Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capitulo 13:

La caravana;
¿una buena idea?

•~•

Se podía ver la definición de muerte en el rostro de Tomioka. El hombre estaba cansado, recostandose en su escritorio mientras intentaba dormir así sea una pequeña siesta, pero le era imposible con Sabito a un lado despertandolo y dándole más leyes que firmar o acuerdos que supervisar, y Obanai enfrente de él, pidiéndole algo estúpido, como siempre.

A penas había pasado una semana desde el anuncio de los cinco hijos del Emperador, y ya tiene a un par de imbéciles mandando solicitudes de matrimonio para las princesas. ¡Aún faltan 10 años para que empiecen las negociaciones! ¿Qué les pasa a esos viejos?

Sabe que simplemente es para subir en la escala social, pero deberían ser más considerados y calmados antes de mostrar su interés. Lo único que conseguirán es que su Majestad se ofenda y los mandé a castigar por desesperados.

Eso sin contar la cantidad de hombres que desean ser el Maestro del heredero, algunos son de otras tierras, ¿en serio piensan esos extranjeros que lo dejarán en sus manos? ¡Jamás!

Cómo sea, eso no tiene nada que ver con la petición de Obanai.

"Quiero ver la caravana." Dice con bastante calma. Como si lo que pidiera no fuera una barbaridad.

Tomioka suspira, apenas se levanta un poco y restriega sus manos en el rostro.

—... No.— Dice, perfectamente cansado y arrastrado.

Obanai da un golpe en el suelo cómo protesta, haciendo que Giyū lo mire otra vez.

"Voy a ir." Vuelve a repetir.

—No, Obanai, no vas a ir. Si quieres algo, dile a Sabito que...— El hombre mayor carraspea a su lado, avisando que no irá a ninguna parte. Seguramente porque no quiere darle descanso a su Señor. Tomioka suspira frustrado.—... a Tanjiro que te lo traiga. Puedes gastar lo que quieras.— Vuelve a enterrar su rostro en sus manos.

En cambio, Obanai no vino a pedir permiso, ¡solo a dar aviso!

Esta vez, patea sutilmente el escritorio, moviendo a Tomioka quien ni siquiera se molestó en quejarse.

"Les diré que me acompañen." Y se da media vuelta, cumpliendo su cometido con éxito.

Tomioka, aunque quiso pararse, gritarle y encerrarla en su habitación para que no haga esa completa estupidez, no pudo.

Tanjiro y Mitsuri no la dejaran salir, eso me reconforta. Piensa, pero ¿y si Obanai los convence? Tomioka no tiene energías de pensar más allá de cosas buenas.

¿Debería ir con ella? Tal vez sea una buena manera de descansar y escapar de Sabito...

—Mi Señor, ni siquiera piense en ir, usted todavía no ha terminado  con esa pila de papeles.— Dice a su lado, con voz monotona que revela también su propio cansancio.— Recuerde que después del mediodía le traerán más.

Tomioka siente un escalofrío, no tiene energías de quejarse ni de mostrar su molestia. Solo suspira.

—... Está bien.

¿Estaría bien si renuncio? No es como si me fuesen a matar... creo. Piensa, recogiendo su cuerpo y tomando un pincel para seguir firmando ridiculeces.

En cambio, Obanai sonríe con mucha victoria mientras se acerca hasta Mitsuri y Kamado, ambos seguían deprimidos, pero no por mucho. Obanai se paró enfrente de ellos, manteniendo aquella reluciente sonrisa.

"Ya les quitó el castigo." Dice, aunque claramente sea mentira, pero le da igual. Tomioka está muy cansado como para enojarse por eso. "Les dije que podía convencerlo."

—¿E-en serio...?— Susurra Tanjiro a un lado, sus ojos borgoña brillando en esperanza, y sonrió enormemente cuando Obanai asintió.— ¡Oh, muchas gracias, Señora!— La exclamación del joven es sincera, y su sonrisa crece como si eso fuera posible.

—¡Qué maravilla!— Mitsuri lleva ambas manos a sus mejillas, tan alegre de poder por fin conversar.— Le agradecemos mucho, por favor, disculpe nuestras malas acciones.— Pide.

—Le prometemos que no nos volveremos a equivocar.

