Capítulo 8.
-Ha sido un día perfecto, asombroso -le dijo Jennie a Rosé, mientras caminaban por la playa hacia casa-. Creo que realmente puedo hacer algo por Brice... y el buceo... guau. Ha sido increíble, realmente mágico. Probablemente, esto es un cliché, pero no tenía ni idea de la vida que había ahí debajo. Creía que me asustaría mucho, pero ha sido natural y bellísimo.
-Ahora ya lo sabes.
-Sí, ahora ya lo sé -suspiró ella, y miró la lámina que le había dado Brice. Había marcado las especies que había visto con un lapicero de cera-. Y sólo he visto la mitad de las especies.
-Se supone que debes disfrutar de la experiencia, no apuntarlo todo. Dame eso -le dijo, y le quitó la lámina- Tienes que recordarlo aquí -le dijo, dándole una suave palmada en la frente-, y aquí -después, justo encima del pecho.
En el corazón.
-Lo hago -respondió ella-. Ya está en mi corazón -le dijo, y sus miradas se cruzaron-. Rosé le había enseñado las maravillas del fondo del mar, y le estaba sonriendo, encantada de haberla hecho feliz, y se sentía bien estando con ella-. Pero también quiero apuntarlo. Así es como soy -y ella intentó quitarle la lámina de las manos. Sus brazos se rozaron. Estaban prácticamente bailando.
-Entonces ven y tómala -dijo Rosé, y salió corriendo como un rayo.
-¡Gusano! -le gritó Jennie. Tiró la bolsa y la persiguió, ansiosa por estar a su lado. Corrió tras ella sin hacer caso de otra cosa que no fuera aquella mujer, así que no vio la ola. Cuando la alcanzó, cayó sobre la arena, riéndose. Cuando la ola se retiró, Rosé se tumbó a su lado.
-¿Estás bien? -le preguntó, con la cara manchada de arena, apoyada sobre una mano.
-Muy bien -respondió, consciente de que acababa de ser asaltada por una de las cosas que menos le gustaban de la playa, y de que no le importaba en absoluto-. Perfectamente - respondió Jennie, y le quitó a Rosé la arena de la mejilla.
-Aquí tienes -Rosé le alargó la lámina mojada-. No he sido tan mala compañera de piso ¿verdad? -le preguntó, y le retiró un mechón de pelo de la mejilla.
-No. Excepto por el ruido, el desorden y la confusión, y por no haberte acordado de darme los mensajes.
-Sí, pero, ¿qué hay de la comida?
-La comida ha sido deliciosa.
-Me vas a echar de menos cuando me vaya.
Ella la miró a los ojos brillantes por el sol. El agua les pasó por encima del cuerpo.
-Pues no lo hagas -le pidió suavemente.
-¿Que no haga qué?
-Irte.
-Esperaba que dijeras eso -y sus labios se unieron. Rosé la abrazó, y el beso fue perfecto, cálido, fuerte, más profundo que el primero.
Ella sabía que era una mala idea, pero quería disfrutar de aquel beso, el broche final de aquel día maravilloso. Un beso para celebrar la alegría de conseguir un cliente, de bucear, y la gloria de aquella mujer increíble que la estaba abrazando mientras las olas las mecían románticamente en la orilla. Podía disfrutar de aquel momento, ¿no?
Entonces, la madre de todas las olas les cayó encima, revolviéndolo todo, haciendo que le entrara arena en los ojos y agua en la nariz. Ella rodó hacia la orilla para escapar del agua y la arena le raspó la piel quemada como una lija.
Jennie tosió y se atragantó, y luchó por ponerse de pie. El dolor había terminado con aquel momento de ensueño, afortunadamente, porque ella podría haber dejado que los condujera a un final peligroso.
-Eso no ha estado bien -dijo ella, tosiendo y sintiendo que le ardía el interior de la nariz.
-Sólo ha sido una ola -dijo Rosé, alcanzándola.
-No me refería a la ola -replicó ella-. No podemos hacerlo.
-Claro que podemos. Yo no puedo dejar de desearte. Por las noches tengo que controlarme mucho para no arrancar esa estúpida cortina y estar contigo. Dime que tú no sientes lo mismo.
