Capitulo 12:
El trabajo
puede esperar.
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Cuando Tomioka pudo ver con sus propios ojos la carta en sus manos, su 'tranquilidad' se derrumbó, levantándose furioso de su escritorio mientras caminaba de un lado a otro, completamente sofocado.
Había sido un enorme desafío leer la carta que Tengen le había enviado junto su "pequeña broma", principalmente porque hacia pequeños "guiños" sobre el afrodisíaco y lo invitó a ir a su Pabellón, para ambos llevarse mejor, según sus palabras. Pero la realidad es que simplemente quería saber de primero los "efectos" de su afrodisíaco.
Se supone que aquello no era para Obanai, sino para él, lo que quiere decir es que el imbécil solo quería divertirse con la vergüenza de su esposa e insinuar un próximo heredero muy pronto. O si las cosas no resultaron como pensó, al menos hacer chistes, porque así era Tengen todo el tiempo. Un maldito bufón que hace tan bien su trabajo que es difícil botarlo.
Sin embargo, su malestar no era por Tengen, sus malditas bromas y aquella invitación tan molesta que, desde luego no puede rechazar, (pero sí posponer en un lapso de 6 meses a 6 años, era tan desagradable), eso era molesto pero manejable. Pero ese no es el origen de su sentir.
Lo que lo tiene mal es otra carta, una mucho más importante al ser escrita en puño y letra por el Emperador.
Al principio estuvo bien, su majestad relataba tranquilo como el parto de su esposa había sido un éxito gracias a Médicos estudiados en el extranjero. Cómo siempre, el Emperador siendo demasiado amable y condescendiente a la hora de referirse a su mujer, sobretodo en un estado tan delicado, tanto mental como físico. Tomioka lo entendía, y por eso no se saltó ninguna palabra, aún cuando giraban en torno a lo mismo.
Aún así, tuvo que dejar su carta a un lado cuando observó lo impensado en el papel.
~
"... Cuando tuvieron que abrirle su vientre me asusté, no quería que mi bella esposa muriera por un error.
Le oré a los Dioses por un milagro, quemé inciensos por días y me mantuve justo en la habitación de a lado escuchando sus lamentos.
Después de horas sin una respuesta consistente y un silencio sepulcral, su Dama principal derramando lagrimas me avisó que todo está bien.
Y cuando la ví, Giyū, no tienes idea de lo hermosa que se veía.
Solo puedo pensar en lo complacido y orgulloso que estoy al ver a mi mujer convertida en una verdadera Madre de la Nación.
Es un hecho sin precedentes.
Me acaba de dar un futuro heredero al trono, y cuatro hermosas princesas..."
~
¿Qué cosa acaba de leer?
¿Cinco?
Tomioka mira a un punto fijo cuando se detiene de dar vueltas, parece perturbado. Quiere morirse.
Cinco niños...
Giyū siguió allí, pensando en, no solo lo difícil que debió haber sido el parto, si no en lo difícil que se le pondrán los siguientes años de trabajo. Al ser más joven y tener una personalidad más 'calmada y analítica', a ojos del Emperador, se le dará la tarea de cuidar a los niños.
Por supuesto, no a criarlos, ellos tendrán a sus propias nodrizas, pero el encargado de buscarlas será él, y si algo sale mal, por obvias razones él será el mayor culpable y el primero en ser juzgado. Era aún más responsabilidad de lo que pensó en un principio, debido a que solo se le había informado que sería uno, no habían síntomas de mellizos o algo así.
Debió ser una mentira para tener precaución pero...
Cinco niños.
Como si aquello fuera una gracia.
Un solo heredero, por obvias razones el más importantes.
Debería aconsejarle que intente tener otro varón, solo por si acaso. No necesariamente con la Emperatriz, una concubina estaría bien. Pensó, pero la sola idea de tener más responsabilidades lo hacía desistir.
