Capítulo 39: Un lugar en las profundidades (editado)
Estar bajo tierra de nuevo no era tan horrible como su cabeza lo recordaba. De hecho, sentía cierta seguridad que en la superficie no sentía, aunque probablemente no fuera algo bueno. Probablemente fuera debido a que había pasado demasiado tiempo allí abajo y en la superficie habían pasado demasiadas cosas malas.
Cosas que se quedaban estancadas en la memoria. En una parte profunda y oscura, que hacía que uno no lo notara hasta que finalmente se manifestaba en pequeñas sensaciones incómodas. Pero si quería regresar a ser quien era, debía dejar de pensar en eso. No podía tener miedo a la luz del sol.
Como ya ha pasado la hora del trabajo, Cleavon supuso que no tenía mucho sentido bajar allí, y aunque le habría gustado ir directamente a casa de Jessie, imaginaba que su tío debía estar preocupado. Así que como igualmente no era que volviera a desaparecer, debería por lo menos ir a saludar, a contarle por encima las razones de su ausencia esos días.
Caminó entre la gente y algunos lo saludaron, compañeros de trabajo o vecinos, que casi seguramente se habrían dado cuenta de su desaparición. Pero ninguno de ellos lo detuvo, ya que allí abajo, tener tiempo libre era mala señal. Así que todos iban de un lado a otro, hasta bien entrada la noche.
Llegó rápidamente a casa, y al darse cuenta de que no tenía las llaves, resopló. Quería tumbarse unos minutos antes de encarar a su tío, que era más probable que estuviese mosqueado con un tenue malestar. Llamó a la puerta unas cuantas veces, cruzando los dedos por que estuviese en casa y no se quedara tirado en la calle, aunque simplemente modificaría sus planes. Sin embargo, la puerta se abrió de golpe, y la expresión de sorpresa de su tío fue la encargada de darle la bienvenida. Cleavon trató de esbozar una sonrisa. Lo vio fruncir el ceño, apretar los dientes y levantar la mano, pero Cleavon lo esquivó con agilidad, adentrándose en la casa.
—¡¿Dónde demonios estabas?! —preguntó con un grito cerrando la puerta de un portazo. Cleavon suspiró—. ¡¿Sabes lo preocupado que estaba?!
—Sí, seguro —murmuró por lo bajo.
—¡Hablo en serio! ¡¿Crees que no sé de tus aventurillas fuera?! —Cleavon se giró sorprendido. La verdad era que sí que pensaba que no tenía la menor idea—. ¡Pensaba que estabas muerto!
—Ya, bueno, pues no lo estoy —dijo entrando a su habitación. Él lo siguió.
—No es gracioso, Cleavon —Él se cruzó de brazos.
—¡Lo siento, ¿vale?! —acabó exclamando—. Pero ni siquiera fue mi culpa.
—Seguro que sí —Oyó claramente el desdén, pero no podía contarle que la princesa perdida había vuelto, así que optó por escaquearse.
—Como imaginarás, mi desaparición ha tenido unas consecuencias, y probablemente esté despedido, así que... —Abrió el armario, sacó una cajita, y se metió el dinero de ésta en los bolsillos de los pantalones. Ese era el único lugar que él sabía que guardaba dinero, y por lo tanto no era nada más que un cebo por si se atrevía a tomar "prestado" algo de su dinero. Sabiendo dónde lo guardaba, Cleavon dudaba que fuera a buscar más escondrijos—, tengo que comprar a alguien —Él suspiró. Su tío metió sus manos en los bolsillos y cogió las monedas que tenía. Luego se las ofreció.
—Necesitamos ese trabajo —le explicó. Cleavon lo aceptó.
—Gracias.
—Ahora, lárgate. Quiero que lo soluciones —Cleavon asintió, saliendo de su cuarto, y después de casa.
Aunque era cierto que iba a intentar volver a su trabajo, aunque tuviera que besarle las asquerosas botas a su jefe, primero quería ver a Jessie. Después de cómo lo había sentido antes de irse, se hallaba un poco preocupado, aunque esperaba que no fuera nada, solo una mala intuición que al final fuese errónea y le hiciera sentir idiota.