Obanai sonríe, y hace un gesto con la mano para no darle más importancia de la que se debería. El menor piensa que agradecerle es es estúpido, había durado demasiado en convencer a su Señor, y solo lo hizo porque el hombre estaba lleno de trabajo, de lo contrario solo los Dioses saben cuánto tiempo duraría el castigo.

Aún así, se sigue permitiendo la sonrisa y los mira con los mismos ojos que tiene un niño pequeño a punto de hacer una travesura, eso asusta a los sirvientes, pero sin animos de ofender, se quedan callados hasta que su Señora les de un aviso de sus planes para el día de hoy.

"Vamos a la caravana." Dice, y contrario a lo que Obanai pensó, solo recibe negación.

Tanto Kamado como Kanroji parecen regañarlo con la mirada.

—No, Señora.— Dice Mitsuri, viéndose demasiado seria, diferente a la habitual mujer alegre.— Usted no va a ir.— Dice, y aunque su voz suene dulce, la respuesta negativa hace que Obanai arrugué el ceño.

—¿Nuestro Señor irá?— Pregunta Tanjiro, en su voz podría notarse como le dejaba el beneficio de la duda al capricho, pero de inmediato Obanai niega.— No puede ir en ese caso.— Dice, encogiendo los hombros como si le dijera "ni lo intentes", justo antes de ver la intención en el más bajito de hacer una rabieta.

"¿Por qué? Me dió permiso."

Más o menos, piensa.

"Será rápido."

—No está bien que una Dama como usted vaya a la caravana.— Mitsuri parece ser la más renuente a la idea de ir.— Mucho menos sin su esposo. Mi respuesta es no, y estoy segura que la respuesta de nuestro Señor también es no.— Por primera vez, Obanai puede sentir que le salió un tono agrio y cortante.

Obanai se enfada, cruzando sus brazos esperando una respuesta coherente, (pero no es como si la fuera escuchar aún así).

—Mi Señora, las caravanas son para que los sirvientes le compren cosas a sus Señores.— Dice Tanjiro más suave.— No está bien visto que la esposa de alguien importante se aparezca por allí.

Iguro no asiente, para él son estupideces.

—Ademas...— Mitsuri se mete en la explicación al no ver una reacción madura en su Señora.— Todos los años la caravana se instala en el lado Militar, y a ninguna mujer se le permite entrar allí.

—Mujer sin algún permiso dado por la Corte.— Comenta Kamado, brindándole una información más amplia.— Mire, los militares son hombres que han estado recluidos durante mayor parte de su entrenamiento, muchos de los que están allí actualmente vienen de pequeñas pero trágicas batallas, lo que hace que su mente no esté muy bien y...— Tanjiro no sabe cómo contestar, juega con sus manos un poco apenado.

—Jalan a las mujeres a los edificios para forzarlas.— Mitsuri interrumpe, sabiendo muy bien que Kamado no va a terminar nunca.— Debido a que anteriormente pasaba de manera recurrente, llegando a afectar a la alta sociedad, se dictó una ley donde ninguna mujer sin algún permiso podría entrar, mucho menos sin la compañía de un hombre.

"¿Y eso significa...?" Obanai mantiene la mueca aburrida.

—Señora, si usted va a esos lados aún con las advertencia, está aceptando el riesgo. Si le sucede algo, la responsabilidad será suya.— Tanjiro vuelve a hablar con firmeza.— Que vaya con nuestro Señor sería lo mejor, ningún hombre se acercaría.

"Puedo llevar un permiso de nuestro Señor." Propone Obanai, cruzando sus brazos.

—El permiso, como mínimo, debe ser aprobado por tres hombres de la Corte.— Es como si tuvieran una respuesta para todos los puntos débiles de Iguro.— Señora, es más fácil para un inválido cruzar el desierto a qué una mujer sola salga ilesa de aquel lugar.

"¿Eso es un no?" Insiste una última vez, manteniendo la esperanza.

—Ay, Dios...— Mitsuri se pasa una mano por la cara.— Usted es inteligente, sabe que esto es por su bien.— Mitsuri sigue con lo que está haciendo, que es preparar la comida para todos esa tarde.— Le haré galletas de arroz, y si necesita algo de la caravana puedes decirle a Tanjiro que lo compre.

