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Capitulo 1

Una nueva discusión, un nuevo semidiós, un nuevo dolor de cabeza y de corazón.
La diosa del matrimonio miraba con frío desinterés la reunión de los dioses en el olimpo. Su querido esposo había concebido un nuevo semidiós con alguna de sus múltiples amantes, la reunión tenia el fin de decretar que ningun dios se volvería a involucrar con humanos, demasiados semidioses podría volverse un peligro para ellos. Pero no era algo que a ella le importara, ya estaba harta del mismo tema, su esposo engañándola y los demás "prometiendo" que nunca volverían a involucrarse con humanos pero a quien engañaban? Ares, poseidon, Afrodita, hermes y por sobre todos zeus jamas renunciarían a la compañía humana ni siquiera cuando tres de ellos eran casados.
Cansada de tanta hipocresía, se retiro con toda su elegancia y dignidad del salón ante las miradas fastidiadas de sus iguales, era natural, seguramente creían que iría a planear las muertes de las amantes de su esposo pero ese pensamiento no podía estar mas alejado de la realidad. Se paseo por los solitarios pasillos del templo de zeus con dirección a su propio templo, miro con desagrado la estatua suya que tenia a sus pies una especie de placa dorada donde sobresalían las palabras "matrimonio" y "fidelidad". Ella era la diosa del matrimonio y la fidelidad, jamas miro a otro hombre que no fuera su marido y sabia que no iba a hacerlo, amaba a ese hombre, se había enamorado tontamente del rey del olimpo.
Sacudió su cabeza, intentando ahuyentar a la voz que le exigía venganza contra esa mujer y el engendro de su pecado. Había algo, otra voz, que le susurraba muy bajito que castigar a un pequeño ser inocente estaba mal, que todos esos semidioses recién nacidos a los que asesino eran inocentes, no eran culpables de los deslices de zeus.
Sin importarle nada, se tiro de rodillas al suelo de mármol de su templo y lloro.

Lloro amargamente nuevamente, no sollozo, no grito, solo dejo que sus lágrimas demostraran el dolor que acongojaba su corazón.
Hace siglos ella era una mujer dulce, inocente y tierna, maternal, que amaba a sus hermanos y que jamas habría manchado sus manos de sangre, después su maldito hermano menor la engaño para casarse con él, la hizo creer que finalmente seria completamente feliz, que vivirían felices reinando el olimpo y criarían a sus hijos con amor y que obtuvo en su lugar? Ser la esposa engañada con mas hijastros que hijos propios, ser la mujer mas repudiada en el olimpo por ser la asesina de semidioses y amantes mortales de su esposo.

Acaso nadie veía su sufrir? Acaso solo zeus y sus amantes e hijos eran las víctimas? Acaso ella no tenia sentimientos? Un corazón frágil que se destrozaba cada que se enteraba de una nueva infidelidad?

Fue su culpa! Fue zeus quien la convirtió en la diosa mas fria y despiadada que era! El convirtió a esa dulce mujer en un monstruo asesino. Y nadie lo veía...

Hestia: hera...-susurro su hermana acercándose muy lentamente hacia ella.

Los ojos celestes de hera chocaron con los dorados de la diosa del fuego, esperaba encontrar lastima o pena pero en su lugar solo encontró un sincero cariño fraternal que la impulso a refugiarse en los brazos abiertos de su hermana.
Volvió a llorar pero a diferencia de las otras veces, esta vez tenia a alguien quien la consolara, que le diera un "todo esta bien" o un "tranquila pequeña, yo estoy contigo", eso era lo que necesitaba realmente, necesitaba a alguien quien la ayudara y que la escuchara.

Hestia: no llores, mi querida hera, no por él.-susurro mientras acariciaba su cabello con dulzura. Aunque ella quisiera a todos sus hermanos por igual, odiaba ver como zeus ignoraba y engañaba a hera, como si ella no fuera nada, como si no importaran las lágrimas que derramaba en silencio.

Hera: por que..? por que me..hace esto?...ese..ese..-sollozo sin separarse ni un poco de hestia, sentía que era lo único a lo que podía aferrarse.

Hestia: el no lo entiende, no ve a la bella mujer con la que se caso, la mujer que siempre ha estado con él y que a pesar de todo le es fiel.-explicó secando delicadamente las lagrimas de la reina del olimpo.

