SI VOLVIA a verlos de nuevo, fundidos en un abrazo juraba que gritaría de la desesperación. El chiflado había vuelto aparecer esa mañana de sábado, recordando a sus padres la importancia del material para su adorada niña Hermione. Exasperada prefirió abandonar la casa, pero su madre se lo impidió.

— ¿Por qué?

— Ahora tu hermana te necesita, todo esto es nuevo para ella, requiere todo nuestro apoyo.

— ¡Que se vaya con ese idiota! Así seguro desaparece y nuestra perfecta normalidad regresa.

— No voy a permitir que hables de ese modo jovencita, controla tu lenguaje o no saldrás lo que resta de vacaciones.

Ahogó un grito. Todo era culpa de esa odiosa de su hermana. Todo era su culpa. Molesta se fue a la cocina para tomar una manzana y seguir escuchando la habladuría de los adultos. Su hermanita hermosa bajo las escaleras parecía emocionada al ver de nuevo a ese mago de pacotilla.

— Señorita Granger, es un gusto verle de nuevo. Debo informarle que a partir de hoy tomare la tarde libre para poder enseñar a vuestros padre todo lo esencial sobre nuestro mundo.

— ¿Podría acompañarlos? 

— Sera todo un placer.

Deseaba con todas sus fuerzas arrojar la manzana a esa odiosa que sonreía con alegría, pero se contuvo, si volvía a hacer algún tipo de rebeldía, su madre seguramente le echaría a la calle. Sopesando la idea, no resultaba tan mala. El resto de la tarde escucho hablar sobre escobas voladoras, calderos chorreantes y un sinfín de tonterías sin sentido.

— Por favor, deja que me vaya — susurro a su madre desesperada.

— Tonterías Amelia, debes quedarte, recuerda, debemos apoyar a tu hermana.

Su preciada hermana menor, Hermione Granger no merecía si quiera una pizca de su apoyo.

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Escucho de su amiga Julissa que ayudaba mucho el contar para recobrar la paciencia. Nunca le preguntó hasta qué número debía hacerlo, pero ya iba por el cincuenta y no lograba retomar su paciencia. En cambio, con cada número que acumulaba estaba por soltar un chillido de histeria.

El chiflado de nuevo apareció el viernes por la tarde, con una tarta de quien sabe que cosa para la familia, en muestra de su dedicación a su hija. Ese día el término muggle se escapó de los labios de ese lunático, palabra que utilizaban para referirse a las personas no mágicas. Eso era un tipo de racismo para ella. Ser etiquetada, era una molestia aún mayor.

— Entonces, señor... ¿Mis padres son muggles?

— Es correcto señorita Granger.

— Pero, usted dijo que los no mágicos o muggles tienen prohibido conocer de la existencia de la magia — parecía confundida.

— No todos los muggle conocen de nuestra existencia — colaboró — Solo aquellos que tienen un hijo o hija que nacen con habilidades mágicas, como usted — contestó con una enorme sonrisa —Solo así, se le permite a la familia conocer sobre nuestra existencia.

"Solo así..." de nuevo sumo un número más a su cuenta ya iba por el ochenta y ese orate seguía hablando de tonterías. Sus padres se encontraban trabajando y por petición de ellos se encontraba comiendo pudín de chocolate mientras su hermana y el loco hablaban sobre el mundo mágico que parecía adorar más su hermanita. El pudin se acabó junto a su paciencia. Ese mago respondía todas las preguntas que Hermione tenía preparadas en una lista, su hermana era una completa sabelotodo y si algo no lograba entender, preparaba dichas listas con un sinfín de cuestiones.

— Disculpe señorita Granger, pero su hermana vuelve a mirar de ese modo — susurro ajeno a ser escuchado por Amelia.

— No le haga caso, ella es así, no le agrada mucho la gente — rió nerviosa— Amelia por favor, no mires de ese modo a nuestro invitado.

Rechino los dientes, sonaba igual a su madre, autoritaria. Como si todo fuera maravilloso para la familia.