Aquellas palabras hicieron que el corazón le saltara en el pecho a Jennie, pero el picor de la nariz la mantuvo cabal.
-Sí lo siento, pero...
-Entonces, ¿por qué quieres resistirte?
-Porque soy diferente a ti. Yo no me meto en la cama con alguien tan fácilmente -había tenido la tentación de dejarse llevar por una mujer que, seguramente, tendría aquellos momentos inolvidables con docenas de mujeres. Ella no quería ser una más.
Se puso de pie rápidamente.
-Tengo que irme. Lo siento.
Tomó la lámina de los peces y, un poco más allá, su bolsa. Al ver que Rosé no la seguía, se sintió aliviada y desilusionada al mismo tiempo.
En casa se dio una ducha rápida para quitarse la arena y la sal y se llevó el bote de crema aftersun a su habitación. Se dio la crema con cuidado y después se acostó desnuda, no quiso pensar porqué le dolía todo el cuerpo por Rosé, y aquello era mucho peor que el dolor de la piel quemada.
Oyó que Rosé entraba en la casa, y dio un respingo de impaciencia. No sabía si arrancaría de verdad la cortina e iría con ella. No. Ella le había dicho que no quería que lo hiciera. Y la única protección que ella tenía contra Rosé era que los das tenían sentido común y capacidad de control. Sin embargo, a la mañana siguiente le diría que arreglara la pared.
Rosé se quedó en el salón e intentó relajarse. Casi podía oír los latidos del corazón de Jennie en la pequeña casa, sentir su respiración. Aquella ola no había conseguido apagar el fuego que había entre las dos.
Y era algo más que deseo, pensó Rosé. Besarla le había hecho sentirse feliz... y perdida. ¿Y qué si estaba enamorada de ella? La idea lo había dejado asombrado, pero cuando Jennie se había marchado de la playa, ella se había dado cuenta de que tenía razón. Eran tan diferentes, ella tan seria sobre todas las cosas. Se preguntó si llevaría puesto aquel discreto camisón rosa. Sexy, de una forma virginal...
«Déjalo», se dijo. Estaba enamorada, pero no le duraría mucho. Y con una mujer como Jennie, el amor era demasiado arriesgado. No podría soportar causarle dolor. Sabía cómo superarlo. Se había pasado toda la juventud haciéndolo, gracias al Almirante. Cada vez que Rosé rogaba que se quedaran en un lugar para terminar con sus amigos el curso escolar, su padre respondía: «Déjalo, marinera. Haz el petate, hija, nos vamos».
Como adulto, valoraba la capacidad de viajar ligero, así que era muy beneficioso que Jennie fuera tan sensata. Sin embargo, continuaría ayudándola, la llevaría a bucear de nuevo, y quizá la enseñara a navegar, y le presentaría todos los contactos posibles y susceptibles de convertirse en sus clientes.
Del resto, se mantendría apartada. Se obligó a concentrarse en el correo que estaba encima de la mesa. Un par de facturas que podría pagar más adelante, algo de publicidad y una invitación para una fiesta en el puerto. Hmm...
Se le hizo un nudo en la garganta. Se sintió dividida en dos, una parte de ella pensaba:
«gracias, Dios mío», y la otra «no, Dios mío, no»».
-Tengo una idea -dijo Rosé, suavemente.
«Yo también».
-Un ejecutivo que conozco va a dar un cóctel en su yate -continuó Rosé.
¿Qué? ¿Había creído que Rosé había ido para hacerle el amor y ella le estaba hablando de una fiesta? Jennie sacudió la cabeza, y distinguió una tarjeta blanca en la mano de Rosé.
-Es una buena oportunidad para que conozcas gente y consigas buenos contactos -le explicó-. Habrá muchos empresarios ricos que tienen los barcos en el puerto. ¿Quieres venir conmigo? Es el domingo por la tarde.
Ella tuvo que carraspear antes de hablar.
-Claro. Será estupendo. Gracias por pensar en mí.
-Yo siempre pienso en ti -dijo Rosé suavemente.
-Oh. Yo, también. En ti, quiero decir.
-¿Crees que debería mudarme, tal y como están las cosas?
-No -respondió ella rápidamente, aunque sabía que había respondido aquello por todas las razones equivocadas-. Nos las arreglaremos. Somos adultos.
