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Capítulo 38: Luto (editado)

Eran unos cuantos los que iban a la cabeza de la línea de soldados que regresaban a casa. Los generales y capitanes, es decir, los que se habían encargado de liderar la batalla y llevarlos a la victoria. Aunque Dylan no estaba delante del todo, por lo menos, fue de los primeros en vislumbrar las altas murallas de la capital, y la sonrisa se le formó antes de que se diera cuenta. Aunque no era que le emocionase, ese castillo y sus gentes... aún así se sentía como volver a casa. Sin embargo, en cuanto se acercaron un poco más, Dylan se dio cuenta de que algo iba mal. Las banderas ondeaban a media asta.

—Padre...

—Ve —dijo él, viendo lo mismo que Dylan.

Salió de la formación y picó espuelas en uno de los laterales. A pesar de haber estado bastante emocionado minutos antes, en ese momento se encontró intranquilo. Sentía su corazón palpitar con rapidez y sus manos sostenían las riendas con fuerza, intentando que el sudor de sus palmas no le molestara. Siguió el camino a la puerta de la muralla aumentando cada vez más la velocidad, puesto que habían avanzado al paso, y el caballo no estaba cansado.

Aflojó cuando llegó al portón, con las rejas alzadas y las puertas abiertas. A pesar de que era un hecho que en el castillo tendrían las respuestas, las demostraciones públicas también sugerían que era una noticia altamente conocida, así que detuvo el corcel frente a la muralla e inclinó la cabeza hacia arriba.

—¡¿Qué ha pasado?! —preguntó con un grito a los guardias más cercanos, que vigilaban la entrada desde arriba. Antes de que alguno de ellos le respondiera, escuchó los relinchos de unos caballos, y cuando se quiso dar cuenta, el Condestable, Sir Russ, cruzó el portón de la ciudad seguido por unos cuantos hombres.

Dylan esbozó una sonrisa al ver su rostro, aunque se disipó al contemplar su expresión. Sir Russ inclinó la cabeza, al tener un título más bajo que el suyo, y detuvo su caballo a dos pasos de él.

—Mi lord —comenzó, y Dylan ya supo que no iba a decir nada bueno—, iba a buscaros, aunque ya veo que habéis regresado, y por lo que parece, victoriosos.

—Así es, pero —contestó—, ¿qué ha pasado?

—Justo eso iba a contaros. En la madrugada, nuestro señor, su majestad el rey Nicholas II ha muerto —afirmó. Dylan se contuvo para no abrir la boca de la impresión.

—¿Cómo? —Él negó.

—No estoy seguro, pero hacía ya días que estaba en cama —respondió—. Ya habían rumores en la corte.

—¿Qué ha pasado desde entonces? —preguntó, intentando recabar la máxima información posible.

—El pueblo ya ha sido informado, y... ya debéis saber quién es su heredera y sucesora —Dylan intentó no mostrar nada—. Sin embargo, entrad a palacio, habrán quienes sepan informaros mejor.

—Tengo que avisar a mi padre —dijo.

—Descuidad, yo me ocupo —respondió él, y Dylan negó.

—Gracias, pero-

—Dani querrá verte —le cortó, haciendo que frunciera el ceño. No creía que hubiera pasado nada más, aunque nunca habían tenido mucha suerte, pero que Dani se hubiera metido en problemas a la vez que el joven rey moría ya era demasiada casualidad—. No creo que lo sepas, pero también habían rumores sobre ella.

—¿Cómo de ciertos? —Él se rascó el cabello arrugando la nariz.

—No estoy seguro, pero algo verdaderos sí son —dijo.

Dylan suspiró. Aunque no se fiaba de mucha gente, de sir Russ sí que podía, sobre todo si el tema trataba de Dani. Él había sido quien les había enseñado el arte de la espada y el arco, cuando solo había sido por ese entonces un caballero, antes de partir a las batallas contra Sergesh hacía ya casi diez años y volviera como un héroe. Él conocía a Dani desde que era una niña, y sabía que sería incapaz de mentir sobre algo así. Por lo que Dylan no pudo esperar a otro dolor de cabeza.