Aún con la opción, Obanai niega con la cabeza, sigue encogido en su sitio y decide salir de la cocina para subir a su propia habitación. ¡Este lugar y sus tontas reglas! No lo dejaban hacer nada, ¿cuánto tiempo lleva encerrado en el Pabellón? Ya se cansó del jardín, de todo, y aún no tiene ganas de pedir ayuda para leer. Es aburrido aprender algo que ya sabes.

¿A caso los militares son iguales que los borrachos del Distrito Rojo? ¡Si es así yo puedo defenderme solo!Piensa, ignorando que un hombre instruido militarmente es muy diferente al cliente regular de un burdel.

Se lanza en el sillón, cruzando sus brazos y manteniendo su pose de capricho aún en la soledad, ¿está actuando demasiado infantil? Es la primera vez desde que está aquí que algo no le sale como quiere, ¿eso es razón para enojarse? ¡Por supuesto que sí! Él de verdad quería ver qué venden en la caravana.

Es decir, hace apenas ayer se enteró de su existencia, escuchó a Sabito informarle a Tomioka algunas cosas que no quiso escuchar. Lo que entendió, es que son una fila enorme de carruajes que entran al Palacio para vender mercancías nacionales y extranjeras.

Si bien en el Palacio Imperial venden cosas, está prohibido para los vendedores traer grandes mercancías regularmente por temas de seguridad. Por lo que es bastante común que algunas cosas sean difíciles de conseguir, aún siendo alguien de la alta sociedad. Estas caravanas, permitidas y autorizadas por el Emperador, son como una respuesta a la falta de producto en el interior del Palacio.

Obanai quiere ir, no tiene idea del por qué.

¿Y si venden algo que necesito, pero no sé que es porque no lo he visto?

¿Qué hay de Kaburamaru? ¿Le podría comprar algo a él?

Sus pensamientos son ruidosos, la mayoría enfocándose en su serpiente, que permanece en el suelo mirando con atención a su dueño. Casi como si supiera que, inconscientemente, lo estaba llamando.

Una pequeña idea se forma en su cabeza, y Obanai sonríe.

•~•

Confiando en que nadie lo está viendo, Obanai se escabulle por todo el Pabellón estudiando puntos ciegos de los presentes, agradeciendo nuevamente que hayan tan pocas personas viviendo en algo tan grande.

Tomioka, como siempre, encerrado en su oficina, ¡ya ni siquiera se molesta en darle atención!

Sabito, justo a su lado, supervisando que su Señor haga bien el trabajo, e igualmente es obvio que no se preocuparía por él.

Tanjiro no lo ha visto, ¿tal vez fue a la caravana? No lo sabe, pero agradece su ausencia.

Mitsuri se encuentra limpiando la cocina, conoce su rutina y sabe que después limpia las salas de estar.

Es entonces que se metió a la habitación de Mitsuri, robándole ropa para poder "camuflarse" como una simple sirvienta. Sus ropas antes de seda, ahora son de algodón, Obanai piensa que sigue siendo demasiado ostentoso pero no hay nada que hacerle. Y aunque le quedará grande, daba la impresión de que no estaba hecho a su talla, eso era lo que buscaba.

Su cabello lo dejo tal cual, al igual que el maquillaje, cuando está en el Pabellón no acostumbra a exagerar por simple pereza de quitarse los cosméticos después. Kaburamaru lo esconde entre las ropas junto con una bolsa de monedas, así mantiene la buena suerte y tiene dinero para comprar algunas cosas.

Luce como una sirvienta, y está bien, su apariencia delgada deja a la imaginación que no tiene una buena alimentación y su manera tan inadecuada de caminar revelan la falta de educación. ¡Entonces está listo!

Rectificando un par de veces más la poca atención de todos, Obanai decide hacer un movimiento más sigiloso que simplemente abrir las grandes puertas de entrada. Se sube por unos estantes hasta dar con una ventana, verificando la altura para finalmente saltar por allí.

Pero aún sigue en los terrenos del Pabellón, Obanai está en el jardín delantero, por lo que corre con prisa hasta encontrarse con la salida sin custodia, quedando bastante en claro que Tomioka es flojo y tacaño para buscar personal de confianza.