-Si estás segura...
-Sí, estoy segura -mintió Jennie.
-Muy bien, entonces. Descansa -le dijo. Y después de un instante continuó, en el tono más serio que ella le había oído-: Tienes razón en cuanto a nosotras. Seria demasiado complicado.
Jennie todavía tenía la vista fija en la cortina cuando se abrió y apareció Rosé. La había seguido.
Ella sólo pudo asentir. Después se quedó inmóvil, para no hacer ninguna estupidez, como ir a la cama de Rosé. Oyó cómo empezaba a dar golpes al otro lado de la casa. Estaba trabajando de nuevo. Tuvo la tentación de unirse, ya que de todas formas no iba a dormir demasiado.
Jennie se arrastró fuera de la cama a la mañana siguiente, a las siete, exhausta. Casi no había dormido. Fue hasta la cocina y allí se encontró a Rosé, silbando y tomándose una taza de café. ¿Cómo se las arreglaría para sobrevivir tan alegremente durmiendo tan poco? Ella vio que el fregadero nuevo ya estaba en su sitio.
-Has puesto el fregadero -dijo.
-Pensé que, ya que va a venir tu madre, debería arreglar la cocina.
-Gracias -dijo ella, asombrada porque lo recordase. Tenía un enfoque tan despreocupado del mundo, que ella siempre se quedaba sorprendida de cuánta atención le prestaba a las cosas. Lo que había sucedido el día anterior le había hecho olvidar la visita de su madre.
-¿Has pasado mala noche? -le preguntó Rosé.
Ella asintió.
-Yo también -dijo.
Los dos se quedaron allí, uno al lado del otro, sin saber qué hacer con los ojos ni con las manos. -Siéntate -dijo Rosé, por fin, acercándole una silla a la mesa-. Voy a servirte café y comida.
-No seas tan amable conmigo, Rosé -dijo ella, temblorosa.
-Soy un santo, ¿qué puedo hacer? -dijo, mientras le ponía una taza y un plato de buñuelos delante. Olía a gloria, pero ella no podía tomar un bocado. Tenía un nudo en el estómago-. Tienes que reponer fuerzas si quieres seguir tu plan de resistirte a mí -bromeó. Ella sonrió débilmente y tomó un poco. -Voy a salir -dijo-. Tengo que comprar la mampara que querías para la ducha y arreglar un par de cosas del equipo de Brice. Volveré a tiempo para conocer a tu madre.
-No tienes qué venir si no quieres -dijo ella. No estaba muy segura de querer que su madre captara las vibraciones que había entre ellas. Estaba segura de que a Deirdre Kim no le gustaría Rosé. Y cuando viera cómo la miraba Jennie... se disgustaría.
-Vamos. Tengo que conocer a la mujer que es más seria que tú. Hasta luego. Traeré cervezas.
-Mi madre apenas bebe.
-Esto es la playa, cariño. Hay sal en el aire. Hay que tomar cerveza.
-De acuerdo -respondió ella, diciéndole adiós con la mano. Después se dio cuenta de lo extrañamente hogareño que había sido aquello. Rosé había arreglado el fregadero, le había hecho el desayuno e incluso le había contado sus planes y le había prometido que llegaría a tiempo para conocer a su madre. Y con cervezas, nada más y nada menos. Jennie apoyó la cara sobre las manos.
Tampoco sabía lo que pensaría su madre sobre la casa de la playa, que, a decir verdad, todavía no había avanzado demasiado. Y ella no había hecho nada por firmar un contrato con Rosé.
Pero había conseguido su primer cliente, Water Gear, y el domingo iría a un cóctel donde seguramente conseguiría contactos muy beneficiosos. Aquello la alegró y le aclaró la cabeza. Y el fabuloso café de Rosé también ayudó.
Decidida a sacar el mayor provecho posible del tiempo, Jennie se concentró en el proyecto de Brice, pero acababa de empezar cuando alguien llamó a la puerta.
Había tres adolescentes en el porche, sonriendo tímidamente.
-Hola. Eh, hum, ¿está Rosé en casa? -preguntó una de ellas. Jennie la reconoció. Era la hermana de Rosé.
-En este momento no. Tú debes de ser Lisa.
