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15. ➳ Manipulación de amores ♡

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Normativa de los Cupidos: «Velar por el bienestar romántico del humano encargado, no significa, en ninguno de los casos o anexos, perjudicar el de otro humano de forma egoísta».
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—Solo como advertencia —inició Román—, mi hermana divaga muchísimo estando ebria.

—Yo divago en mis cinco sentidos.

—Ya. Pero es que tú hablas de algo, ella en cambio dice locuras. Una vez le dijo a mi mamá que estaba segura que ella había sido abducida por aliens en navidad y que ese era el motivo de haberse perdido por tres días cuando en realidad todos sabíamos que estaba en casa de su novio.

Resultó correcta la suposición de Román y sus padres le pidieron que llevara a Amy a casa ya; aunque Sam no la encontró bailando reguetón, sí la vio llorando por un motivo indeterminado, tal vez solo por el alcohol y ya.

Sam solo asomó un poco a la fiesta, lo suficiente para saludar con la mano y de lejos a la mamá de Román cuando este fue a decirle que iba a llevarla a casa; no se conocían aún, pero ella no puso problema en ello. Luego vio cómo Román iba hacia la pista de baile, la atravesaba hacia las mesas del otro lado y sacaba a su hermana casi totalmente recargada en su hombro.

Una vez en la calle, el viento le dio en la cara a Amy y ella se puso a llorar más.

—Te juro que ella es buena persona cuando no está ebria. —Román miró a Sam casi con disculpa aunque ella se estaba riendo—. Ebria también es buena persona, pero sé que no da la mejor de las impresiones.

—No te preocupes.

Escuchar la voz de la chica, hizo que Amy intentase enfocarla, aunque parpadeó mucho en el intento.

—¿Quién es? —preguntó ella, arrastrando las palabras.

—Es Sam.

—¡Sam! —chilló de vuelta, borrando todo rastro de llanto—. ¡Hooola, Sam! Mi hermano piensa que eres muy linda, y dice que tu voz y tus gafas y tu sonrisa y tus gafas y tu pelo y tu ventana y tus gafas son lindas.

Ni Jacobo ni Melody sabían para cuál de los dos eso era más vergonzoso, pero lo cierto es que no se miraron ni se rieron entre ellos, pero sí sincronizaron un sonrojo en sus mejillas. Sam pensaba que le mentía, y Román pensaba que Sam se iba a incomodar.

—Me gusta la Amy borracha —confesó Melody a Jacobo—. Es muy alegre, más de la cuenta, pero lo que me gusta es su sinceridad.

—Román dijo que aseguró que la habían abducido, no veo sinceridad en eso.

—Es que no lo terminó de contar. Esa noche dijo eso y se fue a dormir pero a los pocos minutos se levantó llorando y gritándole a su madre que era mentira, que la perdonara o si no Dios no la iba a aceptar en el cielo cuando muriera. Y le confesó que en realidad había estado con su novio pero que usó protección. Fue super gracioso para mí y vergonzoso para ella al otro día cuando Román le contó el papelón que había hecho.

Jacobo escuchó por primera vez la risa de Melody y la encontró maravillosa, como solo suenan las risas en las voces que nunca ríen.

—Y aún así sigue bebiendo en fiestas —dijo Jacobo, con un poco de reproche—. ¿Dónde está el sentido de escarmiento?

—Pocos humanos lo tienen. Todos saben que beber es malo y que estar ebrio es exponerse a problemas o vergüenzas, pero ahí los ves, contentos y brindando en cada celebración.

—¿Sus padres no le dicen nada?

—No, porque ella es muy juiciosa en el resto de ámbitos. No es que ande de borracha todos los días, solo es en fiestas y es máximo una o dos veces al mes.

—Sam es muy juiciosa en su estudio y su padre no la dejó salir hoy.

—Pero acá está.

—Pero con mentiras y ayuda de su hermano.

Melody asintió, comprensiva.

Cuando ya estaban a solo unos metros del edificio, Sam se colocó la capota de su suéter ocultando su cabello y se quitó las gafas; pensó que tal vez si por cosas de la vida su padre estaba asomado a la ventana en plena madrugada, no la vería.

—Tu humana es paranoica.

—Su padre la hace paranoica.

