Capítulo 5
Jennie se despertó a la mañana siguiente al oír el despertador, y también al olor de algo que le hacía la boca agua. Había conseguido dormir, a pesar del ruido que había hecho Rosé, gracias a la almohada. Se incorporó, haciendo un esfuerzo.
Tenía que hacer unas cuantas llamadas antes de ir por los muebles. Y tenía, que asegurarse de que Rosé supiera que el beso había sido un error. Se puso la bata y fue hacia el baño, pero se encontró con Rosé en el camino. Ella le acercó un plato lleno de fruta fresca y de magdalenas humeantes, que olían deliciosamente.
-El desayuno está servido -dijo con una ligera reverencia.
-No deberías haberte molestado. De verdad.
-Necesitas reponer fuerzas.
Había dormido menos que ella, incluso, pero estaba allí, con el pecho semidesnudo, y con un aspecto descansado y saludable.
-Ahora voy a la cocina -dijo Jennie, cerrándose la bata.
-Bonito camisón -dijo con los ojos brillantes. Ella se miró los volantes de poliéster.
-¿Simple e inocente? -le devolvió la broma.
-Para una abuela, quizá -dijo y le pasó un dedo por el volante del cuello alto-. A ti te veo envuelta en seda blanca.
A ella le ardieron las mejillas e hizo ademán de cerrar la puerta.
-De acuerdo, pero no te entretengas. Estas están mejor calentitas -y le pasó una magdalena por la nariz. Después salió hacia el pasillo, como si quisiera atraerla con la comida.
Por supuesto, funcionó. Ella fue al baño rápidamente; después se puso unos vaqueros y una camiseta y fue hacia la cocina. Esperaba que su metabolismo fuera capaz de asimilar un día o dos la comida de Rosé.
Había dispuesto un plato con piña, frambuesas, papaya y mango, además de las magdalenas, y la estaba esperando sentado a la mesa.
-Rosé, de verdad, esto no era necesario...
-Come -dijo, y le acercó una magdalena a la boca. Ella tomó un bocado y no pudo evitar gemir, avergonzada de que el sonido fuera tan sensual.
-Mmm, es delicioso.
-El secreto está en la leche, tiene que ser muy cremosa -dijo, mientras la observaba cariñosamente, con la barbilla apoyada en una mano.
-De verdad, no tienes porqué molestarte tanto -dijo ella. Siempre y cuando tuviera hambre, Rosé podría salirse con la suya si cocinaba.
-No es más de lo que haría por Lucky.
-Bueno -¿cuándo había besado a un perro por última vez? Luchando contra el impulso de engullir más magdalenas, decidió que tenía que aclarar ciertas cosas-. Rosé, acerca de lo que ocurrió ayer...
-No pasa nada. Lo entiendo. Mira lo que he hecho -se puso de pie y abrió la puerta de la cocina-. ¡Tachan! Tu nueva oficina.
Ella vio las pantallas viejas de la galería apiladas sobre el suelo lleno de arena.
-¿Mi oficina?
-Sí. Empecé anoche.
-Pero ahora no hay nada para impedir que entre la arena.
-Pondré el Plexiglás, sin problemas, y tendrás una oficina con una vista de un millón de dólares.
-Ya te dije que no podría permitirme ningún gasto extra -se sintió molesta. Pero aquello no le impidió tomar otra magdalena y devorar la mitad.
-Mis amigos me harán un descuento. Y respecto a mi trabajo... tú y yo podríamos hacer un intercambio -dijo, y volvió a sentarse a la mesa.
-¿Qué significa eso? ¿Qué tipo de intercambio?
-Es difícil de explicar. Prueba las frambuesas -pinchó unas cuantas con el tenedor y se las acercó a la boca-. Quizá necesite algunos consejos con respecto a mis negocios -ojalá sus ojos no fueran tan sinceros, tan abiertos, no estuvieran tan llenos de diversión.
-Ni siquiera tienes un negocio.
-Buena observación. Pero quizá algún día me entren ganas de conseguir un trabajo -dijo, y fingió que se estremecía de miedo.
-¿Qué hay de malo en tener un trabajo?
