Capítulo 13: La reunión (editado)
Y como si fuera humo, Taissa se escurrió entre sus dedos. Si tan sólo hubiera tenido un poco de magia... y hubiera podido utilizarla sin que nadie se diera cuenta... Igualmente, no habría sabido cómo hacerlo.
Dylan se pasó las manos por la cara y cerró los ojos, pensando que tal vez, si se esforzaba, podría llegar allí con el vínculo, ese hilo de magia que Taissa había creado. Pensó en Taissa, en su respiración acompasada y sus ojos moviéndose tras sus párpados cuando dormía, en el primer haz de luz que iluminaba su rostro por la mañana cuando todavía no quería despertar, en su piel cálida y sus dedos acariciando su cabello.
Y cuando abrió los ojos, nada. Aún seguía ahí, solo. Suspiró y rezó. Si no volvía a ponerse en contacto... no sabía cómo iba a conservar la cordura. Pero antes, tenía que contárselo a Dani. Tenía que hablar con ella con urgencia. Pedir su opinión. Pedir su consuelo.
Pero ausentarse ahora llamaría la atención, así que decidió encontrarse con ella más tarde, cuando hubiera acabado su turno y pareciese una de las usuales visitas que le hacía, todos los días básicamente. Terminó de prepararse, colocándose la chaqueta roja del uniforme que los distinguía fácilmente, con el escudo de la familia real, el lirio dorado, junto al lince de Kriston, que representaba a Helene desde que se había casado, incluso aunque ya estuviera viuda, a sus 31 años. Muchos rumores habían circulado cuando ocurrió, y ciertamente no Dylan no podía culparlos, aunque la verdad todavía no se hubiera revelado.
Salió de la habitación y detuvo a uno de los chicos con los que a veces patrullaba, John —Ey, ¿sabes dónde está Lady De Forest?
—En la sala de reuniones del segundo piso de la zona este —dijo él tras pensarlo un poco, y con una sonrisa ladina agregó —. Ya llegas tarde, eh.
—Lo sé —soltó con un suspiro.
Dylan se dirigió hacia allí, recordando que con las prisas y los nervios no se había peinado, pero bueno, aunque teía el cabello más largo, ya por las orejas, que hacía que las puntas se le rizasen, no se notaba mucho. Gracias a Dios, cuando entró en la sala, la reunión no había comenzado, y los miembros más próximos de la corte del rey se encontraban de pie, hablando entre ellos, algunos muy conocidos para Dylan, y sin esperarlo, mientras se dirigía a su posición intentando no ser notado, vio que tanto Dani como su padre se encontraban ahí.
Dylan frunció el ceño. No había sabido que su tío estaría allí. Ambos estaban charlando de forma casual con los otros, aunque por mucho que intentase ocultarlo, la conversación no le interesaba en lo más mínimo a Dani.
Dani paseaba la mirada disimuladamente por la sala, con una sonrisa que no le llegaba a los ojos, pero bastante convincente para quien no la conociera de verdad. Y aún así, Dylan pudo notar cómo el alivio recorría su expresión al darse cuenta de su presencia, haciendo que sonriese de verdad. Dylan también sonrió. Dani le susurró unas palabras a su padre, quien miró hacia donde Dylan, quien lo saludó con una sonrisa. Dani se separó de él tras obtener su permiso, y llegó hasta donde Dylan estaba, todavía sin cumplir su misión de guardar la espalda de Helene.
—No sabía si te presentarías —indicó con una sonrisa cuando llegó hasta él con las manos unidas a la espalda. Su vestido azul medianoche caía de manera pesada en cascada dejando una cola de tela a su paso —. Has tardado quince minutos, una falta en tu impoluta lista de puntualidad.
—Lo sé, he sido entretenido —Y debió haber algo en su expresión, porque Dani frunció el ceño curiosa. Las puertas se abrieron, y Dylan le susurró rápidamente —. Luego te cuento.
Ella asintió —Aunque seguramente mi padre querrá que cenemos juntos, en familia.
—Da igual —Dani estuvo a punto de hablar cuando Dylan dijo —. Es importante.
—Vale, te haré llegar una invitación, bueno, yo o mi padre, para la cena —Dylan asintió, y ella se marchó.
De las puertas, siempre abiertas y cerradas por guardias, entró un joven de quince años, con el cabello negro y ojos grises, vestido con elegantes ropajes dorados, botas de cuero y una corona de oro con rubíes, esmeraldas y diamantes sobre su cabeza. El rey.
Los presentes se colocaron en sus puestos para luego inclinarse, hasta Helene, su hermana, se inclinó ante él. Porque aunque compartieran vínculos de sangre y ella fuera mayor, más de quince años mayor, era él quien había heredado el poder, él era el rey.
Con un gesto, restó importancia a las cabezas inclinadas, indicándoles que las alzaran. Se sentó a la cabeza de la larga mesa, en su correspondiente silla, grande y alta, y tapizada de terciopelo rojo, y los demás le imitaron.
