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𝐑𝐞𝐪𝐮𝐢𝐞𝐦

"En un tiempo que no es un tiempo, en un día que no es un día..."

El murmurar de aquellas palabras aparecieron al fondo de mi mente, como un eterno rezar al cual me aferraba.

"En un lugar que no es un lugar".

¿En dónde había escuchado aquello antes? Incluso la voz que les pronunciaba se sentía ajena, casi diluida por la lejanía en la que murmuraba.

Si tan solo pudiera pasar un segundo a solas para concentrarme en aquellas palabras...

Mi atención se coló por una astillada ventana de madera a medio cubrir, el sol comenzaba a ocultarse detrás de las espesas nubes rojizas que se alzaban en el horizonte. Estaba a punto de anochecer.

Cada día más cerca... —murmuré para mí.

La bruma escarlata comenzaba a acorralarnos, mientras nos quedábamos con cada vez menos lugares para huir.

"Tic, tac, tic, tac", el tiempo se agotaba.

Instintivamente, tomé el collar que colgaba de mi cuello, observando la gema que poseía de cerca.

La joya estaba rota, como todo en aquel grasiento y desaliñado taller en el que esperaba. Su brillo se había apagado por completo, dejándole vacía, y por más que le tomara, no lograba que esta respondiera al tacto de mi piel.

Aquel collar era el mismo que Asra, príncipe de Fitore, me había dado, junto con la promesa de siempre encontrarme... Qué extraño sonaba aquello, tan lejano, tan irreal, tan ajeno.

Su promesa se había roto en el momento de la explosión que yo misma había causado intentando salvar a Meena.

Había pasado un año desde el incidente de Courtest, pero dolía tanto como si hubiera sido ayer.

Lo último que recordaba del incidente era un puñado de voces, haciéndose cada vez más cercanas, hasta convertirse en memorias. Memorias que de cierta manera se sentían tan íntimas como si fueran mías.

"Lumina" me había llamado Asra, al igual que en aquellas memorias.

Después de aquello, lo único que lograba rememorar era haber despertado sin la más mínima idea de en dónde estaba, con Narumi corriendo hacia mí

Detrás le seguían Yue, Naisha, y avanzando tan silencioso como si fuera una sombra, se encontraba el emperador de Aghat, Izar Daiyu.

Mi despertar, a pesar de al principio parecer pacífico, vino acompañado de algo más, algo feroz y agresivo. Mi corazón se agitó, mis músculos se tensaron, mientras mis pulmones luchaban por algo de aire, estaba perdiendo el control de mi cuerpo, pues me había condenado a existir en una eterna lucha con Kanei, el espíritu de la muerte violenta.

Desde el primer momento, Kanei, intentó mantener el control sobre mí, provocando aquel caos que no me dejó en paz ni siquiera al recobrar conciencia.

"El lobo intenta liberarse" aclaró Akai refiriéndose a su compañero, quien siempre se presentaba en forma de lobo.

Akai lucía un hermoso rostro de dulce mirada y figura de doncella, ella era el espíritu de la muerte tranquila.

Cerré los ojos con fuerza, intentando contener el dolor que Kanei me provocaba, quería deshacerme de él, separarme con tanta desesperación que apenas me importaba lo que sucedía a mi alrededor. Sin embargo, por más que intentara él seguía atado a mí, estábamos condenados a seguir juntos hasta encontrar la daga que yo misma había roto, la daga que liberaría al lobo.

Aquel artefacto se había perdido en medio del campo de batalla en el que había caído inconsciente. Terminando seguramente en pedazos o enterrado entre escombros.

"Déjame ir" gruñó el lobo en mi mente.

"Ambos estamos atrapados" respondí con voz entrecortada.

Narumi se acercó cautelosa, siendo la única de los espectadores en tener una idea de qué podría estar pasando frente a ella.

"Aquí estás a salvo" pronunció amablemente mientras tomaba mi mano.

Abrí los ojos, dedicándole una intensa mirada, los iris de mis ojos se tornaron de un rojo sangre en cuanto esta acarició mi piel; Era el lobo viéndole frente a frente, retándole a no acercarse más.

"Suficiente, ustedes dos", espetó Akai, templando la ira de Kanei, quien devolvió mis ojos a su color original; uno castaño y uno azul.

"No solo el destino ha sido modificado a causa de sus acciones, sino también el balance de la vida misma". Habló con seriedad.

Debí parecer bastante extraña a ojos de los demás, puesto que Yue alejó a Narumi de mi lado cuidadosamente mientras yo prestaba atención a las palabras de Akai a mi lado. Naturalmente, nadie podía oír al lobo o ver a la doncella.

La explicación de Akai había sido simple. El papel del lobo no podía desaparecer, pues la muerte era parte esencial de la vida, y al habernos condenado a coexistir, sería yo quien debería cumplir con su papel.

