𝐏𝐫𝐞𝐟𝐚𝐜𝐢𝐨
"¿Cómo puedo conocer yo el significado de amar?
Si cuando me paseo entre rosas estas se marchitan.
Cuando los niños trenzan mi cabello caen en desgracia.
Y cuando el más valiente de los hombres me besó, cayó rendido entre mis brazos, sin vida.
¿Cómo conocer lo que es la compañía? ¿Cómo terminar con la infinita soledad que me aqueja?"
Ni siquiera el eco de su voz acudió a ella. No tenía respuestas, jamás las tendría.
¿Cómo acabar con algo interminable? ¿Cómo podría tener un final cuando ella era el final mismo?
La muerte no ha de desaparecer.
La muerte no es algo que se ha de desear.
La muerte no es la mejor compañía.
Entre hombres, espíritus y dioses, se encontraría vagando en soledad, siendo rechazada y temida por cualquiera que le viese.
Así pues, su condena sería el exilio, siempre oculta a ojos de los otros, como una silueta difuminada por el rabillo del ojo o una mancha borrosa en el espejo.
La leyenda de Akaneia; la vasalla de la muerte, aún no estaba escrita.
Cada espíritu, cada dios, incluso cada héroe de naturaleza mortal, contaba con su propia leyenda, todos menos ella.
¿Sería aquello por culpa de su condena también? Incluso aquellos seres que se habían atrevido a traicionar a los dioses habían sido inmortalizados.
Ah, cómo recordaba a aquella joven, servidora de la luna, la cual se había decantado por los mortales, antes que por los suyos.
Lumina. Recordaba bien aquel nombre.
¿Qué tendría Lumina que ella no?
Había hecho las cosas correctamente, había seguido las reglas y aun así se le castigaba en el olvido.
¿Sería culpa de su apariencia entonces? Con la figura de una esbelta doncella acompañada de una siniestra sonrisa enmarcada por colmillos ensangrentados y sus brillantes ojos escarlata, como los de un lobo...
No, definitivamente no había nada mal con su rostro. Era perfecta.
Así bien, aunque se encontrara perdida en sus pensamientos, aquella criatura se mantenía caminando al filo de un acantilado sin nada mejor que hacer en una eterna, solitaria y aburrida existencia.
Fue entonces que el eco de un verso llegó a su memoria. Un verso que juraba haber escuchado antes en alguna parte.
Palabras solemnes las cuales guardaban una promesa latente. Palabras que sin pensárselo mucho, repitió.
"En un tiempo que no es un tiempo, en un día que no es un día, en un lugar que no es un lugar..."
Aquel parecía un buen comienzo para su historia. Aunque no recordaba bien lo que seguía.
"Antes eran uno, ahora son dos" improvisó intentando seguir la rima.
"Así pues, dos serán uno y uno serán dos, parecidos e inseparables mas no iguales."
Balanceó todo su peso sobre las puntas de sus pies, pensando en las palabras que habían brotado de sus labios.
Qué bien quedaba aquello pronunciado como el murmurar de un río; dos serán uno y uno serán dos.
Como deseaba ser dos en vez de uno.
Y como si la tierra misma se hubiera hartado de escuchar sus lamentos, el filo del acantilado se partió, llevándose a Akaneia al vacío sin que esta pudiera siquiera reaccionar.
Una afilada roca fue el comienzo de su leyenda, pues al caer sobre su filo, le cortó en dos cual cuchillo.
La mitad izquierda se llevó su apariencia de doncella, junto con su sabiduría y frialdad.
Mientras que la mitad derecha adoptó la forma de un lobo, hambriento, impulsivo y ansioso.
Aquel fue el inicio de su leyenda, su despertar.
Así uno fue dos y dos fueron uno.
Parecidos e inseparables más no iguales.
Akai la doncella, junto a su compañero, Kanei el lobo.
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