Su majestad es inteligente, seguramente ya pensó eso desde el principio, por lo que no le dirá nada más que sus felicitaciones para después ponerse manos a la obra. Suspiró, con intenciones de irse a su escritorio pero al voltearse se encontró con la mirada interesada de su 'esposa'.
Desde el incidente pasado, había decidido trasladar su trabajo hasta el Pabellón, tener más libertad para pasar tiempo con Obanai, quien se quedaba dentro de la habitación como compañía.
"¿Qué pasó?" Pregunta, moviéndose en el sillón como si estuviera en una cama. "¿Qué tiene eso?"
Tomioka míra la carta en el escritorio, donde su 'mujer' señalaba, y prosiguió a suspirar. Caminar hasta el escritorio y sentarse sobre la mesa, un acto que Iguro vió muy juvenil para un hombre que se supone está en horarios laborales.
—Es una carta del Emperador, el parto de su esposa fue un éxito.— Dijo, pensando en el terrible caso de que hubiera sido todo lo contrario. Los Médicos tal vez hubiesen sido decapitados.
"¿Y lo malo? Te ves estresado."
—Fueron cinco bebés.— Dice, y con la expresión de Obanai ya tiene suficiente respuesta, no necesita señalar nada más.— Y solo un varón, desgraciadamente.
Obanai asiente, comprendiendo el sentir de Giyū, después de todo, al estar junto a él en su trabajo, pudo saber qué es lo que hacía exactamente su Señor, por lo que ponerle cinco responsabilidades más de esa magnitud es un desastre total.
Además, ¿cuatro princesas? Podrían servir para extender las conecciones con los países vecinos, pero que sean tantas disminuye las probabilidades de los enemigos en acabar con sus vidas, no tendría ningún beneficio a largo plazo, por lo que el vulnerable es el varón. El futuro Emperador.
Debería tener otro niño ahora que demostró tener una buena 'puntería', pero sería jugar demasiado con la seguridad de la Emperatriz... Obanai luego encoge sus hombros, pensando en lo tonto que seria tener hijos con una sola mujer. Cómo cualquier otro de sus antepasados, el Emperador tiene un enorme harén fuera de su consorte.
—No quiero saber de nada más por este día...— Se queja Giyū, escondiendo su rostro entre las manos, restregando con bastante intensidad.— No quiero más trabajo...
Obanai se retuerce un poco en el sillón, hasta que por fin pudo sentarse correctamente con una pose pensativa, buscando alguna cosa para que su Señor no se estresara demasiado, y rápidamente tuvo una ligera idea de lo que deberían hacer el día de hoy.
Tomó un cojín y sin muchos problemas se lo lanzó a su Señor, golpeando su cabeza.
—¡Ey! ¡Te he dicho que no me lances cosas!— Queja con fastidio, bastante cansado de que siempre sea lo mismo con Obanai.
Iguro sonríe por tener su atención.
"Vamos al jardín, le enseñaré a trepar árboles."
La intención de Obanai es pasar un poco más de tiempo con él de verdad, no solo compartir la misma habitación. Se dió cuenta, aunque no le gustara aceptarlo del todo, que si será su 'esposa" debería darle algo más que problemas y vergüenzas.
Sin embargo, la mirada de Tomioka denotaba un gran rechazo.
—Agh, no, qué asco.— Dice, su rostro evitando mirar a Obanai.— En los árboles hay insectos, hojas secas y cosas raras. Mucha suciedad.— Se cruza de brazos, rodando los ojos ante las ocurrencias del menor.
En cambio, Obanai bufa con desesperación por la actitud tan estúpida de su Señor. Entonces decide volver a usar su movimiento especial: lanzarle cojines.
—¡Eso es muy vulgar! No quiero que me vean actuar como un niño.— A estas alturas, que Tomioka lo diga molesta a Obanai.