Así pues, por las noches Kanei tomaría el control de mi cuerpo para acompañar a la doncella, pues tal y como rezaba su leyenda, ambos espíritus no podrían ser separados, pues eran parte el uno del otro.

Desde entonces se rumoraba que el lobo había tomado forma de mujer, bautizándome con el nombre de "Ilunatha".

Entendía bien el significado de aquel nombre, me llamaban maldita, y en cierta manera, lo estaba.

Cerré mi puño, deshaciéndome de tales recuerdo, aprisionando entre mis dedos el collar que aún mantenía frente a mí.

Los últimos rayos de sol comenzaban a morir en el firmamento y el silencio reinaba en el lugar. Aquello no podría ser bueno, no era normal.

Los días en el improvisado asentamiento de Aghat a menudo eran bulliciosos, las personas se habían instalado alrededor de lo que quedaba de un viejo palacio imperial, con Izar y la mayor parte de su equipo residiendo en el mismo.

Parte del palacio había sido destinado exclusivamente para investigación, puesto que Izar tenía la idea de que el progreso y la innovación ayudarían a salvar al imperio, o por lo menos lo que quedaba de él.

Y aquel grasiento taller era parte de sus investigaciones, el cual pertenecía Lurianflus... Luri para ser más precisos; Una joven energética, de intenso cabello azul y con ideas bastante alocadas. Su piel se mantenía manchada de polvo, aceite u hollín la mayor parte del tiempo, gracias a que esta se la pasaba de aquí para allá, probando toda teoría que cruzara por su cabeza hasta hacer que funcionara.

La peliazul me había mandado a llamar para probar otro de sus prototipos, sin embargo, no se encontraba allí. Imaginaba estaría ocupada buscando entre cacharros antiguos alguna pieza que le faltara o se hubiera roto. Todo lo que me quedaba era esperar.

Paseé la mirada por el lugar, además de las piezas retorcidas y destruidas que se distribuían alrededor, también había cientos de planos tachados y desdibujados, apilados unos sobre otros sin mucho orden o cuidado, sin duda eran los vestigios de cada prueba y error que la chica hacía.

Algunos de aquellos planos habían sido saqueados del palacio de Fitore en Nadhera, puesto que, Narumi al enterarse de que el príncipe Asra guardaba el conocimiento de las Ayras, no dudó en organizar varios escuadrones dispuestos a robar conocimiento en un intento desesperado por hacer algún progreso.

"Esto dará luz a la oscuridad que nos atormenta", había asegurado cuando intenté disuadirla de volver al palacio.

Todas y cada una de las expediciones a Nadhera habían sido exitosas, regresando cada vez con algún plano o pieza fabricada por Asra, sin embargo, con el pasar del tiempo, se tornaba cada vez más difícil y peligroso volver.

La última vez apenas lograron regresar con vida. Al parecer habían dispuesto y reforzado la vigilancia que se había asentado alrededor de Asra y su taller.

Cierta angustia comenzó a invadir mi pecho. Aquella mañana Narumi y su equipo habían partido en busca de una pieza clave para Luri, mas estaba atardeciendo y aún no habían regresado...

—Cuántas veces necesito decírtelo Lurianflus... —escuché una voz profunda renegar en la entrada.

Regresé la mirada para encontrarme con un muchacho, alto, de un pulcro y bien ordenado cabello ceniza, y ojos tan dorados como el ámbar.

Su sola presencia imponía, quizá era su porte, su voz o quizá era el hecho de que todas y cada una las veces en las que nos habíamos cruzado parecía estar molesto o de mal humor, cosa que parecía nunca cambiar.

El joven frunció aún más el ceño al verme sola, husmeando en aquella habitación.

—Ah, eres tú —murmuró entre dientes, como si fuera la cosa más indeseable en el mundo.

—Saludos para ti también —respondí fría.

Había algo en él que no me agradaba, algo que incluso despertaba a Kanei, queriendo este tomar el control cuando el joven se encontraba cerca.

El nombre de aquel muchacho era Bastian Sartore, miembro importante en la corte de Izar: La corte maldita.

La corte maldita había adoptado aquel nombre gracias a ser conformada por los pocos encantadores que lograron escapar de Fitore, junto con algunos desertores de Perang y otros tantos voluntarios de Aghat. Todos rechazados de alguna u otra manera por los demás, al final de cuentas, no encontraron palabras más amables para definirse.

"¡Dile que se aleje o...!", comenzó a gruñir el lobo al notar su presencia.

—Silencio, no es tu turno de hablar —espeté en voz alta para callarle, llevándome una mirada inquisidora de parte de Bastian.

Kanei rio. Bastian suspiró pesadamente. Claramente, pensaba que estaba loca.

