Érase una vez en un mundo donde el mayor problema era el amor, un Cupido estaba naciendo.

De mejillas regordetas, piel blanca de extrema palidez, similar a la de su futura encargada, una que otra mota rojiza sobre su cabecita y unos ojos distraídos, el nuevo Cupido vio por primera vez lo que sería el mundo que él conocería y del que aprendería.

En su cabeza escuchó las dos palabras que le dieron vida: «Te amo», provenientes de la madre de aquella bebé, que en la Tierra, estaba empezando a ser amada. Luego, el eco se repitió en su cabeza: «Te amo, Samantha».

El pequeño Cupido no la conocía todavía pero su existencia estaba ligada a la suya y aunque Skydalle estaba a muchos metros sobre su mundo, dentro de unos años tendría que ir a visitarla y ayudarla a enamorarse.

Pero aún quedaba mucho tiempo para eso y mientras tanto debía aprender todo sobre el amor y prepararse para el momento de bajar a la tierra.

Un Cupido anciano, retirado, de barbas blancas y largas y atuendo plateado, entró al salón de recién llegados y caminó hasta la cuna del nuevo nacido; era su nuevo aprendiz.

Se inclinó y le sonrió con la dulzura que un padre tendría. El bebé le devolvió la mirada y lo miró lleno de curiosidad. El anciano lo alzó en brazos, igual que había hecho con tantos otros a lo largo de su existencia.

—Bienvenido a Skydalle, Jacobo.

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