XL. Saturno
La mirada herida de Natalia lo decía todo. No se esperaba aquello. En aquellos días, nuestra amistad sufrió una fisura de la que jamás se recuperó del todo. Desde que había sucedido lo de Tony, el ambiente en el pequeño apartamento se había tensado. Mi mejor amiga me miraba como si hubiera descubierto que todo aquel tiempo fui una espía. Ignoré su expresión confundida y preocupada, pasando junto a ella, dirigiéndome a la puerta principal. La abrí y salí del edificio, bajando las escaleras hasta llegar al estacionamiento.
¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué había traicionado a aquel chico con el que había sentido tanto? Estaba segura de que más de uno se lo preguntaba.
Culpa, cobardía y confusión. Aquellas palabras resumían bastante bien la respuesta.
Tenía miedo de que Tony descubriera que estaba en alarmante peligro gracias a mí, de que pensara que estuve con él sólo por información. ¿Qué era peor que creyera que hago lo mismo que mi madre? Usar a las personas, sobre todo de esa manera. Sumado a todo lo que había pasado con Zacarías, todo lo que me había dicho y todo lo que yo había sentido, huir pareció la única opción en aquel momento.
Aquel viernes de marzo, él me había citado en la universidad para acordar lo del trato. Aunque me había hecho dudar, pues me había tratado demasiado bien las dos veces que salimos en esa semana, mi respuesta tenía que ser no. No soportaba la idea de tener que enfrentarme a Tony para romper con él, de arriesgarme al arrepentimiento. Los nervios que sentía eran casi incontrolables. Lo último que quería era lastimar a Zacarías, hacer que sus esfuerzos no valieran la pena. Pero si aceptaba tenía más que perder.
Y me sigo culpando por parecer tan sospechosa y no haber mirado más hacia atrás en mi camino hacia el punto de reunión. No tenía ni idea de que Tony me había seguido. Estaba tan cerca de terminar con el asunto de Zacarías, aunque quizá no iba a ser lo mejor...
El recuerdo persistió tanto en mi cabeza que ya casi me lo sabía de memoria:
—Creo que la decisión ya no está en ti, hermosa.
Ahí fue cuando me di cuenta que miraba algo, a alguien detrás de mí. Esperaría que todo se me viniera encima en ese momento: al ver el rostro al borde del colapso de mi exnovio. Sólo una culpa enrevesada y extraña se quedó flotando en mi mente. Lo demás se desactivó como si le hubiera cortado el suministro de energía. Sólo logré murmurar su nombre, que no sirvió de nada.
La verdadera oleada de sentimientos vino cuando estuve recostada en mi cama, en medio de la oscuridad. En medio de aquella madrugada, mi única compañía fueron las sensaciones de culpa y arrepentimiento que me quemaban hasta el último de mis nervios. Aquella noche sólo mis sábanas presenciaron que liberé toda el agua del Támesis en lágrimas.
A partir de ahí, como un conspiracionista al que descubrieron, no me esforcé en huir más. Ahora Zacarías se había convertido en la única persona a la que todavía podía acercarme sin miradas reprobatorias. Con el paso de los días y las semanas, él pareció quitarse las máscaras también, dejando ver a alguien dispuesto a escuchar sin prejuicios, a una verdadera alma comprensiva que necesité durante toda mi vida.
Sin embargo, no podía hablar sobre eso con Natalia. Porque por mucho que dijera que no diría nada, que no me iba a juzgar, sabía que iba a hacerlo. No necesitaba más presión ni más grumos emocionales que deshacer.
Saqué mi celular en cuanto lo sentí vibrar. Natalia. Tras un segundo, rechacé la llamada y en cambio, marqué el número de mi madre. Ojalá hubiera sido para pedirle consejo.
—Habla Price, diga.— respondió fría y profesional. Era obvio que ni siquiera había visto quién llamaba.
—Soy yo, mamá. Será rápido, no te preocupes.— dije con el mismo tono.
Hubo un silencio, tras el cual escuché un brevísimo "Dime."
—Quiero que me ayudes a buscar un nuevo apartamento. Surgió un problema con el actual y necesito un cambio. Es todo.— dije, como si estuviera ordenando una pizza.
—Hecho. Mañana mismo te confirmo la dirección y el fin de semana te puedes cambiar.
—Gracias.
Y colgó.
No esperaba otra cosa.