Entraron en silencio al edifico, con Amy murmurando algo sobre el color morado y la importancia de que las uvas tuvieran ese color; subieron los dos pisos de escaleras y entraron al apartamento de la derecha en el piso tres. Román abrió la puerta con un poco de dificultad por tener a su hermana casi caída sobre él y una vez adentro, Sam cerró y se quedó allí mientras él iba a dejar a Amy en la habitación. Encendió la luz de la estancia y miró de reojo los muebles y las dos plantas en las esquinas de la sala; a pesar de estar oscuro afuera, el lugar se veía lleno de vida.

Se escuchó un golpe de algo contra una puerta y luego una maldición en bajo de la voz de Román. Sam rió un poco y tras unos minutos en que apenas se escuchaban susurros y jadeos de su hermana (que volvía a llorar), Román salió del pasillo y le sonrió a su invitada, luciendo exhausto.

—¿Todo bien?

—Amy se ha golpeado un poco en la cabeza con el marco de la puerta, pero no se averió, todo bien.

—¿Seguro? Pobrecita.

—Sí, seguro. —Román dio una última bocanada onda de aire para recuperar el aliento—. Ven.

Román apagó la luz de la sala y caminaron por un cortísimo pasillo para entrar a su habitación, que quedaba enfrente de la de Amy; se alcanzaban a escuchar sus ronquidos. Román encendió la luz y le cedió el paso a Sam.

—Tu hermana ronca como mi papá.

—Es una dama con dormir de camionero. —Bromeó Román—. Ya lo sabe y ya aprendió a vivir con eso.

Sam se quedó un momento en el marco de la puerta solo mirando el lugar. Román tenía razón cuando dijo unos días atrás que el tamaño de su habitación era muy similar a la suya, pero sí se lograba ver el contraste entre ambas.

Las paredes eran claras y llenas de luz, no estaban tan envejecidas como las suyas. En una de las paredes había una guitarra colgada en su estuche negro, un par de afiches de artistas antiguos, como Elvis Presley, Janis Joplin, David Bowie, y algunos que Sam no reconoció. En una columna de la pared tenía varias fotos en portaretratos, todas de él con su familia y una cuando era niño con un perro. Tenía un pequeño escritorio que sostenía varios libros de estudio, un tarro azul con lápices y colores y una maqueta de una cadena de ADN ya calificada.

Román se sentó en el borde de la cama y la observó pero no le dijo nada.

—Así que esas son las nubes masculinas —murmuró Sam luego de una pausa, señalando la parte alta de la pared—. Y azul cielo varonil.

—Exactamente. Las nubes masculinas llevan allí demasiado tiempo, pero planeo pintar en las vacaciones.

—¿Soles masculinos, tal vez? —se burló Sam.

—Já, qué graciosa. No, quiero dejar el azul pero en lugar de nubes poner algunos peces, un delfín y varios pulpos.

—Así que te gusta la vida marina —dedujo Sam.

—¡Que si le gusta! —exclamó Melody.

Ella y Jacobo se habían sentado en el suelo, frente a Sam y Román. Parecía que estar allí en la habitación hacía feliz a Melody, que se notaba tranquila, con los hombros caídos y la mirada relajada.

—¿Has usado el polvo de información con Sam? —preguntó Melody.

Jacobo parpadeó, y tardó unos segundos en reaccionar a la amabilidad de la chica a su lado.

—Sí.

—¿Y qué tal ha ido eso?

—Pues... —Jacobo titubeó, no sabía si era correcto o cómodo contarle a Melody sus descubrimientos— han funcionado.

—Hay problemas, ¿eh? Tranquilo, no te pido que me cuentes. Cuando quieras subimos de nuevo y miramos si hay alguna otra cosa que te pueda servir.

—Gracias.

—A mí me da miedo el mar —confesaba Sam, luego de que Román le diera un breve resumen de su gusto por la vida marina—. O sea, nunca lo he visto porque estamos a muchos kilómetros de una playa o similares, pero ¿no te parece que es abrumante pensar en sí en el mar? ¿ves lo que te decía la vez pasada sobre la sobrepoblación? Pues ajá, somos muchísimos pero aún así solo somos el treinta por ciento del planeta, imagínate la cantidad de cosas o de criaturas que puede haber en el mar sin descubrir. Yo creo que una de las mil opciones para el fin del mundo es que el rey supremo de los mares se harte de la cantidad de contaminación que hacemos, salga de su guarida a diez kilómetros de profundidad y nos coma a todos.

