia y no entendía que ni Mario ni yo éramos directamente culpables. Se le metió en la cabeza que Mario y todo lo relacionado con él, era dañino para Alejandra, incluyéndonos.

»Ellos dos seguían queriéndose mucho, se amaban, Jacobo y cuando charlaban sobre lo ocurrido nunca se dieron culpas, querían seguir a pesar del dolor evidente que todo les producía, porque sí, lloraron como si ese bebé ya hubiera nacido y vivido varios años, se destrozaron cada uno a su manera. No se lo dijeron a nadie más que a sus madres que estaban entre la decepción de un embarazo y el luto del aborto.

»El problema fue Sandro. Le quedaban solo tres días con Alejandra y ya estaba decidido a no usar su flecha, pero no se conformó con eso, él quería que Alejandra no se quedara con Mario para nada y ante la limitación de tiempo, tomó medidas desesperadas.

»Consiguió en el mercado negro una flecha permanente, como la que tenemos nosotros de amor, pero de todo lo contrario.

—¿Eso existe? —Jacobo soltó en una exhalación, sorprendido—. ¿Una flecha de odio?

—Peor. De desamor. —Marissa hizo una pausa—. En su último día se la disparó a Alejandra cuando estaba con él y de inmediato soltó el amor que tenía por Mario; fue como si de un segundo a otro lo odiara y ya no quiso hablarle, ni llamarlo, ni responderle. Mario no entendía por qué de repente ella no quería saber nada de él especialmente después de todo lo vivido. Estaba destrozado ahora por partida doble.

—Lo lamento tanto...

—Lo vi demasiado destrozado, Jacobo, así que también obré mal buscando su bienestar. —Su voz se había tornado apresurada, como si intentara justificar un crimen frente a un juez antes de que le dictaran los cargos, aunque Jacobo no estaba allí para juzgarla—. Conseguí una flecha como la de Sandro unos días después e hice lo mismo con Mario. Así que en mi día final, solo lo dejé en la Tierra despreciando completamente Alejandra, así como ella lo despreciaba a él, ambos sin saber por qué. Pude haberlo dejado sin usar la flecha definitiva y ya, pero preferí dejarlo con rencor que sufriendo por amor.

—Por eso estás acá —murmuró Jacobo para sí mismo—. Decía "vínculo inapropiado con el humano".

—Así es. A los ojos de los altos mandos, me involucré tanto con Mario que preferí quitarle el amor verdadero que dejarlo sufriendo por uno que había sido bueno y que ya no lo era. Pero como yo lo veo, lo dejé con un vacío pero sin el corazón roto.

—¿Y ellos? ¿Se odiaron así no más?

—Sí. Cuando fueron flechados con esa magia oscura, simplemente buscaron motivos para odiarse. En su mente, Alejandra ahora sí culpó de todo a Mario y en la de él, ella había sido tonta por meterse en la discusión con su padre así que la culpa era suya. Cuando hay rencor en medio, los corazones buscan motivos para justificarlo.

—Es horrible...

—El caso llegó a hacer mucho ruido en Skydalle y fuimos descubiertos específicamente porque Sandro se confesó un tiempo después y al hacerlo, yo tuve que decir que yo había hecho lo mismo con Mario, era incorrecto lavarme las manos. Entonces fui acusada de poner mi interés personal por encima de la misión pero me ofrecieron rehabilitarme e intentar de nuevo, alegando que mi decisión drástica había sido altamente influenciada por la de Sandro, pero que aún venían "potencial" en mí.

—Pero dijiste que no.

—Dije que no —confirmó—. Con Mario aprendí que nosotros no somos una bendición, Jacobo, somos una maldición. Lo que sucedió, independientemente de los motivos de Sandro o los míos, los dejó a ellos en medio y los manipulamos como consideramos correcto. Lo peor es que a los altos mandos no les importan los motivos, ellos solo quieren amor, quieren que los humanos se enamoren profundamente pero no les importa en lo más mínimo el resto de emociones que puedan albergar. Por ese maldito pensamiento es que hay tantos amores dañinos, porque nos obligan a flecharlos aún si somos conscientes de que esa otra persona no les conviene. Es como si quisieran tapar todos sus problemas con una flecha de amor, no es justo para ellos.

Jacobo pensó que él sentía algo similar con Samantha, él no deseaba enamorarla hasta intentar arreglar el resto de sus problemas pero a como lo veía en el momento, o bien iba a fracasar en eso o bien iba ser castigado si tenía éxito con su meta de ayudarla. Le tembló la voz, pero siguió preguntando.

—¿Y qué pasó con Sandro?

—A él no se le ofreció la rehabilitación porque gritó a los cuatro vientos que el sistema era una mierda y que ni Alejandra ni ningún humano debería estar en nuestras manos... les reclamó a los de más arriba por mandarles Cupidos sin falta a los humanos pero no un ángel que los ayudara en otros ámbitos, dijo que estaba harto de la hipocresía y corrupción de la labor de los Cupidos... dijo lo que muchos pensamos, pero que callamos por miedo. A él lo desterraron a Relámpago, la prisión. Yo quedé con libertad luego de exponer mi caso, pero él no tuvo opciones.