—Está bien, y gracias —Él asintió. Echó a galopar hacia sus tropas y Dylan hizo lo contrario, dirigiéndose hacia el castillo.

A pesar de lo ocurrido, de la gravedad del asunto, la vida no se había detenido en Olbeir. Su rey había muerto, dejando un trono vacío y la posición más deseada por cualquier hombre libre, y aún así, Dylan tuvo que ir al paso para no atropellar a los transeúntes, que ciertamente, se apartarían como siempre hacían si le vieran galopar cuesta arriba, pero antes de adentrarse en ese enorme edificio, símbolo del poder, se detuvo a mirar a la gente sencilla, hombres, mujeres y niños en su día a día.

Estaba seguro de que si cualquiera de ellos le hubiesen dado la opción de cambiar, de ser algo más, de tener más dinero, un título o un castillo, cualquiera habría abandonado esa frágil tranquilidad en la que ahora vivían. Muchos habrían vendido a sus parientes, madres, padres o hermanos. Algunos nobles, también lo habrían hecho por más, aún teniendo tanto, pues si algo era infinito, era la avaricia humana.

Dylan avanzó por el camino hasta traspasar las murallas interiores de la ciudad, y adentrarse en las tierras del castillo, llegando hasta las puertas de éste. Desmontó y le dio las riendas a un mozo, sin prestar mucha atención. Las banderas colgaban también a media asta y Dylan habría jurado que había más que nunca. También los nobles vestían de luto, aunque poco o nada les importaba la muerte del rey, si no era para su propio beneficio.

Caminó con determinación a paso rápido para mostrar que tenía prisa y que no debía ser molestado, y en cuestión de minutos, ya estaba en el ala de Dani, a metros de su puerta. Llamó dos veces y no se molestó en esperar a que le abrieran. Se adentró a la alcoba, habiendo cerrado la puerta tras de él, y paseó frenético la mirada por la alcoba.

Del dormitorio salió una de las sirvientas de Dani, que con expresión sorprendida, exclamó —¡Milord! —Repasó su atuendo con una mirada mortificada, y se puso pálida al observar el barro que desprendían las suelas de sus botas.

—¿Está mi prima ahí dentro? —preguntó.

—Eh, sí, pero-

Dylan entró en el dormitorio sin dejarla acabar, y su mirada se encontró con la de Dani al entrar. Llevaba un vestido largo y negro, y en su regazo tenía una jaula. Ella la apartó hacia la mesa y se levantó con brío, abriendo los brazos. Dylan respondió a su abrazo.

—¿Estás bien? —Dani se apartó con suavidad y asintió. Aunque no parecía del todo mal, tenía un semblante triste—. Sé lo que ha pasado, y ahora debemos estar más atentos, ser más cuidadosos. Sobre todo, si Helene se convierte en reina.

—Lo sé.

—¿Qué ha pasado contigo? ¿Qué rumores hay sobre ti? ¿Y qué tienes ahí? —preguntó acercándose a la jaula. La miró con horror e incredulidad cuando ese ser y él cruzaron miradas—. ¡¿Estás loca?!

—Nicholas me la regaló —respondió con voz pasiva—. Poco antes de morir.

—¿Nicholas? ¿Nicholas, el rey? —Ella asintió.

—Los rumores que han habido nos involucraban tanto a mí como al rey —confesó—. Creo que se dice que era su amante.

Los ojos de Dylan se abrieron de par en par. Era incapaz de articular palabra al escucharla, y por esa expresión compungida, no estaba seguro de qué pensar.

—Hay más detalles —continuó—, pero igualmente no lo soy -era, no lo era.

—Lo siento, Dani —Ella negó.