Sus ojos no dejan de fijarse en las personas transcurriendo, como lo pensó en un principio, la mayoría son sirvientes o encargados de almacenes. Su apariencia no desentonaba en el lugar, y si mantenía una actitud de bajo perfil no iba a destacar.

Su mente fue bastante ilusa al pensar, ¿qué hombre se fijaría en mí? No tengo atributos femeninos, ninguno se acercaría.

La diferencia era bastante obvia entre él, y las otras sirvientas que caminaban de un lado a otro por las calles. Estaba claro, él no recibiría ningún problema en aquel lado.

No hizo falta que supiera dónde quedaba el camino a la caravana, Obanai solo tuvo que escuchar sutilmente a unos sirvientes y seguirlos unos pasos atrás, manteniendo una sonrisa de victoria.

¡Siempre se sale con la suya! Ese es su pensamiento.

Aún habiendo guardias en la entrada Militar, no servían de mucho para diagnosticar y supervisar a quién entraba y a quién salía, la cantidad de personas entrando no era normal, por lo que Obanai pudo ingresar sin recibir quejas, todo estaba yendo de acuerdo a su plan.

Obanai observa por el rabino del ojo las mesas con mercancías, habían abanicos en algunas secciones y mucha ropa, principalmente porque son las mujeres quienes esperan este tipo de ventas. También percibe perfumes, estando tentado a comprar uno pero Kaburamaru se mueve inquieto dentro de su ropa, casi diciendo: "no te acerques a ese sitio." Por lo que Obanai no tuvo de otra que evitarlo.

Sorprendentemente, Obanai ve que venden especias y té.

Pensé que serían más cuidadosos, algunos pueden ser peligrosos... Piensa, mirando de reojo las hojas puestas cuidadosamente en las exhibiciones.

Mientras Obanai se mantiene atento observando, estando curioso de ver cosas extranjeras que no conocía, no se percata de como es visto por los otros hombres. Casi como si su presencia representara una amenaza para la tranquilidad.

Obanai es ajeno a su entorno, pasando cerca de una mesa donde venden joyas y desde luego que se acerca. Esperando conseguir alguna baratija o cosas de maderas, y se termina llevando la sorpresa de que las joyas eran de jade, plata o cuarzo. Demasiado ostentoso mientras es exhibido como si no valieran nada, cualquiera podría pasar y tomar algún collar, los aretes o un anillo. Es imposible que el vendedor, que es un anciano, se diera cuenta.

Eso podría ser tan fácil...

No.

De pronto, Obanai recordó que está en el Palacio Imperial, no en el Distrito Rojo.

Aquí las personas no tienden a hacer esas cosas, menos debería hacerlo él, tiene dinero suficiente para comprar de todo.

Niega con la cabeza, algunas cosas no se olvidan, supone.

Observa con detenimiento, tal vez haya algo que le guste.

—No deberías estar aquí, ¿lo sabes, no?— Pregunta el anciano, con una voz grave pero amable.

Obanai aprieta los labios, jugando con sus manos un segundo.

"Lo sé, pero recibí la orden de comprar algunas cosas." Miente.

—Oh, eres muda.— Comenta con sorpresa.— Lo siento, no entiendo lenguajes de señas.— Obanai se encoge un poco más, jugando con sus manos.— En ese caso, con menos razón deberías estar aquí.

Obanai no sabe qué responder, se encoge de hombres y asiente, aceptandolo. ¡Pero no ha pasado nada! Nadie le ha dicho nada, ni nadie lo observa.

—Espero que tu Señor o Señora sepan lo que están haciendo contigo. Tu presencia podría ser un problema.— Termina el anciano, dejando hasta allí la 'conversación'.

Obanai se muerde el labio, de los nervios toma una horquilla de plata, es de hombre. Un pequeño recuerdo de su Señor le viene a la cabeza, y del como su cabello siempre está desordenado, casi como si odiara peinarlo.

Podría regalarle algo... Piensa, y sus dedos tiemblan mientras sostiene el objeto, pensando en la conversación del otro día.

Su Señor lo ama.

¿Pero por qué?