Solo por un instante y sin conocerlo, Jacobo se sintió relacionado a Sandro. Él también se sentía mal de tener que darle amor obligatoriamente a Sam, pasando por encima de los demás problemas, como Melody le había dicho. Jacobo no sería capaz de darle a Sam una flecha de desamor o de odio, no era para tanto y si bien estaba seguro de que Sandro había sido demasiado extremo con eso, lo entendió hasta cierto punto.

Se imaginó que su Sam pasara por algo similar con cualquiera, lo último que Jacobo querría sería enamorarla profundamente del chico cuyo padre la lastimó tanto, aunque también era sabido que el apoyo y el cariño eran lo mejor para pasar un momento doloroso. Concluyó que si le pasara eso a Sam, él no sabría qué hacer; solamente Sandro sabe lo que sintió que era correcto.

—Eso que hicieron, ¿les deja secuelas a ellos dos? —preguntó Jacobo—. A Mario y a Alejandra... ¿qué implicó para ellos?

—Todo lo que pueda decirte son conjeturas, Jacobo. No volví a ver a Mario luego de mi destitución, así que no lo sé. Lo que sí sé es que con o sin rencor, ellos se amaban y tuvieron que sufrir cada uno a su manera su desamor, y uno terrible, cabe añadir, porque se dejaron con un vacío sin saber muy bien porqué, sé que cuando piensan en los motivos, saben que no son suficientes, pero ahí están, odiándose. Es cierto que el hecho de que los hicimos dejar de amarse facilitó la transición, pero de que sufrieron, sufrieron. A veces pienso que lo que hicimos no los ayudó sino que les cortó el amor que se tenían dejando la raíz adentro, algo que nunca se podrán sacar del corazón.

Como una epifanía, Jacobo comprendió su recelo con Mario. Él había sentido desde siempre en Mario un cariño inmenso, pero nunca suficiente y era porque seguía teniendo la raíz de un amor pasado que no concluyó como debería; Mario en realidad no tenía un corazón roto pero sí uno quebrado, uno golpeado y moreteado y aunque le concedía a él y a cualquier humano el derecho de rehacer su amor y empezar de cero, no quería que fuera Sam quien estuviera para curar sus grietas. Sam merecía un corazón completo y no uno partido en dos cuya mitad estaba en su pasado.

Jacobo lo comprendió, pero también supo que su posición era sumamente egoísta y se salía de su labor de buscar "lo mejor" para Sam. Puede que para él, Mario no fuera suficiente pero la verdad era que Sam lo quería así tal cual y para ella no había peros, para ella Mario era lo mejor.

El hecho de que Jacobo tuviera reservas hacia un chico que ya había tenido su gran primer amor, no significaba que fuera malo, al contrario. Según lo que Jacobo había aprendido en su vida, un corazón que ya había perdido antes tenía dos opciones: o se cerraba completamente a amar de nuevo y se volvía un ser dañino a otros corazones, o buscaba el amor y al hallarlo, lo aferraba con el mayor de los cuidados. Mario no se había cerrado al amor, él lo sabía porque lo había visto con Sam, así que solo quedaba la segunda opción.

Se dijo que aún le quedaba mucho por aprender y por deducir sobre Mario pero también se prometió cumplir al menos con una de las normas que lo rigen y guiarse no solo por su percepción sino por el corazón de su humana y le gustase o no, lo cierto era que latía mucho más por Mario que por cualquier otro.

Y ahora, a cierta medida, entendía el porqué. 

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Prohibiciones de los Cupido: «Si un Cupido está destituido, inactivo o en proceso de rehabilitación y aprendizaje, le estará prohibido bajar a la Tierra. Los único que pueden hacerlo son quienes están en misión y los maestros si lo hallan oportuno»
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¡Hola amores Mazorcos!

Estamos atando cabos 7u7, ¿qué les pareció el capítulo?  ¿estuvo bien lo que hizo Sandro? ¿para allá va Jacobo? xD ►

Muchas gracias por esperarlo. Este es de los largos y me costó un poco unir los hilos porque tenía y tenía ideas inconexas que tardaron en tejerse :'v. Por otro lado, les cuento que la próxima actualización puede tardar un poco, Mazorcas, estoy pasando por un bloqueo mental fatal que me tiene en blanco y en modo stand by, y prefiero esperar un poco a que eso mejore a escribir a la fuerza y darles algo horrible que los haga odiarme.

Con ayuda de Yisus, no será de más de dos semanas o menos, *cruzanding los dedos x2*, espero me comprendan y los amo mucho, no se les olvide ♥ 
pero solo como amigos. 

N o s  l e e m o s


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