-Me quita mucho tiempo.
-Ah, claro. ¿Tú no vas a desayunar?
-Ya he desayunado. Termina de una vez, para que podamos ir a nadar.
-No, gracias -no iba a volver al mar con ella de nuevo. Nadar y besar estaban empezando a mezclarse en su mente-. Además, se supone que uno no puede bañarse hasta tres cuartos de hora después de haber comido.
-Eso es una exageración. Además, estás tomando un desayuno ligero.
-Necesito empezar a trabajar. Y, hablando de todo un poco, ¿nos va a prestar tu amigo la furgoneta hoy por la mañana?
-Lo llamaré. Ven a nadar. Es tu primer día. El trabajo todavía estará ahí cuando hayas acabado el baño.
-Y el baño estará ahí cuando haya acabado de trabajar -las frambuesas eran tan dulces... Después tomó un poco de papaya y pensó que era lo mejor. Salvo por la magdalena.
-Vamos, Jennie. Vives en la playa. No es una casualidad que los filósofos se sirvan del mar para construir metáforas y enfrentarse a los problemas de la vida. El agua se llevará las dificultades, las olas te harán flotar, te transmitirán el ritmo diario de la marea.
-El mejor modo de enfrentarse a los problemas de la vida es hacerles frente enseguida, no esperar a que las olas se los lleven.
Rosé se rió y sacudió la cabeza como si ella estuviera fuera de sus cabales.
-Además, yo no elegí vivir en la playa. Ha sido por obligación. Quizá la playa te eligiera a ti. Quizá por eso estés aquí.
Oh, Dios. El maestro zen de la playa. Aunque algo le decía a Jennie que aquella actitud tan relajada y despreocupada ante la vida no era tan inherente a Rosé como quería demostrar. Había un agudo intelecto detrás de aquellos ojos. Estaba rindiendo por debajo de su capacidad deliberadamente. Jennie sintió una punzada de curiosidad acerca de la Rosé que había tras la máscara de la tipa afable. Sin embargo, la verdad era que cuanto menos pensara en aquella mujer, mejor.
-Trudy eligió la playa, no yo -dijo ella-. Y estoy aquí porque ella se sintió culpable.
-¿Culpable?
-Sí. Teníamos un plan perfecto para trabajar juntas durante dos años, hasta que yo estuviera preparada para establecerme por mi cuenta.
-¿Qué ocurrió?
-Se enamoró.
-¿Y eso es algo malo?
-En este caso, lo peor. Se quedó en Londres con el hombre del que se había enamorado, y me traspasó lo que quedaba de su negocio. También me vendió esta casa por muy poco. Todo eso significa que yo tengo que establecerme por mí misma ahora, y todavía no estoy preparada. Y con respecto al amor, creo que siempre es malo cuando llega en un momento poco apropiado.
-No se puede elegir el momento en el que llega el amor, Jennie.
«Oh, sí se puede», pensó ella, y lo miró.
-Tú también eres un filósofa. ¿Has estado alguna vez enamorada?
-Unas cuantas veces.
-¿Nunca llegaste a nada serio?
-No.
-Pero crees que al final ocurrirá, ¿verdad?- Ella se encogió de hombros.
-Estás esperando el momento apropiado, tal y como yo decía.
-No pienso mucho en ello. Si todavía no me ha sucedido, qué le vamos a hacer...
-Negarse a hacer planes también es planear.
-Ahora la que está filosofando eres tú. ¿Y qué pasa contigo? ¿Has estado alguna vez enamorada?
-Una vez -respondió ella, aunque probablemente era un error confesárselo a Rosé-. En la facultad. Pero éramos demasiado jóvenes... -ella había perdido la cabeza por Grayson, un periodista ambicioso y ansioso de aventuras. Se había obsesionado por él y había pensado en posponer su carrera y la licenciatura para viajar por el mundo, acompañándolo mientras él trabajaba. Entonces, Grayson había recuperado el sentido común y se había dado cuenta de que estaban apresurando las cosas, atándose el uno al otro, bla, bla, bla. A ella le había dolido inmensamente, pero había sido como echarle un cubo de agua fría a una persona histérica para que volviera a la realidad.
-¿Y no quieres volver a sufrir lo mismo? -le preguntó Rosé, sacándola de sus recuerdos.
-¿Quién te ha dicho que yo sufrí?
-Tus ojos, supongo. Un rastro de tristeza en tu mirada.
Aquella mujer era realmente perceptiva, o ella era demasiado transparente.
-Simplemente, recuperé el sentido común, Aquello era algo anómalo.
-¿Algo anómalo? ¿Así que el amor es como la estadística? Te enamoraste de un tipo. ¿Qué hay de malo en eso?
-Para mí, en aquel momento, todo -había sido una lección sobre cómo vigilar su corazón, protegerlo contra la otra parte de ella, la que quería correr, vivir el momento, regirse por los impulsos. La parte que venía de su espontáneo padre, y no de su madre razonable y sensata.
-¿Y a ti? ¿Te han hecho daño alguna vez?
-Los sentimientos cambian. Las cosas siguen su curso -dijo, pero tenía una expresión de culpabilidad tremenda.
-En otras palabras, nunca te han dejado -no era ninguna sorpresa. Había visto la barrera entre la pobre Suzy y ella.
-Supongo que no.
-Así que siempre tienes aventuras ligeras, ¿no? Nada exclusivo ni historias largas, para que las personas no se hagan una idea equivocada.
-Me has pillado -dijo ella, avergonzada.
Por alguna razón, Jennie no pudo evitar un golpe. Quizá Grayson le había hecho más daño del que ella quería admitir.
-Sexo estupendo, disfruta el momento, sólo existe el presente...
-Eres adivina -dijo Rosé, pero su sonrisa tranquila se había hecho ligeramente tensa.
-No, es que tú eres demasiado evidente.
El dolor le cruzó el rostro. Jennie había ido demasiado lejos.
-Eso ha sido una estupidez, perdóname. Todavía estoy molesta por lo que ha pasado con Trudy y su aventura amorosa.
-No te preocupes -dijo, encogiéndose de hombros. Durante un instante, ella envidió su capacidad de liberar sus sentimientos con tanta facilidad—. Y yo siento que perdieras a tu socia. Eso puede desconcertar a cualquiera.
-Sí. Gracias.
-Estás haciéndolo de nuevo.
-¿Qué?
-Mordiéndote el labio por dentro -dijo Rosé, observándola desde muy cerca. Aquello le recordó a Jennie la actividad alternativa que ella había propuesto en el mar. Le ardió la cara.
-Te irá bien sin socia. Tienes el brillo de la decisión en la mirada- Ella arqueó una ceja.
-¿Me brillan los ojos? ¿Tú confiarías en una consultora a la que le brillan los ojos? -estaba intentando hacer una broma, pero no consiguió que sonara divertido.
-Yo confiaría en ti -respondió Rosé simplemente.
Ella sonrió, agradecida, aunque Rosé no dijera más que bobadas. Entre ellas había surgido una intimidad extraña. Habían tenido una conversación sobre el amor y el sufrimiento y ella estaba perpleja por la forma en que había sucedido. Había tenido algo que ver con una magdalena recién hecha. Y con Rosé.
-No te quedes sin tu baño por mi culpa -le dilo-. Yo tengo que ponerme a trabajar.- Ella la miró a la cara.
-Las cosas se arreglarán, Jennie.
-Haces que suene muy fácil.
-Yo no he dicho que vaya a ser fácil. Solo he dicho que saldrás adelante. ¿Estás segura de que no quieres venir a bañarte?
-Esta mañana no -ni nunca.
-Entonces correré un poco, supongo- dijo, y antes de que ella pudiera darse cuenta, había salido como un rayo. Ella se puso de pie casi sin darse cuenta, y se encontró observándolo por los marcos de las ventanas de la galería mientras se alejaba.
-¿Y qué pasa con la furgoneta?- Rosé se volvió mientras corría.
-¡Cuando vuelva! -dijo, y continuó su carrera. Estaba estupenda corriendo. El pelo rubio le brillaba al sol como la plata. A Jennie le dio un vuelco el corazón, y tuvo ganas de salir corriendo con ella a sentir la brisa en la cara y los músculos moviéndose. Ya tendría tiempo de correr cuando su empresa estuviera bajo control.