Suspiré mirando el azul intenso del cielo, concentrándome en los ruidos lejanos del alboroto de la ciudad. Por enésima vez, deseé ser como aquellos niños que jugaban en los parques, libres, sin culpas, mentiras ni secretos pesados como el plomo.
***
Había pasado poco más de un mes desde que terminé con Tony. Un largo y rutinario mes. El apartamento nuevo era todo lo que había soñado cuando llegué al país, pero ahora parecía demasiado para mí sola. Lo único que me agradaba verdaderamente era la vista. Podía ver la enorme ciudad desde ahí, unos amaneceres y atardeceres únicos y las bonitas luces de noche.
Pensaba en ello cuando recordé que debía entregarle mi copia de llaves del apartamento de Natalia. Zacarías y yo nos dirigíamos a la cafetería, en silencio. Inmediatamente la ubiqué en la misma mesa, con los mismos de siempre. Riendo y hablando, como siempre. Antes de que me detuviera a abrir mi mochila para sacar las llaves, mis ojos se posaron en Tony, que estaba frente a Natalia. Había mirado en el momento justo para verlo reírse. Aquello me hizo sentir bien. Al menos estaba feliz en ese instante. Saqué las llaves, me dirigí a Natalia y se las entregué, destruyendo el ambiente que había en la mesa. Por supuesto, ¿qué esperaba? ¿que me hicieran una fiesta?
Regresé con Zacarías y le dije que mejor fuéramos a un lado más tranquilo, pues había mucha gente. Él respondió con un "Lo que digas, hermosa."
Zacarías me hablaba con mucho más cariño. Su tono era mucho más suave, como si realmente sintiera algo por mí. Nunca estuve lo suficientemente segura de ello. Pero no importaba, pues era lo único que tenía y lo único a lo que podía aferrarme en aquellos tiempos.
Nos sentamos en unas escaleras desoladas en los edificios de las aulas.
—Algo pasa, ¿estás...— inició él, en su clásica predicción de mi estado de ánimo. Lo interrumpí.
—Necesito contarte algo.— dije sin pensar.
—Bueno, soy todo oídos, linda.— respondió, algo sorprendido.
Mi razonamiento se vio nublado por la sensación de soledad que venía invadiéndome desde la discusión con Natalia. Desde mucho antes. Sólo deseaba alguien que me escuchara.
—Sabes, creo que tuviste razón desde el principio.— empecé. Su sorpresa aumentó. Abrió más los ojos y me miró muy intrigado. —Debí cortar con él desde que me dijiste. No porque no lo quisiera...— suspiré. Mi determinación se estaba debilitando. —Yo... puse en peligro a él y a su familia.
La intriga se cambió por una expresión que indicaba claramente que ni él había visto venir aquello. Continué, poco a poco, primero escogiendo cuidadosamente las palabras. Evitando mencionar que yo era hija de la líder criminal que Elena buscaba. Pero conforme fui expresando todo lo que sentía, mi filtro era cada vez más débil.
Le hablé de todo: desde el padre que murió antes de mi nacimiento a manos de una de sus compañeras, de la actitud de mi madre, que era más como una comandante que siquiera una amiga para mí. De mi infancia entre miradas frías, paredes vacías y silencios absolutos. De la ilusión que tenía sobre mi viaje a este continente. Incluso de mi misión que tenía que ser tan indiscutiblemente secreta.
Cuando terminé de hablar, Zacarías fijó su mirada en el infinito. Era la primera vez que hablaba con tanta soltura. Por un momento, me sentí tan ligera como si estuviera flotando. Nos mantuvimos en silencio durante largos minutos, que no se sintieron como en otras ocasiones. Era un silencio cómodo.
Una risilla salió de mis labios cuando pensé en el desastre que acababa de causar. Le acababa de revelar la doble identidad de mi madre a Zacarías, aquella que tantos años, tantas vidas, y tanta sangre había costado.
—Queen Victoria es mi madre. Ella sólo hace todo esto porque quiere evitar que la historia se repita.— dije, sin más remordimientos
Zacarías me envolvió entre sus brazos, y nos quedamos en aquella posición hasta que el silencio que nos rodeaba se hubo consumido.
Si pudiera regresar a aquel día y advertirme a mí misma sobre las consecuencias que ello tendría, quizá no lo hubiera hecho. Quizá sí. Después de todo, pensar en el pasado no es más que pensar en los quizá que se han desvanecido de la existencia.
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