Dylan estaba de pie al lado de una pared, en su puesto de guardia. Observó atento las personas que ocupaban las sillas y lo que significaba, cuanto más cerca del rey, más poder tenía, por lo que no le sorprendía que a su lado derecho estuviera su hermana y al izquierdo una silla vacía que pertenecía a lord Thompson, pero que sin embargo, no se encontraba allí, sino en sus tierras.
Las otras sillas estaban ocupadas por tres de los mejores generales, Snake, Wilson y Taylor, además del círculo más alto de nobles, lord Graham, lady Danvers, lord Hunter y su hijo Dominic, con quien Dylan cruzó miradas. Había una conversación pendiente ahí.
Todos tomaron asiento, y con una postura aburrida, el rey, su majestad Nicholas II, preguntó con la barbilla apoyada en su mano —¿Por dónde empezamos?
—Su majestad, los rebeldes de Sergesh han llegado hasta nuestras fronteras —dijo el marqués de Realm, lord Hunter. Dylan frunció el ceño al pensar que todavía no lo sabía, a pesar de que su padre seguramente ya se estuviera haciendo cargo de ello.
—¿Ya? ¿Qué se supone que han hecho en el maldito imperio? —Se quejó él mientras colocaba un dedo en sus labios, pensativo.
—Hermano, como comprenderéis, su territorio es vasto y complejo, y además están al borde de una guerra civil por quién herede el trono —los excusó ella, que sabía que por muy mal que se vieran, quien fuese que se quedase con el trono seguiría siendo un aliado. Y uno poderoso —. Y si no sólo los echamos de nuestras tierras, sino también de las suyas, quedarán en deuda.
—Me gusta cómo pensáis —dijo con una sonrisa. Entonces desvió la mirada hacia Dylan —. Sentaos, lord De Ullers.
—Disculpad, majestad-
Él le interrumpió —Vuestro padre no ha venido, aunque estoy seguro de que algo de gran importancia se lo impedía, a pesar de que lo convoqué especialmente. Así que ocupad su lugar en la mesa —No hizo falta que dijera otra palabra más para que lo hiciera. Sus órdenes eran irrefutables, y nadie lo habría desobedecido estando en su sano juicio. Todavía era un niño, uno malcriado y acostumbrado a que la gente hiciera lo que él quería. Ocupó el lugar entre lady Danver y su tío, y su majestad dijo —. Durante esta reunión seréis el representante de Tirsell.
—Como deseéis.
—Bien —Miró entonces al padre de Dani —. Teníais un asunto que discutir, ¿no es cierto?
Lord Roy, padre de Dani, con sus rizados y pelirrojos cabellos mezclados de gris, se aclaró la garganta antes de hablar —Su majestad, los bandidos vuelven a pasearse por mis tierras como si fueran suyas. No tenemos suficientes hombres, y con la guerra civil del imperio de Dern, los mercenarios han subido sus precios hasta donde la vista ya no alcanza. La vista y las arcas.
Su majestad Nicholas miró a Helene, y ésta se acercó a él y le susurró al oído. Él volvió la vista hacia ella mientras asentía ante sus palabras, le devolvió un par de palabras más, y mantuvieron una conversación a parte. Todos fueron testigos de una confidencialidad y confianza absoluta. Aunque él fuese el rey, en realidad ambos lo eran. Nicholas le pedía consejo siempre que podía, y ella nunca se lo rechazaba. Helene incluso ocupaba ya un sitio como consejera oficial.
Dylan observó a Dani sentada con una postura recta y solemne, pero realmente preocupada por la respuesta.
—Así que tenemos el problema en la frontera sur y con los bandidos en Rist... —determinó él, dando preámbulos a su siguiente orden —. Sobre la frontera, necesito más datos, y los quiero bien documentados. Así que os enviaré a vos, milord —Él miró a Dylan, y la sorpresa se marcó en sus facciones, aunque la ocultó tan pronto como se dio cuenta.
—¿A mí? —preguntó éste.
Dylan tuvo la tentación de mirar a Dani y a su tío, pero Helene lo vería, y le gustaría el sentimiento de incertidumbre que confirmaría con ese simple gesto. El buscar las miradas familiares para sentirse más seguro.
—Así es —respondió Helene por él —. Aunque disfrute de vuestra presencia, seréis más útil allí.
Su respuesta no le reconfortó en absoluto.
—Quiero que os reunáis con los hombres que ya hay allí, que hagáis un reconocimiento del enemigo y que mandéis un informe sobre cuántos soldados vais a necesitar —le indicó —. Liderad las fuerzas —Dylan asintió.
—¿Y sobre Rist, su majestad? —preguntó Dani.
—La pregunta es, ¿y sobre Rainfall? —respondió Helene, llevándose una mirada significativa de su hermano.
—Lo que su gracia quiere decir es que no hemos recibido noticias de la familia desde hace meses, a pesar de que envían sus impuestos, lo que nos sorprendió, la verdad. Ninguno, ni madre ni hijo vienen a las reuniones y no parece importarles esconder a una criminal bajo su techo —Sus palabras eran suaves, aunque había enviado una advertencia a todos.