—El funeral se va a celebrar en breves, deberías ir a prepararte o a presentar tus respetos —No era que le faltase razón, aunque no quería dejarla sola—. Venga —dijo con un gesto de manos echándole de la alcoba.

—Está bien —Echó una ojeada detrás de ella y se dio cuenta de que la sílfide parecía escucharlos—, y ¿qué vas a hacer con ella?

—No lo sé —respondió girando el cuello para mirarla—, aunque cuando todo esto acabe, ¿podrías hablar con mi padre? Necesito alejarme de la corte, dejar que los rumores se disipen.

—Claro, igualmente quería pedirte una cosa —Miró a través de la ventana y suspiró—, aunque luego. Debería irme ya, a Helene deben de haberle avisado de mi regreso.

—Nos vemos luego pues —Dylan asintió y le dio un beso en la mejilla antes de irse.

Aunque seguía sin gustarle el tema de Dani, por las muchas complicaciones que eso añadía, por lo menos ahora podía respirar tranquilo sabiendo que no era algo tan grave como había pensado. Aunque cualquier cosa de cualquier tipo era opacada por la muerte de un monarca y esa no es una excepción.

Con todo lo que había pasado, a Dylan no le costó nada encontrar a Helene, puesto que era algo bastante obvio. Con tan poco para el funeral, lo más urgente eran las preparaciones, y éstas solían organizarse en la sala de reuniones de la reina, quien era la encargada de ese tipo de cosas, reuniones y fiestas con gente importante, y ahora la sala era algo más simbólico.

Entró por la puerta interrumpiendo desgraciadamente a quien hablaba, pero Helene estaba tan inmersa en su mundo, que no prestó atención y no se dio cuenta. Sin embargo, Dylan se quedó mudo al reconocer a la interlocutora, que como suponía, le daba informes finales de las preparaciones del funeral.

Dylan supuso que Verónica, que siempre había sido quien organizaba las fiestas en la mansión de Icylands, era ahora quien organizaba esa función macabra. Notando el silencio de la sala, Dylan salió de su estupor y carraspeó. Helene levantó la vista, volviendo en sí.

—Milady —dijo arrodillándose y bajando la cabeza. Aunque aún no llevase la corona ni ostentase el título, estaba endiabladamente cerca.

—Levantaos —ordenó. Dylan lo hizo.

—Os acompaño en el sentimiento, mi señora —le dijo—, aunque todos hemos perdido a nuestro soberano, vos habéis perdido un hermano —Ella asintió.

—Me alegro que hayáis regresado con vida, milord —Aunque su tono de voz no daba vestigio de mentira, era lo que Dylan pensó cuando había mandado a una asesina para matarlo. Dylan suponía que una vez que hubiera muerto se habría apoderado de sus tierras, apartando a su padre de su camino antes—. Enhorabuena por la victoria. Espero que las tropas que envié os ayudaran.

Así que había sido ella. Dylan imaginó que el rey ya había estado demasiado débil.

—Notablemente. Tanto es así, que en parte también sois la responsable de la victoria —Ella esbozó una sonrisa, apoyando su mano bajo su mejilla—. Aunque no debería ser yo quien os diera la noticia. Muchos comandaron en la batalla, y yo no me incluyo entre ellos.

—Estoy segura de que disteis todo de vos. Por lo que, por vuestra victoria, concederé a cada uno de los generales, comandantes y capitanes un presente —Eso lo pilló desprevenido y Dylan no supo lo que se traía entre manos, aunque lo que fuera que le diese, no sería gratis—. Con todo lo ocurrido... La batalla y las muertes... Me gustaría regalaros a vos una semana libre para visitar a vuestra madre —respondió—. He oído que está enferma, y si la muerte del rey me ha enseñado algo, es que debemos apreciar a la familia mientras la tengamos a nuestro lado.

Incapaz de negarse, ya que se habría visto como una falta de respeto, se obligó a agradecerle.

—También tenéis el resto del día libre, descansad —Dylan inclinó la cabeza—. Os veré en el funeral.

—Así será.

