Capítulo 7.
-Cuando esté preparado, Business Advantage estará a su servicio -le dijo Jennie a su décimo posible cliente no interesado, dos días después de que Rosé la hubiera ayudado a perder a Bob Small. Tenía un nudo en el estómago. No haría más llamadas. No podía convencer a nadie con aquella voz lastimera.
Tomó el folio donde tenía escritos la dirección y el teléfono de la agencia de trabajo temporal. Hacía tres semanas que había llegado y el estrés se estaba apoderando de ella. Incluso tenía la esperanza de conseguir algo con el amigo de Rosé, aunque no creía que hubiera muchas posibilidades.
Fue a la cocina para hacerse un té. Parecía zona de guerra. Rosé había arrancado el linóleo, pero todavía no habían llevado los azulejos nuevos que ella había elegido. Y cuando se había quejado del fregadero, Rosé lo había quitado y había conseguido que un amigo suyo le diera uno que había sobrado de una obra. Pero todavía no lo había puesto.
No podía quejarse, porque aquello era gratis, pero tenía que hacerse el té en el lavabo del baño. Y en aquel momento, ella no estaba. Se habría ido a enseñar a alguien a hacer surf, o a ayudar a un niño a construir una cabaña sobre un árbol. Por supuesto, Jennie podría hacer que se mudara. Darle una fecha límite, empaquetar sus cosas y ponérselas en el porche. Pero no quería llegar a aquello. Además, aunque se mudara, tendría que seguir yendo a trabajar a la casa todos los días.
Jennie abrió la nevera y se encontró un plato de pollo al curry frío con kiwi, que ella le había preparado para comer. Si lo echaba, no le prepararía más aquellos estupendos platos.
En cierto modo era un alivio que no estuviera allí, a pesar de la cocina patas arriba. La tensión entre ellas aumentaba cada día. Algunas veces, como cuando se rozaban los dedos al aceptar una taza de té que ella le ofrecía o al verlo salir del baño después de ducharse, oliendo a coco, con una toalla atada a su cuerpo silbando, Jennie creía que iba a desmayarse de deseo. La sangre le recorría el cuerpo a toda velocidad.
Cada noche, se tumbaba al otro lado de la cortina y escuchaba su respiración, esperando que ella echara abajo la tela como el Zorro y la besara hasta hacer que se rindiera. Su ridículo deseo por Rosé, a pesar de todo el ruido que hacía, los mensajes de teléfono que no le daba, sus interrupciones constantes y el desorden que creaba en todas las habitaciones, sería razón más que suficiente para querer que se mudara de casa.
Pero no quería.
Se preguntó si ella también se sentiría tan atraída. Algunas veces la sorprendía mirándola. Por supuesto, tenía muchas Suzys o Bambis con las que aliviar aquellas necesidades. Al menos, después de su enfado por la artista del bikini de leopardo, Rosé había dejado de llevar amiguitas a casa.
Jennie suspiró y se dispuso a marcar el número de la agencia de trabajo temporal.
Sin embargo, no lo hizo. Lucky entró como una bala después de empujar la puerta que Rosé se había dejado sin cerrar de nuevo. El perro trotó hacia ella, la saludó y dejó caer a sus pies un trozo de madera húmedo.
-Lucky... no -protestó ella, débilmente-. Espera a Rosé.
Pero Lucky estaba tan desesperado por jugar como ella por trabajar.
Miró la pantalla del ordenador con frustración, y la hoja con el número de la agencia de trabajo temporal. Después a los enormes ojos marrones de Lucky, fijos en su cara, atentos a la intención de Ariel.
¿Qué demonios? Ya tendría tiempo de abandonar su sueño y llamar a la agencia.
-Sólo un poco -le dijo a Lucky. El animal ladró de alegría y salió corriendo hacia la puerta. Se dio la vuelta para asegurarse de que ella lo seguía, y bajó corriendo las escaleras. El perro no podía creerse la suerte que tenía.