Hera: quiero irme, no lo soporto más.-susurro tan bajo que por un momento pensó que la mayor no la abría escuchado pero al alzar la mirada comprendió que hestia la había escuchado perfectamente pues la sorpresa se reflejaba perfectamente en sus ojos dorados.

Hestia sabia que no podrían detenerla, reconocia la determinación y la desesperación en la mirada celeste de la diosa del matrimonio, era claro que se iría teniendo su consentimiento o no.

Hestia: yo iré a donde tu vayas, querida.-sentencio con una sonrisa tan cariñosa que le recordó a hera los pocos días que estuvo entre los brazos de su madre rea.

Hera: por que? Por que querrías irte?-pregunto en un tono bajo, como si compartieran un secreto.

Hestia: por que nunca abandonare a mi hermana menor.-respondió apartando los cabellos de la frente de hera para depositar un cálido beso en ella.

"Yo tampoco" se escucho a espaldas de ambas. Sorprendidas y asustadas por que las estuvieran espiando, se levantaron y miraron a la tercera persona en la habitación.

Una mujer alta de piel tigreña, con cabellos castaños perfectamente recogidos en una trenza que caía suavemente por su hombro, ojos verdes como el bosque profundo.
Era la diosa demeter, su hermana.

Demeter: perdoname, querida, nunca vi todo el daño que zeus te causo, estaba tan cegada por la ira y el dolor que jamas estuve contigo. Perdoname hera, perdona a tu hermana.-pidió tomando su mano y mirándola con verdadero arrepentimiento.

La pelinegra la miro con sospecha, solo había visto ese comportamiento en demeter dirigido hacia su amada kore, pero aun así le sonrió y se acerco a ella para darle un rápido abrazo.

Hera: no hay nada que perdonar, demeter.-dijo mirando como los ojos verdes de la mayor centelleaban de alegría.

Hestia: estamos contigo, hera, te apoyaremos en todo. Si irte es lo que deseas, iremos contigo.

Demeter: no es como si alguien fuera a notar nuestra ausencia. A fin de cuentas solo somos una celosa, una mujer que se apenas y se separa de su jardín y una que se la pasa encerrada en su cálido templo.

Hera: solo yo estoy casada pero como mi "amado" esposo prefiere la compañía humana antes que la mía, tardara siglos en notar mi ausencia. Vámonos, escapemos juntas a la tierra, seamos felices las tres.-pidió tomando las manos de sus hermanas mayores.

Hestia y demeter compartieron una mirada rápida antes de sonreír a la mas pequeña quien las miraba emocionada y nerviosa. Para muchos, hera era una mujer fría y sin sentimientos pero para ellas era un dulce ángel que había sido herida demasiadas veces por la misma persona.
No permitirían que hera volviera a ser lastimada por su esposo, la protegerían de todos los hombres que quisieran lastimarla, su adorada hermana no volvería a llorar.

Con grandes sonrisas y tomadas de las manos, las tres hijas de rea se escabulleron al jardín e las hespérides, el lugar sagrado donde hera cuidaba de las manzanas doradas que concedían la inmortalidad.
En medio de ese bello jardín sobresalía una fuente de mármol con un arco en medio de un pilar, era algo simple pero ante la presencia de las poderosas mujeres, el centro del arco brillo hasta que las mismas aguas de la fuente flotaron hacia el centro y se transformaron en una especie de portal, era como un espejo que reflejaba sus auras.

Las mayores se subieron al borde de la fuente y ayudaron a la menor a subir hasta que las tres estuvieron a solo unos centímetros del portal.

Hera: no tienen que venir sino quieren, es mi decisión irme de aquí, pero ustedes no tienen razones para marcharse.-dijo sin quitar la vista del frente.

Demeter: eres nuestra hermana menor, hera, iremos contigo siempre.

Hestia: no volverás a llorar, hera, no si nosotras podemos evitarlo.

Hera: gracias...-susurro dejando caer su última lágrima en las aguas de la fuente.

Decididas, las tres dieron un salto hacia el portal y al instante se vieron envueltas en una especie de remolino que las desorientaba pero extrañamente no les era desagradable, sus cuerpos se sentían adormecidos y un sutil calor se instalo en sus pechos pero aun así nunca se soltaron de las manos.
No sabían si pasaron horas o siglos pero jamas volverían a soltarse, siempre juntas, esa era su decisión.

Ese día las tres diosas hermanas decidieron reencarnar.

Continuará...

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