1. ➳El día esperado♡
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Normativa de los Cupidos: «La edad del encargado en la cual deben bajar varía mucho dependiendo su personalidad, entorno, creencias y familia, esta fecha será asignada por el Maestro de turno luego de examinar el caso. Las edades oscilan entre los quince y los diecinueve para el primer descenso, si excede esa edad, el procedimiento será distinto, y también será guiado por el Maestro»
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Dieciséis años, once meses y un par de semanas de aprendizaje fue lo que tardó Jacobo en estar listo para bajar a la tierra.
El catorce de febrero Samantha cumplía sus diecisiete años y aunque estaba completamente ajena a que había un Cupido destinado para ella, Jacobo estaba listo para conocerla en persona... aunque ella no pudiera verlo.
A través de los años y mientras crecía con ella, la veía por medio de la pantalla blanca de su cubículo desde Skydalle; le sabía los gustos musicales, de moda, gastronómicos y sus relaciones familiares y amistosas... gran parte al menos. Él se sentía casi parte de su familia, aunque bien mirado, lo era; él existía gracias a ella, eran como hermanos mellizos, nacidos en distintos mundos pero ligados por la magia de Skydalle.
Samantha era una chica adorable. Su ternura estaba atrapada en un metro sesenta y tres centímetros de altura, un cabello rojo que prefería llevar siempre al aire y unos ojos marrones que combinaban con su melena. Tenía varias pecas en su mejilla izquierda y dos lunares en la derecha. Su madre le había insistido por años que usara lentillas para lidiar con su astigmatismo pero ella hallaba eso tedioso así que siempre llevaba puestas sus gafas de una linda montura oscura y gruesa que enmarcaba sus pómulos.
Teniéndola solo a través de una pantalla, Jacobo había visto gran potencial en ella en el ámbito amoroso.
La tenía en su mente como alguien amigable, risueña y de carácter dulce pero firme; pensó que sería realmente sencillo completar su misión de enamorarla de algún buen chico y ascender en su puesto.
Al dar la medianoche, cuando los diecisiete años fueran oficiales, Jacobo podría al fin entrar a su habitación.
Por normativa, los Cupidos solo podían observar a sus encargados afuera de su casa; Ambrosio, su maestro en el arte de ser Cupido, le había explicado que era cuestión de intimidad y privacidad. De ahora en adelante Jacobo podría entrar aunque siempre con restricciones; no podía husmear momentos íntimos como cuando Samantha se vistiera luego de una ducha o cuando escribiera en su diario -si tenía uno-, pero de resto, estaba para acompañarla.
Jacobo había soñado durante todos esos años cómo sería su habitación. Se la imaginaba con estrellitas de papel o fosforescentes en el techo, con afiches de Shawn Mendes y Liam Hemsworth sin camiseta en su pared, corazones dibujados en el marco de madera de la cama, una repisa con peluches y libros románticos y cortinas rojas. Ella era alguien tan agradable y colorida en su colegio que su habitación no podía ser de otra manera.
Jacobo ya tenía un pie afuera de Skydalle cuando aún faltaba media hora para que la hora indicada llegara; estaba muy ansioso. Tenía muchos amigos allí en Skydalle, unos ya habían bajado a tierra y otros esperaban su turno pero pensó para sí, que nadie estaba o podría estar jamás más emocionado que él.
Su sonrisa era amplia y sus piernas temblaban un poco. Aún no tenía alas, no le estaban permitidas hasta que ascendiera y se las ganara, y eso era en parte la ansiedad de conseguir el amor para Samantha. Por el momento podía valerse del polvo de vuelo dado por Ambrosio para emergencias y de resto, debía ir a pie, al lado de ella.
Las puertas blancas que servían de portal entre Skydalle y Landfield, la ciudad de Samantha, nunca se le antojaron a Jacobo tan maravillosas. Estaba a escasos metros de ellas, solo aguardando. Ya tenía su mochila blanca lista, donde llevaba —entre otras cosas— el polvo de vuelo, un par de flechas fugaces y la definitiva flecha del amor, la que usaría ya cuando todo llegase a su fin.
Revisó una vez más la dirección de su casa que estaba anotada en el dorso de su mano y se caló bien la mochila para no perder nada en el descenso.
Cuando a lo lejos vio a Ambrosio acercarse con su caminar lento y despreocupado supo que el momento había llegado. Jacobo se envaró en su lugar y expandió más la sonrisa, mas el gesto de su mentor era sosegado, con esa calma o falta de emoción que tienen quienes han pasado por lo mismo cientos de veces.
—¿Cuánto falta? —preguntó Jacobo, expectante.
Ambrosio suspiró.