Al final de las escaleras, Jennie se quitó los zapatos y corrió hasta la orilla, donde Lucky la estaba esperando. El sol era muy agradable y soplaba una brisa ligera. Con sólo estar allí, se sintió de algún modo un poco más ligera. Quizá Rosé tuviera razón acerca de tomarse más tiempo para sí misma. Quizá divertirse un poco hiciera que el trabajo saliera mejor. Hmm. Se daría un día más para llamar a la agencia de trabajo temporal.
Tiró el palo todo lo lejos que pudo, y Lucky salió corriendo como, un perro de caza detrás de un conejo. Qué apasionamiento. Ella se rió. Aquello era divertido. Y bueno para ella. Y bueno para Lucky, que le llevó corriendo el palo y lo dejó orgullosamente a sus pies. Ella lo tiró en otra dirección.
Él se lo llevó de nuevo. Ella lo tiró y él se lo llevó, y aquello se repitió unas cuantas veces.
-Sólo una vez más -le dijo. Tenía que volver a trabajar, pensó, cuando Lucky ladró y pasó corriendo por encima del palo hacia Rosé, que se acercaba a ellos sonriendo. Una sonrisa estupenda, grande e íntima, sólo para ella. Se le alegró el corazón. Allí estaba, jugando con un perro, mientras una mujer impresionante caminaba hacia ella, mirándola como si fuera todo lo que quería ver. La vida merecía la pena.
-¿Qué tal? -le dijo ella cuando se acercó.
-Estoy a punto de conseguirte un cliente -le dijo Rosé.
-Estás de broma -dijo ella, tirando el palo de nuevo para Lucky.
-Todavía no es del todo seguro. Tiene una tienda de equipo de deportes acuáticos, y un par de yates para excursiones. Es posible que quiera expandir su negocio.
-¿Es posible? ¿Como Bob Small?
-No, no como Bob. No le gustan mucho los cambios y es muy tacaño, pero es posible que lo convenzas de algo que yo sé que quiere.
-¿Tú crees?
-Siempre y cuando te lo tomes con calma...
-Cuéntame cosas de su negocio -le pidió ella-. Cuéntamelo todo.
Rosé le explicó lo principal y ella lo escuchó con mucha atención, tirándole el palo distraídamente a Lucky cuando el perro se lo pedía. Cuando Rosé terminó, ella quería darle las gracias. Tenía el corazón tan alegre que le costaba expresarlo con palabras.
-Gracias, Rosé. Esto significa más de lo que puedo explicarte.
-Es lo menos que puedo hacer después del fiasco de las fundas para asientos de coches -el sol del atardecer había convertido a Rosé en una diosa con el pelo del color del fuego y la piel brillante.
Ella quiso demostrarle cómo se sentía. No le parecía bien abrazarla, pero se adelantó con los brazos ligeramente estirados...
Y Rosé tomó la decisión por ella. La abrazó. Aquello estaba bien, ¿pero era sólo un abrazo de amigas?
No exactamente. No fue un abrazo suelto. Sus pechos se apretaron y ella notó que Rosé estaba muy excitada. Fue un abrazo cuerpo a cuerpo. Y Jennie sólo quería fundirse en ella, respirar su olor a coco, que la besara, que ocurriera algo, dejarse llevar... le hundió los dedos en la espalda.
-Funcionará -dijo Rosé contra su pelo. Le estaba leyendo el pensamiento.
Ella asintió en su cuello. Si aquel abrazo hacía que se sintiera tan bien, quizá fuera lo correcto...
-Iremos a bucear en su barco la semana que viene -le dijo Rosé-, así que empezaremos con las lecciones mañana mismo.
-¿Lecciones de buceo? -Jennie abrió los ojos y se salió del abrazo de Rosé.
-Brice se animará si ve que estás interesada en bucear.
-¿Esperas que yo aprenda a bucear? De ninguna manera voy a meterme debajo del agua y respirar con una botella. Ya es lo suficientemente malo pensar en todas esas criaturas cuando estás en tierra firme, así que verlas cara a cara...