Es una pregunta que no ha podido responder.

—¿La quiere?— Pregunta el vendedor, y Obanai asiente.

Voy a comprarle cosas a Mitsuri y Tanjiro también, ¡ya les quiero ver sus caras cuando regrese y vean que no me pasó nada!

Con aquel pensamiento, toma un collar dorado, pensando enseguida en Mitsuri, y luego, al ver un anillo de cuarzo, piensa en Tanjiro.

Ah, sí, también toma otra horquilla de hombre para Sabito. Pero esta siendo visiblemente más barata que el resto de cosas.

Aún así, seguían siendo cositas bastantes costosas, pero por la calidad Obanai no tuvo oportunidad de quejarse. No es como si supiera en cuanto están los precios de esos accesorios. 

Muy diferente a cuando volvió a pasar por la sección de especias, allí tenía un conocimiento esencial de las cosas. Regateó, aún con su silencio, los precios exageradamente subidos de los productos.

¡Y vaya que había ahorrado un montón!

Aún le quedó bastantes monedas, pero no iba a comprar más nada. Si tuviera la compañía de Mitsuri o Tanjiro, desde luego que seguiría, pero por si solo era difícil cargar con todo. Mucho más difícil cuando tienes a una serpiente escurridiza moverse con necedad entre tus ropas.

Iguro arruga el entrecejo, con cuidado mira a sus alrededores en busca de un hueco para salir de entre los hombres, y corre con bastante velocidad hasta detrás de unos edificios, donde no hay nadie.

Se arrodilla dejando las compras a un lado y después saca a Kaburamaru de sus ropas.

—Kaburamaru, ¿qué pasa?— Pregunta con alivio, ¡por fin un espacio para dejar de susurrar!

La serpiente, siendo tan fácil de leer por el dueño, se mueve y sisea, exigiendo comida y agua. Cómo todo un animalito consentido.

—¿No puedes esperar un poco?— Pregunta con un poco de fingida molestia, se cruza sus brazos y mira con una ceja alzada a Kaburamaru.— No estamos en el Pabellón, no seas exigente.— Pone por un segundo su atención en la bolsa de las compras, buscando algo entre las cosas.— Casi todo lo que he comprado es para tí, ¡y tú no puedes esperar 3 minutos! ¿es tan difícil?

Escucha un pequeño sonido de la serpiente.

—Sí, es difícil para tí. Malcriado.— Juzga, sin ganas de regañar, Obanai está feliz del actuar de su serpiente. Es tan adorable a sus ojos.— Ven, vamos a irnos, te daré de comer conejo cuando lleguemos, ¿bien?— Kaburamaru se acerca a Obanai, metiéndose entre las mangas y luego Iguro vuelve a mirar su bolsa, esperando no dejar nada.— Uh, hay un par de cosas más que quiero...— Susurra.

Cuando llegue le diré a Tanjiro que compre unas...

—¿Te perdiste?

Obanai dejó de pensar enseguida.

Se voltea con lentitud, con la seguridad de que no sea lo que está pensando, ¡aun mantiene el buen pensamiento!

Es solo un hombre, está bien.

Podría ser un sirviente preocupándose de más, o algo así.

Pero las ropas militarizadas del hombre le cortaron las alas a sus buenos pensamientos, cayendo estrepitosamente contra una posible y terrible realidad.

Bien, un hombre militar, está bien.

Obanai debe disculparse, y eso hace, sus manos hacen una seña facil y después se inclina un poco por respeto. Su cuerpo se levanta del suelo y sacude un poco su ropa, manteniendo la tranquilidad. Debe mantenerse tranquilo.

Me está mirando mucho...

¿Podría ser mi imaginación?

Tal vez solo soy paranoico.

Podría ser mi imaginación.

Definitivamente tiene que ser mi imaginación.

Sí... no creo que sea mi imaginación.

—¿Tienes idea de lo que significa que estés aquí, verdad?— Pregunta el hombre acercándose, era bastante imponente con su enorme altura.

Obanai no tiene idea de cómo responder, su boca se secó y sus manos temblaron, dejando caer sin querer las compras.

Con la respiración agitada, Obanai hizo un par de señas, con la esperanza de que entendiera.

