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LVI. Amanecer

Abrí poco a poco los ojos, y por un segundo, no supe dónde estaba. Miré a mi alrededor borroso y a mi lado, distinguí la imponente cabellera de Wendy. Su cuerpo subía y bajaba tranquilamente, al ritmo de su respiración.

Y de repente, la paz dentro de mi mente se rompió. ¡Había dormido con Wendy! ¡Literalmente! ¿Cuándo me hubiera imaginado que esto pasaría? Me tomó unos segundos asimilar que aquello había sucedido de verdad.

Esperé alrededor de un minuto, congelado, mirando el techo, como si esperara que mágicamente Wendy se desvaneciera y todo resultara ser un bonito sueño. Luego levanté mi cabeza hacia el reloj digital que tenía mi madre en su escritorio. Tuve que ponerme mis lentes para alcanzar a ver la hora: 9:14. Los investigadores llegarían a las diez de la mañana.

Me levanté de la cama, tan lento, que si me grabaran a cámara rápida, se vería un movimiento a velocidad normal. Me puse las pantuflas y me dirigí al baño. Me lavé los dientes y me miré al espejo. Mi cabello estaba tan desordenado que parecía como si hubiera tenido un enfrentamiento a muerte con un gato. Intenté arreglarlo, pero sólo acabó con el mismo desorden de forma distinta.

Bajé hacia la cocina. Me había acostumbrado a comer poco tiempo después de despertar, por lo que ya tenía hambre. Rebusqué en las alacenas y el refrigerador algo para preparar. Todavía quedaban algunas de las pechugas que había hecho el día anterior, así que me decidí por ellas.

Me sumergí en mis pensamientos mientras sacaba todo para preparar la comida. Aún no podía creer que Wendy estuviera arriba, en la cama de mis padres, dormida, como si fuera mi esposa y viviéramos juntos. Abrí la puerta del horno para sacar un sartén, dónde mi madre los tenía guardados, pero estaba tan atiborrado de ellos, que cayeron al suelo inevitablemente, con un gran estrépito. Quise detenerlo, pero sólo conseguí que el ruidero durara más.

Pocos segundos después, oí la voz suave y somnolienta de Wendy desde arriba:

—¿Estás bien?

Miré las ollas desparramadas en el suelo. —Eh, sí, todo está bien...

Por alguna razón, al oír los pasos de Wendy bajar las escaleras, me agaché y mis manos empezaron a actuar más rápido, guardando las ollas frenéticamente. Tanto, que olvidé sacar la sartén que utilizaría para freír las pechugas.

—¿Qué haces?— preguntó al verme en el suelo.

—Hago el desayuno...

—¿En el piso?— contestó, riendo.

Me levanté de inmediato y ella continuó riendo unos segundos más. Volví a abrir la puerta del horno, con sumo cuidado, para sacar la sartén. Pasé media hora friendo las pechugas, paranoico por no quemarme con el aceite hirviente. Wendy me ayudó a preparar café, mientras conversábamos de temas tan cotidianos, que fue como si los dos olvidáramos por un momento que estábamos en una situación de todo menos cotidiana.

Pero cuando nos sentamos a comer, el frágil ambiente alegre comenzó a desaparecer. Nos quedamos en silencio. Parecía que a ambos se nos hubiesen acabado las palabras. Tras algún tiempo así, Wendy soltó un suspiro, dejando el tenedor en el plato.

—Estoy preocupada...— dijo, casi en un susurro.

Alcé la mirada, alentándola a que continuara.

—He intentado no pensar demasiado en eso... después de todo no hay mucho que yo pueda hacer...— sus ojos de pronto se habían tornado tristes. —Pero no me dejan de llegar ideas de lo que le pudo haber pasado a Jasmine. Sé que es muy lista, y no pudieron haberla atrapado, me quiero convencer de ello. Pero no he sabido absolutamente nada de ella desde que... bueno, tú sabes. Después de que te dormiste, intenté llamarle, pero ni siquiera entró la llamada. No sé... no quiero pensar mal, pero ¿y si realmente ella no está bien?

Me mantuve unos instantes callado, buscando qué responder. Yo tampoco podía hacer ni decir mucho.

—Ella ya se ha enfrentado a cosas así varias veces, ¿no?

—Muchas, diría yo.

Tuve que guardar silencio de nuevo para decir algo sensato.

—Mira... como dijiste, no hay mucho que podamos hacer... pero si ella es lo suficientemente lista y suertuda, ahora mismo estará bien.— "O al menos viva." pensé. Durante un breve instante, me sentí mal, pues no estaba siendo del todo sincero con eso último. Por lo que me había dicho, Jasmine no tenía muchas posibilidades de vivir. Y mis padres tampoco.

—De todos modos, si quieres podemos pedirle ayuda a los investigadores...— sugerí.

Aquella idea pareció asustarla. Pero esa expresión no duró mucho.

—No, no, no es necesario. Tú sabes, Jasmine prefiere no meter a las autoridades en esto.

Me extrañé. Abrí la boca para cuestionar eso, pero el estruendoso timbre sonó, sobresaltándome. Después de decir un breve "ya vuelvo", me dirigí hacia la puerta. Abrí la ventana para ver quién era. El detective Salazar me saludaba del otro lado.