-Te encantará, Jennie. No es tan aterrador como parece. Y yo estaré contigo todo el tiempo.
-No puedo -ella cruzó los brazos y se echó hacia atrás, tropezándose con Lucky, que venía a llevarle el palo.
-Si quieres que Brice sea tu cliente, ese es el mejor modo. Empezaremos despacio. Te enseñaré paso a paso.
Jennie necesitaba un cliente. Y aquella era la única perspectiva a la vista. Se mordió el labio.
-Lo pensaré.
Aquella noche, Rosé no podía dormir. Había salido a dar una vuelta, había estado en su bar favorito tomando una cerveza, pero no podía dejar de pensar en el abrazo que se habían dado Jennie y ella aquella tarde. Incluso había pensado en llevarse a alguna mujer a casa para distraerse, pero sólo podía pensar en Jennie.
Era tan deseable... Había sentido su carne firme y sus curvas fundiéndose con su propio cuerpo como si estuviera hecha para estar en sus brazos. Y cuando ella se había apartado, ella había sentido que había ganado algo: su confianza, su deseo, no le importaba cuál de las dos cosas. Era como llegar el primero en una competición imposible de ganar.
Aquella noche no podía conciliar el sueño. Se quedó escuchando el ruido del mar, y después a Jennie. ¿Era que su respiración sonaba irregular, o era que se lo estaba imaginando? Oyó un gemido en sueños. Después otro. Ella estaba teniendo un sueño sexual.
Se excitó.
Jennie murmuró una palabra. Juraría que había sido su nombre, pronunciado en un tono que significaba «ayúdame, acaríciame, quiero que lo hagas».
No había problema. Se levantó de la cama en un segundo. Se acercó a la tela que separaba las dos habitaciones y se quedó allí escuchando, conteniendo la respiración. Oyó un ruido de sábanas, y después nada más. O Jennie se había dormido, o estaba esperándola, deseando que traspasara la barrera y la acariciara. Rosé también ansiaba aquello, quería besarla y acariciarla hasta que gimiera de placer, aguantando su propio orgasmo para disfrutar más de su cuerpo y sus pechos firmes, de su piel sedosa. Rozó la tela con la mano. ¿Debería traspasar la cortina?
Jennie se despertó muy excitada. Había tenido otro sueño sexual. Siempre se acercaba al clímax, y entonces se despertaba frustrada y dolorida.
Dejó escapar un suspiro. Aquel abrazo en la playa había sido estupendo, y ella continuaba reviviéndolo, deseando más. Había estado más sola de lo que pensaba. Ojalá pudiera dedicar algo de tiempo a explorar las manos de Rosé, sus brazos y su boca.
Se levantó, fue hasta la cortina y se detuvo. Todo lo que tenía que hacer era apartarla, quitarse el camisón y meterse entre las sábanas de su cama. Ni siquiera tendrían que hablar. Sería como un sueño.
Entonces oyó una respiración a unos centímetros de la cortina. Rosé estaba de pie al otro lado, deseando lo mismo que ella. Oh no. Se echó hacia atrás, electrificada por el peligro. No estaba preparada. O quizá estuviera demasiado preparada.
Aquello era una mala idea. Tenía que concentrarse en un objetivo, su trabajo.
Volvió a la cama y se quedó mirando la cortina, rogando que Rosé la apartara, la tirara, la quemara, algo.
Nada.
Jennie se dio la vuelta para no ver más la tela. La primera cosa que haría al día siguiente sería pedirle a Rosé que tapara aquel agujero entre los dos con un muro sólido.
A los pocos días, Jennie iba sentada al lado de Rosé en su Escarabajo mientras se dirigían al puerto deportivo para la excursión de buceo. Tenía un nudo en el estómago y la respiración entrecortada. Todo había ido muy bien en las lecciones que Rosé le había dado en la piscina. Le había enseñado a usar el tubo para respirar, las aletas y todo el equipo. Pero ya no estaría en una piscina; iba a sumergirse en océano, profundo y sin remordimientos.