Estaba saliendo de su calle, girando una esquina, cuando por el rabillo del ojo vio una cabellera rubia, y aunque no le prestó demasiada atención, reconoció la voz que le llegó. Se giró en redondo y vio a la chica soltar unas risas nerviosas, poniendo una mano en la parte trasera de su cuello, sobándoselo. La mujer con la que hablaba, alzó las cejas sorprendida cuando vio a Cleavon, y luego hizo un gesto para señalarle. Alyssa se giró y abrió la boca con una expresión de alegría.
—¡Gracias! —La escuchó decir despidiéndose con la mano de la mujer.
Alyssa se acercó con pasos rápidos y danzantes y entrelazó su brazo con el suyo.
—¡A ti te estaba yo buscando! —exclamó.
—Eso veo —dijo arqueando una ceja—. ¿Qué pasa?
—La ciudad subterránea es... ¡increíble! —afirmó mirando hacia todos lados. Hacia las casas a su alrededor y sus gentes, hacia las lámparas de fuego azul en el techo, hacia los laterales de la montaña, dónde por las que a través de las interminables escaleras se llegaba a las demás viviendas, de gama más alta.
—No estoy seguro si es cómo yo la describiría —respondió.
—Pensar que alguna vez fue una cárcel...
—No me lo recuerdes —le pidió mientras sentía el latigazo del escalofrío que le recorría de arriba a abajo.
La montaña no había aparecido hueca de la noche a la mañana. Habían sido las manos obreras las que a través de siglos la habían excavado para formar una prisión de alta seguridad, en tierra de nadie, ni oscura, ni luminosa. Una prisión para todos. El único lugar dónde ambas cortes se ponían de acuerdo. Donde la jurisdicción había sido compartida... El lugar apropiado para dar fin a las guerras.
Esa era la razón por la que ese sitio había podido albergar a miles, a millones de fae que huían. Sin embargo, para ello había hecho falta la remodelación interior y definitivamente... la exterminación de todos los reclusos. No habían podido dejar que consumieran los recursos que ni siquiera ellos tenían para sí, y además suponían un peligro.
Alyssa le siguió colgada de su brazo.
—¿A dónde vamos? —preguntó.
—Quiero ver a-
Cleavon se separó de ella, ladeó la cabeza y puso una mano en su cadera, deteniendo la caminata.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó de nuevo.
—Deanna quiere hablar contigo —le dijo sin mirarlo, echando una ojeada alrededor. Más que por curiosidad, Cleavon creyó que tenía algo en mente.
Entrecerró los ojos, aunque volvieron a andar.
—¿De qué?
—Agh —parecía molesta—. Pregúntaselo tú, no soy vuestra mensajera.
—¿Y entonces por qué estás aquí? —Ella hizo un mohín.
—¿Y tú? ¿Qué haces tú aquí? —preguntó. Cleavon frunció el ceño.
No contestó, ya que era obvio que no esperaba una respuesta de su parte, sino cambiar la atención. Cleavon lo dejó pasar mientras llegaban al ascensor, que esperaban con otros.
—Voy donde Jessie, que por cierto, es un amigo.
—Hmm.
—¿Qué tal le va a... —Se inclinó hacia ella y susurró en su oído—, al chico?
—Tiene nombre —dijo apartándose. Sus ojos no se movían de dónde estaban puestos, pero Cleavon notó cierta frialdad.
—Quiere salir de ahí—dijo.
—Oh, ¿eso es lo qué haces? —preguntó. Ella se cruzó de brazos inquieta—. Aquí no encontrarás nada de lo que buscas.
Allí no había ningún refugio para humanos. Cualquiera de los que los rodeaban, por muy buenos o simpáticos que se viesen, lo habrían matado al echarle el primer vistazo, al descubrir lo que era. Cleavon también lo habría hecho, aunque ya no estaba tan seguro. Pero de lo que sí lo estaba, era de que no se podía quedar mucho más. Mientras aún recordasen las heridas que les habían infringido, mientras aún viviesen sin la luz del sol, no había lugar para él.