—En tierra faltan veinte minutos para las doce.
—¡Vamos, entonces! ¡No quiero llegar tarde!
—Con calma las cosas se hacen mucho mejor, Jacobo.
El Cupido de Samantha se había acostumbrado toda la vida a obedecer completamente a Ambrosio. Le tenía un grado de estima y respeto que llegaba más allá de los límites de Skydalle; lo admiraba, lo consideraba el ser más sabio de todo el mundo y agradecía siempre que él fuera el asignado a enseñarle los misterios del amor. Esperaba algún día ser como él.
Se quedó quieto, atendiendo a la recomendación de Ambrosio, pero su cuerpo no podía mantenerse del todo estático; parecía que daba brinquitos en su lugar aunque él mismo no lo notaba, en su mente, su postura era relajada y recta al tiempo.
—Ya quiero conocerla —exclamó en voz más baja, pero en un siseo de regocijo contenido—. Tengo un presentimiento de que ella se enamorará fácil.
—Eso no debería ser bueno, Jacobo, ya te lo he explicado antes.
Jacobo chasqueó la lengua. Quizás no se dió a entender, él se refería a que no sería sumamente complicado en general, no a que se fuera a enamorar en un par de horas.
—Lo sé.
Calló, sabiendo que Ambrosio le iba a repetir lo que tantas veces le había dicho en los pasados años.
—Amor que nace rápido, termina rápido. Si no construyes un amor con bases fuertes...
—Se caerá como un castillo de naipes —completó él, al pie de la letra.
—Sí, exacto. —Ambrosio sonrió; las arrugas de sus ojos se acentuaron con ese gesto pero en sus ojos había un brillo jovial que no desaparecía por más que pasaran uno o dos siglos—. Jacobo, sabes que siempre me tienes a un llamado de distancia para cualquier inquietud. O puedes venir a mi despacho. Por favor, no seas imprudente.
Ambrosio estaba siendo sumamente preventivo con Jacobo pero no porque dudara de sus habilidades o del conocimiento adquirido durante su vida sino porque además de ser él de sus mejores aprendices, también era el más precipitado. Pensaba mucho, su mente era altamente expansible, pero infortunadamente, solía pensar después de actuar y eso, en alguien que debía encargarse de un amor adolescente, era un terrible defecto.
—Estaremos bien, Maestro.
—Eso espero. Usa tus dones con la cabeza, no con el corazón.
—Nunca te lo dije, pero creo que eso es irónico considerando que soy un Cupido.
Ambrosio sonrió.
—Puede que lo sea, pero no es ilógico, Jacobo, porque acá estás manejando el corazón de tu encargada, no el tuyo, así que debes usar la razón.
Todos los consejos que Ambrosio brindaba los tenía aprendidos de memoria; eran incontables los Cupidos a quienes había enseñado y aún así sabía que así como los humanos, los Cupidos eran necios. El secreto de la enseñanza era dar consejos sabios con la casi certeza de que no serían acogidos a la primera pues siempre ha resultado más apetecible para la juventud cometer los errores en carne propia para creer en sus consecuencias.
Ambrosio suspiró y sintió en su corazón una punzada de preocupación por Jacobo y por Samantha. El setenta y cinco de los amores adolescentes no resultaban a largo plazo y eso era una realidad que le gustara o no, debía aceptar; Ambrosio de verdad esperaba que Samantha con ayuda de Jacobo estuviera en ese veinticinco a nivel mundial que prosperaba con ese amor. Y cabe mencionar, que esa preocupación era en gran parte por Samantha; Jacobo era un Cupido y sabía las teorías del amor al derecho y al revés, pero Samantha era la humana con el corazón expuesto y tristemente, los humanos son más propensos a equivocarse. Los Cupidos aportan, pero los humanos son quienes aman, y a veces por más que se les ayude, terminan enamorándose del equivocado.
—Es hora —anunció el Maestro.
Jacobo casi suelta un grito de emoción, pero se contuvo, mordiendo sus labios hasta que resultó doloroso. Se ubicó frente a Ambrosio como este le había enseñado y él lo tomó por los brazos con facilidad para cargarlo. Extendió sus alas y las puertas de Skydalle se abrieron.
En pocos minutos iban bajando y con las indicaciones de Jacobo para la dirección (aunque él ya las sabía), llegaron a la entrada del edificio donde Samantha vivía. Jacobo miró alrededor y a decir verdad se decepcionó un poco; a través de los ojos de Sam el lugar era más bonito así que él lo imaginó diferente, aunque también podía ser que Sam nunca había visto su edificio a la media noche.
Quizás de día es un vecindario hermoso como en la mente de Sam, se animó Jacobo.