Miró a Rosé cuando paró el coche en el aparcamiento del puerto. Estaba silbando, completamente calmado. Todo aquello era culpa suya. Suya y de sus ojos, su sonrisa contagiosa y su confianza despreocupada.
Ella la miró también.
-Lo vas a hacer muy bien. Sólo tienes que dejar que Brice se explaye charlando. Así te enterarás de todo lo que necesitas saber. A ese hombre le encanta tener audiencia.
-No es eso lo que me preocupa --dijo ella.
-¿Qué? ¿Estás asustada porque vamos a bucear? Esa es la parte fácil -dijo Rosé, sonriente. Ella tenía la sospecha de que había insistido en hacer algo que pusiera en peligro sus vidas para distraerla de la obsesión de conseguir al cliente.
Rosé tenía razón en parte, por supuesto. Jennie se había cambiado de ropa tres veces y había ensayado incansablemente unas primeras recomendaciones para Brice. Rosé la había convencido de que debía dejarlo para después de la primera reunión. Además, no le había permitido llevar el portátil.
-Empezarías a teclear y Brice pensaría que estás demasiado centrada en su negocio.
Así que, allí estaba, con una bolsa de playa y un cuaderno, con el pulso acelerado, mirando a Rosé que la guiaba tomándola del codo. Ella sentía la calidez reconfortante de su mano.
Se sentía segura con ella. Cosa extraña, porque era la última persona con la que hubiera pensado que podía contar. Nunca había pintado las paredes durante más de una hora seguida y sin embargo, había sido un profesor paciente, concentrado en ella, enseñándole cada técnica con cuidado, ayudándola a probar una y otra vez hasta que había aprendido a usar las gafas, el tubo y las aletas como si fueran parte de su cuerpo.
Le había enseñado las normas de seguridad, y cómo respirar con el compañero. A Jennie le gustaba aquella parte del submarinismo. Había que prestar atención a la mirada y a las señas del compañero para comunicarse, y si el propio aparato de respiración tenía algún problema, el compañero compartiría su boquilla y se respiraría por turnos. Bajo el agua, la vida de uno estaba en manos del compañero. Y con Rosé, ella se sentía segura.
Mientras bajaban por el muelle, Ariel vio el letrero gastado de la tienda, Water Gear. Allí los esperaba Brice, un hombre de unos cincuenta años, con el pelo quemado del sol, que llevaba una camisa vaquera y un sombrero.
-Brice Logan, te presento a Jennie Kim - dijo Rosé.
-Encantada de conocerte, Brice -dijo Rosé- Estoy encantada de tener esta oportunidad de... - entonces vio la mirada de Rosé: Tómatelo con calma, no presiones- conocerte - terminó-. Rosé me ha contado algunas cosas sobre tu negocio.
-No le hagas caso a esta soñadora -dijo Brice-. Cuando le oyes hablar, parece que voy a terminar teniendo un gran imperio de tiendas de submarinismo.
-Todo lo que me ha contado es que te encanta lo que haces --dijo ella. Rosé sonrió y asintió suavemente.
-Esta es la tienda -dijo Brice, y le dio un golpecito amoroso al mostrador-. Alquilamos el mejor equipo, no trastos viejos -le explicó. Después le enseñó las diferentes marcas con las que trabajaba, y se quejó del inventario y de los empleados a media jornada que trabajaban para él. Ella le hizo preguntas manteniendo la conversación en un tono ligero, pero tomando nota mental de todos los detalles.
Sintió un entusiasmo familiar, la alegría de empezar a absorber el mundo de un cliente, de ayudarle a transformar su negocio en lo que él realmente quería. Había estado tan preocupada por conseguir clientes, que se había olvidado por completo de lo que le gustaba su trabajo.