-¿Te ha hablado de mi? Eso es estupendo. Y tú eres Jennie, ¿verdad?
-¿Te ha hablado de mí también?
-Eh, sí -dijo Lisa, y se ruborizó. ¿Qué le habría contado Rosé? Ella también se puso roja.
-Pues... hemos venido de excursión -dijo Lisa-, y quería enseñarles a mis amigas la casa de Rosé, es decir, tu casa, y verla yo misma, porque nunca había estado aquí y...
-Pues yo no sé exactamente cuándo va a venir Rosé.
-Ah... -dijo la chica, y miró a sus amigas con incertidumbre.
-¿Por qué no entráis y esperáis aquí? -preguntó Jennie. Tenía que trabajar y su madre iba a llegar enseguida, pero, ¿cómo iba a echar a las chicas?
-¿Puedo tomar té frío, o un refresco? -preguntó una de las chicas.
-¿Y unos daiquiris? -preguntó la otra.
-¡Jisoo! -exclamó Lisa, frunciendo el ceño en señal de desaprobación. Pero después sonrió-. En realidad, podría hacerlos sin alcohol. Rosé me enseñó una receta riquísima. ¿Te importa? -le preguntó a Jennie.
-No. Sería estupendo -dijo ella, aunque se sentía un poco presionada.
-Muy bien -dijo Lisa, y las tres entraron-. Esta casa es preciosa -dijo, y paseó la mirada por el salón.
-Está en camino de serlo -dijo Jennie-. La cocina está por aquí. Poneos cómodas -les dijo a las amigas, que ya iban hacia el equipo de música.
En la cocina, Lisa miró por la ventana de la puerta.
-Un porche... ¡guau! -dijo-. Podríamos habernos apalancado ahí.
-¿Apalancado? -le preguntó Jennie, con la batidora en la mano.
-Rosé me dijo que dentro no había espacio. Iba a venir a pasar un fin de semana hace poco, pero Rosé dijo que ni hablar cuando tú apareciste. Nos vamos a quedar en otro sitio de todas formas, así que no tienes que preocuparte por nosotras, ni nada.
-Oh, bueno -respondió Jennie, intentando que su tono no fuera irónico-. ¿Qué más necesitas para esos daiquiris?
Lisa le dijo los ingredientes, y mientras trabajaban codo con codo en la pequeña cocina, le preguntó a Jennie:
-¿Qué te parece Rosé? Oh, señor.
-Rosé es... muy simpática.
-Y muy guapa también, ¿no?
-Sí, también es muy guapa -dijo ella, y se inclinó para buscar una bandeja en uno de los armarios y que la muchacha no viera la expresión de su cara.
Cuando se incorporó, Lisa la estaba observando atentamente.
-Sé que parece que es muy despreocupada, y todo eso -le dijo, mientras tomaba la bandeja que Jennie le estaba dando-, pero es una persona muy profunda. Te has dado cuenta de eso,¿verdad?
-Me lo imagino -respondió Jennie, terriblemente incómoda por la forma en que los ojos miel de Lisa se clavaban en ella y lo analizaban todo, exactamente igual que los de Rosé. Cambió de tema-. Lo que sí he notado es que te quiere mucho.
-¿Que me quiere? ¡Está obsesionada! -Lisa puso la bandeja en la encimera-. Y es una mandona del demonio.
Aliviada por haber conseguido desviar la conversación, Jennie ni siquiera le pidió que vigilara su lenguaje. Se limitó a servir las bebidas en unos vasos con hielo y a ponerlos sobre la bandeja.
-Siempre me está diciendo lo que tengo que hacer -continuó Lisa-. Vive la vida, sal por ahí. No dejes que papá y mamá te encierren en una torre. Bla, bla, bla. No se da cuenta de que soy, casi, una adulta.
-Es tu hermana mayor.
-Querrás decir una «gran hermana», que todo lo vigila -dijo, y salió de la cocina con la bandeja de daiquiris sin alcohol.
Jennie sonrió. Le caía bien la chica, a pesar de todo lo que avasallaba. Era dulce, tenía energía, y claramente, adoraba a su hermana.