Salió de la sala y caminó airado, intentando pensar en razones escondidas para ese regalo. Sin embargo, aparte de alejarlo de ella, nada se le ocurría, y ahora mismo, estaba en una situación increíblemente delicada como para ocuparse de otras maquinaciones. Si Helene llegaba a ascender al trono, algo difícil, dado la oposición a una reina reinante y no consorte, sería la segunda en la historia de Cryum, detrás de Annabella I de Cryum, que tan solo había durado dos meses gobernando hasta que se había casado con su primo, posteriormente conocido como Albert IV, y ella se había convertido en reina consorte.

Dylan fue a su cuarto, que se encontraba vacío sin Charlie, intentando recordar qué nobles tenían sangre real y podrían reclamar el trono, y se cambió de ropa, ya que el uniforme iría directamente a la basura, lleno de sangre y mugre. Esos nobles podrían ser un peligro para ella.

Temiendo por una guerra civil por las razones equivocadas, salió del castillo. Ya habían pasado suficientes días, y no podía aguantar más. Además, seguro que habían vuelto.

Bajó el camino hacia la ciudad, envolviéndose en su capa verde oscuro y pronto se mezcló con el gentío. Era agotador no tener ni cinco minutos de descanso, pero para hacerlo bien no podía desvelar sus verdaderas intenciones a palacio, pues su familia pagaría el precio, así que debía ocuparse de sus obligaciones en la corte a la vez que conspiraba con toda clase de personas.

Todo mientras se hacía a la idea de que jamás tendría una vida amorosa normal, ya que una princesa estaba fuera de su alcance tanto como una mujer casada, y que tarde o temprano, la mujer que compartiera su lecho descubriría lo que era. Aunque para ese entonces esperaba que las cosas hubieran cambiado a mejor.

Entró por la puerta y una chiquilla se le acercó. Su indecisión, sus pasos inquietos y su rostro falto de familiaridad le indicaron que era nueva. Cuando vio más cerca su cara, maldijo en voz baja. Era muy joven.

—Piérdete, niña —le dijo cuando se acercó. Ella tragó y sus ojos parecieron determinados. Esbozó una sonrisa seductora que no debería saber hacer y se cruzó de brazos haciendo deliberadamente que sus pechos se apretasen.

—Muchos pagarían un dineral por ser el primero en probarme —Sus palabras no se lo pusieron más fácil. Hurgó en su bolsillo y le lanzó dos monedas que ella atrapó torpemente—. Si crees que con esto me vas a-

—Busca a Marina, la bailarina, o a su hermano Marco —le dijo—. Dile que Esme quiere verlos.

Ella arrugó los labios pensando, pero acabó por acceder. Se marchó escaleras arriba mientras Dylan se sentaba. La niña le daba lástima, pero si la acogía a ella, tendría que hacerlo con todas las demás, y ya tenía suficientes problemas.

—¡Oh, ojos verdes! —Dylan se giró sobre su asiento en la barra y vio a Patricia.

—De nuevo por aquí, no dirás que no le tengo cariño a este antro de mala muerte —le dijo.

—¡Oye, que es como mi hijo! —respondió cuando llegó a él y apoyó el codo en la barra—. Y cada vez que vienes, te gastas una miseria, y no es que seas pobre —dijo echándole un ojo.

—Vamos, no seas así.

—No lo seas tú —contestó airada—, además tengo nuevas chicas. Míralas, seguro que te gusta alguna.

—No lo creo...

—Te digo yo a ti que sí. Tienes a Adina, poco mayor que tú y unos pechos que no te cabrían en las manos —Dylan puso los ojos en blanco—. O Jessie, aunque más pobre en ese aspecto, sabe dar muy buenas m-

—Patricia.

—Carolina, la última, lo prometo. 13 añit-

—Es asqueroso, no es más que una chiquilla.

—Que se gana la vida como todas las demás.

—Igualmente, sabes a quien busco —respondió cansado. Ella resopló.