-Siento muchísimo cortar la charla -dijo Rosé-, pero tenemos que buscar un buen lugar para bucear antes de que el agua se enturbie.
-Me parece que he hablado demasiado -le dijo Brice a Jennie mientras salían hacia el barco.
-Y yo he disfrutado cada segundo -respondió ella.
Brice se la quedó mirando fijamente, y ella sintió su respeto y su interés.
Después, el motor del barco arrancó y salieron mar adentro. A Jennie se le aceleró el corazón. Para distraerse de lo que la esperaba, le hizo más preguntas a Brice sobre sus intereses y sus objetivos. Era un hombre al que le costaba delegar, así que le sugeriría una expansión lenta y sólo con una plantilla de plena confianza. Estaba deseando hacer un estudio de mercado y analizar los posibles riesgos.
Miró a Rosé, ella era quien llevaba el timón, pero al mismo tiempo la observaba. Tenía aspecto de sentirse muy satisfecha de sí misma por haber concertado aquella reunión.
Cuando llegaron a lugar en el que iban a bucear, a Jennie se le hizo un nudo en, el estómago, y Brice se fijó en la expresión de su cara.
-Rosé es la mejor -le dijo, dándole una palmadita en la rodilla-. Lo vas a hacer muy bien- Se pusieron los trajes y las botellas de oxígeno, y Rosé le dijo al oído:
-Es igual que en la piscina, pero mágico. Sólo tienes que quedarte a mi lado y respirar.
-No estoy muy segura de sí podré hacerlo - dijo ella, intentando sonreír. Rosé le apretó el hombro.
-Lo vas a hacer y, además, muy bien.
Rosé se tiró primero, y después Jennie, tal y como le había enseñado. Al notar el agua fría y encontrarse a varios metros bajo la superficie, empezó a respirar aceleradamente, y se obligó a sí misma a relajarse. Miró a Rosé y ella le hizo una seña con el pulgar hacia arriba para preguntarle si estaba bien. Ella le hizo la misma seña y Rosé asintió y le señaló hacia delante. Ella miró, y vio un mundo nuevo e increíble, un bosque de algas y anémonas que se balanceaban suavemente en el agua, y de rocas cubiertas de coral rojo. Asombroso.
Así que por eso la gente se arriesgaba a ahogarse y a ser atacada por un tiburón. Había peces dorados que brillaban contra el azul del agua, y un poco más debajo de ella vio una langosta enorme y una estrella de mar azul.
Jennie miró a Rosé, atónita. Ella la estaba observando, absorbiendo su alegría. Le tomó la mano y se la apretó a través del guante. «Lo sé, es mágico». Se miraron. Estaban en un universo diferente, profundo, maravilloso.
Ella miró a Brice, que estaba nadando cerca de ellos, y él le señaló un enorme coral. Jennie volvió la cabeza y vio una anguila larguísima, dorada y brillante.
Rosé sacó algo del bolsillo y lo esparció. De repente, docenas de peces de todos los tipos los rodearon, verdes, grises, plateados, con lunares y con rayas, comiendo lo que Rosé había dejado en el agua. Guisantes. Jennie lo vio en aquel momento, y dio un respingo tremendo cuando un pez gris más grande que su cabeza se acercó a la velocidad de un rayo para comerse un guisante que había a unos centímetros de sus gafas.
Miró a Rosé y se dio cuenta de que se estaba riendo de ella. Ella sacudió la cabeza con energía para demostrarle que no tenía miedo y que estaba entusiasmada, pero ella ya lo sabía. Giró sobre sí misma, maravillada, observando todas las criaturas que nadaban a su alrededor, casi sin poder parpadear.
Al cabo de un rato, cuando los guisantes se terminaron, Rosé le dio unos golpecitos a su reloj para indicarle a Jennie que ya tenían que salir. Se les estaba acabando el oxígeno.
Ella asintió y le apretó la mano, reconociendo su disgusto por tener que marcharse. Mientras ascendía suavemente junto a Rosé iba intentando memorizar todo lo que había visto. Tal vez pudiera luego identificarlos en las láminas que había visto en la tienda de Brice.