Después de aquello, Jennie se vio haciendo nachos y dos clases de salsas mientras Lisa preparaba unas galletas de nata y chocolate. Se sentía como atrapada en mitad de una fiesta sorpresa, sólo que la sorpresa era quién tenía el papel de anfitriona. Pensó en todo lo que tenía que trabajar, y recordó el día que se había perdido el castillo de arena. Intentaría continuar con aquello y encontrar la diversión que pudiera encerrar.
Acababa de poner los nachos en el horno cuando oyó que se abría la puerta delantera y que un perro ladraba.
-¿Qué demonios... -la voz de Rosé. Y Lucky, sin duda. Las chicas gritaron de alegría y fueron a acariciar al animal. -¿Lisa? ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó Rosé, al lado de la puerta de la cocina. Lisa dejó caer la batidora sobre la encimera y abrazó a su hermana.
-Teníamos un fin de semana libre, y ya que Sana estaba aquí, Jisoo y yo pensamos venir a verla.
-Tenías que haber llamado antes. Lo siento, Jennie -dijo Rosé al darse cuenta del desorden que había en la cocina.
-No pasa nada -dijo ella, sintiéndolo casi de verdad.
-¿Dónde te vas a quedar, Lisa? -preguntó Rosé, mirándola fijamente.
-Con el primo de Sana. Va a la Universidad de Los Ángeles, y tiene un piso.
-Te vas a quedar con un tipo que va a la universidad. ¿Sin supervisión de ningún tipo? Ni hablar.
-Sé lo que estoy haciendo. Tú siempre me dices que salga y explore.
-Que explores la vida y diferentes lugares, no el piso de un universitario al que no conoces de nada -Rosé la miraba como una madre enfadada. Era divertido ver al señora "despreocúpate" ponerse nerviosa.
Lisa cruzó los brazos sobre el pecho obstinadamente.
Jennie suspiró. Sabía cómo arreglar aquello. -¿Por qué no se quedan aquí? Pueden dormir en el porche.
-¿De verdad? -le preguntó Lisa-. ¿No te importaría?
-No. Como has dicho tú, hay mucho espacio.
-¿Lo ves? Te dije que sería muy agradable y no le importaría.
-¿Tú le has dicho que yo pondría objeciones?- le preguntó Jennie a Rosé, que parecía tímida.
-Sí -dijo Lisa-. Dijo que querías echarla de la casa.
-Oh, ¿de verdad? -dijo ella, lanzándole una mirada a Rosé.
-Yo no dije eso... exactamente. ¿Estás segura de que no te importa, Jennie? Porque, si no, podría reservarles una habitación en un hotel a las chicas...
-No, no. Será divertido que se queden. Y no darán la lata ni causarán ningún problema, ¿verdad?
-Por supuesto que no -dijo Lisa-. Seremos muy silenciosas.
Entonces llamaron de nuevo a la puerta.
-Oh, Jisoo ha invitado a un par de chicos para la fiesta en la playa -dijo la chica rápidamente. Después, se oyó cómo Jisoo saludaba a los recién llegados.
-Lisa -intentó advertirle Rosé, pero ella ya se había ido al salón-. Lo siento -le dijo a Jennie.
-De verdad, no pasa nada -dijo ella. En realidad, no pasaba nada. Se estaba divirtiendo, además. Y no le preocupaba-. ¿Por qué no terminas las galletas de Lisa? Yo estoy haciendo nachos.
-¿No tienes que trabajar?
-Sí -suspiró ella-, pero esta vez estoy intentando dejarme llevar, ya sabes, tu corriente filosófica y todo eso...
Rosé se rió suavemente.
-Ven aquí -le dijo, y la acercó a ella. Le quitó una mancha de algún ingrediente que tenía en el pómulo con el pulgar mientras la miraba a los ojos. Cada vez le resultaba más fácil deslizarse en aquella intimidad entre las dos.
Pero, de repente, olió a quemado. ¿Serían sus nervios? Se apresuró a abrir el horno y a sacar la bandeja de queso y nachos negros, que tiró directamente a la basura.
Mientras ella raspaba la bandeja, Rosé gratinó más queso. Las chicas estaban en el salón, gritándose unas a las otras para oírse sobre el volumen de la música.
-Dios, qué ruido -dijo Rosé, sacudiendo la cabeza-. ¿Estás segura de que no te importa?