Mientras los dejaba pasar, y miraba sus uniformes, aparatos, y armas, la angustia regresó a mí como una gigantesca ola que viene formándose desde muy lejos. Los recuerdos de esa noche, los disparos, y los gritos de mis padres me sacudieron como un tsunami. De repente, todo el alivio que había representado Wendy se esfumó, y me sentí como si hubiera despertado de un sueño dulce, para regresar a una realidad amarga.

Los compañeros de mi madre me saludaron con cortesía y sonrientes, pero por algún motivo, aquello me entristeció. Sabía que sólo hacían su trabajo, pero en realidad nunca comprenderían lo que estaban haciendo. Se paseaban de un lado a otro, escrutando una y otra vez las mismas paredes, los mismos muebles y los pisos, en busca de pistas para resolver un caso más, para completar un papeleo más. Después recibirían otro, y repetirían el proceso. Mi madre hacía exactamente lo mismo.

Pero jamás es lo mismo para la víctima. Para ella significa la vida o la muerte, la pérdida de alguien importante, un cambio tan radical en su vida que nunca sabrá si algún día lo verá con normalidad. Una noche que se grabará a fuego, que dará pesadillas, que provocará mil noches en vela, pensando en el quizá, reviviendo la escena.

Wendy y yo estábamos sentados una hora después en uno de los sofás que aún estaban en su posición original, y aunque no lo habíamos dicho, ambos nos preocupábamos por lo mismo. Alguien importante de quien no sabíamos hacía tiempo.

La única diferencia es que a mí me estaban ayudando.

Me sentí culpable, como una especie de responsabilidad por lo que ella estaba sintiendo. Mientras que en ese momento había un grupo de profesionales intentando averiguar dónde diantres estaban mis padres, Jasmine estaba a la deriva, con una bola de locos persiguiéndola, sepan las estrellas por qué razón. Y Wendy estaba sentada, sin poder hacer nada, con una pérdida atormentándola, y una segunda amenazando con volverse realidad.

Salazar se paró frente a los dos, llamando nuestra atención. Ambos levantamos la vista. Me hizo un gesto para indicarme que tenía que hablar conmigo. Vacilé un segundo, y antes de seguirlo, le lancé una mirada a Wendy para expresarle que estaría para ella, a pesar de todo.

Una vez que estuvimos lejos de todos, el detective soltó un largo suspiro. Mi estómago se revolvió al presentir que estaba a punto de escuchar una mala noticia.

—Tony, hijo...— inició, inseguro. —Normalmente uso palabras bonitas para decir esto, pero sé que tú eres un chico fuerte...— hizo una larga pausa, que sólo empeoró las náuseas que me habían surgido. —Este caso no pinta bien... hemos encontrado varias cosas, pero ninguna nos ha dicho mucho del paradero de tus papás.

Sentí un golpe en el estómago al escuchar eso, que después se convirtió en nudo gigante. Sentí las lágrimas picar mis ojos por detrás.

—Ya investigamos algunas de ellas, y bueno, todo apunta a que los responsables son a quienes investigaba tu madre. Pero es hasta ahí donde llega la precisión. Después las posibilidades se hacen demasiado amplias. Literalmente podrían estar en cualquier parte del mundo, si nos ponemos estrictos. Aunque lo más probable es que sigan en el país, incluso en la ciudad...— suspiró de nuevo, como si decir aquello lo cansara. —La verdad es que tu madre y yo somos de los pocos detectives honestos en el departamento. Hay muchísima corrupción allá, y aunque podrían saberse las sedes y las propiedades de la organización, la mayoría prefiere aceptar una buena suma de dinero a decir algo. Así que... no hay mucho camino para saber dónde están...

Caí en cuenta de que Wendy tenía razón. Era mejor no hablar sobre Jasmine. Si ellos la querían muerta, y la policía sabía sobre ello, era probable que simplemente les dieran algunos millones para que se callaran, incluso para que los ayudaran. Jasmine no tenía mucho para defenderse en esa situación.

Roberto Salazar continuó hablando, pero mi mente se desplazó hacia lo que había encontrado la noche anterior. El gran descubrimiento de mi madre. El nombre real de Queen Victoria.

¿Debería decirlo?

Al principio no lo dudé, y estuve a punto de interrumpirlo y correr por el teléfono de mi madre, para mostrarle la conversación. Pero en el último segundo, me cuestioné.

Esa información era la razón por la que mis padres habían desaparecido. Si se la daba a los investigadores, si no es que aceptaban dinero o algo por el estilo, de inmediato irían a arrestarla o mandarían una orden para buscarla por todos lados. Y entonces Audrey Price tendría que tomar acciones.

Y las probabilidades de que mis padres siguieran vivos cuando los encontraran caerían hasta cero.

Si es que seguían estándolo.

La realidad era muchísimo más aterradora de lo que yo podía concebir. El tiempo corría, y a cada segundo que pasaba, era menos y menos probable que mis padres estuvieran bien. Los investigadores no iban por buen camino, y nadie tenía idea de qué había sido de ellos. Durante todos esos meses nunca estuve completamente consciente del peligro en el que estaban ellos y yo. No podía estarlo. Nunca vi aquel mundo del crimen más allá de un ajeno plano en donde ocurrían los casos de mi madre. Nunca lo vi fuera de la burbuja de cristal en la que había estado toda mi vida.

Lo más cercano a la realidad que tenía era el miedo, la angustia, la desesperación y la tristeza, que crecían con cada instante que transcurría.

Y entonces tomé la decisión. No tenía la más mínima certeza de que fuera la decisión correcta, pero en su momento, pareció lo mejor.

Silencio.

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