Capítulo 44: Fiebre mortífera (editado)
Taissa volvió su cuerpo con un grito desconsolador, seguido por un sollozo. Los sintió aproximarse a ella con expresiones de preocupación, pero Taissa se encogió, llevándose las manos a los ojos, sin querer ver un mundo que otros ya no eran capaces de observar.
El rostro dulce de Jordy llegó a su mente, con sus cabellos salpicados con vetas de gris y su sonrisa entusiasta, que acentuaba sus arrugas. Él había muerto por protegerla, cuando esa perra había querido matarla, y si no fuera por ella, Alicia no habría conseguido el grimorio de magia, y no la habrían ejecutado por ello, por desesperación, poco antes que su padre siguiera sus pasos hacia el más allá, dejando a lady Meallhy en duelo con su familia muerta. Taissa había sido la causante. Había destruido sus vidas, o peor aún, había acabado literalmente con ellas.
Taissa negó, sabiendo la verdad, Sam iba a odiarla. Su familia también estaba muerta por su culpa, y le había estado mintiendo durante años, ocultándole algo que podría haberlos puesto a todos en peligro. Taissa sollozó, sintiéndose como un monstruo cuando solo había querido sobrevivir, tener una amiga. Los odiaba, los odiaba a todos, por ser tan frágiles, por morir con la facilidad de una mosca.
La cabeza le martilleaba, y las voces se opacaban en su cabeza, el dolor que había estado sintiendo se había multiplicado tanto que ya no podía hilar sus pensamientos. Los odiaba, pero si los hubiese odiado tanto no se habría sentido tan miserable.
¿Los amaba?
Dylan, el noble Dylan, dispuesto a ponerlo todo en juego por la justicia, y que aún así, no sabía que se comportaba como un juez, midiendo sus pecados. ¿Dónde estaba la línea que diferenciaba el bien del mal?
—N-necesito aire —murmuró.
—¡Apartaos! —exclamó Dreid—. ¿Qué le has hecho? —Hubo exclamaciones de sorpresa por algo que hubiese hecho antes de que dijera con rabia—. Sabía que esto era una mala idea.
—Cálmate —contestó Cillian, con tono tranquilizador—. Así no la ayudas.
—Me duele —Las lágrimas humedecían sus mejillas, y Taissa se dejó caer sobre el círculo de magia, agotada.
—Le pasó algo así la última vez que probó este hechizo —dijo Alyssa a los demás—. Bueno, no así. Se prendió como una cerilla y empezó a arder-
—No creo que sea eso, ¿la levantas? —Segundos después, Taissa sintió un brazo rodear sus hombros, y el otro bajo sus piernas, que elevaron su cuerpo inmóvil junto a un lamento. Ni siquiera podía mover la cabeza en una posición más cómoda, pero abrió los ojos. Las verdes esmeraldas le devolvieron la mirada, con una expresión de consternación.
Un estruendo captó su atención, pero como no podía echar ni un vistazo, volvió a cerrar los ojos, concentrada en la intensa sensación de golpes secos en su cabeza, como si aporreasen a una puerta que nadie abría. Dejó salir una exhalación cuando abandonó los firmes brazos de Dreid y su cuerpo se topó con una rígida madera. Se hallaba sobre una mesa, supuso.
Volvió a cerrar los ojos, pidiéndole a su cabeza que parase. Unos golpes suaves en la mejilla la obligaron a volver a abrirlos, y los ojos grises de Cillian la miraron inquisitivos.
—¿Cuándo empezó? —Taissa negó, y se retorció sobre la mesa. Debía tener algo clavado en la espalda, y no encontraba una posición cómoda—. Venga, ¿cuándo fue? ¿Antes del duelo?
Su respiración sonaba agitada. Ni siquiera había pensado en la versión de ella que vería Sam, ese aspecto horrible que era tan diferente al suyo.
"No", admitió Taissa, "en realidad, me gusta cómo me veo."
Aunque odiaba que Sam no fuera a sentir lo mismo. La odiaba. También se odiaba a sí misma. Si no hubiese sido diferente. Recordaba a ese chico coladito por ella en casa, Mark, con sus anaranjados cabellos... ¿Lo habría seguido estando de haber sido ella así todo el tiempo? Quería volver a las tartaletas de fresa, comiendo con Dani en un sillón de estampado floral. Dylan había solido aparecer... Taissa rió, recordando cómo se había apropiado de su alcoba. Unos chasquidos la hicieron volver al presente. Oh, sí. Le había hecho una pregunta. Taissa no la recordaba.
"Estoy tan cansada."
—Tan cansada —repitió. No... Solo había sonado en su cabeza la primera vez. Taissa la sentía como si fuera un mercadillo y la tuviera llena de vendedores, gritando a voces, mientras el barullo le impedía discernir lo que decían.
Sintió una mano apretando sus mejillas. Como si le hubieran atrapado la cara. Alyssa giró su rostro hacia el suyo. Oh, tenía un cabello precioso.
—¿Cuándo ha empezado el dolor, Taissa? —preguntó. Taissa se tragó una carcajada.
"Mira quién me llama por ese nombre". Cuando frunció el ceño, Taissa recordó que tenía que contestar.
—¿Hace unos días? No sé —negó con la cabeza—. Puede que hace más, pero apenas lo notaba. Sí.
—¿Qué es? —preguntó Alyssa a Cillian.
—Creo que es la fiebre mortífera.
—¡¿Mortífera?! ¿Voy a morirme? —exclamó Taissa.
—No —respondió Cillian.
—Se le llama Fiebre mortífera porque lo que va después es el Renacimiento —Sus ojos se agrandaron con sorpresa. Había escuchado ese término.
—¿Estás seguro? —preguntó Alyssa.
—¿Tienes la boca seca? —Taissa asintió—. ¿Te sientes helada? —Ella asintió de nuevo. A esas altura había pensado que era el frío de la muerte.
—Alyssa, ordena que preparen un carruaje —le dijo Cillian. Sorprendentemente, ella no se quejó. Siempre había sido muy quejica. Taissa rió, siempre habían sido en realidad tan sólo unos meses—. Solo podemos esperar, mejor que la pase en su casa.
Taissa quería ir a casa, y un recuerdo la llevó hasta allí. Aún podía oír su gruesa voz leyéndole cuando se iba a dormir. Sentado a un lado de su cama, con un libro entre sus manos.
Había sido una recopilación de historias, y éstas siempre habían tratado sobre apuestos príncipes enamorados de princesas prisioneras, esperando a ser rescatadas. O sobre hadas juguetonas que terminaban jurándole amor eterno a un humano, efímero y frágil, que moría siempre al final. También sobre reinas que hacían crecer bosques de enormes proporciones por capricho, que dormían sobre las acolchadas nubes y que libraban guerras que terminaban al alba.
Ese tipo de libros habían estado prohibidos, pero eso no le había impedido leérselos una y otra vez, siempre pidiendo su posterior silencio. "Es nuestro secreto, lucerito", le había dicho. Así era como la había llamado en ocasiones, su lucero. Su brillante estrella. "Deslumbras incluso en la más espesa oscuridad."
Cuando sus ojos se volvieron a abrir, estaba en el carruaje. Aún había algo que le molestaba, quitando aquel dolor que no la dejaba tranquila. Si todos habían tenido que pasar por esa pesadilla, Taissa los compadeció.
En menos de quince minutos, ya estaba en el castillo. Alyssa y Dreid la ayudaron a subir hasta su alcoba, entrando por una puerta secundaria y habiendo dejado atrás a Cillian para que avisase a su padre y a un sanador, que aunque no podía sanar nada, ya que no era ninguna enfermedad (aunque la muy maldita se le parecía), podía aliviar el dolor.
Taissa ya lo había intentado, aliviar su propia aflicción, sin embargo, su control de la magia era nulo en ese momento. Dreid afirmaba que era algo normal, qué él había pasado por lo mismo hacía 12 años, y que cuando todo terminase, solo sería un recuerdo.
Entre él y Alyssa la habían dejado sobre la cama malva, del mismo color que su vestido, y que la mayoría de ellos. Al parecer, tenía sus propios colores, que representaban quién era, y que incluían: el dorado por la Corte luminosa, el negro por la Corte oscura (al parecer alguien había estado falto de imaginación en la visión artística al formar las Cortes), malva por ser tradicionalmente el color de la realeza, rojo por ser el color de la familia de su madre, y plateado de su padre. Y eran los únicos colores que había en su armario.
—Vamos a quitarte esto, ¿sí? —preguntó Alyssa jugando con la manga de su vestido. Taissa asintió.
—Yo voy a hacer guardia en la puerta —Una de las comisuras de Taissa se elevó divertida. Así que un escolta gruñón tenía sentido del reparo.
Él se marchó y Alyssa desabrochó los botones de su espalda, y Taissa se relajó con el tacto de sus manos suaves cuando soltó una exclamación. Taissa giró el cuello bruscamente para mirarla.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Sabes que tu cuerpo cambia en el Renacimiento, ¿verdad? —Taissa asintió. Había sido ella misma la que se lo había explicado cuando le había preguntado con curiosidad por la inmortalidad de los faes, que aunque parecida, no se trataba de eso. No había nada eterno en ellos, salvo su juventud, Taissa supuso, o su inmutabilidad.
—Mis orejas se volverán como las de Dreid, las de mi padre o Isak —Ella asintió. Aunque ya tenía las orejas puntiagudas y ligeramente alargadas, las suyas lo eran mucho más, enormes orejas arqueadas, y acabadas en punta—. Y mi magia se estabilizará —Lo que significaba que sería más fácil de utilizar.
—Ciertamente —dijo dándole la razón—. No obstante, hay veces, escasas veces, en las que la magia está tan descontrolada, tan... —Taissa la vio buscar las palabras correctas en su mente—. Una magia tan poderosa y abundante, absorbida de forma errónea por un cuerpo deficiente-
—¡¿Deficiente?! Sinceramente, no sé si me estás insultando —Alyssa rió, negando.
—Quiere decir que no hace bien su trabajo.
—Vale... y, ¿qué pasa? —preguntó.
—Que el cuerpo crea un soporte especial para ayudarlo —Taissa frunció el ceño confundida, y ella dijo—. Será mejor que lo veas.
Se levantaron de la cama, y Alyssa la guió con la mano hasta un espejo de cuerpo entero. Hizo que le diese la espalda a éste, mientras ella se encargaba de desabrochar del todo el vestido y tirar de éste suavemente hacia abajo, hasta que éste se deslizó hasta sus pies.
En una simple camisa, con la longitud de un vestido justo por debajo de sus rodillas, Alyssa la bajó por sus hombros, mientras Taissa la sujetaba por delante para que no dejase al descubierto sus pechos. Se apartó el cabello hacia un hombro, y colocó un mechón por detrás de su oreja.
—No te asustes —Taissa no pudo evitar hacer lo contrario.
Giró el cuello hacia el espejo, girándose un poco, ya que no era un búho, y su boca se abrió de par en par. Qué demonios era eso. En su espalda, por debajo de sus omoplatos, había dos bultos. La piel de esa zona se había quedado muy fina, como si fuese a romperse en cualquier momento. Miró a Alyssa con pánico.
—Creo que son alas, o bueno, el nacimiento de unas, y sí, probablemente te va a quebrar la piel y será doloroso, pero piensa en positivo, probablemente para entonces ya estés inconsciente.
Sus fuerzas flaquearon y sus piernas fallaron, pero Alyssa la sostuvo con facilidad, llevándola de vuelta a la cama.
Le desató el corsé por detrás, y Taissa pasó los tirantes por los brazos, deshaciéndose de él. Gateó por la cama hasta deslizarse entre las sábanas y cerró los ojos. El peso de Alyssa hundió la cama donde ella se sentó.
—Estaré aquí para cuando el curandero llegue.
Taissa asintió, apretando los ojos y rezando por caer en un sueño sanador.
Sin embargo, el dolor no desapareció. Ni siquiera en sus sueños.
El palacio estaba hecho un caos. La coronación iba a ser inminente, y las preparaciones aún estaban lejos de ser perfectas. Helene lo sabía, pero no le importaba.
—Ah, perdonad, majestad.
Helene salió del trance en le que había estado, de pie sobre una tarima. Llevaba un largo vestido, uno que habían tenido que preparar a última hora, ya que no habían tenido más de dos semanas para llevarlo a cabo. Habían trabajado en él, una docena de personas, incluso más, pero llegado el día, estaría perfecto.
Helene miró a la mujer, que tenía una expresión de terror en su cara. Ella lo había provocado, asumiendo el papel de una mujer fría, capaz de asesinar para conseguir sus objetivos. Entonces sintió el pinchazo de dolor. Seguramente le había clavado un alfiler.
—Está bien —dijo. Ahora se había hecho popular referirse a ella como "majestad", aunque aún no fuera reina, Seguramente para dejar bien claro de que parte estaban—. Hay que derramar un poco de sangre para conseguir nuestras metas.
La costurera siguió trabajando, aunque su cuerpo tardó unos segundos en dejar de estar tenso.
Helene había estado tan perdida en sus pensamientos, que ni siquiera se había dado cuenta del pinchazo hasta que la costurera había hablado. Lo único que estaba en su mente en ese momento, era su hermano.
Nicholas ya estaba enterrado con el resto de su familia.
Lo habían enterrado dos días después de que éste hubiese muerto, o mejor dicho, que hubiese sido asesinado. El comunicado oficial decía que el rey había muerto debido a su débil cuerpo, y no había sido difícil que se lo creyeran. De hecho, nadie había dudado de ella cuando la habían visto descomponerse en una esquina de la alcoba del rey.
Esa vez, ni siquiera había fingido.
Helene aún seguía dándole vueltas a esos cinco minutos. En todas las cosas que pudo haber dicho o que pudo haber hecho. Y en lo que luego hizo.
Ya no había marcha atrás, y no podía lamentarse por algo que no podía cambiar, aunque las pesadillas la persiguieran todas las noches, atormentándola. Helene había hecho muchas cosas malas, había mandado asesinar a mucha gente, les había destrozado la vida a otros, sin embargo, eso era lo único que sabía que había roto algo dentro de ella.
Era un monstruo, y por fin, cuando se miraba en el espejo, lo veía, acechando, susurrándole.
Ella solo había querido tener poder para dirigir su propia vida, y en algún momento, eso se había distorsionado y había empezado a quererlo para poder controlar todas las vidas. La de su hermano, la de Jules, la de Dylan... la de toda su gente.
Lo sabía, y ahora, mientras se miraba en los espejos, en su hermoso vestido para la coronación, dejó que el monstruo se la tragara.
Uno de sus guardias, los guardias que eran totalmente fieles a ella, entró precipitadamente a la sala.
—Los cazadores han vuelto —Helene abrió los ojos de par en par, y esbozó una sonrisa. Por cómo había dicho esas palabras y por su expresión, éstos no han regresado solos.
—¿Han seguido el plan? —El guardia asintió—. Entonces diles que estaré allí a la hora acordada.
El guardia asintió y se marchó.
Aunque sus planes hubiesen tomado un giro diferente, volvían a empezar a encauzarse.
Y con la corona ya en sus manos, era poco lo que necesitaba todavía.
E iba a conseguirlo.
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