NO salía de su asombro. Remus la miraba con una gran sonrisa, esperando algún tipo de respuesta, pero la rubia abría la boca y la volvía a cerrar.
— ¿Profesor?
— Si.
— ¿Defensa Contra las Artes Oscuras?
— Si.
— ¿Qué diantres es eso Remus?
Sin evitarlo, soltó una larga carcajada. El castaño rio de buena gana al ver la confusión en su bello rostro, si, Remus Lupin consideraba bella a su preciada compañera. Eran de mundos distintos, sus costumbres eran completamente diferentes, Amelia odiaba el mundo mágico, él desconocía el mundo muggle, pero ambos se llevaban bien.
— ¡No te rías! — se cruzó de brazos molesta.
— Perdona Amelia, a veces olvido que eres... — guardo silencio al darse cuenta de su elección de palabras.
— Anda dilo, soy una muggle —rodo los ojos — Viniendo de ti, eso debería ser un cumplido, soy de las pocas personas no mágicas que conocen su dichoso secretito —sonrió tranquila.
Adoraba eso de ella. Su inusual modo de tomar las cosas a su manera. Otra persona en su lugar se ofendería. Pero no ella, Amelia Granger sabia tomar las ofensas con buen humor.
— ¿Cuándo inicias? — mordió su panecillo de mermelada.
— Este año, daré clases a tu hermana — pidió otra taza de té.
— Jujuju, eso estará de lujo — junto las manos ideando un plan — Por favor déjala en ridículo por mi.
— No Amelia, no puedo hacer eso — negó
— Vamos Remus, hazlo, solo un pequeño tropezón para arruinar su excelente promedio o calificaciones, no sé cómo aprueban a los magos.
— Bien, solo uno pequeño — mintió divertido, no sería capaz de abusar de su posición como profesor.
— Y... ¿Qué son las Defensas Oscuras? — Remus gustoso le contó algunos detalles.
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Deseo, deseo con todas sus fuerzas cruzar el muro junto a esa odiosa, pero no podía, era una maldita muggle. Se cruzo de brazos al ver a su familia fundirse en un cálido abrazo, las muestras de afecto eran comunes últimamente, desde el accidente de Hermione, sus padres a cada segundo le decían lo mucho que la querían, de distintas maneras.
— Amelia, abraza a tu hermana por favor — ordeno su madre.
— Primero terminen usted, yo esperare paciente — mostro los dientes en una mueca.
— Deberías hacer caso, no se sabe cuándo la volverás a ver
— ¡Remus!
Ignorando a sus padres se giró ante la voz tan conocida de su amigo. El mago se encontraba a escasos pasos suyos, portaba nuevas ropas desgastadas como siempre. Un pantalón remendado, una camisa un poco sucia, una gabardina maltrecha y una maleta de años. Se acerco al castaño y lo abrazo con fuerza, por él deseaba cruzar el estúpido muro. Deseaba verlo, darle consejos sobre cómo tratar adolescentes revoltosos y como castigarlos para su diversión. Si, a veces Amelia era un poco traviesa.
— Me alegra verte — dudo Remus en corresponder el abrazo.
— Pensé que ya estabas en el tren.
— Bueno, me he quedado dormido...
Fue cuando lo vio. Lucia enfermo, su piel pálida estaba amarilla, un nuevo corte asomaba su frente, sus cabellos eran un desastre y el hombre apenas se mantenía en pie. La postura encorvada, le dio mala espina, preocupada Amelia se separó.
— Remus, debes cuidarte más — lo regaño —Me gustaría que dejaras tu trabajo nocturno
— Es imposible — rio nervioso — Sera mejor arribar el tren, los estudiantes se aproximan y no es propio de un profesor llegar tarde.
— Bien, solo promete que dormirás bien — ordeno como su madre.
— Claro, claro, te escribiré en cuanto llegue al colegio si así te quedas más tranquila.
— Gracias.
Por un segundo Amelia se permitió despedirse como lo hacían solo en las películas. Le dio un pequeño beso en la mejilla, sorprendió a Remus quien confundido paso por el muro.
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