—Volveré más tarde —siseó sin prestarme más atención.

Sin embargo, antes de que este pudiera salir del todo, una runa cayó en el suelo, seguida de un brillo esmeralda, el cual trajo a Narumi, quien entre lágrimas cargaba a Yue consigo.

Yue estaba herida, la sangre salía a borbotones de su estómago, movía sus labios con desesperación. Apenas poder respirar.

¡AYUDA! —vociferó Narumi desesperada—. NECESITA ATENCIÓN, AHORA —urgió al ver a Bastian en el umbral.

Bastian no esperó a que esta terminara sus palabras y en menos de un instante, se deshizo de todo lo que estaba sobre una de las mesas de Lurianflus. Los inventos de la peliazul rebotaron contra el suelo, algunos sobreviviendo la caída, otros haciéndose añicos.

Me mantuve al margen, observando aquella escena como si fuera un simple espectador. ¿Qué me pasaba?

Narumi recostó a Yue en la superficie, mientras Bastian salía corriendo en busca de su equipo.

Bastian era lo más parecido a un médico con lo que contábamos, sin embargo, este no se llamaba a sí mismo así. Según había escuchado, prefería el nombre de alquimista, un término que no se apegaba a ninguna regla de medicina o herbolaria que hubiera visto antes.

"ES MÍA, ES MÍA, ES MÍA" exclamó Kanei saboreando la vida de Yue con desesperación, iluminando por un segundo mis ojos, volviéndoles escarlata.

¡SILENCIO! —le volví a callar, obteniendo la atención de Narumi.

Lev... —comenzó a suplicar Narumi.

Réquiem, lo sé.

Asentí antes de ponerme de pie. El pacto que había hecho con Kanei me había otorgado poderes que aún temía utilizar y "Réquiem" era la clave que teníamos para uno de ellos.

—No le queda mucho tiempo —confesé al presentir la ansiedad del lobo por reclamar una víctima—. Esto no será algo agradable de ver.

Narumi se apartó, dándome paso libre hacia Yue, quien parecía estar a punto de caer en la inconsciencia.

—Ya lo he visto antes —pronunció otorgándome uno de sus cuchillos—. No le temo a él, tampoco a ti.

La voz de Narumi era amable y compasiva, como si le preocupara lastimarme con sus palabras.

—Yo sí... —admití entre dientes—. Nos temo a ambos.

Dicho esto tomé el cuchillo con ambas manos, notando como estas temblaban, negándose a hacer lo que les ordenaba y, dando un respiro para calmar mis nervios, lo levanté en alto.

Observé cómo cierto color azulado comenzó a envolver afilada la hoja del cuchillo, para después, hundirlo en el pecho de Yue tan abruptamente que esta se sacudió con un agonizante quejido.

Aparté la mirada, odiaba tener que apuñalar a mis propios compañeros.

La luz que iluminaba el arma se comenzó a esparcir desde mis manos, las cuales aún sostenían el mango cuchillo, hasta el cuerpo de la joven, quien poco a poco comenzó a respirar sin dificultad, atenuando su dolor y cerrando sus heridas.

Retiré el artefacto una vez el brillo desapareció, por suerte aquello no dejaría marca alguna en muchacha.

—Te lo agradezco...—expresó Yue con voz ahogada mientras se recuperaba.

Narumi le abrazó enseguida mientras me apartaba sin saber bien qué decir.

Me sentía tan ajena a todo lo que me rodeaba que apenas tenía tiempo de reaccionar, cargar con la crueldad que Kanei llevaba consigo comenzaba a afectarme, ni siquiera podía sentir algo de alivio después de salvar a Yue. Por más que buscara algo de calidez en mi interior, no lograba encontrarlo.

Ah... no sé ni por qué me molesto —protestó Bastian, al darse cuenta de que, para cuando había llegado cargando un pesado maletín, ya había resuelto el problema—. Debiste hacer eso desde un principio.

—No es nada agradable para mí hacerlo —espeté.

—Vaya egoísmo —bufó.

Bastian —le reprendió Narumi al escucharle—. Ya fue suficiente.

—Me habría encantado que le hubieras dicho lo mismo —replicó con hiriente sarcasmo—. Cuando me arrebató a mi hermana.

Desvié la mirada, no podía contradecirle, pues tenía razón.

La explosión que había causado en Courtest al desafiar a Akai había arrebatado muchas vidas, incluida la de la hermana de Bastian.

Ahora estaba por ahí, merodeando a su alrededor mientras seguía de luto por su pérdida. Y con el ímpetu, frialdad e impulsividad de Kanei, seguro le parecía un monstruo.

Si tan solo hubiera tenido el tiempo para meditar mejor mis acciones...

Quizá todo hubiera resultado diferente.

Quizá... La promesa de Asra no se habría roto.

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