Este hombre siempre actúa como niño, ¿de qué se queja? Muy pronto, el sentimiento de 'bondad' por ayudar a su esposo, se convirtió en simple orgullo. Te voy a hacer subir a uno, ¡quieras o no, tonto!
—¡Deja de lanzar cosas!— Le grita, pero es recibido con la suave decoración estampando su cara.
Y cuando Obanai tuvo la misma respuesta, también le lanzó otro, y otro. Hasta que por fin parece ser que lo convenció.
—¡Muy bien! ¡Bien! Pero de deja de molestar.— Pide, visiblemente enfadado.
Cuando escuchó eso, Obanai sonrió con victoria y se levantó del sillón. Ambos caminaron hasta la puerta para salir de la oficina. Iguro sonreía con malicia, mientras que Tomioka parecía estar a punto de arrepentirse, no le gustaban las alturas, las detestaba. Así como también detesta salir al jardín por la cantidad de insectos que van de un lado a otro con completa libertad. Una vez por accidente se consiguió a un caracol entre las flores y desde allí no quiere intentar arrancar ninguna otra.
Obanai miró con algo de empatía a Tanjiro y a Mitsuri, y luego giró su rostro hasta su Señor, quien no les ha levantado el castigo. Era casi como si no estuvieran presentes, aún cuando hacían sus actividades mantenían la boca cerrada en presencia de otros, incluso a solas, tampoco se acercaban a nadie sin tener una buena razón, y aun así se les ignoraba.
Aunque pudiera parecer fácil, era el castigo ideal y cruel para dos personas tan sociales y expresivas como ellos.
Suspiró, intentando no meterse, Tomioka le había dicho con anterioridad que los castigos deben cumplirse para mantener la disciplina, y lo entiende, pero extraña hablar con otra persona que no sea su Señor o Sabito...
Sabito.
Detesta hablar con ese hombre.
Su rostro se frunce por completo mientras se cruza de brazos, el dichoso hombre está parado justo enfrente de ellos.
—Señor, ¿a dónde va?— Se cruza de brazos, con interrogación levanta una ceja y lo mira como si diera un regaño.— Vaya al trabajo, recuerde que usted se comprometió a un mayor rendimiento si trabajaba en el Pabellón.
—Iré al jardín a... a divertirme, supongo.— No responde muy convencido, pero después encoge los hombros.— No quiero trabajar más hoy.
Antes de que Sabito volviera a abrir la boca, Obanai toma de la muñeca a su Señor, jalandolo para irse rápido al jardín. No estaba dispuesto de escucharlo por ahora, puesto que sus anteriores palabras aún siguen rondando y clavándose como dagas en su cerebro.
Escuchó un quejido de ambos hombres, pero nada más que eso porque Obanai decidió usar otro de sus movimientos especiales; fingir demencia. Le salía tan bien que el propio Iguro pensaba que había algo mal en él, a veces.
Finalmente en el jardín, Obanai se quitó el calzado y no presionó a Tomioka para que lo hiciera, el hombre ya estaba dando un gran paso a la hora de tocar algo del pasto.
—¿Si sabes que no es necesario quitarse los zapatos, verdad?
Obanai lo observa, como si acabara de decir una completa ofensa, ¡era muy necesario! No a va a ensuciar unas lindas zapatillas por simple miedo a la naturaleza.
Obanai mira enfadado al mayor, solo para señalar un sitio y caminar hasta allí, siendo seguido desde atrás por su Señor, quien parecía seguir pensando con seriedad sobre obedecer, fácilmente podría decirle para jugar algún juego de mesa, ¿le gustará el gō? O el shogi, con cualquiera estaría bien.
Sin embargo, mientras observa a Obanai dando unas vueltas por el árbol que para él no tuvieron sentido, supo que su 'esposa' no estaba para nada interesada en juegos de estrategia.
¿En qué me metí? Piensa, con bastante temor al ver la sonrisa de Obanai.
"Aquí. Inténtalo." Hace un gesto de facilidad.
Tomioka decidió volver a pensar.
Si ella puede siendo tal delgada, ¡yo también puedo! Y con esa pequeña motivación lo intenta, lleno de esperanza.
Lastima que, los primeros 10 intentos, no le salió.
Mucho menos los otros 20 intentos.
Y ya cuando rozaba 50 intentos, Tomioka simplemente se rindió, le dió una patada al árbol (como si tuviera culpa) y caminó dispuesto a volver a su trabajo. Era muchísimo menos estresante.
Obanai, quien veía todo en una rama con el mismo cansancio, se bajó y caminó hasta el mayor, tomando su mano enseguida, antes de que entre al edificio.
—¿Qué?— Giyū sonaba tenso, bastante decepcionado de su propia capacidad.
Obanai no sintió interés e. cambiar su cansancio por cortesía.
"Es un idiota."
Tomioka sintió una pequeña punzada en el orgullo, por lo que miró bastante molesto al menor.
"No puedo creer que se haya rendido tan rápido..." Obanai ya sabía cómo convencerlo de seguir y que se lo tomara en serio. "... ¿necesita de un sirviente para subirse?"
—No digas estupideces, Obanai.— Tomioka era tan fácil de manipular por Iguro.— Yo puedo hacerlo solo.
"No parece." Deja el cansancio de lado para soltar una sonrisa retadora
"Si quiere, puedo llamar a alguien para que lo haga por usted, así no se ensucia las ropas... señorito."
Y como si Obanai hubiera dicho una blasfemia en su contra, Tomioka tuerce los labios y se decide a subir a ese estúpido árbol, volviendo hasta él con mucha rapidez, ¡no está para soportar insolencias de esa clase de su 'esposa'!
Si ella puede, yo puedo, si ella puede, yo puedo, fueron sus pensamientos y, queriendo mostrarle su capacidad al menor, Tomioka termina quitándose su calzado.
Ahora, sin muecas de asco, intentó subir al árbol, con mucha más confianza y menos rechazo, llegando un poco más lejos está vez. Casi llegando a la rama donde debería sujetarse, pero la aparición sin avisar de una mariposa posandose en su mano lo asusta, cayendo de espaldas contra el suelo.
Y mayor fue su derrota cuando la mariposa se posa en su nariz, como si se burlara de sus desgracias.
—¡Quítate!— Le ordena al insecto moviendo la cabeza, sin animos de levantarse. Le duele la cadera por el golpe.
Desde su posición el rostro de Obanai le tapa el campo de visión. El menor se arrodilló para verificar el estado de salud de su esposo, pero es imposible para él quitar la sonrisa llena de burla.
"¿Le teme a una pequeña mariposa?" Pregunta divertido, ladeando la cabeza.
—¡Claro que no, solo me tomó desprevenido!— El grito que había dado antes delató su mentira, por lo que Obanai bufo sin creerle.— No te burles.
Iguro encoge los hombros, para luego darse la vuelta y acomodarse junto a Tomioka para ver el cielo. Estaba despejado, tan azul y extenso, casi hipnótico. Fue la calma ideal para ambos, ya ni siquiera querían volver a intentar subirse.
Tomioka miró de reojo a Obanai, notando su tranquilidad y aquella sutil sonrisa adornando sus labios rojos. Las ropas de colores verde y blanco, le daban la pequeña impresión de que tal vez pertenezca al jardín, como una bella flor.
Las flores no necesitan hablar para demostrarle a todos su belleza, mucho menos para ganarse el gusto de las personas, simplemente con su existir son capaces de alegrarle el día a alguien, y aunque Giyū se encuentra frustrado de no cumplir con su cometido, se siente feliz de poder tener a Obanai a su lado.
Tomioka piensa, Obanai no es una muñeca, es una hermosa flor. Sin embargo, su mente se encuentra en conflicto para decidir cuál de todas.
¿Quién podría decidir cuál es la flor más bella de todas?
En temporadas, tal vez la flor de cerezo podría ganarse los reflectores.
Pero al florecer las rosas todos corren por una.
Algunos son felices con las flores de loto.
A otros les gustan los petunias.
¿Y Tomioka? ¿Cuál flor le gusta a Giyū?
No sabe cuál, pero si de casualidad descubre una perfecta, que sin importar el tiempo y la estación se vea hermosa y siga cautivando su corazón, sabe que hará todo lo que está en su poder para cambiarle el nombre, hacer lo posible para que esa flor se conozca en todos los lugares del mundo como 'Obanai', porque eso es su esposa. Una flor.
Giyū sonríe, aún con el dolor en sus caderas, con el orgullo herido y con muchos problemas en la espalda. Le sonríe a su 'esposa', empezando a sentir un fuerte calor en su pecho que le dice que, tal vez, se esté empezando a enamorar. Ya no es un simple capricho la razón por la que quiere a Iguro.
Y es por eso que se anima a decirlo, sin trabas y sin problemas.
Después de todo, Obanai es su 'esposa', es lo normal.
Y si no lo fuera, igual se lo diría, por su posición y crianza es muy difícil que se le dificulte decir lo que quiere, o siente.
—Te amo.— Su sonrisa se hace más grande cuando ve como el menor se alarma, volteando y mirándolo a los ojos como si aquello lo hubiera desconfigurado. Sacado de su zona.— De verdad, me estoy empezando a enamorar de tí.
De inmediato, Obanai se sienta y mira con incredulidad a Giyū. No debería sorprenderlo, que sucediera no sería raro, en cualquier momento pasaría. Pero escucharlo decir de la boca de Tomioka es extraño, se siente diferente y muy inadecuado.
Empieza a sentir miedo del futuro, y de qué lo deparará cuando sea el momento de descubrir la verdad.
Se está aprovechando de Tomioka, lo está engañando, ¿y si se enamora por completo qué? ¿qué será del mayor cuando vea que es un hombre?
¿Se enojaría?
¿O se lo tomaría con calma? Como si fuera cualquier otra de sus travesuras...
Aunque, lo que de verdad lo está asustando, es que más allá de sus mortificaciones futuras, el que Tomioka lo haya dicho no se siente mal en su corazón.
No siente asco, o rechazo, como si sucedía antes cuando el mayor intentaba tener un acercamiento.
Solo es... agradable. Aceptable y cálido.
"Usted no sabe de lo que habla." Acusa Obanai, indispuesto para dar otra respuesta.
Diferente a lo que pensó, Tomioka no recriminó ni le llevó la contraria, solo se rió.
—Tal vez tengas razón...— Admite, volviendo su vista al cielo mientras invita a Obanai a hacer lo mismo, pero él prefiere quedarse sentado, mirándolo inquieto.— Pero ¿quién sabe de lo que habla cuando se enamora?
Obanai se queda callado, incapaz de quitar su vista de aquel rostro sonriente.
—No eres un capricho, Obanai. Mucho menos me equivoqué al elegirte.— Habla casi como si supiera de las inseguridades del menor.— Sin importar qué, quiero seguir siendo tu esposo.
Por los segundos en silencio, Giyū se sienta, observa a Obanai y disfruta de su sonrojo y de su mirada absorta y tímida.
Obanai no sabe qué decir, y eso Tomioka lo sabe muy bien.
—Te amo, ¿bien?— Vuelve a repetir como si fuera normal, ¡como si siempre lo hubiese dicho!— No necesito que me correspondas, solo que lo sepas.
Y esas palabras fueron aún más fuertes que las dichas por Sabito, o cualquier otra persona antes. Tiene la palabra de Tomioka, que aunque se haya demostrado en el pasado que no valen nada, para Obanai comenzaron a valerlo todo.
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