—Yo concuerdo con que el rey de los mares debe estar fastidiado con nosotros, pero también creo que es un ser muy paciente y creyente del karma, así que no va a hacer nada sino esperar unos cincuenta años a que la humanidad se extinga solita y luego saldrá a la superficie a burlarse de nosotros.

—¿A burlarse de quién si ya estaremos extintos?

—De el 0.00001% de sobrevivientes. ¿No has visto películas o leído libros distópicos? Siempre tiene que haber sobrevivientes que vagan por un mundo lleno de polvo y soledad. Como en Wall-e, pero con personas. Los sobrevivientes nunca enferman, nunca les pasa nada malo y usualmente son vecinos o familiares, pero deben luchar juntos contra la fuerza del mal...

—Luego se encuentran con una comunidad pequeña de sobrevivientes y se unen a ellos. Entonces empiezan a nacer sentimientos entre los dos protagonistas.

—Pero resulta que uno es un traidor amigo de los malos, y ahí es donde el traidor se reivindica por el poder del amor.

—Y eventualmente mueren de viejitos porque claro, no pudieron salvar el mundo y es inhumano traer bebés a donde no hay futuro. Pero eso no lo dicen en la película o libro, sino que termina con ellos jóvenes y un beso y una frase alentadora como...

—"Sin importar lo que pase de ahora en adelante, ni todas las duras batallas que debamos afrontar, todo es posible si estamos juntos" —concluyó Román.

—Pero es mentira, no es posible salvar el mundo. —Sam soltó una carcajada—. Aunque es un mensaje alentador de unión en tiempos de oscuridad y todo eso.

Se miraron al mismo tiempo y eso desencadenó una risa cómplice. Jacobo no perdió el tiempo y sacó otra de sus flechas que en esta ocasión, ocasionó un sonrojo fuerte en Samantha y un latido cardiaco tan fuerte que casi se lograba ver el movimiento de su pecho.

—Despacio con eso —regañó Melody—. No la fuerces tanto; no puedes lanzarlas tan rápido. ¿Tu maestro no te dio la mundialmente conocida analogía de "el amor que nace rápido"...?

—Termina rápido, sí —estuvo de acuerdo Jacobo—. Lo siento.

—No lo sientas, aprende.

—Oye, hace un rato que mi hermana dijo que yo había hablado de ti... —empezó Román, medio en susurros.

—No hay problema, me advertiste de sus divagues. Al menos no salió con aliens esta vez.

—Ah, pero es que eso no era un divague —objetó Román—. Fue una indiscreción, eso te lo concedo, pero no algo irreal. Solo que no debía decírtelo ella.

—¿Ah, no? —musitó Sam, titubeando. Su piel estaba teñida del máximo rojo que su palidez permitía.

—No. Así que de todas maneras, te lo digo yo mismo: eres muy linda y muy inteligente. Me gusta tu cabello y la mente creativa que hay debajo. Y tu voz y tu sonrisa contagiosa y tu amabilidad.

Sam no aguantó más y se tapó la cara con ambas manos. Román, Jacobo y Melody se sorprendieron de tal acto y aguardaron, sosteniendo la respiración, considerando los motivos de su reacción. Parecía que iba a llorar pero no había sollozo alguno, solo estaba ahí, respirando y con el rostro cubierto.

—¿Qué le pasó? —preguntó Melody.

—No lo sé —dijo Jacobo.

La tensión se disipó cuando en lugar de lágrimas o enojos, Sam soltó una risa incómoda. Pareció que todos allí suspiraron de alivio.

—¿Qué es tan gracioso? —dijo Román, contagiándose de la risa.

—Lo que dices —admitió Sam, bajando las manos de su rostro—. ¿Te gusta mi cabello? ¿y mi voz? ¿qué clase de gustos tienes?

Eso no le hizo mucha gracia a Román.

—Me gusta pensar que tengo los mejores gustos.

—Yo lo dudaría.

—¿Quién te dijo lo contrario?

—¿De qué?

—¿Quién te dijo que tu voz o tu cabello no son bonitos?

Samantha se enserió. No le gustaban ese tipo de preguntas cuyas respuestas estaban grabadas en su corazón, donde nadie debería verlas. Se sintió avergonzada y tuvo un rápido recuento en su cabeza de muchas palabras de distintas voces diciéndole muchas cosas que la hacían ser quien era.

Puede que haya olvidado por un momento que no estaba sola, o que el estar en otro lugar fuera de su casa la hiciera sentir cómoda, o el que Román fuera su compañero de conversación, pero decidió no pulir su sonrisa plástica, ni restarle importancia como siempre hacía.

—Desde que soy niña he sido la única pelirroja de los salones de clase donde he estado y no ha sido precisamente motivo de halagos. Desde que entré a la preparatoria no volvieron a decirme nada, pero de mis trece años para atrás, mi cabello fue objeto de burla. O sea, hubo un par de pelirrojas pero eran más hacia el lado castaño, el mío es rojo casi anaranjado y le temo a la tintura de cabello. Me da miedo que quede mal y luego no poder solucionarlo y entonces tener que raparme la cabeza como Britney Spears.

—¿Y tú? ¿qué crees tú de tu cabello?

Sam se permitió esbozar una diminuta sonrisa.

—Me es más difícil combinarlo a la hora de vestir, pero en general, me gusta que sea diferente. Un amigo me dijo hace poco que debería cortarlo y mi papá dijo hace un par de años que yo no parecía hija suya porque él no tenía el pelo anaranjado. Pero estaba borracho, así que no cuenta.

—Pues creo que para ti sí cuenta. Sí ha contado siempre. —Román se atrevió a moverse y sentarse más cerca; sus rodillas se rozaban un poco. Sam levantó la vista, pero esta vez no se sonrojó, solo le sonrió—. Y también creo que debes dejar esas voces de burla de tus trece años, en tus trece años. Tienes un cabello hermoso, ya te lo dije. Si te lo quieres cortar, hazlo cuando consideres que eso te hará más feliz, no antes.

—Gracias.

—Pero no te rapes, por favor —bromeó él—. Eso no es de Dios.

Sam rió.

Ya casi invisible, el holograma sobre Samantha tuvo un cambio importante. En Román subió a 85%, pero en "amor propio" llegó a 59%. Eso era lo más alto que había estado desde que Jacobo le puso el polvo verde. Estaba a punto de contarle a Melody, solo por la necesidad de decirle a alguien de su emoción, pero entonces Melody le dio un codazo fuerte.

—¡Hey! ¿Yo qué te hice...?

—¡Mira!

La cupido señaló a la parejita sentada en el borde de la cama, y notó cómo ambos estaban nerviosos. Samantha porque se sentía cohibida al estar cómoda con otra persona que no fuera Mario ni su hermano, y Román porque tenía algo atorado en la garganta y aunque Jacobo lo suponía, fue el chillido de Melody el que se lo confirmó:

—¡Le va a decir que le gusta!

Ambos se pusieron de pie; Melody agarrando su cabello como si esa fuera la peor de las tragedias. Jacobo no sabía cómo reaccionar... y no les dio tiempo porque antes de que Román o Sam dijeran cualquier cosa, los Cupidos fueron expulsados de la habitación y se vieron juntos del otro lado de la puerta.

—¿Qué demonios...! —masculló Melody.

Jacobo por su parte, no pudo estar de acuerdo con su molestia y a cambio dibujó una sonrisa muy amplia cuando dijo orgulloso:

—Necesitan privacidad.

Un silencio los envolvió y parecía inundarse de un magnetismo que irónicamente, ambos intentaban repeler por temor o por vergüenza.

—Tu hermana hizo más énfasis en que considerabas bonitas mis gafas —dijo Sam.

—Sí, dijo gafas como cuatro veces.

—Deben gustarte mucho entonces. —Sam rió.

—No tanto como quien las porta. —Se hizo una pausa en la que ella se abochornó tanto como pudo y Román, aprovechó para decir—: Y la forma en que se empañan cuando se sonroja.

—Lo haces a propósito —recriminó, pero no se movió de su lugar.

Las fantasías de Samantha siempre tenían como único protagonista a Mario; se había imaginado de vez en cuando cómo sería darle un beso o escuchar una palabra dulce con otra entonación que no fuera fraternal, pero ninguno de esos escenarios incluía nunca lo que de hecho sentiría; se veía a sí misma besando a Mario, pero como en una película, como si lo estuviera viendo sin sentir, imaginaba más que nada el acto en sí de juntar sus labios con los suyos, nunca considerando las sensaciones que podría traerle, y en ese momento se preguntó si de ahora en adelante su alocada cabeza incluiría en la imagen la piel erizada, el corazón en maratón, la garganta reseca y el calor en el cuerpo que la recorría en ese momento.

Más importante aún, se preguntó si seguiría incluyendo a Mario en esa imagen, y el solo cuestionamiento la inquietó.

—Te juro que no, solo es efecto colateral.

—Reflejo circulatorio, más precisamente —objetó.

Román se acercó un poco más a Sam hasta que ella levantó la mirada y lo encontró a unos veinte centímetros de ella. Su primer reflejo fue mirarle los labios y luego tragar saliva. En medio de ese cubito de fantasía y sonrojos que los había envuelto, a Sam solo le quedó en la cabeza la espera ansiosa e interminable para que Román se moviera un poquito más y la besara.

Román tomó aire para decirle algo más pero algo golpeó fuertemente su puerta, haciéndola tambalear y a ambos dar un brinco de su lugar, entre asustados y agitados. Román se acercó para abrir la puerta y vio a su hermana en el suelo en medio de una carcajada.

—¿Estás bien? —dijo Román y la ayudó a levantar aunque su gesto era furioso.

—¿Quién puso esos zapatos ahí? —reclamó ella con voz queda; señaló la entrada de su habitación donde unos tacones estaban atravesados, luego se rió—. Yo solo quería ir al baño.

—¿Puedes andar?

Amy asintió y Román la soltó lentamente hasta cerciorarse de que no se iba a ir de culo cuando estuviera sola. Ella trastabilló un poco pero no cayó y luego caminó descalza hasta el baño, apoyándose en las paredes y murmurando cosas para sí misma.

Sam había observado desde la habitación, cerca de la ventana, rezagada e incomodísima, y ahora sí con incomodidad del tipo "no quiero estar acá". Compartieron una mirada rara y contrariada; no se atrevieron a decirse nada y al parecer, en la mente de ambos la mejor opción era hacer de cuenta que nada había pasado.

Jacobo nunca pensó que su ser tuviera el poder de sentir una rabia absoluta y cegadora; Melody nunca pensó que su ser tuviera el poder de sentir un arrepentimiento sincero y bochornoso, pero ahí estaban ambos, rebatiéndose a sí mismos mientras veían cómo Román ayudaba a levantar a su hermana del suelo.

Un lado agresivo afloró en Jacobo cuando empujó a Melody, y en ella afloró el lado sumiso al dejarse porque sabía que los reclamos eran justificados.

—¡Tú manipulaste el momento! —le gritó Jacobo. De la rabia pasó a la estupefacción y a la necesidad de entender—. ¡¿Cómo demonios moviste esos zapatos?! ¡Nosotros no podemos tocar nada en este mundo! ¡Traspasamos todo! —Jacobo calló un segundo, como si una burbuja hubiera salido de repente en su mente, entonces se detuvo a leer lo que decía. La gravedad de su siguiente acusación rompió el silencio entre los dos—. ¡Le impediste a Román declararse! ¡Es la peor de las faltas!

Melody agachó la mirada, con el peso de su acción en la espalda. Sabía que tenía que decir algo, defenderse, ofenderse, gritar, conciliar, algo, lo que fuera, pero a cambio de eso solo vio a Jacobo esfumarse y lo dejó ir con mil acusaciones en la cabeza.


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Prohibiciones de los Cupido: «Estará prohibido evadir el llamado de un maestro; negarse a subir a Skydalle cuando un superior lo pida, se tomará como rebeldía y comportamiento sospechoso».
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Melody está loca (?)

Antecreas, ella es un amor. Espero que hayan disfrutado de este capítulo ♥ Muchas gracias por la espera y el apoyo, Jacobo y yo los amamos ♡

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N o s   l e e m o s espero que   p r o n t o

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