—Si os referís a la duquesa Meahlly-
—¿Duquesa? —preguntó Julian Graham, hablando por primera vez, con ojos astutos —. Por favor, referíos a ella con el título de lady, o como previa duquesa —Su comentario crispó los nervios de Dylan, pero una sonrisa sin dientes decoró mi rostro.
—Disculpad, es que la ceremonia fue tan rápida y apresurada que a veces se me olvida que existió.
—Cuidad vuestra lengua, milord —le contestó el rey —. Su posición es más alta que la vuestra.
—Lo es, de momento, no puedo negarlo, aunque-
—Dylan —siseó el marqués de Rist en advertencia, dándose cuenta de que estaba yendo muy lejos, y que no iba a hacerles ningún bien.
Así que se tragó sus palabras y dijo —Perdonad la descortesía, su gracia. Pero lady Meahlly no es ninguna criminal, es más bien... una refugiada.
—¿Y lo demuestra huyendo de sus propias tierras y ocultándose? —preguntó.
—Como su majestad ha indicado, lady Meahlly se encuentra en Rainfall, con su familia política —contestó el padre de Dani —. Que no haya mandado invitaciones a toda la corte no significa que se esté escondiendo, pero como suponéis, lo que tuvo lugar en el castillo fue un trauma, del que ella no tenía nada que ver. Su hija no contó con más ayuda que la del hombre apresado y posteriormente ejecutado, y no podéis culpar a lord Henry por lo que hizo.
—Puedo y lo hago —dijo Helene —. Me atacó. Intentó matarme.
—Después de que asesinaras a su hija —la atacó Dylan, incapaz de contenerse.
—No lo digas así, no la maté, la ejecuté —La mesa tembló bajo sus puños y el rey cambió su posición recostada por una alerta. Los demás la miraron avisándole de su inadecuado comportamiento.
—Tranquilizaos, todos —nos reprende. Me mira y con palabras dichas de manera lenta declara —Se impartió justicia, como debía ser. Pero tenéis razón, su incompetencia en educar a su única hija no la hace culpable del crimen de ésta.
Dylan estuvo a punto de gritar, de responder de forma cortante cuando Dani se le adelantó para hablar —Gracias por vuestra comprensión, su majestad.
Ella, a diferencia de Dylan, sabía controlarse mucho mejor, por lo menos en ese momento. Sabía que en cuanto las puertas de su alcoba se cerrasen entraría en rabia, gritaría, sus manos desgarrarían lo que encontrasen más cercano, sus pies darían patadas, rompería y destrozaría absolutamente todo a su alcance, muebles y papeles, hasta que sólo quedase una joven sentada en el suelo, con la respiración entrecortada por el esfuerzo, y sirvientas asustadas que en un par de horas harían parecer que nada había pasado. Pero nada de eso pasaría cerca de ellos. No serían testigos de sus verdaderos sentimientos.
Su majestad Nicholas esbozó una sonrisa mientras miraba a Dani, satisfecho por su respuesta.
—Es mi deber como rey, milady —Helene le susurró unas palabras y él suspiró.
—¿Entonces dejará que se quede con su cuñada? Todos somos conscientes de que ya no tiene lugar en la corte —dijo Dani, ignorando que Helene no había acabado su íntima conversación con el rey.
—Por supuesto —dijo él haciendo un gesto a su hermana para que guardase silencio, y ella frunció el ceño —. Aunque me gustaría que el joven marqués asista tan pronto como pueda a nuestras reuniones, para que podamos tener mejor en cuenta Rainfall y sus necesidades —Dani sonrió mientras asentía, y él amplió su sonrisa —. Y estoy seguro de que con los soldados que ellos mismos os provean y los que yo mismo envíe seréis capaces de haceros cargo de la situación en Rist, no me gustaría que nuestro precioso marquesado se vea invadido por indeseables.
—Sois muy generoso, majestad —El rey desdeñó sus palabras con un gesto.
—Vos sois la que me tenéis en alta estima —Dylan puso los ojos en blanco, divertido de lo poco cierto que era eso —. Y espero no equivocarme con el poder militar con el que cuenta Rainfall y que sea suficiente.
—Lo será, no os preocupéis —dijo ella.
—Hoy mismo enviaré una carta a Rainfall para que os ayuden —Roy asintió, aunque por su expresión Dylan pudo ver que no le había hecho gracia que Dani hablara, aunque se suponía que era su heredera y que en un futuro tendría que hacerlo igualmente —. Como muy tarde, en tres días estarán preparados mis soldados. Y si eso era todo, podéis dejar la sala —Dylan se levantó junto a los demás y él dijo —. Y lord De Ullers, mañana al alba quiero que marchéis a la frontera.
—Así lo haré —indicó.
—Y yo quiero hablar contigo —Dylan intentó no sospechar del agotamiento que le producía compartir el mismo espacio que ella. Pero Helene no se lo puso sencillo.
—Debo prepararm-
—No podría importarme menos —dijo —. En media hora en la sala de té de la reina. Luego podréis hacer lo que queráis.
—Sus palabras son órdenes, milady.
Y unas que desgraciadamente estaba obligado a obedecer.
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