"Me ordenaron comprar unas cosas, ya me voy."

—¿Qué haces con tus manos? ¿Es un rezo?

Maldita sea.

Fue tonto por parte de Obanai pensar que todos sabrían lenguaje de señas, por lo que simplemente decidió ignorar, ¡muestra tranquilidad! Se repitió, tomando de nueva cuenta las compras y caminando con intención de salir del lugar, pasando a un lado del militar quien no perdió el tiempo de sujetarlo del brazo, alzandolo del suelo y luego, con una de sus manos rasposas y callosas, taparle la boca.

La espalda de Obanai choca en la pared de ladrillos, y sus manos intentan forcejear estúpidamente contra un hombre muchísimo más grande y fuerte.

Sus ojos se mueven de un lado a otro buscando la presencia de otra persona que lo ayude, mientras que sus piernas dan patadas pero no parecen causar efecto alguno en el hombre, quien en su lugar aprieta cada vez más sus agarres contra él, afincandolo con demasiada exigencia y fuerza.

Obanai se aterra, respira pero no siente el oxígeno llegar a ningún lado por lo alterado de todo su cuerpo. Intenta alejarse, sus manos empujan el pecho, incluso suben a su cuello y rostro para rasguñar, todo lo que esté a su disposición para soltarse, pero no consigue nada y ahí es cuando sus ojos parecen volverse agua turbia, por lo borroso y humedo que siente su vista en este momento.

—Deja de moverte.— Es una orden, Obanai siempre desobedece las órdenes, por algo está aquí, pero por algún motivo que aún no conoce, ¡y ni siquiera tiene tiempo de conocer ahora!, su cuerpo se detiene. Ahogando un sollozo en la enorme mano del militar.— ¿Por qué te quejas?— Pregunta como si la respuesta no fuese obvia.— Entraste como si fueras la maldita dueña del lugar aún conociendo tu posición, ¿y esperabas salir ilesa? ¿Pensaste que no te pasaría nada?

Obanai no puede hablar, no tiene nada con lo que pueda responder y la mano en su boca se lo impide igual. Se siente rígido, demasiado frustrado y enfadado, alterado y aterrado como para poder seguir mostrando alguna defensa.

Si el hombre aflojara solo un poco la mano sobre su boca, podría morderlo, apartarse y gritar, pedir ayuda, y eso quiere, su cuerpo rígido lucha contra si mismo para poder moverse. Sus ojos siguen buscando la presencia de alguien más.

—¿Estás buscando ayuda?— El hombre se da cuenta, acercándose al rostro de Obanai, el aliento a hiervas choca contra su nariz.— Creo que no entiendes la situación aquí, niña. Nadie vendra a ayudarte porque todos ya saben que estás conmigo. Todos saben lo que te voy a hacer, y nadie se va a meter.

Las palabras actúan mejor que cualquier otro desmotivante escuchado antes, y el asco sube en forma de bilis por su garganta, forzando y evitando que pueda mantener la respiración adecuada para mantenerse, al menos, un poco consiente.

Ahora solo piensa insultos hacia si mismo, sus manos sujetando mientras tiemblan en los hombros del hombre, empujando de manera eventual para conseguir un resultado inútil. Todo se pone muchísimo más desastroso y humillante para Iguro cuando siente como el hombre le arrebata su chal, tirandolo al suelo junto a sus compras que, tercamente, se negaba a soltar.

—¿En qué pensabas cuánto entraste luciendo así?— El rostro del hombro baja, viendo con detenimiento el cuello y clavícula de Obanai. Debido a la ropa prestada por Mitsuri, la tela es aguada contra su planitud, el chal lo ayudaba a cubrir un poco lo desproporcionado de la talla, pero sin él no le quedaba la seguridad de cubrir sus rasgos.— Exhibiendote con esas ropas enfrente de mis muchachos como una cualquiera. ¿Acaso querías que esto pasara? ¿Te mueres por nuestra atención?

¿Sus muchachos...? Piensa Obanai, cayendo en cuenta de que este hombre no es solo un militar cualquiera. Tiene a su cuidado a otros jóvenes, quién sabe qué harán cuando él termine.