Contó mentalmente, sabiendo que debían tardar un minuto por cada tres metros de profundidad que hubieran descendido, para que el- oxígeno saliera de la corriente sanguínea, pero sabía que Rosé nunca dejaría que le ocurriera nada malo. Era su compañera de descenso. Y su amiga. Un hecho mucho más maravilloso de lo que debería ser.
Rosé observó cómo Jennie salía a la superficie. Se quitó la boquilla y las gafas y se volvió loca describiendo todo lo que había visto. Tuvo que reprimirse para no abrazarla, besarla y reírse de ella. Brice nunca dejaría de recordárselo si lo hiciera, así que se conformó con algunos comentarios agradables:
"Sí, yo también lo he visto... sí, más lejos... sí, increíble..."
Subieron al barco y se quitaron los trajes y el equipo, y mientras, Jennie seguía hablando.
-No puedo creerme que todo esto existiera... Es como otro universo... Bosques y montañas y plantas, y animales...
Brice se encendió un puro y la observó, asintiendo y sonriendo. A Brice le encantaba su negocio. Y a Rosé también. Había visto a gente entusiasmada otras veces, pero ver cómo Jennie había sucumbido al mar fue algo especial. Había algo en ella que le llegaba hondo. Supuso que era la energía que desprendía, que hacía que se sintiera alerta. Hacía que pensara, que se replanteara cosas que siempre había dado por sentadas. La luz de su rostro en aquel momento era pura alegría.
Mientras Jennie le pedía a Brice que le mostrara en una lámina que había en el barco las especies que habían visto, Rosé bajó a hacer una ensalada para los tres.
Ellos dos bajaron al poco rato por el cuaderno de Jennie y Rosé oyó que Brice le estaba haciendo preguntas sobre el potencial de expansión de Water Gear. Aquel descenso había relajado a Jennie y estaba muy relajada. Rosé sonrió. Había presentado a dos amigos y los dos se beneficiarían. No estaba mal para un día de trabajo. Y además había ido a bucear.
Cuando los interrumpió e hizo que levantaran la cabeza de una calculadora, para que se sentaran a la mesa, Brice le hizo a Rosé un gesto de aprobación.
-Me muero de hambre -dijo Rosé, observando el plato de ensalada-. El agua salada y el terror deben de intensificar el apetito -dijo, y tomó un buen bocado-. Mmm, esto está delicioso, Rosé -y la miró a los ojos, la primera mirada durante un buen rato. Ella se dio cuenta de que lo había echado de menos.
-Me alegro de que te guste.
-Rosé es un buen tripulante -dijo Brice-.
Es capitán, es maestra de submarinismo y hace una comida estupenda.
-¿Qué estás intentando, Brice? -bromeó Rosé- No voy a dar lecciones gratis. Y necesito que me avises con antelación si es un grupo grande.
-No es nada de eso -dijo Brice-. Sólo quiero que Jennie sepa con quién está tratando.
-Creo que ya estoy empezando a darme cuenta -dijo ella suavemente.
Los dos se miraron y Jennie dejó de masticar. Sintió una punzada de tensión. Deseaba a aquella mujer. Ella tenía el pelo echado hacia atrás, y la piel ligeramente enrojecida por el sol. De hecho, se había quemado un poco. Tendría que ponerle crema protectora. Parecía hecha para estar sobre un barco. Dios, la deseaba.
-He dicho que si me pasas la ensalada -la voz de Brice le llegó débilmente y se dio cuenta de que no era la primera vez que se la pedía. Rosé no recordaba cuándo había sido la última vez que había deseado tanto a una mujer como para no escuchar su propio nombre.
Estaba ocurriendo algo. Se recordó a sí misma que Jennie no era del tipo de mujer que se dedicara al sexo superficial. Para ella, las cosas tenían más significado. ¿Y por qué no le asustaba aquello?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro