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Capítulo 4.

Mientras Jennie doblaba y guardaba cuidadosamente las prendas inmencionables que Rosé había mencionado tantas veces, la oía haciendo cosas en su habitación. «El blanco es muy provocativo», había dicho ella. «Sencillo e inocente». Le ardían las mejillas. Aquella chica no tenía pelos en la lengua.

Cuando terminó de colocar sus cosas, miró la habitación. Necesitaba poner sus fotografías en la pared, y quería la mecedora y las sábanas que tenía en el guardamuebles. Con la camioneta del amigo de Rosé, podría llevarlo todo a casa de una vez.

Y en aquel momento, decidió que iba a llamar a su madre.

-Lo siento, cariño. Tenías tanta ilusión puesta en lo de Londres... -le dijo.

-Pero esto también es un desafío -dijo ella-. Montar mi propio negocio será divertido -el estómago se le encogió de la tensión.

-¿Cómo es la casa de la playa?

-Muy... de playa. Trudy la estaba arreglando. Así que yo estoy... mm... encargándome de lo que quedaba.

-Cuando te propones algo, lo consigues. Eres como yo en ese sentido.

-Espero ser como tú.

-Por supuesto que lo eres. Tu padre era muy distraído. Siempre estaba dispuesto a cambiar de objetivo. Tú tienes una buena cabeza sobre los hombros.

Aunque con Rosé en escena, Jennie no estaba segura de poder enfrentarse a las cosas con su eficiencia habitual.

-¿Qué pasa? -le preguntó su madre.

-Nada. La mujer que está haciendo la reforma también vive aquí.

-Oh. Bueno. ¿Y eso es aconsejable?

-No lo creo. Le he pedido que se buscara otro alojamiento.

-Muy lista. ¿Es habilidosa?

-A mí me parece que es demasiado relajada, pero Trudy me ha dicho que es buena.

-¿Tiene un contrato con ella?

-No lo sé. Al menos, yo no he visto ninguno -seguramente, Rosé habría hecho un barquito de papel y lo habría echado al mar.

-Pues eso es un gran error con los obreros demasiado relajados. He oído de todo en el restaurante. Dile que tenéis que firmar uno.

-Me ocuparé de que haga lo que tiene que hacer.

-No dudo que lo harás. Tú eres muy inteligente Jennie- pensó que ojalá ella tuviera tanta confianza en sí misma como la que le otorgaba su madre.

De repente, oyó un suspiro.

-¿Estás bien, mamá? Pareces agotada.

-He tenido un día largo. Voy a poner los pies en alto -dijo. Jennie oyó cómo se sentaba-. Mucho mejor.

La salud de su madre le preocupaba, y recordó lo que le había dicho Rosé. A Jennie le dolía mucho estar separada de su madre.

-¿Por qué no te vienes a la playa conmigo?

-Eso sería muy agradable, querida.

-No, quiero decir que tenemos que planearlo. Tómate un sábado libre y ven a pasar el día conmigo. El fin de semana completo, si quieres Rosé ya se habría marchado para entonces.

-Estamos bastante ocupados en el restaurante.

-A nadie le importaría que te tomaras un fin de semana libre. Quizá no... -dijo ella-. Pero, ¿qué hay de tu negocio?

-Todo el mundo necesita un descanso, ¿no? -dijo ella.

-Tengo muchas ganas de pasar el día contigo, pero ya sabes que no me gusta demasiado la playa.

-Ni a mí tampoco, pero si no queremos bañarnos, nos quedaremos en el porche mirando al mar. ¿Qué te parece eso?

-Eso suena muy bien.

-Pues vamos a fijar un día para que puedas coordinarte con todo el mundo -quedaron el sábado de tres semanas después.

-Ahora, cuéntame cosas sobre el negocio –le pidió su madre, y Jennie le explicó su plan. Empezaría con la lista de contactos de Trudy y se dirigiría a los anteriores clientes de Business Advantage, sobre todo a aquellos con los que ya había trabajado.

Mientras hablaba, la confianza, crecía, y el apoyo de su madre contribuyó también. En cuanto colgó, tuvo un momento de visualización positiva y se vio haciendo llamadas y asistiendo a reuniones con nuevos clientes. Se imaginó los detalles, el momento en que estrecharía la mano de un cliente después de firmar un contrato.

Lo conseguiría. Sólo que no en aquel momento. En aquel momento se dio cuenta de que estaba exhausta y de que tenía que dormir. Al día siguiente, se pondría a trabajar, descansada y fresca.

Tomó sus cosméticos y el camisón, un camisón rosa de cuello cerrado del que Rosé se reiría, porque indudablemente ella dormía desnuda, y se dirigió al baño.

El baño estaba masculinamente desordenado, y las cosas de su compañera de piso estaban esparcidas por todas partes. Sin embargo, encontró sitio en el armario del botiquín y colocó todos sus frascos, el cepillo de dientes y la pasta.

Después vio que la cuchilla y lociones de Rosé estaba en el lavabo. La tomó y la olió. Esencia de coco, dulce y densa. Aquella era la fuente de aquel olor tan agradable. Aspiró profundamente, sintiéndose culpable, y después aclaró la cuchilla.

Oía los sonidos que hacía Rosé levantando pesas en la otra habitación. Aquella mujer no era capaz de hacer nada sigilosamente, estaba claro.

Debería haberse mostrado más firme a la hora de decirle que tenía que mudarse. Estaba segura de que iba a estirar aquellos dos días si se lo permitía.

En realidad, la conversación sobre la ropa interior había sido divertida, tenía que admitirlo. El sentido del humor era importante en la vida. Aquello le recordó la lista de cualidades de su futura pareja que había hecho dos años antes. Hacer una lista de aquel tipo era algo extraño, pero fijar los objetivos era el secreto del éxito en la vida, tanto como en los negocios.

Recordó aquella lista mentalmente. Sería una persona responsable, ambiciosa y emocionalmente digna de confianza. Se preocuparía por los demás y sabría escuchar. Le afectaría tanto el dolor de Jennie como el suyo, y la conocería muy bien, algunas veces mejor que ella misma.

Ah, y le regalaría rosas. El romanticismo era un ingrediente muy importante del amor, aunque no el primero. Una no se podía dejar hechizar por alguien que no cumplía otros requisitos más elementales.

Y tendría sentido del humor, añadió en aquel momento. ¿Cómo era posible que hubiera olvidado aquello? Desde luego, Rosé era lo contrario a su sueño en casi todo, incluso en el color rubio del pelo. Pero tenía sentido del humor. El sentido del humor sí era importante. Los ruidos cesaron y Rosé empezó a silbar, perfectamente afinado. Esperaba que su pareja también tuviera buena voz, aunque eso sería la guinda del pastel. Lo principal era que fueran compatibles, que buscaran lo mismo en el futuro, que disfrutaran con las mismas cosas y tuvieran los mismos planes.

-Vamos, amigo -dijo Rosé suavemente. Después oyó que la puerta se abría y se cerraba. Rosé se marchaba al partido de voleibol, con Lucky y con Suzy. Se sintió extrañamente sola.

Verdaderamente, Rosé Park llenaba un espacio.

Por otra parte, si ella no estaba en casa, se sentiría más cómoda con su camisón. Se lavó los dientes, se puso la crema hidratante y se cepilló el pelo, y después volvió a la cama rápidamente, con la esperanza de quedarse profundamente dormida y perderse cualquier actividad que pudiera producirse tras el partido de voleibol al otro lado de la tela que servía de cortina.

Más tarde, Jennie se despertó de repente, y se sentó en la cama de un respingo. Miró el despertador: sólo era medianoche, lo cual significaba que había dormido tres horas. Por supuesto, eran las ocho de la mañana en Londres, lo cual explicaba, probablemente, porqué se había despertado. Decidió que se haría un té. Aquel era uno de los recuerdos que se había llevado con ella de vuelta a casa: algunas latas de un té estupendo, que tenía apiladas en la cocina.

Salió de puntillas al pasillo, intentando evitar que el suelo crujiera mucho. La puerta de la habitación de Rosé estaba cerrada, pero ella contuvo la respiración. Por experiencia, sabía que había que ser cortés con una persona dormida.

Unos minutos después, mientras aspiraba el delicioso aroma que desprendía la infusión en el caso de agua, pensó en lo mucho que echaba de menos Londres. Ni siquiera el tiempo lluvioso le había quitado un ápice de atractivo a aquella ciudad. Pero todo se había desvanecido, igual que se disolvía un Alka-Seltzer en un vaso de agua. Un día volvería a aquella ciudad, cuando el negocio estuviera en marcha, quizá con su pareja, antes de tener al primero de sus dos hijos...

Se sirvió una taza y la sostuvo entre las palmas de las manos. Después se acercó a la ventana y vio la luna llena sobre el mar. Por primera vez, se dio cuenta de lo maravilloso que era aquello. Cualquiera podría quedarse mirando el océano durante horas. El sonido de las olas era relajante, casi hipnótico. De repente, captó un movimiento en el agua. ¿Un pez enorme? No. Era una persona. Estaba nadando a la luz de la luna, dando brazadas largas y fuertes. Era una mujer. Después de un rato, se dio la vuelta y empezó a nadar de espaldas, mirando al cielo. El agua debía de estar muy fría, pensó Jennie. Y nadar en la oscuridad le daba miedo. Por otra parte, había gente que pagaba grandes cantidades de dinero por tener una casa en la playa, para poder hacer cosas como nadar por la noche.

Ella no. No lo entendía.

Bajo la luz de la luna, la nadadora parecía misteriosa, efímera, como una criatura mítica del mar, una diosa o un fantasma. Extraña.

De repente, su vista se detuvo en una mancha de moho que había en el marco de la ventana, y siguiendo hacia arriba, vio una humedad en el techo. Habría que arreglar también aquello. Respiró hondo y tomó otro trago de té, Relájate pensó. En aquel momento, incapaz de conciliar el sueño, envidiaba la capacidad de Rosé de tomarse la vida con tranquilidad.

Ya que estaba despierta, empezaría a escribir una lista de las cosas que tenía que hacer. Fue de puntillas hasta su habitación, timó un cuaderno de su bolso y volvió a la cocina. Se sentó a la mesa y empezó. Lo primero, sacar las cosas del guardamuebles. En aquello dependía de Rosé y de la furgoneta de su amigo. Intentaría meterle prisa para hacerlo lo más pronto posible. Aunque era difícil ponerse muy exigente cuando alguien te estaba haciendo un favor.

Lo siguiente sería comprar material de oficina y encargar unas tarjetas nuevas. Poca cantidad, para mantener bajos los costes. ¿Contratar una segunda línea de teléfono para el negocio? No, todavía no. Demasiado caro. Empezar a llamar a los contactos de la lista de Trudy. Aquello lo haría en cuanto llevara a casa los muebles.

De repente, sintió que la ansiedad le atenazaba el pecho. «Hay que mirar hacia delante», se dijo. Tenía ahorros suficientes para dos meses, y si no conseguía clientes rápidamente, se pondría a trabajar por cuenta ajena un tiempo. Aunque, ¿cómo iba a conseguir clientes si empezaba a trabajar para otro y sólo estaba disponible por las tardes? Los consultores a media jornada no inspiraban mucha confianza...

Se le hizo un nudo en el estómago. Parecía que aquella lista no era de gran ayuda para relajarse, así que volvió la página y empezó otra de asuntos personales. Tenía que domiciliar el pago del agua, gas, etc, en su cuenta, arreglar los papeles de propiedad de la casa, hacer un presupuesto de gastos y apresurar a Rosé para que se mudara.

Pensar en Rosé la puso aún más nerviosa. Cerró el cuaderno, se levantó de la mesa y fue hasta la ventana.

El nadador ya se había marchado. Probablemente, a dormir, como una persona normal. Jennie también debería intentar irse a dormir. Aunque primero quitaría todas las cosas de pintar del salón, donde organizaría la oficina al día siguiente.

Cuando iba a salir de la cocina, oyó un ruido en la puerta y se volvió. Por la ventana vio que había una sombra en la galería. Se le subió el corazón a la garganta y se quedó petrificada de miedo.

La puerta se abrió... Ella intentó moverse, gritar, hacer algo. Entonces vio que era Rosé, calada, mojando el suelo, con una toalla alrededor del cuello. Ella era el misterioso nadador nocturno.

-¡Me has dado un susto de muerte! -le dijo ella mientras se ponía la mano en el corazón para intentar aminorar el ritmo de los latidos.

-¿Qué haces levantada? -preguntó ella, frotándose el pelo con la toalla. La luz de la luna se reflejaba en los planos de su cara y en sus músculos al moverse.

-Supongo que es por la diferencia horaria. ¿Eras tú la que estaba nadando en el mar?

-Sí. Me sobraba energía y hay una luna estupenda -se acercó a ella. A la suave luz, parecía que no era real, que acababa de salir de un sueño-. Es algo más que la diferencia horaria - dijo, observando su cara atentamente-. Estás haciendo eso con tu labio inferior.

-¿Qué?

-Mordiéndotelo. Como en la cena. ¿Qué te pasa?

-Nada. Tengo muchas cosas en la cabeza - ella no se había dado cuenta de que se estuviera mordiendo el labio. Para ser tan despreocupada, a Rosé no se le escapaba una.

-Sé exactamente lo que necesitas. Ve a ponerte el traje de baño.

-¿El traje de baño?

-Sí, vamos a nadar un rato.

-Pero si acabas de nadar. Y está oscuro, hace frío y...

-Perfecto. Nadar por la noche es lo mejor del mundo. Es justo lo que necesitas para conciliar el sueño. Confía en mí.

-No soy muy buena nadadora -y mucho menos en el mar.

-Yo te vigilaré -Dijo ella, guiñándole un ojo-. Ve a ponerte el bañador. O, mejor pensado, ¿quién necesita bañador? -hizo ademán de quitarse el suyo.

-¡No! No. Voy a ponérmelo -dijo ella, y salió corriendo a su habitación. «Esto es una locura. Es medianoche. Puede que haya tiburones», pensó, y acto seguido: «Oh, vamos, relájate. Sé espontánea por una vez en tu vida. Quizá Rosé tenga razón y esto hará que te entre sueño». Se miró al espejo con el bañador: pálida, asustada y nerviosa. ¿Se estaría volviendo loca?

Salieron juntos a la playa. La noche de mayo era agradable, cálida, con una suave brisa. La arena le hacía cosquillas entre los dedos y se movía bajo sus pies de aquel modo tan irritante, pero se las arregló para seguir el ritmo de los largos pasos de Rosé. Enseguida llegaron a la arena húmeda. No estaba demasiado fría.

Sin embargo, el agua estaba helada. Jennie dejó escapar un gritito y después se tapó la boca con la mano.

-Grita libremente -dijo Rosé-. No vas a molestar a nadie.

Ella se dio cuenta de que tenía razón. La playa estaba vacía, al menos hasta donde su vista alcanzaba en ambos sentidos, y las luces de las casas estaban apagadas.

El agua le golpeaba suavemente los tobillos y las pantorrillas. Se abrazó a sí misma y dio unos pasos atrás.

-Está demasiado fría.

-Vamos -le dijo Rosé, tomándola de la mano. Ella sacudió la cabeza y se echó hacia atrás. -Salta, métete dentro -dijo ella, y avanzó. Se tiró y nadó un poco. Después fue hacia ella. Su sonrisa irritó a Jennie, que hizo un esfuerzo y avanzó también.

-No sé qué demonios es esto -dijo al sentir algo abombado bajo sus pies, rogándole al cielo que no la mordiera ni le cortara un pie.

-No pasa nada- dijo Rosé. Se acercó a ella a través del agua y la tomó en brazos. Ella dio un grito ahogado. Sintió su pecho húmedo y frío contra la piel-. ¿Qué estás haciendo?

Rosé la llevó más adentro.

-Bájame.

-¿Estás segura? -preguntó, y la dejó caer de repente.

Ella salió chillando, respiró profundamente y le golpeó el brazo mientras Rosé huía.

-Eres mala.

-Lo superarás. ¿No te das cuenta de lo agradable que es ahora? -dijo ella, nadando hacia ella de nuevo, con el agua al nivel de la barbilla.

-Prefiero tomarme las cosas de un modo más... suave -dijo ella, sorprendida al darse cuenta de que el agua no estaba tan fría, después de todo. Ella tenía razón, demonios.

-Me apuesto lo que quieras a que te quitas el esparadrapo de una herida poco a poco.

-En realidad, sí.

-De esa manera la agonía es más larga -Rosé se puso de espaldas-. Esto es vida, ¿no te parece?- Ella miró al horizonte. El océano estaba oscuro y parecía amenazador. Sin embargo, allí mismo, con Rosé, las olas la mecían suavemente, la reconfortaban, acercándola y luego alejándola de ella. Ella se puso también de espaldas, como Rosé, y miró al cielo fijamente, donde las estrellas brillaban sobre un manto oscuro.

-Es bonito -admitió. Se volvió y sorprendió a Rosé mirándola. Sus miradas se cruzaron y la energía se movió entre ellos como las olas en las que se estaban meciendo. Asombrada, se hundió bajo el agua.

Rosé la sacó rápidamente.

-¿Estás bien? -dijo, agarrándola por los dos brazos.

-Perfectamente -dijo ella, atrapada todavía por aquella energía.

-Parece que perteneces al mar -le dijo, suavemente.

-Lo dudo -respondió Jennie. Sin embargo, en el caso de Rosé aquello sí era cierto. Parecía una criatura marina, hechizándola, atrayéndola. El agua la acercaba cada vez más. «Ve hacia allí, es mágico, es mejor...», parecían decir las olas. Se dio cuenta de que estaba cada vez más cerca, hipnotizada por el momento, por la mirada de Rosé.

-Para ya -murmuró.

-¿De qué?

-Te estás mordiendo el labio otra vez –dijo Rosé, acercándose.

-¿Sí?

-Sí. Yo tengo una idea mucho mejor para tu boca.

-¿Qué? -susurró ella.

-Esto... -cuando juntó sus labios salados con los de Jennie, ella no se sorprendió en absoluto. El calor se extendió por su cuerpo y emitió un sonido. Rosé la atrajo suavemente hacia ella, rozándola con la lengua, esperando a que ella se abriera...

Aquello era una locura.

Jennie rompió el beso y se apartó de Rosé.

-Has dicho que nunca te acostabas con compañeras de piso -dijo ella, intentando que su voz sonara indignada.

Rosé se encogió de hombros. -Voy a mudarme, ¿no te acuerdas?

-Esto es una mala idea. Mi vida está del revés, y yo necesito toda mi concentración... -

-¿Toda tu concentración?- Ella tragó saliva.

-Estoy muy ocupada -¿demasiado ocupada para los labios de Rosé, para sus brazos, para pasar unas horas increíbles en su cama? Su lado salvaje estaba luchando por ganar como un niño que quería escapar del rincón del castigo.

-Eres tan estricta... dijo Rosé, sacudiendo la cabeza y con la risa en los ojos. Pero ella vio que aceptaba su decisión.

-Alguien tiene que serlo -dijo ella, retirándose hacia atrás para evitar tirarse a sus brazos.

-¿Te vas? Si no hemos terminado de nadar.

-Yo sí he terminado -respondió Jennie. Había terminado de nadar en aguas infestadas de lujuria-. Y necesito dormir algo.

-Podríamos hacer eso también.

-No, gracias -dijo ella mientras seguía andando hacia atrás-. El objetivo era relajarse. Y ya estoy relajada. Muy relajada -repitió, y antes de que pudiera contradecirla, se dio la vuelta para llegar a la orilla.

"¿Relajada?", se preguntó tristemente Jennie, unos cuantos minutos después, tumbada en la cama. Se había quitado la arena y la sal en la ducha y se había metido corriendo en su habitación para evitar otro encuentro con Rosé. Pero lo último que sentía era relajación. Todavía sentía sus labios, fuertes, cálidos y listos para lo que ella quisiera. Sentía un cosquilleo en la boca. Pensó en la mirada de Rosé clavada en ella, observándola con una mezcla de curiosidad y aprecio mientras las olas se movían a su alrededor, con aquella sensación mágica de que se pertenecían el uno al otro. Demonios. Se estaba volviendo igual de débil que Trudy.

Oyó que Rosé entraba en casa, y después, silencio. Se volvió hacia un lado, intentando dormirse. Finalmente, parecía que estaba a punto de caer...

Bang... troc... clink... Rosé estaba dando martillazos contra una puerta o una pared. Después pareció que arrancaba algo. ¿Qué? ¿Estaba trabajando a aquellas horas? ¿A mitad de la noche?

Podría levantarse y chillarle, pero ¿quién sabía cómo podrían acabar? En vez de hacerlo, se puso la almohada por encima de la cabeza. Al menos, estaba trabajando. Cuanto antes terminase de reformar la casa, antes se alejaría de ella.

Aquella mujer tenía algo, pensó Rosé, intentando entender porqué la había besado, cuando todo en su cabeza le decía que era una mala idea. Estaba tan bien en el agua... Parecía más suave, más femenina, menos única. Desprendía una gracia y una sensualidad que ella, seguramente, ignoraba que tenía. Aquella sensación lo había tomado por sorpresa, y la había abrazado para sentir toda la energía contra su propia piel, probarla con la lengua.

Sin embargo, sabía que no podía acostarse con ella. Jennie tenía razón con respecto a aquello. Si había alguna mujer que haría que el sexo se complicara, esa era Jennie. Quedarse en la casa de la playa iba a ahorrarle mucho dinero... y quizá le proporcionase diversión, como llevar a Jennie a nadar aquella noche. Quizá podría enseñarle a navegar o a bucear. La ayudaría. Era casi una ayuda benéfica, se dijo, con algo de cinismo.

Ya sabía que una de las formas de ablandar su corazón era a través de la comida, así que tenía la intención de cocinar platos increíbles hasta que ella quisiera que se quedara, sólo por aquella razón por el momento, transformaría la galería en una oficina. Aquello satisfaría su adicción al trabajo y haría que lo presionase menos para que dejara la habitación.

Trabajó un rato más y tomó medidas para instalar unas pantallas de Plexiglás nuevas. Eran las tres de la madrugada cuando se fue a la cama. Tendría que levantarse a una hora decente al día siguiente para prepararle un buen desayuno y convencerla de que era el mejor compañero de piso que ella pudiera desear.

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