Ambrosio lo soltó. Un par de humanos pasaron por la acera de enfrente pero obviamente no los vieron; ningún humano podía.
—Escúchame- —Ambrosio se hizo oír a través de los pensamientos de Jacobo que estaba maravillado mirando todo (por feo que fuera) y casi había olvidado su presencia—. Cuando el día despierte, no solo será el cumpleaños de Samantha y el inicio de tu misión, sino que acá en la tierra es San Valentín.
—¡Lo sé! —chilló, interrumpiéndolo, cosa que no hacía casi nunca—. Dime si eso no es una buena señal de que Sam está hecha para el amor —dijo retórico.
—Todos los humanos están hechos para el amor —replicó—. Lo sabes, Jacobo.
El Cupido asintió diligente; el maestro no insistió, no dudaba que su aprendiz lo supiera a la perfección. Solo estaba emocionado.
—Sí, señor.
—Eso no era lo que iba a decir. —El anciano sacudió la cabeza un par de segundos y retomó—. Ya que es San Valentín, habrán muchos Cupidos por ahí lanzando flechas. —La vista de Jacobo se distrajo con un gato que pasó por su lado y Ambrosio lo tomó de los hombros, reclamando su atención—. ¡Escúchame, Jacobo! Habrá muchas flechas por ahí, pero tú no podrás lanzar nada aún hasta que pase mínimo una semana; no te frustres por eso. Recuerda que muchos ya llevan tiempo acá así que solo aprovechan la festividad, pero tú estás empezando. Em-pe-zan-do —silabió con calma. El joven asintió—. Ten mucho cuidado, por favor. No estás jugando, Jacobo. Sam es real y su corazón lo es también, cuídalos, que a cierta medida su corazón es tuyo.
—No haría nada para lastimarla, lo prometo.
—Sé que lo sabes, Jacobo, pero te lo repito una última vez antes de irme —insistió. Estaba realmente abstraído—. Los humanos no saben todo del amor como tú, así que tienden a equivocarse, y más a esta edad. No la fuerces, no intentes enamorarla a las malas, tú eres un porcentaje de su camino al amor, pero no todo. No puedes elegir por ella porque...
—Porque su voluntad es la última palabra; estoy para acompañar y ayudar, no manipular —continuó, como si estuviera diciendo un guión, en parte para recordarlo bien y en parte para tranquilizar a su maestro—. Cuidar su bienestar en la medida posible sabiendo que ella tiene autonomía y el último voto. Ahora que estoy acá no solo puedo verla sino saber lo que siente y debo respetar eso. No puedo violar su privacidad ni dejarme llevar por sus emociones; ella no puede ni verme ni oírme, pero yo sí podré hacer eso con ella; ella no sentirá mi presencia de modo alguno. Usar mis flechas con sabiduría y siempre abogando por su bienestar, al menos el bienestar que ella considere correcto, porque una vez más, no puedo decidir por ella.
Tomó una bocanada de aire y se felicitó internamente por decirlo bien.
—Suerte, Jacobo —dijo Ambrosio, a modo de despedida—. No podré bajar más, pero siempre puedes subir. —Miró hacia arriba, hacia el edificio—. Piso número cuatro, es la habitación de la puerta negra.
—Gracias, Maestro.
Ambrosio desplegó sus alas de nuevo y se elevó hasta perderse en el cielo nocturno. Jacobo debía andar pero ya que su presencia era en teoría inmaterial en esa tierra, podía pasar a través de cualquier cosa, así que sin prisas ni impedimentos llegó a la puerta de la habitación de Sam. Se interesó por conocer su apartamento, las demás habitaciones, pero ya tendría tiempo para eso al otro día, al momento inmediato, solo le importaba el espacio de Sam.
Llegó a su puerta e inspiró hondo al estar allí, a solo una atravesada de distancia. Mentalizó una vez más la idea que él tenía del aspecto del lugar y dando dos pasos, ingresó.
Tenía varios escenarios en su mente, pero lo que vio del otro lado, no componía ninguno de ellos y por primera vez, tuvo un mal presentimiento.
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Prohibiciones de los Cupido: «No se permitirá que un Cupido le lleve la contraria al corazón de su encargado. Ayudar y no manipular. El amor lo llevan en sus flechas pero lo sienten los corazones, así que dar una flecha a un encargado para enamorarlo de alguien a quien no conoce/distingue/le agrada, creará un enorme conflicto para ellos».
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¡Hola!
Ahhhh, estoy super emocionada de publicar esto. Espero que te guste y votes y comentes, hazme feliz con amorsh :3
¿Qué les ha parecido el primer capítulo?
AHHHHHHHHHH ¿Ya dije que estoy emocionada? ➳♡
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