En aquel momento, tenía que encender el ordenador y empezar a hacer llamadas hasta que Rosé volviera. Aunque no tenía un minuto que perder, siguió mirándola hasta que su figura se empequeñeció en la distancia.
"Ponte a trabajar", se dijo severamente.
Entró de nuevo en la cocina. Estaba hecha un desastre. ¿Acaso Rosé tenía que salpicar mantequilla y harina por todas partes? Apretó los clientes y pensó que lo limpiaría cuando hiciera un descanso. Mientras escuchaba como el ordenador despertaba a la vida, sintió la tensión en el estómago había muchas cosas que dependían de como saliera aquello. Conseguir clientes no era su área, sino la de Trudy. Una vez que ya los tenían, ella era muy buena en su trabajo, pero aquella parte, la de convencer, la intimidaba «Aunque sientas el miedo, sigue adelante, se animó.
Abrió un documento en el que Trudy había hecho la lista de todos los posibles clientes, con anotaciones sobre cada uno de ellos.
"Armbruster Restaurant Management". Propietario: Neil Armbruster. Quiere fomentar la coordinación y la cooperación entre sus empleados. Considerar una oferta de cursillos y elaborar un informe preliminar del proyecto.
Jennie podría hacerlo. Fácil. Recordó el proyecto de Wendy's Cookies, la pequeña tienda a la venta al por menor que ella había ayudado a transformar en una empresa que cubría todos los ámbitos de la producción había ayudado a Wendy a crear una plantilla de personal con un objetivo común.
Sonrió, recordando la pequeña fiesta que habían celebrado en la recién estrenada oficina de la empresa. Wendy le había dicho que había hecho por ellos exactamente lo que necesitaban. Aquel era el punto fuerte de Jennie: su capacidad de ver a cada cliente de una forma individual de prestar un servicio personalizado. Por aquella razón, en concreto, era por la que Trudy había querido que fuera su socia.
Haría aquello para Neil Armbruster. Tomó el teléfono y marcó los números con decisión. Sin embargo, al llegar al último vaciló.
Colgó.
"Cálmate. Piensa algo positivo". Se concentró en su objetivo, una oficina en Thousand Oaks, cerca de donde viviría finalmente. Algo sencillo, no demasiado caro, con una sala de recepción y una pequeña cocina. Un despacho para ella y otro para su socio, y una sala de reuniones. Lo conseguiría. Era sólo una cuestión de tiempo y de trabajo duro.
Volvió a marcar el teléfono, y una eficiente telefonista le pasó a Neil Armbruster.
-Soy Jennie Kim, de Business Advantage. ¿Es buen momento para que hablemos?
-Tengo un minuto -dijo él, pero había alguien más hablando con él.
-Creo que conoció a mi socia anterior en una conferencia, hace unos meses. ¿Recuerda a Trudy Walters?
-¿Walters? Sí, claro, la recuerdo. Planificación estratégica, o algo así.
-Exactamente. Nosotras... quiero decir, yo, estoy especializada en proyectos a medida del cliente. Creo que Trudy estuvo hablando con usted acerca de prácticas y cursillos orientados a mejorar la coordinación entre su personal. Sé que ella no tuvo oportunidad de llamarlo de nuevo, así que lo estoy haciendo yo. Espero que podamos reunirnos para hablar sobre cómo podría asesorarle.
-No sé, Jessie. Ahora tenemos mucho trabajo -murmuró algo a la persona que estaba con él.
-Lo cual hace que sea mucho más importante la unidad y la coordinación entre sus empleados. A propósito, mi nombre es Jennie. Como le iba diciendo, nuestra filosofía en Business Advantage es "ir despacio para avanzar deprisa", lo cual significa que el tiempo que se invierte en planificar las cosas hace que la toma de decisiones y su ejecución sean mucho más efectivas, sin complicaciones. Si se apresura la planificación, se pierde dinero, buenos empleados y la lealtad de los clientes. Yo...
-Estoy seguro de que tiene razón, Jeidy.
-Jennie.
-Muy bien. Por el momento, nos las estamos arreglando bien. Gracias por llamar. Quizá pudiera mandarme una tarjeta para que lo tenga en cuenta...
-Si nos reuniéramos para comer, podría tomar unas cuantas notas y elaborar un proyecto sin compromiso alguno, para que usted conociera las ventajas de mi enfoque.
-Muchas gracias, pero creo que no será necesario en este momento.
-Entiendo. Le enviaré un sobre con información, y si le parece, podría volver a llamarlo en... ¿un mes? Si le parece bien.
-Como quiera -su tono de voz fue helado.
-Gracias por su tiempo, Neil. Espero que Pronto trabajemos juntos.
-Seguro, Erin -dijo Armbruster con un suspiro, y colgó antes de que ella pudiera corregirle el nombre de nuevo.
Jennie luchó contra el desánimo. ¿Debería haberse retirado a la primera? No. La clave estaba en la persistencia, le había dicho Trudy en su última charla en Londres. Una persistencia sutil.
Ella había sido sutil, ¿no? Pero lo del eslogan había sido un poco exagerado. Oh, demonios. Escribió el resultado de la llamada en el ordenador y continuó con el siguiente nombre de la lista.
Kids' World. Un negocio creciente de ropa infantil. Propietaria: Rachel Hardy. Unos cuarenta años y dos hijos. Lista para la expansión de la empresa. Sugerir reuniones con los empleados para diseñar objetivos y valores comunes.
Jennie respiró hondo, cerró los ojos, visualizó una conversación con buenos resultados y marcó. Casi no había empezado a hablar cuando Rachel Hardy la cortó para decirle que estaba a punto de vender la tienda. Muy bien, no había problema. Jennie anotó que debía llamar al nuevo propietario en un mes.
Después llamó a un bufete de abogados, a una academia de artes marciales, a una tienda de electrodomésticos, a una reprografía y a un centro de estética. Ningún resultado. Dos teléfonos desconectados.
Dos intentos más y terminaría con la lista de Trudy. A Jennie se le encogió el corazón. Lo siguiente sería llamar a sus clientes anteriores, ver si necesitaban más ayuda o si podían remitirla a otras empresas. Después, tendría que empezar a hacer llamadas en frío. Sintió una punzada de angustia y desesperanza, y se dio cuenta de que se estaba mordiendo el labio otra vez.
Se obligó a sonreír, porque la sonrisa se notaba en la voz, e hizo las dos últimas llamadas. Un «quizá» y un «fuera de la ciudad durante dos semanas». Muy bien. Era un comienzo. Colgó el teléfono y se dio cuenta de que estaba sudando de la ansiedad. Y sólo llevaba una hora llamando.
Rosé debía de estar a punto de volver, y los dos irían a sacar sus cosas del guardamuebles. Mientras, limpiaría la cocina. Encontró varios productos de limpieza bajo el fregadero.
Cuarenta y cinco minutos más tarde, cuando Rosé volvió, sudorosa y con la cara enrojecida, ella estaba encerando la mesa de madera.
-¿Qué demonios ha ocurrido? -preguntó, observando la cocina, perplejo. Ella siguió su mirada. Las superficies brillaban.
-He limpiado un poco.
-Huele a hospital.
-Es el cloro del limpiador que he puesto en la ventana -también había tenido tiempo de ordenar el contenido de los armarios y de hacerse un espacio en el salón para su oficina provisional.
-¿Un poco? Creía que esos armarios blancos antes eran azules.
-¿Podríamos ir por la furgoneta ahora?
-Por supuesto. Vamos antes de que pongas las especias por orden alfabético- Ella miró la hora.
-Me gustaría volver antes de las dos para hacer más llamadas.
-Como quieras -dijo Rosé, bastante aturdido por las mejoras.
Jennie tomó un cuaderno y un bolígrafo para poder escribir unas notas para un folleto promocional, en el cual quería incluir algunas frases de sus clientes anteriores. Cuando volvieran a casa, empezaría con aquellas llamadas. Por fin estaba siendo eficiente.
Hasta que se puso en las despreocupadas manos de Rosé. Ella fue muy cooperativa, como siempre. Fuerte como un buey, levantaba las cajas y los muebles y los metía en la furgoneta sin ningún problema, pero a un ritmo más que tranquilo.
Ella reprimió su tendencia natural a dar órdenes que ahorraban tiempo y lo intentó con sugerencias amables. Finalmente, terminaron, pero Jennie tenía los nervios a flor de piel y el labio destrozado. Entonces cometió el error de comentar que necesitaba material de oficina y Rosé insistió en llevarla a una papelería, donde ella charló con la guapa dependienta mientras Jennie compraba folios, carpetas y otras cosas.
Después, Rosé quiso parar a comer, porque ella tendría que comer en algún momento, ¿no?, en su puesto de falafel favorito, donde ayudó a un chico que quería información sobre los mejores lugares para hacer surf.
Después, hizo un largo camino a casa, para enseñarle la mejor tienda de Playa Linda, un restaurante de marisco, el videoclub más grande, un bar con buena música en directo y otro con una cerveza increíblemente barata.
Parecía que la rubia quería ayudarla a que se sintiera en casa, pero cada momento que pasaba, la tensión le atenazaba más y más el estómago. La furgoneta daba muchos botes y era difícil escribir, pero se las arregló para hacer unas cuantas anotaciones temblorosas.
Cuando, por fin, metieron la última caja en la casa, eran las cuatro y media. Tendría tiempo para hacer dos llamadas más. Fue directamente al teléfono.
-Ven conmigo a devolverle la furgoneta a Brice -le dijo Rosé-. Tiene un jardín estupendo. Podemos tomar algo con él y charlar.
-Tengo que hacer unas llamadas -respondió ella.
-Vamos. La jornada laboral ha terminado.
-Todavía no -dijo ella, sombría-. Quedan veintiséis minutos -nunca conseguiría dormir aquella noche si no lograba algo. Sin pararse a reunir coraje, llamó a Wendy's Cookies... y respondió el contestador. Wendy se había ido a pasar el día fuera. Dejó un mensaje, colgó, y al volverse vio a Jake a su lado, tendiéndole una cerveza.
-Bebe. Te quitará un poco la tensión de la voz.
-¿Tengo un tono tenso? -preguntó, oyéndolo ella misma-. Tono tenso y brillo en los ojos... No suena demasiado bien -tomó la cerveza y le dio un buen trago.
-Creo que la idea es atraer contratos, no repelerlos- Jennie reprimió el impulso de mandarle callar, y le dijo:
-¿Qué te parece si tú te dedicas a la reforma, y yo a dirigir mi empresa?
-¡Oh! -exclamó, fingiendo indignación. Después sonrió y la dejó allí con la cerveza, mientras ella observaba sus músculos contraerse y relajarse al andar. Se tomó un trago bien largo de cerveza. ¿Qué demonios le pasaba?
Cuando Rosé volvió con una de sus tablas de surf, Jennie todavía seguía en la misma posición. - Hay unas olas estupendas. ¿Te gustaría venir? Podría enseñarte.
-No, gracias -dijo ella-. Tengo que organizar la oficina.
-Lecciones gratis para una compañera de piso especial...
-Gracias, pero no -el día que ella aprendiera surf con Rosé, los burros volarían.
-Bueno, otra vez será -dijo y se bajó a la playa, con la tabla bajo el brazo, como si fuera un anuncio publicitario del sol y la diversión en California.
Jennie tomó otro trago y se volvió hacia el teléfono, pero eran las cinco y cinco. Aquel día no haría más llamadas. Quería echarle la culpa a Rosé, pero simplemente estaba siendo Rosé. Ella se había puesto voluntariamente en sus manos, en las cuales el tiempo transcurría de otro modo. Se dio cuenta de que además de que ella no hubiera adelantado demasiado, Rosé no había hecho absolutamente nada en la casa, ni había llamado a ningún sitio para mudarse.
Intentó pensar en cosas relajantes, en el océano, en que el tiempo no importaba, y en que las cosas saldrían bien. Pero ella no era Rosé, y para ella nada funcionaba de aquella manera.
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