-Me cae bien Lisa -dijo Jennie-. Consigue lo que quiere de una forma agradable. Y cree que estás obsesionada con ella, a propósito.
-Me preocupo por ella -corrigió mientras ponía el queso por encima de los nachos.
-Pero tú no te das cuenta de que ella es, bueno, casi una adulta -respondió Jennie, imitando a Lisa.
-Dios -sonrió-. Es una sabelotodo, ¿eh?
-Ha conseguido un fin de semana en la playa a pesar de la bruja de tu casera.
-Chica lista -respondió Rosé, y después se puso muy seria-. No quiero que tenga que luchar y sufrir por lo que ocurrió conmigo.
-No parece que sufra mucho.
-Me estoy asegurando de que no suceda -dijo. Hizo una pausa y continuó, casi sin mirarla-. Voy a mandarla de viaje a Europa, a estudiar.
-¿De verdad? -ella dejó de cocinar y la miró.
-Es una sorpresa para cuando acabe el instituto. Por eso estoy haciendo la reforma de esta casa, para pagarle el viaje.
-Eso es algo muy agradable por tu parte -dijo Jennie, mirándola fijamente.
Rosé se encogió de hombros, como si no fuera para tanto.
-Es raro, sin embargo -añadió Jennie.
-Y si el Almirante le pone alguna pega, le diré cuatro cosas.
-¿Todavía te llevas mal con tu padre?
-Somos amables el uno con el otro. Él cree que yo estoy malgastando mi vida, y yo creo que él nunca ha vivido la suya. Lo siento por mi madre, que ha aguantado sus silencios y sus cambios de humor, y los cambios de casa y de ciudad durante todos estos años.
-Debe de quererlo mucho.
-Sí -dijo, como si aquello fuera una estupidez. Jennie se daba cuenta de que allí había un problema. Tal y como había dicho Lisa, aunque pareciera despreocupada, era una persona muy profunda.
Rosé era mucho más que un vago de playa, como ella había pensado al principio. Adoraba a su hermana y además ella misma había comprobado lo buena profesora que era. Y el trabajo que hacía en la obra de la casa era excelente cuando lo hacía. Quizá aquella actitud tan ligera fuera una pose. Quizá, si hubiera alguien especial en su vida, ella mostrara su lado más responsable y estable...
-Prueba esto -le dijo Rosé, ofreciéndole una cucharada de chocolate, sin saber que dentro de ella estaba creciendo aquella esperanza. Iba a darle de comer de nuevo, tal y como había estado haciendo desde que ella había llegado. Era un gesto perfectamente inocente.
Pero aquella vez significaría más. Ella le tomó la muñeca, atrajo la cuchara hacia los labios y la chupó lentamente, sin dejar de mirarlo. Se le aceleró el corazón. ¿Qué estoy haciendo?
A Rosé le brillaron los ojos.
-Mmmm -murmuró ella, dándole a entender que quería mucho más.
-Jennie -susurró Rosé, y se inclinó para besarla. En el salón empezó a sonar el teléfono, pero a ella no le importó. Que respondiera el contestador.
Sus lenguas acababan de rozarse cuando Lisa gritó:
-¡Jennie, tu madre al teléfono!
Demonios. Demonios y demonios.
Ella se apartó de Rosé, que no dejó de mirarla.
«Después habrá más», le estaba diciendo con los ojos.
Salió al salón, tomó el auricular y se dio cuenta de que su madre debería estar llegando en aquel momento, no llamándola por teléfono.
-Tendremos que quedar otro día, cariño. No puedo ir. El hijo de Myra tiene un examen de judo.
-Pero necesitas un descanso. Ya habíamos quedado-. Su madre rió.
-Estoy bien. De verdad.
-¿Por qué te hacen trabajar? Ya habías pedido el día libre, ¿no?
-No me están obligando. Resulta que hay que reajustar los turnos, y es más fácil así. Ahorra tiempo.
-Estoy muy desilusionada.
-¿Qué te parece si voy el domingo que viene, después de terminar aquí? Llevaré la cena.
-Supongo...- Jennie se sentía herida, pero lo comprendía. Su madre tenía mucho sentido de la responsabilidad en cuanto al trabajo. Ella sentía lo mismo, pero, ¿qué era un día en la playa?