—Marina, como siempre —Ella esbozó una sonrisa divertida que no le dio buena espina—. Si es que hacéis algo alguna de las veces que vienes, eres muy rápido, ¿no? —Dylan arqueó las cejas en forma de sorpresa. Lo cierto era que apenas se entretenía escasos minutos en su habitación, y no era que ella supiera algo, así que se tragó su insulto.

—¡Rubio! —Giró hacia esa vocecilla de pito, ya que no era un mote nuevo para él y prácticamente era ya una manía girarse ante tal apodo, y la chiquilla de antes hizo un gesto para que subiera.

—Pensaba que no estabas interesado en ella —dijo Patricia. Dylan la miró con frialdad.

—Y no lo estoy —dijo levantándose—. Ponla a hacer cualquier otra cosa. A fregar los suelos si hace falta.

—Entonces su familia se morirá de hambre —Dylan gruñó.

—Tú hazlo.

Subió las escaleras guiado por la niña, aunque ya supiera el camino, y pensó en otra opción para no tener que verla por allí nunca más. Con cada escalón menos, empezó a agobiarse sin encontrar ninguna solución rápida. Tal vez, en casa... pero tendría que marcharse de Olbeir, y Dylan no sabía si era una opción para ella. Dylan suspiró, creyendo que ya tenía sus manos lo suficientemente llenas como para estar pensando en eso, con todo lo que hay por hacer.

—Aquí es —dijo señalando la puerta.

—Gracias —dijo dándole otra moneda. Ella sonrió y se fue animada.

Dylan llamó dos veces a la puerta, hasta que escuchó un "Adelante", y cuando entró, tanto Marina como Marco se hallaban en la alcoba, ambos con ropa de estilo más de viaje que de artistas. Dylan supuso que aún no se habían instalado. Marco le ofreció su mano, sentado encorvado en la cama, bastante repanchingado. Dylan sonrió y se la aceptó, con una palmada y un choque de puños.

—¿Qué tal en casa? —preguntó.

—Bueno, si te refieres a la parte familiar... Podría haber ido peor —contestó Marco con una sonrisa ladeada. Se encogió de hombros mientras decía—. Tengo demasiados hermanos como para no pelearme con alguno —Dylan rió. Sabía a lo que se refería.

—Y si te refieres a la parte política —continuó Marina llevándose consigo una muda de ropa a detrás de un biombo—, bastante bien.

—¿Cómo de bien?

—La familia de nuestra madre está con nosotros —respondió mientras Dylan observaba cómo colgaba la ropa que se quitaba por detrás—. De nuestros hermanos, de los que importan, solo tenemos el apoyo de Luis, pero es el favorito del pueblo, la gente lo adora. Y es el mayor.

—Pero no el heredero —respondió.

—Eso a la gente no le importa —respondió Marco tumbándose en la cama con los brazos detrás de la cabeza. Dylan se cruzó de brazos—. Además, Adrián solo tiene el apoyo de su madre.

—Bueno... —escuchó a Marina decir—. No solo el de ella, ciertamente, pero si lo convencemos los tendrás a todos comiendo de tu mano.

—No sé si-

—Y aunque mis hermanas tienen poca influencia, harán lo que les diga —continuó Marina.

—Y es cierto que tienen algunas conexiones —dijo Marco.

—¿Entonces qué queréis que haga? —preguntó Dylan.

—Vente con nosotros, desprende tu cautivadora presencia y-

—No puedo —dijo resoplando, no con todo lo que estaba pasando.

—Y nosotros no podemos estar de mensajeros todo el rato.

Dylan esbozó una sonrisa. Se alegraba de que por una vez, se hubiera adelantado a nuevos problemas. Aunque él no podía largarse de allí, en esos meses la situación entre Helene y ellos se había suavizado, y con esa victoria en batalla, estaba seguro de que les daría más libertad, además de su situación actual.

—Ya había pensado en eso, y tengo la solución.

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