El ascensor llegó y Alyssa pasó con todos los demás. Cleavon la siguió. Mientras bajaban, las conversaciones se mantenían en voz baja, pero ni Alyssa ni Cleavon dijeron nada. Ella sabía que tenía razón, aunque no sabía lo que haría.
El ascensor fue bajando y parándose en cada planta, pero Alyssa esperó a que él se moviera. Cuando llegaron, salieron y Cleavon señaló la dirección con la cabeza, para que le siguiera. Ella asintió.
—¿Vas a ir? ¿A ver a Deanna? —Cleavon asintió.
—Claro —Llegaron a la casa de Jessie, y llamó a la puerta. Esperaron durante unos segundos hasta que una chica de piel morena y con unos ojos de pupilas alargadas les abrió.
—Hola, Lira, ¿está Jessie? —le preguntó. Alyssa los miró con curiosidad, al notar la familiaridad con la que le hablaba. Parecía que se conocían bien, pero era porque la casa de Jessie era una vivienda compartida, por lo que para él, ella era más que una compañera de piso, casi como una hermana mayor. Sin embargo, negó.
—Búscalo abajo, en la taberna —sugirió—. Últimamente suele estar ahí.
—Gracias —Ella negó.
—Ha estado de mal humor estos días, así que no te extrañes si te contesta de forma brusca —Cleavon frunció el ceño, pero asintió. Antes de poder agradecerle otra vez, ella se apoyó en el marco de la puerta y comentó—. Y me alegro volver a verte. Jessie decía que habías huido a la superficie con alguien, y aunque me alegraría por ti, creo que por eso está mosqueado.
—No te preocupes —contestó. A veces le sorprendía la desorbitada imaginación de su amigo—, lo arreglaré.
Ella asintió.
—Pues adiós.
—Nos vemos —Ella asintió antes de cerrar la puerta.
—¿Quién era? —preguntó Alyssa.
—Eso no importa, vamos.
—¿Tardaremos mucho? Tenemos que subir —preguntó arrastrando los pies por el suelo. Ahora que se había dado cuenta de que no podía buscarle ningún lugar a Rob allí, Cleavon supuso que ya no le apetecía seguir bajo tierra. Él negó.
—Después de hablar con él, nos iremos.
—Está bien —respondió con un bufido de agotamiento.
Bajaron el piso por las escaleras, ya que estaban cerca y solo era un piso, y se dirigieron donde Lira les había especulado. Si no estaba allí, ya no sabía qué haría. Tal vez dejara una nota. No lo sabía. Se acercaron a la taberna, y las voces de dentro se oían altas aunque ininteligibles. Sin embargo, había una voz que Cleavon reconoció, que se alzaba por encima de las demás.
Abrieron las puertas y entraron. Jessie estaba encima de una mesa y elevaba el puño sobre su cabeza, con una expresión de convicción. Estaba tan atento a la multitud a sus pies, que ni siquiera se enteró de que habían entrado.
—¡Porque, ¿cuánto tiempo más debemos esperar para que se haga algo?! —replicó con el ceño fruncido.
—¡Eso! —contestaron al unísono los demás.
—¡Deberán escucharnos! ¡Porque si no nos hacemos escuchar, no habrá nadie que lo haga! —gritó otro subido a otra mesa. La multitud se encendió todavía más. Cleavon miró a su alrededor e identificó a varios de ellos. Eran mineros, compañeros de trabajo y también vecinos de Jessie e imaginó, que habitantes de las plantas más bajas, por cómo vestían. A su lado, Alyssa y Cleavon destacaban demasiado con sus ropas proporcionadas por el palacio.
—¡El tiempo de duelo ha vencido! ¡Y es la hora de actuar! —gritó de nuevo Jessie. Cleavon notó una mano en su brazo, y estaba tan concentrado, que se asustó aunque solo era Alyssa.
—Esto no me gusta —dijo ella, y Cleavon coincidió, pero había ido a hablar con Jessie y no iba a irse hasta que lo hubiera hecho.
Cleavon decidió dejar de escuchar, por lo que salió de la taberna, y se apoyó en la pared de ésta, a esperar a que el discurso terminara. Alyssa sin embargo, decidió quedarse adentro, apartada en una mesa, con los oídos atentos. Tardaron cerca de una hora en terminar, o en al menos dejar de rodear a Jessie. Cuando por la ventana Cleavon vio que por fin podía hablar con él, vio que se le habían adelantado. Ella sonreía, aunque no le llegaba a los ojos. Alyssa dijo algo que Cleavon no logró escuchar, pero que le hizo poner mala cara a Jessie.
Entró y a casi zancadas se acercó a ambos. Agarró a Isak con fuerza del brazo mientras le daba una mirada de advertencia a Alyssa. Los ojos de Jessie aumentaron de sorpresa.
—¡Cleavon! —exclamó.
—Perdón por desaparecer así, pero... es largo de explicar —dijo mirando a su alrededor, intentando discernir si alguien los estaba escuchando. Él se deshizo de su agarre.
—Pensaba que... —Negó y esbozó una sonrisa. Paseó la vista entre Alyssa y él, que no debían parecer desconocidos—. ¿La conoces?
—Es una vieja conocida.
—Pues dile que tenga cuidado con lo que dice.
—O puedes decírmelo tú mismo, a no ser que me tengas miedo —respondió ella.
—No, para —le dijo Cleavon. Miró a Jessie también—. Los dos.
—Tenemos que volver —le dijo Alyssa cruzada de brazos. Cleavon notó que no le gustaba estar allí. O quizás no le gustase Jessie.
—¿Volver a dónde? —demandó Jessie.
—¿A ti qué te importa, agitador? —Jessie apretó los dientes y los puños.
—Basta, ¿qué es todo esto? —le preguntó Cleavon perdido.
—Lo que me dijiste —Alyssa lo miró y Cleavon frunció el ceño. No sabía de lo que hablaba—. Para ser la esperanza de la gente, tenemos que empezar a movernos, y convertirnos en los motores de la maquinaria.
—¿Cómo? Jess-
—Por cierto, si no vuelves para la semana que viene, te quedas sin trabajo... Si es que es cierto que vas a quedarte.
—¡¿Has hablado con el capitán por mí?! Gracias a los dioses —Suspiró con una sonrisa de oreja a oreja.
—Aunque tienes que pagarle los días que has faltado —Cleavon maldijo. Al parecer, no podía ser todo tan bonito.
—Igualmente, Jessie, todo esto... —dijo señalando la taberna, ahora más vacía—. No puede acabar bien.
—Sé que parecía un poco revolucionario —comentó—. Pero si quiero que me escuchen, es como debe ser.
—Pues a mí me parece que estás empezando algo que no vas a poder controlar al final —respondió Alyssa. Los ojos fríos de Jessie se cernieron sobre ella.
—Eso ya lo veremos.
—Ciertamente lo veremos, sí.
Cleavon estuvo a punto de volver a pedirles que se detuvieran cuando sintió un pinchazo de dolor. Por un instante su vista se nubló, pero como se le había pasado al segundo, decidió no comentarlo.
Cleavon aulló de dolor y se dobló por la mitad. No se le había pasado, al parecer. Le dolía tanto que parecía que ardía. Alyssa y Jessie se inclinaron abalanzados hacia él, parando su discusión para atenderle. Sus ojos lagrimeaban y tirando de su camisa, observó la marca de la unión teñida de rojo, y dedujo que a lo mejor una parte de él sí que estaba verdaderamente ardiendo.
Su vista se nubló y por un segundo estuvo en otro sitio. Había un humo asfixiante y en el suelo, alguien arrodillado sostenía un cuerpo inmóvil. Isak se lanzó hacia ellos con una expresión de preocupación intensa seguido por guardias, pero antes de ver más, volvió de nuevo.
Se dejó caer, tocando con las rodillas el suelo. A través del vínculo aún sentía su preocupación... su miedo... su angustia. Su poder se desgarraba junto a su desesperación. Así que, cuando por fin consiguió hablar, entre respiraciones inquietas y con la voz rota, aferrándose a la marca de su pecho, soltó —Es Deanna.
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