-Yo también estoy triste, cariño -le dijo su madre-. Pero disfruta del día, de todas formas. Tienes razón en lo de que todos necesitamos un día de descanso de vez en cuando.
-¿De verdad tenías intención de venir? -le preguntó ella con tristeza.
-Por supuesto. Incluso he comprado un traje de baño, un sombrero enorme y una crema protectora con factor sesenta, por si acaso decidíamos bajar a la playa -su madre suspiró, pero Jennie sabía que no estaba tan desilusionada como estaba intentando demostrar.
-Bueno.
De repente, estallaron unas risas en el salón, y Jennie se volvió y vio que los chicos estaban jugando peligrosamente cerca de su ordenador.
-Espera un momento -le dijo a su madre, y corrió a poner a salvo su ordenador y a decirles que se comportaran.
-¿Qué ha pasado? -le preguntó su madre cuando volvió.
-Nada. La hermana de Rosé ha traído unos cuantos amigos.
-¿Rosé? ¿la albañil?
¿Albañil?
-Eh, sí.
Albañil, compañera de piso, compañera de submarinismo, agente de negocios, obsesión y diosa del sexo, pero, ¿cómo iba a explicarle todo aquello a su madre? Casi no podía explicárselo a sí misma.
Hubo un grito y un ruido desde el salón. Rosé se acercó, azorada.
-Los sacaré de aquí -le susurró-. Ven con nosotros cuando termines. Yo llevaré los nachos, tú trae las galletas cuando se hayan hecho. Estaremos jugando al voleibol.
Ella asintió.
-Parece que hay mucho ruido.
-Puede ser, pero al final te acostumbras.
-Así que, ¿todavía está trabajando en la casa?
-Eh, sí.
-Espero que no le estés pagando por horas.
-Trudy es quien le está pagando, y lo hace por toda la obra completa. Además, hoy no es día de trabajo y...
-Y todavía está viviendo contigo, ¿verdad?
-Por una buena razón. Está ahorrando dinero para pagarle un viaje a Europa a su hermana. Creo que es admirable, ¿verdad? No podía echarla si estaba ahorrando para una buena causa.
Su madre se quedó silenciosa.
-Ten cuidado, Jennie.
-¿Cuidado?
-¿Es igual que con Grayson?
-¿Grayson? No, cielos. Imposible. No voy a dejarlo todo y salir huyendo con Rosé. Con Grayson, yo era joven y no sabía nada.
Su madre permaneció en silencio, esperando más explicaciones.
-Quiero decir que Rosé es imposible. Es informal y perezosa... bueno, no perezosa, pero muy especial con lo que hace y cuándo lo hace, y nunca se ha establecido en ningún sitio. Tiene novias por todas partes... además, yo estoy completamente concentrada en mi trabajo... y ella no es la clase de persona que quiero. Eh, ¿cuál era la pregunta? -se sentía muy acalorada y confusa.
-Yo no puedo decirte lo que tienes que hacer, Jennie -le dijo su madre-, pero mantén tus prioridades, hija. Sé que es tentador. Tu padre tenía el mismo problema. No había ahorros. No había ningún plan. Yo quería a aquel hombre, pero veíamos las cosas de forma muy diferente.
-Lo sé, mamá, y yo no soy así -dijo Jennie, aunque reconocía que la poderosa necesidad de divertirse le venía de su padre. No era que su madre no supiera cómo divertirse, pero el trabajo era lo primero, porque así tenía que ser.
-Lo sé, cariño. Tú eres como yo... Pero usa la cabeza. El corazón puede ser traicionero.
-Lo haré, mamá. Seguro.
Sin embargo, en cuanto colgó, puso las galletas en una bandeja y bajó a la playa. No había jugado al voleibol desde el instituto.
Mientras jugaban, y en el restaurante mexicano al que fueron todos juntos a cenar por la noche, Jennie se concentró en Rosé y en lo mucho que escondía tras su apariencia. Las miradas que intercambiaron y los ligeros roces convirtieron la atracción que sentían en algo casi incontrolable. La cortina que había entre las habitaciones nunca había sido tan fina, pero con las chicas durmiendo en el porche, Jennie no se atrevió a traspasarla y encontrar su camino hacia los brazos de Rosé.
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