Con más razón debe salir de allí, pero todos sus esfuerzos se vuelven la nada misma cuando el militar se entierra en su cuello, sintiendo la sensación húmeda y, desagradablemente caliente, en su cuello.

Quiere llorar y no se contiene, comienza de vuelta a golpear contra el hombre esperando dar un golpe certero en una parte sensible, pero con cada segundo que pasa pareciera que su energía estuviese siendo drenada, cansándose más rápido de lo habitual.

Mientras más se remueve en su posición más patéticos son sus instintos de lucha, porque ahora ni siquiera puede sentir cuando una parte de su falda es rasgada hasta que el frío le llega a un costado de su pierna.

Obanai deja de respirar, de pensar, de escuchar y ver, solo se esconde en su propia mente mientras cierra los ojos esperando que lo peor pase.

Tal vez se alarme y lo aleje al ver que es hombre, ¿pero si se ofende y hace otra cosa? ¿y si lo asesina?

¿Y si simplemente no le importa...?

Nuevamente, las esperanzas, que ya de por si estaban en el suelo, bajan al Inframundo, y si es posible aún más abajo, porque claramente no tiene lo que él mismo esperó para defenderse.

Será tomado, asesinado, humillado, dejado tirado, ¡lo que sea!

Todo por no obedecer a nadie cuando se le habla, porque pensó que podría defenderse el solito, que nadie se fijaría en él, que sería algo rápido. Todo porque es un estúpido.

El entorno se volvía negro, como una madrugada sin luna ni estrellas, hasta que similar a una luz asomándose en el horizonte, un destello de esperanza apareció cuando Obanai es soltado del rostro sin ningún tipo de cautela, sorprendiendolo y obligándose a voltear a un lado, evitando las ganas de soltar sus desechos, tragando saliva para calmarse.

—¡Agh! ¡¿Qué es esta porquería?!— La voz del hombre es fuerte y se encuentra llena de frustración, y cuando la vista de Obanai se recupera, ve como su linda serpiente muerde el cuello del militar por la cercanía desagradable que mantenía.— ¡Suéltame!

Y casi como si sintiera que tiene el suficiente control sobre Obanai, lo suelta, haciéndolo caer de rodillas al piso. El hombre ahora tiene la libertad de agarrar como si nada a Kaburamaru, no asustandose de la serpiente, actuando como si el animal fuera un simple insecto, después lo tira contra el suelo cómo si fuera uno.

Obanai jadea por la reacción del hombre e intenta apurarse hasta Kaburamaru pero es tomado de nuevo, está vez es sometido boca abajo contra el suelo. Su rostro siendo empujando contra la superficie es ensuciando y raspado. Puede distinguir el sabor a tierra en su lengua.

Cómo puede voltea y toma aire, hace su esfuerzo de ver al hombre y el como sus labios se mueven como si le dijera algo, probablemente se esté burlando. Pero Iguro no puede escucharlo, lo único que sus oídos distinguen son sus propios latidos y un estúpido pitido irritante.

Su garganta quema, otra vez la sensación de querer expulsar la asquerosidad que siente, quisiera luchar, pero sus uñas se entierran en la tierra cuando la mano del hombre lo jala del cabello y lo hace mirar al frente, a penas un pequeño sonido de dolor sale de su boca en ese momento.

Con ojos entrecerrados y nublados, Obanai ve en el suelo sus compras y, un poco más apartado de todo, observa a Kaburamaru. No puede distinguirlo bien, pero parece adolorido, tal y como está él ahora.

Debería hacer algo, debe intentar otra cosa que no sea llorar y apretar los dientes.

Y, casi como un mecanismo de defensa al sentir como le suben la falda, Obanai hace lo impensado para alguien en una posición similar.

—Dé-déjame...— Susurra, su voz apenas saliendo como un hilo de lo tenso que se encuentra.— ¡¡Que me dejes!!— Grita está vez.

Ni siquiera intenta forzar su voz a sonar femenina, a este punto su ridículo secreto pasó a estar en segundo plano.

—¿Q-qué...?

—¡QUE ME DEJES EN PAZ!

Y gracias al grito aún más alto, y grave, probablemente por la enorme cantidad de tiempo que no le ha dado un buen uso a su garganta, es que el hombre se desconcentra y deja de empujar su cuerpo contra el suelo, dejándole el suficiente tiempo a Obanai de alejarse otra vez, voltearse y, como si antes le hubiera servido, le da una patada con toda sus fuerzas en el estómago.

Está vez siendo más consinso, y por ende, más útil, hace que el militar se abrace el lugar afectado y tosa, buscando respirar bien.

Obanai gatea con rapidez, anivelando su respiración hasta llegar a Kaburamaru, tomándolo en brazos. Ahora, sin esperar ni recoger nada más, ni siquiera se preocupa por su apariencia, sale corriendo fuera de aquellos edificios, estando tan desesperado y aterrado que cualquier persona a una distancia modesta lo hace temblar.

No quiere ver la mirada de nadie en la caravana, tampoco quiere sentir como rozan sus cuerpos contra él cuando necesita salir del área Militar. Cada pequeña sensación que no sea suya la siente asquerosa, quemando dolorosamente contra su piel, el temor se acrecienta y su mente se nubla aún cuando ya no se encuentra en aquel lugar.

Justo ahora sigue corriendo como si el hombre se hubiese parado a perseguirlo, pero ¿qué debería hacer? Su corazón late y su cerebro piensa que está siendo seguido por una orda enfurecida que buscan forzarlo y humillarlo.

Justo ahora debe verse horrible, estúpido con sus ropas rotas y sucias, su rostro golpeando y, espera, ¿a caso también dejó un zapato en la escena cuando comenzó a correr? Ni siquiera fue capaz de recoger sus compras, ni la bolsa con la pequeña cantidad de monedas.

Va a llegar como perro regañado al Pabellón, todo sucio y con las manos vacías, con Kaburamaru en brazos sin siquiera saber si está bien porque no puede pensar en nada más que no sea el maldito militar sobre él, besando o apretando su cuerpo.

Era asqueroso, quería vomitar, pero aún con eso y sus tobillos adoloridos no paró de correr hasta que vió las Puertas de su Pabellón, luciendo tan enorme y resplandeciente que ni siquiera quiso bajar la velocidad ni disimular su entrada, solo pasó por la puerta de seguridad, y después siguió corriendo por el jardín, sin siquiera percatarse de su camino. No podía ver adecuadamente por las lágrimas hasta que, sin aviso, cae al suelo al chocar con alguien.

Sigue sin poder escuchar adecuadamente, y su garganta se comprime, tan solo sirviendo para respirar, cuando unas manos lo sujetan e intentan sacarlo de su estado.

Pero Obanai sigue asustado, atrae a Kaburamaru contra de él, sintiendo aliviado cuando la serpiente se enreda en su brazo, avisando que está bien.

Kaburamaru está bien.

Y solo se enfoca en eso, en Kaburamaru apretando sus brazo, enredado allí como siempre lo hace cuando alguno de los dos está alarmado. Y justo ahora no puede distinguir quién de los dos lo está más.

Todo va bajando cuando con ese único pensamiento, la seguridad de Kaburamaru.

Poco a poco, aún cuando su garganta está comprimida y sus ojos siguen derramando lagrimas, es que se permite parpadear y dirigirle la mirada a quien está con él justo ahora.

—... Señora, ¿a dónde demonios se metió...? La estábamos buscando.— La voz es juvenil, y de inmediato reconoce que es Tanjiro, luciendo preocupado.— N-No me diga que usted fue a...— Él solo se detiene, lo que es habitual cuando algo es muy obvio o la vergüenza no le permite continuar.

Y, como siempre, Kamado parece tener una habilidad para detectar de alguna manera las emociones de las personas y actuar en consecuencia.

Simplemente se queda callado, dejando que Obanai siga sollozando tan inútilmente, quedándose a un lado mientras no lo toca. Sus manos ya no están en su cuerpo, pero su voz de alguna manera se mete en su cabeza, repitiendo con suavidad palabras reconfortantes en la cabeza.

—Todo está bien, tranquila, Señora.

Y aunque Obanai quiera escucharlo, simplemente no puede sentirse bien. No puede terminar de relajarse.

Tal vez, Tanjiro no sea la persona a quien necesita.

El sentido de supervivencia persigue a Obanai, pero él es más rápido‼️

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro